Una Mente Perversa VS Unas Sumisas 1
Una Promesa a un Amigo Que Cumplir Algo Morbosa
Con El Sello De Placer y Morbo…
Lo conocía desde niño porque aunque él no era de donde yo nací, pero ambos crecimos en juntos, en un pequeño pueblo. Y ahora el hecho de que esté muerto, no afecta a que considere que Alberto era un buen tipo. Como amigo no había otro igual. Cariñoso, atento, divertido pero sobre todo leal, su único defecto es tenerme a mí como amigo. Si tenía un problema, era el primero en acudir en tu ayuda. Pero siendo una persona maravillosa, tenía un problema:
--¡Era un auténtico desastre!
Siendo un tipo inteligente y trabajador, era también derrochador a extremos impensables. Tal y como le entraba dinero, se lo gastaba. Nunca pensó en el mañana hasta el día en que le diagnosticaron cáncer, pero entonces era tarde.Mientras estaba sano, con su salario bastaba para dar a su mujer un más que digno tren de vida. Lissana había nacido en una familia acomodada, dueña de una planta de jugos cítricos pero que desgraciadamente había quebrado. Sabiendo de la manera que había sido educada, se ocupó de que a ella no le faltase de nada: si quería un vestido, iba a una tienda y se lo compraba. Si perdía el celular, le conseguía el último modelo. En pocas palabras la trató como una reina pero malgastando el resto de su dinero. Por eso cuando cayó enfermo, vivía de alquiler y su cuenta corriente estaba en números rojos.Todavía recuerdo el sábado en que fui a verle a la clínica. Fue duro contemplarlo conectado a todos esos aparatos. Del hombre vital y divertido solo quedaba una cascara de piel y huesos. Al entrar en su habitación, me pidió que me acercara y tomando mi mano entre las suyas, me confesó que estaba acojonado.
--Te comprendo. -Contesté pensando que se refería a la parca. --Morirse a los 30 años es una maldad. -Mi amigo se percató de cómo le había interpretado y susurrando para que nadie lo oyera, me sacó de mi error.
--No me preocupa el morir. Lo que me trae jodido es dejar a Lissana sin nada con que defenderse. -Y haciéndome una confidencia, me dijo. --Mi vida no me importa pero no sé qué va a ser de ella, eso es lo que me tiene mal. -Tratando de quitar hierro al asunto, contesté en plan de broma que valía más muerto que vivo porque cuando falleciera su mujer cobraría la pensión de viudez.
Ella no tiene a nadie ni nada con que seguir la vida entiendes, a nadie, tiene una hermana menor, algo problemática que le metimos en un colegio de señorita privado, que es más un reformatorio, para niñas problemas y bueno, ya yo no puedo pagar eso, muy pronto la devolverán, y mi mujer no puede con mi situación y la de su hermana no he querido decirle eso, para no preocuparla mas.
--Ese es el problema. No he cotizado los años suficientes y con lo que le va a quedar no puede pagarse ni un mísero cuartucho. -Respondió casi llorando.
Ver como sufría por el destino de su mujer no fue plato de buen gusto y actuando como un verdadero irresponsable, le solté:
--Alberto hermano, como sabes mi situación económica es buena. Me comprometo en buscarle un trabajo con el que pueda sobrevivir holgadamente.
Mis palabras lejos de tranquilizarle, le alteraron más y levantando el tono de voz, me explicó que su mujer nunca había trabajado fuera de casa y aunque era una buena cocinera, no la veía trabajando en un restaurante. Me debí de haber mordido un huevo en ese instante pero ya lanzado, le ofrecí que podría darle trabajo yo mismo:
--Ya sabes tengo en el pueblo una vieja hacienda y me vendría bien tener alguien de confianza que se ocupara de mantenerlo. Los que me la cuidaban de toda la vida se han jubilado y por eso vengo poco al no tener nadie que me cocine. ¡Me haría un favor!
Al oírme se agarró a mi oferta como a un clavo ardiendo y me hizo jurar que lo haría. Si vivo no hubiera jamás defraudado a ese amigo, en la antesala de su muerte ve vi incapaz de hacerlo y sin saber en el lio que me estaba metiendo, le prometí que cumpliría con la palabra dada. En ese momento no fui consciente que desde el sillón, la aludida no se había perdido nuestra conversación pero al cabo de una hora cuando ya me iba, se acercó a mí y dándome las gracias, me preguntó cuándo tenía que ponerse a trabajar.Sabiendo su mala situación, contesté.
--Considérate contratada desde ahora mismo. -Y cogiéndola del brazo, susurré a su oído. --Yo solo vengo los fines de semana pero si es demasiado apresurado, cuida a tu marido y si desgraciadamente fallece, ya tendrás tiempo de empezar a trabajar cuando te recuperes. -La mujer se quedó pensando durante unos segundos sobre que le convenía y tras meditarlo, preguntó.
--¿El puesto incluye la casa donde vivías?
Supe que se refería a un pequeño pabellón que se hallaba en un extremo de la finca. Aunque tenía pensado convertir ese cobertizo en un garaje y viendo por donde iban los tiros de esa mujer, contesté:
--Está muy deteriorada pero si la necesitas, podrías vivir allí. -Incapaz de mirarme a la cara, me respondió.
--Me vendría bien porque como le ha dicho mi marido, andamos justos y si me presta esa casa, no tendría que pagar alquiler.
--Por mí, no hay problema.
--Entonces, Don Manuel.-Me gustaría entrar de inmediato porque “La Floresta” está a cinco minutos del hospital y podría cuidar de Alberto sin problemas.
Me di cuenta que me estaba hablando de Usted. Y comprendiendo que era la forma correcta de dirigirse a mí ya que iba a pasar a formar parte de mi servicio, decidí dejar para otro día el corregirla. Me sonaba raro que esa mujer que conocía desde cría no me tuteara pero como era una tontería, le estreché su mano cerrando el acuerdo. Lissana se traslada a vivir a “Las Flores del Campo” se llamaba la casa. Todavía no os he explicado que aunque siempre me refería a la propiedad familiar como la casona, en realidad era una finca de diez hectáreas en mitad del pueblo. Entre sus muros de piedra, además de la vivienda de los señores y de la casa de los que la cuidaban había una piscina, un jardín descomunal y una gran huerta. Fue mi padre el que viendo que le sobraba terreno quien decidió cercar una parte para producir hortalizas. Desgraciadamente, al vivir yo en la capital, la había dejado caer y por aquellas fechas, no era más que un criadero de malas hierbas.Volviendo a la historia que os estaba contando. Esa noche cené con unos conocidos y se me pasaron las copas. En pocas palabras, llegué con un pedo a casa de los de órdago. Por eso a la mañana siguiente, cuando tocaron el timbre de la puerta, me levanté sobresaltado y con un enorme dolor de cabeza.
--“¡Quien coño será a estar horas! ¡Un sábado!” -pensé al ver que mi reloj marcaba las nueve.
Cabreado, me puse un short y descalzo, bajé a abrir a la inoportuna visita, estaba sin camisa. Fue al ver a la esposa de mi amigo en la puerta, cuando recordé que el día anterior la había contratado. La enorme maleta que traía me hizo saber que Lissana venía para quedarse, por lo que dejándola pasar le pedí que me diera quince minutos para enseñarle la casa.
--No me esperaba que vinieras tan temprano. -Dije a modo de disculpa. --Me cambio y bajo.
--Por mí no se preocupe, Don Manuel. -Contestó mirando a su alrededor. Consciente del desorden, traté de excusar el deplorable estado, diciendo:
--Me da vergüenza que veas tanta mierda pero desde que se jubilaron los que me la cuidaban, nadie se ocupa.
--Para eso estoy yo, vaya a ducharse que mientras tanto veré que puedo hacer.
Descojonado porque mi nueva guardesa me mandara a la ducha, subí la escalera y me metí en el baño. Fue bajo el agua cuando me dio que pensar si había hecho bien en contratar a esa muchacha. Aunque fuera la esposa de mi amigo, no dejaba por ello de tener 25 años y conociendo la mala leche que se gastaban en el pueblo para inventar un chisme, temí que una vez muerto su marido su reputación quedara en entredicho. Por otra parte, estaba acostumbrado a traerme a mis conquistas de una noche a casa y teniéndola a ella ahí, ninguna de las del pueblo se atrevería a aceptar por aquello del qué dirán. Esa fue la primera vez que me percaté que su presencia iba a cambiar mi modo de vida, pero como le había dado mi palabra, decidí que si surgían problemas, tendría tiempo posteriormente de tomar medidas.Ya vestido, bajé a buscarla. Lissana había decidido ponerse manos a la obra y por eso cuando la encontré limpiando la cocina, no solo me había preparado el desayuno sino que incluso había echado mi ropa a lavar. Cuando entré en la habitación, mi empleada estaba subida a una escalera tratando de quitar la roña de un estante. La forzada posición me permitió valorar las piernas de esa mujer.
--“Está buena la condenada” -pensé y disimulando mientras me servía un café, di un buen repaso a su anatomía. Ajena a ser objeto de mi examen, la muchacha parecía contenta e intentando que siguiera obsequiándome gratis la visión de ese par de muslos, me senté en silencio. --“¡Menudo culo!” -valoré desde mi silla.
Nunca me había fijado en que la esposa de Alberto tenía un trasero digno de museo. Dos nalgas duras redonditas y paraditas, bien puestas hacían a esa parte de su cuerpo muy deseable. El sentir que mi pene de 23 centímetros de largo y 16 de grosor, se ponía erecto bajo el pantalón hizo me avergonzara de mi actitud y dejando a un lado esos pensamientos, le dije si quería visitar la casa. Aunque me resultó raro, Linda se mostró encantada de acompañarme. Cómo la casa es enorme, le pregunté por donde quería empezar:
--Si no le importa, me gustaría dejar la maleta en mi cuarto.
Sonará mal pero agradecí su deseo porque de esa forma vería antes ese sucio cobertizo antes que el resto y no al revés, de forma que no le resultará tan deprimente en relación con donde yo vivía porque aunque no había entrado en los últimos tres años, me constaba que era una mierda. Mis peores augurios se confirmaron nada más entrar, porque al abrir la puerta me encontré con que una parte del techo se había caído, haciéndolo inhabitable. Si mi cara fue de espanto, la de Lissana no se quedó atrás y llorando me explicó que esa mañana había hablado con su casero y le había dicho que en una semana, le dejaba el apartamento que estaba alquilando. Viendo la desolación de su rostro, cometí otra idiotez y con visos de se tranquilizara, le ofrecí quedarse en la casa grande mientras mandaba arreglar esa mazmorra.
--¿Está usted seguro?- preguntó aliviada.
--Por supuesto, aquí no hay quien viva. -Comenté y haciéndome el bueno, dije. --La casona es demasiado grande para mí solo, no me importa que te quedes ahí mientras consigo que alguien repare el techo y acomode el resto.
La mujer de mi amigo recibió mi oferta con tamaña felicidad que solo el hecho de ser yo un antiguo conocido, evitó que me lo agradeciera besando mis manos. Su gratitud me hizo valorar en su justa medida las dificultades de ese matrimonio y suponiendo que sería cuestión de un par de meses, no vi problema en ello. Fue cuando le mostré la habitación de invitados que estaba al lado de la mía cuando percibí la exacta dimensión de mi propuesta, ya que como era una casa antigua tendría que compartir con ella mi baño. Mis padres al remodelarla habían colocado el servicio con entrada a ambos cuartos, de manera que tendría que cerrar la puerta de interconexión para mantener mi privacidad. Reconozco que no dije nada porque me parecía clasismo de la peor especie pero habituado a vivir solo, la perspectiva de que alguien usara mi misma ducha no me hizo ni gracia. En cambio, Lissana estaba ilusionada porque no en vano al lado del pequeño piso que compartía con su marido, mi herencia le parecía un palacio. Tras dejar su maleta en la habitación, le enseñé el resto de la vivienda mientras en mi fuero interno me iba encabronando conmigo mismo.
--“¡Seré idiota!” -mascullé para mí al terminar y para tranquilizarme decidí salir a dar una vuelta.Ya me iba cuando me preguntó si iba a volver a comer:
--No, gracias.-Contesté aunque no era cierto que había quedado.
