Antes de despedirnos, le quise chinchar un poco y le dije que si no me quería a su lado debía ser para poder tirarse alguna de las mujeres con quien iba a reunirse, ahora que era un hombre libre. El tiro acabó saliéndome por la culata: me devolvió la pelota preguntándome si me parecería mal que lo hiciese. Y claro, yo, la tía progre y liberada, no pude decirle otra cosa que no era celosa y me parecería estupendo. Además, pienso montármelo con Carmen, así que no te cortes, acabé soltándole.
Finalmente, los dos días de trabajo, acabaron convirtiéndose en tres muy intensos. Al acabar el curro el último día, mi padre nos invitó a comer a Carmen y a mí para despedirnos. Fue un almuerzo un tanto surrealista. Mi amiga y yo nos habíamos puesto de acuerdo en ir de calientapollas, vestidas para matar y provocando. Le había contado a Carme la rocambolesca historia de mi madre y Carlos y le dije que quería poner a tono a mi padre, porque lo veía un poco depre y creía que un estímulo extra le daría el empujón que necesitaba para ligar y olvidarse de mi madre por un tiempo.
Habíamos quedado en La Balsa, en la parte alta de Barcelona. Llegamos al restaurante cinco minutos tarde, para que así él nos viese llegar. Fue una entrada triunfal: Carmen con su top sin espalda pegado al cuerpo y unos minishorts de licra a juego, con cinturón ancho, que le marcaban hasta los pelos del coño que no tenía. Sus alpargatas de plataforma, abrochadas a la pantorrilla con unas tiras de piel, como si fuese un soldado de la antigua Roma, acaban de darle un toque sofisticado y sexi. Yo estrenaba un jersey cortito de tejido de bambú de Miu Miu, como de macramé. Me lo había comprado en las rebajas la tarde antes. Abajo, falda de denim de talle bajo, para poder enseñar más tripita y del largo justo para tapar la entrepierna. Como me tocaba cumplir mi pena, ni tan sólo cogí ni unas tristes bragas de Mazagón, así que no pude ponerme ni queriendo.
Papá se quedó traspuesto cuando nos vio entrar en la sala con nuestros looks. El resto de los clientes y personal, también. Le dimos dos besotes cada una, arramblando los pechos a su torso y nos sentamos a la mesa. Sin duda éramos el centro de atención de la sala. Nosotras, por méritos propios, él por las miradas de envidia que despertaba.
- Chicas, os veo estupendas. Un poco despendoladas, eso sí. Es verano y hay que disfrutar del buen tiempo, pero hija, se te ven las tetas por los agujeritos del jersey. Y tú, Carmen, con estos pantaloncitos, se te marca todo.
- Carai, ¡cómo te fijas Johan!. Pues yo aún llevo un tanguita, porque has que saber que tu hija va con el chichi al aire.
Tenía la conversación donde yo quería y continuamos atacando a mi padre durante toda la comida. Queríamos saber qué había hecho las dos noches que había pasado en su hotel. Le costaba hablar, así que empecé por explicarle mi noche de chicas con Carmen. Ella quería hacerme callar. Le habían subido los colores y le daba mucho apuro. Mi padre, al saber que lo de enrollarme con ella, no habían sido sólo palabras para provocarle, sino que la noche anterior habíamos follado hasta corrernos como cerdas, se soltó.
Nos contó que había pasado la noche con Ágata, la jefaza de su cliente. La describió como una tía madura, diez o doce años mayor que él, pero guapa y marchosa a rabiar. El primer día fue a cenar con tres colegas del cliente y ellos dos ya tontearon discretamente. Ella estaba casada, con hijos y bla, bla, bla, pero como le dijo el día siguiente en el break de media mañana, tenía el coño reseco y quería ponerle remedio. Antes de volver a entrar de nuevo en la reunión, ya habían quedado para pasar la noche juntos. Los dos eran personas desinhibidas y experimentadas y les gustaba el sexo. Pasaron una noche fantástica y les quedaron ganas de repetir. Nos contó algunos detallitos. Carmen se moría de vergüenza al oír que le hizo una mamada buenísima o cómo le comió el chocho después de llenárselo de leche, mientras le daba dedo al ojete. Yo le felicité de corazón y tuve que pedirle que vigilase su pajarito, ya que la erección desconcentraba a la señora de la mesa de al lado y la pobre, se perdía parte de la conversación.
Dejamos a mi amiga en su casa. Recogí la bolsa con las cuatro cosas de ropa que me llevé del chalé y las que había comprado en Barcelona. Subimos al coche y emprendimos ruta hacia Cadaqués, dónde habíamos reservado para la noche.
Pasamos cuatro días de ensueño: Playas y sexo. Sexo y buena mesa. Confidencias padre-hija y entre amantes, y más sexo. Nos comportamos como una pareja de adolescentes salidos, pero uno con casi cincuenta años y larga experiencia y la otra, universitaria con mucho camino recorrido entre las piernas.
Sólo nos permitimos un KitKat más allá de nuestra pareja. Fue en Roses. Salimos a hacer una copichuela y acabamos en la discoteca Passarel·la, en Empuriabrava. Tomamos un par de copas, tonteamos y bailamos. Nosotros dos bien juntitos, y cada uno por separado con lo que encontró. Mi padre se lio con un grupo de cuatro o cinco chicas. Seguro que pretendían que les pagase las copas, pero cuando entró en materia, se lo quedaron de compañero de baile un buen rato. Eso sí, cuando quiso jugar un poco, le dieron un besito cada una y a correr.
Yo, aún no sé por qué, me aproximé a una pareja, más cercana a la edad de mi padre que a la mía. Los dos eran guapos a rabiar e iban super arreglados sin parecerlo, con un gusto exquisito. Me invitaron a un vodka limón y nos pusimos a bailar los tres. Acabamos focalizando la atención de media pista. Fuimos cogiendo confianza y al acabar una pieza, tomé a la chica de la cintura y la besé. Un pico sin malicia. Lo aceptó de buen grado y me lo devolvió. No quise que su pareja fuese menos y le di el mismo tratamiento. Él hizo lo propio y me gustó. Besaba bien. Entonces les tomé a ambos y junté sus labios. No llegaron a tocarse. La mujer se echó a reír y apartó a su compañero.
Era su hermano, ja, ja, ja. ¡Si supiese quien era mi pareja de baile y de muchas cosas más!. El tío se fue con su esposa. Se ve que eso del bailoteo no iba con ella y se había refugiado en un apartado, hablando con alguien. La chica se quedó conmigo y yo quise saber más de ella:
- Me llamo Julia. ¿Y tú?.
- Laia. Menuda sorpresa te has llevado. Seguro que pensabas que éramos pareja.
- Pues sí, y no me hubiese importado. Estáis muy bien los dos. ¿Tú has venido sola?.
- Con mi hermano y mi cuñada, así que ahora me he quedado solita. El cabrón de mi marido me dejó a medias vacaciones para irse a Panamá a arreglar no sé qué asunto. ¡Lo que iba a arreglar, eran los bajos de una amiga!. ¿Tú también estás sola?.
- No, he venido con mi pareja. Mira es ese de ahí.
- No está nada mal, pero es mucho mayor que tú.
- Me gustan con experiencia y él tiene mucha, casi tanta como aguante. Es un tío genial y… folla como los ángeles.
- Un poquito golfa te veo, Julia.
- Bastante. ¿Seguimos bailando?. Mira, el DJ se ha puesto nostálgico y acaba de pinchar You Are So Beautiful de Joe Cocker. Me encanta, anda ven.
Le pasé los brazos por el cuello, ella me los puso bajo la cintura, y seguimos el ritmo. Tal como avanzaba la pieza, sus manos iban descendiendo hacia mi culo. Ese día llevaba una faldita fina y amplia a medio muslo. Me repasó las nalgas y siguió bajando. Bailando, bailando, me llevó hasta quedarme con la espalda cerca de una pared. Llegó al dobladillo y subió las manos por dentro de la ropa.
- ¡No llevas!.
- Ya te he dicho que soy bastante golfa. Tócame un poco ahí, anda.
Tocar, me tocó, pero lo que me cautivó, fue el besarme como pocas veces lo había hecho alguien. ¡Qué bien besaba la tía!. Esa noche me apetecía un poco de marcha extra y decidí probar. Le pregunté a bocajarro si le apetecía enrollarse conmigo y con Johan, mi pareja. Dudó, pero poco. Llamé a mi padre y le presenté a Laia. Le dije si quería acompañarnos a jugar al billar a tres bandas. Él no dudó. Monté con ella en su coche, papá nos siguió y acabamos en una casa acojonante entre pinos, en lo alto de un acantilado frente al Mediterráneo.
En cuanto cruzamos la verja, se dirigió a una casita anexa situada en un lateral de la finca. Llamó a la puerta y entró. Salió al cabo de medio minuto y nos informó que los guardeses no nos molestarían. Tomó a papá con una mano y a mí con la otra y nos llevó a la piscina que había detrás de la casa principal, en la parte del jardín que daba al mar. Nos quitamos la ropa y nos tiramos de cabeza a la piscina. En un suspiro estábamos besándonos, en dos comiéndonos los bajos y en tres follando en tropel.
Subimos a su habitación. La estancia era una pasada de lujo y buen gusto. Apartamos el cubrecama y nos tiramos sobre el lecho en una melé indiscriminada. Mi padre y yo, aún sin hablarlo, teníamos claro que esa noche era algo a tres: queríamos vernos actuar como una pareja abierta y saber si eso podía coartar nuestro futuro. Nada de alternar parejas, lo que hiciésemos, lo haríamos los tres machihembrados.
Primero montamos un triángulo en que mi padre penetraba a Laia, ella me daba a comer su coñito y él me lo comía a mí. Laia y yo íbamos muy calientes y nos corrimos enseguida. Él continuó empotrando a nuestra anfitriona, hasta llenarla con su esperma. Era la más pequeña, pero quise tomar la batuta y sorprender a nuestro ligue compartido. Me volteé y me amorré al cochito relleno: ¡ese semen era de mi hombre!. Envié a papá a comerme el culo mientras la nueva amiga le chupaba el rabo.
Laia debía mamarla de cine, porque en pocos minutos tuvo el cipote paterno de nuevo muy hermoso. Con la herramienta preparada, le pregunté si quería meterla en mi culo o en el de ella. No tuvo que responder: mi compañera nos dijo que la sodomía no iba con ella y se negó en redondo a ser la protagonista. Me alegré un montón porque deseaba sentir a mi padre taladrándome por la vía estrecha. Trajo una crema untosa y se ofreció a prepararme el ojete. La tía sabía usar los dedos y cuando quise darme cuenta, tenía el ano abierto como una flor y estaba a las puertas de un nuevo orgasmo. Métemela y dale lengua a nuestra anfitriona, Johan, le pedí. Y con las dos matándonos a besos y las tetas bien sobadas, nos pusimos a ello.
