- Continuación de este post -
Su lengua era suave como mil rosas, y se notaba que era todavía un poco inexperta; eso me volvía loco. No había lujuria en nuestras intenciones, no había deseos escondidos ni mensajes ocultos. Solo eramos dos personas, necesitadas de otra para hacernos felices. Sonará como un cliché, pero sentí que la conocía de toda mi vida. Es como si mi lengua hubiera estado ahí en algún momento pasado, como si nuestras vidas se hubieran cruzado en otra oportunidad, pero ninguno de los dos reaccionó al ver al otro, era imposible. Mientras seguíamos, los dos con los ojos cerrados, sin siquiera darme cuenta, empecé a sacarle su vestidito; tampoco se negó, pero no hizo lo mismo conmigo, lo cual me hizo dudar. Ante este hecho, decidí sacarme yo mi remera. Me sorprendió mucho que llevara un corpiño puesto, ¿quién duerme con corpiño? En realidad me sorprende ahora que lo pienso, en ese momento mi mente estaba solo en ella. Acostada, con su cabeza apoyada en su almohada, mi mano agarrando el lado izquierdo de su cara, sus manos sin saber bien adonde ir, y yo arriba, tratando de no hacerle daño, ya que parecía tan frágil, pero a la vez tan segura, tan dulce, pero tan malvada.
Finalmente sus manos reaccionaron, y fueron hacia mi pantalón, quien definitivamente estaba de más. Sentí que estaba todo hecho, a partir de ese momento era más de lo mismo. Nuestras manos se encontraron y se entralazaron de la forma más romántica, y ella las guió hacia mi cara, para acariciar el lugar donde horas atrás había puesto su mano abierta. Nos reímos al recordarlo, y nuestros ojos se encontraron abiertos. Me había olvidado totalmente de esos ojos verdes, ¿cómo pude haberme olvidado? Nuestras miradas, nuevamente, lo dijeron todo.
De repente, escucho que Tomás me llama. Ambos nos miramos y nos quedamos congelados. Yo me había olvidado totalmente de él. Estaba en el cuarto de al lado. No hicimos ruido, pero algo lo habrá despertado, y por alguna maldita razón decidió buscarme. Ella inmediatamente me tiró de la cama y se metió abajo de sus sábanas como ocultándose, tal vez por vergüenza, o por miedo. Yo caí sin hacer ruido y me puse la ropa de la forma más silenciosa posible. No podía salir del cuarto y pretender que no había estado en el cuarto de ella, así que tuve que hacerla cómplice de la mentira que mi cabeza estaba inventando; al fin y al cabo lo era.
- ¿Podés no esconderte abajo de las sábanas?, va a ser re obvio. - Le dije desesperado, pero en voz baja.
- Mi hermano te va a matar cuando se entere - No estaba ayudando a la causa.
- ¿Qué decís? Tu hermano no se va a enterar de nada - Fue más una súplica que otra cosa.
- A ver, ¿y qué le vas a decir?
- No sé, le digo que vos llegaste y yo estaba afuera, y me invitaste a tu cuarto.
- Ah, claro, ¿ahora decís que soy una puta, que invito a los amiguitos de mi hermano a mi cuarto?
- ¿Por qué siempre pensando lo peor, siempre tan negativa? - No se por qué pregunté eso
- Pero ni me conocés flaco. Ni siquiera sabés como me llamo. - Tenía toda la razón.
- Vos tampoco. - Dudo que lo recordara.
Mientras terminaba de decir eso, se abrió la puerta. Mi corazón estaba listo para salir corriendo; yo también. Los dos lo miramos a Tomás esperando que dijera algo. Si había dudas de qué estaba pasando, nuestras reacciones hicieron todo muy obvio.
- ¿Y? ¿Me vas a pasar el peine o no? - Me pareció escuchar una voz en el horizonte. Me di vuelta tratando de entender qué era, y qué me quería decir. Enseguida vi sus ojos guiándome hacia lo que parecía un peine lleno de pelos, y reconozco que tarde en reaccionar.
- Si, perdón, es que me asustó tu hermano. - Agarré el peine y se lo di. Noté que mi mano temblaba.
- ¿Qué están haciendo? - La pregunta del millón de mi amigo no tardó en llegar.
- Nada, el boludo este me estaba espiando mientras me cambiaba y le ofrecí entrar - Mientras decía esto lo miré a Tomás, y noté como me fusilaba con la mirada.