Mentir de esa forma tan absurda, me sacó de las casillas y por eso nada más entrar en mi coche arranqué y salí huyendo sin rumbo fijo. No podía concebir que a mis 30 años hubiese mentido para no reconocer que prefería estar solo. Durante dos horas estuve dando vueltas por la sierra y sintiendo hambre me paré a comer en un bar de carretera. La mala suerte me hizo entrar en un sitio penoso, la comida era una mierda por lo que dejé la mitad en mi plato. Al volver a mi casa, no vi a Lissana y creyendo que debía estar limpiando otra zona de la casa, no le di importancia y me fui directamente a mi cuarto. Como tantas veces, estaba abriendo la puerta que daba al baño cuando escuché el ruido del agua de la ducha. Cortado la cerré y me tumbé en la cama. A partir de ahí, reconozco mi culpa. Que la mujer de mi amigo se estuviera bañando a escasos metros me hizo recordar la maravilla de piernas con las que la naturaleza le había dotado y comportándome como un cerdo, decidí beneficiarme de esa circunstancia. Cómo ya os expliqué, la casa era antigua y por lo tanto sus puertas. Por lo que aprovechando el ojo de la cerradura, me agaché para espiarla. Lo primero que vi fue a sus pantaletas y a su brassier colocado en el lavabo. Saber que Lissana estaba desnuda, fue suficiente para que mi pene saliera de su letargo. Juro que ya estaba excitado aun antes de ver su silueta a través de la mampara transparente de la ducha. Como si fuera una película porno, disfruté del modo tan sensual con el que se enjabonaba.Si sus piernas eran espectaculares qué decir de los pechos que descubrí espiando. Grandes, duros e hinchados eran los mejores que había visto hasta entonces y ya sin ningún recato me desabroché la bragueta y sacando mi miembro me puse a masturbarme en su honor.
--¡Qué maravilla! -exclamé en voz baja al darse la vuelta y comprobar tanto los negros pezones que decoraban sus tetas como el cuidado coño que esa mujer lucia entre sus piernas.
Desde mi puesto de observación, me sorprendió no solo el tamaño de sus pechos sino también la exquisita belleza del resto de su cuerpo y por ende, desde ese momento envidié a mi amigo.
--“¡Mierda! ¡Cómo se lo tenía escondido!”, -pensé recordando que Alberto nunca había hecho mención del belleza que tenía en su cama.
Me quedé con la boca abierta cuando la mujer separó sus piernas para enjabonarse la ingle, permitiendo que mi vista se recreara en su vulva. Lissana llevaba el coño completamente depilado, lo que lo hacía extrañamente atractivo. Os tengo que reconocer que mi respiración se aceleró al contemplar esa maravilla. Si no llega a ser imposible, por el modo tan lento y sensual con el que se enjabonaba, hubiese supuesto que se estaba exhibiendo y que lo que realmente quería esa mujer era ponerme cachondo. Completamente absorto mirándola, me masturbé con más fuerza al admirar con detalle todos sus movimientos. Para el aquel entonces, deseaba ser yo quien la enjabonara y recorrer de esta forma todo su cuerpo. Me imaginaba siendo yo quien estuviera palpando sus pechos, acariciando su espalda pero sobre todo lamiendo su sexo. Pero la gota que derramó el vaso y que provocó que mi pene explotara, fue verla inclinarse a recoger el jabón que había resbalado de sus manos. Al hacerlo, me permitió maravillarme nuevamente con su culo y descubrir entre sus nalgas, su rosado y virginal esfínter. Imaginarme siendo yo quien desvirgara la entrada trasera de la esposa de mi amigo, me terminó de excitar y descargando mi simiente sobre la alfombra, me corrí en silencio.Temiendo que descubriera las manchas blancas y comprendiera que la había estado espiando, las limpié tras lo cual, bajé al salón, intentando olvidar su silueta mojada. Cosa que me resultó imposible, su piel desnuda se había grabado en mi mente y ya jamás se desvanecería. Esa tarde, Lissana se fue a visitar a su marido al hospital, lo que me dio la oportunidad de revisar su habitación. Sé que fue algo inmoral pero esa mujer me tenía obsesionado y por eso cuando la vi marchar, esperé diez minutos antes de entrar.Lo primero que hice fue asegurarme de que no me sorprendiera y por eso atranqué la puerta de entrada a la casa antes de introducirme como un ladrón, en el cuarto donde iba a dormir. Ya una vez dentro, abrí su armario donde descubrí otra muestra más de lo mal que lo estaba pasando esa pareja. Había mucha ropa pero toda vieja. Se notaba que llevaba años sin comprarse ningún trapo. Pero lo que realmente me dejó encantado, fue descubrir en un cajón su colección de tangas. Tangas pequeñitas y casi transparentes. Solo con imaginarme a esa belleza con esas prendas hicieron que volara mi imaginación. Me vi separando esos dos cachetes e introduciendo mi lengua en su interior.Pero lo mejor llegó al final. Al revisar su mesilla de noche, me encontré con que Lissana tenía compañía por las noches. Daba igual que su marido estuviera postrado desde hace meses en una cama, su querida esposa aliviaba su ausencia con un enorme consolador.
--“¡Mierda con la mujercita de Alberto!” -pensé mientras olisqueaba el aparato.
Fue entonces cuando descubrí que estaba recién usado. Todavía conservaba rastros de humedad y el olor dulzón que desprendía, era inconfundible.
--¡Se acaba de masturbar! -Exclamé en voz alta, claramente excitado.
Colocando todo en su lugar, tuve que irme al baño a pajearme y mientras liberaba mi tensión, decidí que de algún modo ese culo sería mío. Aprovechándome de su situación económica y de que a buen seguro, debía llevar meses sin que su marido se la follara, esa mujer quisiera o no pasaría por mi cama. Intentaría primero seducirla pero si resultaba imposible, usaría todo tipo de malas artes para conseguir follármela. El tiempo que transcurrió hasta su vuelta, lo usé para planear mis siguientes pasos y por eso nada más cruzar la puerta, le pregunté cómo seguía Alberto. Lissana se echó a llorar al oírme preguntar por su marido y con lágrimas en los ojos, me contestó:
--Muy mal. Los médicos me han explicado que no le queda más de un mes. -Exagerando la pena que me produjeron sus palabras, la abracé y acariciando su pelo, le dije:
--Lo voy a echar de menos.
Su esposa se dejó consolar durante cinco minutos, sollozando contra mi hombro. Actuando como un buen amigo, actué como paño de lágrimas cuando realmente al sentir su cuerpo contra el mío, no podía dejar de pensar en cómo sería tenerla entre mis piernas, mi polla empezó a crecer. Le acariciaba el pelo y sutilmente le palmeaba su trasero. Cuando comprobé que se había tranquilizado, me separé de ella y valiéndome de su dolor, le pregunté porque no salíamos a cenar fuera.
--No estás de humor de cocinar. -Insistí cuando ella se negó.
--Te juro que no me importa y mira con que fachas voy. -Su respuesta para nada rotunda, me dio ánimos y con voz tierna, le contesté:
--No aceptaré un no… Te espero mientras te cambias.
Dando su brazo a torcer, se metió en su habitación. Satisfecho por esa primera escaramuza ganada, me entretuve pensando donde llevarla. Si íbamos a cualquier lugar del pueblo, su salida nocturna podría crear un chisme pero si la sacaba a otro lugar, podría mosquearse. Por eso, mientras la esperaba, decidí que fuera ella quien tomara la decisión. No me extrañó al verla bajar que esa mujer viniera vestida de forma recatada. Ataviada con un traje gris horrendo, podía pasar perfectamente por una feligresa yendo a un servicio religioso.
--“¡Qué desperdicio!” -pensé al verla.
Aun así, ese disfraz de monja no pudo ocultar a mis ojos, la rotundidad de sus formas. Su culo grande y duro se rebelaba a quedar enterrado bajo la gruesa falda. A mi ojo de halcón con mis experiencia con los cuerpo de las mujeres, podría decir, que su cuerpo era de unas medidas de 1.76, de estatura, yo era 1.89, y ella sus medias eran 96-60-101. Fácil con piernas carnosas y torneadas y su cola paradita, con esa cintura de avispa, resaltaba mas ese trasero operado, debía de estarlo, no podía ser obra de la genética y el ejercicio. Valorando en su justa medida el espécimen que me iba a acompañar a cenar, galantemente, le cedí el paso. Lissana me agradeció el gesto con una sonrisa y preguntó dónde íbamos. Tardé en responder porque mi mente divagaba en ese momento sobre cómo y cuándo atacarla pero cuando ella insistió, contesté:
--¿Te parece que vayamos a un restorán?
Salir del oprimen té ambiente de nuestro pueblo le pareció una buena idea por lo que enfilando la carretera, nos hicimos los veinte kilómetros que nos separaban de ese lugar. Ya dentro del casco urbano, me dirigí a un coqueto restaurante donde solía llevar a mis conquistas.
--¿Conoces esta posada?- pregunté mientras le abría la puerta.La muchacha negó con la cabeza y con paso asustadizo dejó que nos llevara a nuestra mesa, donde una vez estábamos solos, me soltó:
--¿Por qué no vamos a otro sitio? Esté es muy caro. -Comprendí los reparos de Lissana y sin darle mayor importancia, le contesté:
--Por eso no te preocupes. Tú te mereces todo esto y más.
Mi piropo diluyó sus reticencias y por eso cuando llegó el camarero con el vino, no puso inconveniente en que le sirviera una copa. Durante la cena, la rubia se relajó y sin darse cuenta, comenzó a beber más de la cuenta. Tras el vino y la cena, vinieron tres cubalibres, de forma que al salir del restaurante, la mujer ya iba más que entonada. Viendo en su ingesta etílica una más que plausible oportunidad de que la esposa de Alberto hiciera una tontería, le pregunté si quería tomar una copa en otro antro.
--Solo una. -Contestó ya con problemas de articular las palabras.
Esa fue la primera y 5 ella vinieron otras dos, por lo que ya bien entrada la noche, me confesó que estaba aterrada por su futuro y que me daba gracias por acogerla bajo mi brazo. Comportándose como el típico ebrio, me abrazaba mientras me decía que me debía la vida y que contara con ella para todo.
--“¡Si tú supieras para lo que te quiero!” -pensé en silencio mientras pagaba.
Durante el viaje de vuelta, Lissana se quedó dormida de la borrachera que llevaba y por eso al llegar a casa, la sujeté por debajo de sus brazos y subiendo por las escaleras, la llevé hasta su cuarto. Una vez allí, la dejé caer sobre la cama. Absolutamente inconsciente, se quedó en la misma postura en que cayó. Su falda se le había enroscado permitiendo que mis ojos se recrearan en esas piernas morenas y macizas. Dicha imagen me impactó porque ajena a mi examen, mi nueva empleada me mostraba su trasero casi desnudo y digo casi porque solo la tira de la tanga enterrada entre sus cachetes, evitaba que lo contemplara por completo. Sentándome en un sillón frente a su cama, me la quedé mirando. La tentación de tocar las maravillosas tetas que había visto en el baño era demasiado fuerte y tras cinco minutos donde debatí sobre qué hacer, me animé a mí mismo pensando que si lo hacía con cuidado nadie se iba a enterar. Queriendo comprobar su verdadero estado, me acerque a ella y le propiné unos suaves cachetes en la cara.
--“¡Está grogui!” -confirmé al ver que no se enteraba.
Sin pensármelo dos veces, le fui desabrochando la camisa botón a botón. Cuanto más la abría, más excitado me sentía al comprobar en persona las dos maravillas con las que le había dotado la naturaleza. Cuando ya tenía la blusa totalmente desabotonada, me deleité tocando esas tetas que me tenían obsesionado. Actuando como un drogata al que la primera dosis no le sabe a nada, llevé mi boca hasta sus pezones y me puse a mordisquearlos. Mis maniobras pasaron totalmente desapercibidas por mi victima que como en trance seguía durmiendo la mona.Ya para entonces estaba dominado por la lujuria y moviéndola sobre el colchón, la puse boca arriba y con sus piernas separadas. Solo la breve tela de su tanga me separaba de su sexo y por eso, con cuidado de no despertarla, se lo fui bajando hasta sacársela por los pies. Nuevamente comprobé in situ lo que ya había avizorado a través de la cerradura.
--“Menudo coño tiene la zorra” -sentencié al contemplarlo.
Completamente depilado, no había pelos que me impidieran observar tamaña belleza y actuando como un cerdo, pasé uno de mis dedos por la rajita que tenía a mi entera disposición. Me resultó sorprendente encontrarme que estaba mojado y por eso me fijé si en su cara había algún rastro de que se estuviera enterando de en esos momentos me estaba sobrepasando con ella. Pero todo me revelaba que seguía sumida en un sopor intenso por lo que agachando mi cabeza entre sus muslos, pasé mi lengua por sus pliegues.
--“¡Qué rico está!” -me dije mentalmente y ya más confiado me puse a mordisquear su clítoris.
