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PDB 02 Pan de pascua




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Compendio III


Todo empezó a principios de diciembre, con un antojo de Marisol: quería comer pan de pascua.

No sé si las otras culturas lo conocen, pero este postre consiste en un queque con frutas deshidratadas, que nuestra cultura generalmente lo come para navidad.

Particularmente, no me gusta, ya que las frutas secas encuentro que saben a pasas, pero Marisol estaba melancólica por nuestra tierra, así que me decidí a darle en el gusto.

Busqué en línea y aunque ahora vivimos en los suburbios, encontré una pastelería relativamente cercana donde podía comprarla.

Cuál sería mi sorpresa que, luego de comprar 2 piezas, encontré un rostro familiar en la caja registradora de la tienda…

PDB 02 Pan de pascua

-         ¿Doris?
Al escuchar su nombre y mi voz, sus preciosos ojos celestes se iluminaron y sus palabras, al parecer, colapsaron unas con las otras.

·        Hey… ¡Eres tú!... hey… hey…hola… bienvenido… ¿Cómo estás?... ¿Vas a comprar algo?... no, ya compraste…uhm… ¿Puedes esperarme unos segundos?

Y sin darme tiempo para responder, salió de la caja, casi corriendo para hablar con otra mujer.

·        ¡Por favor, jefa, le pido solo15 minutos de descanso!... ¡Limpiaré la tienda por las noches toda una semana!- le imploró a una mujer morena, de unos 45 años.

-         ¿Es tu jefa? – pregunté, luego de seguirla. - ¿Ayudaría si agrego a mi orden 2 pies de limón y 2 tortas de chocolate?

rubia

Lo que más me llamó la atención fue que apenas salimos de la tienda, Doris me dio un abrazo cariñoso. Es decir, se colgó a mis hombros y apegó su rostro a mi pecho, como si durante años, hubiese querido abrazarme, lo cual es bastante extraño dentro de la cultura australiana, dado que rara vez muestran afecto con abrazos.

Nos sentamos afuera, en una mesa. Creo que, sin exagerar, Doris sonreía de oreja a oreja al verme.
Su cabello rubio había crecido pasando los hombros. Sus ojos celestes se veían más vivaces y su sonrisa, la combinación perfecta entre ansiedad y alegría. Sobre su manera de vestir, nada demasiado espectacular: una camiseta y pantalones color café claro, con un delantal blanco con pechera, que ocultaban discretamente los encantos que años atrás, me tocó disfrutar.

·        ¿Cómo has estado?... ¿Qué has hecho?... ¿Cómo ha sido tu vida? ...- preguntaba incesantemente, sin darme tiempo para responder, mordiéndose el labio como aquella noche.

-         Bien… supongo. – respondí, un poco sobresaltado por su ansiedad. - ¿Qué hay de ti? ¿Hace cuanto trabajas aquí?

·        ¿Yo?... pues yo… llevo aquí un par de años… quiero decir… luego que Miles y yo rompimos… porque nosotros rompimos… no podía mantenerme sola… así que necesitaba trabajar… y aquí, estaban ofreciendo un puesto de trabajo… por lo que lo tomé… y ahora, trabajo aquí.- respondió bastante nerviosa. Sus constantes pausas y el hecho que me dijera que Miles y ella habían roto, sin que en ningún momento se lo hubiese consultado, me pareció completamente adorable.

Y con la intención de poder tranquilizarla, le tomé la mano, lo que, al parecer, la terminó alterando más…

-         ¡Tranquila, todo está bien! -le dije con la voz de alguien que se encuentra con un viejo y querido amigo.

·        ¡Lo sé!... es que no nos hemos visto en años… es decir… después de esa noche… y quería pedirte disculpas…porque…- exclamó, con su mirada perdida en mi mano.

-         ¿Porque…? – traté de guiarla con mis palabras.

Me miró a los ojos, suspiró.

·        Porque no sé tu nombre. –respondió, mirando al suelo avergonzada.

-         ¡Oh, ya veo! Pues, mi nombre es Marco. - le respondí, aunque pronunciar mi nombre real en inglés es difícil de memorizar.

·        Oh, ok… Marco… Marco…

Asentí con la cabeza, cuando lo empezó a pronunciar mejor.

Se le notaba más aliviada, pero no por eso, menos nerviosa…

·        Pero no es solo eso. –prosiguió, como si sus palabras se agolparan frustrantemente dentro de su boca.– quiero decir… no quiero que pienses que lo que pasó esa noche, lo hago siempre… es decir… entre Miles y yo…

Le envolví la mano con la otra, intentando volver a tranquilizarla.

-         ¡Tranquila! ¡Miles era un imbécil! – le dije yo, sonriendo, haciendo que también ella lo hiciera. – pero sí… te entiendo. Aunque para mí, esa noche fue muy especial.

Su sonrisa se iluminó más.

·        ¿De verdad?

-         ¡Por supuesto! ¡Mírate! ¡Eres preciosa!... y esa noche, pensaba lo afortunado que era, porque nunca conocí una mujer como tú cuando estaba en la universidad.

