A María la conocía desde pequeño, vivíamos en la misma calle. Íbamos a escuelas diferentes pero habíamos crecido juntos con el mismo grupo de niños del barrio. Ella siempre ha sido así como es; muy alegre, abierta, directa y parlanchina, contándome cualquier cosa que le pasaba por la cabeza. Supongo que por eso siempre le he caído especialmente bien, ya que yo soy más bien callado, reservado y me gusta escuchar.
María también se distinguía por ser muy guapa; nariz pequeña y afilada, ojos verdes y claros, y una sonrisa grande e inocente dibujada por unos labios intensamente rosáceos y carnosos. Además la adolescencia la trató de maravilla; los pechos le crecieron pronto bastante para la edad, sus caderas se ensancharon dejando florecer una sinuosa y ligera figura, y su culito, rellenito y respingón, era el centro de las miradas de todos los hombres del barrio. Todo ello enmarcado por sus largos y sedosos cabellos castaños.
Lo habrán adivinado, a mí me tenía enamorado, pero ella andaba siempre tan ocupada contándome su vida, que no creo que se diera demasiado cuenta. Aún así crecimos juntos llegando a ser como mejores amigos; aunque para ser más preciso, yo era simplemente su confidente preferido.
Realmente María no tenía límites en la clase de cosas que me contaba, ella era feliz así; pura transparencia. Muchas de esas cosas eran normales de la edad; los chicos que le gustaban en su colegio, sus cantantes favoritos, etc. Pero también me contaba sus cosas íntimas sin ningún pudor; como por ejemplo que le había visto el pene a su hermano mayor, y me lo describió con todo lujo de detalle, o que había descubierto que le daba gusto frotarse la cuquita mientras se duchaba, cosa que demostró frotando por encima de sus leggings para mostrarme la zona donde le daba más gustito.
El tiempo pasó. Yo deseaba que llegara el verano para pasar más tiempo con ella, ya que durante el curso, estando los dos más ocupados, a veces pasaban semanas enteras sin vernos.
Me acuerdo muy bien cuando ella empezó a tontear con chicos de su escuela. Por supuesto que a mí me lo contaba todo; sus primeros besos, más adelante los primeros morreos con lengua, e incluso cuando se dejaba sobar sus grandes senos por encima del sostén.
Escuchar todo eso me hacia retorcer de celos, pero al mismo tiempo me excitaba sobremanera. Devoraba esas imágenes mentales que ella me facilitaba y las dejaba trabajar en mi imaginación por las noches, durante mis fantasías masturbatorias.
Muchas veces, después de revelarme algo íntimo con todo lujo de detalles, terminaba con alguna pregunta para mí, como:
—Seguro que tú también le habrás tocado las tetas a alguna chica de tu instituto, ¿verdad? Eres muy callado y no me lo cuentas, pero apuesto lo que quieras a que sí. ¡Más de un corazón debes haber roto, pillín! —y dibujaba una gran sonrisa.
Yo no la contradecía, y puede que fuera su manera de justificarse, asumiendo que yo a mi vez tenía una vida sentimental igual de ajetreada. Día tras día me fui enterando de todas sus primeras veces, hasta que finalmente llegó el día en que me dijo:
—No se lo cuentes a nadie, pero ayer después de clase, Martín y yo lo hicimos, ¡de verdad! —me contó excitadísima—. Él sí que me la metió entera, no como el tonto de Javier, que sólo supo meterla a medias y se corrió enseguida… Martín me la metió muchas veces hasta el fondo y luego se corrió aquí en mi pierna, mira… —terminó diciendo, señalando al mismo tiempo su muslo derecho, que quedaba a la vista por los shorts vaqueros que llevaba puestos.
Mis nocturnas prácticas onanistas iban exponencialmente en aumento, acorde con las aventuras sexuales de mi amiga, que se volvía más atrevida y desenvuelta por momentos, y de las cuales yo participaba en mi cabeza gracias a sus relatos.
