Aquí va la tercera y, de momento, última entrega. Tengo alguna cosa en mente para continuar esta historia. Pero de momento es poca cosa como para armar un relato completo. Gracias por leerme. Deseo y espero que os guste.
Despertamos convertidos en una madeja de miembros y torsos desnudos dándonos calor mutuo como una camada de conejos, creo que la comparación viene al pelo. Yo fui el primero en despertar. Una de mis manos agarraba un pecho demasiado grande para ser el mio. El pezón estaba duro. Creo que la dueña seguía soñando con la batalla de la noche anterior.
Levanté la cabeza y el espectáculo que tenía a mi disposición era maravilloso. Quería despertar siempre así. Dos mujeres hermosas abrazadas a mi y entre ellas, los tres mezclados. Sus pieles desnudas para placer de mi vista.
Por supuesto tenía una erección mañanera que desaparecería en cuanto fuese a aliviar mi vejiga, que era algo que en ese momento me urgía bastante. Intentando no molestarlas me fui apartando del amoroso grupo con cuidado.
Cuando al fin lo logré entré en el baño y descargué a placer la vejiga antes de ir a preparar el desayuno. Las dos mujeres que seguían durmiendo se lo merecían. Se lo habían ganado de sobras. Preparé café, hice zumo y unas tostadas. Preparé la mesa y en cuanto estuvo todo listo entré de nuevo en el dormitorio. Yo seguía desnudo. Levanté un poco la persiana para dejar entrar algo de claridad que las despertase sin llegar a deslumbrarlas.
La primera en abrir un ojo fue mi madre. Le di un piquito de buenos días y me contestó sonriente. Después hice lo propio con Nati. Esta se quedó un momento en suspenso, pensando en dónde estaba. Cuando al fin su cerebro comenzó a funcionar a velocidad normal cogió mi cara y dejó también un beso en mis labios. Después se besaron ellas con un piquito. Verlas hizo que mi verga resucitase. Las dos se dieron cuenta y bromeando se giraron hacia mí levantando el pecho orgullosas.
—¿Querías algo, cariño? —preguntó Tere retándome.
—Serán cabronas… —contesté—. Venía a avisaros de que el desayuno está listo. Pero si preferís otra cosa en lugar de café… —mostré mi polla moviéndola a derecha e izquierda.
Las dos se rieron y bromeando se levantaron. Igual que yo, tenían la vejiga a reventar, así que Nati fue al baño de mi dormitorio mientras Tere hacía uso del suyo. Yo me fui a esperarlas en la mesa. No tardaron en aparecer las dos, preciosas en su desnudez, orgullosas de mostrar sus cuerpos perfectos. Sentí que mi virilidad comenzaba a despertar de nuevo. Por suerte para mí el tablero de la mesa me ocultaba. Se sentaron frente a mí.
—Caramba como nos cuida el hombre de la casa —dijo Tere en cuanto vio la mesa puesta.
—Para mí que el chaval pretender engatusarnos para acostarse con nosotras —bromeó Nati.
—Mmmm.. puede ser —admití siguiendo la broma.
Se prepararon unas tostadas y se sirvieron café.
—¿Tenemos leche? —preguntó Tere mirando la mesa. Me había olvidado de sacarla de la nevera.
—Será por leche —contesté levantándome para ir a buscarla.
—Anda, mira. Aquí viene —rio Nati viendo mi miembro ya levantado.
Tere también rio de buena gana.
—Venga. Pasa por aquí que yo la quiero templada —dijo llamándome con una mano.
—No te atreves —la reté pensando que todo era parte de una broma.
—¿Qué no? Verás tú —me agarró la mano y me atrajo hacia si.
Sin esperar nada se metió mi polla en la boca y comenzó a chupar como si le fuese la vida en ello. Tuve que sujetarme apoyando mis manos en sus hombros. La vista comenzaba a nublárseme de placer. Nati acercó las dos tazas y se colocó detrás de mí apoyando sus pechos en mi espalda mientras me acariciaba el pecho. Debo reconocer que por las mañanas mi aguante es más bien escaso. Eso unido a la maestría de mi madre hizo que en apenas tres minutos estuviese a punto de soltarlo todo.
—Me voy a correr —advertí.
—Suéltalo todo. Queremos tu leche —sonó la voz melosa de Nati en mi oído. Tere miró hacia arriba para comprobar que efectivamente estaba a punto de descargarme en su boca.
Sin poder aguantar más me corrí como si llevase un mes sin hacerlo. Tere aguantó su boca cerrada en torno a mi falo mientras yo me descargaba totalmente. Después se retiró despacio. Sus mejillas se veían abultadas por el contenido. Miró sonriendo con los ojos a Nati que levantó las dos tazas indicando que ella también quería probar mi leche. Después inclinó su cabeza sobre las tazas y dejó salir el semen como un hilo repartiéndolo entre ambas tazas. Cuando acabó ofreció su boca a Nati que se lanzó ansiosa a por ella fundiéndose en un apasionado beso para repartirse las últimas gotas que quedaban en la boca de Tere.
Después muy altivas se sentaron de nuevo a la mesa revolviendo con parsimonia el café mientras no me sacaban ojo de encima. Yo las miraba alternativamente alucinando. Cuando terminaron se llevaron a la vez la taza a los labios y bebieron sin dejar de mirarme con un brillo de picardía en los ojos que me volvía loco.
—Joder. Me lo cuentan y no me lo creo —admití.
—Nunca apuestes contra tu madre, nene —me soltó Tere sonriendo mientras me guiñaba un ojo.
—Descuida que no lo haré. Prometido —juré con la mano en alto. Aquellas dos mujeres eran lo mejor que me podía haber pasado. Reconocía que tenía mucha suerte.
Seguimos desayunando con normalidad, o con toda la normalidad posible dadas las circunstancias, mientras hacíamos planes para el día cuando me di cuenta de algo.
