Capítulo 39.
Aparente Normalidad.
Las clases volvieron a la normalidad. O al menos eso es lo que dijo el decano, aconsejado por la Junta Directiva.
«Se reanuda el ciclo lectivo. Esperamos que los alumnos se comporten como adultos. Seguiremos adelante con las investigaciones para encontrar a los responsables de un acto tan vil. La profesora Noemí García decidió tomarse licencia por tiempo indeterminado. Su reemplazante será la profesora Mariela Lombardi».
Oriana fue quien más se alegró con esta noticia. Llamó de inmediato a Mariela. La felicitó por haber conseguido un trabajo fijo. Ella le dijo que solo era reemplazante; pero Oriana le aseguró que Noemí García ya no volvería a dar clases, ni en ese instituto ni en ningún otro. Podía considerar que el puesto ya era suyo.
—Me quedé sin profesora particular —dijo Oriana—; pero no importa. Me alegra mucho que tengas esta oportunidad.
—Hey, si querés alguna clase… especial, solo hace falta que me lo pidas —lo dijo con un tono muy sensual—. Siempre voy a tener tiempo para vos, Ori.
—Gracias, Mariela. No sabés lo mucho que me alegra escuchar eso. Vos me cambiaste la vida. Apenas pueda vamos a juntarnos a charlar. Me gustaría contarte un montón de cosas. Ah, por cierto… quedate tranquila con tu segundo trabajo. No creo que, en estas circunstancias, el instituto te vaya a hacer problema si alguien se entera que además hacés material porno.
—Sí, lo sé. Por eso estoy tan tranquila. Aunque el material que yo hago es algo exclusivo, una nunca sabe cuándo se podría filtrar algo. Vi las fotitos que estuviste subiendo a Twitter. Uf, Ori… estás desatada.
Oriana estuvo publicando fotos en tanga, mostrando el culo, o bien con grandes escotes y blusas que le marcaban mucho los pezones. Incluso se animó a subir una de primer plano de su concha entangada, donde se le marcaba mucho la raya.
—Eso es en parte culpa tuya, Mariela —soltó una risita—. Y también de Xamira. Tenés que conocer a Xami. Te va a encantar. Ahora te paso su cuenta de Twitter.
Xamira era un poco más atrevida que Oriana. Ya no tenía problemas en mostrar sus pezones y había muchas fotos donde se veía su vello púbico prolijamente recortado. Aprovechaba estas fotos para mostrar sus marcados abdominales. También había fotos de su culo desnudo, perfectamente torneado por el ejercicio, y su concha no se veía solo por el ángulo elegido para la foto. A Mariela le encantó y se mostró ansiosa por conocerla.
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—Hola, hermosa… ¿Cómo estás?
Erika tomó por sorpresa a Siara. La abrazó por detrás, apoyándole las grandes tetas en la espalda. Erika restregó su cabeza contra la de su amiga como si fuera un gato feliz de ver a su dueño. Los alumnos del pasillo las miraban intrigados, quizás esperanzados de que, en cualquier momento, estas dos se quitaran la ropa y empezaran a hacer “cochinadas”.
Siara se apartó con cierta brusquedad y siguió su camino.
—Hola, Erika —saludó sin alegría—. Disculpá que no me quede. Estoy llegando tarde al taller de arte.
—Pero… pero… ¿podemos hablar antes? Encargué dos licuados de frutilla en la cantina. Ya los deben tener listos.
—Ahora no puedo, Erika. En serio. Por culpa de las filtraciones nos atrasamos con los casos. No te olvides de lo que estabas investigando con Xamira. Lo del club de boxeo no se va a solucionar solo.
Erika se quedó parada en el medio del pasillo, con las manos entrelazadas y los ojos inundados de pena. Algo se había roto en su perfecta amistad con Siara y dolía como una puñalada en el corazón.
Siara le pidió un permiso especial a Stefany, la profesora de arte. Quería recuperar el tiempo perdido y consideró que lo mejor era juntarse a dibujar en la casa de Diógenes, donde estuviera presente su madre. Stefany les dio permiso para ausentarse de la clase con la condición de que luego presentaran los bocetos. Le guiñó un ojo a Siara, ella no supo cómo interpretarlo. Quizás pretendía decirle “Cuento con vos para resolver esto”, así que no le dio muchas vueltas.
