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Clara, mi esposa. 1ª parte.

 
                                    Clara,mi esposa. 1ª parte.
 
            Medesperté solo en la cama. Clara no estaba y eso era extraño, generalmente eraella la que se quedaba hasta tarde bajo las sábanas.
            Escuchétrastear en la cocina y allí me encamine. Estaba preparándose un café y teníasu ordenador portátil abierto. Al verme se sorprendió y me extrañó aún más.
            —¿Quéte pasa? ¿Adónde vas tan temprano?
            — Mehas asustado, no te esperaba… Estoy preparando mi equipaje, me marcho mañana deviaje.
            —¿Deviaje? ¿Adonde? No me habías dicho nada. ¿Para cuánto tiempo?
            —Cinco o seis días, depende de los enlaces…
            —Sigosin saber adónde vas.
            —Escomplicado… Es una aldea, de la que tuve noticia en la oficina. Me llamó laatención por algunas de sus costumbres y quiero conocerla. Lo dicho, me voymañana…
            —¿Yyo no cuento? Podríamos ir los dos ¿no? – Su expresión de ira me sorprendió.
            —¡Vaya!Cuando te pido que vengas conmigo por algún viaje de trabajo me dejas sola yahora… Vale, lo arreglaré, pero luego no te quejes si…
            —Siqué, ¿hay algo que deba saber? Todo esto es muy raro Clara…
            Selevantó airada y fue a buscar su celular en el salón, habló durante unosminutos y al volver…
            —Yaestá todo arreglado, pero lo dicho, luego no te quejes; el viaje será difícil,se trata de una aldea perdida en las montañas de Transilvania…
            —¿Transilvania?¿Eso está en Rumanía, no?
            —Sí,pero en las montañas, una aldea perdida a la que se accede a caballo o a pie.
            —Vaya…No tendrá algo que ver ese rumano que estaba trabajando contigo en la agenciade viajes… Se llamaba…
            —Laszlo,sí, él fue el que me habló de sus costumbres, su modo de vida, sinelectricidad, sin móviles ni teléfono y…
            —¿Yvamos a ir a una aldea que vive aún en la edad media?
            —¡Sí!¡Quiero vivir esa experiencia! por eso no te lo dije, sabía que te opondrías y…
            —¡Vale,no te sulfures!… Ya te he dicho que voy contigo…
            —¡Perono me vayas a fastidiar con tus críticas! Quiero un viaje tranquilo…
            —Deacuerdo, no abriré mi boquita durante todo el viaje; voy a llamar a la oficinapara informarles que estaré una semana fuera. Me deben varios días.
            Meextrañó que ella llevara tan poco equipaje, todo cabía en una mochila. Yo laimité; si como dijo, había que andar para llegar a la aldea… Prefería llevar lojusto.
            Embarcamosen avión dese Madrid a Bucarest. El vuelo fue agradable. Sin embargo Claraestaba nerviosa, algo la perturbaba, pero no me decía qué.
            A mispreguntas respondía con monosílabos, no hablaba. Empecé a pensar que el viaje,en realidad era la forma de encontrarse con el tal Laszlo, con quien quizá,mientras eran compañeros de trabajo, tuvieron algún romance.
            Llevábamoscinco años casados y nunca me dio motivos para sospechar de que me hubiera sidoinfiel, pero… La duda empezó a corroerme.
            EnBucarest nos desplazamos en taxi hasta la estación de ferrocarril. La salidadel tren que esperábamos tardaría cuatro horas. Sentados en la cafetería,mientras esperábamos…
            —Clara,te veo rara, si tienes algo que decirme dímelo ahora; ¿hay algo entre tú yLaszlo?
            —¡¡¿Eresidiota?!! ¡No! ¡No tengo un lío con Laszlo! Simplemente me habló de cómo era lavida en su aldea y he querido saber si era cierto o solo hablaba por hablar.
            —Vale,vale, pero no puedes negarme que algo te atrae ¿no?
            —No,Luis, te quiero, pero… — Se echó en mis brazos y empezó a llorar.
            —Dimeque te pasa. Lo entenderé. Lo que sea lo sobrellevaremos juntos.
            —No,Luis, déjalo, ya hablaremos a la vuelta.
            —Pero¿habrá vuelta? Por qué he llegado a pensar que tu intención era marcharte solay quedarte con él.
