Al día siguiente desperté tarde. En contra de lo que esperaba, no tenia resaca. Cuando abrí los ojos me paré a pensar un rato en lo que había sucedido la noche anterior. No. No había sido un sueño. Al llegar habíamos encontrado a Nati, nuestra vecina, intentando tener tema con un tipo que iba borracho perdido y mi madre la había invitado a casa para que pudiese desfogarse conmigo. Y para nuestra sorpresa, Nati había aceptado. Le había roto el culo por no tener condones y después de haberse ido descubrí que mi madre nos había estado espiando mientras se masturbaba. Y como fin de fiesta le había comido el coño a mi madre y después ella me había hecho la mamada del siglo y se había tragado mi leche. ¡Era la hostia! Y por si fuera poco, mi madre había dicho que a partir de ese momento lo haríamos cuando quisiese.
Me quedé un rato más en cama intentando asimilar lo sucedido. Si era un sueño me negaba a despertar.
Pero finalmente las ganas de mear me obligaron a levantarme. Tras pasar por el baño salí de la habitación dispuesto a desayunar. No se oía nada, así que lo más probable era que mi madre siguiese durmiendo. A fin de cuentas ella también le había dado bien a la botella.
Cuando llegué al salón la encontré en el sofá. Para mi sorpresa estaba despierta aunque tenía mala cara. Parecía tener una resaca de campeonato. Tenía los pies sobre la mesita y a su lado una taza de café. Me acerqué a ella y la besé en la mejilla.
—Buenos días, mamá. ¿Como estás?
—Buenos días, cielo. Medio dormida todavía. ¿Vas a desayunar?
—Sí. Tengo un hambre canina.
—Vale.
Me extrañó un recibimiento tan frío, pero lo achaqué a la resaca. Entré en la cocina y me hice un café con leche. Preparé una tostada y puse todo en una bandeja dispuesto a desayunar con ella. Cuando me senté en el sofá ella se levantó casi al momento.
—¿Estás bien, mamá?
—Sí, cielo. Pero necesito una ducha. Necesito espabilarme —aquello sonó con poca convicción.
Me dediqué al desayuno mientras luchaba con las ganas de ir al baño de mi madre y sorprenderla en la ducha. Pero algo me decía que era mejor esperar. Así que ataqué la tostada con apetito y me tomé el café. Aquello pareció obrar un milagro. Me sentía de nuevo lleno de energía.
Un rato después mi madre volvió a entrar en el salón. Se había puesto un vaquero y una sudadera que le quedaba grande. Traía el pelo envuelto en una toalla y la misma expresión en la cara. Se sentó en un sillón al lado del sofá.
—Manu. Tenemos que hablar —ninguna conversación que comienza con esas tres palabras acaba bien, así que me preparé para lo peor.
—Dime mamá.
—Lo que pasó ayer…
—Fue muy bonito. Lo mejor de toda mi vida —la interrumpí porque temía por donde iban los tiros. Quería darle una excusa para cambiar de idea.
—Sí que lo fue —reconoció—. Pero no debe volver a pasar. No está bien.
—¿Por qué, mamá? ¿No te gustó?
—No es eso, cielo.
—No le hacemos daño a nadie. Y nadie tiene por que enterarse. Es nuestro secreto.
—Eso no hace que esté bien. No debió haber sucedido.
—Pero los dos lo deseamos. Los dos estuvimos de acuerdo. ¿Qué ha cambiado?
—Que soy tu madre, Manu. Y lo que hicimos es incesto.
—En España no es ilegal. Así que no infringimos ninguna ley —una lógica aplastante la mía.
—Por mucho que no sea delito, no debimos hacerlo. ¿Es qué no te das cuenta?
—De lo que me doy cuenta es de que lo disfruté mucho. Y tú también. De que los dos lo deseábamos y nada más. A nadie le importa nuestra vida. A nadie le hacemos daño. El resto no me importa. Solo nuestra felicidad.
Recordarle lo que lo había disfrutado hizo que las mejillas de mi madre se tiñesen de rojo, avergonzada. Se arrepentía de haberse mostrado tan desinhibida ante su propio hijo. De haber disfrutado de la polla y de la lengua de su hijo.
—Pero eso no cambia nada, cariño. No puede volver a suceder y no volverá a suceder. ¿Está claro? —su tono se había vuelto más autoritario. No había nada que hacer. Me sentí ninguneado.
Me levanté y recogí la bandeja con el desayuno a medias y me dispuse a largarme.
—Manu, espera, por favor. Debemos hablarlo —me pidió
—No es necesario. Ya lo has dicho todo. Ya has decidido por los dos y mi opinión no cuenta para nada. No es necesario decir nada más —atajé su protesta mientras volvía a la cocina, furioso.
Ella no se levantó del sillón. La oí llorar, arrepentida seguramente de lo que había sucedido la noche anterior. Pero no presté oídos a su llanto. Dejé la taza en el lavavajillas y me marché a mi habitación. Quería estar solo. Lejos de aquella mujer que había encendido en mí una llama que yo desconocía y luego me dejaba tirado. Me sentí utilizado como un simple juguete sexual. Sí. Era eso. Había aplacado sus deseos conmigo y ahora ya no me necesitaba.
Me metí en la ducha y dejé correr el agua. Cuando iba a salir, envuelto en una toalla esperaba encontrar a mi madre en mi cuarto esperando tener una coversación conmigo, así que colgué la toalla del hombro para salir desnudo. Quería que viese lo que se perdía. Pero ella no estaba. Me vestí y salí dispuesto a salir a la calle. Necesitaba despejarme.
Cuando pasé por el salón ella seguía llorando en el sillón. La ignoré.
—¿Vas a salir? —preguntó mirándome.
—Sí. Me voy a dar una vuelta por ahí.
—¿A que hora piensas volver?
—No lo sé. ¿Qué más te da? —lo dije con desprecio, ofuscado por mi propio dolor.
—Manu, por favor. Tenemos que hablar.
—Ya está todo hablado. Así que déjame en paz —corté mientras abría la puerta para marcharme.
Cuando cerré la puerta oí que el llanto de mi madre aumentaba en intensidad. Eso me hizo sentir muy mal. Quería entrar y consolarla. Decirle que todo estaba bien, que no pasaba nada. Pero no pude. Mi orgullo me obligó a llamar el ascensor para marcharme. Me convencí de que si tan mal estaba también podía ella rebajarse a abrir la puerta para pedirme que no me fuese. Henchido de orgullo me marché.
La calle estaba vacía. Ni un bar abierto todavía, ni un alma por la calle. Solo encontré un par de borrachos que habían alargado la fiesta hasta tener luz suficiente para encontrar el camino de vuelta a casa. Hacía frío, así que levanté las solapas del abrigo y me lancé calle abajo.
Pasé horas callejeando sin rumbo. Tirado en un banco cualquiera de un parque cualquiera pensando, dándole vueltas a todo aquello. Había sucedido todo tan rápido que casi no me había enterado. Y sin embargo sentía todavía el suave tacto de la piel de mi madre en mis manos. Podía recordar perfectamente el sabor de su sexo, como se retorcía de placer ante mis caricias y como envolvía mi pene con sus labios. Como se tragaba gustosa mi semen. Cuando me di cuenta tenia de nuevo una erección de caballo, así que me forcé en apartar aquellos pensamientos de mi cabeza.
Me levanté del banco y poco después vi un bar abierto. Entré y pedí una cerveza. Me quedé apoyado en la barra mientras tomaba la cerveza pequeños sorbos, dejando pasar el tiempo. No quería volver a casa. El bar se fue llenado de gente que se recuperaba de la fiesta de la noche anterior y el ruido fue creciendo poco a poco. Cuando vi el local lleno de gente animada me sentí fuera de lugar y me marché.
Sin pensarlo comencé a caminar hacia casa. Estaba oscureciendo pero no me había dado cuenta del paso del tiempo. Por mi mente pasó el pensamiento de que mi madre estaría preocupada por mi. Saqué el teléfono y miré la pantalla. Tenía cuatro llamadas perdidas de ella y dos mensajes de whatsapp. Miré los mensajes. Tal como esperaba me decía que estaba preocupada por mi tardanza. Quería saber si estaba bien. Dudé en contestar. Finalmente opté por hacerlo. Su preocupación era lógica. Aunque estuviese enfadado no tenía por que preocuparla mas. Escribí “estoy bien” y le di a enviar. Es más que suficiente, me dije.
Cuando llegué al portal mi enfado había disminuido mucho. Empezaba a comprender el dilema que se había formado en la cabeza de mi madre. No podía culparla. Me había comportado como un crío caprichoso al que habían hecho un regalo y ahora pretendía que hubiese regalos todos los días. Debía pedirle perdón por mi actitud. Así que abrí el portal dispuesto a disculparme.
Para mi sorpresa, cuando se abrió el ascensor, salió Nati para irse de marcha con sus amigas. Los dos nos miramos sorprendidos.
—Ho.. hola —acerté a balbucear.
—Hola Manu. ¿Qué tal? —ella parecía más entera que yo. ¿Sería que no recordase nada?
—Sobre lo de ayer… —comencé.
—Uy. Todavía no me puedo sentar bien —rio ella divertida ante mi azoramiento.
—Lo siento —me estaba comportando como un idiota.
—Yo sí que lo sentí. Hasta el fondo jajaja. Y me encantó —añadió bajando la voz—. Tenemos que repetirlo. Pero la próxima lo quiero por el coño. Tiene que ser la leche.
Pues sí que le había sentado bien el polvo. Su actitud hizo que yo me sintiese ya tranquilo ante ella.
—Cuando quieras. Ya sabes dónde estoy. Por si acaso compraré condones —dije para animarla.
—Por si acaso, yo también —aseguró dándome un pico—. Ahora me voy que he quedado. Pero un día de estos vuelvo por tu casa. Por cierto. Tu madre es muy enrollada —añadió alegre.
—Sí que lo es —le aseguré.
Nati se marchó y me quedé mirándola como meneaba el culo. Estaba seguro de que lo hacía para mí. Más animado entré en el ascensor dispuesto a enfrentarme a mi madre.
Cuando llegué la llamé pero no estaba. En la nevera había una nota que decía que había ido a casa de mis abuelos. Abrí la nevera y saqué algo para picar. Estaba ya en la sala picando algo cuando oí la puerta que se abría. Era mi madre. Cuando me vio se quedó parada en el sitio, como si no se atreviese a entrar por mi culpa. Dejé todo y me levanté. Ella se acercó y me miro con atención. Parecía estudiar mi expresión buscando mi estado de ánimo.
—Hola Manu. ¿Cómo estás? —me preguntó sin acercarse.
—Bien —contesté—. Quería hablar contigo.
—¿Conmigo? —vi que tragaba saliva como temiendo lo que iba a decirle.
—Claro. ¿Con quién si no?
—Claro, claro. Deja que me saque el abrigo y los zapatos —dijo como si necesitase ganar tiempo.
Un par de minutos después estaba sentada en el sillón, lejos de mí, nerviosa. Se sentaba prácticamente en el borde, como si temiese tener que salir de estampida de un momento a otro. Me miró a los ojos y pude ver la sombra de la pena en ellos.
—Tú dirás —dijo claramente a la defensiva. Erguida, muy seria.
—Quería pedirte perdón. Por la mañana me comporté como un imbécil y tenías tú razón. Lo siento.
