Coqueta, segura de sí misma, mil veces más sensual, Ceci estaba realmente transformada en otra persona. De vez en cuando consentía en tener relaciones conmigo por la noche, aunque estaba claro que ahora yo podía ser el marido pero ella era la hembra de Juan. Y yo aceptaba gustoso mi nuevo rol.
Gran parte de la excitación consistía en prepararla para su macho. El viernes por la noche los nenes se fueron a dormir a casa de los primos y comenzamos los preparativos: Ceci se fue una vez más al salón de belleza y yo preparé las medias negras con portaligas, el lazo de seda negra para el cuello, una tanga minúscula con un anillo atrás que decía “sexy”, los stilettos negros, unos aros nuevos que le había regalado para su cumpleaños y un vestido blanco y plateado realmente inapropiado para la vida cotidiana por lo corto y también porque era de ésos que se anudan al cuello dejando casi completamente libres sus pechos. Me fascinaba la ansiedad de la expectativa: mirar cómo mi esposa se perfumaba para otro hombre y ya no me dejaba tocarla más, porque quería estar perfecta para Juan. Estaba realmente hermosa y, como había previsto, los pechazos se le escapaban por todos lados. Como de costumbre estaba inquieta, pero a la vez expectante, y me hechizaba esa mezcla de timidez y resolución.
A la hora señalada sonó el timbre. Ceci fue a servir unos tragos mientras yo abría la puerta. No sabía la sorpresa que me esperaba: Juan había venido con otro hombre. “Es Sergio”, dijo, y me dio una palmadita en la mejilla al entrar. Mientras cerraba la puerta con llave, ellos pasaron directamente al living. De mediana edad, pelo negro y buen físico, era evidente que Sergio iba a gustarle a mi esposa. Juan lo presentó rápidamente y le dio un beso en la boca. Ella también parecía sorprendida y, aunque era pura cordialidad y simpatía, me miraba de reojo de vez en cuando, buscando reafirmación o tal vez seguridad. Deliberadamente yo no hacía ni un solo gesto, disfrutando la ambigüedad del momento y cómo ella se iba poniendo nerviosa. Estaba hermosa. De todos modos no hubo mucho tiempo para pensar. Mientras Juan la atraía para besarla, esta vez más profundamente, Sergio se me acercó por atrás, me arrodilló y, antes de que pudiera darme cuenta de lo que pasaba, me tomó las manos y las ató por detrás de mi espalda. Y susurró, sonriendo: “Así disfrutás del espectáculo”.
Por un lado Ceci parecía un ciervito asustado y por el otro una puta, con los pechos desbordando. La arrinconaron entre los dos. Ella sonrió y susurró: “No sabía que ibas a traer…” y Juan la cortó con un cachetazo. Nos quedamos duros. “Te vamosa enfiestar, putita: callate”. Y la dio vuelta para que besara a su amigo. Estoy seguro de que Ceci no lo esperaba pero evidentemente la excitaba, porque mientras ambos la manoseaban comenzó a contonearse gimiendo. Sergio la besaba y le metió la mano en la entrepierna, mientras Juan le apoyaba su bulto en la cola y le tomaba los pechos por atrás, acariciándolos y pellizcándolos alternativamente. Ceci jadeaba y ya no me miraba. “Mirá cómo te mojaste, putita”, dijo Sergio, mientras sacaba su pija (no tan gruesa como la de su amigo) y Juan desanudaba el vestido exponiendo los pechos de mi esposa con los pezones bien rígidos. Luego la arrodilló para que ella se comiera la pija de Sergio. Ceci comenzó a mamar bien despacio, como ella sabe, primero lentamente, alrededor del pene, luego los huevos y finalmente pasando la punta de la lengua por el tronco para volver después a la periferia, y sólo luego fue subiendo lentamente hasta tragarse toda la cabeza. Sergio bufaba agitado mientras ella lo mamaba cada vez más rápido y Juan le bajaba la tanga, sacaba su pija y se la ensartaba por atrás de golpe, sin lubricarla. Ella se arqueó de dolor al recibirlo por atrás sin aviso, gimiendo levemente, miró un instante a su macho como alucinada y luego volvió a mamar sumisamente la pija de Sergio.
Mientras tanto, arrodillado, esposado, impotente, a mí me daba vueltas la cabeza y me dolía el pene atrapado dentro del jean por la tremenda erección que me provocaba ver a Juan y a mi mujer moviéndose rítmicamente, en sintonía perfecta, mientras ella devoraba además al otro tipo. Fascinado, miraba cómo Sergio la agarraba del pelo y le hundía la pija hasta la garganta mientras Juan la cogía. LuegoJuan se sentó en el sofá, con su enorme pija reluciente con el jugo de mi mujer, y dijo: “ahora vas a cabalgar”. Obediente, ella se sacó el vestido y se sentó encima suyo, tirando la cabeza para atrás y jadeando al empalarse en aquella tremenda barra de carne. Sergio se fue a tomar un trago mientras Ceci comenzaba a mover su cadera haciendo “eses” para sentir mejor la erección de Juan: “Te siento tan adentro, amor…”, murmuraba, mientras lo besaba, le lamía la cara y las orejas y lo miraba a los ojos y movía el culo cada vez a mayor velocidad. Yo me volvía loco.
