Clara2ª parte Final.
Duranteunas semanas no hablamos de lo ocurrido en la aldea.
Unanoche, cenando en la isla de la cocina, Clara se detuvo, me miró…
—Mehe hecho una prueba de embarazo. Da positivo, estoy embarazada…
Fuecomo un mazazo. Casi me caigo del taburete. Me repuse, era lo que temía y loque esperaba.
—Esoera lo que buscabas ¿No? Ya lo has conseguido.
—SíLuis. Llevaba cinco años queriendo tener un hijo y no quería que pasaras por lavergüenza de tener que someterte a pruebas para llegar a saber que erasestéril. Ahora ya todo me da igual. Voy a tener un hijo.
—DeLaszlo ¿No? ¿Lo amas?
—NoLuis, aquello solo fue una forma de embarazarme. ¿Cómo sabes que es suyo?
—Bueno,él me comentó que “hecha la ley, hecha la trampa”, por qué hubo trampa,¿verdad? ¿Cómo lo hicisteis? ¿Fue él?
—Sí.Cuando salimos a daros el beso, antes de empezar, le dije en qué cabina estaba. —¿En la tres?
—Sí.¿Te diste cuenta?
—Sí,Clara. También entré, ya lo sabes. ¿Pero cómo sabes que no fue de alguno de losque también entraron en la cabina, de los que follaron contigo?
—Fuefácil. A él lo dejé por la vagina, entró cuatro veces, a ti también, dos veces,os veía y supe cuándo erais vosotros. Lo que hice fue que a los demás solo lesdi el culo. Pero él no sabe que es suyo. No le dije lo que hice. Que tú y élfuisteis los únicos que dejaron el semen en mi útero y tú…
—Yo soy estéril, segúntú… ¿Cuantas pollas pasaron por tu culo aquella noche, Clara?
—Muchas,a partir de la quinta ya perdí la cuenta. ¿Y tú? ¿Cuántos coños?
—MuchosClara, pero ningún placer.
—Tú no lo pasaste tanmal. También follabas como un loco.
—Buscándote, Clara…buscándote… Pues bien. En la aldea no se tolera a los “machos celosos yposesivos” Yo soy ambas cosas. No puedes imaginar cómo lo pasé aquella noche,sabiendo que te estaban follando como a una perra callejera. A pesar de lo queme dio a beber tu amigo, que la erección era dolorosa, más doloroso era lo queme desgarraba por dentro. Y lo peor fue, que lo disfrutabas y que habíasrecorrido miles de kilómetros para que te follaran… Lo he pensado mucho Clara yhe llegado a la conclusión de que no existe un “nosotros”… Tengo la documentación para la separación yel divorcio preparada, a falta solo de tu firma. Si quieres mañana mismo pidocita, firmamos y seguimos cada uno por su lado. Tú tienes lo que querías; yo heperdido lo que amaba. He pasado muchas noches en vela con los gemidos, entrelos que, sabia, estaban los tuyos, martilleando mi cerebro hasta provocarme fuertesdolores de cabeza. No Clara. Ya no puedo seguir viviendo contigo. Y te aseguroque lo he intentado. Pero al acariciarte viene a mi mente los chorreones desemen que quité de tu culo y tu coño antes de follarte. Y mi corazón y mi penese encogen. ¿Qué esperabas? Lo siento Clara. Lo nuestro terminó cuandodecidiste ir a la maldita fiesta de la jodienda sin contar conmigo.
—Te comprendo Luis.Cometí un error y lo voy a pagar muy caro…
El rostro de Clara era lamáscara de la tristeza. Del dolor. Lloraba, yo también… Aún la quería… Vinohacia mí, me rodeó con sus brazos y tuve que aceptar su abrazo pero superandoun asco inmenso. Era superior a mis fuerzas. Le di un beso en la frente y meaparté.
—Esta noche dormiré en lahabitación de invitados. Recoge tus cosas y cuando encuentres alojamiento temarchas. No quiero verte más, porqué me duele.