Yo estaba en plan exhibicionista. Quería que esa mujer madura y con mucho mundo, viese cómo una chica que podía ser su hija tenía la experiencia y el desparpajo suficiente para participar en un trío improvisado y llevar la batuta. Claro que, en realidad, lo que pretendía era que mi padre aceptase que su hija, en la cama, podía llegar a ser una compañera tan libertina como él fuese capaz de aceptar.
Ahítos de sexo, nos aseamos a fondo, nosotros nos vestimos y ella nos acompañó al coche. Nos costó despedirnos, pero finalmente cogí un rotulador del bolso, le escribí mi teléfono sobre el pubis y riéndonos entre besos y caricias, nos abrió la puerta de la verja y volvimos al hotel.
Esa experiencia nos mostró el camino de nuestra futura relación de pareja. Estábamos obligados a aceptar que teníamos una relación transgresora, en la que los tabús no tenían cabida y en la que el sexo liberal iba a ser la norma y el vínculo paternofilial, la argamasa de la unión. En menudo embrollo nos habíamos metido, aunque era tan gratificante y me daba tanto placer...
El día previsto cogimos un vuelo a Sevilla. Al llegar al aeropuerto, recogimos nuestro coche, volvimos al chalé de Mazagón, hicimos las maletas, cerramos la casa y tomamos el camino de vuelta a Madrid. Creo que llegar a casa nos impresionó a ambos. Había salido de allí tres semanas antes como hija, volvía como amante de mi padre y mi madre se había ido a vivir con mi exnovio a otra casa, de la que en ese momento ni tan sólo sabíamos las señas. Los armarios de mamá estaban vacíos. Faltaban libros, discos y otras cosas que consideraba suyas, lo que había dejado espacios vacíos con marcas de polvo en estanterías y anaqueles.
En fin, mi padre y yo teníamos que reordenar nuestra vida y ver como gestionábamos puertas afuera una relación que amigos, familia y la propia sociedad, consideraría improcedente y no admitiría, hiciésemos lo que hiciésemos. En la Costa Brava habíamos hablado de todo eso y decidimos no contar a nadie nuestro nuevo estado “marital” y aceptar ambos una cierta promiscuidad con terceros. Os he de confesar que, a mí, siempre que no haya engaños y sea sólo sexo, saber que mi hombre folla con otras, me pone un montón. Eso sí, nada de niñatas. Yo creo que a él le pasa lo mismo. Montárnoslo, de tanto en tanto, los dos con otra pareja o con una chica, como en Roses o, por qué no, un chico, añadía un morbo fantástico a nuestra relación. Debe ser que, en el fondo, somos unos pervertidos del copón.
Esa misma noche trasladé mi ropa y demás cachivaches a la habitación de mis padres y me hice mía la cama de matrimonio. Mi padre me propuso comprar una nueva, por aquello de pasar página. Le dije que ni hablar, me encantaba saber que mamá y él habían gozado mucho follando sobre ese colchón. Ahora sería yo la que compartiría el placer con él y eso le añadía un punto escabroso que me ponía cantidad. Me parece que mi desvergüenza le asustó un poco, pero yo soy así.
Todos los días venía a limpiar y cocinar una chica. Se llamaba Jaira, tenía unos treinta años y era caribeña. Trabajaba con nosotros desde hacía ya cuatro o cinco años y me llevaba muy bien con ella. De hecho, nos contábamos confidencias sobre cómo nos lo montábamos con nuestro marido y novio y los escarceos de circunstancias. Incluso me había pillado un día a medio dedo. Yo había continuado hasta que me vino. Ella no dejo de mirarme, tocándose las tetas sobre la ropa. Por eso sabía que era una mujer discreta, liberal y muy caliente y ella conocía de primera mano, tanto lo mucho que me picaba el chocho, como que podía confiar en mí.
Había convencido a mi padre que Jaira era de plena confianza y dado que a alguien que veía a diario todo lo que pasaba en casa, no podríamos ocultarle la realidad, más valía contárselo. Lo hice a la mañana siguiente, su primer día después de vacaciones. Empecé por decirle que mamá se había ido de casa. Se extrañó un montón porque veía a mis padres muy unidos y “buenos cogedores”, me dijo. Me recordó la de ocasiones en que había tenido que cambiar sus sábanas varias veces a la semana. Me reí y le conté que se había ido con Carlos, mi novio. Entonces, la que se rio fue ella. Le confesé que había más: me he encoñado de papá y ahora follamos juntos, dije. No sólo no se escandalizó, sino que me explicó que en su país ocurría a menudo y que ella misma se había encamado unas cuantas veces con el que se presuponía que la engendró. Ya sabes cuando eres joven, quieres probarlo todo, me dijo. Me agradeció la confianza y prometió que no saldría una palabra fuera de nuestras paredes.
Durante algunos meses, en casa hicimos la vida propia de un matrimonio: trabajo y universidad, cenas en casa, escapadas de fin de semana y sexo, mucho sexo. Las primeras semanas, follábamos casi a diario, algunos días al acostarnos y por la mañana, antes de levantarnos. Poco a poco fuimos bajando el listón y la cosa iba a impulsos. Un fin de semana nos lo pasábamos en la cama, levantándonos sólo para mear y comer. Otro íbamos a hacer senderismo al Valle del Tiétar o cualquier otra actividad parecida y nos quedaba el tiempo justo para un solo polvo. Entre semana nos fuimos relajando, aunque siempre caían unas cuantas sesiones de sexo del bueno.
Con mamá habíamos ido normalizando la relación. Nos dio la dirección de su nuevo estudio en Malasaña y la había ido a ver un par de veces a horas en que no estaba Carlos en casa. A fin de cuentas, ella era mi madre y seguía queriéndola mucho a pesar de todo. No nos contábamos nuestras cuitas sexuales como antes, pero recuperamos una cierta confianza. Con Carlos era otra cosa: no era capaz de odiarlo, de hecho, creo que algunas veces incluso añoraba su compañía, pero aún tenía que pasar mucho tiempo para que pudiésemos compartir una conversación sin acritud.
Al mes y medio de llegar a Madrid, papá tenía una reunión con Ágata, la CEO del cliente ese que había ido a visitar a Barcelona, con la que le unía una gran amistad. Me pidió si me parecía bien que pasase la noche con ella. Por supuesto, le dije, pero luego has de contarme todas las cositas que habéis hecho, mientras me partes el culo. Hace casi dos semanas que no me la metes por ahí y voy a perder la práctica. Se rio con ganas y me aseguró que así sería. Una semana más tarde fui yo la que le dije que me apetecía follarme a un compañero de la empresa donde hacía prácticas y a su novia. Querían probar eso de los tríos y necesitaban a alguien que les hiciese de mentor y ya puestos, aportase un coño.
Unos días más tarde, después de un fin de semana de esos de follar y no parar, decidimos ir a un club swinger. Yo no había estado nunca. Él parece que sí, ¡con mamá!. Fuimos el jueves y desbarramos un montón. Salí con todos mis agujeros escocidos, y creo que papá, con la polla más delgada de tanto desgaste. Me gustó vivir la experiencia una vez, pero a mí me va más el acercamiento pausado, el ligar, enrollarme con amigos o conocidos. Eso de entrar en una sala con tres tíos metiendo rabo, acercarte y que uno de ellos se lo saque de la que está baqueteando el coño, cambie el condón y te la meta a ti, no sé, es como muy frío. Claro que el día que fuimos era uno temático, el de la “Bacanal en Roma”. Vamos, una orgía en pendiente y sin frenos.
Poco antes del puente del Pilar, mi padre se tuvo que ir de viaje a Dubái una semana y media y le pedí su visto bueno para tener algún rollete con Reme, una amiga de la universidad con cuerpo de diosa y un volcán entre las piernas, mientras él no estuviese. Me dijo que por supuesto, que hiciese lo que quisiese con mi cuerpo esos días y cuando me pareciese, que no hacía falta que pidiese permiso. Le di las gracias, le dije que cuidase que su rabo no pasase hambre esos días y, ya puestos, que vigilase el ojete, porque se dice que los de allí, mucho prohibir, pero algunos no desprecian un buen culo peludo.
Esa semana vino calurosa. Invité a Reme a pasar el fin de semana juntas. Con el puente, podíamos tomarnos fiesta hasta el martes. Como quería playita, le propuse ir al chalé de Mazagón. Eran seiscientos quilómetros, pero para cuatro días, valía la pena. Además, a Reme le encanta conducir y si es el deportivo alemán de mi padre, ni os cuento. Salimos el viernes después de comer, paramos a cenar en La Fábrica, en Minas de Riotinto, y a las once y media llegamos a la casa.
Me llevé a Reme directamente a la habitación principal, la ayudé a desnudarse, ella a mí, nos comimos los morros y nos revolcamos en la cama un rato, sin llegar a nada serio. Entre el viaje y el ajetreo de la semana, estábamos hechas polvo y los cuerpos, más que sexo, nos pedían sueño.
El sábado, aunque nos despertamos a buena hora, nos levantamos tarde. No se nos pegaron las sábanas, se nos pegaron los coños. Satisfechas, desnudas y sin asear, bajamos a desayunar. Íbamos a hacernos un café y mojar las madalenas que trajimos, porqué aún no habíamos ido a comprar, pero nos encontramos la mesa puesta con dos servicios, zumo, fiambres, pan tostado, mermeladas, mantequilla e incluso bollería de la pastelería de la Martinita, la mejor del pueblo. Miré al jardín y me encontré a mamá saliendo del agua tan vestida como nosotras, saludándonos con la mano:
- ¡Hola, chicas!. Me he despertado temprano y como os he visto abrazaditas, durmiendo con esa cara tan dulce, he decidido no deciros nada. Me he ido a comprar croissants y unos pastelitos para desayunar. A la vuelta, os lo estabais pasando tan bien, que tampoco os he querido molestar y he preparado el desayuno. Estaba segura de que bajaríais hambrientas.
Reme no sabía dónde meterse: En medio de la cocina, las tres en bolas, mi madre diciéndonos que nos había visto montándonoslo, nosotras dos oliendo a coño desde una legua y no sólo no nos metía una bronca cósmica, sino que nos preparaba el desayuno. Yo lo tenía más claro:
- ¿Qué haces aquí, mamá?. No sabía que venías a Mazagón. Si llego a saberlo, te hubiese llamado. He venido con Reme, una amiga de la facu. Me dijo que le apetecía compartir unos días de playita, y de paso algún revolcón, y la he invitado a pasar estos cuatro días en nuestro chalé. Os presento: Reme, mi madre, Laura. Mamá, Reme.
- Ya la conocía, Julia. ¿No te acuerdas?. Antes del verano nos la encontramos en la Fnac de Preciados. Encantada, guapa. No sé si te lo ha dicho mi hija, pero si no, ya te lo digo yo: tienes unos pechos muy bonitos, Reme.