Ese mismo verano por fín yo tuve un rollo con una chica nueva de mi instituto. Se llamaba Irene, una chica guapa y simpática, y si no fuera por mis amigos que me empujaron a hacerlo, no se si me habría animado a pedirle de salir. Seguro que en otras circunstancias yo la habría tenido en mayor consideración, pero la verdad es que sólo me sirvió para desahogarme de mis frustraciones con mi amiga, la cual no podía sacar de mi cabeza.
Cuando María se enteró de que tenía novia se volvió incluso más entusiasta y directa, llegando a un nuevo nivel de brutal honestidad. Supongo que la confirmación de saber que tenía yo también pareja, nos situaba en una situación de igualdad de la cual quería aprovechar para comparar nuestras experiencias sexuales. Aunque nada más lejos de la realidad; Irene y yo no éramos tan precoces, y apenas pasábamos de roces y tocamientos por encima de nuestra ropa interior.
Una fin de semana, mientras acompañaba a María a su casa, me preguntó:
—Oye, dime, ¿Irene te chupa la polla?
—Bueno María… Ella no… —respondí yo muy cortado, buscando la manera de evadir una respuesta demasiado honesta—. La verdad es que Irene y yo no… Vaya que sólo hacemos lo clásico…
—Ah, pues bueno que pena… —me dijo algo decepcionada—. Quería saber cómo te lo hacia ella… Ya sabes, por curiosidad, por si me daba ideas. Estoy practicando mucho con Joaquín últimamente, ya sabes.
Pero no, Irene nunca me chupó la polla. Lo más fuerte que hice con ella fue una tarde en su casa cuando sus padres no estaban. Los dos quedamos en ropa interior dándonos el lote y toqueteándonos, como otras veces habíamos hecho. Pero esa tarde Irene se montó sobre mí, restregando su entrepierna sobre mi pene, lo que provocó que me corriera con el movimiento. Nunca hasta entonces me había corrido si no era por el resultado mis propias pajas.
Los dos terminamos con nuestros calzones empapados, cosa que calentó a Irene muchísimo, y ante mi asombro se masturbó en frente mío. No se quitó ni el sujetador ni las braguitas, pero al tocarse, en varias ocasiones desplazó las prendas de su sitio, permitiéndome ver sus pezones y su sexo repetidamente.
A pesar de hacer esos pinitos por mi cuenta en el tema sexual, no ayudó a quitarme de la cabeza a María. Para ser sincero, mucha de las veces que me enrollaba con Irene, fantaseaba con mi amiga del alma. Era un caso perdido para mí.
Unos meses más tarde lo de Irene terminó para mí, cosa que fue mejor para los dos, ya que yo no la quería. Por ese entonces María empezó a verse con un tal Ramón, que daba la casualidad que asistía a mi instituto. Yo lo conocía muy poco, sólo habíamos coincidido en una o dos clases. Aún así, más de una vez salimos los tres juntos, algo a lo que yo no estaba acostumbrado.
Normalmente mi amiga no me presentaba a sus novios, formaba parte de su vida paralela de la que yo no era partícipe. Sólo en muy raras ocasiones había llegado a ver en persona a los chicos con los que salía, por pura casualidad. Al fin y al cabo ella asistía a otro instituto y tenía su propio grupo de amigos y amigas que yo no conocía.
Y la verdad que lo agradecía, no sólo por evitarme los celos de verla con otros tíos, sino también porque me habría sentido muy incómodo con ellos, dado que María compartía conmigo sus más íntimos detalles. Tamaños y formas, por no decir más.
Así que con Ramón fue diferente, ya que ella a menudo tomaba el bus hasta nuestro instituto después de clase, y de ahí nos íbamos a algún parque a pasar el rato los tres juntos. Siendo ella como es, no se cortaba un pelo para mostrar su afecto por el chico en todo momento aunque estuviera yo presente.
Aún y los celos, disfrutaba observando a mi amiga morrearse con el chaval, era sumamente excitante verla en acción. Además se tocaban sin pudicia; María sobando la polla de Ramón por encima del pantalón, y dejando que las manos del chaval desaparecieran debajo de su falda o palpando su busto por encima de la ropa. Todo ello sin importarles que yo les viera. Por eso solamente me quedaba un rato con ellos, y si la cosa subía mucho de tono, me despedía y los dejaba a su rollo.