—De acuerdo Luis, yasupuse que no podrías soportarlo y hable con mi amiga Olga. Me iré a su casahasta que encuentre un apartamento donde intentaré rehacer mi vida.
Fue a nuestra habitación,recogió lo que consideró necesario en un par de maletas y llamó a un taxi.Cuando llegó me miró esperando un gesto mío que la detuviera y al no verlo, semarchó.
Nos vimos dos semanasdespués en el despacho de abogados y notaría. Me quedé con el piso, era de mispadres y estaba inscrito a mi nombre antes de casarnos. Ella se quedó con elapartamento de la playa. Ella tenía sus cuentas y yo las mías en distintosbancos. Los saludos fueron hola y adiós, sin más.
Comencé una nueva vida desoltero. A mis treinta y tantos años me resultaba difícil salir a la calle. Desconocía elambiente; eso sumado a la decepción sufrida con Clara, me llevaba a una vidatranquila, solo en casa, sin más contactos femeninos que los de mi trabajo enla sucursal bancaria.
Olga, su amiga, eracliente del banco donde yo trabajaba. Ella me informaba de la vida de Clara,aunque yo no me cansaba de repetirle que no quería saber nada de ella. A mí medolía cada vez que me contaba algo de ella, pero insistía. Decía que Clara me queríaa mí, no a Laszlo y tenía la esperanza de que acabaríamos reconciliándonos. Yono me cansaba de repetirle que eso era imposible.
Me dijo, a los dos mesesde habernos divorciado, que vivía en un apartamento de alquiler.
Pasaron los meses. SegúnOlga, Clara estaba ya muy gorda, de seis meses, cuando le propuso viajar hastala aldea para que ella experimentara lo que había vivido. Me sorprendiócontándome que había acompañado a Clara en un viaje a la aldea. Participaron enla noche del Día Grande, como la que yo viví y a la vuelta se vino con Laszlo yse quedó viviendo con ella. Al parecer su relación no era muy buena. Noobstante trabajaban juntos en la agencia de viajes de Clara.
También me dijo que lehabía contado que la noche en la que yo participé ella hizo algunas trampas. Aldecirle a Laszlo donde estaba, entró el primero y ella se desnudó completamentepara él. También me dijo que se la chupó e hicieron un sesenta y nueve,corriéndose ella dos veces. Después le ofreció su culo, para que se lo prepararacon delicadeza, ya que ella tenía sus planes y no quería que otro bruto se lodesgarrara.
Clara, le confesó aLaszlo, lo que había hecho para dejarse preñar por él. Pilló un cabreo inmenso,porqué él no sabía nada. Pero al final lo convenció y se vino con nosotras.Pero, Luis, no pienso repetir. Ya sé lo que es estar una noche entera con unorgasmo, casi continuo. Te destroza. Y estuve dos días después masturbándomecomo una loca para aliviar los ardores de mi coño. Clara me dijo que seocultaba para meterse los dedos y que tú no te enteraras hasta tres díasdespués. Nos vimos negras en el tren y en el avión, yendo al servicio cadacinco minutos. Ella disimulaba con la tripa, pero yo no tenía excusa.
Mi perplejidad, cuando melo contó, era mayúscula.
Pasaba el tiempo.
Una mañana de sábado,salí a correr por el parque, intentaba mantenerme en forma y no pensar… Alllegar a casa, en el rellano de la escalera, me encontré una sorpresa…
Samiraestaba sentada en el escalón. Recostada sobre una maleta. Tenía los ojos rojosde haber llorado y al verme se ilumino su rostro. Se quedó quieta, esperando mireacción. Al verme sonreír se levantó y casi me derriba al enroscarse en micuello riendo, llorando, besándome…
—¡Pero,chiquilla, ¿Qué haces aquí?! – Le dije acariciando su rostro, besándola.
Le dio un ligero desmayo,no se sostenía, las piernas le fallaban.