Por suerte Diógenes no sospechó nada. Estuvo encantado de que otra vez Siara y Yelena se juntaran a dibujar en su casa.
Hilda Melmann quiso sumarse y obviamente ordenó a su amiga Agustina Buteller que la acompañara.
—Preferiría que ustedes se queden acá —dijo Stefany.
—¿Por qué? ¿Acaso es un castigo por los videos que se filtraron de Agustina?
La cara de la tímida Agustina adquirió un tono rojo carmín. Ella fue una de las tantas víctimas de las filtraciones. Todos los estudiantes pudieron verla disfrutando de una rica concha en uno de los baños del instituto. Por supuesto los rumores decían que esa concha era la de Hilda Melmann, su amiga inseparable. Sin embargo nadie podía asegurar esto. Y mucha gente teme difundir rumores sobre Hilda, ya que sus padres son los dueños de todo el edificio donde funciona el instituto. Tiene demasiado poder. Todavía se habla en pasillos de cómo hizo expulsar a “un grupo de revoltosas” que le hacían bullying cuando cursaba primer año.
—No, para nada —respondió Stefany—. Me apena mucho que hayan filtrado esos videos. Los gustos sexuales de Agustina son cosa suya. Además… chicas, yo soy bisexual. Incluso tuve novias. ¿Cómo me va a molestar que Agustina ande… em bueno, chupando conchas? Que lo disfrute. ¡Si es algo hermoso!
Agustina sonrió, pero mantuvo la cabeza gacha. Sus mejillas se pusieron aún más rojas.
—¿Entonces por qué no podemos ir a la casa de Diógenes?
Stefany Lemmens no podía decirle la verdad. Siara le pidió que las retuviera. En especial a Hilda. La profesora de arte no entendió el por qué de esto; pero confiaba en Siara y si servía para aclarar todo el asunto de Diógenes, entonces estaba dispuesta a colaborar. Tuvo que inventarse una buena excusa. Una muy buena.
—Emm… es que tengo una propuesta interesante para ustedes, chicas. Hilda, hace un tiempo vos dijiste que tenías ganas de dibujar algo de sexo lésbico. Que te resultaba interesante. —Esta vez fue la propia Hilda quien se enrojeció—. Bueno, entiendo que a Agustina no le molesta… y a mi tampoco. ¿Qué te parece si nosotras modelamos para vos?
Hilda hizo silencio durante unos segundos, miró a la profesora con los ojos desencajados. De pronto sonrió y exclamó:
—¡Me encanta! Sí, sí… quiero dibujar eso. Dale, Agustina. Sacate la ropa.
Agustina obedeció como un soldado ante la orden de un superior. Se puso de pie de un salto y se despojó de toda su ropa en cuestión de segundos. Se notaba que esto la avergonzaba mucho; pero aún así no puso ni una sola queja ante la orden de Hilda.
Al ver esto, Stefany también se desnudó. A ella no le molestó en absoluto. Le daba igual que la gente la viera desnuda o vestida. Luego se acostó en el diván.
—¿Qué tengo que hacer? —Preguntó Agustina con una voz que era poco más que un susurro.
—Acostate en el diván, con la profe, y pasale la lengua por la concha.
Hilda se apresuró a preparar todos sus artículos de dibujo. Parecía extasiada. Agustina se acercó a Stefany sin el menor atisbo de duda y no es que le haya pasado la lengua por la concha a su profesora. Directamente se la empezó a chupar. Lo hizo de una forma tan netamente sexual que hasta la propia Stefany se sorprendió.
—Emm… quizás no sea necesario hacerlo tan… explícito.
—Sí, es necesario —dijo Hilda, y comenzó a dibujar.
Corea Masantonio y Ludmila Torres llegaron un poco tarde a la clase. Al entrar se llevaron esa gran sorpresa. Las dos enrojecieron al ver cómo Agustina le comía la concha a la profe y como ésta parecía esforzarse para no gemir.