—Joder, Nati. No nos acordamos de los condones —confesé preocupado cuando lo recordé de repente.
—Menos mal que sabiendo lo que iba a pasar después del otro día, comencé a tomar la píldora.
—Sí —dijo Tere—. Menos mal que alguien piensa un poco. Que si por este es iría por ahí dejando preñada a cuanta mujer se le pusiese a tiro.
—Eh —protesté—. Que a mí no me vale cualquier mujer.
—¿Qué quiere decir eso? —preguntó Nati con una sombra de preocupación en el rostro.
—Quiere decir que necesito sentir algo más que atracción. Al menos cariño.
—¿Pretendes que seamos novios? —sentí miedo en su voz.
—No. A mí me vale lo que tenemos. Pero sí que te tengo cariño. Siempre nos llevamos bien aunque no fuésemos amigos íntimos. ¿O no es así?
—Ufff. Que susto. Yo también te tengo, bueno, os tengo cariño. Pero por un momento creí que pretendías pedirme matrimonio —dijo bufando.
—Bueno. No sería mal apaño. ¿No? Opinó mi madre. Aquí viviríamos los tres juntos en comuna y a nadie le extrañaría —dijo antes de soltar una carcajada que nosotros secundamos. Lo cierto es que no me parecía mala idea. Pero por si acaso me callaría.
No sabía lo que podría durar esa situación, pero estaba dispuesto a disfrutar cada segundo. Me explicaron que Nati había avisado en casa de que dormiría en casa de una amiga, lo cual no era mentira aunque no fuese la amiga en la que podían pensar sus padres. Después de una ducha se marchó tras darnos un morreo a cada uno. Tere y yo fuimos a ducharnos, cada uno en su baño, y me largué a la biblioteca. Sabía que en casa no lograría concentrarme y lo cierto es que en la biblioteca tampoco lo logré. A cada instante venían a mi mente las imágenes de la noche anterior como fogonazos de placer que lograron que se me pusiese dura como una piedra. Me obligué a fijar la atención en los apuntes para que aquello bajase. Me costó pero lo logré. Cuando salí para ir a comer revisé el móvil y tenía un par de mensajes de mi madre. Uno de ellos era para preguntarme que deseaba comer. En el siguiente venían dos fotos. Una de sus tetas y otra de su coño. Pro supuesto le contesté que de primero tetas y de segundo coño. De postre me habría encantado su culo, pero siendo virgen era complicado y no quería joderlo todo por insistir.
—Ya estoy en casa —anuncié al llegar a casa y dejar las llaves en la puerta.
Enseguida apareció mi madre a recibirme. Llevaba solamente una camiseta grande que a duras penas ocultaba su sexo y una sonrisa.
—Por lo que veo te has aficionado a ir ligerita de ropa.
—¿No te gusta? —preguntó haciendo un mohín de pena más falso que un billete de tres euros.
—Me encanta —contesté estrechándola contra mí para darle un beso en la boca al que contestó metiendo la lengua en mi boca en busca de la mía.
—Bueno, pues vamos a por el primero —dije agarrando una teta.
—¡Niño! Las manos quietas —protestó riendo aunque se mordió el labio inferior en un gesto de placer.
—¿No quedamos en que era el primero? Tengo ya ganas del segundo.
—Anda. Primero lávate las manos y vamos a comer. En un plato —especificó muerta de risa.
—¿Entonces por qué te has vestido así?
—No me he vestido en toda la mañana. Me encanta esta sensación de libertad que da vestirse así. Si no te importa, claro.
—¿A mí? Me encanta. Creo que haré lo mismo.
—Para el carro. Eso no quiere decir que vayamos a pasar el día follando como conejos.
—¿Ya empezamos con las restricciones? —pregunté preocupado.
—No, cielo. Pero tampoco vamos a dejar de hacer otras cosas. La vida no se limita al sexo. Si prefieres me visto más formal.
—No, mamá, no es necesario. Tienes razón. Si prefieres andar en bolas por la casa no me importa. De verdad —le aseguré dándole un pico.
—Vale. Pues vamos a comer —dijo sonriente mientras salía en dirección a la cocina.
Entré en mi dormitorio y dejé mis cosas sobre la cama para ir a lavarme las manos. Cuando volví me quedé mirando la cama. ¿No sería mejor pasar a dormir con mi madre?
Cuando nos sentamos a la mesa se lo planteé.
—Mamá. Una pregunta… ¿Qué te parece si a partir de ahora compartimos cama?
—Vaya. Pues la verdad es que no lo había pensado. ¿Te gustaría?
—¿Lo preguntas en serio? Me encantaría.
—No sé. Nunca he dormido acompañada. Bueno, salvo esta noche pasada —pensó en voz alta con una sonrisa que la delataba—. Déjame pensarlo. ¿Vale?
—De acuerdo —no quería forzar la situación así que no insistí. Lo dejé quedar como una simple idea.
Por la tarde llamé a Nati y quedamos para tomar algo. Quería agradecerle que hubiese perdonado a mi madre y que la hubiese convencido para que diese rienda suelta a sus deseos. Ella me aseguró que no había sido difícil. En realidad mi madre estaba deseando que alguien le diese ese empujón para tirarse de cabeza en mis brazos. La sociedad impone unas normas que a veces van en contra de nuestros deseos y cuesta mucho sentirse libre de romper esas normas. Para mi madre había sido una liberación. Y estoy seguro que meter a Nati en nuestros juegos, un sueño cumplido.
—Por cierto —pregunté con genuina curiosidad—. ¿Qué ha sido de Toni?
—¿Toni? Ah. Ya sé quien dices. Nada. Ese fue un rollo de una noche y ya viste para que valía —dijo muerta de risa al recordarlo.
—¿Y cómo es qué yo no fui solo un rollo también? —tenía verdadera curiosidad. Ella podía tener los tíos que quisiese. Le bastaba chascar los dedos para tenerlos a sus pies.