- Tú también, Laura. Me alegro de volverte a ver.
Se dieron dos besos, sin que les preocupase mucho rozar sus tetas bonitas. Mamá insistió en que no hacía ninguna falta que nos pusiésemos algo encima y se sentó con nosotras en la mesa. Al parecer, Reme ya había perdido la vergüenza, porque si la situación le incomodaba, lo disimulaba muy bien. Nosotras nos pusimos a devorar el desayuno, mientras ella nos explicaba a qué había venido.
Resulta que mamá había llegado el miércoles anterior e iba a quedarse hasta el martes, como nosotras. Nos dijo que venía para escribir, sin molestas interrupciones, el primer borrador de un artículo sobre los resultados de una importante investigación. Hacía más de dos años que su equipo la estaba llevando a cabo y, finalmente, habían obtenido unos resultados esperanzadores. Iba de no sé qué de un bosón raro y su interacción con la fuerza débil, con el principio de indeterminación de Heisenberg por medio. No sé si alguno de vosotros entiende de esas materias, porque para nosotras, los jeroglíficos egipcios encontrados en Nejab, o como se llama ahora, El Kab, son más comprensibles que esas cosas.
Nos contó que, cansada de trabajar y sola en casa, salió a cenar y al volver vio el coche de papá en el garaje. Subió a ver dónde estaba y a hablar con él y se encontró con nosotras durmiendo a pierna suelta en la cama que daba por suya. Se instaló en mi habitación y durmió hasta que le ha sonado el despertador.
Continuó explicándonos que esos días llevaba una estricta agenda diaria para aprovechar el tiempo lo mejor posible: a las siete fuera de la cama, ducha para despejarse, café, tres horas de trabajo, desayuno, baño en la alberca, dedito o repaso relajante de bajos con el consolador, tres horas más entre papeles, comida ligera en casa, siesta en las tumbonas bajo el sol, dos horas de curro, merienda, dos horas centrada de nuevo en sus cosas, cena en el chalé o fuera, si la cabeza le echaba humo, una horita de tele o lectura fácil, masturbación tranquila y a dormir.
Al oírla, a Reme no se ocurrió preguntarle por su trabajo o sobre lo metódica que era gestionando el tiempo diario. Le miró el busto descaradamente, subió la vista a los ojos y le soltó:
- ¿Siempre te tocas dos veces al día?. ¿Vas desnuda a todas horas?.
- Estos días que no tengo con quien follar, sí. Hoy, a lo mejor una más, por tu culpa. Con respecto a lo segundo: no soy idiota, cuando salgo o si hace frío, me tapo. Pero en unos días tan buenos como estos y sola sí. Me siento libre y me ayuda a concentrarme. Si te incomoda, me pongo algo encima, aunque si te acuestas con Julia, ya sabes lo que hay y un pajarito me dice que te gusta.
- Sí, Laura, me gusta. Ver tu cuerpo, me pone el chichi gordo.
¡Joder, joder!. Esas dos se estaban tirando los trastos y yo ahí en medio, de alcahueta. Decidí dejarlas solas y que hiciesen lo que les apeteciera. Total, Reme es una buena amiga y si nos enrollamos de tanto en tanto es por placer, sin más. Que mamá quisiese algo con ella, le añadía morbo extra y me ponía como una moto, pero seguro que mi amiga sabría quitarme la calentura a la noche.
- Oye mamá, me voy a la playa y ya os lo haréis. Veo mucha complicidad entre vosotras y sabes que, por una amiga, hago lo que sea y por mi madre, más.
- Gracias, cariño. La verdad es que no me iría mal un buen apaño. Veo que tu amiga entiende y está por la labor. Un revolcón con una chica tan guapa, seguro me deja como nueva, pero hoy no puede ser: he de cumplir con la agenda que me he marcado, porque hemos de entregar el artículo en fecha y, además, si saco una horita, quiero que sea para hablar contigo, Julia. Así que largaos a aprovechar los últimos días de playa y quedaos a comer por ahí, porque si estáis en casa, pienso en lo que estaréis haciendo y no puedo concentrarme. ¡Venga, venga, iros!.
Pasamos lo que quedaba de mañana dorando nuestra piel en la playa y jugando a mamás y mamás en las dunas. Cuando estábamos ahítas de sol, nos remojábamos en el mar hasta medio muslo, porque el agua ya estaba fría en esa época del año. A las dos, volvimos al coche y nos fuimos a comer al Casino de Rociana del Condado, a media horita de allí. No era un bareto de menú, pero mamá me había pasado unos billetes antes de irnos y teníamos que aprovecharlos.
Pasamos una tarde de turismo y mucho hablar. Le enseñé El Rocío, visitamos Los Mimbrales y recorrimos uno de los senderos del Parque de Doñana que parten de El Acebuche. Durante la caminata, Reme me acosó a preguntas sobre mi madre. Se las respondí todas, o casi. Pensaba que se había separado de papá porque era lesbiana. Me callé lo de ella con mi ex, pero le dejé claro que, aunque le iban más los hombres que las mujeres, no despreciaba un coñito jugoso si la chica le molaba. Como yo, le dije. Y la besé.
Le confesé que me ponía mucho el que se enrollase con mi madre y que a pesar de la diferencia de edad y de que ella fuese mi amiga y follase conmigo, no me importaba. A mi madre le irá bien un buen polvo para relajarse de la tensión del trabajo, le dije. Además, últimamente es una tía muy liberal y una auténtica bomba sexual. Te va a hacer tocar el cielo. Eso sí, a mí no puedes dejarme a dos velas. Luego me has de hacer esas cositas que tú sabes. Se rio, me comió la boca y con un “cuenta con ello, guarra”, me lo dejó claro.
Antes de llegar al chalé, pasamos por la pescadería El Lepero. Nos venía de paso al entrar a Mazagón y papá la tenía por la mejor del pueblo. Compramos un pescado entero para hacer a la sal que nos recomendó el chico que nos despachó. Nos lo dio arreglado, a punto de hornear y nos regaló una bolsa de mejillones, tan voluminosa como los pechotes de Reme, de los que el chaval no apartó la vista desde que pusimos el pie en el establecimiento. Ella se lo puso fácil, todo hay que decirlo.
Nos encontramos a mamá trabajando en el estudio de arriba. La saludamos, una con un beso de hija, la otra con un muerdo que pedía más y la dejamos seguir entre papeles, mientras preparábamos la cena y poníamos la mesa. Fue una cena divertida. Primero una ensaladita con los mejillones ya abiertos, luego el pescado. Mamá nos dijo que era un bocinegro. Hasta ese momento hablamos de trapos, política, teatro y del artículo de mi madre. Por más que se entestó en explicarlo sencillo, ni Reme ni yo entendimos nada, pero al hablar de su investigación, ella se venía arriba y no podía contenerse.
Cuando trajimos la fruta, la conversación derivó a temas más interesantes: Descubrimos que Reme era virgen. Entendámonos: nunca se había acostado con un tío, porque el chumino lo tenía más abierto que una lata de Friskies en la perrera municipal. Lo sabré yo, que, jugando, jugando, he llegado a meterle un pepinorro más grueso que mi muñeca, eso sí, enfundado en una gomita XXL y goteando lubricante. Mi madre se explayó rememorando sus primeras experiencias lésbicas. La tía no se cortaba y entraba al trapo, contándonos los detalles, incluso describiendo la vulva de sus primeras amantes. Tenía una memoria acojonante y hacía gala de ella, también para eso. Oírla nos ponía como motos a ambas. Yo me contenía un poco, por eso de que era mi madre y no quería hacer el número delante de mi amiga, pero ella tenía la pera sin pelar en el plato y las manos dentro del bóxer, dándose lustre a la pepitilla.
Al acabar, mamá se levantó e invitó a Reme a quedarse un rato en la sala, viendo algo en la tele, leyendo o lo que fuese. A la pobre se le pusieron ojitos de gatita frustrada. Seguro que esperaba otra cosa. Mamá lo arregló un poco:
- Ya sé que querías rollito conmigo, Reme, pero he de aprovechar mi rato de descanso antes de irme a la cama para hablar con mi hija. Luego os entretenéis vosotras y si te apetece, me vienes a ver mañana, un poco antes de mi hora de levantarme.
- Lo haré Laura. Me apetece un montón tener algo contigo. Más aún, después de saber que eres una tía tan guarrilla como yo. Julia me ha contado esta tarde unas cosas que me han dejado la chirla hirviendo. A las seis estaré en tu cama. Iros a hablar de vuestras cosas. Te espero en la habitación, Julia.
- Seis y media. Y gracias, guapa.
Mi madre y yo nos pusimos chaqueta, a esa hora ya hacía fresco, y salimos al jardín. Nos sentamos en los sillones próximos a la alberca y nos sinceramos. Empezó ella y con sorpresas:
- Cariño, no quiero hablar de lo que ha pasado. Probablemente lo he hecho todo mal y te he hecho daño. Lo que has de saber es que te quiero mucho y siempre será así.
- Yo también, mamá. Sigue, por favor.
- Gracias, Julia. La semana pasada, antes de que tu padre cerrase el viaje a Dubái, quedamos en mi casa. Carlos estaba en París por una auditoría. Quería verle desde hacía días. Con Carlos el sexo es maravilloso, explosivo y, sobre todo, sin complicaciones ni ataduras, al menos por mi parte.
- Seguro, folla muy bien el cabrón y tiene un buen cipote, ¡eh, mamá!. Lástima que cuando se corre le cueste tanto que se le vuelva a poner dura.
- Eso ya lo hemos arreglado, cariño. De algo tiene que servir la experiencia. Dejemos el cipote de Carlos y vayamos a lo que importa. Carlos me da lo que me pide el cuerpo, pero encuentro mucho a faltar a tu padre. Con él, el sexo era fantástico, pero tal vez demasiado exigente desde el punto de vista mental para mí. No sé si me entiendes, hija.
- Perfectamente, mamá.
- Su neura obsesiva con las niñatas, acabó por alejarme de él y complicar las cosas, pero sigue siendo el hombre de mi vida y si te he de ser sincera, me aporta una paz intelectual que con Carlos es imposible. Puedo mantener conversaciones adultas con él, discutir en profundidad y con conocimiento de muchos temas. Incluso de mi trabajo, aunque sea sin entrar en los detalles científicos.
- Vamos, que sigues enamorada de papá, pero enchochada con Carlos.
- Sí.
- ¡Qué familia, por Dios!. ¿Cómo acabó la visita?. ¿Qué decidisteis?, porque papá no me dijo nada antes de irse de viaje.
- Pues… acabamos follando como cuando nos conocimos. No te voy a mentir. Nos pasamos más de tres horas dándole. Por delante, por atrás, en la cama, en la ducha. Fue una pasada y creo que el inicio de un reencuentro. No te dijo nada porque quedamos en hablarlo los tres a su vuelta, pero hemos coincidido aquí y no puedo tenerte a mi lado cuatro días sin decirte nada.