Aquella confesión pareció ablandar su coraza. Me miró un instante y debió ver la sinceridad en mi cara. Se acercó a mí y me abrazó.
—Gracias, cariño. Te quiero y no tengo nada que perdonarte. Fui yo quien ayer no se comportó como debe comportarse una madre y te pido perdón —me confesó mientras acariciaba mi cara como si fuese un niño pequeño. Una lágrima corría por su rostro y me pareció ver que era de felicidad al ver que las cosas volvían a su cauce.
—No mamá. Fui yo. Ayer fue maravilloso y yo quería más. Pero comprendo que no puede ser. Te prometo que no volveré a hablar de eso.
—Sí que lo fue —entendí que lo dijo para no herir mi orgullo—. Pero es verdad. No debió haber sucedido y no volverá a suceder. ¿Vale?
—Vale.
—Pues anda. Vamos a cenar algo —dijo como si ya hubiese quedado todo en el olvido.
Yo ya había cenado algo pero la acompañé mientras veíamos la televisión y charlábamos de cosas intrascendentales como si nada hubiese pasado. Pero yo no lograba concentrarme del todo. No podía olvidar el sabor de su sexo y la sensación de sus labios envolviendo mi polla. La veía hablar y sin querer me perdía en su boca pero a duras penas la escuchaba. Me costaba mucho mantener la concentración, así que no tardé en decir que me iba a acostar porque todavía arrastraba el cansancio de la noche anterior.
Mi madre no hizo referencia a si se trataba de la fiesta en casa de los abuelos o al fiestón de nuestra casa aunque me imagino que sabía que me refería a todo. Le di un beso en la mejilla y me retiré a mi habitación.
Me costó mucho dormirme. Estaba empalmado como un burro y no lograba sacar de mi cabeza la aventura con mi madre. Necesitaba masturbarme, así que entré al baño e intenté recordar a Nati. Pero la cara de Nati siempre acababa transformándose en la cara de Tere. Por fin conseguí correrme y parecía que había logrado calmarme un poco. Volví a meterme en cama y no sé cuando, pero por fin conseguí dormirme aunque el rostro de mi madre abriendo los labios para chupármela no me abandonó en toda la noche.
Por la mañana me levanté más relajado. Cuando entré en la cocina mi madre estaba preparando el desayuno.
—Buenos días cariño. ¿Cómo has dormido?
—Bien —mentí. Creo que la mentira no coló. Mi cara mostraba unas buenas ojeras.
—Pues no parece. Vaya ojeras gastas.
—Demasiados días de fiestas y comilonas —al final todo parecía tener doble sentido y me sentía incómodo.
—Aprovecha que quedan pocos días de vacaciones y pronto empezarás con los exámenes.
—Sí. Hoy creo que iré a estudiar un poco a la biblioteca.
—¿Y eso? —preguntó sorprendida—. Normalmente estudias en casa. Creo que nunca pisaste la biblioteca.
—Es que necesito un libro que no tengo y allí puedo consultarlo —mentí. En realidad necesitaba estar lejos de ella para poder tranquilizarme.
—Ah, vale —dijo no muy convencida—. ¿Vendrás a comer?
—No lo sé. Depende de como vaya la mañana.
—Bueno. Si vas a venir, avísame con tiempo para preparar para los dos. No es cuestión de hacer comida de más para luego tirarla.
—No te preocupes, mamá. Lo haré —yo contestaba sin levantar la mirada. Temía que si la miraba a los ojos descubriría mis verdaderos pensamientos.
—Bueno. Pues me voy a la ducha que tengo que bajar a hacer un par de recados.
Pasó por mi lado y me hizo una caricia en el pelo. No pude evitar sentir una corriente que me atravesaba de pies a cabeza al sentir en contacto con su mano. Inconscientemente cerré los ojos como si así pudiese concentrarme más en sentir ese contacto.
Después de que ella se marchó fui a la ducha y tras vestirme salí de casa con mi mochila. Llevaba mi ordenador para justificar que iba a estudiar pero no tenia intención de pisar la biblioteca. No tenía la cabeza para estudios ni para nada. Fui paseando en la dirección de la biblioteca porque me daba igual ir a un lado que a otro y si al menos me veía podía justificarme. A media mañana recibí un mensaje de los colegas para ir a tomar algo, pero no tenia cuerpo para fiestas así que decliné la invitación alegando los estudios. Tras aguantar un par de bromas por su parte me dejaron en paz y volví a comerme el coco.
Le mandé un mensaje a mi madre para avisar que iría a comer y me fui para casa. La comida transcurrió con relativa normalidad. Por mucho que intentásemos disimular, los dos éramos conscientes de lo que había pasado y aunque mi madre buscaba mi mirada yo huía. Temía encontrarme con sus ojos y recordar la mirada de gata en celo que había visto esa noche. Por la tarde me fui al gimnasio. Necesitaba descargar la mala hostia que llevaba conmigo así que durante más de media hora le di una paliza al saco. Chorreando sudor me metí en la ducha. No había valido de nada. Por suerte al salir de cambiarme sonó el móvil. Un mensaje de Nati. Por lo visto tenía ganas de marcha. Era lo que necesitaba. Quedamos en casa y me fui directamente a buscar condones. Su culo estaba muy rico. Pero me moría de ganas de follarme aquel coñito tan jugoso.
Cuando llegué una nota de mi madre en el mueble de la entrada decía que había quedado con unas amigas para tomar algo. Mejor, pensé. Así tendría el piso para mí y a los dos nos vendría bien dejarnos espacio.
Después de la cena apareció Nati. Llevaba un pantalón vaquero y una camiseta ajustada. Como no había tenido que salir a la calle no traía ni cazadora. En cuanto entró se colgó de mi cuello y me comió los morros con avidez.
—Espero que hoy tengas condones —me dijo en un susurro al lado de la oreja.
—Una caja de doce —contesté.
—Uy, chico malo. ¿Piensas usarlos todos?
—Ya se verá… Igual no llegan —dije riendo.
Le puse una mano sobre el culo para llevarla a la habitación.
—Por aquí, princesa.
Ella riendo escapó para meterse en la habitación. En cuanto entró se sacó la camiseta. Sus hermosas tetas asomaron turgentes, desafiantes. Los pezones ya empezaban a ponerse duros esperando el combate que vendría a continuación. Yo también me deshice de la camiseta que tenía puesta y la abracé apretándome contra ella. El calor de su cuerpo pegado al mio comenzó a despertar mi virilidad. Ella apretó su pelvis contra mi para notarla.
—Parece que te alegras de verme.
—No te imaginas cuánto. Y de sentirte más aun —la besé buscando ansioso su lengua. Ella respondió al instante frotándose contra mí. El perfume de su piel era embriagador. La besé en el cuello y ella echó la cabeza hacia atrás para permitirme que besase todo lo que quisiera. Vi sus ojos cerrados disfrutando de las caricias de mis labios y eso me encendió más.
Bajé una mano hasta su pecho y tomé un pezón entre el pulgar y el índice tirando un poco mientras lo retorcía ligeramente. Eso arrancó un gemido de placer. Estaba dando con las teclas adecuadas para excitarla correctamente. Ella bajó una mano hasta mi entrepierna y encontró el bulto que sobresalía en mi pantalón. Lo acarició arriba y abajo sobre la tela. Mi polla ganó todavía más dureza. La fui llevando hasta el borde de la cama y la tumbé boca arriba. Ella se dejó hacer, entregada. Con calma solté el botón del pantalón y tiré de la cremallera. Cuando estuvo suelto de todo tiré del pantalón hacia abajo. Ella levantó ligeramente el culo para facilitarme la maniobra. Me deshice de la prenda y comencé a besar su pubis sobre la tela de la braga. Estaba empapada. Sus jadeos ganaron intensidad. Quería más.
Yo también quería más, así que comencé a bajar la única prenda que me separaba del premio gordo. Mientras tiraba hacia abajo no dejaba de besar y acariciar con la punta de la lengua su pubis y la piel que iba quedando al descubierto hasta que al fin asomó la raja. Entonces acabé de quitarle la prenda que cayó también al suelo y comencé a pasar la lengua a lo largo de toda la raja. Poco a poco mis lamidas fueron aumentando presión hasta separar los labios mayores que se abrieron como una flor. Estaba totalmente húmeda y sin dilación comencé a besar y chupar su clítoris. Una oleada de placer la atravesó como me demostró su cuerpo arqueado por los espasmos de placer.
—Joder Manu. Me matas.
—¿Quieres que pare? —pregunté aunque sabía de sobras la respuesta.
—¡Y una mierda! —contestó empujando mi cabeza contra su coño. No quería que me separase de el ni un instante. Así que seguí procurándole todo el placer posible hasta que tiró de mi cabeza hacia arriba.
—Ven. Clávamela de una vez. ¡Necesito una polla dentro ya!
No me hice de rogar. Yo también tenía el rabo como una piedra. Me subí sobre ella y con las rodillas a sus costados me puse un condón mientras ella la miraba con deseo mordiéndose el labio inferior.
—Apura joder. Que no puedo más.
—Ya va —contesté sonriendo.
En cuanto tuve el condón puesto se la metí hasta el fondo de un solo empujón. Ella lo agradeció con un grito de placer y sus uñas clavadas en mi espalda. Inmediatamente me rodeó con sus piernas para que no me separase ni un milímetro y comenzó a mover las caderas pidiendo más y más. Comencé a moverme despacio. Disfrutando de la calidez de su interior. Estaba tan lubricada que entraba sin problemas a pesar de la estrechez. Nos abandonamos a la lujuria y seguimos moviéndonos como posesos hasta que yo estaba a punto de acabar. Me pidió que aguantase solo un poco más. Hube de concentrarme para lograrlo, pero al final acabamos juntos, ella con un grito de placer y yo con una especie de estertor que se diría que con el semen se me iba la vida. En cuanto pararon los espasmos de su orgasmo la empujé un poco más al fondo y pareció sufrir una réplica de un terremoto. Protestó sonriendo y la besé.
En ese momento la puerta de la habitación se abrió de golpe. Allí de pie estaba mi madre con cara de mala uva.
—¿Qué coño pasa aquí? —gritó.
—¿Perdón? —protesté yo—. ¿Te parece normal? ¿Por qué entras sin llamar?
—Es mi casa y entro como me da la gana —yo no entendía nada. ¿Ahora se cabreaba porque me pillaba en medio de un polvo? Si había sido ella quien nos había invitado a hacerlo.
—Cálmate. ¿Quieres? Y cierra la puerta por favor —se lo pedí con toda la calma posible. La escena ya era bastante violenta y no quería montar una pelea.
—Me calmo si me da la gana. Y tú, putita de pacotilla —dijo mirando a Nati que estaba alucinada con la actitud de mi madre—. Ya te estás largando de esta casa.
La pobre Nati no sabía dónde meterse. Cogió sus cosas a toda prisa y estuvo a punto de irse corriendo desnuda. La detuve a tiempo.
—Espera. Puedes darte una ducha antes. Mi madre no te lo va a impedir. ¿Verdad? —pregunté mirándola con odio.
—Vale. Y después que se largue —aceptó ella cerrando de golpe.
