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(Nota de Marco: Les pido disculpas nuevamente. Esta parte es “más larga y aburrida aún” si anda buscando contenido netamente sexual. Pero no todo en la vida es “miel y hojuelas” y para mí, lo ocurrido sigue siendo importante, porque fue este punto el que me terminó ubicando acá, donde ya empiezo a ver el arcoíris tras la lluvia. De hecho, le sugiero que revise mi otra entrega, dado que como mencioné anteriormente, Marisol quiere que le vuelva a ser infiel una vez más y un encuentro casual en diciembre ha facilitado ese paso. Pero si usted ha leído estas historias por genuino interés, realmente se lo agradezco. Para mí, ha sido la oportunidad de confrontar la adversidad y salir adelante y en el fondo, reaprender que todo pasa con un propósito. De antemano, muchas gracias por su comprensión)
(Marco)
Como llegamos tarde y venía con calmantes, me acosté con el disfraz en la cama. Cuál sería la sorpresa de nuestras pequeñas, de no solo encontrarme vestido de superhéroe, sino que también con un parche en el ojo.
Recuerdo que Verito se quedó sin palabras, pero Pamelita, siempre tan directa…
ü Pappa, ¿Encontraste un monstruo?
Marisol y yo no pudimos evitar llorar, recordando los eventos de esa noche desgraciada, porque en su inocencia perfecta, mi hija había dado en el clavo.
- Sí, limoncito. Quería lastimar a mamá, pero lo derroté.
Mi hija me dio un abrazo y un beso, al igual que Verito y también, consolaron a mamá, que también necesitaba que la abrazaran y besaran.
Por la tarde, vinieron Brenda con su madre, a quien Marisol les había dicho que yo me había lastimado en una pelea. A la hija le conmovió verme así, pero su madre (habían pasado alrededor de unas 2 o 3 semanas que le había hablado de la relación de Brenda y Matt), preocupada por mi rostro, me ofreció ayuda legal en caso de que yo lo encontrara necesario.
Pero para nosotros, como pareja, el incidente nos trajo muchos cuestionamientos personales.
Marisol se afligía pensando si acaso había sido su culpa, si acaso ella había incitado el ataque. También se cuestionó si todo fue una especie de karma, por sus gustos personales de verme coqueteando o intimando con otras mujeres.
Para mí, me significó cuestionarme si debí actuar de otra manera. Si debí ser más aprehensivo con mi esposa y si realmente, era el marido atento que Marisol se merecía.
Sobra decir que, en una relación como la nuestra, los cuestionamientos eran injustificados y éramos nosotros mismos jueces más severos que el amor de nuestra pareja, por lo que nos confortábamos mutuamente.
Sin embargo, yo me sentía traicionado por la compañía: a pesar de haber dado mi mejor esfuerzo y entregado un trabajo con la mejor calidad posible, una situación como esta había arruinado todo.
En realidad, hacía tiempo que tenía pensado retirarme de mi trabajo. No era debido a una ardua carga laboral, poca paga o incomodidad. Al contrario, me gustaba mi trabajo, las personas con las que trataba y los desafíos que debía confrontar, mi salario era bastante bueno y aunque me gustaba mi oficina, a veces la sentía demasiado grande para mí solo.
Pero no me gustaban los miembros de la administración con los que trabajaba. Incluso en mi piso, a pesar de que era uno de los 4 hombres en todo el departamento, me encantaba conversar con mis compañeras, dado que tenían vidas “más normales”: de tuiciones compartidas y pagos de colegios, de no saber recetas de cocina o de planes de veraneo.
En cambio, en las reuniones con administrativos, los temas eran los indicadores económicos en las diferentes bolsas de valores, la compra de terrenos en lugares exóticos, y caballos. Diversos tipos de caballos, con sus respectivos ancestros y sus múltiples victorias.
Aun así, este lastimoso incidente me permitía salir de aquel molesto ambiente de dos maneras: por un lado, con mi carta de renuncia, y por el otro, por causal de despido, al romper el reglamento de la compañía.