De todas maneras sabía que María me llamaría luego por teléfono, y me contaría todos los detalles:
—Hoy le he dejado que meta sus dedos en mi coño, pero el pobre es un poco patoso. Está impaciente por follar, pero quiero hacerlo esperar un poco más. No sé… ¿Es un poco bruto, no crees?
Yo la escuchaba, por la enésima vez, imaginándome a mi bella y joven amiga dejándose tocar los bajos.
—Bueno un poco básico si que es el chico, pero es buena gente —respondí, defendiendo con poco entusiasmo a mi medio amigo.
—Si, es verdad; es majo. Pero sobretodo tiene un buen paquete… Le he prometido una paja si se porta bien este finde. ¡Pero la verdad es que ya me muero de ganas de probarla! ¡Quizá le dé unos besitos también!
—Aja… —La verdad no sabia que decir, la escuchaba al otro lado del teléfono y usaba una mano para taparme el bulto, para que mi madre no me viera.
—Bueno, te dejo que vuelvas a lo tuyo. ¡Eres un sol! —concluyó.
—De nada María, ya sabes que aquí estoy cuando me necesites.
—¡Besitos!
—Adiós, adiós… —me despedí, y después de colgar… a mi habitación y a por otra paja: esa era mi rutina.
Pocas semanas después ya me tuvo informado de cuándo y en qué posición follaban. Jodido cabrón afortunado ese Ramón, pensaba. Y lo que más me fastidiaba era que, según ella, no era el chico que más le gustaba, pero ya se acercaba otro verano y no quería pasarlo soltera.
—¡Una tiene sus necesidades! —solía decir—. Y más vale pájaro en mano… ¡o pajarón!, si me entiendes bien…
Una de esas noches me llamó por teléfono:
—¿Te bajas un momento a mi portal? Te tengo que contar algo en persona.
Como un rayo me presenté y allí nos sentamos en un rincón del rellano de su edificio, nuestro lugar habitual.
—Joder, ¡no te lo vas a creer! Estaba con Ramón en Las Alamedas follando, y... ¡se ha corrido dentro!
—¿Dentro de qué? —pregunté ingenuo. Ella se echó a reír.
—¿De qué va a ser? ¡Dentro de mi chocho idiota! —gritó divertida.
—¿¡Qué!? ¿No te vas a quedar embarazada? —respondí asombrado.
—¡Que va! Como me bajó la regla ayer, no hay riesgo de embarazo. Me contó mi amiga Tania que ella lo hace y no ha tenido nunca problemas. ¡Me moría de ganas de probarlo! —y continuó—. Es un poco guarro porque tengo restos de mi flujo, pero ha molado mucho.
—Eh… —no sabía qué decir, estaba consternado y sobreexcitado — ¿Pero estás segura? ¿No es peligroso? —pregunté sin salir de mi asombro—.
—¡No! ¡En serio! ¡Tania dice que se puede hacer sin arriesgarse! —insistió—. Ha estado genial, con todo el líquido calentito dentro... Aún me queda un poco aquí; mira, te lo puedo enseñar —y sin demora se levantó el vestido completamente, quedando hecho una bola sobre su barriga.
No llevaba ropa interior. Sus labios mayores eran gruesos y estaban hinchados y rojizos, naturalmente por la reciente sesión de sexo adolescente. Pude comprobar que sus vellos ahora cubrían la mayor parte de su pubis, muy diferente a la última vez que se lo había visto, aunque se notaba que los mantenía arreglados para llevar bikini.
—Las braguitas se las he dado de recuerdo —continuó diciendo—. Me he limpiado con ellas, pero aún tengo restos de semen en mi coñito; mira. —Y sentada como estaba, abriendo bien sus piernas, empezó a contraer su sexo hasta que, efectivamente, una viscosidad blanquecina empezó a brotar de su vulva, aunque se mezclaba con algo más transparente y rosáceo, que imaginé debían ser sus propios jugos.
—¿Lo ves? —me dijo tomando un poco de ese líquido entre sus dedos y acercándolos a mí; percibí un leve aroma.