Nati quería morirse. No entendía nada. Estaba hecha un manojo de nervios lloroso. La verdad es que yo tampoco. ¿Dos días antes nos incita a echar un polvo y ahora nos montaba un pollo? Aquello no tenía sentido. Intenté tranquilizar a Nati pero no paraba llorar por la vergüenza, no solo por haber sido descubierta sino también por que la echasen de casa. La ayudé a ducharse mientras le pedía perdón por lo sucedido y cuando estuvo vestida me pidió que la acompañase. No era de extrañar que tuviese miedo a encontrar a mi madre al salir.
Me puse un pantalón de deportes y salimos de la habitación. Yo pasaba mi brazo por su hombro en un gesto protector, pero mi madre no estaba a la vista. En la puerta le volví a pedir perdón y se marchó dejándome un amago de sonrisa triste. Yo estaba furioso. Nati no se merecía ese trato. Volví a entrar cabreado como nunca lo había estado. No quería ni ver a mi madre así que entré de nuevo en mi habitación. Tenía miedo de mi propia reacción. Me metí en la ducha y dejé que el agua corriese para ver si se llevaba también el cabreo que tenía, pero no valió de nada. Acabé cerrando el agua caliente y me duché con agua helada. Pero fue peor. Cuando salí de la ducha estaba todavía más enfadado. Me vestí para salir. Me iba a ir a tomar algo. No aguantaba estar en casa mientras estaba mi madre.
Cuando salí de la habitación ella estaba en el salón, sentada en el sillón muy erguida. En cuanto me oyó giró la cabeza en mi dirección.
—Tengo que hablar contigo —su voz ya no tenía ese tono de antes.
—Pero yo no quiero hablar contigo. Me largo —dije cogiendo mis llaves.
—Pues yo si quiero —elevó la voz para protestar.
—Quieres, no quieres, exiges. Estoy hasta los huevos. No va a ser siempre lo que tú quieras —grité antes de cerrar de un portazo a mis espaldas.
Desde el portal llamé a Nati, pero no me contestó. La imaginé en un mar de lágrimas de rabia en su cama, ahogando el llanto contra la almohada. Ella no tenia culpa de nada. Había sido yo quien la invitó a venir. Estaba tan ciego de furia que en ese momento hubiese golpeado a mi madre. Le mandé un whatsapp a Nati pidiéndole perdón por lo sucedido y jurándole que ella no era culpable de nada y me largué. Estuve callejeando intentando calmarme. Al cabo de una hora recibí la contestación de Nati.
—Tú no tienes la culpa. Pero no entiendo nada.
—Yo tampoco. No entiendo la actitud de mi madre. Ahora mismo la odio —contesté.
—No digas eso. Es tu madre —me sorprendió que a pesar de todo la defendiese. Yo no era capaz.
—La próxima vez te prometo un hotel de tres estrellas y pondremos un cartel en la puerta que diga prohibido madres —le dije para intentar quitar hierro y animarla.
—No creo que haya próxima vez. Creo que tu madre pensó que éramos parejay no le gusto. Pero eres un encanto. Besos.
—Ella no es nadie para decidir quien puede ser o no mi pareja. ¿Lo somos? —pregunté temiendo la respuesta. Para mi solo éramos dos amigos que disfrutábamos del sexo juntos.
—No. Pero creo que en la cama nos lo pasamos de cine. Me voy a dormir. Besos.
No creo que fuese a dormirse todavía. Era una forma de cortar una conversación que le resultaba incómoda. Le envié un emoticono con un beso y guardé el teléfono.
Entré en un par de bares a tomar algo y seguí paseando sin rumbo. No tenía ganas de fiesta. Había perdido la noción del tiempo cuando miré el reloj. Pasaba de las dos de la madrugada. Supuse que mi madre ya estaría en cama así que desanduve el camino mientras pensaba en lo que haría al día siguiente. Decidí que iría a pasar el día en la biblioteca. Tal vez estudiando consiguiese calmarme y olvidarme de todo.
Abrí la puerta intentando no hacer ruido. Una lámpara permanecía encendida en el salón. Solíamos dejarla encendida cuando nos íbamos para cama pero uno de los dos todavía no había vuelto. Supuse que mi madre la había dejado para mi como de costumbre. Fui a apagarla y al pasar junto al sillón vi a mi madre allí, mirándome. Tenia los ojos rojos. Era evidente que había llorado. Me olvidé de la lámpara.
—Hola mamá. Buenas noches. Me voy a dormir —dije secamente.
—Manu —me llamó susurrando apenas.
—¿Qué? —ya estaba listo para otra bronca.
—Tenemos que hablar —su tono era calmado. Casi de súplica. Me dio igual.
—No hay nada que hablar. Has dejado claras las normas. No te preocupes que no volverá a suceder. Total, si podía haber algo con Nati ya te encargaste de joderlo para siempre. Felicidades y buenas noches.
—Manu. Por favor. Escúchame —esa súplica sí que me sorprendió. La miré y vi que sus ojos estaban a punto de anegarse de lágrimas.
Dudé si largarme y dejarla con la palabra en la boca o esperar a ver que tenía que decir. No tenía ganas de discutir. Solo quería dormir para intentar olvidarme de lo que había pasado. Al final opté por escucharla dispuesto a cortar la conversación en cuanto comenzase a justificar su actitud.
—¿Qué pasa ahora? —pregunté sin interés.
—¿Puedes sentarte un momento? Necesito hablar contigo —no sonó como una orden. Así que me senté en el borde del sofá, alejado de ella, dispuesto a levantarme en cuanto no me gustase lo que decía.
—Ya estoy sentado —su rostro decía que no parecía muy convencida de mi disposición pero tragó aire dispuesta a hablar mientras se retorcía las manos.
—Quiero explicarte lo que pasó antes.
—No es necesario. Esta es tu casa y tú pones las normas —contesté apoyando ya las manos para levantarme y irme a mi habitación.
—No Manu. Por favor. Espera.
Sin saber muy bien por que decidí volver a sentarme. No dije nada. Solo la miraba serio.
—Por favor. Esto no es fácil para mi —comenzó—. No se trató de ninguna norma. Es más complicado y no sé como explicarlo.
—Pues comienza por el principio. Así de sencillo.
—Fue… fueron celos —dijo bajando la voz mientras se miraba las manos. Apenas entendí lo que dijo.
—¿Qué? —creí que había entendido mal.
—Celos —repitió en voz un poco más alta. Seguía mirando sus manos mientras retorcía el fondo de su vestido, nerviosa. Sus ojos estaban vidriosos por el llanto—. Tuve un ataque de celos.
—¿Celos de quién? —no lo acababa de entender. ¿Le molestaba que yo tuviese sexo mientras ella no tenía con quien quitarse las ganas?
—Sentí celos de Nati —confesó con las lágrimas cayendo ya libres—. Después de lo que pasó la otra noche, verte ahí con ella, disfrutando lo que yo deseaba pero no podía tener... Lo siento mucho. Perdí los papeles y lo pagué con vosotros.
—La otra noche íbamos borrachos —yo sabía que no iba tan borracho pero quise brindarle una escapatoria honrosa.
—No, Manu. Yo no iba tan borracha. Había bebido pero era plenamente consciente de lo que hacía. Ver a Nati y al pobre diablo aquel me excitó mucho. Por eso os invité a que lo hicieseis en casa. Después no pude controlar las ganas de espiaros mientras lo hacíais y me encendí más todavía. Lo de después fue totalmente consciente —volvió a bajar la cabeza, avergonzada—. Y debo pedirte perdón por lo de hoy.
—No mamá. A mi no tienes que pedirme perdón —ella levantó la cabeza con un brillo de esperanza en los ojos, pensando que todo había sido olvidado—. Es a Nati a quien le debes pedir perdón. La pobre lo está pasando muy mal sin tener culpa de nada. Ahora mismo se siente una mierda. Había sido yo quien la había invitado a venir y ahora se siente como una mierda. Pídele perdón a ella y si ella te perdona, yo también lo haré.
—Sí. Tienes razón —contestó algo más animada—. Gracias Manu. Necesitaba soltarlo todo. Te quiero, hijo.
—No hay que darlas. Discúlpate con Nati y aquí no ha pasado nada —dije levantándome para irme a dormir.
—¿No me das un beso de buenas noches? —pidió tímidamente.
—¿Eh? Claro —respondí yendo hacia su sillón.
Ella se puso en pie y cuando estuve a su lado se colgó de mi cuello abrazándome como si tuviese miedo a perderme para siempre. Sentí su cuerpo estremecerse por el llanto apagado. Pasé mis brazos por su espalda para corresponder al abrazo aunque estaba demasiado rígido y ella se abrazó más fuerte a mí.
—Gracias, cariño —me susurró al oído—. Tenía miedo de perderte.
—No me perderás mamá. Te quiero —contesté antes de besarla en la mejilla. Ella me agarró la cabeza y me dio un pico en los labios.
—Buenas noches, cielo.
—Buenas noches, mamá.
Al día siguiente me levanté más animado. Desayuné solo y me fui a la biblioteca dejando una nota para mi madre que seguía en cama. Estaba dispuesto a hacer las paces con ella, pero no hasta que pidiese perdón a Nati. Eso era innegociable. Nati no se merecía el trato que le había dado. Era lo menos que le debía.
La mañana se pasó más rápido de lo que esperaba. A mediodía el móvil vibró en mi bolsillo. Miré el reloj y vi que era hora de volver a casa. Le envié un mensaje a mi madre para avisar de que salía para casa y vi el aviso. Tenía un whatsapp de Nati.
—Ha venido tu madre a pedirme perdón. Es una persona maravillosa. Todo solucionado. Besos.
—No sabes como me alegro. Le dije que no la perdonaría si tú no lo hacías. Besos.
Al final todo se había arreglado. Ya estaba más animado. Al llegar a casa me sorprendió oír a mi madre tarareando una canción mientras acababa de cocinar. Dejé mis cosas en el salón y fui a saludarla en la cocina. En cuanto me vio se colgó de mi cuello.
—Hola cielo —me saludó alegre dándome un piquito—. ¿Qué tal en la biblioteca? He hablado con Nati y le he pedido perdón. Es una chica genial.
—Lo sé mamá —contesté animado—. Me ha mandado un mensaje avisándome. Por lo visto ahora os lleváis muy bien. Y me alegro mucho.
—Yo también, cariño. No sabes cuanto siento el espectáculo bochornoso que os hice pasar.
—Ya está olvidado. No te tortures por eso. Lo importante es que se haya solucionado.
—Anda. Ve a asearte que vamos a comer —ordenó dándome una cariñosa palmada en el culo.
Comimos juntos como si nunca hubiese sucedido nada. Mamá ese día estaba radiante, alegre. Por lo visto haber arreglado las cosas con Nati le había devuelto el buen humor de siempre y eso me hacía feliz. Tomamos el café en el salón charlando de mil tonterías hasta que llegó la hora de volver a la biblioteca.
—¿Por qué no te quedas a estudiar en casa? —preguntó mi madre.
—Me concentró mejor allí, mamá. No hay tanto ruido de tráfico y me cunde más el tiempo.
—Como prefieras —parecía algo decepcionada—. ¿Quieres algo especial para cenar?
—Me da igual. Sorpréndeme —contesté antes de darle un pico y marcharme.
La tarde transcurrió igual que la mañana. Estaba ya más tranquilo al saber que todo se había solucionado y me centré más en el estudio. Cuando ya comenzaba a anochecer recogí mis cosas y me marché. Cuando salí envié un mensaje a mi madre para avisarla y me puse en marcha. Quince minutos más tarde abría la puerta de casa.