            Memiró fijamente y con una mirada de desprecio me dijo:
            —NoLuis, no voy a quedarme con él. Volveré contigo y…
            —Déjaloestar Clara. No nos liemos más.
            Eltrayecto en tren fue… A veces me recordaba las películas del lejano oesteamericano. Tras diez horas de traqueteo y un sinnúmero de paradas llegamos a unapeadero solitario. Allí nos esperaba un hombre muy mayor con un caballo. Cargólas mochilas e invitó a Clara a montar, nosotros iríamos a pie.
            Eramedia mañana. La senda seguía, cuesta arriba, los vericuetos de un arroyo.Realmente era un paisaje precioso. Como era verano me despojé de la camisa quellevaba y el viejo, por señas, me indicó que no lo hiciera. El sol me quemaría.Le hice caso.
            Trasun par de horas de camino divisamos una casita cerca del arroyo. Una mujer,joven, muy bonita, lavaba ropa en el rio. A ella se acercó una niña de unostres o cuatro años, le dio palmaditas en la espalda, ella se giró, nos vio,sonrió… Solo llevaba una falda que le cubría de la cintura para abajo, lospechos desnudos. Cogió a la niña, se sentó a la sombra de un árbol, cerca delsendero y se puso a darle de mamar.
            Alpasar por su lado, el viejo sonriendo, la saludó afablemente. Clara me miró ytambién sonrió… enigmáticamente. Nuestras miradas también se cruzaron. Mesonrió.
            Llegamosa la aldea casi al anochecer. Todas las casas eran de madera, realmente era unaaldea de la edad media. El viejo nos condujo hasta la más grande de todas,supuse que la de Laszlo, y supuse bien.
            Sesorprendió mucho al verme, esperaba a Clara sola, pero no puso mala cara. Deunos veinticinco años, moreno, alto, delgado y supongo que atractivo para lasmujeres. Nos presentó a su hermana, Samira, una muchacha muy joven, dieciochoaños supe más tarde que había cumplido un mes atrás. Más baja que su hermano,rubia, de ojos azules… Me impresionó su belleza.
            Lachica, que no hablaba ni torta de español, nos condujo a nuestra habitación,nos refrescamos en una palangana y bajamos a cenar.
            Estábamosagotados del viaje, nos disculpamos y subimos a descansar.
            Erasorprendente el silencio y la total oscuridad. De pronto se escuchó un golpe enla calle y una voz diciendo – “Zece și senin” – Que nos explicaron mástarde que era una especie de vigilante nocturno que gritaba la hora y el tiempometeorológico que hacía. Concretamente, —las diez y sereno – Ya las demás horasno las escuché.
            El sueño fue reparador.Clara no estaba a mi lado. Bajé y Laszlo estaba esperandome para desayunar. Novi ni a Clara ni a Samira. Me senté y desayuné con él.
            —¿Y Clara? – Pregunté.
            —Con Samira, cosas demujeres.
            Las vi salir de unahabitación, supuse que la de Samira y correr hacia arriba. Luego bajó sola la hermana,pasó ligera pero me dió tiempo a vislumbrar que llevaba los senos aldescubierto y fue a su cuarto. Me disculpé con Laszlo y subí a ver a Clara.
            La encontré terminando devestirse con la una amplia falda con mucho vuelo, tenía la cintura bajo lospechos y por debajo llegaba hasta los tobillos.
            Pero el vestido, desdedebajo de los senos hasta los hombros, donde se sujetaba, era descubierto pordelante, o sea, las tetas al aire, sujetandose sobre la cintura de la falda,con lo que se resaltaban aun más.
            —¿Que es esto, Clara?¿Adónde vás con ese vestido?
            —Lo siento Luis, no puedoexplicartelo, que te lo cuente Laszlo.
            Dicho lo cual se fue; bajóla escalera, Samira la esperaba de la misma guisa y se marcharon las dos a lacalle.
            Cuando Laszlo me vio tanapurado, vino hacia mí, me sujetó por un brazo y me llevó hasta un sillón. Mesenté y hundí mi cabeza entre mis manos.
            —¿Que te ocurre Luis?
            —¿Que qué me ocurre? ¡Quéles ocurre a ellas andando medio desnudas por la calle!
            —Tranquilízate… ¿Es queClara no te ha dicho nada?