—Ah, hola chicas —dijo Stefany, con una sonrisa forzada—. Hoy, a pedido de Hilda, vamos a dibujar un poquito de sexo lésbico. Espero que no les moleste. La voluptuosa Ludmila estuvo a punto de dar media vuelta y huir, pero su pequeña y delgada amiga la detuvo, sujetándola del brazo.
—¿Adónde te creés que vas?
—Ehh… yo… ehh, es que… no sé. Me parece un poquito mucho. Lo están haciendo en serio.
—Y eso lo hace aún más divertido —Corea mostró una sonrisa libidinosa—. Dale, vamos a dibujar. Ah, por cierto. Siara ¿me harías un enorme favor? ¿Podrías pasarle estos dibujos a tu mamá? ¿Eh? —Sonrió con cholulez, su actitud desafiante parecía desvanecerse al instante cuando hablaba de Verónica LeClerc—. Son algunos diseños de vestidos que hice yo misma y… em… me encantaría saber su opinión.
Siara sabía que su madre estaba harta de las fanáticas de moda que le mandaban dibujitos, creyendo que hacían un buen trabajo y en realidad solo plagiaban diseños famosos. Sin embargo Corea tenía algo que le agradaba mucho. Quizás fuera su carácter duro que contrasta con el pelo corto teñido de fucsia. O tal vez porque la amistad entre Corea y Ludmila le recordaba un poco a la suya con Erika.
Erika.
No quería pensar en Erika.
—Dale, yo se los muestro —le dijo a Corea, con una genuina sonrisa—. Mi mamá no suele mirar trabajos de aspirantes a diseñadoras; pero te prometo que voy a hacer que mire los tuyos.
—¡Ay, mil gracias! Pero sin compromiso, ¿eh? Solo quiero saber en qué debo mejorar. No me importa si me dice que todo está mal. Simplemente quiero que me explique por qué, así puedo aprender de eso.
—Muy bien, se lo voy a comunicar. —Guardó los dibujos en su mochila.
Corea se sentó a dibujar junto a Hilda. El acto lésbico se estaba desarrollando con mayor énfasis por parte de Agustina. La chica parecía estar disfrutando mucho de la concha peluda de su profesora de arte. A Ludmila Torres no le quedó más alternativa que sentarse a dibujar junto a Corea.
Yelena, Siara y Diógenes abandonaron la clase de arte, aunque todos tenían ganas de seguir admirando esa increíble escena lésbica que prometía mucho.
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Marcela, la madre de Diógenes, las recibió con los brazos y la bata abierta. Completamente desnuda.
—Cuando mi hijo me contó que volvían, me puse muy contenta. Por un momento creí que iban a huir espantadas.
—¿Huír por qué? —Preguntó Yelena.
—Y… quizás podrían malinterpretar la forma en la que Diógenes practica conmigo.
—Al contrario, eso nos encanta —dijo Siara con una sonrisa ensayada.
No le molestaba que hicieran esos dos, pero no se sentía de humor para nada. Solo quería terminar con esto lo antes posible. Poder dar un veredicto final a Stefany y pasar a otra cosa. Por eso le agradó que Norma ya estuviera desnuda, eso significaba que podían ponerse a dibujar cuanto antes. Le conmovió que la mujer se hubiera tomado el trabajo de prepararles chocolate caliente y había medialunas dulces y saladas. Recordó el licuado que le prometió Erika y sintió una opresión en el pecho.
—¿Por qué no empiezan modelando juntos? —Preguntó Yelena. Ella se dio cuenta de que Siara tenía la cabeza en otra parte y que debería dirigir esta sección de arte—. Vos Diógenes tenés a tu mamá acá todos los días para dibujarla.
—Humm… no tengo problemas en modelar —dijo Diógenes, mientras sacaba puntas a un lápiz—, pero tenía ganas de probar un nuevo estilo de dibujo. Algo más anime japonés.
—Chicas, ustedes también pueden modelar conmigo. No se olviden de eso —dijo Marcela—. Espero que no sean demasiado pudorosas. Estamos en confianza. Todo es por amor al arte.
—Vamos improvisando —propuso Yelena—, y vemos qué sale.
El plan de Siara era muy simple. Consistía en ver qué tan lejos podía llegar Marcela con Diógenes y cuánta presión se necesitaba para que se animaran a más.
