Si me lo pongo a pensar bien, mis gustos por los hombres tienen su origen más o manos cuando tenía 19 años. Yo era un pibe de pueblo, sin mucha cancha que digamos en el terreno sexual y mucho menos con hombres. Además, siempre aparenté mucha menos edad de la que realmente tenía; digamos que aparentaba unos 15 años. Delgado pero bien formado, de piel blanca y rasgos delicados pero atractivos, en el colegio siempre me cargaban por mis maneras delicadas. No afeminadas ni “alegres”, sino muy marcadas. De chico había repetido muchos años así es que todavía concurría a la secundaria de mi barrio. Solía vestirme con shorts y remeras sueltas, pero igual se veían mis piernas flacas, blancas. Como para llegar al colegio tenía que pasar sí o sí por una obra en construcción, de vez en cuando miraba hacia adentro y contemplaba a esos hombres que trabajaban allí, todos mugrientos y sudados, la mayoría hombres de familia y laburantes comunes, pero muchos eran tipos de veintipico, solteros o con transas por ahí. Había dos en especial que siempre me llamaban la atención más que los otros, el primero era medio rubión, robusto, poco más alto que yo, de cara amable y tranquila. El segundo era morocho más bien tirando a negro, de esos que no son africanos o parecidos pero son oscuros oscuros, también robusto pero no tanto como el otro. Tenía cara recia, curtida; y era totalmente calvo. Siempre que pasaba, decía, los observaba porque para mí eran los más llamativos. Un día que volvía de reunirme con mis amigos después del colegio, pasé por ahí justo que los últimos obreros salían de trabajar y vi que uno tiraba una pila de revistas viejas. Al acercarme comprobé que eran revistas porno de otros países.
-Llevate las que quieras- me dijo el morocho pelado-. Acá las van a tirar.
Con algo de vergüenza, las agarré y me las llevé, escondiéndolas debajo de mi colchón. Al hojearlas, cuál no fue mi sorpresa al descubrir que la mayoría eran de temática gay. Había fotos de una crudeza que yo jamás hubiera imaginado que pudiera haber. En una de ellas aparecía un rubiecito que supongo sería europeo, entre tres negros de vergas descomunales, por lo que él quedaba muy reducido en tamaño y número. Se veía cómo el rubiecito se las mamaba como podía a uno de los negros, mientras otro le metía dos dedos en la cola. Luego se iba turnando con los otros dos para chupárselas a todos hasta que uno de ellos se la metía hasta que le llegaba a los huevos, grandes y negrísimos. Era una verga extremadamente gruesa pero el rubiecito se la comía por atrás como un rey, mientras chupaba la verga a uno de los otros, y tomaba la pija del restante. En el final de la secuencia, terminaba cubierto de semen de esas tres mangueras negras, mientras se relamía con la boca llena. No puedo mencionar la cantidad de pajas que me hice de ahí en adelante, imaginándome como el rubiecito, mientras me gozaban el rubión y el morocho pelado. Imaginaba todas y cada una de las fotos conmigo como protagonista y ellos dos cogiéndome como los caballos que eran, para terminar cubierto de leche de macho fuerte. Así, exhausto después de hacerme dos o tres pajas, me dormía. Esto se repitió durante un mes, más o menos, hasta que una tarde que pasaba por la obra, ellos salían de trabajar y los seguí como quién no quiere la cosa, como se dieron cuenta que los seguía, apresuré el paso para que pareciera que caminaba normalmente. Cuando los estoy rebasando, oigo que uno de ellos me dice:
-¿Y? ¿Te gustaron las revistas?
Cuando me doy vuelta, era el morocho que me miraba y se sonreía, como con sorna. Fingí no oírlo.
-¿Qué cosa?- le pregunté.
-Que si te gustaron las revistas. Estaban buenas, ¿no?
-Mmsé, copadas- articulé, con algo de vergüenza.
-¡No te pongas así! A mí también me gustaban algunas- respondió él dándose cuenta-, pero si llegaba a llevar una de esas a casa, la bruja me corta los víveres ¿no, Chelo?- El Chelo no decía nada.- Es mudo, el Chelo, pero es un tipo de ley.- Y le pegó una palmada en el brazo.
A todo esto íbamos caminando los tres juntos despacito. Yo temblaba de los nervios al tener a los dos protagonistas de mis pajas nocturnas tan cerca. Por suerte llegamos al punto del camino en que nos separábamos. Los saludé tímidamente y me fui a casa. A encerrarme con mis revistas y mis pajas.
Una de esas tardes, cuando la obra ya estaba casi terminada y no había obreros, me sorprendió escuchar voces dentro de la obra cerrada. Como la madera que tapiaba la entrada estaba apoyada, la corrí y me mandé a espiar quién era el que hablaba, con tanta mala leche que pisé un tablón y lo levanté, haciéndolo sonar al caer. Me quedé petrificado sin saber si huir, cavar un pozo y meter la cabeza, o qué. Tarde era ya cuando siento que desde adentro gritan.
-¿Quién anda ahí?- y se asoma el morocho pelado- ¿Vos qué hacés acá? El boliche cerró.
Y se reía, mirando a alguien que no aparecía en plano, pero deduje que era el “Chelo”. Y sí, efectivamente.
-¡Chelo, mirá quién nos visita! ¡El flaquito de las revistas!- seguía gritando-. Vení, acercate que no mordemos. Acercate a tomar unos verdes con nosotros que ya nos vamos.
Y fui, sabiendo que ellos podían ser cualquier loco de mierda, fui igual. Cuando entré vi al Chelo sentado en una banqueta baja, en calzoncillos recién salido de la ducha. Su cuerpo era tal como me lo imaginaba en las noches: grueso, marcado, viril y suave a la vez. En cuanto me senté en unas bolsas apiladas ahí, el morocho se paró al lado mío para cebar un mate, pero yo tenía su bulto junto a mi cabeza (estaba en shorts). Me pasó un mate que tomé en silencio.
-¡Qué calladito que sos, che!- Yo lo miré y le dije que no tenía nada que decir, salvo una cosa.
- La bombilla está tapada.
- Ahora la vamos a destapar... –dijo, mandándole tal mirada al Chelo que éste no tuvo más que sonreír.
Yo me sentía súper nervioso pero a la vez muy excitado, y se me empezaba a notar un bulto en el short de gimnasia.
-¡Bueno, bueno!, ¿Qué pasó? ¡Te inflamaste!- decía el morocho, medio riéndose.- Vos sabes que yo conozco un buen masaje para ese tipo de inflamación...
Todo pasó muy rápido, cuando me quise dar cuenta ya lo tenía arrodillado entre mis piernas acariciándome el bulto creciente. No atiné a moverme, solo a disfrutar de ese contacto de la mano del morochón, firme y a la vez suave en mi entrepierna. Ahí fue donde se me terminó de parar como un rayo.
-Parece que le gusta, Chelo, mirá..., se queda calladito.
Me hizo parar y me bajó los shorts con el slip y ahí me quedé, con la chota a pocos centímetros de su cara, palpitando.
-¡Está bien fuerte, el pendejo!- decía el morocho- Viste que yo te dije, Chelito. Vení, acercate acá- El Chelo se acercó.
Yo suspiraba y jadeaba de nerviosismo, excitación y pánico, con los ojos entrecerrados. Me sentía como en una nube.
-¿Qué edad tenés, nene?