—Tú fuiste distinto a los demás. Por eso me apetecía volver a hacerlo contigo —confesó con un ligero rubor en las mejillas.
—¿Distinto? ¿En qué? —su confesión me pilló por sorpresa.
—Tú fuiste el único hasta ahora que se preocupó de complacerme. Todos los tíos que he conocido presumen de polla y creen que con un buen tamaño ya estás más que satisfecha. En realidad lo único que hacen es masturbarse usando tu cuerpo. Tú fuiste el único tío que conocí que me acariciaba para proporcionarme placer. Intentabas que yo gozase tanto como tú del sexo. Querías que me corriese también. Y por eso lo conseguiste. No eres el más dotado de los tíos que he conocido. Pero sí el mejor con el que he estado. Por eso me gusta hacerlo contigo—mi ego llegó a las estrellas. Nunca hubiese esperado esa respuesta.
—Vaya… Creo que me has dejado sin palabras. No esperaba esa respuesta —y era sincero.
—Anda, tonto. No te vayas a creer que me he enamorado de tí —me advirtió riendo—. Pero me gusta como lo haces. Por eso empecé a tomar la píldora. Voy a exprimirte —dijo divertida guiñándome un ojo.
Era sencillo hablar con ella. Era una mujer sencilla, divertida, abierta, sin pelos en la lengua y que llamaba a las cosas por su nombre. No habría sido difícil enamorarse de ella. Pero lo que teníamos iba más allá del amor. Era una compenetración total. Nos entendíamos a la perfección y no teníamos tabús. Yo estaba encantado y creo que ella también.
Las vacaciones de navidad se acabaron y volvimos a la rutina laboral. Yo a los estudios, mi madre a su trabajo en una oficina y Nati... Nati no había dejado de trabajar en todas las vacaciones. Trabajaba en un centro comercial y el comienzo de las rebajas hizo que no la viésemos tanto. Porque mi madre y ella se enrollaban en cuanto podían. A veces éramos los tres los que compartíamos cama. Pero la mayor parte de las ocasiones éramos mi madre y yo los que nos devorábamos a besos y caricias. Finalmente mi madre estuvo de acuerdo en que compartiésemos cama y solíamos dormir abrazados.
En ocasiones nos acostábamos haciendo la cucharita y sin poder evitarlo yo acababa empalmado con mi polla apoyada en el culo de mi madre. Ella solía agarrármela y la acomodaba para que le acariciase la raja. Se frotaba contra ella y terminaba quedándose dormida. Y yo con un dolor de huevos de campeonato. A veces me preguntaba si lo que pretendía era que la follase dormida, pero descarté esa idea. Si quería marcha lo hubiese agarrado y se lo hubiese metido hasta el fondo.
El invierno acabó y llegó la primavera. Me costó centrarme en los estudios pero conseguí aprobar todo aunque las notas bajaron algo. Mi madre no me lo reprochó porque sabía de sobras cual había sido el motivo. Eso sí, me advirtió que si suspendía se acababa el sexo para que me concentrase en los estudios. No hacía falta más advertencia. Aunque me costase debía aprobar. El castigo para mí sería demasiado duro.
Un día, en abril, mi madre me sorprendió.
Yo estaba en casa cuando ella llegó de trabajar. Me saludó con un pico y dejó sus cosas en la habitación. Como el día era caluroso se dio una ducha y después se puso tan solo una camiseta vieja que usaba para estar en casa más cómoda. Cuando acabó vino al salón y se sentó a mi lado.
—Manu. Quiero contarte algo —me dio un vuelco el corazón. ¿Serían malas noticias?—. He estado investigando por internet porque quiero probar una cosa.
—¿Qué cosa? Mira que la mitad de lo que encuentras por ahí es mentira.
—Quiero probar el sexo anal. Pero tienes que prometerme que me dejarás llevar las riendas. Quiero hacerlo a mi ritmo. Y si no puedo paramos. ¿De acuerdo?
—Por supuesto. Lo que tú digas —solo de pensarlo ya me estaba poniendo cachondo.
Sin decir nada más se levantó y cogió una silla en la cocina.
—Ven —me llamó—. Desnúdate y siéntate ahí.
Yo hice lo que me pidió y esperé. Ella se quitó la camiseta y se sentó sobre mis piernas sin permitir que mi miembro entrase en ella. Todavía no estaba lo suficientemente excitada. Nos besamos y comenzamos a acariciarnos. No tardó en subir la temperatura. Yo ya estaba como un burro y mi mano me dijo que ella también estaba chorreando. En ese momento se sentó sobre mí haciendo que su coño envolviese mi polla. Se quedó quieta, bien empalada hasta el fondo, con los ojos cerrados. Disfrutando cada milímetro de contacto entre nuestros sexos. Después de un par de segundos cogió mi mano y se la llevó a la boca. Chupó mi dedo índice dejándolo bien ensalivado y se lo llevó hacia el culo.
Entendí lo que deseaba y se lo metí, despacio, mirando su cara. Sus ojos permanecían cerrados. Pero su gesto cambió. Sus cejas se fruncieron un poco al sentir al intruso en sus entrañas. Pero se relajó enseguida.
—Mételo más —susurró en mi oído con voz ronca de placer.
No me hice repetir la orden y empujé despacio hasta que entró del todo. Entonces comencé a moverlo despacio adelante y atrás follándola con el dedo. Lentamente su culo se fue relajando. Ella se movía ligeramente para sentir mi polla mas adentro de su coño. Pero lo hacía despacio para alargar lo más posible el contacto.
—Otro. Mete otro más —me pidió sin abrir los ojos.
Lubriqué un nuevo dedo y empecé a penetrarla con los dos. Sus cejas volvieron a fruncirse, soltó un pequeño grito de dolor y me detuve, temeroso de hacerle daño.
—No pares. Sigue —me pidió.