Después se volvió a tapar, pero antes se limpió los dedos restregándolos por la cara interna de sus muslos. La escena dudo que durará más de un minuto, pero la saboreé con tal intensidad que me pareció una eternidad.
—¿Y sabes qué es lo más fuerte? —continuó María—. Justo después de follar, el imbécil me ha anunciado que se va de vacaciones a la playa con su familia, ¡dos meses! No vuelve hasta finales de agosto. ¿Te lo puedes creer el muy capullo? ¡Qué desagradecido!
—Bueno si su familia se va, tampoco tiene él la culpa… —respondí yo vagamente, que aún me estaba reponiendo de lo ocurrido.
—No, si eso ya lo entiendo, pero joder…¡dos meses! ¡Y vaya momento eligió para decírmelo!
—Si, eso es verdad… —respondí.
—¡Pero él se lo pierde! —exclamó enfadada, y añadió—: Había pensado dejar que se corriera dentro de mi coño otra vez mañana, pero ya se habrá largado.
—¿Mañana se va ya? ¡Se va a perder las fiestas del barrio! —fué lo primero que se me ocurrió, no sé por qué.
—¿¡Que se va a perder las fiestas del barrio!? —me preguntó ella estallando de risa—. ¿Pero tú me has estado escuchando?
—No, digo sí, claro… lo de correrse dentro… bueno… lo de tu coño… ¡Perdón! Bueno eso… ya lo entiendo… —dije bastante avergonzado, mientras ella se tronchaba de la risa.
Poco después nos despedimos, y por descontado tan pronto como llegué a mi habitación, me encerré y me masturbé con la imagen mental del sexo húmedo de mi amiga, tan reciente que aún la retenía en mis retinas.
Pasaron un par de días, y entonces María me llamó por teléfono:
—Hola ¿qué tal? —dijo su dulce voz—. Había pensado que como Ramón ya se ha ido, si te apetece venirte conmigo a la feria. ME da palo ir yo sola.
—Claro que sí, sólo faltaría —respondí contento.
—¡Genial! ¿Nos vemos a las seis? —dijo ella con su típica alegría.
—De acuerdo. ¡Hasta luego! —grité.
—¡Hasta luego!
Fué así cómo empezó el verano más excitante de mi vida.
CONTINUARÁ...
María también se distinguía por ser muy guapa; nariz pequeña y afilada, ojos verdes y claros, y una sonrisa grande e inocente dibujada por unos labios intensamente rosáceos y carnosos. Además la adolescencia la trató de maravilla; los pechos le crecieron pronto bastante para la edad, sus caderas se ensancharon dejando florecer una sinuosa y ligera figura, y su culito, rellenito y respingón, era el centro de las miradas de todos los hombres del barrio. Todo ello enmarcado por sus largos y sedosos cabellos castaños.
Lo habrán adivinado, a mí me tenía enamorado, pero ella andaba siempre tan ocupada contándome su vida, que no creo que se diera demasiado cuenta. Aún así crecimos juntos llegando a ser como mejores amigos; aunque para ser más preciso, yo era simplemente su confidente preferido.
Realmente María no tenía límites en la clase de cosas que me contaba, ella era feliz así; pura transparencia. Muchas de esas cosas eran normales de la edad; los chicos que le gustaban en su colegio, sus cantantes favoritos, etc. Pero también me contaba sus cosas íntimas sin ningún pudor; como por ejemplo que le había visto el pene a su hermano mayor, y me lo describió con todo lujo de detalle, o que había descubierto que le daba gusto frotarse la cuquita mientras se duchaba, cosa que demostró frotando por encima de sus leggings para mostrarme la zona donde le daba más gustito.
El tiempo pasó. Yo deseaba que llegara el verano para pasar más tiempo con ella, ya que durante el curso, estando los dos más ocupados, a veces pasaban semanas enteras sin vernos.
Me acuerdo muy bien cuando ella empezó a tontear con chicos de su escuela. Por supuesto que a mí me lo contaba todo; sus primeros besos, más adelante los primeros morreos con lengua, e incluso cuando se dejaba sobar sus grandes senos por encima del sostén.