-19 -balbuceé.
-¡Andá! ¿En serio? ¡El Chelo tiene uno menos que vos! –Yo no podía creerlo. Ese tipo que yo había observado y que me parecía fuerte y grandote tenía 18 años. Muy bien desarrollados, por cierto.
-Al Chelo le gustaste -dijo el morocho-. Y a mí también, ¿sabés? Tenés un cuerpito precioso, y una colita para comérsela.-me decía mientras me acariciaba las nalgas y con su dedo mayor me hurgaba la raya, buscando mi agujerito. Yo me apoyaba en su hombro, mientras lo miraba al Chelo y no lo podía creer.
-Todo tuyo, Chelo. Yo me voy a bañar- y se iba riendo.
Chelo y yo quedamos solos; él me miraba y me sonreía a medias, como dándome a entender que yo le gustaba. Si él hubiera sabido de las pajas que yo me había hecho en su honor. Se arrodilló frente a mí y me miró a los ojos. Luego me agarró la verga y la empezó a sobar, como sintiéndola; sopesándola. Después de eso me besó la punta de la cabeza y yo pegué un respingo. Acto seguido se la fue metiendo muy lentamente en la boca, saboreando cada centímetro que entraba. Así fue ejerciendo un ritmo lento y pausado, en el cual yo me sentía que me venía en cada chupada. A mí ya me la había chupado una piba con la que salía cuando era más pendejo, aunque no me gustó la sensación de los dientes. Pero Chelo lo hacía de una manera perfecta, sacándola toda, dándole un par de enrolladas con la lengua, la boca bien abierta, y luego se la volvía a meter casi hasta que los pendejos le tocaban la nariz; se notaba que ya tenía práctica haciéndolo. Cuando sentí que se me aflojaban las piernas y tuve un leve temblor, en el cual me agarré de sus hombros anchos, él se separó de mí y me miró. Yo quedé ahí, a punto de acabar y de desmayarme, jadeando y gimiendo como una nena. Me hizo un gesto enarcando las cejas como diciendo “¿Te gustó?”, a lo que yo respondí con un leve movimiento de cabeza y acariciándole los cabellos aún mojados del baño. Entonces se incorporó, me rodeó con un brazo y me llevó a una piecita atrás de la obra. En la pieza había una zona donde acumulaban las herramientas que usaban, bolsas de arena, de cemento, etc.; en el centro había una tarima con un colchón grande y una luz amarilla en el techo. Cuando llegamos él me hizo arrodillar en el colchón y quedé a la altura justa. Entonces se acercó a mí y, acariciándome la cabeza, me invitó a que le bajara el calzoncillo, que escondía un bulto prometedor. Al poner las manos en sus caderas y meter los dedos entre su piel y la prenda, me corrió un escalofría por todo el cuerpo, de esos que te sacuden desde más arriba de la nuca hasta bajar a los huevos. De a poco, muy de a poquito, se lo fui bajando. Descubrí sus pelos claritos y al llegar a su bulto, cada vez más grande. Al pasarle el slip por ahí, no tan grande como yo esperaba, sino casi como la mía, solo que muy lisa y recta, como tallada a mano. Lo miré y me agarró de la nuca, atrayéndome hacia su verga y su pelambre, donde hundí mi nariz para sentir ese olorcito a macho limpito, con mi boca a la altura del nacimiento de su pija. Ésta no estaba totalmente parada, así que la agarré como él lo había hecho conmigo y lo pajeé, sintiendo lo lisa que era. Chelo me acariciaba la cabeza y yo deliraba de ansias. Lamí la cabeza y la parte de arriba, con lo que él dejó escapar un suspiro hondo y corto. Ahí se le terminó de parar y la pude ver bien, erguida y lisa como un mástil, coronada con una cabeza del mismo grosor bien roja y palpitante. Me acercó más y yo me la metí a la boca como pude, tragándolo todo lo que podía y tratando de hacer todo lo que él me había hecho a mí. Me la sacaba de la boca, la pajeaba un rato y me la volvía a comer. Yo lo miraba y suspiraba; él hacía lo mismo y me agarraba de la nuca, como con miedo de que se me escapara de la boca. Me ahogué un par de veces pero me la metía otra vez enseguida. De pronto cae el morochón, que cuando me ve así, dejó escapar una risita y se colocó al lado de nosotros, sin sentarse.
-Veo que lo entrenaste bien al pendejo-. El morocho agarró un banquito y se sentó a ver cómo yo chupaba, bien de cerca.
-Gemime un poquito- me dijo, cosa que hice sin mucho esfuerzo pero sí con vergüenza, aunque debo reconocer que me gustaba y me calentaba cómo me trataba el morocho. Yo gemía y me tragaba la verga de Chelo que comenzaba a palpitar; podía sentirla. En eso me agarró de la cabeza y me entró muy a fondo; tuve que hacer un esfuerzo para no atragantarme cuando se descargó con todo. Fuertes chorros fueron a parar a mi garganta que tragué como pude. Estaban muy calientes y tenían un gusto raro aunque no desagradable, como salado. Algo se me escapó, pero ahí estaba el morocho para juntarlo todo con uno de sus dedos y hacérmelo comer al mismo tiempo que me hacía limpiarle bien la pija a su amigo Chelo.
-Muy bien... así- me decía al oído. Y yo gemía y mi verga latía. El morocho tenía una toalla envuelta en la cintura, nada más y unas ojotas-. Sentate, Chelito. Descansá y disfrutá del espectáculo, ahora.
Chelo se sentó a mi lado y yo los miraba, primero a uno y luego al otro, intuyendo lo que se avecinaba. Estaba así, con la verga a punto de estallar, con los dos machos que tanto añoraba tener, ahí mismo. Me temblaba el cuerpo pero no precisamente de frío.
-Yo te voy a hacer entrar en calor, nene- me dijo el morocho pensando que temblaba por eso y se empezó a sacar la toalla, quedando totalmente desnudo. Entonces fue cuando vi al monstruo más descomunal que mi memoria tenga recuerdo: era un manguerón totalmente negro, estaba lánguido, caída entre sus muslos, medía como mi antebrazo y era grueso como tal, su cabezota asomaba apenas de la polerita de piel de un color rojo morado oscuro y tenía unos huevos gigantes. Me asusté al verla y dije:
-¡Qué enorme! ¡Es un monstruo!
-No te asustes que cuando muerde, duele al principio, después te empieza a gustar y ya no vas a querer parar más.
Obviamente que yo no le creía una sola palabra de lo que había dicho y por sus palabras, deduje al toque lo que quería hacerme. Yo miré a Chelo y a “eso”, a “eso” y a Chelo; éste me sonreía y me miraba tranquilo, acariciándome el rostro y diciéndome con la mirada que estaba todo bien. Entonces me animé y acaricié esa cosota con la palma de la mano como si fuera un animal salvaje; luego la agarré. ¡Mis manos apenas lo alcanzaban a rodear en poco más de la mitad de su circunferencia! Lo sopesé y lo levanté, observando las gruesas venas que tenía. Y el animal comenzó a despertarse. Latía y se erguía, desafiante, y yo miraba con terror cómo se paraba. Entonces lo agarré con las dos manos y comencé a pajearla con suavidad y disfrutando todo el trayecto de mis manos desde arriba hasta que descubrí su cabezota con forma de gorrito. Me apuntaba porque estaba a medio parar, entonces la levanté y me metí uno de esos tremendos huevos en la boca, chupeteándolo fuerte y despacio, después el otro y así. Luego pasé mi mano para atrás de su cola y la sostuve mientras me decía cosas que ya ni me acuerdo.