- ¿Qué? Está diciendo cualquiera tu hermana. Te juro que no hice eso. Pero te lo juro.
- Te voy a matar. Decí que estoy cansado, pero si no te rompo la cara.
- Tomás, escuchame, yo no la estaba espiando - vi como se sonreía pícaramente - solo vine al cuarto de ella porque me confundí, y como estaba la luz apagada... - me metí en una que no iba a poder salir
- Encima me mentís. Espiás a mi hermana menor, te metés en su cuarto, y me mentís. - Me di cuenta que tenía los ojos cerrados. Me parece que esperaba un golpe de algún lado. Al ver que no pasaba nada, los abrí y vi que se había ido. La miré a... ella, y no pude contener mi sonrisa. Apenas lo hice, ella se puso seria. Me fui a dormir.
Al día siguiente me desperté y vi que Tomás no estaba en su cama. Me quedé acostado, sin poder creer lo que había pasado. ¿Por qué le habría dicho eso? Hoy me iba a tener que ir de ahí. Seguro le contaría a sus padres la misma mentira, que obviamente era mejor que la verdad, pero no me cerraba. Me levanté y me puse el traje de baño y una remera, y como no había nadie adentro, salí. Estaban todos comiendo frutas, y café, y galletitas y demás. Me morí de vergüenza cien veces seguidas, pero nadie me dijo nada del tema.
- ¿Cómo dormiste? - me preguntó la madre de Tomás.
- Bien, gracias.
- ¿Querés comer algo? Agarrá nomás
- No, estoy bien. - Miré a la hermana de Tomás, y vi que me miraba pícaramente, mientras mordía un pedazo de melón. Al succionar un poco del líquido de la fruta, y hacer el ruido que se hace cuando se hace eso, al padre pareció molestarle.
- Ana, ¿podés no hacer ese ruido por favor? - Finalmente sabía su nombre.
- ¡Perdón papá! Fue sin querer. - Se enojó rápidamente y todos se quedaron callados.
Eran como las 12 del mediodía y el calor era insoportable. Pero la vista era maravillosa. El cuerpo de Ana, que el día anterior no había podido ver entero, estaba perfectamente formado, con una bikini que tapaba mis zonas de deseo, y el pelo tirado hacia atrás, que mostraba perfectamente el contorno de su cara. Evidentemente había estado ya en la pileta, lo cual había creado una especie de brillo en su cuerpo.
- ¿Querés ir a la pileta? - Me preguntó Tomás
- No, gracias Tom, por ahora no. - Tenía que recuperar la cercanía que habíamos perdido la noche anterior.
- Bue - Fue lo único que atinó a responder.
- Nosotros vamos a preparar el almuerzo - Se refería a ella y su marido.
- ¿Nos ayudás Ana? - Preguntó el padre.
- Si, si, ahora voy. - Respondió de mala gana.
Una vez que se fueron, nos quedamos mirando. No podíamos hacer mucho, la pileta estaba ahí nomás, Tomás podía ver todo. Pero no quería seguir su jueguito, así que me fui a la pileta. Mientras lo hacía vi como se levantaba enojada y se iba adentro de la casa. Me dolió un poco ver esa reacción. Algo le estaba pasando.
Pasó parte del día y no me dirigió la palabra. A la noche los padres de Tomás quisieron salir a comer todos juntos, pero yo tenía un gran dolor de panza, y dije que me iba a quedar durmiendo. Ante una ida y vuelta de sies y noes, decidieron aceptar, lo cual no es normal cuando uno es invitado, pero no quería arruinarles el plan. Al rato estaba en el baño, y escuché una puerta cerrarse muy fuerte. Me asusté bastante, porque acto seguido escuché pasos. Estaba en una casa ajena, totalmente indefenso, temblando de miedo, y lo único que se me ocurrió fue apagar la luz del baño. Escuché que los pasos iban y venían más o menos cerca mío.
Momentos después se empezó a abrir la puerta, ya que no le había puesto llave, grave error y puteé en todos los idiomas que sabía. Instantaneamente me decidí por cerrar la puerta con mi cuerpo mientras se abría, y trabarla empujándome contra una pared. Escuché un ruido del otro lado, como si quien había intentado abrirla se hubiera caído, seguido de una expresión de dolor, que provenía de una voz femenina. Me subí los pantalones tan rápido como pude y salí. Vi que no había ninguna luz prendida, así que prendí la del baño. Enseguida vi que el ladrón que yo suponía había entrado, no era más que Ana, quien ahora estaba herida. Me arrodillé al lado de ella, sin saber que hacer.