Escuchar todo eso me hacia retorcer de celos, pero al mismo tiempo me excitaba sobremanera. Devoraba esas imágenes mentales que ella me facilitaba y las dejaba trabajar en mi imaginación por las noches, durante mis fantasías masturbatorias.
Muchas veces, después de revelarme algo íntimo con todo lujo de detalles, terminaba con alguna pregunta para mí, como:
—Seguro que tú también le habrás tocado las tetas a alguna chica de tu instituto, ¿verdad? Eres muy callado y no me lo cuentas, pero apuesto lo que quieras a que sí. ¡Más de un corazón debes haber roto, pillín! —y dibujaba una gran sonrisa.
Yo no la contradecía, y puede que fuera su manera de justificarse, asumiendo que yo a mi vez tenía una vida sentimental igual de ajetreada. Día tras día me fui enterando de todas sus primeras veces, hasta que finalmente llegó el día en que me dijo:
—No se lo cuentes a nadie, pero ayer después de clase, Martín y yo lo hicimos, ¡de verdad! —me contó excitadísima—. Él sí que me la metió entera, no como el tonto de Javier, que sólo supo meterla a medias y se corrió enseguida… Martín me la metió muchas veces hasta el fondo y luego se corrió aquí en mi pierna, mira… —terminó diciendo, señalando al mismo tiempo su muslo derecho, que quedaba a la vista por los shorts vaqueros que llevaba puestos.
Mis nocturnas prácticas onanistas iban exponencialmente en aumento, acorde con las aventuras sexuales de mi amiga, que se volvía más atrevida y desenvuelta por momentos, y de las cuales yo participaba en mi cabeza gracias a sus relatos.
Ese mismo verano por fín yo tuve un rollo con una chica nueva de mi instituto. Se llamaba Irene, una chica guapa y simpática, y si no fuera por mis amigos que me empujaron a hacerlo, no se si me habría animado a pedirle de salir. Seguro que en otras circunstancias yo la habría tenido en mayor consideración, pero la verdad es que sólo me sirvió para desahogarme de mis frustraciones con mi amiga, la cual no podía sacar de mi cabeza.
Cuando María se enteró de que tenía novia se volvió incluso más entusiasta y directa, llegando a un nuevo nivel de brutal honestidad. Supongo que la confirmación de saber que tenía yo también pareja, nos situaba en una situación de igualdad de la cual quería aprovechar para comparar nuestras experiencias sexuales. Aunque nada más lejos de la realidad; Irene y yo no éramos tan precoces, y apenas pasábamos de roces y tocamientos por encima de nuestra ropa interior.
Una fin de semana, mientras acompañaba a María a su casa, me preguntó:
—Oye, dime, ¿Irene te chupa la polla?
—Bueno María… Ella no… —respondí yo muy cortado, buscando la manera de evadir una respuesta demasiado honesta—. La verdad es que Irene y yo no… Vaya que sólo hacemos lo clásico…
—Ah, pues bueno que pena… —me dijo algo decepcionada—. Quería saber cómo te lo hacia ella… Ya sabes, por curiosidad, por si me daba ideas. Estoy practicando mucho con Joaquín últimamente, ya sabes.
Pero no, Irene nunca me chupó la polla. Lo más fuerte que hice con ella fue una tarde en su casa cuando sus padres no estaban. Los dos quedamos en ropa interior dándonos el lote y toqueteándonos, como otras veces habíamos hecho. Pero esa tarde Irene se montó sobre mí, restregando su entrepierna sobre mi pene, lo que provocó que me corriera con el movimiento. Nunca hasta entonces me había corrido si no era por el resultado mis propias pajas.
Los dos terminamos con nuestros calzones empapados, cosa que calentó a Irene muchísimo, y ante mi asombro se masturbó en frente mío. No se quitó ni el sujetador ni las braguitas, pero al tocarse, en varias ocasiones desplazó las prendas de su sitio, permitiéndome ver sus pezones y su sexo repetidamente.
A pesar de hacer esos pinitos por mi cuenta en el tema sexual, no ayudó a quitarme de la cabeza a María. Para ser sincero, mucha de las veces que me enrollaba con Irene, fantaseaba con mi amiga del alma. Era un caso perdido para mí.