En eso, mientras estaba sumergido entre sus huevos y sus piernas, siento que me lamen la mano que sostenía la verga del morocho y al mirar (aunque no necesitaba hacerlo) vi a Chelo, que se sumaba a mi para darle placer a ese semental. A duras penas le entraba en la boca, pero se las arreglaba bien mientras agarraba sus dos huevos, se los masajeaba y me los daba a mi.
-Paren, paren que me van a matar, ustedes dos- decía el morocho y deliraba. Entonces se me ocurrió decirle que se acostara. Nos miramos con Chelo como diciendo “¡ahora sí!” y nos abalanzamos sobre ese tremendo pedazo de carne. Se había colocado al borde de la tarima lo que nos daba la posibilidad a nosotros de arrodillarnos sobre unas mantas y seguir. Cuando Chelo no se ocupaba de la punta, lo hacía yo, y así nos turnábamos. Chelo le hizo levantar las piernas mientras yo me ocupaba de comerle el tronco y la cabezota; él le devoraba los testículos y se los levantaba para lamerle ese lugarcito entre los huevos y el ano para después hundir su lengua en el culito del morocho pelado que jadeaba y decía cosas.
-¡Qué bien que lo hacen! ¡Me matan! ¡Lo hacen muy bien, mis putitos!- etc., etc. Luego Chelo abandonó su labor para volver conmigo y poner todo su empeño. Jugaba con su lengua y de vez en cuando se encontraba con la mía. Entonces nos trenzábamos en un breve lengüeteo pero luego cada cual seguía con su parte, ya que había para que nos empacháramos los dos. Nos sonreíamos y seguíamos, demostrándonos lo mucho que nos gustaba hacer lo que hacíamos. Lo raro era que parecíamos compañeros de toda la vida, como si nos conociéramos desde siempre.
El morocho tenía aguante y lo demostraba bien, como macho que era. Luego de un rato así comenzó a respirar cada vez más fuerte, gimiendo boludeces que no se le entendían. Entonces Chelo le agarró la verga con esa manaza que tiene y lo empezó a pajear rápido y a poner su boca cubriendo su cabezota, mientras con la lengua le hacía jueguitos en la punta; el morocho deliraba. Chelo me miró y sin soltarle la verga, me la pasa a mí, y comencé a imitarlo en lo que hacía, aunque a duras penas pude rodear con mi boquita esa bruta cabeza. Fue cuando lo sentí, su verga tembló en mi mano y boca, como si fuera un géiser, y acabó como un caballo. El primer chorro me quemó el paladar, y los restantes a mis labios y nuestras caras, bañándonos a los dos. Salía y parecía que no pararía nunca. Se escurría por nuestras manos y le caía en sus pendejos y en los huevos. Había acabado con un gemido ronco, como un gruñido, pero nosotros lejos de querer parar le seguimos dando hasta dejarlo completamente limpio. Yo me retiré para atrás y pude ver cómo Chelo terminaba la labor muy delicadamente, como la más dedicada de las hembras. Entonces pude apreciarla en todo su esplendor: gruesa, negra, gigante, y me parecía mentira que en mi mismísimo debut, me hubiera comido algo así.
Mis emociones eran un quilombo, mezcla de euforia por lo que estaba haciendo, temor, placer, nerviosismo, todo lo que significaba para mí de ahí en adelante, no sé. Todo junto.
Me limpié y me paré para ver la escena desde arriba; yo aún tenía la verga parada pero la verdad es que no me importaba mucho ya. El morocho se incorporó y me dijo:
-Acercate, pendejo. No pensé que ibas a salir tan bueno y tan puto.- Cumplidos para mis oídos. Ya no tenía vergüenza pero sí mucha ansiedad y nervios. Me acerqué y el negro me dio vuelta, poniendo mi cola enfrente de su cara, la comenzó a morder despacito y a lamer tratando de hurgar en mi agujerito con los dedos y la lengua. Me abría los cachetes con sus manotas tanto que me dolían, pero no dije nada, solo quería disfrutar de esa brutalidad cariñosa que me brindaba ese macho que tanto me había calentado en sueños. Me lamía desde el nacimiento de los huevos hasta el final de la raya, al principio de la cola. Lo hacía con fuerza, como con desesperación y a la vez firme y suave. Yo trataba de relajarme todo lo que podía. Chelo se puso delante de mí y me empezó a pajear lentamente, y yo estaba en el limbo. No ansiaba otra cosa que su boca rodeando y cubriéndome la pija otra vez, como antes. La sensación de esa lengua me hacía aflojar las piernas. En eso el negro me metió un dedo y dí un salto. Él se rió, como siempre.
-Tranquilo, nene. Relajate todo lo que puedas... – Yo lo intentaba, en serio.
Luego de estar así un ratito, con Chelo acariciándome y mirándome y la lengua y el dedo del morochón, ya estaba en condiciones de aguantar hasta dos dedos metidos. Pero así y todo no me iban a preparar para lo que vendría después. El morocho dejó mi cola y sacó un pomo de crema de debajo de la tarima (se ve que ellos la usaban seguido...), y me lo empezó a pasar por dentro de mi culito, todo lo que podía con dos dedos fríos y recios.
Al mismo tiempo que él me hacía eso, Chelo se desprendió de mi pija y fue a darle unas chupadas a modo de lubricación a la del morocho. Luego, éste se puso crema en la punta de la verga y se la desparramó por todo lo largo hasta la base misma.
-Ahora quiero ver cómo un putito como vos, se entierra un pedazo como éste solito solito, ¿si?
Ahí fue donde empecé a temblar. Me recorrió otro escalofrío. Ambos me miraban expectantes, Chelo con la verga del morocho en las manos. Entonces dije: “ahora o nunca” y me acerqué. Chelo me agarró de una mano y el morocho, de otra, como invitándome a compartir algo prohibido y a la vez placentero. Me paré sobre el morocho, que tenía su verga apuntando hacia mi entrepierna, sostenida por Chelo. Comencé a bajar hasta quedar sentado literalmente sobre una estaca de carne, casi en cuclillas, para sostenerme. Y comencé a bajar y presionar para que entrara, mientras era sostenido por Chelo y el morocho por las manos. Mi culo era una jabonera, mezcla de la saliva y la crema que tenía el morocho en la pija. Pero de pronto, pareció que todo encuadró; sentí que de golpe me abría y dí un gemido agudo.
-¡Gemís como una nena, pendejo! ¡Me encanta! Seguí así...– me decía el morocho mientras disfrutaba, al parecer, de mis caras. Yo lo miraba a él y a Chelo, que me sonreía y me sostenía con cuidado. Fue una sensación como cuando iba de cuerpo pero constante y al revés... no sé. Me quedé quieto, sosteniéndome de ellos y de mis piernas para no caer de golpe y morir ensartado.