            —¡No! ¿Qué debía habermedicho?
            —Vaya, yo no sabía… que note había explicado nada… Es una larga historia que voy a tratar de resumirte enpocas palabras. Hace varios cientos de años, esta aldea se vió asediada por unejercito enemigo, pasaron años antes de que pudieran liberarse y cuando estoocurrió, se dieron cuenta que habian quedado pocos hombres, apenas una decena,la mayoría eran mujeres. Eso unido a la dificultad para llegar hasta aqui, hizoque la población disminiyera drásticamente. Se plantearon distintas soluciones,por ejemplo, que un hombre se casara con varias mujeres, pero resultó que,debido a una epidemia de paperas que sufrieron, habia algunos que eranestériles, como consecuencia, muchas mujeres no engendraban. Así se llegó a lasolución actual, que ha funcionado hasta hoy, quedando como una tradición.
            —¿Y que solución es esa Laszlo?Aunque me temo lo peor…
            —No es tan mala, Luis. Veras, cuatroveces al año, en días calculados por los expertos de la aldea, teniendo encuenta las fases lunares, los días fertiles de las mujeres, vaya, lo que ellosdeciden, se celebra el Día Grande. Que coincide con los solsticios y losequinoccios, aproximadamenste. Este día, o sea hoy es uno de los cuatro. Lasmujeres se visten de la forma que has visto, se congregan en la casa de las mujeres,preparan la comida de la noche y descansan varias horas. Se prestanvoluntariamente, así como los hombres que quieran participar. Se deben seguirlas normas de la tradición, La vestimenta, ya has visto a las mujeres, loshombres tambien deben apuntarse y vestir adecuadamente, yo ya lo he hecho porti… pensando que querras participar ¿no?.
            —Vale, todo eso está muy bien pero,¿qué se hace luego?
            —Cuando dan las diez de la noche,las mujeres están preparadas, las cuidadoras abren las puertas de la casa y nosdejan entrar.
            —¿Y qué ocurre?
            —Cuando entres veras que en elcentro hay una larga mesa llene de comida y bebida. No abuses. A ambos lados dela sala veras unas cabinas, en cada una de ellas hay una mujer. No puedes versu rostro, si lo haces te sacarán a palos. Solo su cuerpo, de cintura paraabajo, está a la vista, aunque la luz es muy tenue y se ve muy poco. Solotienes que entrar en una cabina que esté con la cortina abierta, eso es que noestá ocupada. Entras, corres la cortina y haces el amor con la mujer que se teofrece y cuando termines, al salir, deja la cortina abierta para que entreotro. Las cabinas con una cadena que impide el paso estan vacías, no hay nadie.Eso es por qué suele haber más cabinas que mujeres.
            —¡¡Joder Laszlo!! ¡¿Quieres decirque Clara estará en una de esas cabinas para dejarse follar por todo el queentre?!!
            —Pues sí, Luis, pensé que ya losabias. ¿No has visto que bajo las faldas, tanto tu mujer como mi Samira, nollevan nada más. Ella lo sabía, lo acepta. Ha venido hoy  expresamente a eso.
            —¡No, no se me ha ocurridolevantarle la falda, ni a ella ni a Samira! ¡Faltaría más! ¡Lo que voy a haceres entrar en esa casa y llevarme a Clara aunque sea a la fuerza!
            —No te lo aconsejo, Luis. Habráveinticinco o treinta mujeres y podrían matarte. Si algo odian son los celos yel hombre posesivo. Hazme caso. Ven conmigo, haz lo que yo haga y… podrasfollar toda la noche.
            —¡¿Cómo que toda la noche?! No hepodido echar mas de un par de polvos en una noche en mi vida…
            —Jajajaja… No te preocupes por eso…Las brujas de la aldea, preparan unos brebajes, que toman ellas para estarreceptivas y para nosotros aguantar durante horas copulando. Ahora te aconsejoque subas a la habitación y descanses, nos espera una noche muy movida. Porcierto, cuando entres en una cabina y cierres la cortina, debes terminar con loque hayas empezado, de lo contrario las cuidadoras te echaran a la calle. Y sitienes necesidad de animarte, se lo puedes pedir a las preñadas o con niñospequeños, que anden por fuera y te facilitarán la cosa mediante una felación,pero no abuses.