—¿Te gusta?
—Mmmm… Me encanta —admitió—. Lo estás haciendo muy bien. Sigue así.
Animado seguí metiendo los dos dedos sin perder de vista su rostro. Era el perfecto reflejo del placer. De repente abrió su boca y buscó la mía para ahogar un grito que se quedó en un gemido, mezcla de dolor y placer. Seguimos besándonos mientras follaba su culo con los dedos durante un par de minutos. Poco a poco su culo fue relajándose hasta que los gemidos eran de inequívoco placer.
—Creo que ya está listo para que la metas —dijo tirando de mi mano. Al sentir los dedos resbalando hacia fuera se le escapó un suspiro y sus piernas se pusieron rígidas.
—Uuuuu…—exclamó con los ojos abiertos por la sorpresa de una sensación que no esperaba—. Con eso no contaba yo —dijo cuando los dedos salieron completamente.
—Parece que tienes el culo más sensible de lo que esperabas.
—Eso parece, sí.
—Ven —me llamó cogiéndome de la mano.
Se sentó sobre la mesa del comedor y se echó de espaldas dejando el culo en el borde. Después tiró de las piernas hacia arriba sujetándolas con sus manos, mostrándome su sexo abierto y su culo preparado para recibirme.
—Ven. Métela —me invitó. La visión de su sexo húmedo era fantástica.
Me acerqué y apoyé la punta de mi miembro en el agujero que me esperaba palpitante. La tomé por las caderas y empecé a empujar. Su rostro se contrajo en una mueca de dolor. Todavía no había entrado casi nada.
—¿Quieres que pare?
—No —negó moviendo la cabeza con violencia—. Despacio, pero no pares. Yo te avisaré si no puedo.
Seguí empujando con miedo a hacerle daño. Su rostro seguía crispado pero pedía más. Cuando todo el glande hubo entrado me detuve un instante. Su expresión se había relajado un poco. Respiraba aceleradamente. Yo aparté una mano de sus caderas para comenzar a acariciar su clítoris. Eso pareció animarla a seguir.
—Gracias cielo. Eso se siente muy bien. Empuja otro poco —sonrió desmayadamente.
Volví a empujar con calma. Estaba muy apretado pero ella no se quejaba. Su respiración era agitada. Le costaba pero deseaba tener aquel trozo de carne enterrado hasta el fondo de su culo. Y yo no iba a defraudarla, por supuesto. Aceleré el movimiento de mi dedo en su clítoris para que el placer tapase en lo posible el dolor.
—Más, más —pedía cuando yo me detenía un segundo para que su culo se acostumbrase a mi polla.
Así, poco a poco entró todo el tronco hasta que mis pelotas chocaron con sus nalgas. Entonces me detuve permitiendo que el ano se adaptase al intruso. Mi dedo dejó el botón del placer para comenzar a hurgar el interior de su vagina en un mete saca lento pero continuado.
—Dale —me invitó decidida.
Yo comencé a bombear lentamente mientras el culo acababa de adaptarse a mi polla. Poco a poco los gemidos de dolor fueron convirtiéndose en aullidos de placer. Soltó sus piernas para agarrase al borde de la mesa intentando acelerar mis embestidas. Consciente de ello, yo la sacaba ya casi del todo y volvía a meterla de un tirón. Sus gemidos eran cada vez más fuertes. Se notaba que estaba empezando a disfrutarlo de verdad. Yo seguía masturbando su coño sin descanso.
—Me voy a correr, cielo. Mamá se va a correr —dijo jadeando con los ojos como platos.
—Hazlo. Córrete para mí —la animé—. Yo también estoy a punto.
—Pues lléname. Llena el culo de tu madre —su vocabulario se volvía más obsceno por momentos encendiéndome más—. Dáselo todo a mami. Dámelo.
Por fin llegó su orgasmo. Su cuerpo se arqueó como un puente cuando explotaron todos sus sentidos, su culo se contrajo como si quisiese arrancarme la polla y volvió a relajarse al poco. Seguí bombeando consciente de que me faltaban escasos segundos para soltarlo todo. Ella se retorcía de placer mientras yo seguía empujando y retirando mi rabo dentro de su culo alargando su orgasmo. Finalmente no logré aguantar más y de un solo empujón la clavé hasta el fondo arrancando un largo gemido de placer de mi madre mientras mis huevos se vaciaban totalmente dentro de su culo.
—Puedo sentirlo —dijo—. Puedo sentir tu leche dentro de mí. Que placer, dios mio. Esto es increíble.
Esperé hasta que no quedó nada dentro de mí. Entonces la saqué despacio. Disfrutando también de ese momento.
—Uuuuuhhh —exclamó ella en un suspiro mientras cerraba los ojos al sentir como mi rabo resbalaba saliendo de ella.
Tomé sus manos y la ayudé a incorporarse. Cuando tuvo el culo sobre la mesa soltó un quejido.
—Joder. Creo que voy a tardar en sentarme.
La besé para apagar sus protestas. Ella respondió buscando ansiosa mi lengua.
—¿Te ha gustado, cielo? —preguntó sonriendo.
—Me ha encantado —aseguré sincero—. ¿Y a ti?
—Ufff. Ha sido increíble —contestó—. Tener todo ese pedazo de carne dentro mientras me metías los dedos por delante ha sido… increíble.
—¿Pero increíble para bien o para mal? —pregunté por preguntar. Creía saber la respuesta.
—¿Tú que crees? ¿Acaso te mandé parar? —contestó mirándome como una gata mientras buscaba mi boca de nuevo.
Nos quedamos un rato abrazados mientras nos besábamos ansiosos. Después ella escondió su cara en mi hombro buscando recuperar el aliento.
—Eres maravilloso Manu.Te quiero, hijo —me susurró al oído.
—Y yo a ti, mamá. No podría tener una madre más maravillosa.
—¿Porqué te dejo que me des por el culo? —preguntó juguetona.