—¡Tequiero Luis! ¡Déjame estar contigo! – Estalló en llanto
Abríla puerta de mi casa, la cogí en brazos y entré. La dejé en el sofá del salón yfui a buscar la maleta que traía. Cerré la puerta y me senté junto a ella.
—¡Yoquiero vivir contigo Luis! ¡Yo te quiero con corazón!
—ValeSamira, tranquilízate, dime qué ha pasado y qué haces aquí.
—Yovenido buscarte, no volver a aldea. ¡Tequiero!
Y nuevosllantos no le permitían hablar. Fui por un vaso de agua para que se calmara. Sunerviosismo era patente. Se aferraba a mis manos como a un salvavidas en mediodel océano. Poco a poco se fue calmando…
—Mihermano mando buscar a mí a aldea para parto de Clara. Cuatro días hace, tuvoniño, todo bien, ella feliz con hijo nuevo, le pusieron nombre Laszlo yapellidos de Clara como madre soltera… Laszlo feliz hasta que…
—¿Quépasó Samira? ¿Fue todo bien?
—Sí,pero ayer Laszlo gritaba ¡No es mi sangre!… ¡No es mi sangre! Yo no entendía.Luego supe mi hermano sangre “B positivo”, Clara “A negativo” y niño…
—¡JoderSamira! ¡Dime que grupo tiene el niño!
—Niño,“O negativo”…
Sufríun mareo, la sala me daba vueltas las sienes iban a estallarme y caí desvanecidosobre Samira que, asustada, sin saber que hacer…
—¡Yono querer decir! ¡No mueras tú!
Pocoa poco me repuse. Samira estaba muy asustada. Y ya más calmado…
—Samira,casi seguro el niño es mío, yo soy su padre… Yo también soy “O negativo”. Perosolo las pruebas de ADN podrán confirmarlo.
Sucarita mostraba una sorpresa inmensa. Los ojos abiertos como platos, la boca enO…
—Mihermano marcharse a la aldea, querer llevarme, yo querer verte y si me dejas,vivir contigo… ¿Tu volver con Clara y niño?
—No,Samira, eso no va a ocurrir, Clara me engañó, me llevó a la aldea sin decirmenada y no contaba conmigo para lo que hizo. Yo no volveré a vivir con ella, nopodría.
—¿Ycon Samira? ¿Puedes vivir con Samira?
Lainocencia y la candidez de la chica me enternecieron. La abracé y la besé enlos labios; un beso suave, limpio…
—Sí,Samira, creo que puedo vivir contigo, eres como el agua fresca del arroyo de tualdea…
Losbesos dejaron de ser inocentes. Los labios de ella, rojos como fresas, pasarona ser ardientes frutos que saboreé con auténtico placer. Mi corazón latía confuerza inusitada, pero el de ella parecía el de un pajarillo, a gran velocidad.La separé para admirar su bellísimo rostro, los pómulos rosados sobre el fondoblanco alabastrino de su piel. Perosentí vergüenza. Me sentía como un violador, casi le doblaba la edad, era unaniña, no podía aprovecharme de ella. Mi moral no me lo permitía, sobre todosabiendo que estaba sola en un país desconocido.
Melevanté, viendo su carita de frustración la tranquilicé. La llevé a la cocinadonde preparé, para los dos, la cena que tenía para mí.
Alterminar le mostré el piso, y le indiqué la habitación de invitados, dondedormiría.
—¿Yono dormir contigo? ¿No puedo vivir contigo?
—Nopequeña, esta noche no dormiremos juntos. Estás muy nerviosa y necesitasdescansar. Y si tú quieres vivir conmigo, viviremos juntos, eso no debepreocuparte. Anda, si quieres utiliza el baño y luego te acuestas. Yo necesitodescansar. Han sido muchos acontecimientos juntos y no quiero precipitarme.
—Bueno,pero ¿prometes?
—Sí,te lo prometo.
