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Compendio I
El miércoles por la noche tuvimos una breve discusión con mi esposa. Afortunadamente, nuestros conflictos son casi siempre menores y rara vez, desembocamos en una trifulca seria.
Por otra parte, una de las grandes fantasías de mi esposa es llegar a una reunión social y saber que me he acostado con la mayor parte de las mujeres asistentes (algo que pasó en cierta medida en nuestro matrimonio).
Mientras que ella visualiza que la miran con envidia, al verme como el “Marido fiel, que la ama de manera incondicional”, a mí me preocupa que la terminen viendo como “La cándida cornuda” que ella siempre aparenta ser y me sentiría muy triste que hablaran mal de mi esposa o se rieran a sus espaldas, lo que irónicamente refuerza más su visión, dado que yo estaré ahí preocupado para que nada malo le acontezca.
Y según ella, cree que no solamente tengo “a sus amigas comiendo de mi mano”, sino que si fuese más perceptivo a los gestos de las mujeres, probablemente podría tener incluso más “novias” revoloteándome.
Pero he sido renuente a involucrarme con sus amigas, ya que son chicas inocentes y de buenos sentimientos, por lo que he tratado de mantenerme distante y conversar lo justo y necesario.
Sin embargo esa noche, reconozco que empecé mal. Estaba ofuscado y por primera vez, interrogué hablando golpeado a Marisol, pidiéndole que me dijera textual y exactamente sobre qué conversaba con sus amigas de nosotros.
Asustada, me dijo que les decía lo de siempre: lo que hacemos como pareja y la manera especial, dulce y respetuosa con la que siempre le trato, lo que terminó desarmándome y bajándome del caballo de la ira.
Lo que más me arrepiento es que la pobrecilla no sabía qué me pasaba, porque por la mañana era igual de amoroso con ella como todos los días. Así que empecé a contarle lo ocurrido esa tarde…
De las 3 amigas cercanas que tiene Marisol, Sandy era con la que “menos feeling” tenía y es que comparada con mi esposa, con Lara y con Jess, era la más “normalita” de cuerpo. Pero aparte de eso, sus temas de conversación se restringen a los estudios, sus vacaciones, los planes del fin de semana, los shows de la televisión, los cantantes pop y todo ese tipo de temas que son más acordes con chicas de su edad.
Aun así, tal vez mi esposa tenga razón, porque siempre que me recibe los vasos o los bocadillos que le ofrezco, lo hace con una amplia sonrisa; Cuando converso, intenta seguir el tema, a pesar que no lo entienda del todo y cuando bromeo y le hago reír, me da una suave caricia en el hombro.
Pues bien, ese miércoles aparecí alrededor del mediodía. Mi esposa lucía radiante de verme y me dio uno de sus cálidos besos al recibirme, colgándose de mi cuello.
Preguntó por qué no fui en la camioneta, a lo que respondí que quería andar en tren, como lo hace ella. Se decepcionó levemente, porque para Marisol, que yo tenga un vehículo sigue siendo un atractivo para una mujer, a pesar que para los ingleses ya no le dan tanto énfasis.
Y una vez más, me tuve que enfrentar al interrogatorio que Jess me había dado 2 semanas atrás.
“¿Irán ustedes solos?”
“¡Ya te lo dije, Jess!” protestó Sandy, muy enfadada. “¡Necesito que me ayude en mi trabajo y ya le pedí permiso a Mari!”
“¿Y tú le dejarás ir?” preguntó Lara a mi esposa, no menos preocupada.
“¡Por supuesto!” respondió mi ruiseñor, con el mismo entusiasmo de Sandy. “Alguien tiene que cuidar a las pequeñas en casa y no creo que yo pueda ayudarles en su trabajo.”
Pero ilusamente, pensaba que no tendría nada qué narrar: Mientras que Lara usaba una camiseta blanca que destacaba sus pechos y unos pantalones rosados que destacaban su cola; mi esposa, una falda ligera y larga, color blanco, con una camisa del mismo color que dejaba ver su generoso busto de una manera fabulosa y Jess, una jardinera de mezclilla, con una camiseta blanca, pero que aun así, auguraban unos pechos generosos, Sandy iba vestida con una camisa blanca, abrochada hasta el cuello y unos jeans que con suerte, le levantaban la cola.
En pocas palabras, la menos atractiva del grupo.