- ¿Que hacés acá Ana? Me asustaste.
- ¿¡Que hacés vos tarado!? Como vas a empujar así.
- ¿Que mierda sabía yo que eras vos. No tocás la puerta?
- Estaba la luz apagada, pensé que ibas a estar durmiendo.
- Si, la apagué, porque pensé que entraban a robar o algo... ¡no se! ¿Te lastimaste algo?
- No, boludo, caí en un jardín de flores. Obvio que me lastimé.
- Perdón. Vení, vamos a tu cuarto.
Una vez en su cuarto, los recuerdos no se hicieron esperar.
- Me podés decir qué te pasa.
- ¿De qué hablas? Me acabas de tirar al piso.
- No, no ahora. Todo el tiempo. Un momento estás enojada y otro feliz.
- Si, soy bipolar.
- Ah.
- No, mentira idiota, no me pasa nada. Soy así.
- ¿Cómo podés vivir así? Recién, por ejemplo, ¿por qué idiota?
- Te lo digo en forma cariñosa, tonto.
- Y ¿por qué tanta confianza?
- ¿Cómo por qué? Te me tiraste anoche.
- ¿Yo? Vos me provocaste toda la noche, algo tenía que hacer. Igual, no me cambies de tema, ayer, después de que me tiraste el agua, vine a tu cuarto y estabas llorando.
- No estaba llorando, es que me salpicó tu agua.
- ...
- ¿Por qué me mirás así? Yo no lloro nene.
- Dale Ana, no me mientas.
- No me digas Ana, odio ese nombre.
- De nuevo cambiando de tema. ¿Me podés contar?
- ¿Qué querés que te cuente? No me pasa nada. Si no me crees, andate de mi cuarto.
- Bueno, chau.
No estaba para sus juegos. De hecho, me estaba cansando un poco de todo. Me fui al cuarto de Tomás, y me acosté en la cama, con la luz apagada, mirando al cielo por la ventana. De pronto siento una mano en mi cara.
Tomás y sus padres se acababan de ir, y Ana estaba viniendo por elección propia a mi cuarto. Algo tenía que pasar esa noche.
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Su lengua era suave como mil rosas, y se notaba que era todavía un poco inexperta; eso me volvía loco. No había lujuria en nuestras intenciones, no había deseos escondidos ni mensajes ocultos. Solo eramos dos personas, necesitadas de otra para hacernos felices. Sonará como un cliché, pero sentí que la conocía de toda mi vida. Es como si mi lengua hubiera estado ahí en algún momento pasado, como si nuestras vidas se hubieran cruzado en otra oportunidad, pero ninguno de los dos reaccionó al ver al otro, era imposible. Mientras seguíamos, los dos con los ojos cerrados, sin siquiera darme cuenta, empecé a sacarle su vestidito; tampoco se negó, pero no hizo lo mismo conmigo, lo cual me hizo dudar. Ante este hecho, decidí sacarme yo mi remera. Me sorprendió mucho que llevara un corpiño puesto, ¿quién duerme con corpiño? En realidad me sorprende ahora que lo pienso, en ese momento mi mente estaba solo en ella. Acostada, con su cabeza apoyada en su almohada, mi mano agarrando el lado izquierdo de su cara, sus manos sin saber bien adonde ir, y yo arriba, tratando de no hacerle daño, ya que parecía tan frágil, pero a la vez tan segura, tan dulce, pero tan malvada.
Finalmente sus manos reaccionaron, y fueron hacia mi pantalón, quien definitivamente estaba de más. Sentí que estaba todo hecho, a partir de ese momento era más de lo mismo. Nuestras manos se encontraron y se entralazaron de la forma más romántica, y ella las guió hacia mi cara, para acariciar el lugar donde horas atrás había puesto su mano abierta. Nos reímos al recordarlo, y nuestros ojos se encontraron abiertos. Me había olvidado totalmente de esos ojos verdes, ¿cómo pude haberme olvidado? Nuestras miradas, nuevamente, lo dijeron todo.