—Hola mamá. Estoy en casa —saludé desde la entrada.
—Hola cielo. Estoy en la cocina —respondió ella. Su voz era cantarina, alegre.
Cuando llegué a la puerta de la cocina mi boca se abrió hasta que la mandíbula casi chocó con el suelo. Allí estaban mi madre y Nati. Las dos sonrientes, ataviadas con sendos delantales. Nada más…
—¿Y esto? —yo no salía de mi asombro.
—¿Te gusta la cena que te hemos preparado?
—¿La cena? ¿Qué cena? A la mierda la cena —contesté balbuceando—. Prefiero comerme a las cocineras.
Ellas respondieron riendo alegres por haberme sorprendido. ¡Cualquiera no se sorprende!
—¿Pero qué pasa aquí? —pregunté cuando conseguí cerrar la boca.
—¿No te gusta? —preguntó Nati con un mohín encantador dándome un pico.
—¡Joder! Gustarme es poco. Esto es un sueño.
—Pues hala. A cenar —contestó mi madre dándome otro pico mientras se colgaba de mi cuello.
—Estáis como cabras —acerté a decir—. Pero me encanta. Para que negarlo.
La mesa estaba puesta y me obligaron a ir a asearme mientras acababan de colocar un par de cosas. Por supuesto yo no estaba preparado para esa sorpresa y me costó concentrarme en lo que hacía. ¿Qué hacía? ¿Me desnudaba? Creí que era mejor no hacerlo puesto que no me lo habían ordenado, así que opté por ponerme un pantalón de deporte y una camiseta.
Cuando volví ellas estaban ya sentadas a la mesa juntas dejando para mi el otro lado de la mesa frente a a ellas. Me senté sin dejar de mirar aquellos dos cuerpos esculturales apenas tapados por la poca tela de los delantales.
—¿Me podéis explicar qué pasa aquí?
—Come. Vas a necesitar fuerzas cuando venga el postre —me ordenó Nati. Las dos se rieron.
—Por la mañana hablé con Nati —explicó mi madre con calma sin dejar de sonréir—. Fue una charla muy larga. Le pedí perdón y le expliqué que me había sucedido.
—¿Todo? —pregunté sorprendido.
—Todo —reconoció mi madre—. Necesitaba confesarme, desnudar mi alma para poder ser capaz de perdonarme yo misma. Resultó que Nati es una persona maravillosa —en ese momento Nati acarició el brazo de mi madre agradeciendo el comentario—. Y no me juzgó. Creí que se escandalizaría, pero no. Dijo que me comprendía y que no le diría ni una palabra a nadie.
Yo a penas comía nada. Llevaba la comida a la boca mecánicamente. Pero creo que si me hubiesen puesto piedras las habría comido sin darme cuenta.
—Entonces nos abrazamos haciendo las paces —siguió contando Nati—. Y como estábamos en plena racha de confesiones yo también hice una. Que soy bisexual y que me sentía atraida por tu madre.
La comida ya no llegó a mi boca. Quedó abandonada en el plato. Las dos sonreían mirando al idiota que tenían enfrente.
—Yo también lo soy —confesó ahora mi madre—. Y reconozco que Nati también me pone mucho. De hecho la otra noche me masturbé pensando en los dos. No solo en tí.
—Y una cosa llevó a la otra. Y… —dijo Nati haciendo una mueca encantadora.
—Y os enrollasteis —concluí yo.
—Como dos perras en celo —confesó mi madre mientras Nati se partía de risa—. Así que cuando acabamos decidimos hacerte una cena sorpresa.
—Pues menuda sorpresa —confesé yo admirado—. Esto no lo hubiese esperado en la vida.
Las dos mujeres se miraron sonriendo. Mi madre guiñó un ojo a Nati y esta asintió. Se levantaron las dos y se acercaron a mi, cada una por un lado.
—Y ahora el postre —anunció mi madre.
Tiraron de mí hacia el dormitorio de mi madre. Yo iba en un sueño del que no quería despertar. Cuando llegamos me acercaron a la cama. Mi madre comenzó a besarme. Su lengua entró en mi boca ansiosa de recuperar el tiempo perdido mientras tiraba de mi camiseta hacia arriba. Por debajo pude notar como Nati levantaba mis pies para descalzarme y luego tiraba del pantalón hacia abajo para dejarme completamente desnudo. Yo colaboré levantando los pies.
Mi madre comenzó a acariciarme el pecho con los labios cuando noté que Nati agarraba mi miembro con una mano y se lo introducía en la boca. Mi madre siguió acariciándome y besándome. Después de un minuto me tumbaron sobre la cama. Mi madre ocupó el lugar de Nati encargándose de mi polla mientras Nati se ponía de rodillas sobre mi boca invitándome a comerme aquel coñito que me encantaba. No lo dudé ni un instante y me lancé a por el. Pude comprobar que ya estaba excitada. Me pasó por la cabeza que tal vez habían estado jugando mientras me esperaban. No tardé en lograr que Nati tuviese un orgasmo y yo estaba a punto de correrme también así que avisé a mi madre.
—Voy a correrme —dije casi sin aliento.
Nati se giró para atender también mi polla. Ahora la lamían entre las dos y se turnaban para chuparla. No tardé ni un minuto en soltar todo. Para mi sorpresa las dos se lo tragaron todo y cuando acabé de soltar la última gota se lo intercabiaron en las bocas mientras se besaban. Era una imágen inolvidable.
Decidí devolverle el favor a mi madre y me tumbé entre sus piernas mientras Nati se encargaba de su pecho. De vez en cuando levantaba la mirada y veía como aquellas dos mujeres se acariciaban el pecho mutuamente y se besaban. Mi madre no tardó en sentir los efectos de las atenciones que le estaba dedicando a su clítoris y terminó corriéndose también.
—¿Estás listo para un segundo asalto? —preguntó Nati acercandose como una gata en celo.
—A ver… dije señalando mi polla.
Ella miró hacia abajo y se metió de un solo empujón todo mi rabo en la boca. Se lo sacó al momento y miró a mi madre.
—Creo que esto está listo —sonrió pícaramente—. ¿Lo quieres?
—Pero ya —reclamó esta impaciente.
Me eché sobre mi madre apuntando con el miembro hacia su vagina. Lo dejé entrar despacio. Dsifrutando de los gemidos de placer que emitía ella. Hacía mucho tiempo que una polla no entraba allí. El coño era más estrecho de lo que yo esperaba y me proporcionaba un placer inmenso. Nati se colocó a horcajadas sobre la boca de mi madre para que esta le comiese el coño, cosa que ella comenzó a hacer sin hacerse de rogar. De vez en cuando yo me echaba un poco más adelante para ayudar a mi madre lamiendo el coñito de Nati. Cuando hacía eso mi polla entraba más profundamente en el de mi madre arrancando gemidos de placer.
Por suerte conseguí que mi madre se corriese antes que yo. Eso me dio un momento de respiro. Enseguida fue Nati quien quiso ocupar el puesto de Tere. Se puso a cuatro patas ante mi invitándome a entrar. No me hice de rogar.
—¿Por dónde la quieres? —pregunté.
—Hoy te dejo elegir agujero —contestó meneando el culo insinuante.
Sin dudarlo me lancé a por el coño. Acaricié los labios menores ya expuestos, brillantes de líquidos, ansiosos por recibir mi polla y tras unas caricias en el clítoris con la punta de mi rabo, la ensarté de golpe arrancándole un grito de sorpresa y placer. Mientras tanto mi madre se había colado bajo ella con la cabeza hacia el coño en un perfecto 69. De vez en cuando sentía su lengua acariciando mis huevos o sentía el aliento que se escapaba de su boca cuando Nati aprovechaba para comerselo a ella.
—Rómpele el culo mientras yo me como este coñito precioso —dijo de repente mi madre.
Nati giró la cabeza para mirarme un instante. Vi deseo en su mirada. Y a fin de cuentas me había dado permiso antes, así que abandoné su coño para dejar sitio a mi madre. Metí un dedo en su ojete que se cerró alrededor como si quisiera arracármelo pero gimió de placer mientras lo movía a un lado y a otro incitándome. Entre mi madre y yo estábamos torturándola de placer. Su culo se alfojó hasta que fui capaz de meter un segundo dedo. Masajeé hasta que se dilató lo sufiente como para admitir la cabeza de mi rabo y sin esperar más empujé hasta que entró todo el glande.
Nati soltó un grito de dolor, sorpresa y placer. Yo me quedé quieto un instante hasta que fue ella misma la que comenzó a empujar el culo hacia atrás para ensartase más y más. En esa posición comencé a bombear mientras ellas se comían los jugosos coños. No tardé en estar a punto de correme y se lo hice saber.
—Voy a correme otra vez —dije
—Dámelo todo. Lléname el culo, cabrón —contestó Nati.
No esperé más. Con un estertor me vacié dentro de su culo y me quedé quieto, esperando mientras veía a las dos mujeres dándolo todo para proporcionarse un nuevo orgasmo. Esta vez fue Nati la primera en correrse. Los espasmos de placer del orgasmo hicieron que un hilo de semen comenzase a brotar de su culo abierto de par en par resbalando por el perineo hasta caer en la boca de mi madre que los recibió encantada. Un momento después era ella la que arqueba la espalda enloquecida de placer por el orgasmo que Nati le estaba regalando.
Acabamos los tres enredados, rendidos y felices sobre la cama mientras recuperábamos el aliento.
La primera en hablar fue Nati.
—Joder. Que maravilla. Nunca me habían petado el culo mientras me comían la almeja.
—¿Y te ha gustado? —preguntó Tere.
—¿Gustado? Gustado es poco. Deberías probarlo.
—Es que mi culo es virgen —confesó Tere.
—¿Nunca has probado a meterte nada por detrás? —pregunté yo sorprendido.
—No. Nunca. Me da algo de miedo.
Yo estaba acariciando el culo de Tere y una teta de Nati. Esta me miró con un brillo de picardía en ellos ojos que entendí al instante. Sin dudarlo más seguí acariciando el culo de Tere y cuando creí que estaba despistada me llevé un dedo a la boca para lubricarlo y lo clavé sin piedad en el ojete de Tere. Ella pegó un grito de sorpresa mientras apretaba las nalgas intentando sacar de allí al intruso. Yo dejé solo la primera falanje dentro.
—Cabrón. Saca ese dedo de ahí —protestó Tere.
—Relájate —recomendó Nati—. Verás como si te relajas te gustará.
Tere me miró con odio pero hizo lo que le pedía Nati sin protestar. En el fondo también sentía curiosidad. Poco a poco su gesto fue cambiando hasta que comenzó a mover ligeramente el culo como si quisiese acomodarse.
—¿Te gusta? —preguntó Nati.
—No me desagrada. Pero este hijoputa me pilló por sorpresa —protestó dándome un manotazo en el brazo—. Sácalo, por favor. Tal vez otro día me anime. Pero hoy no.
—Como quieras —dije yo retirando despacio el dedo. La cara de Tere decía que le gustaba el movimento.
Como sentía el culo más relajado, volví a meterlo de nuevo, despacio, hasta la misma profundidad. Esta vez Tere soltó un soplido de placer y sorpresa, pero no protestó.