Y todo fue mucho más rápido de lo que habían imaginado. Fue la propia Marcela quien dijo:
—Podríamos empezar con algo de sexo oral.
A Diógenes le pareció bien. No hubo dudas ni objeciones. Simplemente se quitó el pantalón y se lo ofreció a su madre. Él de pie frente al sofá y ella sentada, con las piernas abiertas. Se metió la verga en la boca y comentó:
—Así de blandita no nos va a servir de mucho, ¿cierto chicas?
—Si estuviera dura sería mejor —respondió Yelena.
Ahí nomás Marcela empezó a practicarle una felación a su propio hijo. Se la chupó como si fueran amantes. Siara y Yelena intercambiaron miradas como si dijeran: “¿Estás pensando lo mismo que yo?” Y sí, pensaban lo mismo. Las dos estaban seguras de que Marcela tuvo que chupar la verga de Diógenes en numerosas ocasiones, de lo contrario no lo haría con tanta soltura. Además acompañó la mamada con unos sensuales toqueteos a su concha peluda. Las chicas empezaron a dibujar. A Siara no le interesaba tanto como a Yelena, que sí parecía comprometida con el arte. Aún así se esforzó, por si Diógenes quería ver lo que había dibujado.
Después de unos minutos Marcela dijo:
—Yelena ¿por qué no venís a posar con nosotros? Dale, sacate la ropa.
A Yelena le encantó esta invitación. Estaba acostumbrada a que la gente sintiera rechazo hacia ella, pero la madre de Diógenes la admiraba como si fuera una diosa. Se desvistió de inmediato y acercó su verga a Marcela. La mujer quedó rodeada por dos penes de casi el mismo tamaño. A Siara le pareció una secuencia muy erótica. Esta vez sí le puso más ganas al dibujo. Marcela se tragó la verga de Yelena durante un ratito, hasta que se puso bien dura, y luego volvió a la de su hijo. Fue turnándose entre una y otra, lo hizo con movimientos lentos para que Siara pudiera hacer bocetos. Aún así lo hizo chupando, genuinamente chupando esas vergas. Ya no posaba de forma estática. Tragaba las vergas una y otra vez… y parecía estar disfrutándolas, saboreándolas.
—¿No te parece que Yelena tiene una verga preciosa? —Le preguntó a su hijo.
—Em… sí, es linda. Todo en ella es lindo.
Yelena casi se derrite al escuchar estas palabras. Tuvo deseos de besar a ese chico flacucho y con cara de bobo. Cada día le parecía más atractivo… y ahora que estaban compartiendo un contexto sexual tan particular, tenía unas ganas locas de que se la cogiera. Que le diera bien duro con esa gran verga.
—Vamos a probar algo más interesante —propuso Marcela. Se puso en cuatro en el sofá, ofreciendo su retaguardia a Yelena. La verga de su hijo siguió al alcance de su boca—. Metela sin miedo, ya estoy húmeda y dilatada. Y vos, Siara… ponete cómoda. Me pone un poquito mal si sos la única que está vestida.
Yelena le metió la pija en la concha y Diógenes le hizo tragar la suya. Siara encontró esto tan excitante que no tuvo ningún problema en desnudarse. Se quedó sentada con las piernas abiertas y mientras bocetaba con trazos ágiles se tomaba pequeñas pausas para acariciar su vagina.
—Uy, tenés una concha preciosa, Siara. ¡Y qué tetazas!
—Gracias, Marcela. Tu concha también es muy hermosa. Da gusto dibujarla.
Le hizo una seña a Yelena para que avanzara. Ella entendió. Sujetó fuerte la cadera de Marcela y empezó a meterle la verga.
—Eso, así… sin miedo —la alentó la mujer.
Yelena fue aumentando el ritmo. No puso ninguna excusa para hacerlo, no dijo que Siara debía aprender a dibujar cosas en movimiento ni nada por el estilo. Simplemente empezó a darle una buena cogida a Marcela. Ella tragó la verga de Diógenes y comenzó a chuparla con más énfasis que antes. La mujer se lo estaba pasando en grande, literalmente estaba teniendo sexo con un hijo y con esa chica trans que le resultaba tan linda.