Volví a dejarme caer y entró otro poco y sentí que me partía en dos, muy ajustado, estirado. Sentí pasar como si fuera una arandela; me di cuenta de que recién había pasado la cabeza y empecé a gemir fuerte, respirando entrecortadamente. El morocho me decía que siguiera, que me la estaba aguantando bien como todo un putito profesional. Eso último me causó gracia y me reí entre gemidos; me dejé caer otro poco. No se si agarré una parte resbalosa o qué pero caí de golpe y ya estaba ensartado hasta la mitad. Grité de dolor y se me escaparon unas lágrimas, pero estaba colmado de verga de macho negro fuerte, que era lo que me había estado imaginando todo este tiempo. Me quedé quieto y Chelo se acercó y me besó por toda la cara, bebiéndose mis lágrimas y metiéndome la lengua en un beso profundo que me encantó, mientras el negro decía cosas como “¡Qué lindo y apretadito que tenés el culito, nene! ¡Qué linda colita! ¡Mirá como te la hago!” y boludeces así. Hasta que me dejé caer del todo poco a poco y ahí sí sentí que me llegaba hasta la garganta. Otra vez grité y lo único que quería era salirme pero Chelo me sostuvo clavado y me besaba las tetillas y la cara. Realmente me dolía ni que fuera un parto. Me quedé ahí sentado, con los huevotes del morocho rozándome los cachetes. Lloraba y gemía con 2 kilos de verga palpitante en la cola. Porque palpitaba y yo lo sentía, porque estaba muy sensibilizado. Así me quedé un rato, acostumbrándome, sintiéndome repleto. Luego el morocho me agarró de arriba de las caderas y me alzó, haciendo deslizar su pija fuera de mí. Ya no me dolía tanto, aunque gemí igual y me deslicé subiendo por esa torre de carne hasta casi la punta de su cabeza, me detuve ahí un momento para otra vez metérmela, yendo hacia abajo. Es más, comencé a sentir aparte de la sensación de plenitud, una sensación completamente ajena al dolor. Era de relajamiento interno, como si mi culito dejara paso a esa verga gigante y se relajara por completo a gozar. Con una mano me sostenía del morocho y con la otra me tocaba el agujero del culo para sentir como me entraba, abriéndome los cachetes y gimiendo. Nuevamente sentí sus testículos chocar contra mis nalgas y la punta de su verga llegar hasta el tope de mi recto estirado. Yo tenía una sensación constante de ganas de hacer caca y al mismo tiempo esa vergota tocaba algo dentro mío que mezclaba todo eso en algo increíblemente placentero. Jamás me voy a olvidar la sensación que tuve. Mi verga latía notablemente. Me solté de la mano del morocho y me apoyé en su pecho musculoso y velludo. Lo miré a los ojos y le dirigí una sonrisa del tipo “¿Viste que pude?”. Él también miraba como gozaba yo y me decía cosas. Subiendo y bajando por esa verga lubricada me puse en cuclillas para poder ver ese taladro. Y lo vi: era como ver un tubo de carne negra, lleno de venas gruesas y resbaloso entrar y salir de adentro mío. No lo sé muy bien, pero calculé que eran 24 o 25 de largo, más o menos. Era perturbador y a la vez increíble ver ese espectáculo en primer plano. La veía aparecer hasta casi la cabeza y desaparecer íntegra. La verdad es que me sorprendía de mí mismo.
Cuando me cansé de estar acuclillado, me senté con cuidado y lo disfruté lo más que pude. El morocho me agarraba de las nalgas y me ayudaba a subir y bajar mientras Chelo me besaba y me acariciaba por todo el cuerpo. Yo seguía en el Olimpo: gemía y suspiraba, finito como a mi macho le gustaba. Y me decía que siguiera así, que le encantaba gozarme el culito, que era su putito, etc. ¡Qué aguante que tenía ese tipo! De pronto me agarró de la parte de atrás de las rodillas y me giró sobre su verga sin sacármela; eso me hizo gritar de dolor pero a la vez disfrutar de esa sensación de ajustado en mi esfínter, al girar como un trompo. Entonces quedé sentado al revés, y mi verga expuesta. Me apoyé con los brazos en el colchón y así quedé hasta que Chelo se acercó y me la empezó a chupar, mientras me cogía el morocho. Cuando me la enterraba hasta los huevos, yo se la daba hasta la garganta a Chelo, que tragaba haciendo ruiditos de chupada.
Pero parece que esa posición no le gustó mucho al morocho porque ahí no más me agarró de la cintura con las dos manos y aún sin sacármela, me puso arrodillado con el pecho apoyado en el colchón, bien con la cola levantadita y expuesta. Ahí sí que parecía una perrita caniche toy cogida por un gran danés y me calenté más. Él se puso con una pierna arrodillada y la otra en ángulo y me empezó a serruchar como Dios manda: fuerte, profundo y contínuo.
-Dale, Chelo, que el pibe también tiene derecho, ¿no?– y se reía. Entonces muy obedientemente, Chelo se deslizó colocándose por debajo de mí, cosa de poner su cola bien cerca de mi cara. Entendí enseguida y me dediqué por completo a llenarle la cola de besos, mordiscos y lamidas. Le pasaba la lengua por la raya hasta los huevos y él la levantaba cada vez más y la abría con las dos manos, dejándome al descubierto ese agujerito rosado y sin vello que lamí, hurgué, chupé y mordí como si fuera el último de la Tierra.
El morocho paraba un poquito, a veces, para arremeter luego con firmeza y profundamente; parecía no cansarse nunca. Cuando me encontraba en lo mejor de mi labor, Chelo se escurre aún debajo de mí y manoteándome la verga se la colocó él mismo en la puerta del culito y solo lo fue subiendo hasta quedar ensartado por mi pija hasta los huevos sin mucho esfuerzo. No puedo explicar lo que sentí con suficientes palabras. La sensación de estar completamente lleno por atrás y la de penetrar otra cola, calentita, no apretada pero sí suavecita, fue demasiado para mí. No sé cuánto duré pero no fue mucho. Chelo que se ensartaba solito, el morocho que no me daba tregua y me agarraba de las caderas como si me fuera a escapar. Duré lo que duré. Pero en eso siento que el morocho me dice:
-Preparate, nene, que te voy a llenar de lechita...
Si antes pensé que me estaba penetrando con fuerza, solamente era una idea vaga de lo que me empezó a hacer. Se desbocó. Me la daba con furia. Yo comencé a llorar y a gemir, me dolía terriblemente al mismo tiempo que me gustaba. Hasta que empezó a latir y a tensarse, y con un rugido ahogado, y aferrándose a mí de una manera que me dejó marcas en las caderas, acabó como el toro que era, entre bufidos y gruñidos; sentí que me inyectaba una enema de leche que hervía dentro mio. La podía sentir quemándome dentro del recto. Obviamente que yo no necesitaba una orden para acabar de una vez por todas y liberarme de esa tortura a la que estuve sometido. Acabé fuerte y mucho, como mi macho atrás mío. Chelo se movía y yo lo llenaba y sentía que me desmayaba de dolor y placer. Chelo se quedó quietito y hasta que mi verga no se puso fláccida, no se salió de abajo mío.
El morocho se retiró de mi interior que ya era un desastre, chorreando semen por la cola y las piernas. Extrañamente el morocho no me dijo nada, sólo me miró raro, se vistió y se fue, dejándonos a Chelo y a mí tirados en la tarima.
Cuando quise acordarme de la hora, hacía más de dos horas que tendría que haber llegado a mi casa, pero valió la pena la cagada a pedos. Al morocho no lo crucé más. Es más, creo que de a poco evitaba pasar por la obra en construcción, pero hay algo que no dejé de hacer: ver y estar con Chelo. Aún hoy, con él somos pareja y somos felices, complementándonos día a día. Yo aprendí un nuevo idioma (el de señas) y Chelo aprendió a hablar el mío: el de gozar a full.