Este último consideraba el más factible de todos, dado que yo no solo había tenido un incidente de violencia dentro del edificio corporativo, sino que, además había atacado al hijo de uno de los miembros de la junta coordinadora local y la única diferencia sería que saldría de la compañía con pocos beneficios.
Albert (al igual que el “Alberto” que conocí en mi primer trabajo y que mi esposa creyó que se llamaba “Richard”) era un tipo de unos 25 años, alto, rubio, de 1.95m, complexión gruesa, que según decían, había estudiado economía en Yale o en Harvard, y que ahora, venía a tomar las riendas de la oficina de su padre.
Pero apegándose a los clichés, era un parásito mediocre. Sus mayores problemas fueron ser un pendejo arrogante que le encantaba jugar lacrosse y vivía constantemente hablando de ello, además de sus horas de constante entrenamiento en las máquinas del gimnasio e incluso, de su intento al escalar el Everest, por lo que venía y veía nuestras oficinas como una especie de harem personal ( a pesar que incluso Maddie era su prometida), sin olvidar que sus contribuciones a la compañía eran minúsculas y que prácticamente, vivía costas del prestigio de su padre.
Por lo mismo, dado que yo no tenía ni senos ni vagina, él apenas me saludaba, pero no así a Gloria o a Sonia, a quienes acosaba constantemente, al punto que a mi jefa también la sacaba de quicio.
Pues bien, la junta extraordinaria la acordaron para el día martes (La fiesta de Halloween ocurrió el último sábado de octubre, por la noche), dándome 2 días para poder recuperarme. Cuando volvía la oficina, la que más se impactó fue Gloria, quién al ver mi cara hinchada, apenas pude alcanzar su mano antes que me la acariciara en frente del resto del personal y tratara de besarme o algo más, sonriéndole para asegurarle que todo estaba bien.
Cuando ingresamos a la sala de reuniones, el ambiente ya estaba denso. Por su parte, junto a Maddie, quien me miraba con llamaradas de furia, Albert venía con un cabestrillo en su mano derecha, aparte de varios vendajes en las mejillas y simulando una cara lastimera, aunque de cuando en cuando, me miraba sonriendo los momentos en que creía que Sonia no lo veía.
Como era de esperarse, cuando entraron los 8 miembros de la junta coordinadora local, no venían con los rostros más alegres. Eran personas que amasaban grandes sumas de dinero día a día y que tenían vastos estudios en economía y administración de empresas, aunque solo uno de ellos, la gerente general, una señora de unos 70 años llamada Edith, se ganaba mi respeto, porque en cierta forma, me recordaba a mi madre.
Tenía ojos claros, cabello corto y canoso, con algunos flecos, labios finos y nariz respingada, que usaba siempre camisetas de vestir de seda con cuello redondo y chaquetas gruesas con hombreras, además de faldas negras, pantimedias y zapatos de tacón. En resumen, proyectaba esa aura de mujer seria y madre estricta, apegada a la disciplina, que en el fondo daba mayor sensatez a las órdenes de la junta y que al momento de la toma de decisiones, podía convencer con relativa facilidad al poseer el 40% de las acciones de la compañía.
Pues bien, para ahorrar el tiempo, fui a ella directamente para entregarle mi carta de renuncia. Me miró molesta por saltarme el protocolo, como si hubiese sido impertinente, leyó la tapa del documento y me respondió con desdén.
v ¡Siéntate, Marco! No es tan fácil como piensas…- me amonestó como mi madre lo habría hecho.
Empezó el protocolo de la junta, donde comentaron lo ocurrido en la fiesta de Halloween. Particularmente, estaban más molestos conmigo por la “ofensa” que le hice a Andrew, dado que no solo había viajado exclusivamente a buscarme y yo me rehusé, sino que, además me “atreví a cuestionarlo moralmente”, por lo que les preocupaba que “mis irresponsables acciones hubiesen comprometido nuestras relaciones con la oficina central”, algo que solamente Edith consideraba como exageración de parte del resto.
Pero solamente Edith y Shawn, el padre de Albert, estaban más interesados en la trifulca que tuvimos.