Su sabor a hembra insatisfecha inundó mis papilas por lo que totalmente excitado, me entretuve comiéndole el chocho hasta que bajo mi pantalón, mi pene me pidió más. El calentón que recorría mis entrañas era tal que hasta me dolía de lo duro que lo tenía. Sin poderme retener, me bajé los pantalones y sacando mi polla de su encierro, me puse a juguetear con ese sexo. La humedad que anegaba esa preciosidad facilitó mi penetración y suavemente, se la ensarté hasta el fondo. Estaba follándomela cuando me percaté que debía de aprovechar aún más esa feliz circunstancia y sacándola muy a mi pesar, me fui a mi cuarto a por mí celular.Con él en mi mano, le empecé a sacar fotos de las conchita, o más bien de esa Conchota carnosa y del espléndido coño de la cría y no contento con ello, realicé varias poniendo mi glande en su boca, como si me lo estuviera mamando. Acto seguido, le separé las rodillas y metiéndome entre sus muslos, inmortalicé el modo en que mi pene se iba haciendo dueño de su interior. En ese momento, Lissana suspiró por lo que me quedé petrificado pensando que se había despertado y que iba a descubrirme violándola, pero todavía hoy doy gracias por que fue solo un susto y la esposa de mi amigo seguía roncando su borrachera. A pesar de ello, os tengo que reconocer que mi corazón a mil y sin moverme esperé unos segundos.
--“¿Te imaginas que se despierta y me pilla con mi verga dentro de ella?” -balbuceé mentalmente asustado.
Al cabo del tiempo y viendo que no se movía, empecé a moverme lentamente penetrando su interior con mi forastero. Lo estrecho de su conducto y mi calentura hicieron el resto y al cabo de 10 minutos, comprendí que iba a correrme, yo por lo general no acabo tan rápido, pero en verdad esa mujer me prendía No queriendo dejar rastro, la saqué y eyaculé sobre sus piernas.Entonces saciado y aunque deseaba repetir, preferí dejar eso para otro día y limpiando los restos sobre su piel, eliminé toda evidencia de mi paso por su cama. Ya estaba casi en la puerta cuando recordé que no le había puesto el tanga, por lo que retrocediendo unos pasos, cogí su braguita. Desgraciadamente para ella, me acordé de su consolador y pensando en el día después, decidí que si amanecía con él en sus manos, cualquier escozor en su coño lo atribuiría a que borracha lo había usado.Improvisando sobre la marcha, se lo clavé hasta el fondo para que tuviera rastros de su flujo y dejándolo sobre el colchón, lo encendí a nivel mínimo.
--“En dos o tres horas, ese zumbido la despertará y creerá que es eso lo que ha sucedido”.
Muerto de risa, cerré su habitación y me fui a mi cama. Ni que decir tiene que cogiendo las fotos que había hecho, las mandé a mi email para que estuvieran a buen recaudo, tras lo cual, las borré y me quedé dormido.Reconozco que soy un aprovechado…
Esa mañana me desperté temprano y al ir a desayunar, me topé con Lissana en la escalera. Olvidándose de que era domingo, esa mujer estaba lavando los escalones agachada, lo que me permitió dar un completo repaso a su escote.
--“Esta mujer tiene más que un polvo” -me dije recordando cómo había abusado de ella la víspera.
La validación de que no recordaba nada de lo ocurrido, me llegó al oírla saludarme alegremente y diciéndome que tenía el desayuno preparado. Mi tranquilidad se hizo total al reírse de la borrachera que se había pillado y preguntarme como había llegado hasta su cuarto.Obviamente, le mentí. Mi respuesta le satisfizo y levantándose del suelo, se fue a calentarme el café sin saber que al mirar su culo por el pasillo, era otra cosa a lo que le había elevado su temperatura. Desgraciadamente, después de tomármelo, me tuve que despedir de ella porque al medio día tenía un compromiso.
--¿Cuándo volverás? -me preguntó con tono apenado.
--El viernes. -Respondí sin caer en que me había tuteado otra vez.
Ya en el coche, estuve a punto de darme la vuelta pero asumiendo que si quería convertir a esa mujer en mi amante. Lentamente iría cerrando su mundo hasta que no tuviera más remedio que abrirse de piernas. A partir de ese momento, no pude sacármela de la cabeza. Los días encerrado en mi despacho no hicieron más que avivar la necesidad que tenía de volvérsela a meter.El viernes nada más llegar a mi oficina, la llamé para confirmarle que llegaba a comer. La mujer se mostró encantada con el detalle de que la hubiese avisado y cruzando un límite hasta entonces impensable, me comentó.
--Te he echado de menos. Sin ti no tengo a nadie con quien hablar. -Su confesión me dejó perplejo y sin saber que contestar, quedé con ella a la tres. --Te esperaré con la mesa puesta.
--¡Claro eso estaría bien! -Le dije yo.
Mientras conducía hacia el pueblo, me fui calentando. Necesitaba a esa mujer. Aunque la conocía desde niña, nunca me fijé en ella como en una hembra a la que echar mi lazo y por eso ahora estaba descolocado.
--Manuel, es solo un coño. -Grité aprovechando de que iba solo en mi coche. Pero algo me decía en mi interior, que si conseguía llevármela a la cama, difícilmente la dejaría irse. --Me la follo y si te he visto no me acuerdo. -Sentencié sin llegármelo a creer, para mí solo.
Al llegar a estaba temblando como un puñetero crío ante su primer cita. No sabía lo que me esperaba después de ese desliz verbal de la mujer de mi amigo y por eso saludé discretamente desde la puerta. Lissana contestó que estaba en la cocina. Siguiendo su voz, entré en la habitación y me la encontré preparando la comida. Alucinado me la quedé mirando. El calor que desprendían los fuegos, había elevado la temperatura del ambiente y el sudor de su cuerpo hacía que se le pegara la blusa contra el pecho. La sensualidad de la escena se magnificaba por acción de sus pezones que grandes y duros se marcaban bajo la tela. Me consta de que ella adivinó mis pensamientos al pillarme fijamente observando ese par de maravillas de la naturaleza con ayuda de la cirugía, había tocado muchas tetas y culos en mi vida sabía que si eso era genética, una buena alimentación ejercicio, y si cirugía, eso estaba muy duro y firme, desde la puerta pero lejos de asustarse o de cortarse, me sonrió.
--“¡Dios! ¡La tumbaría sobre la mesa!” -me dije tratando de retener mis instintos.
Fue la esposa de Alberto quien tuvo que romper el silencio incómodo que se instaló entre nosotros, pidiéndome que me sentara a la mesa. Desde mi silla contemplé a esa mujer, servirme la sopa mientras dejaba que mis ojos se recrearan nuevamente en su escote. Les juro que si llego a tener el valor que hacía falta, me hubiese lanzado a su cuello pero en vez de ello me tuve que conformar con la cuchara. Sabía que Lissana estaba jugando conmigo no podía permitir eso, estaba mi orgullo en juego, y que dicho cambio de debía deber a algo y por eso, tanteando el terreno.
--Sabes Lissana yo también te eche mucho de menos… no sabes cuánto.
Sentándose a la mesa, se puso a comer sin dejar de tontear conmigo de manera que en el postre, ya sabía que iba a pedirme algo. Primero me contó que su marido estaba de mal en peor y que los médicos le habían desahuciado, para acto seguido explicarme que esa mañana al ir a recoger sus cosas a su antiguo piso, el propietario le avisó que tenía dos meses impagados.
--¿Cuánto es?- pregunté.
--Quince mil.-Y yendo directamente al grano, me rogó que se los prestara pidiéndome que se lo retuviera de su salario.
--Bueno supongo que puedo. -Dije dudando.
--Te juro que te lo pagare de alguna forma.
--Ya hallaré el modo de cobrarme. -Solté como si nada. Entonces la boba sin pensar en mis palabras me abrazó y me dio un beso en la mejilla, momento que aproveché para darle un buen apretón en ese duro trasero.
--¡Qué haces!- protestó al sentir mis manos recorriendo sus nalgas.
--Tomar un anticipo. -Dije sin soltarla.
La mujer espantada por mi actitud, se rebeló un poco pero viendo que no avanzaba más allá, dejó que magreara su culo durante un minuto, lo tenía más que perfecto, no podía esperar a tener ese culo, tras lo cual indignada, salió de la habitación. Solté una carcajada al verla irse y sacando el dinero de mi cartera, lo dejé encima de la mesa. Había levantado mis cartas y ya no me podría echar atrás. De lo que hiciera esa mujer en una hora, iba a depender no solo que me la pudiera tirar sino incluso mi reputación porque un escándalo haría insoportable mis fines de semana en ese lugar. Dando tiempo para qué pensará, salí al jardín y mientras lo recorría, comprendí que necesitaba unos mayores cuidados. Al volver a casa, Lissana no estaba pero el dinero había desaparecido y temiendo que se hubiese ido definitivamente, entré en su cuarto. Al descubrir su ropa en el armario, sonreí al saber que esa mujer había firmado su sentencia.
--¡No tardaría en venir ronroneando hasta mi cama! -Me dije con seguridad.
Decidido a hacerme con las riendas de su vida, llamé al doctor, el médico que trataba a Alberto en la clínica. Tras presentarme, me reconoció como el viejo amigo de su paciente e interesándome por él, le pregunté por cómo iba el tratamiento del enfermo.
--Mal. -Respondió de golpe. --En este hospital poco podemos hacer. He recomendado a su mujer que se lo lleven a una clínica privada donde puedan darle cuidados paliativos. No va a mejorar pero al menos no seguiría sufriendo.
--Y ¿Qué le ha contestado?
--La pobre me confesó que no tenía dinero para hacerlo.
--¿Cuánto costaría?- pregunté interesado.
--Unos noventa mil como mínimo.
La cifra era importante pero afortunadamente no era descabellado y por eso tras pensármelo dos veces, le informé que yo me haría cargo pero que le exigía confidencialidad, nadie debía de saberlo. El médico se quedó extrañado pero viendo que era lo mejor para Alberto, aceptó mi explicación. Haciéndome el buen amigo, justifiqué mi decisión en la amistad que me unía con su paciente. Una vez arreglado ese pequeño detalle, me tumbé en el sofá del salón y puse la tele. Solo me quedaba esperar. A las ocho y media de la tarde, Lissana llegó hecha una energúmena y nada más soltar el bolso, vino a encararse conmigo, así me gustaba, las mujeres enojadas, son más fáciles de manipular, más fácil de domar, no piensan bien, se dejan llevar por el momento y sus sentimientos.
--¡¿Quién coño te crees para organizarme la vida, eres un Maldito?! -Se la notaba francamente alterada y por eso esperé que soltara toda clase de improperios de su boca y al terminar, sin dejar de mirar la tele, le respondí.
--¿Te refieres a evitar que tu marido siga sufriendo? ¿Quieres que llame a doctor para retirar mi oferta? ¡Sabes que con mi ayuda su días finales serían más pacíficos… incluso podría ocurrir un milagro! -Tal como había previsto, fue incapaz de pedirme tal cosa y con lágrimas de sus hermosos ojos, me preguntó.
--¿Qué quieres a cambio? -Entre sollozos. Yo sonreí.
Solté una carcajada luego y levantándome, fui hacía ella. Me encantó ver como temblaba al conocer de antemano mis intenciones. Ya a su lado, la cogí de la cintura y dándole un beso y luego la mire a los ojos y contesté.
--Ya lo sabes nena no te hagas la tonta.
Destrozada, salió corriendo de la habitación mientras. Cualquier otro hubiese tomado posesión de su propiedad en ese momento pero yo no, había que preparar la carne. Prefería que con el paso del tiempo, mi víctima se fuera haciendo a la idea, que cuando la tomara ya hubiese asimilado que iba a ser mía. Como es lógico, Lissana se encarceló en su cuarto a llorar durante una hora y solo cuando la llamé para que me pusiera de cenar salió de su encierro. Nada más verla, no me costó reconocer su completa sometimiento porque sacando valor quiso mostrarme su sumisión, saliendo completamente desnuda. Cosa que yo no le había pedido, pero me gusto su iniciativa. Su descaro me hizo acercarme a ella y cogiendo uno de sus pechos entre mis manos, y le pregunté.
--¿Cuántas veces te has tocado esta tarde imaginándote que te poseía?
--¡Ninguna! -contestó sin retirarse pero con un gesto de asco en su cara. Encantado por su rebeldía le cogí de la barbilla y la obligué a mirar la mueca burlesca que se dibujaba en mi cara.
--¿Te he dicho alguna vez que eres una putita muy bonita? -Sin hacer caso a mi insulto, se me quedó mirando con desprecio. --¡Estás muy buena perra, ¿lo sabes verdad?!
--¡Dejaré que me tomes con la condición de que ayudes a Alberto! -Parecía tener todavía ganas de enfrentarse conmigo, llevé uno de sus pezones a mi boca y recorrí con mi lengua todos sus bordes. --Mmmmmnn. -Ella callo un gemido cuando lo empecé ha mordisquear, sus rosados pezones estaban bien paraditos.
--¡Mi querida Lissana! ¿Quién iba a suponer que tenías estas maravillas escondidas? -Tratando de evitar que la tomara, me preguntó.
--¿Me llamaste parar servirte la comida? ¿Cierto? -Yo ya estaba excitado y cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta mi cama. Asustada por lo que se le venía encima. --¡Por favor, por favor, no me lastimes Siii! -Suplico.