-Llevate las que quieras- me dijo el morocho pelado-. Acá las van a tirar.
Con algo de vergüenza, las agarré y me las llevé, escondiéndolas debajo de mi colchón. Al hojearlas, cuál no fue mi sorpresa al descubrir que la mayoría eran de temática gay. Había fotos de una crudeza que yo jamás hubiera imaginado que pudiera haber. En una de ellas aparecía un rubiecito que supongo sería europeo, entre tres negros de vergas descomunales, por lo que él quedaba muy reducido en tamaño y número. Se veía cómo el rubiecito se las mamaba como podía a uno de los negros, mientras otro le metía dos dedos en la cola. Luego se iba turnando con los otros dos para chupárselas a todos hasta que uno de ellos se la metía hasta que le llegaba a los huevos, grandes y negrísimos. Era una verga extremadamente gruesa pero el rubiecito se la comía por atrás como un rey, mientras chupaba la verga a uno de los otros, y tomaba la pija del restante. En el final de la secuencia, terminaba cubierto de semen de esas tres mangueras negras, mientras se relamía con la boca llena. No puedo mencionar la cantidad de pajas que me hice de ahí en adelante, imaginándome como el rubiecito, mientras me gozaban el rubión y el morocho pelado. Imaginaba todas y cada una de las fotos conmigo como protagonista y ellos dos cogiéndome como los caballos que eran, para terminar cubierto de leche de macho fuerte. Así, exhausto después de hacerme dos o tres pajas, me dormía. Esto se repitió durante un mes, más o menos, hasta que una tarde que pasaba por la obra, ellos salían de trabajar y los seguí como quién no quiere la cosa, como se dieron cuenta que los seguía, apresuré el paso para que pareciera que caminaba normalmente. Cuando los estoy rebasando, oigo que uno de ellos me dice:
-¿Y? ¿Te gustaron las revistas?
Cuando me doy vuelta, era el morocho que me miraba y se sonreía, como con sorna. Fingí no oírlo.
-¿Qué cosa?- le pregunté.
-Que si te gustaron las revistas. Estaban buenas, ¿no?
-Mmsé, copadas- articulé, con algo de vergüenza.
-¡No te pongas así! A mí también me gustaban algunas- respondió él dándose cuenta-, pero si llegaba a llevar una de esas a casa, la bruja me corta los víveres ¿no, Chelo?- El Chelo no decía nada.- Es mudo, el Chelo, pero es un tipo de ley.- Y le pegó una palmada en el brazo.
A todo esto íbamos caminando los tres juntos despacito. Yo temblaba de los nervios al tener a los dos protagonistas de mis pajas nocturnas tan cerca. Por suerte llegamos al punto del camino en que nos separábamos. Los saludé tímidamente y me fui a casa. A encerrarme con mis revistas y mis pajas.
Una de esas tardes, cuando la obra ya estaba casi terminada y no había obreros, me sorprendió escuchar voces dentro de la obra cerrada. Como la madera que tapiaba la entrada estaba apoyada, la corrí y me mandé a espiar quién era el que hablaba, con tanta mala leche que pisé un tablón y lo levanté, haciéndolo sonar al caer. Me quedé petrificado sin saber si huir, cavar un pozo y meter la cabeza, o qué. Tarde era ya cuando siento que desde adentro gritan.
-¿Quién anda ahí?- y se asoma el morocho pelado- ¿Vos qué hacés acá? El boliche cerró.
Y se reía, mirando a alguien que no aparecía en plano, pero deduje que era el “Chelo”. Y sí, efectivamente.
-¡Chelo, mirá quién nos visita! ¡El flaquito de las revistas!- seguía gritando-. Vení, acercate que no mordemos. Acercate a tomar unos verdes con nosotros que ya nos vamos.
Y fui, sabiendo que ellos podían ser cualquier loco de mierda, fui igual. Cuando entré vi al Chelo sentado en una banqueta baja, en calzoncillos recién salido de la ducha. Su cuerpo era tal como me lo imaginaba en las noches: grueso, marcado, viril y suave a la vez. En cuanto me senté en unas bolsas apiladas ahí, el morocho se paró al lado mío para cebar un mate, pero yo tenía su bulto junto a mi cabeza (estaba en shorts). Me pasó un mate que tomé en silencio.
-¡Qué calladito que sos, che!- Yo lo miré y le dije que no tenía nada que decir, salvo una cosa.
- La bombilla está tapada.
- Ahora la vamos a destapar... –dijo, mandándole tal mirada al Chelo que éste no tuvo más que sonreír.
Yo me sentía súper nervioso pero a la vez muy excitado, y se me empezaba a notar un bulto en el short de gimnasia.
-¡Bueno, bueno!, ¿Qué pasó? ¡Te inflamaste!- decía el morocho, medio riéndose.- Vos sabes que yo conozco un buen masaje para ese tipo de inflamación...
Todo pasó muy rápido, cuando me quise dar cuenta ya lo tenía arrodillado entre mis piernas acariciándome el bulto creciente. No atiné a moverme, solo a disfrutar de ese contacto de la mano del morochón, firme y a la vez suave en mi entrepierna. Ahí fue donde se me terminó de parar como un rayo.
-Parece que le gusta, Chelo, mirá..., se queda calladito.
Me hizo parar y me bajó los shorts con el slip y ahí me quedé, con la chota a pocos centímetros de su cara, palpitando.
-¡Está bien fuerte, el pendejo!- decía el morocho- Viste que yo te dije, Chelito. Vení, acercate acá- El Chelo se acercó.
Yo suspiraba y jadeaba de nerviosismo, excitación y pánico, con los ojos entrecerrados. Me sentía como en una nube.
-¿Qué edad tenés, nene?
-19 -balbuceé.
-¡Andá! ¿En serio? ¡El Chelo tiene uno menos que vos! –Yo no podía creerlo. Ese tipo que yo había observado y que me parecía fuerte y grandote tenía 18 años. Muy bien desarrollados, por cierto.
-Al Chelo le gustaste -dijo el morocho-. Y a mí también, ¿sabés? Tenés un cuerpito precioso, y una colita para comérsela.-me decía mientras me acariciaba las nalgas y con su dedo mayor me hurgaba la raya, buscando mi agujerito. Yo me apoyaba en su hombro, mientras lo miraba al Chelo y no lo podía creer.
-Todo tuyo, Chelo. Yo me voy a bañar- y se iba riendo.