            Me fui a la calle. No sabía quepensar; tal vez me estuvieran tomando el pelo, o era un programa de televisiòncon cámaras escondidas… Me di una vuelta por las calles y no vi a ningunamujer, solo dos o tres viejos, muy viejos, apaleando esparto. Tal vez Laszlo medecia la verdad y los jóvenes estaban descansando.
            Al regresar a la casa de mianfitrión escuché sus ronquidos en la habitación. ¿Y si no mentía? Opté porhacerle caso y descansar.
En todo caso me vendría bien.
 
            Eratarde, anochecía cuando Laszlo me despertó.
            —VamosLuis, ponte esto, no quiero llegar tarde.
            Medio una camisa amplia de mangas anchas, abiertas por el pecho, él llevaba unaigual, incluso el mismo color purpura y un faldellín como los que usaban losromanos, solo que este estaba abierto por delante. Me hizo una demostración, seabría como una cortina a cada lado, dejando a la vista sus atributosmasculinos. Me vestí. Al bajar vi que tenía sobre la mesa dos copas con unabebida extraña. Me ofreció una de ellas y él se tomó la otra. Lo imité. Ya nome importaba nada. A  mi mujer se la ibana follar una pandilla de desarrapados; ya que más me daba.
Salimos a la calle. No seveía un alma. Llegamos a un edificio de una sola planta, grande. Una puertaante nosotros nos impedía el paso. Llamó, golpeando un gran aldabón, se abrió yentramos en una sala reducida donde se agolpaban doce o quince hombres dedistintas edades, la mayoría jóvenes. Por una puertecilla lateral, entró Samiray se acercó para darnos un beso a cada uno en la mejilla. Detrás Clara vinohacia mí y me besó en los labios fugazmente. A Laszlo en la mejilla. Otras tresmujeres hicieron lo mismo con otros tantos hombres desapareciendo rápidamentepor la misma puertecilla por la que aparecieron. Laszlo me explicó que a lasmujeres que tenían familiares en la entrada se les permitía salir parainformarles del número de cabina que tenían asignada para que no entraran ycopularan con su hija, hermana o madre. Les había dicho que Clara y yo éramoshermanos, por eso le permitieron salir. Claro que ella no me dijo en qué cabinaestaría. Fue un duro golpe. Ella no quería que supiera donde estaba.
            Sonóuna campana, se abrieron dos puertas grandes. El salón era como me lo habíadescrito. Los hombres se dirigieron cada uno a una de las cabinas de madera,Laszlo fue uno de los primeros, yo esperé un poco. Observé que habría abiertasunas veinticinco cabinas, pero solo catorce se ocuparon, me dirigí a una de ellascon la esperanza de que fuera Clara, pero no, no tuve suerte. Era bastante másrolliza. Tumbada boca arriba se había subido la amplia falda y había cubiertosu rostro con ella. Observé que en uno de los pliegues tenía una celosía, a lamanera de los burkas, por el que ella podía verme. Entonces reparé en que mifalo estaba totalmente erecto, no lo dudé, apunté e inserté de una vez. Me movíbombeando y en pocos minutos me derramaba en su interior.
            Seescuchaban quejidos, lamentos, tanto de ellas como de ellos. Se escuchabangemidos, lamentos, gritos, tanto de ellas como de ellos. Toda una sinfonía desonidos sexuales. A mi derecha detecté un gemido que me recordó los queprofería Clara al correrse.
            Terminé,abrí la cortina y me quedé fuera disimulando beber algo mientras la cabina enla que yo sospechaba estaba Clara se desocupaba. Vi salir a Laszlo, dejó lacortina abierta pero otro fue más rápido y entró. Tuve que ir a otra cabina queestaba al lado y cuyos lamentos también me resultaban familiares. Tampocoreconocí la abertura vaginal no era Clara. Además me pareció que era virgenanal, por la estrechez del ojal. Era más estrecha, suave, muy cálida y laensarté. Cuando terminé había logrado que ella, fuera quien fuera, habíaalcanzado tres veces el clímax. Tanteé su ojete y no me lo impidió. Estaba muycerrado, parecía virgen por detrás. Poco a poco fui introduciendo un dedo, lolubricaba con la abundante cantidad de sus secreciones, unidas a las que ya lahabían perforado y dejado su semen entre sus labios. Logré meter dos, luegotres dedos hasta que los saqué y los sustituí por mi pene que seguía duro yfirme. Al entrar el glande dio un gritito y se quedó quieta, esperé a que suesfínter se adaptara y fue ella quien empezó a moverse buscando una mayorpenetración. Mis dedos excitaban el clítoris. Vislumbré sus manos en lospezones, pellizcándolos, torturándolos. Un grito, un empujón y llegamos los dosal clímax a la vez. No quería pensar. Solo la excitación que sentía entre mispiernas y la oportunidad de horadar varias vaginas en poco tiempo.