Unos meses más tarde lo de Irene terminó para mí, cosa que fue mejor para los dos, ya que yo no la quería. Por ese entonces María empezó a verse con un tal Ramón, que daba la casualidad que asistía a mi instituto. Yo lo conocía muy poco, sólo habíamos coincidido en una o dos clases. Aún así, más de una vez salimos los tres juntos, algo a lo que yo no estaba acostumbrado.
Normalmente mi amiga no me presentaba a sus novios, formaba parte de su vida paralela de la que yo no era partícipe. Sólo en muy raras ocasiones había llegado a ver en persona a los chicos con los que salía, por pura casualidad. Al fin y al cabo ella asistía a otro instituto y tenía su propio grupo de amigos y amigas que yo no conocía.
Y la verdad que lo agradecía, no sólo por evitarme los celos de verla con otros tíos, sino también porque me habría sentido muy incómodo con ellos, dado que María compartía conmigo sus más íntimos detalles. Tamaños y formas, por no decir más.
Así que con Ramón fue diferente, ya que ella a menudo tomaba el bus hasta nuestro instituto después de clase, y de ahí nos íbamos a algún parque a pasar el rato los tres juntos. Siendo ella como es, no se cortaba un pelo para mostrar su afecto por el chico en todo momento aunque estuviera yo presente.
Aún y los celos, disfrutaba observando a mi amiga morrearse con el chaval, era sumamente excitante verla en acción. Además se tocaban sin pudicia; María sobando la polla de Ramón por encima del pantalón, y dejando que las manos del chaval desaparecieran debajo de su falda o palpando su busto por encima de la ropa. Todo ello sin importarles que yo les viera. Por eso solamente me quedaba un rato con ellos, y si la cosa subía mucho de tono, me despedía y los dejaba a su rollo.
De todas maneras sabía que María me llamaría luego por teléfono, y me contaría todos los detalles:
—Hoy le he dejado que meta sus dedos en mi coño, pero el pobre es un poco patoso. Está impaciente por follar, pero quiero hacerlo esperar un poco más. No sé… ¿Es un poco bruto, no crees?
Yo la escuchaba, por la enésima vez, imaginándome a mi bella y joven amiga dejándose tocar los bajos.
—Bueno un poco básico si que es el chico, pero es buena gente —respondí, defendiendo con poco entusiasmo a mi medio amigo.
—Si, es verdad; es majo. Pero sobretodo tiene un buen paquete… Le he prometido una paja si se porta bien este finde. ¡Pero la verdad es que ya me muero de ganas de probarla! ¡Quizá le dé unos besitos también!
—Aja… —La verdad no sabia que decir, la escuchaba al otro lado del teléfono y usaba una mano para taparme el bulto, para que mi madre no me viera.
—Bueno, te dejo que vuelvas a lo tuyo. ¡Eres un sol! —concluyó.
—De nada María, ya sabes que aquí estoy cuando me necesites.
—¡Besitos!
—Adiós, adiós… —me despedí, y después de colgar… a mi habitación y a por otra paja: esa era mi rutina.
Pocas semanas después ya me tuvo informado de cuándo y en qué posición follaban. Jodido cabrón afortunado ese Ramón, pensaba. Y lo que más me fastidiaba era que, según ella, no era el chico que más le gustaba, pero ya se acercaba otro verano y no quería pasarlo soltera.
—¡Una tiene sus necesidades! —solía decir—. Y más vale pájaro en mano… ¡o pajarón!, si me entiendes bien…
Una de esas noches me llamó por teléfono:
—¿Te bajas un momento a mi portal? Te tengo que contar algo en persona.
Como un rayo me presenté y allí nos sentamos en un rincón del rellano de su edificio, nuestro lugar habitual.
—Joder, ¡no te lo vas a creer! Estaba con Ramón en Las Alamedas follando, y... ¡se ha corrido dentro!
—¿Dentro de qué? —pregunté ingenuo. Ella se echó a reír.
—¿De qué va a ser? ¡Dentro de mi chocho idiota! —gritó divertida.