—Anda. No seas cabrón —me dijo mirándome—. Sácalo ya. Tal vez un día te deje que me lo rompas. Pero me da miedo que duela. Así que habrá que ir acostumbrándolo.
—No temas. Lo haremos con cuidado para que sea agradable —contesté mientras retiraba el dedo y le daba un beso en la boca.
Abrazados en un lío de brazos, piernas y cuerpos sudorosos y desnudos nos quedamos dormidos.
Me quedé un rato más en cama intentando asimilar lo sucedido. Si era un sueño me negaba a despertar.
Pero finalmente las ganas de mear me obligaron a levantarme. Tras pasar por el baño salí de la habitación dispuesto a desayunar. No se oía nada, así que lo más probable era que mi madre siguiese durmiendo. A fin de cuentas ella también le había dado bien a la botella.
Cuando llegué al salón la encontré en el sofá. Para mi sorpresa estaba despierta aunque tenía mala cara. Parecía tener una resaca de campeonato. Tenía los pies sobre la mesita y a su lado una taza de café. Me acerqué a ella y la besé en la mejilla.
—Buenos días, mamá. ¿Como estás?
—Buenos días, cielo. Medio dormida todavía. ¿Vas a desayunar?
—Sí. Tengo un hambre canina.
—Vale.
Me extrañó un recibimiento tan frío, pero lo achaqué a la resaca. Entré en la cocina y me hice un café con leche. Preparé una tostada y puse todo en una bandeja dispuesto a desayunar con ella. Cuando me senté en el sofá ella se levantó casi al momento.
—¿Estás bien, mamá?
—Sí, cielo. Pero necesito una ducha. Necesito espabilarme —aquello sonó con poca convicción.
Me dediqué al desayuno mientras luchaba con las ganas de ir al baño de mi madre y sorprenderla en la ducha. Pero algo me decía que era mejor esperar. Así que ataqué la tostada con apetito y me tomé el café. Aquello pareció obrar un milagro. Me sentía de nuevo lleno de energía.
Un rato después mi madre volvió a entrar en el salón. Se había puesto un vaquero y una sudadera que le quedaba grande. Traía el pelo envuelto en una toalla y la misma expresión en la cara. Se sentó en un sillón al lado del sofá.
—Manu. Tenemos que hablar —ninguna conversación que comienza con esas tres palabras acaba bien, así que me preparé para lo peor.
—Dime mamá.
—Lo que pasó ayer…
—Fue muy bonito. Lo mejor de toda mi vida —la interrumpí porque temía por donde iban los tiros. Quería darle una excusa para cambiar de idea.
—Sí que lo fue —reconoció—. Pero no debe volver a pasar. No está bien.
—¿Por qué, mamá? ¿No te gustó?
—No es eso, cielo.
—No le hacemos daño a nadie. Y nadie tiene por que enterarse. Es nuestro secreto.
—Eso no hace que esté bien. No debió haber sucedido.
—Pero los dos lo deseamos. Los dos estuvimos de acuerdo. ¿Qué ha cambiado?
—Que soy tu madre, Manu. Y lo que hicimos es incesto.
—En España no es ilegal. Así que no infringimos ninguna ley —una lógica aplastante la mía.
—Por mucho que no sea delito, no debimos hacerlo. ¿Es qué no te das cuenta?
—De lo que me doy cuenta es de que lo disfruté mucho. Y tú también. De que los dos lo deseábamos y nada más. A nadie le importa nuestra vida. A nadie le hacemos daño. El resto no me importa. Solo nuestra felicidad.
Recordarle lo que lo había disfrutado hizo que las mejillas de mi madre se tiñesen de rojo, avergonzada. Se arrepentía de haberse mostrado tan desinhibida ante su propio hijo. De haber disfrutado de la polla y de la lengua de su hijo.
—Pero eso no cambia nada, cariño. No puede volver a suceder y no volverá a suceder. ¿Está claro? —su tono se había vuelto más autoritario. No había nada que hacer. Me sentí ninguneado.
Me levanté y recogí la bandeja con el desayuno a medias y me dispuse a largarme.
—Manu, espera, por favor. Debemos hablarlo —me pidió
—No es necesario. Ya lo has dicho todo. Ya has decidido por los dos y mi opinión no cuenta para nada. No es necesario decir nada más —atajé su protesta mientras volvía a la cocina, furioso.
Ella no se levantó del sillón. La oí llorar, arrepentida seguramente de lo que había sucedido la noche anterior. Pero no presté oídos a su llanto. Dejé la taza en el lavavajillas y me marché a mi habitación. Quería estar solo. Lejos de aquella mujer que había encendido en mí una llama que yo desconocía y luego me dejaba tirado. Me sentí utilizado como un simple juguete sexual. Sí. Era eso. Había aplacado sus deseos conmigo y ahora ya no me necesitaba.
Me metí en la ducha y dejé correr el agua. Cuando iba a salir, envuelto en una toalla esperaba encontrar a mi madre en mi cuarto esperando tener una coversación conmigo, así que colgué la toalla del hombro para salir desnudo. Quería que viese lo que se perdía. Pero ella no estaba. Me vestí y salí dispuesto a salir a la calle. Necesitaba despejarme.
Cuando pasé por el salón ella seguía llorando en el sillón. La ignoré.
—¿Vas a salir? —preguntó mirándome.
—Sí. Me voy a dar una vuelta por ahí.
—¿A que hora piensas volver?
—No lo sé. ¿Qué más te da? —lo dije con desprecio, ofuscado por mi propio dolor.
—Manu, por favor. Tenemos que hablar.
—Ya está todo hablado. Así que déjame en paz —corté mientras abría la puerta para marcharme.
Cuando cerré la puerta oí que el llanto de mi madre aumentaba en intensidad. Eso me hizo sentir muy mal. Quería entrar y consolarla. Decirle que todo estaba bien, que no pasaba nada. Pero no pude. Mi orgullo me obligó a llamar el ascensor para marcharme. Me convencí de que si tan mal estaba también podía ella rebajarse a abrir la puerta para pedirme que no me fuese. Henchido de orgullo me marché.
La calle estaba vacía. Ni un bar abierto todavía, ni un alma por la calle. Solo encontré un par de borrachos que habían alargado la fiesta hasta tener luz suficiente para encontrar el camino de vuelta a casa. Hacía frío, así que levanté las solapas del abrigo y me lancé calle abajo.
Pasé horas callejeando sin rumbo. Tirado en un banco cualquiera de un parque cualquiera pensando, dándole vueltas a todo aquello. Había sucedido todo tan rápido que casi no me había enterado. Y sin embargo sentía todavía el suave tacto de la piel de mi madre en mis manos. Podía recordar perfectamente el sabor de su sexo, como se retorcía de placer ante mis caricias y como envolvía mi pene con sus labios. Como se tragaba gustosa mi semen. Cuando me di cuenta tenia de nuevo una erección de caballo, así que me forcé en apartar aquellos pensamientos de mi cabeza.
Me levanté del banco y poco después vi un bar abierto. Entré y pedí una cerveza. Me quedé apoyado en la barra mientras tomaba la cerveza pequeños sorbos, dejando pasar el tiempo. No quería volver a casa. El bar se fue llenado de gente que se recuperaba de la fiesta de la noche anterior y el ruido fue creciendo poco a poco. Cuando vi el local lleno de gente animada me sentí fuera de lugar y me marché.
Sin pensarlo comencé a caminar hacia casa. Estaba oscureciendo pero no me había dado cuenta del paso del tiempo. Por mi mente pasó el pensamiento de que mi madre estaría preocupada por mi. Saqué el teléfono y miré la pantalla. Tenía cuatro llamadas perdidas de ella y dos mensajes de whatsapp. Miré los mensajes. Tal como esperaba me decía que estaba preocupada por mi tardanza. Quería saber si estaba bien. Dudé en contestar. Finalmente opté por hacerlo. Su preocupación era lógica. Aunque estuviese enfadado no tenía por que preocuparla mas. Escribí “estoy bien” y le di a enviar. Es más que suficiente, me dije.
Cuando llegué al portal mi enfado había disminuido mucho. Empezaba a comprender el dilema que se había formado en la cabeza de mi madre. No podía culparla. Me había comportado como un crío caprichoso al que habían hecho un regalo y ahora pretendía que hubiese regalos todos los días. Debía pedirle perdón por mi actitud. Así que abrí el portal dispuesto a disculparme.
Para mi sorpresa, cuando se abrió el ascensor, salió Nati para irse de marcha con sus amigas. Los dos nos miramos sorprendidos.
—Ho.. hola —acerté a balbucear.
—Hola Manu. ¿Qué tal? —ella parecía más entera que yo. ¿Sería que no recordase nada?
—Sobre lo de ayer… —comencé.
—Uy. Todavía no me puedo sentar bien —rio ella divertida ante mi azoramiento.
—Lo siento —me estaba comportando como un idiota.
—Yo sí que lo sentí. Hasta el fondo jajaja. Y me encantó —añadió bajando la voz—. Tenemos que repetirlo. Pero la próxima lo quiero por el coño. Tiene que ser la leche.
Pues sí que le había sentado bien el polvo. Su actitud hizo que yo me sintiese ya tranquilo ante ella.
—Cuando quieras. Ya sabes dónde estoy. Por si acaso compraré condones —dije para animarla.
—Por si acaso, yo también —aseguró dándome un pico—. Ahora me voy que he quedado. Pero un día de estos vuelvo por tu casa. Por cierto. Tu madre es muy enrollada —añadió alegre.
—Sí que lo es —le aseguré.
Nati se marchó y me quedé mirándola como meneaba el culo. Estaba seguro de que lo hacía para mí. Más animado entré en el ascensor dispuesto a enfrentarme a mi madre.
Cuando llegué la llamé pero no estaba. En la nevera había una nota que decía que había ido a casa de mis abuelos. Abrí la nevera y saqué algo para picar. Estaba ya en la sala picando algo cuando oí la puerta que se abría. Era mi madre. Cuando me vio se quedó parada en el sitio, como si no se atreviese a entrar por mi culpa. Dejé todo y me levanté. Ella se acercó y me miro con atención. Parecía estudiar mi expresión buscando mi estado de ánimo.
—Hola Manu. ¿Cómo estás? —me preguntó sin acercarse.
—Bien —contesté—. Quería hablar contigo.
—¿Conmigo? —vi que tragaba saliva como temiendo lo que iba a decirle.
—Claro. ¿Con quién si no?
—Claro, claro. Deja que me saque el abrigo y los zapatos —dijo como si necesitase ganar tiempo.
Un par de minutos después estaba sentada en el sillón, lejos de mí, nerviosa. Se sentaba prácticamente en el borde, como si temiese tener que salir de estampida de un momento a otro. Me miró a los ojos y pude ver la sombra de la pena en ellos.
—Tú dirás —dijo claramente a la defensiva. Erguida, muy seria.
—Quería pedirte perdón. Por la mañana me comporté como un imbécil y tenías tú razón. Lo siento.
Aquella confesión pareció ablandar su coraza. Me miró un instante y debió ver la sinceridad en mi cara. Se acercó a mí y me abrazó.
—Gracias, cariño. Te quiero y no tengo nada que perdonarte. Fui yo quien ayer no se comportó como debe comportarse una madre y te pido perdón —me confesó mientras acariciaba mi cara como si fuese un niño pequeño. Una lágrima corría por su rostro y me pareció ver que era de felicidad al ver que las cosas volvían a su cauce.