            Alterminar y abrir la cortina vi ocupada de nuevo la cabina anterior y esperé; denuevo fue a Laszlo a quien vi salir de ella, pero ya no perdí el tiempo y entrésin detenerme. Estaba tendida boca arriba pero al entrar se puso en cuatro. Susexo rezumaba semen. Su culo también había recibido lo suyo, ya que tambiénchorreaba. Limpié cuanto pude con la mano y la restregué por la cortina. Creíescuchar una risita. Tras manosear el culo que se me ofrecía pensé que este síera el de Clara. Penetré su coño con fuerza, con rabia, también el culo con losdedos. Cuanto más fuerte le daba más empujaba ella. Al final ella llegó y consus espasmos regué su vientre con mi eyaculación.
            Elllegar al clímax no quiere decir que haya llegado a satisfacerme. Un nudo en lagarganta me impedía disfrutar. Era algo superior a mis fuerzas. Amaba a Claracon auténtica pasión y esta situación me desbordaba.
            Entréen tres o cuatro cabinas más. Repetí en la tres y la cuatro. Si bien el faloseguía enhiesto, gracias al bebedizo, las fuerzas ya me abandonaban. Seis osiete de los que entraron al inicio estaban ebrios tirados en el suelo. Dos delas cuidadoras los recogían y los llevaban directamente a la calle.
            Mesenté en una de las sillas y una de las cuidadoras, joven y bella, se ofreció aayudarme. La reconocí. Era la mujer que lavaba en el rio y le dio de mamar a suhija bajo el árbol. Poco antes había visto como un tipo descargaba en su boca.Ella lo empujó, escupió y se enjuagó la boca varias veces con las bebidas quehabía en la mesa. Él insistió y quiso tumbarla sobre la mesa para penetrarla.Ella llamó a una de sus compañeras y se lo llevaron a la calle.
Al verme se acercó y searrodilló ante mí, me acariciaba el pene, lo lamía. Acaricié su cabeza y ledije por señas que no. La levanté y besé sus labios. Ella se retiró indicándomepor señas que se la había chupado a otros. Le indiqué que no me importaba.Llevó mis manos a sus hermosos pechos desnudos que rezumaban leche, los chupé ysaboreé. Me encantó su sabor. Entonces se entregó a mí. Apartó la comidade  la mesa, se remangó la falda, setendió y me ofreció su vulva, que en esa noche no había sido usada. ¿Ella noquería un nuevo embarazo? ¿Y por qué a mí me lo permitió?
 Me arrodillé y con la lengua la llevé a gritarde placer. Después, con dulzura y mucho cuidado, le introduje la verga en sudelicioso canal, puse sus piernas sobre mis hombros y follamos como si fuera elfin del mundo. Me volví para ver cómo, de la cabina que sospechaba estabaClara, alguien se asomaba, me pareció escucharla llorar. Pero se retiró al verque yo miraba y no pude estar seguro de que era ella. Las lágrimas corrían pormi rostro cuando descargaba en el vientre de aquella joven madre, que se mehabía ofrecido de forma tan entrañable.
            Alterminar pude ver que ya no quedaba nadie en las cabinas. Todos se habíanmarchado excepto Laszlo, que me dijo que esperara para marcharnos con Samiray  Clara.
            Lascuidadoras nos acompañaron a la salita de la entrada para que no pudiéramossaber de qué cabinas salía cada una de las mujeres.
            Claravio mi rostro compungido… Yo su cara demacrada y apenada. Me abrazó, me besó…
            Yo nocorrespondí a su beso. Ella detectó mi frialdad y estalló en llanto.
            —¡Perdóname,Luis! ¡Tenía que hacerlo! ¡Te quiero!
            —Yahablaremos. Ahora estoy muy cansado.