—¿¡Qué!? ¿No te vas a quedar embarazada? —respondí asombrado.
—¡Que va! Como me bajó la regla ayer, no hay riesgo de embarazo. Me contó mi amiga Tania que ella lo hace y no ha tenido nunca problemas. ¡Me moría de ganas de probarlo! —y continuó—. Es un poco guarro porque tengo restos de mi flujo, pero ha molado mucho.
—Eh… —no sabía qué decir, estaba consternado y sobreexcitado — ¿Pero estás segura? ¿No es peligroso? —pregunté sin salir de mi asombro—.
—¡No! ¡En serio! ¡Tania dice que se puede hacer sin arriesgarse! —insistió—. Ha estado genial, con todo el líquido calentito dentro... Aún me queda un poco aquí; mira, te lo puedo enseñar —y sin demora se levantó el vestido completamente, quedando hecho una bola sobre su barriga.
No llevaba ropa interior. Sus labios mayores eran gruesos y estaban hinchados y rojizos, naturalmente por la reciente sesión de sexo adolescente. Pude comprobar que sus vellos ahora cubrían la mayor parte de su pubis, muy diferente a la última vez que se lo había visto, aunque se notaba que los mantenía arreglados para llevar bikini.
—Las braguitas se las he dado de recuerdo —continuó diciendo—. Me he limpiado con ellas, pero aún tengo restos de semen en mi coñito; mira. —Y sentada como estaba, abriendo bien sus piernas, empezó a contraer su sexo hasta que, efectivamente, una viscosidad blanquecina empezó a brotar de su vulva, aunque se mezclaba con algo más transparente y rosáceo, que imaginé debían ser sus propios jugos.
—¿Lo ves? —me dijo tomando un poco de ese líquido entre sus dedos y acercándolos a mí; percibí un leve aroma.
Después se volvió a tapar, pero antes se limpió los dedos restregándolos por la cara interna de sus muslos. La escena dudo que durará más de un minuto, pero la saboreé con tal intensidad que me pareció una eternidad.
—¿Y sabes qué es lo más fuerte? —continuó María—. Justo después de follar, el imbécil me ha anunciado que se va de vacaciones a la playa con su familia, ¡dos meses! No vuelve hasta finales de agosto. ¿Te lo puedes creer el muy capullo? ¡Qué desagradecido!
—Bueno si su familia se va, tampoco tiene él la culpa… —respondí yo vagamente, que aún me estaba reponiendo de lo ocurrido.
—No, si eso ya lo entiendo, pero joder…¡dos meses! ¡Y vaya momento eligió para decírmelo!
—Si, eso es verdad… —respondí.
—¡Pero él se lo pierde! —exclamó enfadada, y añadió—: Había pensado dejar que se corriera dentro de mi coño otra vez mañana, pero ya se habrá largado.
—¿Mañana se va ya? ¡Se va a perder las fiestas del barrio! —fué lo primero que se me ocurrió, no sé por qué.
—¿¡Que se va a perder las fiestas del barrio!? —me preguntó ella estallando de risa—. ¿Pero tú me has estado escuchando?
—No, digo sí, claro… lo de correrse dentro… bueno… lo de tu coño… ¡Perdón! Bueno eso… ya lo entiendo… —dije bastante avergonzado, mientras ella se tronchaba de la risa.
Poco después nos despedimos, y por descontado tan pronto como llegué a mi habitación, me encerré y me masturbé con la imagen mental del sexo húmedo de mi amiga, tan reciente que aún la retenía en mis retinas.
Pasaron un par de días, y entonces María me llamó por teléfono:
—Hola ¿qué tal? —dijo su dulce voz—. Había pensado que como Ramón ya se ha ido, si te apetece venirte conmigo a la feria. ME da palo ir yo sola.
—Claro que sí, sólo faltaría —respondí contento.
—¡Genial! ¿Nos vemos a las seis? —dijo ella con su típica alegría.
—De acuerdo. ¡Hasta luego! —grité.
—¡Hasta luego!
Fué así cómo empezó el verano más excitante de mi vida.
CONTINUARÁ...
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