Partió contando su versión Albert, diciendo que mientras recorría nuestro piso en busca de un baño, distinguió que la luz de mi oficina estaba encendida, a lo que fue a investigarla. En ella, se encontró con una “joven y bella prostituta” (Tanto Sonia como yo estábamos en nuestros límites controlándonos, en mi caso, por no volver a agarrarlo a golpes, y en el de ella, a agarrarlo a gritos, por sus mentiras) y que una vez que ingresó a mi oficina, ella se abalanzó a besarlo. Estando a punto de intimar, les sorprendí yo, que a pesar de que trató de calmarme, nos agarramos a golpes y que no lo dejé en paz hasta que le rompí la mano y lo tiré al piso.
- ¡Disculpa que mi cara te rompiera la mano, idiota! – le dije, olvidándome de la disciplina y ganándome una amonestación de Edith.
Pero la versión que más les interesaba era la mía, en la cual, aproveché de manifestar mi descontento por ascender en la escala corporativa.
Y es que, en todo ese tiempo, nunca comprendieron por qué nunca quise formar parte del circuito de la administración, dado que significaría mayores ingresos tanto para mí como para la oficina central.
Sin embargo, y reconociendo sus conocimientos en administración y economía, para mí no me era fácil aceptar que un accidente fuese considerado como una estadística o un costo. Al haber trabajado en faena, sabía que en el mejor de los casos, un accidente de esos significaba la pérdida de una extremidad y por lo mismo, era extremadamente meticuloso con mi trabajo y con el cumplimiento de los planos de mantenimiento (al punto que me apodaron en las faenas “Pepe Grillo” (Jiminy Cricket), porque estaba constantemente “apelando a sus conciencias” con mis llamadas y que curiosamente, era un apodo que Gloria detestaba, al no provenir ella desde el contexto de una obra minera), por lo que no me interesaba ascender, puesto que estaba logrando resultados a niveles locales.
Y es que, para ellos, era incluso más confuso que no quisiera aceptar el puesto de la oficina central, porque me significaría estar supervisando a las personas que actualmente desempeñan mi trabajo en las otras filiales, lo cual encuentro tremendamente aburrido, porque tendría menos posibilidades de interactuar con faenas mineras.
Fue entonces que Sonia pidió la palabra y se puso de pie, ante sorpresa de todos nosotros. Mi mejor “compañera de trabajo” confesó que, aunque estaba contenta por la propuesta que Andrew me había ofrecido, se sentía terriblemente mortificada ante la idea de verme partir. Y no se trataba de que tuviese temor sobre cómo desempeñaría mi cargo, ya que, según ella, lo haría bastante bien. El problema era que se había acostumbrado tanto a trabajar conmigo, que la idea de estar sola la llenaba de inseguridades y por lo mismo, aunque comprendía que, para la junta, mis acciones eran incomprensibles, le causó un enorme regocijo verme rechazar dicha propuesta, al punto que, al igual que en esos momentos, no pudo contener sus lágrimas.
Este fue el momento donde Edith compartió el dilema que ella y la junta tenían conmigo: Si bien era cierto que había transgredido el reglamento y le había presentado mi carta de renuncia, se estaba aferrando a la “cláusula de confidencialidad” para mantenerme en el cargo, la cual me impedía divulgar información sobre la compañía por un periodo, algo que causó gran revuelo en el resto, exceptuando a Sonia y a mí.
Y es que la información que les reportó la oficina central indicaba que, desde el periodo en que Sonia asumió su cargo y me designó a mí como su asistente, la tasa de utilidades se incrementó en un12,5% a través de todo el territorio australiano (algo que a Sonia y a mí nos llamaba la atención, porque sabíamos que era mucho más, aunque también considerábamos que los datos estaban desactualizados) y que la razón principal que vino Andrew a buscarme se debía a que logramos cumplir un semestre de “cero accidentes”, tanto en la zona central como en la costa oeste y que el único incidente que tuvo la costa este, no había sido fatal (aunque el golpe eléctrico que tuvo el irresponsable operario que no se aseguró que la red estaba desconectada, lo terminó arrojando unos 7 metros hacia la pared del túnel, siendo de milagro que no quedase cuadripléjico por fracturas en la espalda).
Por ese motivo, y siendo que ahora estaba bajo la mira de la oficina central, no podían ni despedirme ni aceptar mi carta de renuncia.