—Eso también. Para qué negarlo —ambos nos reímos por la respuesta.
Despertamos convertidos en una madeja de miembros y torsos desnudos dándonos calor mutuo como una camada de conejos, creo que la comparación viene al pelo. Yo fui el primero en despertar. Una de mis manos agarraba un pecho demasiado grande para ser el mio. El pezón estaba duro. Creo que la dueña seguía soñando con la batalla de la noche anterior.
Levanté la cabeza y el espectáculo que tenía a mi disposición era maravilloso. Quería despertar siempre así. Dos mujeres hermosas abrazadas a mi y entre ellas, los tres mezclados. Sus pieles desnudas para placer de mi vista.
Por supuesto tenía una erección mañanera que desaparecería en cuanto fuese a aliviar mi vejiga, que era algo que en ese momento me urgía bastante. Intentando no molestarlas me fui apartando del amoroso grupo con cuidado.
Cuando al fin lo logré entré en el baño y descargué a placer la vejiga antes de ir a preparar el desayuno. Las dos mujeres que seguían durmiendo se lo merecían. Se lo habían ganado de sobras. Preparé café, hice zumo y unas tostadas. Preparé la mesa y en cuanto estuvo todo listo entré de nuevo en el dormitorio. Yo seguía desnudo. Levanté un poco la persiana para dejar entrar algo de claridad que las despertase sin llegar a deslumbrarlas.
La primera en abrir un ojo fue mi madre. Le di un piquito de buenos días y me contestó sonriente. Después hice lo propio con Nati. Esta se quedó un momento en suspenso, pensando en dónde estaba. Cuando al fin su cerebro comenzó a funcionar a velocidad normal cogió mi cara y dejó también un beso en mis labios. Después se besaron ellas con un piquito. Verlas hizo que mi verga resucitase. Las dos se dieron cuenta y bromeando se giraron hacia mí levantando el pecho orgullosas.
—¿Querías algo, cariño? —preguntó Tere retándome.
—Serán cabronas… —contesté—. Venía a avisaros de que el desayuno está listo. Pero si preferís otra cosa en lugar de café… —mostré mi polla moviéndola a derecha e izquierda.
Las dos se rieron y bromeando se levantaron. Igual que yo, tenían la vejiga a reventar, así que Nati fue al baño de mi dormitorio mientras Tere hacía uso del suyo. Yo me fui a esperarlas en la mesa. No tardaron en aparecer las dos, preciosas en su desnudez, orgullosas de mostrar sus cuerpos perfectos. Sentí que mi virilidad comenzaba a despertar de nuevo. Por suerte para mí el tablero de la mesa me ocultaba. Se sentaron frente a mí.
—Caramba como nos cuida el hombre de la casa —dijo Tere en cuanto vio la mesa puesta.
—Para mí que el chaval pretender engatusarnos para acostarse con nosotras —bromeó Nati.
—Mmmm.. puede ser —admití siguiendo la broma.
Se prepararon unas tostadas y se sirvieron café.
—¿Tenemos leche? —preguntó Tere mirando la mesa. Me había olvidado de sacarla de la nevera.
—Será por leche —contesté levantándome para ir a buscarla.
—Anda, mira. Aquí viene —rio Nati viendo mi miembro ya levantado.
Tere también rio de buena gana.
—Venga. Pasa por aquí que yo la quiero templada —dijo llamándome con una mano.
—No te atreves —la reté pensando que todo era parte de una broma.
—¿Qué no? Verás tú —me agarró la mano y me atrajo hacia si.
Sin esperar nada se metió mi polla en la boca y comenzó a chupar como si le fuese la vida en ello. Tuve que sujetarme apoyando mis manos en sus hombros. La vista comenzaba a nublárseme de placer. Nati acercó las dos tazas y se colocó detrás de mí apoyando sus pechos en mi espalda mientras me acariciaba el pecho. Debo reconocer que por las mañanas mi aguante es más bien escaso. Eso unido a la maestría de mi madre hizo que en apenas tres minutos estuviese a punto de soltarlo todo.
—Me voy a correr —advertí.
—Suéltalo todo. Queremos tu leche —sonó la voz melosa de Nati en mi oído. Tere miró hacia arriba para comprobar que efectivamente estaba a punto de descargarme en su boca.
Sin poder aguantar más me corrí como si llevase un mes sin hacerlo. Tere aguantó su boca cerrada en torno a mi falo mientras yo me descargaba totalmente. Después se retiró despacio. Sus mejillas se veían abultadas por el contenido. Miró sonriendo con los ojos a Nati que levantó las dos tazas indicando que ella también quería probar mi leche. Después inclinó su cabeza sobre las tazas y dejó salir el semen como un hilo repartiéndolo entre ambas tazas. Cuando acabó ofreció su boca a Nati que se lanzó ansiosa a por ella fundiéndose en un apasionado beso para repartirse las últimas gotas que quedaban en la boca de Tere.
Después muy altivas se sentaron de nuevo a la mesa revolviendo con parsimonia el café mientras no me sacaban ojo de encima. Yo las miraba alternativamente alucinando. Cuando terminaron se llevaron a la vez la taza a los labios y bebieron sin dejar de mirarme con un brillo de picardía en los ojos que me volvía loco.
—Joder. Me lo cuentan y no me lo creo —admití.
—Nunca apuestes contra tu madre, nene —me soltó Tere sonriendo mientras me guiñaba un ojo.
—Descuida que no lo haré. Prometido —juré con la mano en alto. Aquellas dos mujeres eran lo mejor que me podía haber pasado. Reconocía que tenía mucha suerte.
Seguimos desayunando con normalidad, o con toda la normalidad posible dadas las circunstancias, mientras hacíamos planes para el día cuando me di cuenta de algo.
—Joder, Nati. No nos acordamos de los condones —confesé preocupado cuando lo recordé de repente.