Chelo y yo quedamos solos; él me miraba y me sonreía a medias, como dándome a entender que yo le gustaba. Si él hubiera sabido de las pajas que yo me había hecho en su honor. Se arrodilló frente a mí y me miró a los ojos. Luego me agarró la verga y la empezó a sobar, como sintiéndola; sopesándola. Después de eso me besó la punta de la cabeza y yo pegué un respingo. Acto seguido se la fue metiendo muy lentamente en la boca, saboreando cada centímetro que entraba. Así fue ejerciendo un ritmo lento y pausado, en el cual yo me sentía que me venía en cada chupada. A mí ya me la había chupado una piba con la que salía cuando era más pendejo, aunque no me gustó la sensación de los dientes. Pero Chelo lo hacía de una manera perfecta, sacándola toda, dándole un par de enrolladas con la lengua, la boca bien abierta, y luego se la volvía a meter casi hasta que los pendejos le tocaban la nariz; se notaba que ya tenía práctica haciéndolo. Cuando sentí que se me aflojaban las piernas y tuve un leve temblor, en el cual me agarré de sus hombros anchos, él se separó de mí y me miró. Yo quedé ahí, a punto de acabar y de desmayarme, jadeando y gimiendo como una nena. Me hizo un gesto enarcando las cejas como diciendo “¿Te gustó?”, a lo que yo respondí con un leve movimiento de cabeza y acariciándole los cabellos aún mojados del baño. Entonces se incorporó, me rodeó con un brazo y me llevó a una piecita atrás de la obra. En la pieza había una zona donde acumulaban las herramientas que usaban, bolsas de arena, de cemento, etc.; en el centro había una tarima con un colchón grande y una luz amarilla en el techo. Cuando llegamos él me hizo arrodillar en el colchón y quedé a la altura justa. Entonces se acercó a mí y, acariciándome la cabeza, me invitó a que le bajara el calzoncillo, que escondía un bulto prometedor. Al poner las manos en sus caderas y meter los dedos entre su piel y la prenda, me corrió un escalofría por todo el cuerpo, de esos que te sacuden desde más arriba de la nuca hasta bajar a los huevos. De a poco, muy de a poquito, se lo fui bajando. Descubrí sus pelos claritos y al llegar a su bulto, cada vez más grande. Al pasarle el slip por ahí, no tan grande como yo esperaba, sino casi como la mía, solo que muy lisa y recta, como tallada a mano. Lo miré y me agarró de la nuca, atrayéndome hacia su verga y su pelambre, donde hundí mi nariz para sentir ese olorcito a macho limpito, con mi boca a la altura del nacimiento de su pija. Ésta no estaba totalmente parada, así que la agarré como él lo había hecho conmigo y lo pajeé, sintiendo lo lisa que era. Chelo me acariciaba la cabeza y yo deliraba de ansias. Lamí la cabeza y la parte de arriba, con lo que él dejó escapar un suspiro hondo y corto. Ahí se le terminó de parar y la pude ver bien, erguida y lisa como un mástil, coronada con una cabeza del mismo grosor bien roja y palpitante. Me acercó más y yo me la metí a la boca como pude, tragándolo todo lo que podía y tratando de hacer todo lo que él me había hecho a mí. Me la sacaba de la boca, la pajeaba un rato y me la volvía a comer. Yo lo miraba y suspiraba; él hacía lo mismo y me agarraba de la nuca, como con miedo de que se me escapara de la boca. Me ahogué un par de veces pero me la metía otra vez enseguida. De pronto cae el morochón, que cuando me ve así, dejó escapar una risita y se colocó al lado de nosotros, sin sentarse.
-Veo que lo entrenaste bien al pendejo-. El morocho agarró un banquito y se sentó a ver cómo yo chupaba, bien de cerca.
-Gemime un poquito- me dijo, cosa que hice sin mucho esfuerzo pero sí con vergüenza, aunque debo reconocer que me gustaba y me calentaba cómo me trataba el morocho. Yo gemía y me tragaba la verga de Chelo que comenzaba a palpitar; podía sentirla. En eso me agarró de la cabeza y me entró muy a fondo; tuve que hacer un esfuerzo para no atragantarme cuando se descargó con todo. Fuertes chorros fueron a parar a mi garganta que tragué como pude. Estaban muy calientes y tenían un gusto raro aunque no desagradable, como salado. Algo se me escapó, pero ahí estaba el morocho para juntarlo todo con uno de sus dedos y hacérmelo comer al mismo tiempo que me hacía limpiarle bien la pija a su amigo Chelo.
-Muy bien... así- me decía al oído. Y yo gemía y mi verga latía. El morocho tenía una toalla envuelta en la cintura, nada más y unas ojotas-. Sentate, Chelito. Descansá y disfrutá del espectáculo, ahora.
Chelo se sentó a mi lado y yo los miraba, primero a uno y luego al otro, intuyendo lo que se avecinaba. Estaba así, con la verga a punto de estallar, con los dos machos que tanto añoraba tener, ahí mismo. Me temblaba el cuerpo pero no precisamente de frío.
-Yo te voy a hacer entrar en calor, nene- me dijo el morocho pensando que temblaba por eso y se empezó a sacar la toalla, quedando totalmente desnudo. Entonces fue cuando vi al monstruo más descomunal que mi memoria tenga recuerdo: era un manguerón totalmente negro, estaba lánguido, caída entre sus muslos, medía como mi antebrazo y era grueso como tal, su cabezota asomaba apenas de la polerita de piel de un color rojo morado oscuro y tenía unos huevos gigantes. Me asusté al verla y dije:
-¡Qué enorme! ¡Es un monstruo!
-No te asustes que cuando muerde, duele al principio, después te empieza a gustar y ya no vas a querer parar más.
Obviamente que yo no le creía una sola palabra de lo que había dicho y por sus palabras, deduje al toque lo que quería hacerme. Yo miré a Chelo y a “eso”, a “eso” y a Chelo; éste me sonreía y me miraba tranquilo, acariciándome el rostro y diciéndome con la mirada que estaba todo bien. Entonces me animé y acaricié esa cosota con la palma de la mano como si fuera un animal salvaje; luego la agarré. ¡Mis manos apenas lo alcanzaban a rodear en poco más de la mitad de su circunferencia! Lo sopesé y lo levanté, observando las gruesas venas que tenía. Y el animal comenzó a despertarse. Latía y se erguía, desafiante, y yo miraba con terror cómo se paraba. Entonces lo agarré con las dos manos y comencé a pajearla con suavidad y disfrutando todo el trayecto de mis manos desde arriba hasta que descubrí su cabezota con forma de gorrito. Me apuntaba porque estaba a medio parar, entonces la levanté y me metí uno de esos tremendos huevos en la boca, chupeteándolo fuerte y despacio, después el otro y así. Luego pasé mi mano para atrás de su cola y la sostuve mientras me decía cosas que ya ni me acuerdo.
En eso, mientras estaba sumergido entre sus huevos y sus piernas, siento que me lamen la mano que sostenía la verga del morocho y al mirar (aunque no necesitaba hacerlo) vi a Chelo, que se sumaba a mi para darle placer a ese semental. A duras penas le entraba en la boca, pero se las arreglaba bien mientras agarraba sus dos huevos, se los masajeaba y me los daba a mi.
-Paren, paren que me van a matar, ustedes dos- decía el morocho y deliraba. Entonces se me ocurrió decirle que se acostara. Nos miramos con Chelo como diciendo “¡ahora sí!” y nos abalanzamos sobre ese tremendo pedazo de carne. Se había colocado al borde de la tarima lo que nos daba la posibilidad a nosotros de arrodillarnos sobre unas mantas y seguir. Cuando Chelo no se ocupaba de la punta, lo hacía yo, y así nos turnábamos. Chelo le hizo levantar las piernas mientras yo me ocupaba de comerle el tronco y la cabezota; él le devoraba los testículos y se los levantaba para lamerle ese lugarcito entre los huevos y el ano para después hundir su lengua en el culito del morocho pelado que jadeaba y decía cosas.