De repente, escucho que Tomás me llama. Ambos nos miramos y nos quedamos congelados. Yo me había olvidado totalmente de él. Estaba en el cuarto de al lado. No hicimos ruido, pero algo lo habrá despertado, y por alguna maldita razón decidió buscarme. Ella inmediatamente me tiró de la cama y se metió abajo de sus sábanas como ocultándose, tal vez por vergüenza, o por miedo. Yo caí sin hacer ruido y me puse la ropa de la forma más silenciosa posible. No podía salir del cuarto y pretender que no había estado en el cuarto de ella, así que tuve que hacerla cómplice de la mentira que mi cabeza estaba inventando; al fin y al cabo lo era.
- ¿Podés no esconderte abajo de las sábanas?, va a ser re obvio. - Le dije desesperado, pero en voz baja.
- Mi hermano te va a matar cuando se entere - No estaba ayudando a la causa.
- ¿Qué decís? Tu hermano no se va a enterar de nada - Fue más una súplica que otra cosa.
- A ver, ¿y qué le vas a decir?
- No sé, le digo que vos llegaste y yo estaba afuera, y me invitaste a tu cuarto.
- Ah, claro, ¿ahora decís que soy una puta, que invito a los amiguitos de mi hermano a mi cuarto?
- ¿Por qué siempre pensando lo peor, siempre tan negativa? - No se por qué pregunté eso
- Pero ni me conocés flaco. Ni siquiera sabés como me llamo. - Tenía toda la razón.
- Vos tampoco. - Dudo que lo recordara.
Mientras terminaba de decir eso, se abrió la puerta. Mi corazón estaba listo para salir corriendo; yo también. Los dos lo miramos a Tomás esperando que dijera algo. Si había dudas de qué estaba pasando, nuestras reacciones hicieron todo muy obvio.
- ¿Y? ¿Me vas a pasar el peine o no? - Me pareció escuchar una voz en el horizonte. Me di vuelta tratando de entender qué era, y qué me quería decir. Enseguida vi sus ojos guiándome hacia lo que parecía un peine lleno de pelos, y reconozco que tarde en reaccionar.
- Si, perdón, es que me asustó tu hermano. - Agarré el peine y se lo di. Noté que mi mano temblaba.
- ¿Qué están haciendo? - La pregunta del millón de mi amigo no tardó en llegar.
- Nada, el boludo este me estaba espiando mientras me cambiaba y le ofrecí entrar - Mientras decía esto lo miré a Tomás, y noté como me fusilaba con la mirada.
- ¿Qué? Está diciendo cualquiera tu hermana. Te juro que no hice eso. Pero te lo juro.
- Te voy a matar. Decí que estoy cansado, pero si no te rompo la cara.
- Tomás, escuchame, yo no la estaba espiando - vi como se sonreía pícaramente - solo vine al cuarto de ella porque me confundí, y como estaba la luz apagada... - me metí en una que no iba a poder salir
- Encima me mentís. Espiás a mi hermana menor, te metés en su cuarto, y me mentís. - Me di cuenta que tenía los ojos cerrados. Me parece que esperaba un golpe de algún lado. Al ver que no pasaba nada, los abrí y vi que se había ido. La miré a... ella, y no pude contener mi sonrisa. Apenas lo hice, ella se puso seria. Me fui a dormir.
Al día siguiente me desperté y vi que Tomás no estaba en su cama. Me quedé acostado, sin poder creer lo que había pasado. ¿Por qué le habría dicho eso? Hoy me iba a tener que ir de ahí. Seguro le contaría a sus padres la misma mentira, que obviamente era mejor que la verdad, pero no me cerraba. Me levanté y me puse el traje de baño y una remera, y como no había nadie adentro, salí. Estaban todos comiendo frutas, y café, y galletitas y demás. Me morí de vergüenza cien veces seguidas, pero nadie me dijo nada del tema.
- ¿Cómo dormiste? - me preguntó la madre de Tomás.
- Bien, gracias.
- ¿Querés comer algo? Agarrá nomás
- No, estoy bien. - Miré a la hermana de Tomás, y vi que me miraba pícaramente, mientras mordía un pedazo de melón. Al succionar un poco del líquido de la fruta, y hacer el ruido que se hace cuando se hace eso, al padre pareció molestarle.
- Ana, ¿podés no hacer ese ruido por favor? - Finalmente sabía su nombre.
- ¡Perdón papá! Fue sin querer. - Se enojó rápidamente y todos se quedaron callados.
Eran como las 12 del mediodía y el calor era insoportable. Pero la vista era maravillosa. El cuerpo de Ana, que el día anterior no había podido ver entero, estaba perfectamente formado, con una bikini que tapaba mis zonas de deseo, y el pelo tirado hacia atrás, que mostraba perfectamente el contorno de su cara. Evidentemente había estado ya en la pileta, lo cual había creado una especie de brillo en su cuerpo.