§ ¿Y qué vamos a hacer? Claramente, él no quiere trabajar acá y no estoy dispuesto a exponer a mi hijo ante un “salvaje”como él. – replicó alterado Shawn, con la preocupación comprensible de un padre.
Era un tipo severo, de ascendencia irlandesa, de cabellos rubios, ojos verdes y figura robusta y gorda, como probablemente será el asno de Albert si decide mantener una vida relajada y con más fiestas que ejercicio. Si soy sincero, quizás la parte que más me entretenía de esas reuniones administrativas era verlo exaltarse, puesto que su acento irlandés y la manera de expresarse la encontraba bastante graciosa, como una montaña rusa de acentos inesperados.
Y ahí fue el momento que propuse la solución de “mi exilio”. Aun así, debo recalcar que todo esto transcurrió en los últimos días de octubre del 2019 (Halloween cayó un jueves o un viernes). Es decir, ni siquiera el paciente “0” creo que se había manifestado en Wuhan y al menos, 3 meses antes que la pandemia se esparciera a través del planeta.
- Me gustaría, si fuera posible, que me habilitasen para trabajar desde mi hogar. –fueron mis palabras.
El primero en reaccionar fue Shawn, porque la idea le parecía inconcebible. Pero para mí, ya me estaba dando cuenta que no era “necesaria mi presencialidad” para trabajar. Como les mencioné, tenía que trabajar constantemente con supervisores en localizaciones remotas, a veces, hombres maduros y tozudos que, si no les mostrabas gráficos o presentaciones, simplemente no te escuchaban.
Y dio la casualidad de que encontré una plataforma digital bastante eficiente, que te permitía “compartir tu presentación”, al mismo tiempo que podías mostrarte en vivo, que incluso Kevin (El marido de Fio y jefe del departamento de programación computacional en nuestra filial en Adelaide) me decía que la usaban cuando tenían que coordinar ajustes de sincronización de información con otras filiales.
§ ¿Y cómo nos aseguraremos de que trabajas?¿Que cumples los horarios? ¿Que no pierdes tu tiempo? – me atacó Shawn, completamente sulfurado.
Le respondí que no sería difícil, puesto que, al conectarme a la plataforma digital de la compañía, se mantenía un registro de mi tiempo de conexión. Eso, complementado con el cumplimiento de mis proyectos, debería proporcionar un seguimiento fidedigno de tareas.
(Curiosamente, estas medidas nos valdrían otro reconocimiento adicional desde nuestra oficina central, dado que al replicar “mi exilio” en proceso de pandemia, nos convertiríamos en una oficina“vanguardista” … algo que Sonia todavía me molesta si debiese cobrar regalías…)
Y que en vista que “buscaban reemplazarme”, podrían cederme el permiso para conformar un grupo de trabajo, siendo que, en esos momentos, Gloria ya se estaba encargando de las legislaciones ambientales y que yo podría preparar a otras personas para que, eventualmente, tomasen mi lugar.
Pero, aunque Edith me había prestado atención, también había tomado apuntes sobre nuestros testimonios y había varios puntos que ella necesitaba aclarar.
Para empezar, a ella le llamaba la atención qué estaba haciendo Albert en el piso 9, puesto que, en esos momentos, él debía estar con nosotros en la reunión con Andrew, a lo que se excusó diciendo que necesitaba ir al baño, a pesar de que en la azotea también había uno. Entonces, argumentó que había olvidado algo en su oficina (que estaba en el piso 12) y que, en el camino de ida, pasó por mi piso, lo cual era aún más confuso, dado que la fiesta siempre la hemos celebrado en la azotea. En vista que parecía mirar a Maddie por respuestas, Edith pasó a preguntarme a mí.
Si yo “supuestamente” iba con mi esposa, ¿Por qué no pasó conmigo al segundo ambiente?
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(Marisol)
😕
Después que pasó todo, nos pusimos a conversar con la jefa de mi mejor amigo y llegamos a la conclusión que la vaca pechugona le puso una trampa a mi marido.
😠
Porque, o sea, era súper obvio.