Le diun fugaz beso en los labios y me retiré antes que empezáramos de nuevo y nohubiera vuelta atrás.
Meduché, vi cómo se asomaba para verme, y como corría a acostarse para que no lapillara. Era una niña aún, a pesar de sus diecinueve años.
Nopodía conciliar el sueño. Una sombra acercándose a la cama me hizo sonreír.Simulé estar dormido. Levantó con mucho cuidado la cubierta y se metió bajoella. Estaba desnuda, helada, temblaba…Se colocó dándome la espalda, acurrucada y la abracé.
—Creoque será fácil quererte Samira — Le susurré al oído.
Comorespuesta se apretujó contra mí y poco después su respiración se normalizó. Sehabía dormido, la seguí.
Medespertó con sus besos. Unos besos llenos de ternura. Sus ojos, de un intensocolor azul, me miraban con cariño. La besé. Nos besamos y un torbellino depasión nos arrebató. Saborear sus frescos labios, acariciar su piel, sentircómo respondía a los roces de mis dedos en sus pequeños pechos de adolescente,me excitó como nunca antes, ni siquiera el brebaje que me dio su hermano,provocó ese efecto en mí.
Semetió bajo la ropa y me desprendió del pantaloncillo de pijama con el que suelodormir. Buscó y encontró mi hombría y se puso a chuparla como si fuera unapiruleta, lo hacía francamente mal. Sus dientes rozaban el glande y se diocuenta.
—¿Nohago bien? – Preguntó.
Sonreí,le fui indicando como hacerlo hasta que casi consigue hacerme terminar.
—¡ParaSamira, para!… Aún no quiero terminar.
—¿Note gusta verdad? – Su carita triste me emocionó.
—Sí,mi amor, ese es el problema, que me gusta demasiado y aún no quiero terminar.Tiéndete y déjame hacer a mí.
Deespalda, flexionó las rodillas y las abrió. El espectáculo que me ofrecía eramaravilloso. Parecía la vulva de una niña, cerradita, a pesar de la levehinchazón por la excitación. Abrir sus labios mayores y ver las pequeñascrestas e los menores era ver una auténtica maravilla de la naturaleza.
Ypasé mi lengua desde el delicado ano hasta el pubis. Se estremecía con cadacontacto, lo hice durante algunos minutos y de pronto se puso a gritar como unaloca, retorciéndose y aplastando mi cabeza entre sus muslos. Dejé que serepusiera.
Forcélas rodillas para separarlas y retomé la tarea pero concentrándome más en supequeña lentejita. Fue él no va más. Tiraba de mis pelos, empujaba mi cabezahacia su sexo… Su orgasmo tenía altibajos, había momentos en los que dejaba derespirar, en otros jadeaba con fuerza, como si le faltara el aire… Y disfrutécomo nunca haciéndola llegar una y otra vez al clímax.
—¡Luis,tu matar a mí de placer! ¡No puedo más!
Ladejé descansar acostándome a su lado. Me abrazó con una fuerza superior a laesperada según su delicada complexión.
-Luistú no saber que yo engañarte…
-Tú,cuando.
-Cuandoen aldea, después noche en casa grande, fui a buscarte. Llevarte a mi cama ydecirte “Samira ama Luis y Clara ama Laszlo”. Yo no expliqué bien. Te lleve ami cama para que Clara fuera a la cama de Laszlo. Ella me pidió y yo acepté. Túno me hiciste nada, pero tu calor, tu cuerpo a mi lado, fue suficiente. Laszlosí hizo gritar a Clara, yo los oí.
Le besé delicadamente loslabios y… Se durmió… La tapé y me levanté con cuidado para ir al baño y a la cocinaa preparar algo para comer.