Me pidió que no le hiciera daño. Una carcajada fue mi respuesta y obligándola a separar sus rodillas, me quedé mirando su coño. Llorando de rabia, la rubia vio que me sentaba a su lado en el colchón. Aunque era consciente de lo que iba a pasar, no pudo reprimir un gemido cuando pasé mi mano por uno de sus muslos.
--Mmmmnnnnn, ha, ha, ha, ha, Haaaaaaaaaaaa…
Temblando de miedo, tuvo que soportar que mis dedos recorrieran toda su piel mientras le miraba a sus ojos, en busca de alguna reacción. Las yemas de mis dedos le activan todo su cuerpo, todo sus puntos sexuales, no tarde en darme de cuanta, la parte de atrás de su oreja, su cuello, su clavículas, sus pezones, su abdomen su ombligo específicamente, su axila, sus cintura cuando la tomaba con fuerza, sudaba ya mucho ella, con su cara roja como tomate, sus carnosos labios eran también un punto de éxtasis, y bueno claro su clítoris ese era el más fuerte, y el que más toque.
--Haaaaaaa, ha, ha, ha, ha, ha, haaaaaaaaaaaaaa, ha, ha, ha, haaaaaaaaaaaaaaaa…. -Sus suaves gemidos la delataban. Soportó mis caricias como pudo, pellizcaba uno de sus pezones, sacó fuerzas de la desesperación y con voz seca, me soltó.
--¡¡¡Desgraciado, hazlo rápido!!!
Inclinándome sobre su cara, lamí sus mejillas y forzando su boca, introduje mi lengua en su interior. La ausencia de respuesta de la mujer me extenuó y agarrándola del pelo, susurré a su oído.
--Mañana, me pedirás que te folle ¡Zorrita ya lo veras!
Acto seguido y obviando sus lloros, descendí por su cuello y recreándome en su pecho, mordisqueé nuevamente esos pezones que me traían obsesionado. Para entonces aunque nunca lo reconocerá, el calor había invadido completamente ya sus mejillas y sus lamentos se habían atenuado. Comprendiendo que debía mostrarle quien mandaba, pellizqué su aureola con dureza, consiguiendo que de su garganta saliera un alarido.
--Haaaaaaah… ¡Por favor! Haaa, haa, haaaaaa… ¡No me hagas daño!
--¡Hare lo que me venga en gana porque eres mi puta! ¡Te he comprado!
Incapaz de aceptar que era verdad, separó su mirada de mí y se concentró en el techo para evitar la mía. Viendo su reacción, no me importó y agachándome entre sus piernas, saqué mi lengua y con ella, recogí un poco de flujo de su sexo. Al sentir la húmeda caricia en su vulva, cerró los puños mientras dos lagrimones caían por sus mejillas.
--¡Noooo!- musitó calladamente al notar que me había apoderado de su clítoris.
Su lamento se intensificó al percibir que su cuerpo no era inmune a mis caricias y cuando me le metí un dedo dentro de su concha, sus gemidos me dieron la razón que le estaba empezando a gustar ese insano trato.
--Ahhhh, ohhh… Uffff, haaaaaaaa, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, haa, ha, Mmmmnnnnn, ha, ha, ha, ha, Haaaaaaaaaaaa… Mmnmnnn, ha, ha, ha, ha, ha, haaaaaaaaaa… ha, ha, haaaaaa, Mmnnn, Mmnnnnn… haaaaaaaaaa, ha, ha, ha, haaaaaaa, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, Haaaaaaaaaaaa, ha, ha, ha, haaaaaaay...
--¿Te gusta? ¡Verdad!
--¡¡¡Nooo!!! -chilló con todas sus fuerzas. --Haaaaaaaaaa, ha, ha, ha, haaaaaaa, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, Haaaaaaaaaaaa, ha, ha, ha, haaaaaaay...
Reanudando mis maniobras, le introduje el segundo. La respiración de la rubia se hizo entrecortada al notarlo. Decidido a conseguir su rendición, lentamente empecé a sacarlos y a meterlos mientras mi boca se ocupaba de su botón.
--Haaaaaaaaaa, ha, ha, ha, haaaaaaay... Hazlo, Hazlo, ¡Hazlo ya y déjame! Uffff, haaaaaaaa, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, haa, ha, Mmmmnnnnn, ha, ha, ha, ha, Haaaaaaaaaaaa… -Muerto de risa, llevé mi mano hasta su boca y abriendo sus labios le obligué a que lamiera su propio flujo mientras le decía.
--¡Eres una Zorra y como tal estás empapada! ¡Sabía que eras una, pero no tanto! Lo puedes negar de boquita para afuera, pero tu coño dice que estás excitada. -Sin poder negar lo evidente, intentó morderme. Como lo presentía, no consiguió su objetivo y lanzándola contra el colchón, le solté una bofetada. --¿Quieres que sea violento acaso?- pregunté y levantándome de la cama, fui a su cuarto a por su consolador. Una vez de vuelta, le mostré lo que traía en las manos, diciendo. --¿Reconoces tu juguete? ¿Crees que no sé qué te masturbas pensando en mí? -Aunque fue unalámpara incandescente, en sus ojos descubrí que había acertado y ya convencido de lo que estaba haciendo, le obligué a abrir su boca. --¡Chúpalo y no te hagas la estrecha, no me puedes engañar! -Habiendo sido descubierta. --¡Eso si así hazlo así… se una buena perrita! -Lissana no pudo hacer otra cosa que abrir la boca y obedecer. Ni que decir tiene que me encantó verla lamiendo ese falo de plástico mientras yo inmortalizaba ese instante con la cámara de mi celular. --He pensado en mandar imprimir esta foto y ponerla en mitad del salón. -Le solté al dejar el teléfono sobre la mesilla.
--No, No, ¡No, lo hagas por favor! ¡Te lo suplico, no lo hagas, no me hagas eso! Todo el mundo sabrá que soy una puta, ¡Tu puta! -Dijo sin percatarse de su significado, eso me gusto y mucho, íbamos por buen camino.
Aunque no se hubiese dado cuenta, la rubia ya asumía su condición y solo pedía que fuera algo entre nosotros. Para recompensarla, le cogí el aparato y encendiéndolo, se lo metí hasta el fondo de su coño. Al sentir la vibración en sus entrañas, la esposa de mi amigo pegó un gemido que no tardé en interpretar como el primero de placer.
--Haaaaaaaaaay Dios, haaaaaaaaaay… ¡Por favor! -Protestó suavemente mientras sus caderas la traicionaban, meciéndose al ritmo de mi muñeca. --Ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, haaaaaa… -sus gemidos se empezaron a ser más contante y firmes. Su calentura era evidente pero tratando de profundizar en su sumisión, no dije nada y seguí penetrando su cuerpo con el consolador.
--Estás cachonda, ¡Zorrita! -susurré en su oído. --No tardarás en correrte. -Asumiendo que su rendición no iba a tardar, la besé forzando su boca.
--Haaaaaaaa, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, haaaaaa…
--Reconócelo, Putita. -Le susurraba. --Dime que te gusta que te trate así.
--¡Nunca! Haaaaaaaaaaa… Diosssssssss… - aulló mientras su cuerpo temblaba al ir siendo sometido por las sensaciones que surgían de su entrepierna.
Sacando el aparato de su sexo, lo sustituí con mi lengua y recorriendo con ella su cueva, la encontré ya totalmente inundada. Por mi experiencia, supe que Lissana iba a correrse mucho, muy pronto, y por eso, levantando mi mirada, le ordené que se corriera. Su orgullo la hizo negarlo pero su voz ya sonaba apagada.
--Hazlo, zorrita mía. ¡Córrete para mí!
--Uffff, haaaaaaaa, ha, ha, ha, ha, haaaaaa, ha, ha, haa, ha, Mmmmnnnnn, ha, ha, ha, ha, Haaaaaaaaaaaa… Mmnmnnn, haaaaaaa, ha, ha, ha, ha, haaaaaaaaaa… ha, ha, haaaaaa, Mmnnn, Mmnnnnn… ha, ha, ha, ha, haaaaaaaa, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, Haaaaaaaaaaaa, ha, ha, haaaaaaaa, haaaaaaaaaaaay….
Lissana estaba tan caliente que no pudo articular palabra y retorciéndose sobre la sábana, negó lo evidente aunque en su mente reinaba la confusión. La mujer sabía que la estaba volviendo loca pero seguía siendo incapaz de reconocerlo.
--No me hagas enfadar. -Le exigí con voz fuerte. --¡Córrete ya!
--Haaaaa, ha, ha, ha, ha, haaaaaaaaaa… ha, ha, haaaaaa, Mmnnn, Mmnnnnn… ha, ha, ha, ha, haaaaaaaa, ha, ha, ha, ha, ha, ha, haaaaaa, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, Haaaaaaaaaaaa, ha, ha, haaaaaaaa, haaaaaaaaaaaay…. ha, ha, ha, ha, ha, ha, haaaaaa, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, Haaaaaaaaaaaa, ha, ha, haaaaaaaa, haaaaaaaaaaaaaaaay….
En ese momento, Lissana no pudo más y levantando su cadera, no solo colaboró conmigo sino que incluso se incrustó aún más el consolador. Sus orgasmos fueron algo brutal, uno atrás del otro, la pobre convulsionaba como poseída, mordiéndose los labios para no gritar tan fuerte, eso no sirvió mucho la verdad, se retorció de placer, que inundaba su cuerpo.
--Haaaaaaaaaaaay…. ha, ha, ha, ha, ha, ha, haaaaaa, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, Haaaaaaaaaaaa, ha, ha, haaaaaaaa, haaaaaaaaaaaaaaaay…. -Sabiendo que lo había conseguido, aceleré el ritmo con el que metía y sacaba el aparato con la intención de prolongar su clímax.
--Ves cómo eres una putita obediente, eres toda una zorra sin remedio. -Dije en su oreja sin dejar de apuñalar su sexo.
Llorando, unió sus múltiples orgasmos con los siguientes mientras yo me reía en su cara por lo fácil que me había resultado.
--Sigue, ¡Por favor! -Olvidándose de mí burla al estar dominada por la pasión. Ella estaba cediendo ella ni se imaginaria que esas palabras solo serían el comienzo para su nueva forma de vivir.
Al oírla comprendí que había conseguido mi meta y bajándome de la cama, la dejé sola en el cuarto. Desde el pasillo oí sus llantos porque al cesar su excitación, volvió con más fuerza su vergüenza. No solo se había entregado a mí sino que encima ¡Había disfrutado, como loca, o mejor dicho como una tremenda puta! Al cabo de cinco minutos, bajó al salón donde yo estaba poniéndome una copa y con voz temblorosa, me preguntó.
--¿Quieres?… ¿quieres, comer?… ¿te pongo la comida?… ¡¿quieres?!
--Perfecto… Tengo hambre. -Contesté siguiéndola hasta el comedor.
La cena. Satisfecho de cómo se iban desarrollando los acontecimientos, me senté en la mesa mientras mi empleada-puta, zorra-amante, esposa de mi mejor amigo, “Dios el morbo era una cosa de locos” iba a prepararme la cena. Con mi copa en la mano, me quedé pensando en cómo iba a aprovecharme de mi nueva adquisición y por eso estaba sonriendo cuando Lissana llegó con la comida. Estaba preciosa vestida únicamente con un mandil, sus enormes pechos sobresalían a ambos lados de la tela dándole una sensualidad difícil de soportar. Teniendo todo el tiempo del mundo para someterla, decidí primero comer y luego disfrutar con ella. Estaba apurando mi copa, cuando la rubia llegó y al ir a poner el plato en la mesa, se le cayó encima de mí. Supe que lo había hecho a propósito al ver una sonrisa en su cara.
--“¡Será Zorra en verdad la puta!” -pensé. Sin hacer aspavientos y sentado, separé mi silla y le dije.
--¡Límpialo con tu boca ahora! -Dije con autoridad. La muchacha no respondió lo suficientemente rápido y tirándole de la melena, le obligué a agacharse entre mis piernas. --¡Limpia tu estropicio ahora! -La serena violencia con la que reaccioné la sacó de sus casillas y a voz en grito, se negó a cumplir mis órdenes. --¡Tú lo has querido, no te atrevas a negármelo!- dije levantándome de la silla y valiéndome de su negativa, decidí usarla para hacer algo que deseaba desde que vi su culo en la ducha. Iba a castigarla rompiéndole ese maravilloso trasero, Lissana no lo vio venir. Todavía conservaba su sonrisa cuando la levanté del suelo pero al girarla y ponerla de pompas arriba y a ella contra la mesa, abrirle bien las piernas, comprendió lo que le iba a suceder:
--Noooo, porfa, nooo ¡Por ahí! ¡Nooooo!- chilló muerta de miedo.
--¡Como que no! -Le dije.
Ella no sabía lo que venía, pero yo sí y lo disfrutaría.