—Menos mal que sabiendo lo que iba a pasar después del otro día, comencé a tomar la píldora.
—Sí —dijo Tere—. Menos mal que alguien piensa un poco. Que si por este es iría por ahí dejando preñada a cuanta mujer se le pusiese a tiro.
—Eh —protesté—. Que a mí no me vale cualquier mujer.
—¿Qué quiere decir eso? —preguntó Nati con una sombra de preocupación en el rostro.
—Quiere decir que necesito sentir algo más que atracción. Al menos cariño.
—¿Pretendes que seamos novios? —sentí miedo en su voz.
—No. A mí me vale lo que tenemos. Pero sí que te tengo cariño. Siempre nos llevamos bien aunque no fuésemos amigos íntimos. ¿O no es así?
—Ufff. Que susto. Yo también te tengo, bueno, os tengo cariño. Pero por un momento creí que pretendías pedirme matrimonio —dijo bufando.
—Bueno. No sería mal apaño. ¿No? Opinó mi madre. Aquí viviríamos los tres juntos en comuna y a nadie le extrañaría —dijo antes de soltar una carcajada que nosotros secundamos. Lo cierto es que no me parecía mala idea. Pero por si acaso me callaría.
No sabía lo que podría durar esa situación, pero estaba dispuesto a disfrutar cada segundo. Me explicaron que Nati había avisado en casa de que dormiría en casa de una amiga, lo cual no era mentira aunque no fuese la amiga en la que podían pensar sus padres. Después de una ducha se marchó tras darnos un morreo a cada uno. Tere y yo fuimos a ducharnos, cada uno en su baño, y me largué a la biblioteca. Sabía que en casa no lograría concentrarme y lo cierto es que en la biblioteca tampoco lo logré. A cada instante venían a mi mente las imágenes de la noche anterior como fogonazos de placer que lograron que se me pusiese dura como una piedra. Me obligué a fijar la atención en los apuntes para que aquello bajase. Me costó pero lo logré. Cuando salí para ir a comer revisé el móvil y tenía un par de mensajes de mi madre. Uno de ellos era para preguntarme que deseaba comer. En el siguiente venían dos fotos. Una de sus tetas y otra de su coño. Pro supuesto le contesté que de primero tetas y de segundo coño. De postre me habría encantado su culo, pero siendo virgen era complicado y no quería joderlo todo por insistir.
—Ya estoy en casa —anuncié al llegar a casa y dejar las llaves en la puerta.
Enseguida apareció mi madre a recibirme. Llevaba solamente una camiseta grande que a duras penas ocultaba su sexo y una sonrisa.
—Por lo que veo te has aficionado a ir ligerita de ropa.
—¿No te gusta? —preguntó haciendo un mohín de pena más falso que un billete de tres euros.
—Me encanta —contesté estrechándola contra mí para darle un beso en la boca al que contestó metiendo la lengua en mi boca en busca de la mía.
—Bueno, pues vamos a por el primero —dije agarrando una teta.
—¡Niño! Las manos quietas —protestó riendo aunque se mordió el labio inferior en un gesto de placer.
—¿No quedamos en que era el primero? Tengo ya ganas del segundo.
—Anda. Primero lávate las manos y vamos a comer. En un plato —especificó muerta de risa.
—¿Entonces por qué te has vestido así?
—No me he vestido en toda la mañana. Me encanta esta sensación de libertad que da vestirse así. Si no te importa, claro.
—¿A mí? Me encanta. Creo que haré lo mismo.
—Para el carro. Eso no quiere decir que vayamos a pasar el día follando como conejos.
—¿Ya empezamos con las restricciones? —pregunté preocupado.
—No, cielo. Pero tampoco vamos a dejar de hacer otras cosas. La vida no se limita al sexo. Si prefieres me visto más formal.
—No, mamá, no es necesario. Tienes razón. Si prefieres andar en bolas por la casa no me importa. De verdad —le aseguré dándole un pico.
—Vale. Pues vamos a comer —dijo sonriente mientras salía en dirección a la cocina.
Entré en mi dormitorio y dejé mis cosas sobre la cama para ir a lavarme las manos. Cuando volví me quedé mirando la cama. ¿No sería mejor pasar a dormir con mi madre?
Cuando nos sentamos a la mesa se lo planteé.
—Mamá. Una pregunta… ¿Qué te parece si a partir de ahora compartimos cama?
—Vaya. Pues la verdad es que no lo había pensado. ¿Te gustaría?
—¿Lo preguntas en serio? Me encantaría.
—No sé. Nunca he dormido acompañada. Bueno, salvo esta noche pasada —pensó en voz alta con una sonrisa que la delataba—. Déjame pensarlo. ¿Vale?
—De acuerdo —no quería forzar la situación así que no insistí. Lo dejé quedar como una simple idea.
Por la tarde llamé a Nati y quedamos para tomar algo. Quería agradecerle que hubiese perdonado a mi madre y que la hubiese convencido para que diese rienda suelta a sus deseos. Ella me aseguró que no había sido difícil. En realidad mi madre estaba deseando que alguien le diese ese empujón para tirarse de cabeza en mis brazos. La sociedad impone unas normas que a veces van en contra de nuestros deseos y cuesta mucho sentirse libre de romper esas normas. Para mi madre había sido una liberación. Y estoy seguro que meter a Nati en nuestros juegos, un sueño cumplido.
—Por cierto —pregunté con genuina curiosidad—. ¿Qué ha sido de Toni?
—¿Toni? Ah. Ya sé quien dices. Nada. Ese fue un rollo de una noche y ya viste para que valía —dijo muerta de risa al recordarlo.
—¿Y cómo es qué yo no fui solo un rollo también? —tenía verdadera curiosidad. Ella podía tener los tíos que quisiese. Le bastaba chascar los dedos para tenerlos a sus pies.