—No mamá. Fui yo. Ayer fue maravilloso y yo quería más. Pero comprendo que no puede ser. Te prometo que no volveré a hablar de eso.
—Sí que lo fue —entendí que lo dijo para no herir mi orgullo—. Pero es verdad. No debió haber sucedido y no volverá a suceder. ¿Vale?
—Vale.
—Pues anda. Vamos a cenar algo —dijo como si ya hubiese quedado todo en el olvido.
Yo ya había cenado algo pero la acompañé mientras veíamos la televisión y charlábamos de cosas intrascendentales como si nada hubiese pasado. Pero yo no lograba concentrarme del todo. No podía olvidar el sabor de su sexo y la sensación de sus labios envolviendo mi polla. La veía hablar y sin querer me perdía en su boca pero a duras penas la escuchaba. Me costaba mucho mantener la concentración, así que no tardé en decir que me iba a acostar porque todavía arrastraba el cansancio de la noche anterior.
Mi madre no hizo referencia a si se trataba de la fiesta en casa de los abuelos o al fiestón de nuestra casa aunque me imagino que sabía que me refería a todo. Le di un beso en la mejilla y me retiré a mi habitación.
Me costó mucho dormirme. Estaba empalmado como un burro y no lograba sacar de mi cabeza la aventura con mi madre. Necesitaba masturbarme, así que entré al baño e intenté recordar a Nati. Pero la cara de Nati siempre acababa transformándose en la cara de Tere. Por fin conseguí correrme y parecía que había logrado calmarme un poco. Volví a meterme en cama y no sé cuando, pero por fin conseguí dormirme aunque el rostro de mi madre abriendo los labios para chupármela no me abandonó en toda la noche.
Por la mañana me levanté más relajado. Cuando entré en la cocina mi madre estaba preparando el desayuno.
—Buenos días cariño. ¿Cómo has dormido?
—Bien —mentí. Creo que la mentira no coló. Mi cara mostraba unas buenas ojeras.
—Pues no parece. Vaya ojeras gastas.
—Demasiados días de fiestas y comilonas —al final todo parecía tener doble sentido y me sentía incómodo.
—Aprovecha que quedan pocos días de vacaciones y pronto empezarás con los exámenes.
—Sí. Hoy creo que iré a estudiar un poco a la biblioteca.
—¿Y eso? —preguntó sorprendida—. Normalmente estudias en casa. Creo que nunca pisaste la biblioteca.
—Es que necesito un libro que no tengo y allí puedo consultarlo —mentí. En realidad necesitaba estar lejos de ella para poder tranquilizarme.
—Ah, vale —dijo no muy convencida—. ¿Vendrás a comer?
—No lo sé. Depende de como vaya la mañana.
—Bueno. Si vas a venir, avísame con tiempo para preparar para los dos. No es cuestión de hacer comida de más para luego tirarla.
—No te preocupes, mamá. Lo haré —yo contestaba sin levantar la mirada. Temía que si la miraba a los ojos descubriría mis verdaderos pensamientos.
—Bueno. Pues me voy a la ducha que tengo que bajar a hacer un par de recados.
Pasó por mi lado y me hizo una caricia en el pelo. No pude evitar sentir una corriente que me atravesaba de pies a cabeza al sentir en contacto con su mano. Inconscientemente cerré los ojos como si así pudiese concentrarme más en sentir ese contacto.
Después de que ella se marchó fui a la ducha y tras vestirme salí de casa con mi mochila. Llevaba mi ordenador para justificar que iba a estudiar pero no tenia intención de pisar la biblioteca. No tenía la cabeza para estudios ni para nada. Fui paseando en la dirección de la biblioteca porque me daba igual ir a un lado que a otro y si al menos me veía podía justificarme. A media mañana recibí un mensaje de los colegas para ir a tomar algo, pero no tenia cuerpo para fiestas así que decliné la invitación alegando los estudios. Tras aguantar un par de bromas por su parte me dejaron en paz y volví a comerme el coco.
Le mandé un mensaje a mi madre para avisar que iría a comer y me fui para casa. La comida transcurrió con relativa normalidad. Por mucho que intentásemos disimular, los dos éramos conscientes de lo que había pasado y aunque mi madre buscaba mi mirada yo huía. Temía encontrarme con sus ojos y recordar la mirada de gata en celo que había visto esa noche. Por la tarde me fui al gimnasio. Necesitaba descargar la mala hostia que llevaba conmigo así que durante más de media hora le di una paliza al saco. Chorreando sudor me metí en la ducha. No había valido de nada. Por suerte al salir de cambiarme sonó el móvil. Un mensaje de Nati. Por lo visto tenía ganas de marcha. Era lo que necesitaba. Quedamos en casa y me fui directamente a buscar condones. Su culo estaba muy rico. Pero me moría de ganas de follarme aquel coñito tan jugoso.
Cuando llegué una nota de mi madre en el mueble de la entrada decía que había quedado con unas amigas para tomar algo. Mejor, pensé. Así tendría el piso para mí y a los dos nos vendría bien dejarnos espacio.
Después de la cena apareció Nati. Llevaba un pantalón vaquero y una camiseta ajustada. Como no había tenido que salir a la calle no traía ni cazadora. En cuanto entró se colgó de mi cuello y me comió los morros con avidez.
—Espero que hoy tengas condones —me dijo en un susurro al lado de la oreja.
—Una caja de doce —contesté.
—Uy, chico malo. ¿Piensas usarlos todos?
—Ya se verá… Igual no llegan —dije riendo.
Le puse una mano sobre el culo para llevarla a la habitación.
—Por aquí, princesa.
Ella riendo escapó para meterse en la habitación. En cuanto entró se sacó la camiseta. Sus hermosas tetas asomaron turgentes, desafiantes. Los pezones ya empezaban a ponerse duros esperando el combate que vendría a continuación. Yo también me deshice de la camiseta que tenía puesta y la abracé apretándome contra ella. El calor de su cuerpo pegado al mio comenzó a despertar mi virilidad. Ella apretó su pelvis contra mi para notarla.
—Parece que te alegras de verme.
—No te imaginas cuánto. Y de sentirte más aun —la besé buscando ansioso su lengua. Ella respondió al instante frotándose contra mí. El perfume de su piel era embriagador. La besé en el cuello y ella echó la cabeza hacia atrás para permitirme que besase todo lo que quisiera. Vi sus ojos cerrados disfrutando de las caricias de mis labios y eso me encendió más.
Bajé una mano hasta su pecho y tomé un pezón entre el pulgar y el índice tirando un poco mientras lo retorcía ligeramente. Eso arrancó un gemido de placer. Estaba dando con las teclas adecuadas para excitarla correctamente. Ella bajó una mano hasta mi entrepierna y encontró el bulto que sobresalía en mi pantalón. Lo acarició arriba y abajo sobre la tela. Mi polla ganó todavía más dureza. La fui llevando hasta el borde de la cama y la tumbé boca arriba. Ella se dejó hacer, entregada. Con calma solté el botón del pantalón y tiré de la cremallera. Cuando estuvo suelto de todo tiré del pantalón hacia abajo. Ella levantó ligeramente el culo para facilitarme la maniobra. Me deshice de la prenda y comencé a besar su pubis sobre la tela de la braga. Estaba empapada. Sus jadeos ganaron intensidad. Quería más.
Yo también quería más, así que comencé a bajar la única prenda que me separaba del premio gordo. Mientras tiraba hacia abajo no dejaba de besar y acariciar con la punta de la lengua su pubis y la piel que iba quedando al descubierto hasta que al fin asomó la raja. Entonces acabé de quitarle la prenda que cayó también al suelo y comencé a pasar la lengua a lo largo de toda la raja. Poco a poco mis lamidas fueron aumentando presión hasta separar los labios mayores que se abrieron como una flor. Estaba totalmente húmeda y sin dilación comencé a besar y chupar su clítoris. Una oleada de placer la atravesó como me demostró su cuerpo arqueado por los espasmos de placer.
—Joder Manu. Me matas.
—¿Quieres que pare? —pregunté aunque sabía de sobras la respuesta.
—¡Y una mierda! —contestó empujando mi cabeza contra su coño. No quería que me separase de el ni un instante. Así que seguí procurándole todo el placer posible hasta que tiró de mi cabeza hacia arriba.
—Ven. Clávamela de una vez. ¡Necesito una polla dentro ya!
No me hice de rogar. Yo también tenía el rabo como una piedra. Me subí sobre ella y con las rodillas a sus costados me puse un condón mientras ella la miraba con deseo mordiéndose el labio inferior.
—Apura joder. Que no puedo más.
—Ya va —contesté sonriendo.
En cuanto tuve el condón puesto se la metí hasta el fondo de un solo empujón. Ella lo agradeció con un grito de placer y sus uñas clavadas en mi espalda. Inmediatamente me rodeó con sus piernas para que no me separase ni un milímetro y comenzó a mover las caderas pidiendo más y más. Comencé a moverme despacio. Disfrutando de la calidez de su interior. Estaba tan lubricada que entraba sin problemas a pesar de la estrechez. Nos abandonamos a la lujuria y seguimos moviéndonos como posesos hasta que yo estaba a punto de acabar. Me pidió que aguantase solo un poco más. Hube de concentrarme para lograrlo, pero al final acabamos juntos, ella con un grito de placer y yo con una especie de estertor que se diría que con el semen se me iba la vida. En cuanto pararon los espasmos de su orgasmo la empujé un poco más al fondo y pareció sufrir una réplica de un terremoto. Protestó sonriendo y la besé.
En ese momento la puerta de la habitación se abrió de golpe. Allí de pie estaba mi madre con cara de mala uva.
—¿Qué coño pasa aquí? —gritó.
—¿Perdón? —protesté yo—. ¿Te parece normal? ¿Por qué entras sin llamar?
—Es mi casa y entro como me da la gana —yo no entendía nada. ¿Ahora se cabreaba porque me pillaba en medio de un polvo? Si había sido ella quien nos había invitado a hacerlo.
—Cálmate. ¿Quieres? Y cierra la puerta por favor —se lo pedí con toda la calma posible. La escena ya era bastante violenta y no quería montar una pelea.
—Me calmo si me da la gana. Y tú, putita de pacotilla —dijo mirando a Nati que estaba alucinada con la actitud de mi madre—. Ya te estás largando de esta casa.
La pobre Nati no sabía dónde meterse. Cogió sus cosas a toda prisa y estuvo a punto de irse corriendo desnuda. La detuve a tiempo.
—Espera. Puedes darte una ducha antes. Mi madre no te lo va a impedir. ¿Verdad? —pregunté mirándola con odio.
—Vale. Y después que se largue —aceptó ella cerrando de golpe.
Nati quería morirse. No entendía nada. Estaba hecha un manojo de nervios lloroso. La verdad es que yo tampoco. ¿Dos días antes nos incita a echar un polvo y ahora nos montaba un pollo? Aquello no tenía sentido. Intenté tranquilizar a Nati pero no paraba llorar por la vergüenza, no solo por haber sido descubierta sino también por que la echasen de casa. La ayudé a ducharse mientras le pedía perdón por lo sucedido y cuando estuvo vestida me pidió que la acompañase. No era de extrañar que tuviese miedo a encontrar a mi madre al salir.