Continuara…
Una Promesa a un Amigo Que Cumplir Algo Morbosa
Con El Sello De Placer y Morbo…
Lo conocía desde niño porque aunque él no era de donde yo nací, pero ambos crecimos en juntos, en un pequeño pueblo. Y ahora el hecho de que esté muerto, no afecta a que considere que Alberto era un buen tipo. Como amigo no había otro igual. Cariñoso, atento, divertido pero sobre todo leal, su único defecto es tenerme a mí como amigo. Si tenía un problema, era el primero en acudir en tu ayuda. Pero siendo una persona maravillosa, tenía un problema:
--¡Era un auténtico desastre!
Siendo un tipo inteligente y trabajador, era también derrochador a extremos impensables. Tal y como le entraba dinero, se lo gastaba. Nunca pensó en el mañana hasta el día en que le diagnosticaron cáncer, pero entonces era tarde.Mientras estaba sano, con su salario bastaba para dar a su mujer un más que digno tren de vida. Lissana había nacido en una familia acomodada, dueña de una planta de jugos cítricos pero que desgraciadamente había quebrado. Sabiendo de la manera que había sido educada, se ocupó de que a ella no le faltase de nada: si quería un vestido, iba a una tienda y se lo compraba. Si perdía el celular, le conseguía el último modelo. En pocas palabras la trató como una reina pero malgastando el resto de su dinero. Por eso cuando cayó enfermo, vivía de alquiler y su cuenta corriente estaba en números rojos.Todavía recuerdo el sábado en que fui a verle a la clínica. Fue duro contemplarlo conectado a todos esos aparatos. Del hombre vital y divertido solo quedaba una cascara de piel y huesos. Al entrar en su habitación, me pidió que me acercara y tomando mi mano entre las suyas, me confesó que estaba acojonado.
--Te comprendo. -Contesté pensando que se refería a la parca. --Morirse a los 30 años es una maldad. -Mi amigo se percató de cómo le había interpretado y susurrando para que nadie lo oyera, me sacó de mi error.
--No me preocupa el morir. Lo que me trae jodido es dejar a Lissana sin nada con que defenderse. -Y haciéndome una confidencia, me dijo. --Mi vida no me importa pero no sé qué va a ser de ella, eso es lo que me tiene mal. -Tratando de quitar hierro al asunto, contesté en plan de broma que valía más muerto que vivo porque cuando falleciera su mujer cobraría la pensión de viudez.
Ella no tiene a nadie ni nada con que seguir la vida entiendes, a nadie, tiene una hermana menor, algo problemática que le metimos en un colegio de señorita privado, que es más un reformatorio, para niñas problemas y bueno, ya yo no puedo pagar eso, muy pronto la devolverán, y mi mujer no puede con mi situación y la de su hermana no he querido decirle eso, para no preocuparla mas.
--Ese es el problema. No he cotizado los años suficientes y con lo que le va a quedar no puede pagarse ni un mísero cuartucho. -Respondió casi llorando.
Ver como sufría por el destino de su mujer no fue plato de buen gusto y actuando como un verdadero irresponsable, le solté:
--Alberto hermano, como sabes mi situación económica es buena. Me comprometo en buscarle un trabajo con el que pueda sobrevivir holgadamente.
Mis palabras lejos de tranquilizarle, le alteraron más y levantando el tono de voz, me explicó que su mujer nunca había trabajado fuera de casa y aunque era una buena cocinera, no la veía trabajando en un restaurante. Me debí de haber mordido un huevo en ese instante pero ya lanzado, le ofrecí que podría darle trabajo yo mismo:
--Ya sabes tengo en el pueblo una vieja hacienda y me vendría bien tener alguien de confianza que se ocupara de mantenerlo. Los que me la cuidaban de toda la vida se han jubilado y por eso vengo poco al no tener nadie que me cocine. ¡Me haría un favor!
Al oírme se agarró a mi oferta como a un clavo ardiendo y me hizo jurar que lo haría. Si vivo no hubiera jamás defraudado a ese amigo, en la antesala de su muerte ve vi incapaz de hacerlo y sin saber en el lio que me estaba metiendo, le prometí que cumpliría con la palabra dada. En ese momento no fui consciente que desde el sillón, la aludida no se había perdido nuestra conversación pero al cabo de una hora cuando ya me iba, se acercó a mí y dándome las gracias, me preguntó cuándo tenía que ponerse a trabajar.Sabiendo su mala situación, contesté.
--Considérate contratada desde ahora mismo. -Y cogiéndola del brazo, susurré a su oído. --Yo solo vengo los fines de semana pero si es demasiado apresurado, cuida a tu marido y si desgraciadamente fallece, ya tendrás tiempo de empezar a trabajar cuando te recuperes. -La mujer se quedó pensando durante unos segundos sobre que le convenía y tras meditarlo, preguntó.
--¿El puesto incluye la casa donde vivías?
Supe que se refería a un pequeño pabellón que se hallaba en un extremo de la finca. Aunque tenía pensado convertir ese cobertizo en un garaje y viendo por donde iban los tiros de esa mujer, contesté:
--Está muy deteriorada pero si la necesitas, podrías vivir allí. -Incapaz de mirarme a la cara, me respondió.
--Me vendría bien porque como le ha dicho mi marido, andamos justos y si me presta esa casa, no tendría que pagar alquiler.
--Por mí, no hay problema.
--Entonces, Don Manuel.-Me gustaría entrar de inmediato porque “La Floresta” está a cinco minutos del hospital y podría cuidar de Alberto sin problemas.
Me di cuenta que me estaba hablando de Usted. Y comprendiendo que era la forma correcta de dirigirse a mí ya que iba a pasar a formar parte de mi servicio, decidí dejar para otro día el corregirla. Me sonaba raro que esa mujer que conocía desde cría no me tuteara pero como era una tontería, le estreché su mano cerrando el acuerdo. Lissana se traslada a vivir a “Las Flores del Campo” se llamaba la casa. Todavía no os he explicado que aunque siempre me refería a la propiedad familiar como la casona, en realidad era una finca de diez hectáreas en mitad del pueblo. Entre sus muros de piedra, además de la vivienda de los señores y de la casa de los que la cuidaban había una piscina, un jardín descomunal y una gran huerta. Fue mi padre el que viendo que le sobraba terreno quien decidió cercar una parte para producir hortalizas. Desgraciadamente, al vivir yo en la capital, la había dejado caer y por aquellas fechas, no era más que un criadero de malas hierbas.Volviendo a la historia que os estaba contando. Esa noche cené con unos conocidos y se me pasaron las copas. En pocas palabras, llegué con un pedo a casa de los de órdago. Por eso a la mañana siguiente, cuando tocaron el timbre de la puerta, me levanté sobresaltado y con un enorme dolor de cabeza.
--“¡Quien coño será a estar horas! ¡Un sábado!” -pensé al ver que mi reloj marcaba las nueve.
Cabreado, me puse un short y descalzo, bajé a abrir a la inoportuna visita, estaba sin camisa. Fue al ver a la esposa de mi amigo en la puerta, cuando recordé que el día anterior la había contratado. La enorme maleta que traía me hizo saber que Lissana venía para quedarse, por lo que dejándola pasar le pedí que me diera quince minutos para enseñarle la casa.
--No me esperaba que vinieras tan temprano. -Dije a modo de disculpa. --Me cambio y bajo.
--Por mí no se preocupe, Don Manuel. -Contestó mirando a su alrededor. Consciente del desorden, traté de excusar el deplorable estado, diciendo:
--Me da vergüenza que veas tanta mierda pero desde que se jubilaron los que me la cuidaban, nadie se ocupa.
--Para eso estoy yo, vaya a ducharse que mientras tanto veré que puedo hacer.
Descojonado porque mi nueva guardesa me mandara a la ducha, subí la escalera y me metí en el baño. Fue bajo el agua cuando me dio que pensar si había hecho bien en contratar a esa muchacha. Aunque fuera la esposa de mi amigo, no dejaba por ello de tener 25 años y conociendo la mala leche que se gastaban en el pueblo para inventar un chisme, temí que una vez muerto su marido su reputación quedara en entredicho. Por otra parte, estaba acostumbrado a traerme a mis conquistas de una noche a casa y teniéndola a ella ahí, ninguna de las del pueblo se atrevería a aceptar por aquello del qué dirán. Esa fue la primera vez que me percaté que su presencia iba a cambiar mi modo de vida, pero como le había dado mi palabra, decidí que si surgían problemas, tendría tiempo posteriormente de tomar medidas.Ya vestido, bajé a buscarla. Lissana había decidido ponerse manos a la obra y por eso cuando la encontré limpiando la cocina, no solo me había preparado el desayuno sino que incluso había echado mi ropa a lavar. Cuando entré en la habitación, mi empleada estaba subida a una escalera tratando de quitar la roña de un estante. La forzada posición me permitió valorar las piernas de esa mujer.
--“Está buena la condenada” -pensé y disimulando mientras me servía un café, di un buen repaso a su anatomía. Ajena a ser objeto de mi examen, la muchacha parecía contenta e intentando que siguiera obsequiándome gratis la visión de ese par de muslos, me senté en silencio. --“¡Menudo culo!” -valoré desde mi silla.
Nunca me había fijado en que la esposa de Alberto tenía un trasero digno de museo. Dos nalgas duras redonditas y paraditas, bien puestas hacían a esa parte de su cuerpo muy deseable. El sentir que mi pene de 23 centímetros de largo y 16 de grosor, se ponía erecto bajo el pantalón hizo me avergonzara de mi actitud y dejando a un lado esos pensamientos, le dije si quería visitar la casa. Aunque me resultó raro, Linda se mostró encantada de acompañarme. Cómo la casa es enorme, le pregunté por donde quería empezar:
--Si no le importa, me gustaría dejar la maleta en mi cuarto.
Sonará mal pero agradecí su deseo porque de esa forma vería antes ese sucio cobertizo antes que el resto y no al revés, de forma que no le resultará tan deprimente en relación con donde yo vivía porque aunque no había entrado en los últimos tres años, me constaba que era una mierda. Mis peores augurios se confirmaron nada más entrar, porque al abrir la puerta me encontré con que una parte del techo se había caído, haciéndolo inhabitable. Si mi cara fue de espanto, la de Lissana no se quedó atrás y llorando me explicó que esa mañana había hablado con su casero y le había dicho que en una semana, le dejaba el apartamento que estaba alquilando. Viendo la desolación de su rostro, cometí otra idiotez y con visos de se tranquilizara, le ofrecí quedarse en la casa grande mientras mandaba arreglar esa mazmorra.
--¿Está usted seguro?- preguntó aliviada.
--Por supuesto, aquí no hay quien viva. -Comenté y haciéndome el bueno, dije. --La casona es demasiado grande para mí solo, no me importa que te quedes ahí mientras consigo que alguien repare el techo y acomode el resto.
La mujer de mi amigo recibió mi oferta con tamaña felicidad que solo el hecho de ser yo un antiguo conocido, evitó que me lo agradeciera besando mis manos. Su gratitud me hizo valorar en su justa medida las dificultades de ese matrimonio y suponiendo que sería cuestión de un par de meses, no vi problema en ello. Fue cuando le mostré la habitación de invitados que estaba al lado de la mía cuando percibí la exacta dimensión de mi propuesta, ya que como era una casa antigua tendría que compartir con ella mi baño. Mis padres al remodelarla habían colocado el servicio con entrada a ambos cuartos, de manera que tendría que cerrar la puerta de interconexión para mantener mi privacidad. Reconozco que no dije nada porque me parecía clasismo de la peor especie pero habituado a vivir solo, la perspectiva de que alguien usara mi misma ducha no me hizo ni gracia. En cambio, Lissana estaba ilusionada porque no en vano al lado del pequeño piso que compartía con su marido, mi herencia le parecía un palacio. Tras dejar su maleta en la habitación, le enseñé el resto de la vivienda mientras en mi fuero interno me iba encabronando conmigo mismo.
--“¡Seré idiota!” -mascullé para mí al terminar y para tranquilizarme decidí salir a dar una vuelta.Ya me iba cuando me preguntó si iba a volver a comer:
--No, gracias.-Contesté aunque no era cierto que había quedado.