Eran las doce de lamañana cuando apareció con un pijama de niña que le quedaba pequeño. Elpantalón por debajo del ombligo y las perneras a media pantorrilla. Ledibujaban el culito, redondito, duro… La blusa dejaba adivinar unos pechos, queyo había saboreado, duros, con los pezoncitos tiesos y desafiantes. La cara defelicidad, la sonrisa de satisfacción mostrando sus dientes como perlasblancas. Mi amiguito se despertó y tuve que disimular. Se sentó a mi lado en laisla de la cocina y me besó. Después se dedicó a engullir la comida. Yo reía,comía como la orilla del rio. Y reía.
De pronto me sentíafeliz, muy feliz. Se habían cumplido mis deseos. Era fértil, casi conseguridad. Tenía a mi lado una auténtica belleza que, decía, amarme con locura.¿Qué más podía desear?
Terminamos y me cogió dela mano, me llevó hasta la alcoba, se desnudó y se tendió ofreciéndosetotalmente abierta, entregada. Mi amigo, que había estado durante toda lacomida en presenten armas, pugnaba por salir de su opresor pantalón corto.
Me desprendí de él y lacubrí con mi cuerpo. No tuve que buscar el camino, parecía sabérselo. Empujéligeramente pero ella no esperó. Con un fuerte golpe de cadera se incrustó elariete entero en su cavidad. Gritó. Tuvo que dolerle, pero lo soportó, luegocomenzó a moverse. Yo me apoyaba sobre las rodillas y los brazos, para dejarlelibertad de movimientos.
Apenas unos minutosdespués la desmadejaba un orgasmo que, me hizo depositar en su vientre unasemilla que, posiblemente, era fértil. Y no me importó. Es más, en ese momentodeseé haberla dejado embarazada.
—¡Tú hacerme niño a mí! –Gritó en medio de las convulsiones… Quiero niño tuyo…
Un escalofrío recorrió miespalda. ¿Qué había ocurrido? ¿Leía mis pensamientos?
Seguimos con las cariciasy se colocó de forma que presentaba sus nalgas. Señaló su culito.
—Tu romper, solo tuyo,solo tú, despacio.
Chupe un poco su rosadoojete, lo lubriqué y penetré con un dedo, con dos, froté hurgué y logréinsertar el glande en el agujerito. Dejé que se adaptara su esfínter y poco apoco logre introducir el pene hasta la mitad. Después seguí hasta el final.Ella comenzó a moverse empujando hacia atrás para que llegara hasta el fondo.Con mis dedos excitaba su vulva, su cuerpo comenzó a dar síntomas de llegar alfinal, unos golpes más y gritó, gritó como nunca. Grito mi nombre una y otravez…
—Luis, Luis, Luis, tequieroooo. Yo feliz contigoooo… Luiiiiissss…
Dejé mi falo en suinterior sin moverme, eyaculé en su interior y el placer que sentí fueintensísimo. Me quedé quieto dentro hasta que poco a poco perdió rigidez y sesalió.
Con ella en mi regazo nosquedamos dormidos. Jamás me había sentido tan bien con una mujer entre misbrazos.
El zumbador del porteroelectrónico nos espabiló. Me levanté a ver quién era y me respondió Olga, laamiga de Clara, le abrí y corrí al dormitorio a ponerme algo dado mi desnudez.Le dije a Samira que se vistiera. Ella ya conocía a Olga.
—Hola Luis, cómo estas… —Dijo al entrar dándome un beso en la mejilla.
En ese momento apareció, tras de mí, Samira,con una batita ligera y descalza.
—Vaya, Samira, no hasperdido el tiempo… ¿Podemos hablar, Luis?
—Entra, siéntate yhablemos, no tengo nada que ocultarle a Samira.
—… Veras, supongo queSamira te habrá dicho algo, pero… Clara está muy mal. Se arrepiente de lo quete hizo y… Quiere volver contigo y con… vuestro hijo.