- ¿Querés ir a la pileta? - Me preguntó Tomás
- No, gracias Tom, por ahora no. - Tenía que recuperar la cercanía que habíamos perdido la noche anterior.
- Bue - Fue lo único que atinó a responder.
- Nosotros vamos a preparar el almuerzo - Se refería a ella y su marido.
- ¿Nos ayudás Ana? - Preguntó el padre.
- Si, si, ahora voy. - Respondió de mala gana.
Una vez que se fueron, nos quedamos mirando. No podíamos hacer mucho, la pileta estaba ahí nomás, Tomás podía ver todo. Pero no quería seguir su jueguito, así que me fui a la pileta. Mientras lo hacía vi como se levantaba enojada y se iba adentro de la casa. Me dolió un poco ver esa reacción. Algo le estaba pasando.
Pasó parte del día y no me dirigió la palabra. A la noche los padres de Tomás quisieron salir a comer todos juntos, pero yo tenía un gran dolor de panza, y dije que me iba a quedar durmiendo. Ante una ida y vuelta de sies y noes, decidieron aceptar, lo cual no es normal cuando uno es invitado, pero no quería arruinarles el plan. Al rato estaba en el baño, y escuché una puerta cerrarse muy fuerte. Me asusté bastante, porque acto seguido escuché pasos. Estaba en una casa ajena, totalmente indefenso, temblando de miedo, y lo único que se me ocurrió fue apagar la luz del baño. Escuché que los pasos iban y venían más o menos cerca mío.
Momentos después se empezó a abrir la puerta, ya que no le había puesto llave, grave error y puteé en todos los idiomas que sabía. Instantaneamente me decidí por cerrar la puerta con mi cuerpo mientras se abría, y trabarla empujándome contra una pared. Escuché un ruido del otro lado, como si quien había intentado abrirla se hubiera caído, seguido de una expresión de dolor, que provenía de una voz femenina. Me subí los pantalones tan rápido como pude y salí. Vi que no había ninguna luz prendida, así que prendí la del baño. Enseguida vi que el ladrón que yo suponía había entrado, no era más que Ana, quien ahora estaba herida. Me arrodillé al lado de ella, sin saber que hacer.
- ¿Que hacés acá Ana? Me asustaste.
- ¿¡Que hacés vos tarado!? Como vas a empujar así.
- ¿Que mierda sabía yo que eras vos. No tocás la puerta?
- Estaba la luz apagada, pensé que ibas a estar durmiendo.
- Si, la apagué, porque pensé que entraban a robar o algo... ¡no se! ¿Te lastimaste algo?
- No, boludo, caí en un jardín de flores. Obvio que me lastimé.
- Perdón. Vení, vamos a tu cuarto.
Una vez en su cuarto, los recuerdos no se hicieron esperar.
- Me podés decir qué te pasa.
- ¿De qué hablas? Me acabas de tirar al piso.
- No, no ahora. Todo el tiempo. Un momento estás enojada y otro feliz.
- Si, soy bipolar.
- Ah.
- No, mentira idiota, no me pasa nada. Soy así.
- ¿Cómo podés vivir así? Recién, por ejemplo, ¿por qué idiota?
- Te lo digo en forma cariñosa, tonto.
- Y ¿por qué tanta confianza?
- ¿Cómo por qué? Te me tiraste anoche.
- ¿Yo? Vos me provocaste toda la noche, algo tenía que hacer. Igual, no me cambies de tema, ayer, después de que me tiraste el agua, vine a tu cuarto y estabas llorando.
- No estaba llorando, es que me salpicó tu agua.
- ...
- ¿Por qué me mirás así? Yo no lloro nene.
- Dale Ana, no me mientas.
- No me digas Ana, odio ese nombre.
- De nuevo cambiando de tema. ¿Me podés contar?
- ¿Qué querés que te cuente? No me pasa nada. Si no me crees, andate de mi cuarto.
- Bueno, chau.
No estaba para sus juegos. De hecho, me estaba cansando un poco de todo. Me fui al cuarto de Tomás, y me acosté en la cama, con la luz apagada, mirando al cielo por la ventana. De pronto siento una mano en mi cara.
Tomás y sus padres se acababan de ir, y Ana estaba viniendo por elección propia a mi cuarto. Algo tenía que pasar esa noche.
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