- Fue el jueves de la semana pasada, ¿verdad?.
- Sí, cariño.
- Llegó pasadas las doce y sin avisar. Le tenía la cena preparada y cuando se metió en la cama, ni se le levantaba y eso que él…
De golpe me di cuenta de que estaba hablando de más. Tierra, trágame, pensé, y ahora qué. Pero mamá me sorprendió de nuevo:
- ¡Ya era hora, hija!. Hace casi dos meses que sé que te acuestas con tu padre. No temas. No lo sabe nadie más.
- Pero…
- Tu padre me lo dijo unas semanas después de que volvieseis de la Costa Brava. Contigo goza como con nadie más. Ni conmigo ha vivido las cosas que comparte contigo. Eres su amante y, por lo que me contó, bastante putilla, pero también su hija. Esa mezcla de amor filial y sexo exacerbado le tiene loquito, aunque también confuso. Por eso se sinceró conmigo.
- Mamá, esto es demencial. Somos unos pervertidos los tres. Y Carlos, también.
- Puede ser, pero déjame acabar. Has de saber que, en un primer momento, me quedé horrorizada. Llamé de todo a tu padre y le colgué el teléfono.
- Esa noche dormí poco y Carlos se quedó sin ni una triste mamada. Me pasé horas sentada en el sillón de la sala. Le di vueltas a todo. Desde el día en que supe del cierto que Johan perdía el culo por niñatas a las que se follaba, sin ni tan solo disfrutar los polvos, hasta el que te fuiste a Barcelona a cuidar a Carmen y yo me tiré a tu novio. Y a lo que pasó desde ese momento. Y a cómo habíamos llegado los tres a ese punto.
- Sabes que soy una mujer abierta de miras, bastante liberal diría yo, y que las convenciones sociales no van demasiado conmigo. Además, tengo muy claro que el cuerpo está para disfrutarlo y el sexo es una de las mejores formas de hacerlo. En fin, después de la primera impresión y de poner en contexto los tabús con que vivimos, vi que vuestra relación era algo bueno, que os daba paz y placer a ambos y, si te he de ser sincera, a mí también.
- A la mañana siguiente llamé a tu padre a primera hora. Le pedí perdón por mi reacción y no sólo le di mi bendición, sino que le alenté a hacerte muy feliz.
- ¡Joder, mamá!, me has dejado de pasta de moniato. Eres un sol.
Abracé a mamá y no pude contenerme de besarla en los labios. Ella entendió la intimidad a la que predisponía la conversación que acabábamos de mantener y no solo lo aceptó, sino que me lo devolvió, corregido y aumentado. Cuando nos separamos, me sonrió y me devolvió la pelota:
- Ahora tú, mi niña.
Me quedé callada un momento, pensando qué le iba a decir. Los hechos, sobraban, porque entre papá y Carlos, los conocía sobradamente. Tenía que contarle mis dudas, mis inquietudes, cómo lo vivía y qué quería hacer con mi vida, al menos a medio plazo. Todo era confuso en mi cerebro, pero mi corazón lo tenía más claro y desde allí hablé:
- Cuando te oía decir que seguías queriendo a papá y que con él te entendías más allá del sexo, pensaba en mí y veía que me pasaba algo similar, pero al revés. Con papá todo es fácil para mí. La relación cotidiana, el hacer el amor con él, la abertura a tener otras relaciones sin compromiso con terceros, ya sea juntos o no,… Soy bisexual y bastante promiscua, mamá.
- Lo sé cariño, lo sé. Como yo. Y como tu padre.
- Algo me dice dentro de mí que sigo queriendo a Carlos, pero quebró mi confianza y luego vino vuestro rollo y además no ve la relación con la apertura sexual a otros que yo deseo y…
- Hija, una vez me dijiste que Carlos folla como los ángeles. Es cierto y lo disfruto un montón, pero también es un inmaduro que tiene mucho que aprender de ti. Cuéntame porqué rompió tu confianza.
- ¿No te ha dicho nada?. Es tonto del culo. La tarde del mismo día que llegó al chalé, me lo follé en las hamacas del jardín. Lo dejé para el arrastre y se quedó tendido en la tumbona donde lo había montado. Nadé un rato, a ver si mientras recuperaba la trempera. Hacía dos semanas que no estaba con él y necesitaba un segundo round. Lo que de verdad me apetecía era que me partiese el culo, así que al salir de la alberca subí para prepararme y coger lubricante y condones.
- Muchas no saben disfrutar de una buena enculada, pero tú y yo tenemos el anito muy tragón y sabemos sacarle partido, hija. Me gusta que seas cuidadosa y precavida. Una sodomización no se puede improvisar, si quieres asegurarte de que no tenga consecuencias desagradables.
- Mamá, no me vengas con consejos sobre lo que tú te pasas por el arco de triunfo. ¿Sabes cómo quedó vuestra cama después de esos cuatro días de desbarre con Carlos?. Yo sí, porque me tocó limpiar. Dejemos los culos y la mierda para otro día y permíteme acabar.
- Mientras yo estaba aseándome el recto, el muy gilipollas, estaba trasteando con mi teléfono. Sabes que había, ¿verdad?.
- ¡Mis fotos!.
- Sí. Envió una copia a su correo y se pajeó allí mismo, mirando el coño de su suegra. No sabes lo que me costó lograr una erección presentable cuando volví. Desde esa tarde, sólo pensaba en ti. Por la noche se negó a que le hiciese una mamadita, al despertarnos la mañana siguiente, me la metió sin ganas, seguro que imaginando que eras tú a la que se estaba follando. Fuimos a Rompeculos y no me dejó ni meterle mano. ¡Esas jodidas fotos han destrozado a nuestra familia!.
- No será tanto, mi niña. Dice el refrán que no hay mal que por bien no venga y yo creo que, si nos damos un poco de tiempo, va a ser así.
- No sé, mamá, no sé.
- Míralo por el lado positivo, Judit: tu padre y yo queremos rehacer, de algún modo, nuestra relación y tú quieres acercarte de nuevo a Carlos, aunque te cueste admitirlo después de la putada que te, mejor dicho, nos hizo. Si lo logramos, será algo nuevo, creado desde la más absoluta sinceridad. Ahora ya conocemos lo peor de nosotros y sólo podemos ir a mejor.
- Lo que me dices es muy bonito, pero yo, no te voy a engañar, quiero seguir follando con mi padre, sin renunciar a nuestros líos por ahí y tú, sigues enchochada con mi exnovio y te quieres tirar a mi amiga. ¡Menudo panorama!.
- Dejémoslo aquí, cariño. Creo que lo mejor es que pensemos en nuestro futuro con calma. Sube a nuestra habitación y daos un atracón de placer con Reme. Yo me iré a dormir, porque hoy ha sido un día de muchas emociones y mañana he de levantarme a las siete para seguir con la rutina que me he marcado, si quiero acabar el artículo a tiempo.
- De eso nada, mamá. Aún no son las once. Ve tú con ella, dale duro allá abajo, que es lo que le gusta y correos como cerdas. Te quedas a dormir con Reme y cuando te levantes, ya iré yo a consolarla. Eso sí, no me la canses mucho, que te conozco.
- ¿Estás segura?.
- Nunca lo he estado más. Tú necesitas un buen polvo y ella te tiene ganas desde que te ha visto esta mañana. ¡Muchas ganas!. Además, me pone un montón que mi madre se enrolle con una de mis amigas. Debe ser porque me hace venir pensamientos impuros…
- Miedo me das, hija. Eso sí, eres un solete. Un solete muy pervertido.
Nos tomamos de la cintura y nos comimos la boca como lo hacen dos bolleras curtidas. Al separarnos, le di un cachete en las nalgas y con un último piquito cariñoso, subimos a las habitaciones.
Eran las siete y media cuando me desperté. Ni me lo pensé: pasé por el baño a mear y fui directa a la cama en la que dormía mi amiga. Me metí bajo la sábana, aspiré el olor de mi madre, me excité, abracé a Reme y tomándole un pecho, me dormí de nuevo.
Al cabo de un rato, me encontré sin sábana que me cubriese, con los muslos abiertos y la melena castaña de mi compañera sobresaliendo del pubis. La lengua, un poco más abajo, repartiendo placer entre los labios de mi coñito. La dejé hacer unos minutos, hasta que me vine. Entonces volteé el cuerpo y le di el mismo tratamiento a su sexo. Las dos nos esmeramos hasta caer desfallecidas, gozando intensamente nuestros orgasmos. Reme quiso más. Nos cruzamos las piernas en unas tijeras sin corte. Coño con coño, nos tomamos de las manos y estirando y soltando, conseguimos frotarnos nuestras partes más sensibles hasta provocarnos una nueva corrida. Primero se vino ella, gritando su placer como una cerda en el chiquero del matadero. Yo la imité, más comedida, unos segundos después. Piquito, carantoñas, relax y confidencias: eran el precio pactado por acostarse con mi madre.
Tendidas sobre la bajera, me contó como la noche anterior, mi madre la había llevado al paraíso. Reme llevaba seis años comiendo coños. Por sus labios habían pasado desde inexpertas jovencitas, hasta curtidas bolleras de la edad de mamá, o un poquito más, me dijo con el rostro salpicado de vergüenza. Y continuó:
- Tu madre es una máquina de dar placer, ahora entiendo por qué me lo comes así de bien. Estuvimos jugando sólo una hora, pero ¡uf, qué hora!. Me lo comió todo. Empezó metiéndome los dedos por delante y por detrás, luego lengua, mucha lengua. Subió a trabajarme los pezones, ya sabes lo sensibles que se me ponen, pues ella lo intuyó desde el primer momento y me los fustigó como nadie me había hecho nunca. Me dejó en el limbo, entre el placer y ese puntito de dolor que conlleva aún más placer.
- Me contó que, aunque se lo pasaba bien con una tía, lo suyo eran los tíos. ¡Menudo desperdicio!. Cuando todavía estaban juntos, debía dejar a tu padre para el arrastre, sus polvos debían ser algo cósmico. Le devolví los favores como pude y cuando sonó la alarma, porqué la tía la había programado, se separó, me besó y se giró para dormir. Me había corrido un montón de veces, creo que ella también, pero no me hubiese importado continuar. El sexo, con tu madre, fluye como el agua de un arroyo.
- Carai con mamá. Ya te la prestaré alguna otra vez, pero ahora creo que debemos dejarla trabajar tranquila. Venga, levantémonos y vayamos a desayunar.
Dije eso antes de mirar el móvil. ¡Era la una y media!. Dejamos el desayuno para otro día, nos duchamos juntitas y bajamos a preparar la comida. Nos encontramos a mamá en el estudio, sentada sobre una toalla en porretas, con toda la mesa llena de papeles cubiertos de fórmulas y diagramas.