Estuvieron así, dándole durante un buen rato. Marcela gimió y se movió acompañando el movimiento de Yelena. A Siara ya le costaba saber quién se movía más, si la que estaba en cuatro o la que le clavaba la verga. Las tetas de Marcela rebotaban con las embestidas y ella se atragantaba con la verga de su hijo.
—Hey, Siara. ¿Nos sacás algunas fotos? —Propuso Marcela—. Así Diógenes puede dibujar. Sé que no le gusta mucho dibujar desde fotos, pero no veo otra forma de que lo haga siendo él mismo uno de los modelos. Ahí está mi celular.
—Sí, claro. No hay problemas.
Siara tomó el teléfono y Marcela le dictó el código de cuatro dígitos para desbloquearlo. Tomó algunas fotografías y luego aprovechó que la mujer parecía más interesada en disfrutar de la cogida que de posar. Revisó la galería de imágenes y se encontró con muchas fotos de carácter pornográfico. Ella era la protagonista de la mayoría. Incluso había primeros planos de su concha peluda abierta. En las fotos más interesantes posaba junto con Diógenes, ya sea con su verga metida en la boca o directamente en la concha. Siara activó el bluetooth de este teléfono y del suyo. Empezó a compartir todas las galerías de multimedia. Mientras tanto siguió espiando las fotos. Encontró un video donde Marcela estaba chupando una concha. No parecía estar posando, simplemente la chupaba en su cama, como quien tiene sexo casual. La dueña de esa concha era nada más y nada menos que Agustina Buteller, y la que filmaba era Hilda Mellmann. Siara lo supo porque la propia Hilda aparecía reflejada en un espejo, también completamente desnuda.
También encontró un video donde Marcela estaba montando a Diógenes. Literalmente. Estaba sobre él, enterrándose su verga hasta el fondo de la concha, una y otra vez. Una vez más la que grababa la escena era Hilda. A la rubiecita parecía gustarle aparecer en el reflejo del espejo, como si dijera: “Yo hice esto”.
Cuando Siara levantó la cabeza, la escena ante ella había dado un giro importante. Ahora Marcela estaba chupando la verga de Yelena y quien se la cogía era Diógenes. Al chico parecía no importarle en lo más mínimo que Siara estuviera mirando y fotografiando. Se cogió a su madre como quien se coge a una puta en celo. Le metió pijazos duros, provocando que las grandes nalgas de Marcela se movieran como si fueran de gelatina.
Siara también perdió toda compostura. Se olvidó completamente de los dibujos. Comenzó a masturbarse mientras filmaba esa increíble escena de sexo. Tenía la concha muy húmeda y los pezones endurecidos. Se preguntó qué se sentiría tener dos vergas al mismo tiempo. Involuntariamente se acordó del editor de la revista Caleidoscopio y de cómo él la usó como depósito de semen. Le incomodó saber que si ese tipo volvía a ofrecerle pija en ese preciso momento, quizás ella aceptaría. Así de caliente estaba.
—¿Y si probamos algo nuevo? —Propuso Marcela.
—¿Algo como qué? —Preguntó Yelena, entusiasmada.
—Mmm… ¿te animás a chupársela a Diógenes?
—¿Que si me animo? ¡Ja! Me encantaría probar esa verga tan linda. Si él quiere, claro.
—¿Te molestaría, Diógenes? —Le preguntó su madre.
—No, para nada. La última vez que vino lo hizo… ¿te acordás?
—Sí, me acuerdo. Pero eso fue apenas una probadita, para que a vos se te ponga dura. Ahora sería más intenso… más real.
Siara comprendió el subtexto de esas palabras. Esto explicaba por qué ahora Marcela ya no se acomplejaba tanto con las poses del dibujo ni dice a cada rato “espero que no lo malinterpreten”. Ahora sabe que puede confiar en Siara y Yelena. Ya no hace falta cuidar tanto las apariencias.
