Era una tarde de jueves normal en el consultorio, había sido un día con clima agradable, así que fuiste vestida con una minifalda, camisa y sandalias.
Las horas habían transcurrido rápido y ya estaban por atender al último paciente, que era un hombre de algo mas de 40 años. Era la segunda vez que venía a atenderse y cuando lo conociste te había generado un cosquilleo. No era un hombre fuera de lo normal, pero era de trato amable y te producía una linda sensación.
Al punto que empezaste a mojarte, hacía mucho tiempo que, sin provocación alguna, no sentías la concha húmeda, reaccionando a tus pensamientos.
Y mucho más tiempo había pasado de la última vez que tuviste ganas de provocar a un extraño. Pero no podías evitarlo, querías llamarle la atención; y la soledad de la sala de espera no ayudaba a calmar tú mente.
Te levantaste, fuiste hasta la cocina, sólo para tener una excusa, y cuando volviste a sentarte levantaste un poco la pollera para que quedara mas corta y disimuladamente, abriste las piernas para mostrarle la tanga blanca, chiquita, que apenas cubría la vulva. Girabas apenas el cuerpo para fingir escribir en la computadora y volvías a ponerte de frente a él, que disfrutaba del espectáculo, tratando de no quedar en evidencia.
El clima se rompió cuando la puerta del consultorio se abrió y el cardiólogo hizo pasar al paciente. Quedaste excitada y algo contrariada, avergonzada porque vos no sos así, pero al mismo tiempo con bronca porque estabas disfrutando el momento. En definitiva no podías explicar lo que te había pasado.
20 minutos después, el cardiólogo te avisa que le había puesto un presurómetro, que debías retirarle al otro día, a última hora. Y ahí comenzaron a correr 24 hrs, donde la ansiedad ganó tú cabeza, parecías una quinceañera, sabías que iban a estar solos y esperabas el momento; pero, cómo reaccionaría él?
te diría algo?
se haría el desentendido?...
Para ir a trabajar al día siguiente te pusiste una calzas y un pullover que apenas te tapaba la cola.
Cuando llegó la hora, hiciste que la calza buscara la profundidad de tú cola, estabas dispuesta a darle un lindo espectáculo.
Sonó el timbre, lo hiciste pasar al consultorio y fingiste acomodar unos papeles, dándole la espalda , antes de sacarle el aparato.
Sentado en la camilla, después que lo desconectaste, y sin mediar palabra, tomándote de la cintura, te hizo girar apuntado la cola hacia él y comenzó a acariciarte los cachetes; suave, pasó un dedo por la raya que dibujaba la calza metida en tú cuerpo.
Cerraste los ojos dejándote llevar. Te acercó mas a su cuerpo, acomodándote entre sus piernas, y sus manos acariciaron tus pechos, mientras sentías su respiración en el cuello y el miembro firme apoyándote.
Tú cabeza corría a mil por hora.
Tenías que parar?
Esto se te había escapado de las manos?
O tenías que dejarte llevar?
Cuando comenzabas a dudar, él bajó una de sus manos hasta tú concha y la acarició sobre la ropa, hizo presión a la altura del clítoris sacándote un suspiro, si tenías alguna duda de seguir, se había disipado...
De repente, se bajó de la camilla diciéndote al oído:
- Si realmente querés seguir con esto, llamame, tenés mí número.
Y dejándote con el cuerpo ardiendo y dispuesta a todo, salió por la puerta.
Las horas habían transcurrido rápido y ya estaban por atender al último paciente, que era un hombre de algo mas de 40 años. Era la segunda vez que venía a atenderse y cuando lo conociste te había generado un cosquilleo. No era un hombre fuera de lo normal, pero era de trato amable y te producía una linda sensación.
Al punto que empezaste a mojarte, hacía mucho tiempo que, sin provocación alguna, no sentías la concha húmeda, reaccionando a tus pensamientos.
Y mucho más tiempo había pasado de la última vez que tuviste ganas de provocar a un extraño. Pero no podías evitarlo, querías llamarle la atención; y la soledad de la sala de espera no ayudaba a calmar tú mente.
Te levantaste, fuiste hasta la cocina, sólo para tener una excusa, y cuando volviste a sentarte levantaste un poco la pollera para que quedara mas corta y disimuladamente, abriste las piernas para mostrarle la tanga blanca, chiquita, que apenas cubría la vulva. Girabas apenas el cuerpo para fingir escribir en la computadora y volvías a ponerte de frente a él, que disfrutaba del espectáculo, tratando de no quedar en evidencia.
El clima se rompió cuando la puerta del consultorio se abrió y el cardiólogo hizo pasar al paciente. Quedaste excitada y algo contrariada, avergonzada porque vos no sos así, pero al mismo tiempo con bronca porque estabas disfrutando el momento. En definitiva no podías explicar lo que te había pasado.
20 minutos después, el cardiólogo te avisa que le había puesto un presurómetro, que debías retirarle al otro día, a última hora. Y ahí comenzaron a correr 24 hrs, donde la ansiedad ganó tú cabeza, parecías una quinceañera, sabías que iban a estar solos y esperabas el momento; pero, cómo reaccionaría él?
te diría algo?
se haría el desentendido?...
Para ir a trabajar al día siguiente te pusiste una calzas y un pullover que apenas te tapaba la cola.
Cuando llegó la hora, hiciste que la calza buscara la profundidad de tú cola, estabas dispuesta a darle un lindo espectáculo.
Sonó el timbre, lo hiciste pasar al consultorio y fingiste acomodar unos papeles, dándole la espalda , antes de sacarle el aparato.
Sentado en la camilla, después que lo desconectaste, y sin mediar palabra, tomándote de la cintura, te hizo girar apuntado la cola hacia él y comenzó a acariciarte los cachetes; suave, pasó un dedo por la raya que dibujaba la calza metida en tú cuerpo.
Cerraste los ojos dejándote llevar. Te acercó mas a su cuerpo, acomodándote entre sus piernas, y sus manos acariciaron tus pechos, mientras sentías su respiración en el cuello y el miembro firme apoyándote.
Tú cabeza corría a mil por hora.
Tenías que parar?
Esto se te había escapado de las manos?
O tenías que dejarte llevar?
Cuando comenzabas a dudar, él bajó una de sus manos hasta tú concha y la acarició sobre la ropa, hizo presión a la altura del clítoris sacándote un suspiro, si tenías alguna duda de seguir, se había disipado...
De repente, se bajó de la camilla diciéndote al oído:
- Si realmente querés seguir con esto, llamame, tenés mí número.
Y dejándote con el cuerpo ardiendo y dispuesta a todo, salió por la puerta.
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