- ¡Hola, chicas!. Ya iba siendo hora. Debéis tener las chirlas escocidas. Venga, dadme un beso. Me voy a dar un chapuzón mientras ponéis la mesa y hacéis una ensaladita. He dejado unos entrecots de vaca sobre la encimera. El mío poco hecho, los vuestros, ya os lo haréis.
Finalmente, los dos días de trabajo, acabaron convirtiéndose en tres muy intensos. Al acabar el curro el último día, mi padre nos invitó a comer a Carmen y a mí para despedirnos. Fue un almuerzo un tanto surrealista. Mi amiga y yo nos habíamos puesto de acuerdo en ir de calientapollas, vestidas para matar y provocando. Le había contado a Carme la rocambolesca historia de mi madre y Carlos y le dije que quería poner a tono a mi padre, porque lo veía un poco depre y creía que un estímulo extra le daría el empujón que necesitaba para ligar y olvidarse de mi madre por un tiempo.
Habíamos quedado en La Balsa, en la parte alta de Barcelona. Llegamos al restaurante cinco minutos tarde, para que así él nos viese llegar. Fue una entrada triunfal: Carmen con su top sin espalda pegado al cuerpo y unos minishorts de licra a juego, con cinturón ancho, que le marcaban hasta los pelos del coño que no tenía. Sus alpargatas de plataforma, abrochadas a la pantorrilla con unas tiras de piel, como si fuese un soldado de la antigua Roma, acaban de darle un toque sofisticado y sexi. Yo estrenaba un jersey cortito de tejido de bambú de Miu Miu, como de macramé. Me lo había comprado en las rebajas la tarde antes. Abajo, falda de denim de talle bajo, para poder enseñar más tripita y del largo justo para tapar la entrepierna. Como me tocaba cumplir mi pena, ni tan sólo cogí ni unas tristes bragas de Mazagón, así que no pude ponerme ni queriendo.
Papá se quedó traspuesto cuando nos vio entrar en la sala con nuestros looks. El resto de los clientes y personal, también. Le dimos dos besotes cada una, arramblando los pechos a su torso y nos sentamos a la mesa. Sin duda éramos el centro de atención de la sala. Nosotras, por méritos propios, él por las miradas de envidia que despertaba.
- Chicas, os veo estupendas. Un poco despendoladas, eso sí. Es verano y hay que disfrutar del buen tiempo, pero hija, se te ven las tetas por los agujeritos del jersey. Y tú, Carmen, con estos pantaloncitos, se te marca todo.
- Carai, ¡cómo te fijas Johan!. Pues yo aún llevo un tanguita, porque has que saber que tu hija va con el chichi al aire.
Tenía la conversación donde yo quería y continuamos atacando a mi padre durante toda la comida. Queríamos saber qué había hecho las dos noches que había pasado en su hotel. Le costaba hablar, así que empecé por explicarle mi noche de chicas con Carmen. Ella quería hacerme callar. Le habían subido los colores y le daba mucho apuro. Mi padre, al saber que lo de enrollarme con ella, no habían sido sólo palabras para provocarle, sino que la noche anterior habíamos follado hasta corrernos como cerdas, se soltó.
Nos contó que había pasado la noche con Ágata, la jefaza de su cliente. La describió como una tía madura, diez o doce años mayor que él, pero guapa y marchosa a rabiar. El primer día fue a cenar con tres colegas del cliente y ellos dos ya tontearon discretamente. Ella estaba casada, con hijos y bla, bla, bla, pero como le dijo el día siguiente en el break de media mañana, tenía el coño reseco y quería ponerle remedio. Antes de volver a entrar de nuevo en la reunión, ya habían quedado para pasar la noche juntos. Los dos eran personas desinhibidas y experimentadas y les gustaba el sexo. Pasaron una noche fantástica y les quedaron ganas de repetir. Nos contó algunos detallitos. Carmen se moría de vergüenza al oír que le hizo una mamada buenísima o cómo le comió el chocho después de llenárselo de leche, mientras le daba dedo al ojete. Yo le felicité de corazón y tuve que pedirle que vigilase su pajarito, ya que la erección desconcentraba a la señora de la mesa de al lado y la pobre, se perdía parte de la conversación.
Dejamos a mi amiga en su casa. Recogí la bolsa con las cuatro cosas de ropa que me llevé del chalé y las que había comprado en Barcelona. Subimos al coche y emprendimos ruta hacia Cadaqués, dónde habíamos reservado para la noche.
Pasamos cuatro días de ensueño: Playas y sexo. Sexo y buena mesa. Confidencias padre-hija y entre amantes, y más sexo. Nos comportamos como una pareja de adolescentes salidos, pero uno con casi cincuenta años y larga experiencia y la otra, universitaria con mucho camino recorrido entre las piernas.
Sólo nos permitimos un KitKat más allá de nuestra pareja. Fue en Roses. Salimos a hacer una copichuela y acabamos en la discoteca Passarel·la, en Empuriabrava. Tomamos un par de copas, tonteamos y bailamos. Nosotros dos bien juntitos, y cada uno por separado con lo que encontró. Mi padre se lio con un grupo de cuatro o cinco chicas. Seguro que pretendían que les pagase las copas, pero cuando entró en materia, se lo quedaron de compañero de baile un buen rato. Eso sí, cuando quiso jugar un poco, le dieron un besito cada una y a correr.
Yo, aún no sé por qué, me aproximé a una pareja, más cercana a la edad de mi padre que a la mía. Los dos eran guapos a rabiar e iban super arreglados sin parecerlo, con un gusto exquisito. Me invitaron a un vodka limón y nos pusimos a bailar los tres. Acabamos focalizando la atención de media pista. Fuimos cogiendo confianza y al acabar una pieza, tomé a la chica de la cintura y la besé. Un pico sin malicia. Lo aceptó de buen grado y me lo devolvió. No quise que su pareja fuese menos y le di el mismo tratamiento. Él hizo lo propio y me gustó. Besaba bien. Entonces les tomé a ambos y junté sus labios. No llegaron a tocarse. La mujer se echó a reír y apartó a su compañero.
Era su hermano, ja, ja, ja. ¡Si supiese quien era mi pareja de baile y de muchas cosas más!. El tío se fue con su esposa. Se ve que eso del bailoteo no iba con ella y se había refugiado en un apartado, hablando con alguien. La chica se quedó conmigo y yo quise saber más de ella:
- Me llamo Julia. ¿Y tú?.
- Laia. Menuda sorpresa te has llevado. Seguro que pensabas que éramos pareja.
- Pues sí, y no me hubiese importado. Estáis muy bien los dos. ¿Tú has venido sola?.
- Con mi hermano y mi cuñada, así que ahora me he quedado solita. El cabrón de mi marido me dejó a medias vacaciones para irse a Panamá a arreglar no sé qué asunto. ¡Lo que iba a arreglar, eran los bajos de una amiga!. ¿Tú también estás sola?.
- No, he venido con mi pareja. Mira es ese de ahí.
- No está nada mal, pero es mucho mayor que tú.
- Me gustan con experiencia y él tiene mucha, casi tanta como aguante. Es un tío genial y… folla como los ángeles.
- Un poquito golfa te veo, Julia.
- Bastante. ¿Seguimos bailando?. Mira, el DJ se ha puesto nostálgico y acaba de pinchar You Are So Beautiful de Joe Cocker. Me encanta, anda ven.
Le pasé los brazos por el cuello, ella me los puso bajo la cintura, y seguimos el ritmo. Tal como avanzaba la pieza, sus manos iban descendiendo hacia mi culo. Ese día llevaba una faldita fina y amplia a medio muslo. Me repasó las nalgas y siguió bajando. Bailando, bailando, me llevó hasta quedarme con la espalda cerca de una pared. Llegó al dobladillo y subió las manos por dentro de la ropa.
- ¡No llevas!.
- Ya te he dicho que soy bastante golfa. Tócame un poco ahí, anda.
Tocar, me tocó, pero lo que me cautivó, fue el besarme como pocas veces lo había hecho alguien. ¡Qué bien besaba la tía!. Esa noche me apetecía un poco de marcha extra y decidí probar. Le pregunté a bocajarro si le apetecía enrollarse conmigo y con Johan, mi pareja. Dudó, pero poco. Llamé a mi padre y le presenté a Laia. Le dije si quería acompañarnos a jugar al billar a tres bandas. Él no dudó. Monté con ella en su coche, papá nos siguió y acabamos en una casa acojonante entre pinos, en lo alto de un acantilado frente al Mediterráneo.
En cuanto cruzamos la verja, se dirigió a una casita anexa situada en un lateral de la finca. Llamó a la puerta y entró. Salió al cabo de medio minuto y nos informó que los guardeses no nos molestarían. Tomó a papá con una mano y a mí con la otra y nos llevó a la piscina que había detrás de la casa principal, en la parte del jardín que daba al mar. Nos quitamos la ropa y nos tiramos de cabeza a la piscina. En un suspiro estábamos besándonos, en dos comiéndonos los bajos y en tres follando en tropel.
Subimos a su habitación. La estancia era una pasada de lujo y buen gusto. Apartamos el cubrecama y nos tiramos sobre el lecho en una melé indiscriminada. Mi padre y yo, aún sin hablarlo, teníamos claro que esa noche era algo a tres: queríamos vernos actuar como una pareja abierta y saber si eso podía coartar nuestro futuro. Nada de alternar parejas, lo que hiciésemos, lo haríamos los tres machihembrados.
Primero montamos un triángulo en que mi padre penetraba a Laia, ella me daba a comer su coñito y él me lo comía a mí. Laia y yo íbamos muy calientes y nos corrimos enseguida. Él continuó empotrando a nuestra anfitriona, hasta llenarla con su esperma. Era la más pequeña, pero quise tomar la batuta y sorprender a nuestro ligue compartido. Me volteé y me amorré al cochito relleno: ¡ese semen era de mi hombre!. Envié a papá a comerme el culo mientras la nueva amiga le chupaba el rabo.
Laia debía mamarla de cine, porque en pocos minutos tuvo el cipote paterno de nuevo muy hermoso. Con la herramienta preparada, le pregunté si quería meterla en mi culo o en el de ella. No tuvo que responder: mi compañera nos dijo que la sodomía no iba con ella y se negó en redondo a ser la protagonista. Me alegré un montón porque deseaba sentir a mi padre taladrándome por la vía estrecha. Trajo una crema untosa y se ofreció a prepararme el ojete. La tía sabía usar los dedos y cuando quise darme cuenta, tenía el ano abierto como una flor y estaba a las puertas de un nuevo orgasmo. Métemela y dale lengua a nuestra anfitriona, Johan, le pedí. Y con las dos matándonos a besos y las tetas bien sobadas, nos pusimos a ello.
Yo estaba en plan exhibicionista. Quería que esa mujer madura y con mucho mundo, viese cómo una chica que podía ser su hija tenía la experiencia y el desparpajo suficiente para participar en un trío improvisado y llevar la batuta. Claro que, en realidad, lo que pretendía era que mi padre aceptase que su hija, en la cama, podía llegar a ser una compañera tan libertina como él fuese capaz de aceptar.