Diógenes se sentó en el sofá, con la verga apuntando al techo. Su madre se acomodó para seguir chupándosela. Yelena se arrodilló en el piso, frente a él y aguardó a que Siara se acercara con la cámara. Sonrió y se tragó la verga con mucho entusiasmo. Parecía estar disfrutándolo. A Siara también le alegró esto, sabía que Yelena sentía una fuerte atracción por Diógenes y que se moría de ganas de hacer cosas sexuales con él. Ella se encargó de grabar todo en video. Luego robaría todo ese material usando el bluetooth y se lo daría al Japo, para que lo subiera a PornParadise. Con videos de una madre teniendo sexo con su hijo deberían ganar muchos seguidores exclusivos.
Nadie mencionó los dibujos mientras Yelena y Marcela le chupaban la poronga a Diógenes. Habían dejado de importar. Ya no los necesitaban como excusa directa, aunque sí seguía funcionando de forma indirecta. En especial cuando Marcela hizo una nueva propuesta.
—Dibujar a Yelena siendo penetrada debería ser hermoso, ¡con el cuerpazo que tiene! ¿Te molestaría, Yelena?
—Para nada. Si a mí me encanta que me la metan por el culo. Depende de Diógenes.
Otra vez se repitió el ritual donde Marcela le preguntaba a su hijo si no tenía problemas, él volvió a responder que le parecía bien. Yelena no quiso darle demasiado tiempo para arrepentirse. Se colocó encima de él, con las piernas abiertas y los pies apoyados en el sillón.
—Yo los ayudo —se ofreció Marcela. Parecía muy entusiasmada. Siara sabía que Marcela intentaba que entre Diógenes y Yelena surgiera algo más que una simple amistad—. Hacen re linda pareja.
Yelena se alegró con este comentario, Diógenes se ruborizó y a él también se le escapó una sonrisa que Siara pudo notar. También notó que ambas vergas se ponían aún más duras. Marcela se encargó de lubricar bien la verga de su hijo con saliva y luego la apoyó en la entrada del culo de Yelena. Mientras la penetración iba sucediendo, de a poco, Marcela volvió a chupar la pija de Yelena. Se ve que el entusiasmo fue demasiado grande y Yelena no pudo aguantar más, saltó una potente descarga de semen justo cuando la verga de Diógenes entró. Toda la leche fue a parar a la cara de Marcela. La mujer pareció tomarlo como un halago, lamió y permitió que la leche entrara en su boca. Siara se acercó más para grabar esta pornográfica escena.
—Ay, perdón —dijo Yelena.
—No te preocupes, nena. Dejalo salir todo. Dale… soltá la lechita, que a mí no me molesta. Soltala toda.
Marcela le chupó el glande con fuerza, succionando todo el semen que salió de él. La penetración se fue haciendo cada vez más profunda. Yelena estaba en un éxtasis sexual. Gimió y se sacudió como una diosa sexual. La verga de Diógenes entró completa en su culo y allí fue cuando Marcela tuvo otra gran idea. Al ver que Yelena todavía conservaba una potente erección, se montó sobre ella, dándole la espalda. Ella ofreció su concha y así quedaron penetradas las dos. Siara se arrodilló delante de ellos y filmó esa cadena sexual. Sostuvo el celular con una sola mano, porque con la otra tuvo que masturbarse. No aguantó más. Por más que ella nunca se sintió como una persona muy sexual, últimamente los incentivos eróticos eran demasiado. La calentura se apoderaba de su cuerpo en cuestión de segundos.
Yelena estaba cumpliendo una de sus fantasías más candentes: tener sexo con una madre y su hijo, al mismo tiempo. Al haber un hombre involucrado (metiéndole la pija por el culo) le resultó mucho más excitante que hacerlo con Felicia Meritani y su madre.
Esta secuencia se extendió durante largos minutos. Marcela se frotaba el clítoris mientras recibía verga y por su peso corporal, las penetraciones que recibía Yelena eran muy profundas. A Siara le resultó extrañamente gratificante poder masturbarse frente a otras personas mientras éstas tenían sexo. ¿Acaso estaría desarrollando un gusto por el voyeurismo? Se hizo más de una paja mirando todos los videos filtrados en el instituto. Quería hablar de esto con Erika, porque estaba segura de que ella había hecho lo mismo. ¿Cuál le habría calentado más?