—Tú fuiste distinto a los demás. Por eso me apetecía volver a hacerlo contigo —confesó con un ligero rubor en las mejillas.
—¿Distinto? ¿En qué? —su confesión me pilló por sorpresa.
—Tú fuiste el único hasta ahora que se preocupó de complacerme. Todos los tíos que he conocido presumen de polla y creen que con un buen tamaño ya estás más que satisfecha. En realidad lo único que hacen es masturbarse usando tu cuerpo. Tú fuiste el único tío que conocí que me acariciaba para proporcionarme placer. Intentabas que yo gozase tanto como tú del sexo. Querías que me corriese también. Y por eso lo conseguiste. No eres el más dotado de los tíos que he conocido. Pero sí el mejor con el que he estado. Por eso me gusta hacerlo contigo—mi ego llegó a las estrellas. Nunca hubiese esperado esa respuesta.
—Vaya… Creo que me has dejado sin palabras. No esperaba esa respuesta —y era sincero.
—Anda, tonto. No te vayas a creer que me he enamorado de tí —me advirtió riendo—. Pero me gusta como lo haces. Por eso empecé a tomar la píldora. Voy a exprimirte —dijo divertida guiñándome un ojo.
Era sencillo hablar con ella. Era una mujer sencilla, divertida, abierta, sin pelos en la lengua y que llamaba a las cosas por su nombre. No habría sido difícil enamorarse de ella. Pero lo que teníamos iba más allá del amor. Era una compenetración total. Nos entendíamos a la perfección y no teníamos tabús. Yo estaba encantado y creo que ella también.
Las vacaciones de navidad se acabaron y volvimos a la rutina laboral. Yo a los estudios, mi madre a su trabajo en una oficina y Nati... Nati no había dejado de trabajar en todas las vacaciones. Trabajaba en un centro comercial y el comienzo de las rebajas hizo que no la viésemos tanto. Porque mi madre y ella se enrollaban en cuanto podían. A veces éramos los tres los que compartíamos cama. Pero la mayor parte de las ocasiones éramos mi madre y yo los que nos devorábamos a besos y caricias. Finalmente mi madre estuvo de acuerdo en que compartiésemos cama y solíamos dormir abrazados.
En ocasiones nos acostábamos haciendo la cucharita y sin poder evitarlo yo acababa empalmado con mi polla apoyada en el culo de mi madre. Ella solía agarrármela y la acomodaba para que le acariciase la raja. Se frotaba contra ella y terminaba quedándose dormida. Y yo con un dolor de huevos de campeonato. A veces me preguntaba si lo que pretendía era que la follase dormida, pero descarté esa idea. Si quería marcha lo hubiese agarrado y se lo hubiese metido hasta el fondo.
El invierno acabó y llegó la primavera. Me costó centrarme en los estudios pero conseguí aprobar todo aunque las notas bajaron algo. Mi madre no me lo reprochó porque sabía de sobras cual había sido el motivo. Eso sí, me advirtió que si suspendía se acababa el sexo para que me concentrase en los estudios. No hacía falta más advertencia. Aunque me costase debía aprobar. El castigo para mí sería demasiado duro.
Un día, en abril, mi madre me sorprendió.
Yo estaba en casa cuando ella llegó de trabajar. Me saludó con un pico y dejó sus cosas en la habitación. Como el día era caluroso se dio una ducha y después se puso tan solo una camiseta vieja que usaba para estar en casa más cómoda. Cuando acabó vino al salón y se sentó a mi lado.
—Manu. Quiero contarte algo —me dio un vuelco el corazón. ¿Serían malas noticias?—. He estado investigando por internet porque quiero probar una cosa.
—¿Qué cosa? Mira que la mitad de lo que encuentras por ahí es mentira.
—Quiero probar el sexo anal. Pero tienes que prometerme que me dejarás llevar las riendas. Quiero hacerlo a mi ritmo. Y si no puedo paramos. ¿De acuerdo?
—Por supuesto. Lo que tú digas —solo de pensarlo ya me estaba poniendo cachondo.
Sin decir nada más se levantó y cogió una silla en la cocina.
—Ven —me llamó—. Desnúdate y siéntate ahí.
Yo hice lo que me pidió y esperé. Ella se quitó la camiseta y se sentó sobre mis piernas sin permitir que mi miembro entrase en ella. Todavía no estaba lo suficientemente excitada. Nos besamos y comenzamos a acariciarnos. No tardó en subir la temperatura. Yo ya estaba como un burro y mi mano me dijo que ella también estaba chorreando. En ese momento se sentó sobre mí haciendo que su coño envolviese mi polla. Se quedó quieta, bien empalada hasta el fondo, con los ojos cerrados. Disfrutando cada milímetro de contacto entre nuestros sexos. Después de un par de segundos cogió mi mano y se la llevó a la boca. Chupó mi dedo índice dejándolo bien ensalivado y se lo llevó hacia el culo.
Entendí lo que deseaba y se lo metí, despacio, mirando su cara. Sus ojos permanecían cerrados. Pero su gesto cambió. Sus cejas se fruncieron un poco al sentir al intruso en sus entrañas. Pero se relajó enseguida.
—Mételo más —susurró en mi oído con voz ronca de placer.
No me hice repetir la orden y empujé despacio hasta que entró del todo. Entonces comencé a moverlo despacio adelante y atrás follándola con el dedo. Lentamente su culo se fue relajando. Ella se movía ligeramente para sentir mi polla mas adentro de su coño. Pero lo hacía despacio para alargar lo más posible el contacto.
—Otro. Mete otro más —me pidió sin abrir los ojos.
Lubriqué un nuevo dedo y empecé a penetrarla con los dos. Sus cejas volvieron a fruncirse, soltó un pequeño grito de dolor y me detuve, temeroso de hacerle daño.
—No pares. Sigue —me pidió.
—¿Te gusta?
—Mmmm… Me encanta —admitió—. Lo estás haciendo muy bien. Sigue así.