Ahítos de sexo, nos aseamos a fondo, nosotros nos vestimos y ella nos acompañó al coche. Nos costó despedirnos, pero finalmente cogí un rotulador del bolso, le escribí mi teléfono sobre el pubis y riéndonos entre besos y caricias, nos abrió la puerta de la verja y volvimos al hotel.
Esa experiencia nos mostró el camino de nuestra futura relación de pareja. Estábamos obligados a aceptar que teníamos una relación transgresora, en la que los tabús no tenían cabida y en la que el sexo liberal iba a ser la norma y el vínculo paternofilial, la argamasa de la unión. En menudo embrollo nos habíamos metido, aunque era tan gratificante y me daba tanto placer...
El día previsto cogimos un vuelo a Sevilla. Al llegar al aeropuerto, recogimos nuestro coche, volvimos al chalé de Mazagón, hicimos las maletas, cerramos la casa y tomamos el camino de vuelta a Madrid. Creo que llegar a casa nos impresionó a ambos. Había salido de allí tres semanas antes como hija, volvía como amante de mi padre y mi madre se había ido a vivir con mi exnovio a otra casa, de la que en ese momento ni tan sólo sabíamos las señas. Los armarios de mamá estaban vacíos. Faltaban libros, discos y otras cosas que consideraba suyas, lo que había dejado espacios vacíos con marcas de polvo en estanterías y anaqueles.
En fin, mi padre y yo teníamos que reordenar nuestra vida y ver como gestionábamos puertas afuera una relación que amigos, familia y la propia sociedad, consideraría improcedente y no admitiría, hiciésemos lo que hiciésemos. En la Costa Brava habíamos hablado de todo eso y decidimos no contar a nadie nuestro nuevo estado “marital” y aceptar ambos una cierta promiscuidad con terceros. Os he de confesar que, a mí, siempre que no haya engaños y sea sólo sexo, saber que mi hombre folla con otras, me pone un montón. Eso sí, nada de niñatas. Yo creo que a él le pasa lo mismo. Montárnoslo, de tanto en tanto, los dos con otra pareja o con una chica, como en Roses o, por qué no, un chico, añadía un morbo fantástico a nuestra relación. Debe ser que, en el fondo, somos unos pervertidos del copón.
Esa misma noche trasladé mi ropa y demás cachivaches a la habitación de mis padres y me hice mía la cama de matrimonio. Mi padre me propuso comprar una nueva, por aquello de pasar página. Le dije que ni hablar, me encantaba saber que mamá y él habían gozado mucho follando sobre ese colchón. Ahora sería yo la que compartiría el placer con él y eso le añadía un punto escabroso que me ponía cantidad. Me parece que mi desvergüenza le asustó un poco, pero yo soy así.
Todos los días venía a limpiar y cocinar una chica. Se llamaba Jaira, tenía unos treinta años y era caribeña. Trabajaba con nosotros desde hacía ya cuatro o cinco años y me llevaba muy bien con ella. De hecho, nos contábamos confidencias sobre cómo nos lo montábamos con nuestro marido y novio y los escarceos de circunstancias. Incluso me había pillado un día a medio dedo. Yo había continuado hasta que me vino. Ella no dejo de mirarme, tocándose las tetas sobre la ropa. Por eso sabía que era una mujer discreta, liberal y muy caliente y ella conocía de primera mano, tanto lo mucho que me picaba el chocho, como que podía confiar en mí.
Había convencido a mi padre que Jaira era de plena confianza y dado que a alguien que veía a diario todo lo que pasaba en casa, no podríamos ocultarle la realidad, más valía contárselo. Lo hice a la mañana siguiente, su primer día después de vacaciones. Empecé por decirle que mamá se había ido de casa. Se extrañó un montón porque veía a mis padres muy unidos y “buenos cogedores”, me dijo. Me recordó la de ocasiones en que había tenido que cambiar sus sábanas varias veces a la semana. Me reí y le conté que se había ido con Carlos, mi novio. Entonces, la que se rio fue ella. Le confesé que había más: me he encoñado de papá y ahora follamos juntos, dije. No sólo no se escandalizó, sino que me explicó que en su país ocurría a menudo y que ella misma se había encamado unas cuantas veces con el que se presuponía que la engendró. Ya sabes cuando eres joven, quieres probarlo todo, me dijo. Me agradeció la confianza y prometió que no saldría una palabra fuera de nuestras paredes.
Durante algunos meses, en casa hicimos la vida propia de un matrimonio: trabajo y universidad, cenas en casa, escapadas de fin de semana y sexo, mucho sexo. Las primeras semanas, follábamos casi a diario, algunos días al acostarnos y por la mañana, antes de levantarnos. Poco a poco fuimos bajando el listón y la cosa iba a impulsos. Un fin de semana nos lo pasábamos en la cama, levantándonos sólo para mear y comer. Otro íbamos a hacer senderismo al Valle del Tiétar o cualquier otra actividad parecida y nos quedaba el tiempo justo para un solo polvo. Entre semana nos fuimos relajando, aunque siempre caían unas cuantas sesiones de sexo del bueno.
Con mamá habíamos ido normalizando la relación. Nos dio la dirección de su nuevo estudio en Malasaña y la había ido a ver un par de veces a horas en que no estaba Carlos en casa. A fin de cuentas, ella era mi madre y seguía queriéndola mucho a pesar de todo. No nos contábamos nuestras cuitas sexuales como antes, pero recuperamos una cierta confianza. Con Carlos era otra cosa: no era capaz de odiarlo, de hecho, creo que algunas veces incluso añoraba su compañía, pero aún tenía que pasar mucho tiempo para que pudiésemos compartir una conversación sin acritud.
Al mes y medio de llegar a Madrid, papá tenía una reunión con Ágata, la CEO del cliente ese que había ido a visitar a Barcelona, con la que le unía una gran amistad. Me pidió si me parecía bien que pasase la noche con ella. Por supuesto, le dije, pero luego has de contarme todas las cositas que habéis hecho, mientras me partes el culo. Hace casi dos semanas que no me la metes por ahí y voy a perder la práctica. Se rio con ganas y me aseguró que así sería. Una semana más tarde fui yo la que le dije que me apetecía follarme a un compañero de la empresa donde hacía prácticas y a su novia. Querían probar eso de los tríos y necesitaban a alguien que les hiciese de mentor y ya puestos, aportase un coño.
Unos días más tarde, después de un fin de semana de esos de follar y no parar, decidimos ir a un club swinger. Yo no había estado nunca. Él parece que sí, ¡con mamá!. Fuimos el jueves y desbarramos un montón. Salí con todos mis agujeros escocidos, y creo que papá, con la polla más delgada de tanto desgaste. Me gustó vivir la experiencia una vez, pero a mí me va más el acercamiento pausado, el ligar, enrollarme con amigos o conocidos. Eso de entrar en una sala con tres tíos metiendo rabo, acercarte y que uno de ellos se lo saque de la que está baqueteando el coño, cambie el condón y te la meta a ti, no sé, es como muy frío. Claro que el día que fuimos era uno temático, el de la “Bacanal en Roma”. Vamos, una orgía en pendiente y sin frenos.
Poco antes del puente del Pilar, mi padre se tuvo que ir de viaje a Dubái una semana y media y le pedí su visto bueno para tener algún rollete con Reme, una amiga de la universidad con cuerpo de diosa y un volcán entre las piernas, mientras él no estuviese. Me dijo que por supuesto, que hiciese lo que quisiese con mi cuerpo esos días y cuando me pareciese, que no hacía falta que pidiese permiso. Le di las gracias, le dije que cuidase que su rabo no pasase hambre esos días y, ya puestos, que vigilase el ojete, porque se dice que los de allí, mucho prohibir, pero algunos no desprecian un buen culo peludo.
Esa semana vino calurosa. Invité a Reme a pasar el fin de semana juntas. Con el puente, podíamos tomarnos fiesta hasta el martes. Como quería playita, le propuse ir al chalé de Mazagón. Eran seiscientos quilómetros, pero para cuatro días, valía la pena. Además, a Reme le encanta conducir y si es el deportivo alemán de mi padre, ni os cuento. Salimos el viernes después de comer, paramos a cenar en La Fábrica, en Minas de Riotinto, y a las once y media llegamos a la casa.
Me llevé a Reme directamente a la habitación principal, la ayudé a desnudarse, ella a mí, nos comimos los morros y nos revolcamos en la cama un rato, sin llegar a nada serio. Entre el viaje y el ajetreo de la semana, estábamos hechas polvo y los cuerpos, más que sexo, nos pedían sueño.
El sábado, aunque nos despertamos a buena hora, nos levantamos tarde. No se nos pegaron las sábanas, se nos pegaron los coños. Satisfechas, desnudas y sin asear, bajamos a desayunar. Íbamos a hacernos un café y mojar las madalenas que trajimos, porqué aún no habíamos ido a comprar, pero nos encontramos la mesa puesta con dos servicios, zumo, fiambres, pan tostado, mermeladas, mantequilla e incluso bollería de la pastelería de la Martinita, la mejor del pueblo. Miré al jardín y me encontré a mamá saliendo del agua tan vestida como nosotras, saludándonos con la mano:
- ¡Hola, chicas!. Me he despertado temprano y como os he visto abrazaditas, durmiendo con esa cara tan dulce, he decidido no deciros nada. Me he ido a comprar croissants y unos pastelitos para desayunar. A la vuelta, os lo estabais pasando tan bien, que tampoco os he querido molestar y he preparado el desayuno. Estaba segura de que bajaríais hambrientas.
Reme no sabía dónde meterse: En medio de la cocina, las tres en bolas, mi madre diciéndonos que nos había visto montándonoslo, nosotras dos oliendo a coño desde una legua y no sólo no nos metía una bronca cósmica, sino que nos preparaba el desayuno. Yo lo tenía más claro:
- ¿Qué haces aquí, mamá?. No sabía que venías a Mazagón. Si llego a saberlo, te hubiese llamado. He venido con Reme, una amiga de la facu. Me dijo que le apetecía compartir unos días de playita, y de paso algún revolcón, y la he invitado a pasar estos cuatro días en nuestro chalé. Os presento: Reme, mi madre, Laura. Mamá, Reme.
- Ya la conocía, Julia. ¿No te acuerdas?. Antes del verano nos la encontramos en la Fnac de Preciados. Encantada, guapa. No sé si te lo ha dicho mi hija, pero si no, ya te lo digo yo: tienes unos pechos muy bonitos, Reme.
- Tú también, Laura. Me alegro de volverte a ver.