Mentir de esa forma tan absurda, me sacó de las casillas y por eso nada más entrar en mi coche arranqué y salí huyendo sin rumbo fijo. No podía concebir que a mis 30 años hubiese mentido para no reconocer que prefería estar solo. Durante dos horas estuve dando vueltas por la sierra y sintiendo hambre me paré a comer en un bar de carretera. La mala suerte me hizo entrar en un sitio penoso, la comida era una mierda por lo que dejé la mitad en mi plato. Al volver a mi casa, no vi a Lissana y creyendo que debía estar limpiando otra zona de la casa, no le di importancia y me fui directamente a mi cuarto. Como tantas veces, estaba abriendo la puerta que daba al baño cuando escuché el ruido del agua de la ducha. Cortado la cerré y me tumbé en la cama. A partir de ahí, reconozco mi culpa. Que la mujer de mi amigo se estuviera bañando a escasos metros me hizo recordar la maravilla de piernas con las que la naturaleza le había dotado y comportándome como un cerdo, decidí beneficiarme de esa circunstancia. Cómo ya os expliqué, la casa era antigua y por lo tanto sus puertas. Por lo que aprovechando el ojo de la cerradura, me agaché para espiarla. Lo primero que vi fue a sus pantaletas y a su brassier colocado en el lavabo. Saber que Lissana estaba desnuda, fue suficiente para que mi pene saliera de su letargo. Juro que ya estaba excitado aun antes de ver su silueta a través de la mampara transparente de la ducha. Como si fuera una película porno, disfruté del modo tan sensual con el que se enjabonaba.Si sus piernas eran espectaculares qué decir de los pechos que descubrí espiando. Grandes, duros e hinchados eran los mejores que había visto hasta entonces y ya sin ningún recato me desabroché la bragueta y sacando mi miembro me puse a masturbarme en su honor.
--¡Qué maravilla! -exclamé en voz baja al darse la vuelta y comprobar tanto los negros pezones que decoraban sus tetas como el cuidado coño que esa mujer lucia entre sus piernas.
Desde mi puesto de observación, me sorprendió no solo el tamaño de sus pechos sino también la exquisita belleza del resto de su cuerpo y por ende, desde ese momento envidié a mi amigo.
--“¡Mierda! ¡Cómo se lo tenía escondido!”, -pensé recordando que Alberto nunca había hecho mención del belleza que tenía en su cama.
Me quedé con la boca abierta cuando la mujer separó sus piernas para enjabonarse la ingle, permitiendo que mi vista se recreara en su vulva. Lissana llevaba el coño completamente depilado, lo que lo hacía extrañamente atractivo. Os tengo que reconocer que mi respiración se aceleró al contemplar esa maravilla. Si no llega a ser imposible, por el modo tan lento y sensual con el que se enjabonaba, hubiese supuesto que se estaba exhibiendo y que lo que realmente quería esa mujer era ponerme cachondo. Completamente absorto mirándola, me masturbé con más fuerza al admirar con detalle todos sus movimientos. Para el aquel entonces, deseaba ser yo quien la enjabonara y recorrer de esta forma todo su cuerpo. Me imaginaba siendo yo quien estuviera palpando sus pechos, acariciando su espalda pero sobre todo lamiendo su sexo. Pero la gota que derramó el vaso y que provocó que mi pene explotara, fue verla inclinarse a recoger el jabón que había resbalado de sus manos. Al hacerlo, me permitió maravillarme nuevamente con su culo y descubrir entre sus nalgas, su rosado y virginal esfínter. Imaginarme siendo yo quien desvirgara la entrada trasera de la esposa de mi amigo, me terminó de excitar y descargando mi simiente sobre la alfombra, me corrí en silencio.Temiendo que descubriera las manchas blancas y comprendiera que la había estado espiando, las limpié tras lo cual, bajé al salón, intentando olvidar su silueta mojada. Cosa que me resultó imposible, su piel desnuda se había grabado en mi mente y ya jamás se desvanecería. Esa tarde, Lissana se fue a visitar a su marido al hospital, lo que me dio la oportunidad de revisar su habitación. Sé que fue algo inmoral pero esa mujer me tenía obsesionado y por eso cuando la vi marchar, esperé diez minutos antes de entrar.Lo primero que hice fue asegurarme de que no me sorprendiera y por eso atranqué la puerta de entrada a la casa antes de introducirme como un ladrón, en el cuarto donde iba a dormir. Ya una vez dentro, abrí su armario donde descubrí otra muestra más de lo mal que lo estaba pasando esa pareja. Había mucha ropa pero toda vieja. Se notaba que llevaba años sin comprarse ningún trapo. Pero lo que realmente me dejó encantado, fue descubrir en un cajón su colección de tangas. Tangas pequeñitas y casi transparentes. Solo con imaginarme a esa belleza con esas prendas hicieron que volara mi imaginación. Me vi separando esos dos cachetes e introduciendo mi lengua en su interior.Pero lo mejor llegó al final. Al revisar su mesilla de noche, me encontré con que Lissana tenía compañía por las noches. Daba igual que su marido estuviera postrado desde hace meses en una cama, su querida esposa aliviaba su ausencia con un enorme consolador.
--“¡Mierda con la mujercita de Alberto!” -pensé mientras olisqueaba el aparato.
Fue entonces cuando descubrí que estaba recién usado. Todavía conservaba rastros de humedad y el olor dulzón que desprendía, era inconfundible.
--¡Se acaba de masturbar! -Exclamé en voz alta, claramente excitado.
Colocando todo en su lugar, tuve que irme al baño a pajearme y mientras liberaba mi tensión, decidí que de algún modo ese culo sería mío. Aprovechándome de su situación económica y de que a buen seguro, debía llevar meses sin que su marido se la follara, esa mujer quisiera o no pasaría por mi cama. Intentaría primero seducirla pero si resultaba imposible, usaría todo tipo de malas artes para conseguir follármela. El tiempo que transcurrió hasta su vuelta, lo usé para planear mis siguientes pasos y por eso nada más cruzar la puerta, le pregunté cómo seguía Alberto. Lissana se echó a llorar al oírme preguntar por su marido y con lágrimas en los ojos, me contestó:
--Muy mal. Los médicos me han explicado que no le queda más de un mes. -Exagerando la pena que me produjeron sus palabras, la abracé y acariciando su pelo, le dije:
--Lo voy a echar de menos.
Su esposa se dejó consolar durante cinco minutos, sollozando contra mi hombro. Actuando como un buen amigo, actué como paño de lágrimas cuando realmente al sentir su cuerpo contra el mío, no podía dejar de pensar en cómo sería tenerla entre mis piernas, mi polla empezó a crecer. Le acariciaba el pelo y sutilmente le palmeaba su trasero. Cuando comprobé que se había tranquilizado, me separé de ella y valiéndome de su dolor, le pregunté porque no salíamos a cenar fuera.
--No estás de humor de cocinar. -Insistí cuando ella se negó.
--Te juro que no me importa y mira con que fachas voy. -Su respuesta para nada rotunda, me dio ánimos y con voz tierna, le contesté:
--No aceptaré un no… Te espero mientras te cambias.
Dando su brazo a torcer, se metió en su habitación. Satisfecho por esa primera escaramuza ganada, me entretuve pensando donde llevarla. Si íbamos a cualquier lugar del pueblo, su salida nocturna podría crear un chisme pero si la sacaba a otro lugar, podría mosquearse. Por eso, mientras la esperaba, decidí que fuera ella quien tomara la decisión. No me extrañó al verla bajar que esa mujer viniera vestida de forma recatada. Ataviada con un traje gris horrendo, podía pasar perfectamente por una feligresa yendo a un servicio religioso.
--“¡Qué desperdicio!” -pensé al verla.
Aun así, ese disfraz de monja no pudo ocultar a mis ojos, la rotundidad de sus formas. Su culo grande y duro se rebelaba a quedar enterrado bajo la gruesa falda. A mi ojo de halcón con mis experiencia con los cuerpo de las mujeres, podría decir, que su cuerpo era de unas medidas de 1.76, de estatura, yo era 1.89, y ella sus medias eran 96-60-101. Fácil con piernas carnosas y torneadas y su cola paradita, con esa cintura de avispa, resaltaba mas ese trasero operado, debía de estarlo, no podía ser obra de la genética y el ejercicio. Valorando en su justa medida el espécimen que me iba a acompañar a cenar, galantemente, le cedí el paso. Lissana me agradeció el gesto con una sonrisa y preguntó dónde íbamos. Tardé en responder porque mi mente divagaba en ese momento sobre cómo y cuándo atacarla pero cuando ella insistió, contesté:
--¿Te parece que vayamos a un restorán?
Salir del oprimen té ambiente de nuestro pueblo le pareció una buena idea por lo que enfilando la carretera, nos hicimos los veinte kilómetros que nos separaban de ese lugar. Ya dentro del casco urbano, me dirigí a un coqueto restaurante donde solía llevar a mis conquistas.
--¿Conoces esta posada?- pregunté mientras le abría la puerta.La muchacha negó con la cabeza y con paso asustadizo dejó que nos llevara a nuestra mesa, donde una vez estábamos solos, me soltó:
--¿Por qué no vamos a otro sitio? Esté es muy caro. -Comprendí los reparos de Lissana y sin darle mayor importancia, le contesté:
--Por eso no te preocupes. Tú te mereces todo esto y más.
Mi piropo diluyó sus reticencias y por eso cuando llegó el camarero con el vino, no puso inconveniente en que le sirviera una copa. Durante la cena, la rubia se relajó y sin darse cuenta, comenzó a beber más de la cuenta. Tras el vino y la cena, vinieron tres cubalibres, de forma que al salir del restaurante, la mujer ya iba más que entonada. Viendo en su ingesta etílica una más que plausible oportunidad de que la esposa de Alberto hiciera una tontería, le pregunté si quería tomar una copa en otro antro.
--Solo una. -Contestó ya con problemas de articular las palabras.
Esa fue la primera y 5 ella vinieron otras dos, por lo que ya bien entrada la noche, me confesó que estaba aterrada por su futuro y que me daba gracias por acogerla bajo mi brazo. Comportándose como el típico ebrio, me abrazaba mientras me decía que me debía la vida y que contara con ella para todo.
--“¡Si tú supieras para lo que te quiero!” -pensé en silencio mientras pagaba.
Durante el viaje de vuelta, Lissana se quedó dormida de la borrachera que llevaba y por eso al llegar a casa, la sujeté por debajo de sus brazos y subiendo por las escaleras, la llevé hasta su cuarto. Una vez allí, la dejé caer sobre la cama. Absolutamente inconsciente, se quedó en la misma postura en que cayó. Su falda se le había enroscado permitiendo que mis ojos se recrearan en esas piernas morenas y macizas. Dicha imagen me impactó porque ajena a mi examen, mi nueva empleada me mostraba su trasero casi desnudo y digo casi porque solo la tira de la tanga enterrada entre sus cachetes, evitaba que lo contemplara por completo. Sentándome en un sillón frente a su cama, me la quedé mirando. La tentación de tocar las maravillosas tetas que había visto en el baño era demasiado fuerte y tras cinco minutos donde debatí sobre qué hacer, me animé a mí mismo pensando que si lo hacía con cuidado nadie se iba a enterar. Queriendo comprobar su verdadero estado, me acerque a ella y le propiné unos suaves cachetes en la cara.
--“¡Está grogui!” -confirmé al ver que no se enteraba.
Sin pensármelo dos veces, le fui desabrochando la camisa botón a botón. Cuanto más la abría, más excitado me sentía al comprobar en persona las dos maravillas con las que le había dotado la naturaleza. Cuando ya tenía la blusa totalmente desabotonada, me deleité tocando esas tetas que me tenían obsesionado. Actuando como un drogata al que la primera dosis no le sabe a nada, llevé mi boca hasta sus pezones y me puse a mordisquearlos. Mis maniobras pasaron totalmente desapercibidas por mi victima que como en trance seguía durmiendo la mona.Ya para entonces estaba dominado por la lujuria y moviéndola sobre el colchón, la puse boca arriba y con sus piernas separadas. Solo la breve tela de su tanga me separaba de su sexo y por eso, con cuidado de no despertarla, se lo fui bajando hasta sacársela por los pies. Nuevamente comprobé in situ lo que ya había avizorado a través de la cerradura.
--“Menudo coño tiene la zorra” -sentencié al contemplarlo.
Completamente depilado, no había pelos que me impidieran observar tamaña belleza y actuando como un cerdo, pasé uno de mis dedos por la rajita que tenía a mi entera disposición. Me resultó sorprendente encontrarme que estaba mojado y por eso me fijé si en su cara había algún rastro de que se estuviera enterando de en esos momentos me estaba sobrepasando con ella. Pero todo me revelaba que seguía sumida en un sopor intenso por lo que agachando mi cabeza entre sus muslos, pasé mi lengua por sus pliegues.
--“¡Qué rico está!” -me dije mentalmente y ya más confiado me puse a mordisquear su clítoris.