Sin embargo, el interrogatorio proseguía mientras avanzábamos a la estación…
“Pero tu hermana volvió de su viaje, ¿Cierto?” preguntó Jess, aun preocupada por su amiga.
“¡Sí, Jess! ¡Ya no me estoy quedando sola!” le respondió de mejor humor y con resignación, como si fuera la quinta vez que le preguntara. “Y ya te he dicho que sé cuidarme. Marisol sabe que estaré con su esposo y sé que él es un caballero…”
Me despedí de mi esposa con un beso cariñoso en los labios y de sus amigas, con besos respetuosos en la mejilla y marchamos hacia el departamento que comparten Sandy y su hermana.
En el camino, me fue contando de su vida. El departamento donde residían había pertenecido a sus abuelos paternos y durante sus primeros años, vivió ahí en compañía de sus padres y su hermana mayor, hasta casi la adolescencia, donde se mudaron a una casa más grande y una de sus tías solteras se mudó al departamento. Como queda relativamente cerca al campus y es una ubicación céntrica, la hermana mayor de Sandy se mudó con su tía, hasta que esta se casó unos 3 años atrás y se terminó mudando a otra ciudad.
Como su hermana Danielle ya había terminado sus estudios y ya trabajaba, no tenía problemas para compartirlo con su hermana menor.
Cuando llegamos, me lo mostró con orgullo, ya que verdaderamente, era muy bonito: un edificio pareado, con frente de ladrillos pintado de rojo y verde y con un par de ventanas por los costados de la puerta, bastante amplias y de 2 pisos.
En el primer piso, estaba el living, con piso alfombrado, la cocina y un baño y en el segundo, otras 3 habitaciones y un segundo baño.
Nos establecimos en su dormitorio, que es bastante amplio y que está decorado con una gran variedad de muñecas y peluches, posters de cantantes pop, una cama para una persona, una mesa de trabajo y un gran armario, al otro extremo de la habitación.
Su tema de investigación era sobre el impacto cultural de la revolución industrial y lo más frustrante fue saber que había investigado absolutamente nada al respecto.
“Antes, Lara me ayudaba a redactarlo, pero ahora está muy ocupada…” me respondió cuando le pregunté por qué no lo había hecho, añadiendo misteriosamente. “Y mi hermana hace 3 meses que tiene un nuevo novio.”
En esos momentos, no vi la relevancia de su comentario, pero con el pasar de las horas, lo comprendería mejor.
Sandy es de esas chicas dulces que incluso me ofreció galletitas hechas por ella misma y té, que honestamente, me dejó decepcionado, porque quería comer algo más salado y me trató de hacer compañía mientras redactaba su trabajo.
Le fui preguntando por qué no buscaba un novio también, a lo que respondió que a los chicos les interesaban más sus amigas que ella misma, puesto que su busto no era tan llamativo.
“¡Eso es algo secundario!” comenté, a pesar que igual me siguen llamando más la atención los pechos, pero tratando de subirle los ánimos. “En la mina, a los hombres les interesan que las mujeres tengan un bonito trasero, como ya lo tienes tú. Los pechos, en cambio, pueden operarse.”
A pesar que mi comentario fue brusco y le hizo avergonzar, cumplió su efecto.
E intentó ayudarme en el trabajo. Pero en vista que redacto relativamente rápido, que solamente teníamos un portátil para trabajar y que prácticamente los libros que consiguió en la biblioteca ni siquiera los estaba mirando, se terminó acostando en su cama e incluso, se quedó dormida.
Eso me hizo pensar en la cigarra perezosa del cuento. Pero más que desagrado, me causó simpatía.
Mientras ella dormía pacíficamente, pude apreciar las facciones de su rostro: blanquecino, con ojos grandes y curiosos, labios pequeños y tiernos, un cuello esbelto, hombros delgados, unos senos pequeños, pero más grandes comparados con los que tenía mi esposa cuando éramos pololos, una cintura delgada, unas nalgas levemente paradas y unas piernas medianamente torneadas.
Realmente, tenía su encanto.
Faltando unos minutos para las 4, se escuchó un ruido en el primer piso que le hizo despertar. Ya tenía más de la mitad redactado e incluso, me disponía para marcharme, cuando ella me mira con picardía, poniendo el índice entre sus labios y me susurra:
“¡Ven conmigo!”