-¡Qué bien que lo hacen! ¡Me matan! ¡Lo hacen muy bien, mis putitos!- etc., etc. Luego Chelo abandonó su labor para volver conmigo y poner todo su empeño. Jugaba con su lengua y de vez en cuando se encontraba con la mía. Entonces nos trenzábamos en un breve lengüeteo pero luego cada cual seguía con su parte, ya que había para que nos empacháramos los dos. Nos sonreíamos y seguíamos, demostrándonos lo mucho que nos gustaba hacer lo que hacíamos. Lo raro era que parecíamos compañeros de toda la vida, como si nos conociéramos desde siempre.
El morocho tenía aguante y lo demostraba bien, como macho que era. Luego de un rato así comenzó a respirar cada vez más fuerte, gimiendo boludeces que no se le entendían. Entonces Chelo le agarró la verga con esa manaza que tiene y lo empezó a pajear rápido y a poner su boca cubriendo su cabezota, mientras con la lengua le hacía jueguitos en la punta; el morocho deliraba. Chelo me miró y sin soltarle la verga, me la pasa a mí, y comencé a imitarlo en lo que hacía, aunque a duras penas pude rodear con mi boquita esa bruta cabeza. Fue cuando lo sentí, su verga tembló en mi mano y boca, como si fuera un géiser, y acabó como un caballo. El primer chorro me quemó el paladar, y los restantes a mis labios y nuestras caras, bañándonos a los dos. Salía y parecía que no pararía nunca. Se escurría por nuestras manos y le caía en sus pendejos y en los huevos. Había acabado con un gemido ronco, como un gruñido, pero nosotros lejos de querer parar le seguimos dando hasta dejarlo completamente limpio. Yo me retiré para atrás y pude ver cómo Chelo terminaba la labor muy delicadamente, como la más dedicada de las hembras. Entonces pude apreciarla en todo su esplendor: gruesa, negra, gigante, y me parecía mentira que en mi mismísimo debut, me hubiera comido algo así.
Mis emociones eran un quilombo, mezcla de euforia por lo que estaba haciendo, temor, placer, nerviosismo, todo lo que significaba para mí de ahí en adelante, no sé. Todo junto.
Me limpié y me paré para ver la escena desde arriba; yo aún tenía la verga parada pero la verdad es que no me importaba mucho ya. El morocho se incorporó y me dijo:
-Acercate, pendejo. No pensé que ibas a salir tan bueno y tan puto.- Cumplidos para mis oídos. Ya no tenía vergüenza pero sí mucha ansiedad y nervios. Me acerqué y el negro me dio vuelta, poniendo mi cola enfrente de su cara, la comenzó a morder despacito y a lamer tratando de hurgar en mi agujerito con los dedos y la lengua. Me abría los cachetes con sus manotas tanto que me dolían, pero no dije nada, solo quería disfrutar de esa brutalidad cariñosa que me brindaba ese macho que tanto me había calentado en sueños. Me lamía desde el nacimiento de los huevos hasta el final de la raya, al principio de la cola. Lo hacía con fuerza, como con desesperación y a la vez firme y suave. Yo trataba de relajarme todo lo que podía. Chelo se puso delante de mí y me empezó a pajear lentamente, y yo estaba en el limbo. No ansiaba otra cosa que su boca rodeando y cubriéndome la pija otra vez, como antes. La sensación de esa lengua me hacía aflojar las piernas. En eso el negro me metió un dedo y dí un salto. Él se rió, como siempre.
-Tranquilo, nene. Relajate todo lo que puedas... – Yo lo intentaba, en serio.
Luego de estar así un ratito, con Chelo acariciándome y mirándome y la lengua y el dedo del morochón, ya estaba en condiciones de aguantar hasta dos dedos metidos. Pero así y todo no me iban a preparar para lo que vendría después. El morocho dejó mi cola y sacó un pomo de crema de debajo de la tarima (se ve que ellos la usaban seguido...), y me lo empezó a pasar por dentro de mi culito, todo lo que podía con dos dedos fríos y recios.
Al mismo tiempo que él me hacía eso, Chelo se desprendió de mi pija y fue a darle unas chupadas a modo de lubricación a la del morocho. Luego, éste se puso crema en la punta de la verga y se la desparramó por todo lo largo hasta la base misma.
-Ahora quiero ver cómo un putito como vos, se entierra un pedazo como éste solito solito, ¿si?
Ahí fue donde empecé a temblar. Me recorrió otro escalofrío. Ambos me miraban expectantes, Chelo con la verga del morocho en las manos. Entonces dije: “ahora o nunca” y me acerqué. Chelo me agarró de una mano y el morocho, de otra, como invitándome a compartir algo prohibido y a la vez placentero. Me paré sobre el morocho, que tenía su verga apuntando hacia mi entrepierna, sostenida por Chelo. Comencé a bajar hasta quedar sentado literalmente sobre una estaca de carne, casi en cuclillas, para sostenerme. Y comencé a bajar y presionar para que entrara, mientras era sostenido por Chelo y el morocho por las manos. Mi culo era una jabonera, mezcla de la saliva y la crema que tenía el morocho en la pija. Pero de pronto, pareció que todo encuadró; sentí que de golpe me abría y dí un gemido agudo.
-¡Gemís como una nena, pendejo! ¡Me encanta! Seguí así...– me decía el morocho mientras disfrutaba, al parecer, de mis caras. Yo lo miraba a él y a Chelo, que me sonreía y me sostenía con cuidado. Fue una sensación como cuando iba de cuerpo pero constante y al revés... no sé. Me quedé quieto, sosteniéndome de ellos y de mis piernas para no caer de golpe y morir ensartado.
Volví a dejarme caer y entró otro poco y sentí que me partía en dos, muy ajustado, estirado. Sentí pasar como si fuera una arandela; me di cuenta de que recién había pasado la cabeza y empecé a gemir fuerte, respirando entrecortadamente. El morocho me decía que siguiera, que me la estaba aguantando bien como todo un putito profesional. Eso último me causó gracia y me reí entre gemidos; me dejé caer otro poco. No se si agarré una parte resbalosa o qué pero caí de golpe y ya estaba ensartado hasta la mitad. Grité de dolor y se me escaparon unas lágrimas, pero estaba colmado de verga de macho negro fuerte, que era lo que me había estado imaginando todo este tiempo. Me quedé quieto y Chelo se acercó y me besó por toda la cara, bebiéndose mis lágrimas y metiéndome la lengua en un beso profundo que me encantó, mientras el negro decía cosas como “¡Qué lindo y apretadito que tenés el culito, nene! ¡Qué linda colita! ¡Mirá como te la hago!” y boludeces así. Hasta que me dejé caer del todo poco a poco y ahí sí sentí que me llegaba hasta la garganta. Otra vez grité y lo único que quería era salirme pero Chelo me sostuvo clavado y me besaba las tetillas y la cara. Realmente me dolía ni que fuera un parto. Me quedé ahí sentado, con los huevotes del morocho rozándome los cachetes. Lloraba y gemía con 2 kilos de verga palpitante en la cola. Porque palpitaba y yo lo sentía, porque estaba muy sensibilizado. Así me quedé un rato, acostumbrándome, sintiéndome repleto. Luego el morocho me agarró de arriba de las caderas y me alzó, haciendo deslizar su pija fuera de mí. Ya no me dolía tanto, aunque gemí igual y me deslicé subiendo por esa torre de carne hasta casi la punta de su cabeza, me detuve ahí un momento para otra vez metérmela, yendo hacia abajo. Es más, comencé a sentir aparte de la sensación de plenitud, una sensación completamente ajena al dolor. Era de relajamiento interno, como si mi culito dejara paso a esa verga gigante y se relajara por completo a gozar. Con una mano me sostenía del morocho y con la otra me tocaba el agujero del culo para sentir como me entraba, abriéndome los cachetes y gimiendo. Nuevamente sentí sus testículos chocar contra mis nalgas y la punta de su verga llegar hasta el tope de mi recto estirado. Yo tenía una sensación constante de ganas de hacer caca y al mismo tiempo esa vergota tocaba algo dentro mío que mezclaba todo eso en algo increíblemente placentero. Jamás me voy a olvidar la sensación que tuve. Mi verga latía notablemente. Me solté de la mano del morocho y me apoyé en su pecho musculoso y velludo. Lo miré a los ojos y le dirigí una sonrisa del tipo “¿Viste que pude?”. Él también miraba como gozaba yo y me decía cosas. Subiendo y bajando por esa verga lubricada me puse en cuclillas para poder ver ese taladro. Y lo vi: era como ver un tubo de carne negra, lleno de venas gruesas y resbaloso entrar y salir de adentro mío. No lo sé muy bien, pero calculé que eran 24 o 25 de largo, más o menos. Era perturbador y a la vez increíble ver ese espectáculo en primer plano. La veía aparecer hasta casi la cabeza y desaparecer íntegra. La verdad es que me sorprendía de mí mismo.