Su sabor a hembra insatisfecha inundó mis papilas por lo que totalmente excitado, me entretuve comiéndole el chocho hasta que bajo mi pantalón, mi pene me pidió más. El calentón que recorría mis entrañas era tal que hasta me dolía de lo duro que lo tenía. Sin poderme retener, me bajé los pantalones y sacando mi polla de su encierro, me puse a juguetear con ese sexo. La humedad que anegaba esa preciosidad facilitó mi penetración y suavemente, se la ensarté hasta el fondo. Estaba follándomela cuando me percaté que debía de aprovechar aún más esa feliz circunstancia y sacándola muy a mi pesar, me fui a mi cuarto a por mí celular.Con él en mi mano, le empecé a sacar fotos de las conchita, o más bien de esa Conchota carnosa y del espléndido coño de la cría y no contento con ello, realicé varias poniendo mi glande en su boca, como si me lo estuviera mamando. Acto seguido, le separé las rodillas y metiéndome entre sus muslos, inmortalicé el modo en que mi pene se iba haciendo dueño de su interior. En ese momento, Lissana suspiró por lo que me quedé petrificado pensando que se había despertado y que iba a descubrirme violándola, pero todavía hoy doy gracias por que fue solo un susto y la esposa de mi amigo seguía roncando su borrachera. A pesar de ello, os tengo que reconocer que mi corazón a mil y sin moverme esperé unos segundos.
--“¿Te imaginas que se despierta y me pilla con mi verga dentro de ella?” -balbuceé mentalmente asustado.
Al cabo del tiempo y viendo que no se movía, empecé a moverme lentamente penetrando su interior con mi forastero. Lo estrecho de su conducto y mi calentura hicieron el resto y al cabo de 10 minutos, comprendí que iba a correrme, yo por lo general no acabo tan rápido, pero en verdad esa mujer me prendía No queriendo dejar rastro, la saqué y eyaculé sobre sus piernas.Entonces saciado y aunque deseaba repetir, preferí dejar eso para otro día y limpiando los restos sobre su piel, eliminé toda evidencia de mi paso por su cama. Ya estaba casi en la puerta cuando recordé que no le había puesto el tanga, por lo que retrocediendo unos pasos, cogí su braguita. Desgraciadamente para ella, me acordé de su consolador y pensando en el día después, decidí que si amanecía con él en sus manos, cualquier escozor en su coño lo atribuiría a que borracha lo había usado.Improvisando sobre la marcha, se lo clavé hasta el fondo para que tuviera rastros de su flujo y dejándolo sobre el colchón, lo encendí a nivel mínimo.
--“En dos o tres horas, ese zumbido la despertará y creerá que es eso lo que ha sucedido”.
Muerto de risa, cerré su habitación y me fui a mi cama. Ni que decir tiene que cogiendo las fotos que había hecho, las mandé a mi email para que estuvieran a buen recaudo, tras lo cual, las borré y me quedé dormido.Reconozco que soy un aprovechado…
Esa mañana me desperté temprano y al ir a desayunar, me topé con Lissana en la escalera. Olvidándose de que era domingo, esa mujer estaba lavando los escalones agachada, lo que me permitió dar un completo repaso a su escote.
--“Esta mujer tiene más que un polvo” -me dije recordando cómo había abusado de ella la víspera.
La validación de que no recordaba nada de lo ocurrido, me llegó al oírla saludarme alegremente y diciéndome que tenía el desayuno preparado. Mi tranquilidad se hizo total al reírse de la borrachera que se había pillado y preguntarme como había llegado hasta su cuarto.Obviamente, le mentí. Mi respuesta le satisfizo y levantándose del suelo, se fue a calentarme el café sin saber que al mirar su culo por el pasillo, era otra cosa a lo que le había elevado su temperatura. Desgraciadamente, después de tomármelo, me tuve que despedir de ella porque al medio día tenía un compromiso.
--¿Cuándo volverás? -me preguntó con tono apenado.
--El viernes. -Respondí sin caer en que me había tuteado otra vez.
Ya en el coche, estuve a punto de darme la vuelta pero asumiendo que si quería convertir a esa mujer en mi amante. Lentamente iría cerrando su mundo hasta que no tuviera más remedio que abrirse de piernas. A partir de ese momento, no pude sacármela de la cabeza. Los días encerrado en mi despacho no hicieron más que avivar la necesidad que tenía de volvérsela a meter.El viernes nada más llegar a mi oficina, la llamé para confirmarle que llegaba a comer. La mujer se mostró encantada con el detalle de que la hubiese avisado y cruzando un límite hasta entonces impensable, me comentó.
--Te he echado de menos. Sin ti no tengo a nadie con quien hablar. -Su confesión me dejó perplejo y sin saber que contestar, quedé con ella a la tres. --Te esperaré con la mesa puesta.
--¡Claro eso estaría bien! -Le dije yo.
Mientras conducía hacia el pueblo, me fui calentando. Necesitaba a esa mujer. Aunque la conocía desde niña, nunca me fijé en ella como en una hembra a la que echar mi lazo y por eso ahora estaba descolocado.
--Manuel, es solo un coño. -Grité aprovechando de que iba solo en mi coche. Pero algo me decía en mi interior, que si conseguía llevármela a la cama, difícilmente la dejaría irse. --Me la follo y si te he visto no me acuerdo. -Sentencié sin llegármelo a creer, para mí solo.
Al llegar a estaba temblando como un puñetero crío ante su primer cita. No sabía lo que me esperaba después de ese desliz verbal de la mujer de mi amigo y por eso saludé discretamente desde la puerta. Lissana contestó que estaba en la cocina. Siguiendo su voz, entré en la habitación y me la encontré preparando la comida. Alucinado me la quedé mirando. El calor que desprendían los fuegos, había elevado la temperatura del ambiente y el sudor de su cuerpo hacía que se le pegara la blusa contra el pecho. La sensualidad de la escena se magnificaba por acción de sus pezones que grandes y duros se marcaban bajo la tela. Me consta de que ella adivinó mis pensamientos al pillarme fijamente observando ese par de maravillas de la naturaleza con ayuda de la cirugía, había tocado muchas tetas y culos en mi vida sabía que si eso era genética, una buena alimentación ejercicio, y si cirugía, eso estaba muy duro y firme, desde la puerta pero lejos de asustarse o de cortarse, me sonrió.
--“¡Dios! ¡La tumbaría sobre la mesa!” -me dije tratando de retener mis instintos.
Fue la esposa de Alberto quien tuvo que romper el silencio incómodo que se instaló entre nosotros, pidiéndome que me sentara a la mesa. Desde mi silla contemplé a esa mujer, servirme la sopa mientras dejaba que mis ojos se recrearan nuevamente en su escote. Les juro que si llego a tener el valor que hacía falta, me hubiese lanzado a su cuello pero en vez de ello me tuve que conformar con la cuchara. Sabía que Lissana estaba jugando conmigo no podía permitir eso, estaba mi orgullo en juego, y que dicho cambio de debía deber a algo y por eso, tanteando el terreno.
--Sabes Lissana yo también te eche mucho de menos… no sabes cuánto.
Sentándose a la mesa, se puso a comer sin dejar de tontear conmigo de manera que en el postre, ya sabía que iba a pedirme algo. Primero me contó que su marido estaba de mal en peor y que los médicos le habían desahuciado, para acto seguido explicarme que esa mañana al ir a recoger sus cosas a su antiguo piso, el propietario le avisó que tenía dos meses impagados.
--¿Cuánto es?- pregunté.
--Quince mil.-Y yendo directamente al grano, me rogó que se los prestara pidiéndome que se lo retuviera de su salario.
--Bueno supongo que puedo. -Dije dudando.
--Te juro que te lo pagare de alguna forma.
--Ya hallaré el modo de cobrarme. -Solté como si nada. Entonces la boba sin pensar en mis palabras me abrazó y me dio un beso en la mejilla, momento que aproveché para darle un buen apretón en ese duro trasero.
--¡Qué haces!- protestó al sentir mis manos recorriendo sus nalgas.
--Tomar un anticipo. -Dije sin soltarla.
La mujer espantada por mi actitud, se rebeló un poco pero viendo que no avanzaba más allá, dejó que magreara su culo durante un minuto, lo tenía más que perfecto, no podía esperar a tener ese culo, tras lo cual indignada, salió de la habitación. Solté una carcajada al verla irse y sacando el dinero de mi cartera, lo dejé encima de la mesa. Había levantado mis cartas y ya no me podría echar atrás. De lo que hiciera esa mujer en una hora, iba a depender no solo que me la pudiera tirar sino incluso mi reputación porque un escándalo haría insoportable mis fines de semana en ese lugar. Dando tiempo para qué pensará, salí al jardín y mientras lo recorría, comprendí que necesitaba unos mayores cuidados. Al volver a casa, Lissana no estaba pero el dinero había desaparecido y temiendo que se hubiese ido definitivamente, entré en su cuarto. Al descubrir su ropa en el armario, sonreí al saber que esa mujer había firmado su sentencia.
--¡No tardaría en venir ronroneando hasta mi cama! -Me dije con seguridad.
Decidido a hacerme con las riendas de su vida, llamé al doctor, el médico que trataba a Alberto en la clínica. Tras presentarme, me reconoció como el viejo amigo de su paciente e interesándome por él, le pregunté por cómo iba el tratamiento del enfermo.
--Mal. -Respondió de golpe. --En este hospital poco podemos hacer. He recomendado a su mujer que se lo lleven a una clínica privada donde puedan darle cuidados paliativos. No va a mejorar pero al menos no seguiría sufriendo.
--Y ¿Qué le ha contestado?
--La pobre me confesó que no tenía dinero para hacerlo.
--¿Cuánto costaría?- pregunté interesado.
--Unos noventa mil como mínimo.
La cifra era importante pero afortunadamente no era descabellado y por eso tras pensármelo dos veces, le informé que yo me haría cargo pero que le exigía confidencialidad, nadie debía de saberlo. El médico se quedó extrañado pero viendo que era lo mejor para Alberto, aceptó mi explicación. Haciéndome el buen amigo, justifiqué mi decisión en la amistad que me unía con su paciente. Una vez arreglado ese pequeño detalle, me tumbé en el sofá del salón y puse la tele. Solo me quedaba esperar. A las ocho y media de la tarde, Lissana llegó hecha una energúmena y nada más soltar el bolso, vino a encararse conmigo, así me gustaba, las mujeres enojadas, son más fáciles de manipular, más fácil de domar, no piensan bien, se dejan llevar por el momento y sus sentimientos.
--¡¿Quién coño te crees para organizarme la vida, eres un Maldito?! -Se la notaba francamente alterada y por eso esperé que soltara toda clase de improperios de su boca y al terminar, sin dejar de mirar la tele, le respondí.
--¿Te refieres a evitar que tu marido siga sufriendo? ¿Quieres que llame a doctor para retirar mi oferta? ¡Sabes que con mi ayuda su días finales serían más pacíficos… incluso podría ocurrir un milagro! -Tal como había previsto, fue incapaz de pedirme tal cosa y con lágrimas de sus hermosos ojos, me preguntó.
--¿Qué quieres a cambio? -Entre sollozos. Yo sonreí.
Solté una carcajada luego y levantándome, fui hacía ella. Me encantó ver como temblaba al conocer de antemano mis intenciones. Ya a su lado, la cogí de la cintura y dándole un beso y luego la mire a los ojos y contesté.
--Ya lo sabes nena no te hagas la tonta.
Destrozada, salió corriendo de la habitación mientras. Cualquier otro hubiese tomado posesión de su propiedad en ese momento pero yo no, había que preparar la carne. Prefería que con el paso del tiempo, mi víctima se fuera haciendo a la idea, que cuando la tomara ya hubiese asimilado que iba a ser mía. Como es lógico, Lissana se encarceló en su cuarto a llorar durante una hora y solo cuando la llamé para que me pusiera de cenar salió de su encierro. Nada más verla, no me costó reconocer su completa sometimiento porque sacando valor quiso mostrarme su sumisión, saliendo completamente desnuda. Cosa que yo no le había pedido, pero me gusto su iniciativa. Su descaro me hizo acercarme a ella y cogiendo uno de sus pechos entre mis manos, y le pregunté.
--¿Cuántas veces te has tocado esta tarde imaginándote que te poseía?
--¡Ninguna! -contestó sin retirarse pero con un gesto de asco en su cara. Encantado por su rebeldía le cogí de la barbilla y la obligué a mirar la mueca burlesca que se dibujaba en mi cara.
--¿Te he dicho alguna vez que eres una putita muy bonita? -Sin hacer caso a mi insulto, se me quedó mirando con desprecio. --¡Estás muy buena perra, ¿lo sabes verdad?!
--¡Dejaré que me tomes con la condición de que ayudes a Alberto! -Parecía tener todavía ganas de enfrentarse conmigo, llevé uno de sus pezones a mi boca y recorrí con mi lengua todos sus bordes. --Mmmmmnn. -Ella callo un gemido cuando lo empecé ha mordisquear, sus rosados pezones estaban bien paraditos.
--¡Mi querida Lissana! ¿Quién iba a suponer que tenías estas maravillas escondidas? -Tratando de evitar que la tomara, me preguntó.
--¿Me llamaste parar servirte la comida? ¿Cierto? -Yo ya estaba excitado y cogiéndola entre mis brazos, la llevé hasta mi cama. Asustada por lo que se le venía encima. --¡Por favor, por favor, no me lastimes Siii! -Suplico.