                        Amanecíacuando  llegamos a la casa y fuidirectamente a la cama. Ella se acostó a mi lado y se acurrucó a mi espalda.
            Apenasme había dormido cuando noté una mano que tiraba de la mía. No era Clara.
            Melevanté y seguí a quien tiraba de mí, era Samira.
            Mellevó a su alcoba, se desnudó completamente… Era bellísima. Yo aún mantenía mirigidez. Pero no era eso lo que ella deseaba. Me abrazó y besó con una pasióninusitada. Se colocó en la cama ofreciéndome sus nalgas y pude ver el ano conligeras trazas de sangre. Por señas me dio a entender que había sido yo elresponsable. Que ella quiso que yo fuera quien rompiera su esfínter. Se giró denuevo y me abrazó. Temblaba.
            —¡Túno ir! – Me dijo balbuceando – Yo amor tú, Clara amor Laszlo. Solo tú entrarpor aquí. – señalaba su culo.
            —¿Túme amas y Clara ama a Laszlo? ¡No! ¡Yo amo a Clara!
            Almenos la amaba, pensé. Y aquella preciosa chiquilla de dieciocho años se meentregaba y decía amarme. Su rostro cambió. Estaba muy apenada. Lloraba.
            Metendí a su lado y la besé, acaricié su bellísimo rostro, sus cabellos rubiooro… Su hermano era muy moreno, claro que… con el sistema de fecundación queutilizaban, cualquiera sabe quién era su padre. ¿Después de la noche quehabíamos pasado aún tenía ganas de sexo?
            —Yono barriga. No embarazada. Quiero tú seas padre.
            —Quizáno pueda Samira. Durante los cinco años que llevamos casados Clara y yo nohemos tenido bebés.
            —Noimporta a mí. Yo amo a Luis.
            Meabrazó como si fuera un salvavidas. Realmente me sentía atraído por estachiquilla. Pero era una locura. Se durmió en mis brazos. Yo también me quedétraspuesto, no sé cuánto tiempo pasó. Poco después me levanté, la tapé con unacolcha y subí a la habitación con Clara. Intenté descansar. Era bien avanzadala mañana cuando me despabilé. Me vestí y desperté a Clara.
            —Mevoy Clara… ¿Qué piensas hacer?
            —¿Cómoque qué pienso hacer? Pues volver contigo a casa. Aquí ya no hay nada que meinterese.
            —¿Nisiquiera Laszlo?
            —¡No!,¿Qué creías? ¿Qué me iba a quedar con él? No Luis, te quiero a ti y me voycontigo a no ser que…
            —¿Ano ser qué…?
            —Quetú no me quieras a tu lado, entonces me moriría de pena.
            —Venga,vámonos de aquí. – Dije enfurecido.
            Nosvestimos, recogimos nuestras pertenencias y bajamos.
            Samiray Laszlo nos esperaban con el desayuno preparado. Se dieron cuenta de nuestroenfado. Comimos en silencio, solo roto por Laszlo.
            —Yate dije Clara, que esto era algo muy difícil de asumir por vuestra sociedad.Para nosotros es fácil adaptarnos a la vuestra pero para vosotros… Lo sientoLuis. En ningún momento ha sido mi intención hacerte daño, a ti ni a Clara. Yase lo dije a ella antes que vinierais, si podemos hacer algo para…
            —Note preocupes Laszlo, no has sido culpable de nada. Intentaremos arreglarlo a lavuelta. Gracias por todo… —  Le di mimano que estrechó con firmeza.
            Clarale dio dos besos en las mejillas. No observé ningún tipo de manifestaciónafectuosa entre ellos.
            ConSamira fue distinto. Me abrazó llorando, besándome, llenándome de lágrimas ymocos. Algo dentro de mí se rompió. Una inmensa ternura me invadió, su hermanola sujetó y con suavidad la apartó de mí. Mis manos no la soltaban. Me miraronlos tres sorprendidos. La dejé, me di la vuelta y me marché. Antes de perder devista la casa miré hacia atrás. Samira seguía en la puerta de la casa, memiraba sin dejar de llorar y yo me debatía en un mar de confusión.
            Andandobajamos los kilómetros que nos separaban de la estación. Llegamos poco antes dela salida del tren. El viaje de vuelta lo realizamos en silencio.

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