La voy siguiendo hasta el armario, al otro extremo de la habitación, mientras que una voz de mujer se escucha llamando su nombre.
“¡Sands! ¡Sands! ¿Estás aquí?”
Me pide que entre apresuradamente y pensé que sorprenderíamos a la chica que la llamaba, pero Sandy me ordenó que guardara silencio, una vez adentro.
Era un armario bastante peculiar, en el sentido que parecía construido junto con la pared. Como si alguien lo hubiese montado encima.
De altura, debe haber tenido 1.60m, porque estaba levantado del piso unos 20 cm.; de espesor, unos 60 cm. y de ancho, unos 2 metros y algo, porque me dio la impresión que podía intentar abrazarlo, pero me faltarían brazos.
Como fuera, a través de una especie de rendija sobre la puerta, podía ver claramente cómo la puerta se abría, pero no pude apreciar a la chica que le llamaba.
“¡No está!” comentó la desconocida, con tono de alivio a quien fuera que le acompañaba.
Siempre sonriendo y con el índice en sus labios, como si hiciera una travesura, Sandy me pidió que la siguiera, agachado hasta un cuadrado de medio metro, más o menos, que había en la pared. Sus muslos se mostraban muy seductores, pero más que nada, quería saber qué hacíamos en ese lugar.
Movió el rectángulo (Que resultó ser una puerta pequeña, con un mango) y se deslizó por un pasadizo secreto, que nos llevó a otro closet.
“¿Quieres saber cómo me divierto? ¡Guarda silencio y lo verás!” me dijo, invitándome a ponerme de pie.
Pero había algo en ese espacio cerrado que olía extraño y que tardé un tiempo en interpretar. Como fuese, se podía apreciar a través de otra especie de rendija una habitación tan grande como la de Sandy, pero con una cama ligeramente más grande.
No pude fijarme demasiado en el mobiliario de la habitación, ya que las cortinas estaban cerradas y porque a los pocos segundos apareció la silueta de una chica, de unos 25, 26 años, besuqueándose con un sujeto que debía tener la misma edad más o menos, quien la sujetaba bastante fuerte de las nalgas.
En realidad, no culpaba al individuo, dado que la chica usaba una falda bastante corta y sus curvas de por si eran muy atrayentes.
Fue entonces que caí en cuenta que debía ser su hermana Danielle y bastante perturbado, veía cómo Sandy sonreía con lujuria, mirando el espectáculo.
Danielle fue desabrochando la camisa del muchacho, besando su pecho y removiendo con verdadera desesperación el cinturón del pantalón, para bajar, casi con las mismas prisas, los Jeans del chico hasta las rodillas y desnudar unos slips, que mostraban un pene largo y delgado, del porte de una salchicha.
Empezó lentamente, sorbiendo breves porciones, mas a medida que empezaba a ganar rigidez, le puso mayor dedicación, con amplias lamidas y besos que envolvían el falo, algunas mordidas y unos cuantos besos a los testículos.
Pero lo que más me llamaba la atención era que, mientras que con una mano doblaba el colgante falo que empezaba a ganar vigor, con la otra, amasaba sus pechos a través del muslo del muchacho, mientras que ella se paraba y se sentaba sobre sus piernas, en una posición parecida a la que usan las geishas japonesas.
El muchacho, por el trabajo bucal de su compañera, empezaba a suspirar placenteramente, apoyándose en la pared y empezó a sujetarse de su cabeza, guiándola al ritmo que él buscaba.
Dicho sea de paso, a Danielle también le debe gustar chupar vergas, porque en ningún momento se detuvo a hablar o perdió el ritmo de la respiración.
Su compañero, dejándose llevar por aquella chica que recibía más y más verga, fue sujetándola con mayor fuerza hasta que la engullera completamente hasta la base y cuando el tipo alcanzó la gloria, exclamó:
“¡Bébela entera, perra, y no la escupas fuera!” con una voz ronca y levemente sádica.
Fue entonces que Sandy colapsó en sus piernas, llevándose la mano a la boca, en pleno desconcierto y con unos ojos enormes.
“¡Oh, no! ¡No puede ser!” exclamó perturbada.
“¿Qué pasa?” pregunté, en voz baja.
“¡Ese no es Leon!” respondió, con preocupación.
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1 comentarios - Siete por siete (160): Sandy, su armario y la hermana (I)