Cuando me cansé de estar acuclillado, me senté con cuidado y lo disfruté lo más que pude. El morocho me agarraba de las nalgas y me ayudaba a subir y bajar mientras Chelo me besaba y me acariciaba por todo el cuerpo. Yo seguía en el Olimpo: gemía y suspiraba, finito como a mi macho le gustaba. Y me decía que siguiera así, que le encantaba gozarme el culito, que era su putito, etc. ¡Qué aguante que tenía ese tipo! De pronto me agarró de la parte de atrás de las rodillas y me giró sobre su verga sin sacármela; eso me hizo gritar de dolor pero a la vez disfrutar de esa sensación de ajustado en mi esfínter, al girar como un trompo. Entonces quedé sentado al revés, y mi verga expuesta. Me apoyé con los brazos en el colchón y así quedé hasta que Chelo se acercó y me la empezó a chupar, mientras me cogía el morocho. Cuando me la enterraba hasta los huevos, yo se la daba hasta la garganta a Chelo, que tragaba haciendo ruiditos de chupada.
Pero parece que esa posición no le gustó mucho al morocho porque ahí no más me agarró de la cintura con las dos manos y aún sin sacármela, me puso arrodillado con el pecho apoyado en el colchón, bien con la cola levantadita y expuesta. Ahí sí que parecía una perrita caniche toy cogida por un gran danés y me calenté más. Él se puso con una pierna arrodillada y la otra en ángulo y me empezó a serruchar como Dios manda: fuerte, profundo y contínuo.
-Dale, Chelo, que el pibe también tiene derecho, ¿no?– y se reía. Entonces muy obedientemente, Chelo se deslizó colocándose por debajo de mí, cosa de poner su cola bien cerca de mi cara. Entendí enseguida y me dediqué por completo a llenarle la cola de besos, mordiscos y lamidas. Le pasaba la lengua por la raya hasta los huevos y él la levantaba cada vez más y la abría con las dos manos, dejándome al descubierto ese agujerito rosado y sin vello que lamí, hurgué, chupé y mordí como si fuera el último de la Tierra.
El morocho paraba un poquito, a veces, para arremeter luego con firmeza y profundamente; parecía no cansarse nunca. Cuando me encontraba en lo mejor de mi labor, Chelo se escurre aún debajo de mí y manoteándome la verga se la colocó él mismo en la puerta del culito y solo lo fue subiendo hasta quedar ensartado por mi pija hasta los huevos sin mucho esfuerzo. No puedo explicar lo que sentí con suficientes palabras. La sensación de estar completamente lleno por atrás y la de penetrar otra cola, calentita, no apretada pero sí suavecita, fue demasiado para mí. No sé cuánto duré pero no fue mucho. Chelo que se ensartaba solito, el morocho que no me daba tregua y me agarraba de las caderas como si me fuera a escapar. Duré lo que duré. Pero en eso siento que el morocho me dice:
-Preparate, nene, que te voy a llenar de lechita...
Si antes pensé que me estaba penetrando con fuerza, solamente era una idea vaga de lo que me empezó a hacer. Se desbocó. Me la daba con furia. Yo comencé a llorar y a gemir, me dolía terriblemente al mismo tiempo que me gustaba. Hasta que empezó a latir y a tensarse, y con un rugido ahogado, y aferrándose a mí de una manera que me dejó marcas en las caderas, acabó como el toro que era, entre bufidos y gruñidos; sentí que me inyectaba una enema de leche que hervía dentro mio. La podía sentir quemándome dentro del recto. Obviamente que yo no necesitaba una orden para acabar de una vez por todas y liberarme de esa tortura a la que estuve sometido. Acabé fuerte y mucho, como mi macho atrás mío. Chelo se movía y yo lo llenaba y sentía que me desmayaba de dolor y placer. Chelo se quedó quietito y hasta que mi verga no se puso fláccida, no se salió de abajo mío.
El morocho se retiró de mi interior que ya era un desastre, chorreando semen por la cola y las piernas. Extrañamente el morocho no me dijo nada, sólo me miró raro, se vistió y se fue, dejándonos a Chelo y a mí tirados en la tarima.
Cuando quise acordarme de la hora, hacía más de dos horas que tendría que haber llegado a mi casa, pero valió la pena la cagada a pedos. Al morocho no lo crucé más. Es más, creo que de a poco evitaba pasar por la obra en construcción, pero hay algo que no dejé de hacer: ver y estar con Chelo. Aún hoy, con él somos pareja y somos felices, complementándonos día a día. Yo aprendí un nuevo idioma (el de señas) y Chelo aprendió a hablar el mío: el de gozar a full.
Comenten qué les pareció, y si les gustó, lean y recomienden mis otros relatos. Saludos y pajas para todos. ^^
http://www.poringa.net/posts/gay/2032333/Relato-Gay_-Tuercas-y-Tornillos.html
http://www.poringa.net/posts/gay/1785246/Relato-Gay_-Fabian-y-yo.html
http://www.poringa.net/posts/gay/1785242/Relato-Gay_-Diego-y-Gaston_-los-primeros_.html
http://www.poringa.net/posts/relatos/2034079/Relato-Gay_-Profundo-Azabache-1_-Parte.html
http://www.poringa.net/posts/gay/1785246/Relato-Gay_-Fabian-y-yo.html
http://www.poringa.net/posts/gay/1785242/Relato-Gay_-Diego-y-Gaston_-los-primeros_.html
http://www.poringa.net/posts/relatos/2034079/Relato-Gay_-Profundo-Azabache-1_-Parte.html
15 comentarios - Relato Gay: Chelo
genio! es de lo mejor que lei en toda mi vida, casi pude sentir esa vergota tan bien descripta, toda la escena, tan bien narrado, me mató.
🤤 🤤 🤤
Abrazo, che. 😃
Gracias, loco. 🙂
Gracias por pasar y comentar, loco.
Gracias por comentar.