·        Pues… tú no te ves tan mal para tu edad…- señaló ella, coqueteando con mayor confianza.

Le sonreí, acariciando su mano.

-         Pero respondiendo a tu preocupación, yo tampoco hago eso a menudo. – levanté mi mano izquierda, mostrando mi anillo. – Sigo casado.

Y su expresión fue como si le echara un balde de agua fría.

·        ¡Oh!... eres casado… eres casado… y… ¿Creo que tenías hijos?

Asentí.

·        Por supuesto que estás casado y tienes hijos… ¡Debería volver a trabajar! ...- exclamó ella, poniéndose mucho más tensa.

Pero yo no solté su mano.

-         ¿Quieres tener de nuevo lo de esa noche?

Ella me miró, soltando un suspiro, en una mezcla entre terror y curiosidad.

-         Si tú quieres, puedes decirme que no y no volveré más. Pero si quieres volverme a ver, no habrá problemas. –le sonreí. – A mi esposa, le encanta el chocolate y no le parecerá extraño que venga a visitarte.

Pareció calmarse y volverme a mirar.

-         Doris, yo recordé tu nombre, porque lo que tuvimos esa noche fue especial. Aunque estuvimos atrapados por la estúpida apuesta de Miles, en realidad, me sentí contento de haber estado contigo, porque me pudiste aceptar. Insisto, fui afortunado, porque una mujer tan bonita como tú no habría estado conmigo si no hubiera sido a la fuerza. –comenté, haciéndola reír, pero a la vez, haciendo que volviera a sentarse.
-         También sé cómo era Miles… y aunque no puedo demostrártelo, creo que soy diferente. Esa noche, aunque nos conocíamos por primera vez, quería que te sintieras bien, porque noté que lo necesitabas.

Y justo cuando lagrimas empezaron a rodar por sus mejillas, sopló una breve ráfaga de viento, agolpando sus cabellos alrededor de los ojos, los cuales despejé con una caricia en su sien.

-         Y aunque admito que eres bonita, me gustaría que me dieras la oportunidad que tuviéramos algo más profundo a lo que hicimos esa noche… porque, aunque fue especial, fue demasiado breve y me gustaría mostrarte cómo soy.

Las preciosas joyas en sus ojos permanecían cautivadas por los míos y por mis labios…

-         No niego que me encantaría acostarme contigo otra vez… pero si tú quieres esperar…

Mis palabras fueron interrumpidas por un fenomenal beso, el cual respondí intoxicado. Nuestras lenguas degustaban ese sabor prohibido con agrado y en su mirada, notaba que no pasaría mucho para que volviéramos a acostarnos.

-         Pero tengo que serte sincero…no puedo ofrecerte más que esto… estoy casado… y quiero a mi esposa e hijas.

Mis pausas eran interrumpidas por suaves besos, los cuales buscaban callarme y extender ese instante por un par de minutos.

Tenía tantas cosas por decirle a ella… sobre por qué aquello era una locura…

De un beso a otro, se terminó sentando sobre mis muslos, abriendo sus piernas de una forma muy sugerente, mientras nos seguíamos besando sin parar. Nuestros sexos estaban tan cerca el uno del otro y tenía la excusa perfecta de sujetarme de su perfecto trasero. Ella, en cambio, no dejaba mis labios, como si estuviese famélica todo este tiempo.

Pero eventualmente, tuvimos que respirar…

-         Podemos dejarlo a la fortuna…-le dije, pidiendo una pausa.

·        ¿De qué hablas? - preguntó, limpiándose los labios con la lengua y arreglándose sus hermosos cabellos, que algunas ráfagas traviesas y las caricias de mis manos se las arreglaron para despeinarla.

-         Podemos dejarlo a mi esposa. Que ella decida si le gustan tus tortas. – nos besamos un poco más. – Si ella dice no, no nos volveremos a ver más…

Eso reavivó la intensidad de nuestros besos al borde de la locura. Para ella, la oportunidad liberadora de besarme a sus anchas, creyendo que eso sería una última vez…

Para mí, excitándome terriblemente, puesto que conociendo a Marisol y habiéndole explicado lo ocurrido, no tenía dudas que nos volveríamos a ver una y otra vez.

Lamentablemente, esa tarde lo tuvimos que dejar hasta ahí, puesto que ya era “dolorosamente evidente” en mis pantalones que Doris me atraía, al igual que ella estaba encantada de restregarse sobre aquello que quería dentro de sí.

Pagué los panes de pascua, los pies y las tortas ante las maliciosas sonrisas de la jefa de Doris y otra de las vendedoras, quienes nos estuvieron contemplando a través de las ventanas.

De cualquier manera, junto a Marisol organizamos una pequeña reunión con los vecinos, que era algo que tenía pendiente de años, pero que ahora aprovechaba nuestros excedentes de golosinas.

Pero en lo que respecta a los panes de pascua, estos no duraron más de una semana, con mi esposa encontrándolos “los más ricos de los últimos años…” e instigándome constantemente sobre cuándo le compraría más…


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