Me puse un pantalón de deportes y salimos de la habitación. Yo pasaba mi brazo por su hombro en un gesto protector, pero mi madre no estaba a la vista. En la puerta le volví a pedir perdón y se marchó dejándome un amago de sonrisa triste. Yo estaba furioso. Nati no se merecía ese trato. Volví a entrar cabreado como nunca lo había estado. No quería ni ver a mi madre así que entré de nuevo en mi habitación. Tenía miedo de mi propia reacción. Me metí en la ducha y dejé que el agua corriese para ver si se llevaba también el cabreo que tenía, pero no valió de nada. Acabé cerrando el agua caliente y me duché con agua helada. Pero fue peor. Cuando salí de la ducha estaba todavía más enfadado. Me vestí para salir. Me iba a ir a tomar algo. No aguantaba estar en casa mientras estaba mi madre.
Cuando salí de la habitación ella estaba en el salón, sentada en el sillón muy erguida. En cuanto me oyó giró la cabeza en mi dirección.
—Tengo que hablar contigo —su voz ya no tenía ese tono de antes.
—Pero yo no quiero hablar contigo. Me largo —dije cogiendo mis llaves.
—Pues yo si quiero —elevó la voz para protestar.
—Quieres, no quieres, exiges. Estoy hasta los huevos. No va a ser siempre lo que tú quieras —grité antes de cerrar de un portazo a mis espaldas.
Desde el portal llamé a Nati, pero no me contestó. La imaginé en un mar de lágrimas de rabia en su cama, ahogando el llanto contra la almohada. Ella no tenia culpa de nada. Había sido yo quien la invitó a venir. Estaba tan ciego de furia que en ese momento hubiese golpeado a mi madre. Le mandé un whatsapp a Nati pidiéndole perdón por lo sucedido y jurándole que ella no era culpable de nada y me largué. Estuve callejeando intentando calmarme. Al cabo de una hora recibí la contestación de Nati.
—Tú no tienes la culpa. Pero no entiendo nada.
—Yo tampoco. No entiendo la actitud de mi madre. Ahora mismo la odio —contesté.
—No digas eso. Es tu madre —me sorprendió que a pesar de todo la defendiese. Yo no era capaz.
—La próxima vez te prometo un hotel de tres estrellas y pondremos un cartel en la puerta que diga prohibido madres —le dije para intentar quitar hierro y animarla.
—No creo que haya próxima vez. Creo que tu madre pensó que éramos parejay no le gusto. Pero eres un encanto. Besos.
—Ella no es nadie para decidir quien puede ser o no mi pareja. ¿Lo somos? —pregunté temiendo la respuesta. Para mi solo éramos dos amigos que disfrutábamos del sexo juntos.
—No. Pero creo que en la cama nos lo pasamos de cine. Me voy a dormir. Besos.
No creo que fuese a dormirse todavía. Era una forma de cortar una conversación que le resultaba incómoda. Le envié un emoticono con un beso y guardé el teléfono.
Entré en un par de bares a tomar algo y seguí paseando sin rumbo. No tenía ganas de fiesta. Había perdido la noción del tiempo cuando miré el reloj. Pasaba de las dos de la madrugada. Supuse que mi madre ya estaría en cama así que desanduve el camino mientras pensaba en lo que haría al día siguiente. Decidí que iría a pasar el día en la biblioteca. Tal vez estudiando consiguiese calmarme y olvidarme de todo.
Abrí la puerta intentando no hacer ruido. Una lámpara permanecía encendida en el salón. Solíamos dejarla encendida cuando nos íbamos para cama pero uno de los dos todavía no había vuelto. Supuse que mi madre la había dejado para mi como de costumbre. Fui a apagarla y al pasar junto al sillón vi a mi madre allí, mirándome. Tenia los ojos rojos. Era evidente que había llorado. Me olvidé de la lámpara.
—Hola mamá. Buenas noches. Me voy a dormir —dije secamente.
—Manu —me llamó susurrando apenas.
—¿Qué? —ya estaba listo para otra bronca.
—Tenemos que hablar —su tono era calmado. Casi de súplica. Me dio igual.
—No hay nada que hablar. Has dejado claras las normas. No te preocupes que no volverá a suceder. Total, si podía haber algo con Nati ya te encargaste de joderlo para siempre. Felicidades y buenas noches.
—Manu. Por favor. Escúchame —esa súplica sí que me sorprendió. La miré y vi que sus ojos estaban a punto de anegarse de lágrimas.
Dudé si largarme y dejarla con la palabra en la boca o esperar a ver que tenía que decir. No tenía ganas de discutir. Solo quería dormir para intentar olvidarme de lo que había pasado. Al final opté por escucharla dispuesto a cortar la conversación en cuanto comenzase a justificar su actitud.
—¿Qué pasa ahora? —pregunté sin interés.
—¿Puedes sentarte un momento? Necesito hablar contigo —no sonó como una orden. Así que me senté en el borde del sofá, alejado de ella, dispuesto a levantarme en cuanto no me gustase lo que decía.
—Ya estoy sentado —su rostro decía que no parecía muy convencida de mi disposición pero tragó aire dispuesta a hablar mientras se retorcía las manos.
—Quiero explicarte lo que pasó antes.
—No es necesario. Esta es tu casa y tú pones las normas —contesté apoyando ya las manos para levantarme y irme a mi habitación.
—No Manu. Por favor. Espera.
Sin saber muy bien por que decidí volver a sentarme. No dije nada. Solo la miraba serio.
—Por favor. Esto no es fácil para mi —comenzó—. No se trató de ninguna norma. Es más complicado y no sé como explicarlo.
—Pues comienza por el principio. Así de sencillo.
—Fue… fueron celos —dijo bajando la voz mientras se miraba las manos. Apenas entendí lo que dijo.
—¿Qué? —creí que había entendido mal.
—Celos —repitió en voz un poco más alta. Seguía mirando sus manos mientras retorcía el fondo de su vestido, nerviosa. Sus ojos estaban vidriosos por el llanto—. Tuve un ataque de celos.
—¿Celos de quién? —no lo acababa de entender. ¿Le molestaba que yo tuviese sexo mientras ella no tenía con quien quitarse las ganas?
—Sentí celos de Nati —confesó con las lágrimas cayendo ya libres—. Después de lo que pasó la otra noche, verte ahí con ella, disfrutando lo que yo deseaba pero no podía tener... Lo siento mucho. Perdí los papeles y lo pagué con vosotros.
—La otra noche íbamos borrachos —yo sabía que no iba tan borracho pero quise brindarle una escapatoria honrosa.
—No, Manu. Yo no iba tan borracha. Había bebido pero era plenamente consciente de lo que hacía. Ver a Nati y al pobre diablo aquel me excitó mucho. Por eso os invité a que lo hicieseis en casa. Después no pude controlar las ganas de espiaros mientras lo hacíais y me encendí más todavía. Lo de después fue totalmente consciente —volvió a bajar la cabeza, avergonzada—. Y debo pedirte perdón por lo de hoy.
—No mamá. A mi no tienes que pedirme perdón —ella levantó la cabeza con un brillo de esperanza en los ojos, pensando que todo había sido olvidado—. Es a Nati a quien le debes pedir perdón. La pobre lo está pasando muy mal sin tener culpa de nada. Ahora mismo se siente una mierda. Había sido yo quien la había invitado a venir y ahora se siente como una mierda. Pídele perdón a ella y si ella te perdona, yo también lo haré.
—Sí. Tienes razón —contestó algo más animada—. Gracias Manu. Necesitaba soltarlo todo. Te quiero, hijo.
—No hay que darlas. Discúlpate con Nati y aquí no ha pasado nada —dije levantándome para irme a dormir.
—¿No me das un beso de buenas noches? —pidió tímidamente.
—¿Eh? Claro —respondí yendo hacia su sillón.
Ella se puso en pie y cuando estuve a su lado se colgó de mi cuello abrazándome como si tuviese miedo a perderme para siempre. Sentí su cuerpo estremecerse por el llanto apagado. Pasé mis brazos por su espalda para corresponder al abrazo aunque estaba demasiado rígido y ella se abrazó más fuerte a mí.
—Gracias, cariño —me susurró al oído—. Tenía miedo de perderte.
—No me perderás mamá. Te quiero —contesté antes de besarla en la mejilla. Ella me agarró la cabeza y me dio un pico en los labios.
—Buenas noches, cielo.
—Buenas noches, mamá.
Al día siguiente me levanté más animado. Desayuné solo y me fui a la biblioteca dejando una nota para mi madre que seguía en cama. Estaba dispuesto a hacer las paces con ella, pero no hasta que pidiese perdón a Nati. Eso era innegociable. Nati no se merecía el trato que le había dado. Era lo menos que le debía.
La mañana se pasó más rápido de lo que esperaba. A mediodía el móvil vibró en mi bolsillo. Miré el reloj y vi que era hora de volver a casa. Le envié un mensaje a mi madre para avisar de que salía para casa y vi el aviso. Tenía un whatsapp de Nati.
—Ha venido tu madre a pedirme perdón. Es una persona maravillosa. Todo solucionado. Besos.
—No sabes como me alegro. Le dije que no la perdonaría si tú no lo hacías. Besos.
Al final todo se había arreglado. Ya estaba más animado. Al llegar a casa me sorprendió oír a mi madre tarareando una canción mientras acababa de cocinar. Dejé mis cosas en el salón y fui a saludarla en la cocina. En cuanto me vio se colgó de mi cuello.
—Hola cielo —me saludó alegre dándome un piquito—. ¿Qué tal en la biblioteca? He hablado con Nati y le he pedido perdón. Es una chica genial.
—Lo sé mamá —contesté animado—. Me ha mandado un mensaje avisándome. Por lo visto ahora os lleváis muy bien. Y me alegro mucho.
—Yo también, cariño. No sabes cuanto siento el espectáculo bochornoso que os hice pasar.
—Ya está olvidado. No te tortures por eso. Lo importante es que se haya solucionado.
—Anda. Ve a asearte que vamos a comer —ordenó dándome una cariñosa palmada en el culo.
Comimos juntos como si nunca hubiese sucedido nada. Mamá ese día estaba radiante, alegre. Por lo visto haber arreglado las cosas con Nati le había devuelto el buen humor de siempre y eso me hacía feliz. Tomamos el café en el salón charlando de mil tonterías hasta que llegó la hora de volver a la biblioteca.
—¿Por qué no te quedas a estudiar en casa? —preguntó mi madre.
—Me concentró mejor allí, mamá. No hay tanto ruido de tráfico y me cunde más el tiempo.
—Como prefieras —parecía algo decepcionada—. ¿Quieres algo especial para cenar?
—Me da igual. Sorpréndeme —contesté antes de darle un pico y marcharme.
La tarde transcurrió igual que la mañana. Estaba ya más tranquilo al saber que todo se había solucionado y me centré más en el estudio. Cuando ya comenzaba a anochecer recogí mis cosas y me marché. Cuando salí envié un mensaje a mi madre para avisarla y me puse en marcha. Quince minutos más tarde abría la puerta de casa.
—Hola mamá. Estoy en casa —saludé desde la entrada.
—Hola cielo. Estoy en la cocina —respondió ella. Su voz era cantarina, alegre.