Si mi mejor amigo iba a estar recibiendo un reconocimiento, yo lógico que tenía que estar con él.
Y justo se da la “coincidencia” que cuando yo estaba sola en la oficina de mi mejor amigo, llegó ese abusivo gorila.
Pero lo que yo no entendía era para qué…
“Mari, bonita. Es que tú no entiendes cuántas ganas le tenía Madeleine a tu marido…”
0_0
Y es que ella me contó que ya era un hecho que ambos se eran infieles y que el asunto del compromiso de matrimonio era para que a él lo dejaran en paz.
Pero seguro que quería aprovecharse de que“yo le fui infiel a mi marido”, para ver si mi mejor amigo cobraba venganza con ella…
Pero bueno…
😏
Igual es rico saber que, aunque mi marido ya no va tanto a la oficina, igual hay una tipa loca que mi mejor amigo le hace mojar los calzones.
XD
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(Marco)
Le conté a Edith que fue Madeleine la que me informó que debía asistir a la reunión, pero en ningún momento invitó a Marisol.
v ¿Por qué? – preguntó con una seriedad interrogante.
o Porque…no lo consideré necesario. – contestó Maddie, tratando de bajarle el perfil.
Edith cerró los ojos, como si habiendo escuchado tanta estupidez junta le hubiese colmado la paciencia.
v Disculpa, querida… ¿Pero acaso eres estúpida? - consultó Edith, rompiendo todo protocolo.
Todos estábamos sorprendidos, puesto que prácticamente, veíamos a Edith como el “ejemplo viviente del reglamento de la compañía” y que dijera esas palabras, rompía todos los esquemas.
o ¿Qué?- consultó Maddie, tan incrédula como nosotros.
v Por favor, no lo tomes como un insulto. –recapituló Edith, retomando su dignidad habitual. – Pero explícame esto, por favor: si sabías que una noticia como esta podría llevar a Marco fuera del país, ¿Por qué no le informaste también a su esposa? ¿No crees que era necesario?
o Pues yo creí que…
v ¡Madeleine, mide cuidadosamente tus palabras! – arremetió Edith, implacable. – Si llego a descubrir que todo esto ocurrió por un estúpido arrebato de celos tuyo, no solo moveré tierra y cielo para destinarte a Zimbabue, sino que te someteré a un sumario administrativo.
Ante la inminencia de ambos prospectos, Madeleine se vio muy alterada y rompiendo en llanto, expuso el motivo de sus acciones.
o Es que no podía aceptar que Albert me fuese infiel y, además, me dejara. – dijo, haciendo que Albert la contemplara con sorpresa. – Lo hice para que no me quitara su amor.
Y lo que pasó a continuación fue extraño: Madeleine acusó a Albert de haber conspirado en contra de mí, para poder aprovecharse de Marisol, a modo de venganza por mi ascenso, que, de alguna manera, ellos sabían de antemano, por lo que Madeleine cooperó con él para separarme de mi esposa, aunque nunca pensó que llegaría a tales extremos.
El problema de esta versión, que para el resto parecía bastante convincente, pero que a Sonia y mí no nos cuadraba era esto: Albert es un idiota perezoso y tampoco teníamos una rivalidad directa hasta la noche de la fiesta, por lo que planear algo tan complejo nos parecía inverosímil. Además, era un hecho que su compromiso con Madeleine era solo un tapón para que la familia de Albert no lo siguiera hostigando con matrimonio, en vista que constantemente se eran infieles mutuamente.
Incluso el mismo Albert, que hasta entonces se mostraba patético, para inspirar lástima, se veía en esos momentos estático por la sorpresa.
Y sin proponérselo, creo que Sonia terminó reforzando esa postura…
· Me gustaría proponer una solución adicional, si es que fuese posible. – rompió Sonia el silencio.
Una vez más, para desagrado de Edith, se rompió el protocolo, al entregarle mi jefa una carpeta con documentos, pidiéndole que los revisara a discreción. Cuando volvió a sentarse a mi lado, lo hizo mucho más cabizbaja de lo que normalmente es.
Hasta la fecha, no sé los contenidos exactos de esa carpeta (Sonia es bastante discreta), pero según me parece, recolectó testimonios de algunas empleadas afectadas por Albert.
Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue que si bien, al principio Edith se mostró molesta por la ruptura de protocolo con Sonia, la información fue tan explosiva, que además de cambiar su mirada hacia Albert con un severo desagrado, la hizo a ella ponerse de pie y dirigirse directamente a Shawn, para entregarle la carpeta.
v Discúlpame, Shawn y a ustedes también, miembros de la junta, pero en vista a los hechos presentados, no puedo seguir aceptando a tu hijo en mi sucursal. Apelo, primeramente, a mi amistad con Shawn, para no compartir con el resto de ustedes los contenidos de esa carpeta, pero para darle bases del porqué de mi decisión.
Nunca creí que llegaría a ver cómo un hijo perdería el apoyo de un padre en cosa de minutos, pero Shawn no solamente quedó devastado con la noticia, sino que accedió sin derecho a reproche la decisión de Edith.
Albert, en cambio, nos miraba a todos, como si estuviese ahogándose. Pero era un hecho que nadie le apoyaba y que, al igual que yo, también tendría su castigo.
Cansada y empuñando la mano, Edith finalmente se dirigió a mí.
v Marco, dolorosamente, no me gustaría concederte tu petición. Lo digo porque claramente tienes la razón y puedo ver, tanto por el testimonio de Sonia como por la información provista por la oficina central, que serás una pérdida para nuestra filial, porque necesitamos más personas como tú. Sin embargo, debo concedértela, puesto que hemos sido nosotros quienes te hemos fallado y solo me queda decirte que, si en algún momento decides volver a trabajar con nosotros en el futuro, las puertas estarán abiertas para tu oficina.
Y así empezó todo: empecé a depender netamente de Sonia, a quien ocasionalmente debía ir a visitar a su oficina para mostrarle mis avances, sin tener que lidiar con el resto de la junta y logré conseguir que tanto a Nelson como Gloria trabajaran en mi antigua oficina, quienes parecen tener un “pequeño romance de oficina”, dado que Oscar (la pareja de Gloria) sigue con extensos turnos en el hospital y mi buen amigo viene escapando de una relación tóxica.
A Madeleine le terminaron haciendo un sumario que por poco le hace perder el trabajo. Pero al parecer, y según lo que me ha dicho Sonia, que la “cercanía a su exsuegro” le ha permitido mantenerse en su trabajo, por lo que, a los finales de agosto del 2020, nos significó a mí y a mi familia reubicarnos a la casa en la que nos encontramos ahora, como un último acto de venganza.
Y si bien, al principio lo creí como una derrota, con el pasar de los meses, encontré lo bueno: se decretó la pandemia y pude volverme más cercano con mis hijas y con Bastián, así como tomar las labores de la casa mientras Marisol trabaja en la escuela.
Pero a modo de catarsis, me gustaría decir esto: Nunca sabes las vueltas que te da la vida. Si Marisol y yo no hubiésemos atendido a esa fiesta, nada de esto hubiese pasado. Pero, aun así, en la adversidad, las cosas igual mejoran eventualmente y aquí me tienen, tan enamorado de mi ruiseñor como siempre y nuevamente luchando, porque sigo queriendo “serle fiel”.
Muchas gracias por su comprensión.
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(Marisol)
XD
Habían pasado unos 2 o 3 meses de esa noche, habíamos ido a terapia de pareja y todo, cuando mi mejor amigo, de la nada, me pregunta:
“Ruiseñor, si me hubieses acompañado a lo de Andrew esa noche, ¿Qué habrías decidido? ¿Nos quedábamos acá, en Australia, o nos íbamos a Inglaterra?”
😰
“¿Por qué me preguntas a mí? ¡Es tu trabajo! ¡Tú tenías que tomar esa decisión!” le respondí, porque a él le estaban ofreciendo la oportunidad y yo soy capaz de seguirle a donde quiera que vaya.
😕
Y mirándome tan lindo y sencillo como es, me dijo…
“¡Oh!, entonces, supongo que igual nos habríamos quedado acá, de todos modos.”
😍
¡Nunca me cansaré de amarle!
😉
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