Erika otra vez.
No quería pensar en ella.
Se concentró en la escena de sexo frente a sus ojos y dejó que la calentura tomara control de su cuerpo otra vez.
Pasados unos minutos Marcela decidió ponerle fin a esto. Quizás pensó que habían ido demasiado lejos, o tal vez solo estaba agotada.
—Quedaron muy buenas imágenes —dijo Siara—. Estoy segura de que se pueden sacar muy buenos dibujos de ellas.
—Me alegra un montón —aseguró Marcela—. Últimamente Diógenes está haciendo muchos dibujos y pinturas eróticas.
—¿Pinturas también? —Preguntó Yelena.
—Sí, estoy experimentando con óleos y acrílicos —dijo Diógenes, mientras Yelena se quitaba de encima.
—Me encantaría ver eso.
—Los tengo en mi pieza. Si querés te los muestro.
—Dale.
Se fueron sin ponerse la ropa. Marcela le pidió a Siara que la ayudara a preparar café. También se quedaron desnudas. A Siara le gustó ese detalle. Conversó de forma casual con esa mujer, estando las dos con la concha húmeda completamente al aire. Esta situación entre erótica e inocente tenía un gustito muy particular.
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Siara y Marcela fueron al cuarto de Diógenes para ver por qué él y Yelena tardaban tanto. La respuesta fue inmediata y arrancó una sonrisa a ambas mujeres. Encontraron a Yelena en cuatro sobre la cama, recibiendo la dura verga de Diógenes por el culo. La chica trans gemía y pedía por más, quería que le dieran bien duro. Al mismo tiempo masturbaba su verga, que estaba igual de dura que la de su amante.
A Siara ya le había parecido excitante ver a Yelena metiéndosela por el culo a Regina y Felicia Meritani; pero por alguna razón esto le calentó aún más. Ver el hermoso culo de Yelena siendo penetrada por una verga tan llamativa como la de Diógenes le mojó la concha al instante.
—Me alegra que se estén llevando tan bien —dijo Marcela, con los ojos llenos de amor—. Hacen linda pareja.
Diógenes ni siquiera la miró, siguió muy concentrado en romperle el culo a su amante. Yelena giró la cabeza y sonrió, agradeciendo el gesto de la que podría ser su nueva suegra… quizás algún día.
—Vamos a darles un rato de privacidad —dijo Siara—. Tómense todo el tiempo que necesiten.
Las dos volvieron al living. Siara se sentó en su sillón con las piernas bien abiertas, dejando toda su concha expuesta. Marcela, en lugar de acostarse para modelar, se arrodilló delante de ella. Ni siquiera pidió permiso. Le dio una lamida en la concha y luego otra. Siara se quedó atónita. No hubiera imaginado que Marcela tenía esa clase de inclinaciones sexuales. Ni siquiera intentó detenerla porque estaba muy excitada y las lamidas eran muy buenas. Eso la llevó a entender que Marcela practicó mucho el sexo oral con mujeres, probablemente mucho más de lo que mostraban sus videos. No tiene esos gestos dubitativos de una lesbiana primeriza. Chupa con seguridad y con toda la intención de brindarle placer a Siara.
—Pensarás que estoy loca —dijo Marcela, entre lamidas.
—No, loca no. Solo pienso que sos un poquito… excéntrica.
—¿Te molesta que te la chupe?
—No, para nada. Lo hacés muy bien. Se siente rico. Por favor, seguí.
Siara quería que esa mujer entendiera que no se sentía ni un poquito incómoda por la situación. Que la estaba disfrutando. En respuesta Marcela le dio una serie de ricos chupones en el clítoris y después le metió un poco la lengua en el agujero de la concha.
A Siara le resultaba muy curioso cómo esta mujer actuaba como si todo lo que hacía fuera lo más normal del mundo. Aún así, al decirle “pensarás que estoy loca” le demostraba que no había perdido el contacto con la realidad.
—¿Por qué hacés estas cosas con Diógenes?