Cuando llegué a la puerta de la cocina mi boca se abrió hasta que la mandíbula casi chocó con el suelo. Allí estaban mi madre y Nati. Las dos sonrientes, ataviadas con sendos delantales. Nada más…
—¿Y esto? —yo no salía de mi asombro.
—¿Te gusta la cena que te hemos preparado?
—¿La cena? ¿Qué cena? A la mierda la cena —contesté balbuceando—. Prefiero comerme a las cocineras.
Ellas respondieron riendo alegres por haberme sorprendido. ¡Cualquiera no se sorprende!
—¿Pero qué pasa aquí? —pregunté cuando conseguí cerrar la boca.
—¿No te gusta? —preguntó Nati con un mohín encantador dándome un pico.
—¡Joder! Gustarme es poco. Esto es un sueño.
—Pues hala. A cenar —contestó mi madre dándome otro pico mientras se colgaba de mi cuello.
—Estáis como cabras —acerté a decir—. Pero me encanta. Para que negarlo.
La mesa estaba puesta y me obligaron a ir a asearme mientras acababan de colocar un par de cosas. Por supuesto yo no estaba preparado para esa sorpresa y me costó concentrarme en lo que hacía. ¿Qué hacía? ¿Me desnudaba? Creí que era mejor no hacerlo puesto que no me lo habían ordenado, así que opté por ponerme un pantalón de deporte y una camiseta.
Cuando volví ellas estaban ya sentadas a la mesa juntas dejando para mi el otro lado de la mesa frente a a ellas. Me senté sin dejar de mirar aquellos dos cuerpos esculturales apenas tapados por la poca tela de los delantales.
—¿Me podéis explicar qué pasa aquí?
—Come. Vas a necesitar fuerzas cuando venga el postre —me ordenó Nati. Las dos se rieron.
—Por la mañana hablé con Nati —explicó mi madre con calma sin dejar de sonréir—. Fue una charla muy larga. Le pedí perdón y le expliqué que me había sucedido.
—¿Todo? —pregunté sorprendido.
—Todo —reconoció mi madre—. Necesitaba confesarme, desnudar mi alma para poder ser capaz de perdonarme yo misma. Resultó que Nati es una persona maravillosa —en ese momento Nati acarició el brazo de mi madre agradeciendo el comentario—. Y no me juzgó. Creí que se escandalizaría, pero no. Dijo que me comprendía y que no le diría ni una palabra a nadie.
Yo a penas comía nada. Llevaba la comida a la boca mecánicamente. Pero creo que si me hubiesen puesto piedras las habría comido sin darme cuenta.
—Entonces nos abrazamos haciendo las paces —siguió contando Nati—. Y como estábamos en plena racha de confesiones yo también hice una. Que soy bisexual y que me sentía atraida por tu madre.
La comida ya no llegó a mi boca. Quedó abandonada en el plato. Las dos sonreían mirando al idiota que tenían enfrente.
—Yo también lo soy —confesó ahora mi madre—. Y reconozco que Nati también me pone mucho. De hecho la otra noche me masturbé pensando en los dos. No solo en tí.
—Y una cosa llevó a la otra. Y… —dijo Nati haciendo una mueca encantadora.
—Y os enrollasteis —concluí yo.
—Como dos perras en celo —confesó mi madre mientras Nati se partía de risa—. Así que cuando acabamos decidimos hacerte una cena sorpresa.
—Pues menuda sorpresa —confesé yo admirado—. Esto no lo hubiese esperado en la vida.
Las dos mujeres se miraron sonriendo. Mi madre guiñó un ojo a Nati y esta asintió. Se levantaron las dos y se acercaron a mi, cada una por un lado.
—Y ahora el postre —anunció mi madre.
Tiraron de mí hacia el dormitorio de mi madre. Yo iba en un sueño del que no quería despertar. Cuando llegamos me acercaron a la cama. Mi madre comenzó a besarme. Su lengua entró en mi boca ansiosa de recuperar el tiempo perdido mientras tiraba de mi camiseta hacia arriba. Por debajo pude notar como Nati levantaba mis pies para descalzarme y luego tiraba del pantalón hacia abajo para dejarme completamente desnudo. Yo colaboré levantando los pies.
Mi madre comenzó a acariciarme el pecho con los labios cuando noté que Nati agarraba mi miembro con una mano y se lo introducía en la boca. Mi madre siguió acariciándome y besándome. Después de un minuto me tumbaron sobre la cama. Mi madre ocupó el lugar de Nati encargándose de mi polla mientras Nati se ponía de rodillas sobre mi boca invitándome a comerme aquel coñito que me encantaba. No lo dudé ni un instante y me lancé a por el. Pude comprobar que ya estaba excitada. Me pasó por la cabeza que tal vez habían estado jugando mientras me esperaban. No tardé en lograr que Nati tuviese un orgasmo y yo estaba a punto de correrme también así que avisé a mi madre.
—Voy a correrme —dije casi sin aliento.
Nati se giró para atender también mi polla. Ahora la lamían entre las dos y se turnaban para chuparla. No tardé ni un minuto en soltar todo. Para mi sorpresa las dos se lo tragaron todo y cuando acabé de soltar la última gota se lo intercabiaron en las bocas mientras se besaban. Era una imágen inolvidable.
Decidí devolverle el favor a mi madre y me tumbé entre sus piernas mientras Nati se encargaba de su pecho. De vez en cuando levantaba la mirada y veía como aquellas dos mujeres se acariciaban el pecho mutuamente y se besaban. Mi madre no tardó en sentir los efectos de las atenciones que le estaba dedicando a su clítoris y terminó corriéndose también.
—¿Estás listo para un segundo asalto? —preguntó Nati acercandose como una gata en celo.
—A ver… dije señalando mi polla.
Ella miró hacia abajo y se metió de un solo empujón todo mi rabo en la boca. Se lo sacó al momento y miró a mi madre.
—Creo que esto está listo —sonrió pícaramente—. ¿Lo quieres?
—Pero ya —reclamó esta impaciente.
Me eché sobre mi madre apuntando con el miembro hacia su vagina. Lo dejé entrar despacio. Dsifrutando de los gemidos de placer que emitía ella. Hacía mucho tiempo que una polla no entraba allí. El coño era más estrecho de lo que yo esperaba y me proporcionaba un placer inmenso. Nati se colocó a horcajadas sobre la boca de mi madre para que esta le comiese el coño, cosa que ella comenzó a hacer sin hacerse de rogar. De vez en cuando yo me echaba un poco más adelante para ayudar a mi madre lamiendo el coñito de Nati. Cuando hacía eso mi polla entraba más profundamente en el de mi madre arrancando gemidos de placer.
Por suerte conseguí que mi madre se corriese antes que yo. Eso me dio un momento de respiro. Enseguida fue Nati quien quiso ocupar el puesto de Tere. Se puso a cuatro patas ante mi invitándome a entrar. No me hice de rogar.
—¿Por dónde la quieres? —pregunté.
—Hoy te dejo elegir agujero —contestó meneando el culo insinuante.
Sin dudarlo me lancé a por el coño. Acaricié los labios menores ya expuestos, brillantes de líquidos, ansiosos por recibir mi polla y tras unas caricias en el clítoris con la punta de mi rabo, la ensarté de golpe arrancándole un grito de sorpresa y placer. Mientras tanto mi madre se había colado bajo ella con la cabeza hacia el coño en un perfecto 69. De vez en cuando sentía su lengua acariciando mis huevos o sentía el aliento que se escapaba de su boca cuando Nati aprovechaba para comerselo a ella.
—Rómpele el culo mientras yo me como este coñito precioso —dijo de repente mi madre.
Nati giró la cabeza para mirarme un instante. Vi deseo en su mirada. Y a fin de cuentas me había dado permiso antes, así que abandoné su coño para dejar sitio a mi madre. Metí un dedo en su ojete que se cerró alrededor como si quisiera arracármelo pero gimió de placer mientras lo movía a un lado y a otro incitándome. Entre mi madre y yo estábamos torturándola de placer. Su culo se alfojó hasta que fui capaz de meter un segundo dedo. Masajeé hasta que se dilató lo sufiente como para admitir la cabeza de mi rabo y sin esperar más empujé hasta que entró todo el glande.
Nati soltó un grito de dolor, sorpresa y placer. Yo me quedé quieto un instante hasta que fue ella misma la que comenzó a empujar el culo hacia atrás para ensartase más y más. En esa posición comencé a bombear mientras ellas se comían los jugosos coños. No tardé en estar a punto de correme y se lo hice saber.
—Voy a correme otra vez —dije
—Dámelo todo. Lléname el culo, cabrón —contestó Nati.
No esperé más. Con un estertor me vacié dentro de su culo y me quedé quieto, esperando mientras veía a las dos mujeres dándolo todo para proporcionarse un nuevo orgasmo. Esta vez fue Nati la primera en correrse. Los espasmos de placer del orgasmo hicieron que un hilo de semen comenzase a brotar de su culo abierto de par en par resbalando por el perineo hasta caer en la boca de mi madre que los recibió encantada. Un momento después era ella la que arqueba la espalda enloquecida de placer por el orgasmo que Nati le estaba regalando.
Acabamos los tres enredados, rendidos y felices sobre la cama mientras recuperábamos el aliento.
La primera en hablar fue Nati.
—Joder. Que maravilla. Nunca me habían petado el culo mientras me comían la almeja.
—¿Y te ha gustado? —preguntó Tere.
—¿Gustado? Gustado es poco. Deberías probarlo.
—Es que mi culo es virgen —confesó Tere.
—¿Nunca has probado a meterte nada por detrás? —pregunté yo sorprendido.
—No. Nunca. Me da algo de miedo.
Yo estaba acariciando el culo de Tere y una teta de Nati. Esta me miró con un brillo de picardía en ellos ojos que entendí al instante. Sin dudarlo más seguí acariciando el culo de Tere y cuando creí que estaba despistada me llevé un dedo a la boca para lubricarlo y lo clavé sin piedad en el ojete de Tere. Ella pegó un grito de sorpresa mientras apretaba las nalgas intentando sacar de allí al intruso. Yo dejé solo la primera falanje dentro.
—Cabrón. Saca ese dedo de ahí —protestó Tere.
—Relájate —recomendó Nati—. Verás como si te relajas te gustará.
Tere me miró con odio pero hizo lo que le pedía Nati sin protestar. En el fondo también sentía curiosidad. Poco a poco su gesto fue cambiando hasta que comenzó a mover ligeramente el culo como si quisiese acomodarse.
—¿Te gusta? —preguntó Nati.
—No me desagrada. Pero este hijoputa me pilló por sorpresa —protestó dándome un manotazo en el brazo—. Sácalo, por favor. Tal vez otro día me anime. Pero hoy no.
—Como quieras —dije yo retirando despacio el dedo. La cara de Tere decía que le gustaba el movimento.
Como sentía el culo más relajado, volví a meterlo de nuevo, despacio, hasta la misma profundidad. Esta vez Tere soltó un soplido de placer y sorpresa, pero no protestó.
—Anda. No seas cabrón —me dijo mirándome—. Sácalo ya. Tal vez un día te deje que me lo rompas. Pero me da miedo que duela. Así que habrá que ir acostumbrándolo.
—No temas. Lo haremos con cuidado para que sea agradable —contesté mientras retiraba el dedo y le daba un beso en la boca.
Abrazados en un lío de brazos, piernas y cuerpos sudorosos y desnudos nos quedamos dormidos.
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