Me pidió que no le hiciera daño. Una carcajada fue mi respuesta y obligándola a separar sus rodillas, me quedé mirando su coño. Llorando de rabia, la rubia vio que me sentaba a su lado en el colchón. Aunque era consciente de lo que iba a pasar, no pudo reprimir un gemido cuando pasé mi mano por uno de sus muslos.
--Mmmmnnnnn, ha, ha, ha, ha, Haaaaaaaaaaaa…
Temblando de miedo, tuvo que soportar que mis dedos recorrieran toda su piel mientras le miraba a sus ojos, en busca de alguna reacción. Las yemas de mis dedos le activan todo su cuerpo, todo sus puntos sexuales, no tarde en darme de cuanta, la parte de atrás de su oreja, su cuello, su clavículas, sus pezones, su abdomen su ombligo específicamente, su axila, sus cintura cuando la tomaba con fuerza, sudaba ya mucho ella, con su cara roja como tomate, sus carnosos labios eran también un punto de éxtasis, y bueno claro su clítoris ese era el más fuerte, y el que más toque.
--Haaaaaaa, ha, ha, ha, ha, ha, haaaaaaaaaaaaaa, ha, ha, ha, haaaaaaaaaaaaaaaa…. -Sus suaves gemidos la delataban. Soportó mis caricias como pudo, pellizcaba uno de sus pezones, sacó fuerzas de la desesperación y con voz seca, me soltó.
--¡¡¡Desgraciado, hazlo rápido!!!
Inclinándome sobre su cara, lamí sus mejillas y forzando su boca, introduje mi lengua en su interior. La ausencia de respuesta de la mujer me extenuó y agarrándola del pelo, susurré a su oído.
--Mañana, me pedirás que te folle ¡Zorrita ya lo veras!
Acto seguido y obviando sus lloros, descendí por su cuello y recreándome en su pecho, mordisqueé nuevamente esos pezones que me traían obsesionado. Para entonces aunque nunca lo reconocerá, el calor había invadido completamente ya sus mejillas y sus lamentos se habían atenuado. Comprendiendo que debía mostrarle quien mandaba, pellizqué su aureola con dureza, consiguiendo que de su garganta saliera un alarido.
--Haaaaaaah… ¡Por favor! Haaa, haa, haaaaaa… ¡No me hagas daño!
--¡Hare lo que me venga en gana porque eres mi puta! ¡Te he comprado!
Incapaz de aceptar que era verdad, separó su mirada de mí y se concentró en el techo para evitar la mía. Viendo su reacción, no me importó y agachándome entre sus piernas, saqué mi lengua y con ella, recogí un poco de flujo de su sexo. Al sentir la húmeda caricia en su vulva, cerró los puños mientras dos lagrimones caían por sus mejillas.
--¡Noooo!- musitó calladamente al notar que me había apoderado de su clítoris.
Su lamento se intensificó al percibir que su cuerpo no era inmune a mis caricias y cuando me le metí un dedo dentro de su concha, sus gemidos me dieron la razón que le estaba empezando a gustar ese insano trato.
--Ahhhh, ohhh… Uffff, haaaaaaaa, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, haa, ha, Mmmmnnnnn, ha, ha, ha, ha, Haaaaaaaaaaaa… Mmnmnnn, ha, ha, ha, ha, ha, haaaaaaaaaa… ha, ha, haaaaaa, Mmnnn, Mmnnnnn… haaaaaaaaaa, ha, ha, ha, haaaaaaa, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, Haaaaaaaaaaaa, ha, ha, ha, haaaaaaay...
--¿Te gusta? ¡Verdad!
--¡¡¡Nooo!!! -chilló con todas sus fuerzas. --Haaaaaaaaaa, ha, ha, ha, haaaaaaa, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, Haaaaaaaaaaaa, ha, ha, ha, haaaaaaay...
Reanudando mis maniobras, le introduje el segundo. La respiración de la rubia se hizo entrecortada al notarlo. Decidido a conseguir su rendición, lentamente empecé a sacarlos y a meterlos mientras mi boca se ocupaba de su botón.
--Haaaaaaaaaa, ha, ha, ha, haaaaaaay... Hazlo, Hazlo, ¡Hazlo ya y déjame! Uffff, haaaaaaaa, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, haa, ha, Mmmmnnnnn, ha, ha, ha, ha, Haaaaaaaaaaaa… -Muerto de risa, llevé mi mano hasta su boca y abriendo sus labios le obligué a que lamiera su propio flujo mientras le decía.
--¡Eres una Zorra y como tal estás empapada! ¡Sabía que eras una, pero no tanto! Lo puedes negar de boquita para afuera, pero tu coño dice que estás excitada. -Sin poder negar lo evidente, intentó morderme. Como lo presentía, no consiguió su objetivo y lanzándola contra el colchón, le solté una bofetada. --¿Quieres que sea violento acaso?- pregunté y levantándome de la cama, fui a su cuarto a por su consolador. Una vez de vuelta, le mostré lo que traía en las manos, diciendo. --¿Reconoces tu juguete? ¿Crees que no sé qué te masturbas pensando en mí? -Aunque fue unalámpara incandescente, en sus ojos descubrí que había acertado y ya convencido de lo que estaba haciendo, le obligué a abrir su boca. --¡Chúpalo y no te hagas la estrecha, no me puedes engañar! -Habiendo sido descubierta. --¡Eso si así hazlo así… se una buena perrita! -Lissana no pudo hacer otra cosa que abrir la boca y obedecer. Ni que decir tiene que me encantó verla lamiendo ese falo de plástico mientras yo inmortalizaba ese instante con la cámara de mi celular. --He pensado en mandar imprimir esta foto y ponerla en mitad del salón. -Le solté al dejar el teléfono sobre la mesilla.
--No, No, ¡No, lo hagas por favor! ¡Te lo suplico, no lo hagas, no me hagas eso! Todo el mundo sabrá que soy una puta, ¡Tu puta! -Dijo sin percatarse de su significado, eso me gusto y mucho, íbamos por buen camino.
Aunque no se hubiese dado cuenta, la rubia ya asumía su condición y solo pedía que fuera algo entre nosotros. Para recompensarla, le cogí el aparato y encendiéndolo, se lo metí hasta el fondo de su coño. Al sentir la vibración en sus entrañas, la esposa de mi amigo pegó un gemido que no tardé en interpretar como el primero de placer.
--Haaaaaaaaaay Dios, haaaaaaaaaay… ¡Por favor! -Protestó suavemente mientras sus caderas la traicionaban, meciéndose al ritmo de mi muñeca. --Ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, haaaaaa… -sus gemidos se empezaron a ser más contante y firmes. Su calentura era evidente pero tratando de profundizar en su sumisión, no dije nada y seguí penetrando su cuerpo con el consolador.
--Estás cachonda, ¡Zorrita! -susurré en su oído. --No tardarás en correrte. -Asumiendo que su rendición no iba a tardar, la besé forzando su boca.
--Haaaaaaaa, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, haaaaaa…
--Reconócelo, Putita. -Le susurraba. --Dime que te gusta que te trate así.
--¡Nunca! Haaaaaaaaaaa… Diosssssssss… - aulló mientras su cuerpo temblaba al ir siendo sometido por las sensaciones que surgían de su entrepierna.
Sacando el aparato de su sexo, lo sustituí con mi lengua y recorriendo con ella su cueva, la encontré ya totalmente inundada. Por mi experiencia, supe que Lissana iba a correrse mucho, muy pronto, y por eso, levantando mi mirada, le ordené que se corriera. Su orgullo la hizo negarlo pero su voz ya sonaba apagada.
--Hazlo, zorrita mía. ¡Córrete para mí!
--Uffff, haaaaaaaa, ha, ha, ha, ha, haaaaaa, ha, ha, haa, ha, Mmmmnnnnn, ha, ha, ha, ha, Haaaaaaaaaaaa… Mmnmnnn, haaaaaaa, ha, ha, ha, ha, haaaaaaaaaa… ha, ha, haaaaaa, Mmnnn, Mmnnnnn… ha, ha, ha, ha, haaaaaaaa, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, Haaaaaaaaaaaa, ha, ha, haaaaaaaa, haaaaaaaaaaaay….
Lissana estaba tan caliente que no pudo articular palabra y retorciéndose sobre la sábana, negó lo evidente aunque en su mente reinaba la confusión. La mujer sabía que la estaba volviendo loca pero seguía siendo incapaz de reconocerlo.
--No me hagas enfadar. -Le exigí con voz fuerte. --¡Córrete ya!
--Haaaaa, ha, ha, ha, ha, haaaaaaaaaa… ha, ha, haaaaaa, Mmnnn, Mmnnnnn… ha, ha, ha, ha, haaaaaaaa, ha, ha, ha, ha, ha, ha, haaaaaa, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, Haaaaaaaaaaaa, ha, ha, haaaaaaaa, haaaaaaaaaaaay…. ha, ha, ha, ha, ha, ha, haaaaaa, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, Haaaaaaaaaaaa, ha, ha, haaaaaaaa, haaaaaaaaaaaaaaaay….
En ese momento, Lissana no pudo más y levantando su cadera, no solo colaboró conmigo sino que incluso se incrustó aún más el consolador. Sus orgasmos fueron algo brutal, uno atrás del otro, la pobre convulsionaba como poseída, mordiéndose los labios para no gritar tan fuerte, eso no sirvió mucho la verdad, se retorció de placer, que inundaba su cuerpo.
--Haaaaaaaaaaaay…. ha, ha, ha, ha, ha, ha, haaaaaa, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, ha, Haaaaaaaaaaaa, ha, ha, haaaaaaaa, haaaaaaaaaaaaaaaay…. -Sabiendo que lo había conseguido, aceleré el ritmo con el que metía y sacaba el aparato con la intención de prolongar su clímax.
--Ves cómo eres una putita obediente, eres toda una zorra sin remedio. -Dije en su oreja sin dejar de apuñalar su sexo.
Llorando, unió sus múltiples orgasmos con los siguientes mientras yo me reía en su cara por lo fácil que me había resultado.
--Sigue, ¡Por favor! -Olvidándose de mí burla al estar dominada por la pasión. Ella estaba cediendo ella ni se imaginaria que esas palabras solo serían el comienzo para su nueva forma de vivir.
Al oírla comprendí que había conseguido mi meta y bajándome de la cama, la dejé sola en el cuarto. Desde el pasillo oí sus llantos porque al cesar su excitación, volvió con más fuerza su vergüenza. No solo se había entregado a mí sino que encima ¡Había disfrutado, como loca, o mejor dicho como una tremenda puta! Al cabo de cinco minutos, bajó al salón donde yo estaba poniéndome una copa y con voz temblorosa, me preguntó.
--¿Quieres?… ¿quieres, comer?… ¿te pongo la comida?… ¡¿quieres?!
--Perfecto… Tengo hambre. -Contesté siguiéndola hasta el comedor.
La cena. Satisfecho de cómo se iban desarrollando los acontecimientos, me senté en la mesa mientras mi empleada-puta, zorra-amante, esposa de mi mejor amigo, “Dios el morbo era una cosa de locos” iba a prepararme la cena. Con mi copa en la mano, me quedé pensando en cómo iba a aprovecharme de mi nueva adquisición y por eso estaba sonriendo cuando Lissana llegó con la comida. Estaba preciosa vestida únicamente con un mandil, sus enormes pechos sobresalían a ambos lados de la tela dándole una sensualidad difícil de soportar. Teniendo todo el tiempo del mundo para someterla, decidí primero comer y luego disfrutar con ella. Estaba apurando mi copa, cuando la rubia llegó y al ir a poner el plato en la mesa, se le cayó encima de mí. Supe que lo había hecho a propósito al ver una sonrisa en su cara.
--“¡Será Zorra en verdad la puta!” -pensé. Sin hacer aspavientos y sentado, separé mi silla y le dije.
--¡Límpialo con tu boca ahora! -Dije con autoridad. La muchacha no respondió lo suficientemente rápido y tirándole de la melena, le obligué a agacharse entre mis piernas. --¡Limpia tu estropicio ahora! -La serena violencia con la que reaccioné la sacó de sus casillas y a voz en grito, se negó a cumplir mis órdenes. --¡Tú lo has querido, no te atrevas a negármelo!- dije levantándome de la silla y valiéndome de su negativa, decidí usarla para hacer algo que deseaba desde que vi su culo en la ducha. Iba a castigarla rompiéndole ese maravilloso trasero, Lissana no lo vio venir. Todavía conservaba su sonrisa cuando la levanté del suelo pero al girarla y ponerla de pompas arriba y a ella contra la mesa, abrirle bien las piernas, comprendió lo que le iba a suceder:
--Noooo, porfa, nooo ¡Por ahí! ¡Nooooo!- chilló muerta de miedo.
--¡Como que no! -Le dije.
Ella no sabía lo que venía, pero yo sí y lo disfrutaría.
Continuara…
0 comentarios - Una Mente Perversa VS Unas Sumisas 1