Marcela siguió chupando la concha en silencio durante unos segundos, luego dijo:
—Porque si no las hiciera me pasaría el día llorando en la cama, sin ganas de vivir. —Se quedó arrodillada, con las manos sobre el regazo, y miró fijamente a Siara—. Sé que te puede parecer una locura. Es incesto. No lo voy a negar. Pero… yo estaba atravesando una profunda depresión. Me sentía sola. Intenté salir con algunos hombres y no funcionó. Solamente querían llevarme a la cama. Yo quería algo más. Quería sentirme apreciada, valorada… y sexy. Ellos no me hacían sentir así. Hasta me hablaban como si estuvieran haciéndome un favor al llevarme a la cama. Por eso los rechacé. Llevaba años sin tener relaciones sexuales con nadie. Y cuando esas amigas de Diógenes vinieron…
—Hilda y Agustina.
—Sí, esas. Empezaron a proponer cositas para los dibujos. Eran cada vez más picantes. Fueron escalando rápidamente. Me sentí fantástica. Empecé a tener una perspectiva más amable con mi propio cuerpo. Me sentí hermosa mientras posaba para ellos. Cuando me di cuenta ya estaba posando frente a ellas mientras Diógenes… bueno, me cogía. Mi propio hijo me cogió y… fue la sensación más maravillosa que experimenté en mi vida. Diógenes me hizo sentir lo que otros hombres no fueron capaces. Y no solo él… esa chica, Agustina. Tuve mi primera experiencia con una mujer. Fue maravilloso. Es algo que no puedo describir. Nunca me imaginé que estar en la cama con una chica como Agustina me pudiera resultar tan… morboso. Sí, esa es la palabra. Porque, o sea… sé que éticamente no está bien.
—No me parece mal el sexo entre mujeres.
—Yo no lo veía de esa manera. En especial si tenemos en cuenta que Agustina tiene edad para ser mi hija. Y eso… ufff, es difícil decirlo en voz alta. Pero sí, me calienta todavía más. Es una chica muy bonita. Y la otra, Hilda Mellman. Dios… perdón que te lo diga así, pero… le comería la argolla todos los días a esa rubiecita. Es una muñeca.
—¿Te da el mismo morbo chuparme la concha a mí?
—Sí. —lo dijo como si estuviera pidiendo disculpas.
—Entonces seguí chupando. Disfrutala. Con todo gusto te voy a ayudar a cumplir tus fantasías, aunque sean poco éticas. Si te gusta chuparle la concha a pendejas o que tu hijo te meta la pija, es asunto tuyo. Al menos me gusta que no lo ocultes. Que no te hagas la puritana. Que no mientas. Esa sinceridad tuya me gusta mucho. Ah, y quedate tranquila, Marcela, que voy a hacer todo lo posible para que esto no se convierta en un problema. Ni para vos, ni para Diógenes.
—Te referís a…
—A la profesora de arte de tu hijo. Ella estaba sospechando estas cosas. Pero quedate tranquila, te prometo que no vas a tener problemas con ella. Yo me encargo.
—Mil gracias, Siara. Sos un amor… y ¿puedo ponerme un poquito soez?
—Me encantaría que lo hagas. Decime lo que quieras. —Siara tenía el corazón acelerado, de verdad le excitaba mucho tener esta conversación con Marcela.
—Estás para comerte cruda, pendeja. Desde que te vi que quiero comerme esas tetazas y te quiero meter la lengua hasta el fondo de la concha.
—Hacelo… comeme toda, Marcela. Chupame toda.
La mujer se abalanzó contra los grandes pechos de Siara y empezó a chuparlos con demasiado ímpetu. Tanto que le hizo doler. Pero eso calentó aún más a Siara, que soltó un gemido. Después de entretenerse con las tetas, volvió a su lugar predilecto, entre las piernas.
—Me encanta cómo me la chupás, Marcela. Como si estuvieras haciendo algo prohibido.
—Me calienta lo prohibido.
Esas palabras bastaron para que Siara llegara a un húmedo orgasmo. Marcela se tomó todo el juguito que salió de la concha.
La mujer le caía muy bien. No quería que sus fantasías (aunque fueran poco éticas) se vieran frustradas. Decidió que haría lo posible para convencer a Stefany Lemmens que se relaje con este asunto. Que le reste importancia. Y sabía exactamente cómo hacerlo.
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