Animado seguí metiendo los dos dedos sin perder de vista su rostro. Era el perfecto reflejo del placer. De repente abrió su boca y buscó la mía para ahogar un grito que se quedó en un gemido, mezcla de dolor y placer. Seguimos besándonos mientras follaba su culo con los dedos durante un par de minutos. Poco a poco su culo fue relajándose hasta que los gemidos eran de inequívoco placer.
—Creo que ya está listo para que la metas —dijo tirando de mi mano. Al sentir los dedos resbalando hacia fuera se le escapó un suspiro y sus piernas se pusieron rígidas.
—Uuuuu…—exclamó con los ojos abiertos por la sorpresa de una sensación que no esperaba—. Con eso no contaba yo —dijo cuando los dedos salieron completamente.
—Parece que tienes el culo más sensible de lo que esperabas.
—Eso parece, sí.
—Ven —me llamó cogiéndome de la mano.
Se sentó sobre la mesa del comedor y se echó de espaldas dejando el culo en el borde. Después tiró de las piernas hacia arriba sujetándolas con sus manos, mostrándome su sexo abierto y su culo preparado para recibirme.
—Ven. Métela —me invitó. La visión de su sexo húmedo era fantástica.
Me acerqué y apoyé la punta de mi miembro en el agujero que me esperaba palpitante. La tomé por las caderas y empecé a empujar. Su rostro se contrajo en una mueca de dolor. Todavía no había entrado casi nada.
—¿Quieres que pare?
—No —negó moviendo la cabeza con violencia—. Despacio, pero no pares. Yo te avisaré si no puedo.
Seguí empujando con miedo a hacerle daño. Su rostro seguía crispado pero pedía más. Cuando todo el glande hubo entrado me detuve un instante. Su expresión se había relajado un poco. Respiraba aceleradamente. Yo aparté una mano de sus caderas para comenzar a acariciar su clítoris. Eso pareció animarla a seguir.
—Gracias cielo. Eso se siente muy bien. Empuja otro poco —sonrió desmayadamente.
Volví a empujar con calma. Estaba muy apretado pero ella no se quejaba. Su respiración era agitada. Le costaba pero deseaba tener aquel trozo de carne enterrado hasta el fondo de su culo. Y yo no iba a defraudarla, por supuesto. Aceleré el movimiento de mi dedo en su clítoris para que el placer tapase en lo posible el dolor.
—Más, más —pedía cuando yo me detenía un segundo para que su culo se acostumbrase a mi polla.
Así, poco a poco entró todo el tronco hasta que mis pelotas chocaron con sus nalgas. Entonces me detuve permitiendo que el ano se adaptase al intruso. Mi dedo dejó el botón del placer para comenzar a hurgar el interior de su vagina en un mete saca lento pero continuado.
—Dale —me invitó decidida.
Yo comencé a bombear lentamente mientras el culo acababa de adaptarse a mi polla. Poco a poco los gemidos de dolor fueron convirtiéndose en aullidos de placer. Soltó sus piernas para agarrase al borde de la mesa intentando acelerar mis embestidas. Consciente de ello, yo la sacaba ya casi del todo y volvía a meterla de un tirón. Sus gemidos eran cada vez más fuertes. Se notaba que estaba empezando a disfrutarlo de verdad. Yo seguía masturbando su coño sin descanso.
—Me voy a correr, cielo. Mamá se va a correr —dijo jadeando con los ojos como platos.
—Hazlo. Córrete para mí —la animé—. Yo también estoy a punto.
—Pues lléname. Llena el culo de tu madre —su vocabulario se volvía más obsceno por momentos encendiéndome más—. Dáselo todo a mami. Dámelo.
Por fin llegó su orgasmo. Su cuerpo se arqueó como un puente cuando explotaron todos sus sentidos, su culo se contrajo como si quisiese arrancarme la polla y volvió a relajarse al poco. Seguí bombeando consciente de que me faltaban escasos segundos para soltarlo todo. Ella se retorcía de placer mientras yo seguía empujando y retirando mi rabo dentro de su culo alargando su orgasmo. Finalmente no logré aguantar más y de un solo empujón la clavé hasta el fondo arrancando un largo gemido de placer de mi madre mientras mis huevos se vaciaban totalmente dentro de su culo.
—Puedo sentirlo —dijo—. Puedo sentir tu leche dentro de mí. Que placer, dios mio. Esto es increíble.
Esperé hasta que no quedó nada dentro de mí. Entonces la saqué despacio. Disfrutando también de ese momento.
—Uuuuuhhh —exclamó ella en un suspiro mientras cerraba los ojos al sentir como mi rabo resbalaba saliendo de ella.
Tomé sus manos y la ayudé a incorporarse. Cuando tuvo el culo sobre la mesa soltó un quejido.
—Joder. Creo que voy a tardar en sentarme.
La besé para apagar sus protestas. Ella respondió buscando ansiosa mi lengua.
—¿Te ha gustado, cielo? —preguntó sonriendo.
—Me ha encantado —aseguré sincero—. ¿Y a ti?
—Ufff. Ha sido increíble —contestó—. Tener todo ese pedazo de carne dentro mientras me metías los dedos por delante ha sido… increíble.
—¿Pero increíble para bien o para mal? —pregunté por preguntar. Creía saber la respuesta.
—¿Tú que crees? ¿Acaso te mandé parar? —contestó mirándome como una gata mientras buscaba mi boca de nuevo.
Nos quedamos un rato abrazados mientras nos besábamos ansiosos. Después ella escondió su cara en mi hombro buscando recuperar el aliento.
—Eres maravilloso Manu.Te quiero, hijo —me susurró al oído.
—Y yo a ti, mamá. No podría tener una madre más maravillosa.
—¿Porqué te dejo que me des por el culo? —preguntó juguetona.
—Eso también. Para qué negarlo —ambos nos reímos por la respuesta.
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