—¡Para, para, Olga!… Enprimer lugar, ya nada me une a Clara. Me hizo mucho daño y no es cuestión de sila perdono o no, es una cuestión de confianza. Además, me ha costado muchodejar de pensar en ella, no la quiero ya y no voy a volver con ella. ¿Qué hapasado con el niño? Cuando ella pensaba que era de Laszlo, no tuvo problema enirse con él y ahora me busca… ¿Por qué? Ya no nos une nada. Si afirma que elniño es mío, cosa que debe probarse, me haré cargo de la parte que mecorresponda de su manutención. Para mí… Ella buscó embarazarse de Laszlo y, alparecer, le salió mal. Ahora que cargue con las consecuencias.
—Entiendo que estéscabreado, Luis… Pero Laszlo se ha marchado a su aldea y no piensa volver, perolo que quizá no sepas es que el niño ha nacido más de una semana antes de loprevisto según sus cálculos, no fue engendrado en esa… aldea. La preñastevarios días antes de ir. Cuando os fuisteis ya estaba embarazada.
—¡Joder Olga!… Esto aúnes peor… Si no se hubiera encaprichado de vivir esa aventura, ahora seríamoslos felices padres de esa criatura. Pero no, ella quería experimentar, saberque se siente al ser poseída por una docena de pollas durante una noche enteray sobre todo por Laszlo. Sin quererlo, según ella y él, al saber que el bebé noera suyo la ha dejado tirada. Lo siento Olga. El tren de Clara ya pasó. Quebusque otro convoy.
Samira se apretujaba a micostado, con la cabeza baja, sin atreverse a mirarla. Apoyando su dulce cabezaen mi hombro. Me fijé en sus delicados pies y una curiosa y agradable sensaciónrecorrió mi estómago. Olga se encaró con ella…
—¿Qué te pasa Samira? ¿Nole has dicho que tu hermano os ha dejado tiradas a las dos, que Clara te ha echado de casa y no quiere niverte? Pero ya veo que a Luis le caes muy bien… Entonces, Luis, ¿qué le digo aClara?
—Pues que lo nuestroterminó, que ahora estoy con Samira y que no quiero verla. Si necesita pruebasde paternidad, no tengo problemas en facilitarle mi ADN, ahora, por favor…Nosotros tenemos cosas que hacer, ¿Verdad Samira?
El enfado de Olga erapatente, Samira me miró con sus azules ojos y sonrió. Acompañé a Olga a lapuerta. Al salir se acercó para decirme…
—No te fíes de lamosquita muerta, es más peligrosa de lo que crees.
En las semanas siguientesse realizaron las pruebas de paternidad y efectivamente yo era el padre delniño de Clara. Nos reunimos y llegamos a un acuerdo económico para compensarlos gastos. Samira se ofreció para cuidarlo cuando Clara lo necesitara.
Nosotros, Samira y yo,estábamos viviendo una luna de miel.
Pocas semanas despuéssupimos que Samira estaba embarazada. Ella temía decírmelo pero al ver mireacción, mi alegría, la levanté en brazos y la abracé, me la comía a besos, setranquilizó.
El paso siguiente fuesolicitar permiso para casarnos. No nos fue difícil y tres meses después noscasamos.
Los meses que siguieronfueron un sueño. Ella engordaba, Clara nos traía a su bebé y nos lo dejabacuando ella viajaba. Esta situación llevó a que se establecieran nuevos lazosde amistad entre los tres.
Samira tuvo una niña,preciosa, rubia como ella, con sus ojos… La llamamos como su abuela maternaElena.
.
Dos meses después delparto, Samira, se presentó en casa con un documento en las manos, me lo entregó. Era una certificación depaternidad.
—¿Por qué lo has hecho,Samira? Yo no te lo he pedido.
—Yo quería, tú seguro,Samira tu hija. Yo te quiero… Yo solo contigo…
Han pasado quince años,sigo felizmente casado con Samira. Clara ya ha abandonado sus intentos derecuperarme. Pero nos llevamos bien. Mis dos hijos, Laszlo y Elena, también hancongeniado y van al mismo instituto. Para sus compañeros son amigos pero ellossaben que son hermanastros. Mis dos hijos…
FIN
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