Se dieron dos besos, sin que les preocupase mucho rozar sus tetas bonitas. Mamá insistió en que no hacía ninguna falta que nos pusiésemos algo encima y se sentó con nosotras en la mesa. Al parecer, Reme ya había perdido la vergüenza, porque si la situación le incomodaba, lo disimulaba muy bien. Nosotras nos pusimos a devorar el desayuno, mientras ella nos explicaba a qué había venido.
Resulta que mamá había llegado el miércoles anterior e iba a quedarse hasta el martes, como nosotras. Nos dijo que venía para escribir, sin molestas interrupciones, el primer borrador de un artículo sobre los resultados de una importante investigación. Hacía más de dos años que su equipo la estaba llevando a cabo y, finalmente, habían obtenido unos resultados esperanzadores. Iba de no sé qué de un bosón raro y su interacción con la fuerza débil, con el principio de indeterminación de Heisenberg por medio. No sé si alguno de vosotros entiende de esas materias, porque para nosotras, los jeroglíficos egipcios encontrados en Nejab, o como se llama ahora, El Kab, son más comprensibles que esas cosas.
Nos contó que, cansada de trabajar y sola en casa, salió a cenar y al volver vio el coche de papá en el garaje. Subió a ver dónde estaba y a hablar con él y se encontró con nosotras durmiendo a pierna suelta en la cama que daba por suya. Se instaló en mi habitación y durmió hasta que le ha sonado el despertador.
Continuó explicándonos que esos días llevaba una estricta agenda diaria para aprovechar el tiempo lo mejor posible: a las siete fuera de la cama, ducha para despejarse, café, tres horas de trabajo, desayuno, baño en la alberca, dedito o repaso relajante de bajos con el consolador, tres horas más entre papeles, comida ligera en casa, siesta en las tumbonas bajo el sol, dos horas de curro, merienda, dos horas centrada de nuevo en sus cosas, cena en el chalé o fuera, si la cabeza le echaba humo, una horita de tele o lectura fácil, masturbación tranquila y a dormir.
Al oírla, a Reme no se ocurrió preguntarle por su trabajo o sobre lo metódica que era gestionando el tiempo diario. Le miró el busto descaradamente, subió la vista a los ojos y le soltó:
- ¿Siempre te tocas dos veces al día?. ¿Vas desnuda a todas horas?.
- Estos días que no tengo con quien follar, sí. Hoy, a lo mejor una más, por tu culpa. Con respecto a lo segundo: no soy idiota, cuando salgo o si hace frío, me tapo. Pero en unos días tan buenos como estos y sola sí. Me siento libre y me ayuda a concentrarme. Si te incomoda, me pongo algo encima, aunque si te acuestas con Julia, ya sabes lo que hay y un pajarito me dice que te gusta.
- Sí, Laura, me gusta. Ver tu cuerpo, me pone el chichi gordo.
¡Joder, joder!. Esas dos se estaban tirando los trastos y yo ahí en medio, de alcahueta. Decidí dejarlas solas y que hiciesen lo que les apeteciera. Total, Reme es una buena amiga y si nos enrollamos de tanto en tanto es por placer, sin más. Que mamá quisiese algo con ella, le añadía morbo extra y me ponía como una moto, pero seguro que mi amiga sabría quitarme la calentura a la noche.
- Oye mamá, me voy a la playa y ya os lo haréis. Veo mucha complicidad entre vosotras y sabes que, por una amiga, hago lo que sea y por mi madre, más.
- Gracias, cariño. La verdad es que no me iría mal un buen apaño. Veo que tu amiga entiende y está por la labor. Un revolcón con una chica tan guapa, seguro me deja como nueva, pero hoy no puede ser: he de cumplir con la agenda que me he marcado, porque hemos de entregar el artículo en fecha y, además, si saco una horita, quiero que sea para hablar contigo, Julia. Así que largaos a aprovechar los últimos días de playa y quedaos a comer por ahí, porque si estáis en casa, pienso en lo que estaréis haciendo y no puedo concentrarme. ¡Venga, venga, iros!.
Pasamos lo que quedaba de mañana dorando nuestra piel en la playa y jugando a mamás y mamás en las dunas. Cuando estábamos ahítas de sol, nos remojábamos en el mar hasta medio muslo, porque el agua ya estaba fría en esa época del año. A las dos, volvimos al coche y nos fuimos a comer al Casino de Rociana del Condado, a media horita de allí. No era un bareto de menú, pero mamá me había pasado unos billetes antes de irnos y teníamos que aprovecharlos.
Pasamos una tarde de turismo y mucho hablar. Le enseñé El Rocío, visitamos Los Mimbrales y recorrimos uno de los senderos del Parque de Doñana que parten de El Acebuche. Durante la caminata, Reme me acosó a preguntas sobre mi madre. Se las respondí todas, o casi. Pensaba que se había separado de papá porque era lesbiana. Me callé lo de ella con mi ex, pero le dejé claro que, aunque le iban más los hombres que las mujeres, no despreciaba un coñito jugoso si la chica le molaba. Como yo, le dije. Y la besé.
Le confesé que me ponía mucho el que se enrollase con mi madre y que a pesar de la diferencia de edad y de que ella fuese mi amiga y follase conmigo, no me importaba. A mi madre le irá bien un buen polvo para relajarse de la tensión del trabajo, le dije. Además, últimamente es una tía muy liberal y una auténtica bomba sexual. Te va a hacer tocar el cielo. Eso sí, a mí no puedes dejarme a dos velas. Luego me has de hacer esas cositas que tú sabes. Se rio, me comió la boca y con un “cuenta con ello, guarra”, me lo dejó claro.
Antes de llegar al chalé, pasamos por la pescadería El Lepero. Nos venía de paso al entrar a Mazagón y papá la tenía por la mejor del pueblo. Compramos un pescado entero para hacer a la sal que nos recomendó el chico que nos despachó. Nos lo dio arreglado, a punto de hornear y nos regaló una bolsa de mejillones, tan voluminosa como los pechotes de Reme, de los que el chaval no apartó la vista desde que pusimos el pie en el establecimiento. Ella se lo puso fácil, todo hay que decirlo.
Nos encontramos a mamá trabajando en el estudio de arriba. La saludamos, una con un beso de hija, la otra con un muerdo que pedía más y la dejamos seguir entre papeles, mientras preparábamos la cena y poníamos la mesa. Fue una cena divertida. Primero una ensaladita con los mejillones ya abiertos, luego el pescado. Mamá nos dijo que era un bocinegro. Hasta ese momento hablamos de trapos, política, teatro y del artículo de mi madre. Por más que se entestó en explicarlo sencillo, ni Reme ni yo entendimos nada, pero al hablar de su investigación, ella se venía arriba y no podía contenerse.
Cuando trajimos la fruta, la conversación derivó a temas más interesantes: Descubrimos que Reme era virgen. Entendámonos: nunca se había acostado con un tío, porque el chumino lo tenía más abierto que una lata de Friskies en la perrera municipal. Lo sabré yo, que, jugando, jugando, he llegado a meterle un pepinorro más grueso que mi muñeca, eso sí, enfundado en una gomita XXL y goteando lubricante. Mi madre se explayó rememorando sus primeras experiencias lésbicas. La tía no se cortaba y entraba al trapo, contándonos los detalles, incluso describiendo la vulva de sus primeras amantes. Tenía una memoria acojonante y hacía gala de ella, también para eso. Oírla nos ponía como motos a ambas. Yo me contenía un poco, por eso de que era mi madre y no quería hacer el número delante de mi amiga, pero ella tenía la pera sin pelar en el plato y las manos dentro del bóxer, dándose lustre a la pepitilla.
Al acabar, mamá se levantó e invitó a Reme a quedarse un rato en la sala, viendo algo en la tele, leyendo o lo que fuese. A la pobre se le pusieron ojitos de gatita frustrada. Seguro que esperaba otra cosa. Mamá lo arregló un poco:
- Ya sé que querías rollito conmigo, Reme, pero he de aprovechar mi rato de descanso antes de irme a la cama para hablar con mi hija. Luego os entretenéis vosotras y si te apetece, me vienes a ver mañana, un poco antes de mi hora de levantarme.
- Lo haré Laura. Me apetece un montón tener algo contigo. Más aún, después de saber que eres una tía tan guarrilla como yo. Julia me ha contado esta tarde unas cosas que me han dejado la chirla hirviendo. A las seis estaré en tu cama. Iros a hablar de vuestras cosas. Te espero en la habitación, Julia.
- Seis y media. Y gracias, guapa.
Mi madre y yo nos pusimos chaqueta, a esa hora ya hacía fresco, y salimos al jardín. Nos sentamos en los sillones próximos a la alberca y nos sinceramos. Empezó ella y con sorpresas:
- Cariño, no quiero hablar de lo que ha pasado. Probablemente lo he hecho todo mal y te he hecho daño. Lo que has de saber es que te quiero mucho y siempre será así.
- Yo también, mamá. Sigue, por favor.
- Gracias, Julia. La semana pasada, antes de que tu padre cerrase el viaje a Dubái, quedamos en mi casa. Carlos estaba en París por una auditoría. Quería verle desde hacía días. Con Carlos el sexo es maravilloso, explosivo y, sobre todo, sin complicaciones ni ataduras, al menos por mi parte.
- Seguro, folla muy bien el cabrón y tiene un buen cipote, ¡eh, mamá!. Lástima que cuando se corre le cueste tanto que se le vuelva a poner dura.
- Eso ya lo hemos arreglado, cariño. De algo tiene que servir la experiencia. Dejemos el cipote de Carlos y vayamos a lo que importa. Carlos me da lo que me pide el cuerpo, pero encuentro mucho a faltar a tu padre. Con él, el sexo era fantástico, pero tal vez demasiado exigente desde el punto de vista mental para mí. No sé si me entiendes, hija.
- Perfectamente, mamá.
- Su neura obsesiva con las niñatas, acabó por alejarme de él y complicar las cosas, pero sigue siendo el hombre de mi vida y si te he de ser sincera, me aporta una paz intelectual que con Carlos es imposible. Puedo mantener conversaciones adultas con él, discutir en profundidad y con conocimiento de muchos temas. Incluso de mi trabajo, aunque sea sin entrar en los detalles científicos.
- Vamos, que sigues enamorada de papá, pero enchochada con Carlos.
- Sí.
- ¡Qué familia, por Dios!. ¿Cómo acabó la visita?. ¿Qué decidisteis?, porque papá no me dijo nada antes de irse de viaje.
- Pues… acabamos follando como cuando nos conocimos. No te voy a mentir. Nos pasamos más de tres horas dándole. Por delante, por atrás, en la cama, en la ducha. Fue una pasada y creo que el inicio de un reencuentro. No te dijo nada porque quedamos en hablarlo los tres a su vuelta, pero hemos coincidido aquí y no puedo tenerte a mi lado cuatro días sin decirte nada.
- Fue el jueves de la semana pasada, ¿verdad?.
- Sí, cariño.
- Llegó pasadas las doce y sin avisar. Le tenía la cena preparada y cuando se metió en la cama, ni se le levantaba y eso que él…
De golpe me di cuenta de que estaba hablando de más. Tierra, trágame, pensé, y ahora qué. Pero mamá me sorprendió de nuevo:
- ¡Ya era hora, hija!. Hace casi dos meses que sé que te acuestas con tu padre. No temas. No lo sabe nadie más.
- Pero…
- Tu padre me lo dijo unas semanas después de que volvieseis de la Costa Brava. Contigo goza como con nadie más. Ni conmigo ha vivido las cosas que comparte contigo. Eres su amante y, por lo que me contó, bastante putilla, pero también su hija. Esa mezcla de amor filial y sexo exacerbado le tiene loquito, aunque también confuso. Por eso se sinceró conmigo.
- Mamá, esto es demencial. Somos unos pervertidos los tres. Y Carlos, también.
- Puede ser, pero déjame acabar. Has de saber que, en un primer momento, me quedé horrorizada. Llamé de todo a tu padre y le colgué el teléfono.
- Esa noche dormí poco y Carlos se quedó sin ni una triste mamada. Me pasé horas sentada en el sillón de la sala. Le di vueltas a todo. Desde el día en que supe del cierto que Johan perdía el culo por niñatas a las que se follaba, sin ni tan solo disfrutar los polvos, hasta el que te fuiste a Barcelona a cuidar a Carmen y yo me tiré a tu novio. Y a lo que pasó desde ese momento. Y a cómo habíamos llegado los tres a ese punto.
- Sabes que soy una mujer abierta de miras, bastante liberal diría yo, y que las convenciones sociales no van demasiado conmigo. Además, tengo muy claro que el cuerpo está para disfrutarlo y el sexo es una de las mejores formas de hacerlo. En fin, después de la primera impresión y de poner en contexto los tabús con que vivimos, vi que vuestra relación era algo bueno, que os daba paz y placer a ambos y, si te he de ser sincera, a mí también.
- A la mañana siguiente llamé a tu padre a primera hora. Le pedí perdón por mi reacción y no sólo le di mi bendición, sino que le alenté a hacerte muy feliz.
- ¡Joder, mamá!, me has dejado de pasta de moniato. Eres un sol.
Abracé a mamá y no pude contenerme de besarla en los labios. Ella entendió la intimidad a la que predisponía la conversación que acabábamos de mantener y no solo lo aceptó, sino que me lo devolvió, corregido y aumentado. Cuando nos separamos, me sonrió y me devolvió la pelota:
- Ahora tú, mi niña.
Me quedé callada un momento, pensando qué le iba a decir. Los hechos, sobraban, porque entre papá y Carlos, los conocía sobradamente. Tenía que contarle mis dudas, mis inquietudes, cómo lo vivía y qué quería hacer con mi vida, al menos a medio plazo. Todo era confuso en mi cerebro, pero mi corazón lo tenía más claro y desde allí hablé:
- Cuando te oía decir que seguías queriendo a papá y que con él te entendías más allá del sexo, pensaba en mí y veía que me pasaba algo similar, pero al revés. Con papá todo es fácil para mí. La relación cotidiana, el hacer el amor con él, la abertura a tener otras relaciones sin compromiso con terceros, ya sea juntos o no,… Soy bisexual y bastante promiscua, mamá.
- Lo sé cariño, lo sé. Como yo. Y como tu padre.
- Algo me dice dentro de mí que sigo queriendo a Carlos, pero quebró mi confianza y luego vino vuestro rollo y además no ve la relación con la apertura sexual a otros que yo deseo y…
- Hija, una vez me dijiste que Carlos folla como los ángeles. Es cierto y lo disfruto un montón, pero también es un inmaduro que tiene mucho que aprender de ti. Cuéntame porqué rompió tu confianza.
- ¿No te ha dicho nada?. Es tonto del culo. La tarde del mismo día que llegó al chalé, me lo follé en las hamacas del jardín. Lo dejé para el arrastre y se quedó tendido en la tumbona donde lo había montado. Nadé un rato, a ver si mientras recuperaba la trempera. Hacía dos semanas que no estaba con él y necesitaba un segundo round. Lo que de verdad me apetecía era que me partiese el culo, así que al salir de la alberca subí para prepararme y coger lubricante y condones.
- Muchas no saben disfrutar de una buena enculada, pero tú y yo tenemos el anito muy tragón y sabemos sacarle partido, hija. Me gusta que seas cuidadosa y precavida. Una sodomización no se puede improvisar, si quieres asegurarte de que no tenga consecuencias desagradables.
- Mamá, no me vengas con consejos sobre lo que tú te pasas por el arco de triunfo. ¿Sabes cómo quedó vuestra cama después de esos cuatro días de desbarre con Carlos?. Yo sí, porque me tocó limpiar. Dejemos los culos y la mierda para otro día y permíteme acabar.
- Mientras yo estaba aseándome el recto, el muy gilipollas, estaba trasteando con mi teléfono. Sabes que había, ¿verdad?.
- ¡Mis fotos!.
- Sí. Envió una copia a su correo y se pajeó allí mismo, mirando el coño de su suegra. No sabes lo que me costó lograr una erección presentable cuando volví. Desde esa tarde, sólo pensaba en ti. Por la noche se negó a que le hiciese una mamadita, al despertarnos la mañana siguiente, me la metió sin ganas, seguro que imaginando que eras tú a la que se estaba follando. Fuimos a Rompeculos y no me dejó ni meterle mano. ¡Esas jodidas fotos han destrozado a nuestra familia!.
- No será tanto, mi niña. Dice el refrán que no hay mal que por bien no venga y yo creo que, si nos damos un poco de tiempo, va a ser así.
- No sé, mamá, no sé.
- Míralo por el lado positivo, Judit: tu padre y yo queremos rehacer, de algún modo, nuestra relación y tú quieres acercarte de nuevo a Carlos, aunque te cueste admitirlo después de la putada que te, mejor dicho, nos hizo. Si lo logramos, será algo nuevo, creado desde la más absoluta sinceridad. Ahora ya conocemos lo peor de nosotros y sólo podemos ir a mejor.
- Lo que me dices es muy bonito, pero yo, no te voy a engañar, quiero seguir follando con mi padre, sin renunciar a nuestros líos por ahí y tú, sigues enchochada con mi exnovio y te quieres tirar a mi amiga. ¡Menudo panorama!.
- Dejémoslo aquí, cariño. Creo que lo mejor es que pensemos en nuestro futuro con calma. Sube a nuestra habitación y daos un atracón de placer con Reme. Yo me iré a dormir, porque hoy ha sido un día de muchas emociones y mañana he de levantarme a las siete para seguir con la rutina que me he marcado, si quiero acabar el artículo a tiempo.
- De eso nada, mamá. Aún no son las once. Ve tú con ella, dale duro allá abajo, que es lo que le gusta y correos como cerdas. Te quedas a dormir con Reme y cuando te levantes, ya iré yo a consolarla. Eso sí, no me la canses mucho, que te conozco.
- ¿Estás segura?.
- Nunca lo he estado más. Tú necesitas un buen polvo y ella te tiene ganas desde que te ha visto esta mañana. ¡Muchas ganas!. Además, me pone un montón que mi madre se enrolle con una de mis amigas. Debe ser porque me hace venir pensamientos impuros…
- Miedo me das, hija. Eso sí, eres un solete. Un solete muy pervertido.
Nos tomamos de la cintura y nos comimos la boca como lo hacen dos bolleras curtidas. Al separarnos, le di un cachete en las nalgas y con un último piquito cariñoso, subimos a las habitaciones.
Eran las siete y media cuando me desperté. Ni me lo pensé: pasé por el baño a mear y fui directa a la cama en la que dormía mi amiga. Me metí bajo la sábana, aspiré el olor de mi madre, me excité, abracé a Reme y tomándole un pecho, me dormí de nuevo.
Al cabo de un rato, me encontré sin sábana que me cubriese, con los muslos abiertos y la melena castaña de mi compañera sobresaliendo del pubis. La lengua, un poco más abajo, repartiendo placer entre los labios de mi coñito. La dejé hacer unos minutos, hasta que me vine. Entonces volteé el cuerpo y le di el mismo tratamiento a su sexo. Las dos nos esmeramos hasta caer desfallecidas, gozando intensamente nuestros orgasmos. Reme quiso más. Nos cruzamos las piernas en unas tijeras sin corte. Coño con coño, nos tomamos de las manos y estirando y soltando, conseguimos frotarnos nuestras partes más sensibles hasta provocarnos una nueva corrida. Primero se vino ella, gritando su placer como una cerda en el chiquero del matadero. Yo la imité, más comedida, unos segundos después. Piquito, carantoñas, relax y confidencias: eran el precio pactado por acostarse con mi madre.
Tendidas sobre la bajera, me contó como la noche anterior, mi madre la había llevado al paraíso. Reme llevaba seis años comiendo coños. Por sus labios habían pasado desde inexpertas jovencitas, hasta curtidas bolleras de la edad de mamá, o un poquito más, me dijo con el rostro salpicado de vergüenza. Y continuó:
- Tu madre es una máquina de dar placer, ahora entiendo por qué me lo comes así de bien. Estuvimos jugando sólo una hora, pero ¡uf, qué hora!. Me lo comió todo. Empezó metiéndome los dedos por delante y por detrás, luego lengua, mucha lengua. Subió a trabajarme los pezones, ya sabes lo sensibles que se me ponen, pues ella lo intuyó desde el primer momento y me los fustigó como nadie me había hecho nunca. Me dejó en el limbo, entre el placer y ese puntito de dolor que conlleva aún más placer.
- Me contó que, aunque se lo pasaba bien con una tía, lo suyo eran los tíos. ¡Menudo desperdicio!. Cuando todavía estaban juntos, debía dejar a tu padre para el arrastre, sus polvos debían ser algo cósmico. Le devolví los favores como pude y cuando sonó la alarma, porqué la tía la había programado, se separó, me besó y se giró para dormir. Me había corrido un montón de veces, creo que ella también, pero no me hubiese importado continuar. El sexo, con tu madre, fluye como el agua de un arroyo.
- Carai con mamá. Ya te la prestaré alguna otra vez, pero ahora creo que debemos dejarla trabajar tranquila. Venga, levantémonos y vayamos a desayunar.
Dije eso antes de mirar el móvil. ¡Era la una y media!. Dejamos el desayuno para otro día, nos duchamos juntitas y bajamos a preparar la comida. Nos encontramos a mamá en el estudio, sentada sobre una toalla en porretas, con toda la mesa llena de papeles cubiertos de fórmulas y diagramas.
- ¡Hola, chicas!. Ya iba siendo hora. Debéis tener las chirlas escocidas. Venga, dadme un beso. Me voy a dar un chapuzón mientras ponéis la mesa y hacéis una ensaladita. He dejado unos entrecots de vaca sobre la encimera. El mío poco hecho, los vuestros, ya os lo haréis.
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