Sergio volvió, se pasó un poco de saliva por el pene y de golpe, sin aviso, comenzó a insertárselao en el culo a mi mujer. “¡Ay, me duele…!”, dijo ella, y me miró por un instante, pero yo estaba impotente miengras Juan la tomaba de las caderas para que se siguiera moviendo y Sergio seguía pujando, tirándole del pelo hacia atrás mientras ella jadeaba de dolor y a la vez de éxtasis hasta que, a los pocos segundos, los tres se sincronizaron y se movían bien al unísono, jadeando, gimiendo, sudando, con Ceci aullando de placer:“¡No puedo más, acabo, acabo!”, gritaba y gozaba la dureza de esas dos pijas que la rasgaban por dentro. Y al poco tiempo, al sentir que Juan aceleraba y acababa dentro suyo, aulló: “¡sí, papito, sí, así!” y movió más rápido el culo para exprimir hasta la última gota de su macho mientras Sergio la seguía culeando sin piedad. Para mi sorpresa, no se detenían: yo sabía bien que Juan era de hierro, pero pensé que Ceci debía estar sensible y no aguantaría semejante empalada. Pero mi esposa no paraba de moverse, sin duda deseando sentir la descarga de Sergio en su culo.
Comenzaron a acelerar de nuevo: “¡Movete, putita, mové ese culo!”, gritaba Juan, mientras ella se esmeraba y Sergio le empezaba a pegar en la cola: “¡sí,sí!, aullaba ella, descontrolada, gritando como una perra mientras Sergio bombeaba cada vez más fuerte y le pegaba más, y Juan la tenía sujetada del cuello y ahora también le pegaba en los pechos. Yo me volvía loco mirando a mi mujer hecha una puta, gritando como perra, arqueándose y retorciéndose con dos pijas adentro mientras esos animales la cogían y le dejaban los pechos y la cola enrojecidas de los cachetazos. Pero a ella evidentemente le gustaba, porque comenzó a agitarse y gemir cada vez más fuerte, cerrando los ojos, sin poder contener una nueva explosión orgásmica para desplomarse rendida sobre el pecho de Juan. Sergio sacó la pija, se acercó y, sin decir una palabra, me la metió en la boca: “Probá el culo de tu mujer,cornudo”. Ceci y Juan miraban con lascivia cómo me humillaban y cómo yo, lejos de resistirme, comenzaba a mamarle la pija a Sergio, sin que me importara nada, mientras me mojaba solo dentro de mi pantalón y saboreaba lo mejor que podía ese garrote duro, venoso, palpitante, que entraba y salía de mi boca. Juan dijo: “Mirá cómo le acaba en la boca” y Sergio gritó sordamente descargándome un chorro caliente en la garganta que parecía que no iba aterminar nunca, y yo lamía y mamaba y me tragaba todo.
Todavía arrodillado, abombado, casi dormido, sin tener fuerzas para levantarme, sentí vagamente que alguien me desataba las manos. Cuando pude abrir los ojos, Ceci recogía su ropa y ellos se habían ido.
Gran parte de la excitación consistía en prepararla para su macho. El viernes por la noche los nenes se fueron a dormir a casa de los primos y comenzamos los preparativos: Ceci se fue una vez más al salón de belleza y yo preparé las medias negras con portaligas, el lazo de seda negra para el cuello, una tanga minúscula con un anillo atrás que decía “sexy”, los stilettos negros, unos aros nuevos que le había regalado para su cumpleaños y un vestido blanco y plateado realmente inapropiado para la vida cotidiana por lo corto y también porque era de ésos que se anudan al cuello dejando casi completamente libres sus pechos. Me fascinaba la ansiedad de la expectativa: mirar cómo mi esposa se perfumaba para otro hombre y ya no me dejaba tocarla más, porque quería estar perfecta para Juan. Estaba realmente hermosa y, como había previsto, los pechazos se le escapaban por todos lados. Como de costumbre estaba inquieta, pero a la vez expectante, y me hechizaba esa mezcla de timidez y resolución.
A la hora señalada sonó el timbre. Ceci fue a servir unos tragos mientras yo abría la puerta. No sabía la sorpresa que me esperaba: Juan había venido con otro hombre. “Es Sergio”, dijo, y me dio una palmadita en la mejilla al entrar. Mientras cerraba la puerta con llave, ellos pasaron directamente al living. De mediana edad, pelo negro y buen físico, era evidente que Sergio iba a gustarle a mi esposa. Juan lo presentó rápidamente y le dio un beso en la boca. Ella también parecía sorprendida y, aunque era pura cordialidad y simpatía, me miraba de reojo de vez en cuando, buscando reafirmación o tal vez seguridad. Deliberadamente yo no hacía ni un solo gesto, disfrutando la ambigüedad del momento y cómo ella se iba poniendo nerviosa. Estaba hermosa. De todos modos no hubo mucho tiempo para pensar. Mientras Juan la atraía para besarla, esta vez más profundamente, Sergio se me acercó por atrás, me arrodilló y, antes de que pudiera darme cuenta de lo que pasaba, me tomó las manos y las ató por detrás de mi espalda. Y susurró, sonriendo: “Así disfrutás del espectáculo”.
Por un lado Ceci parecía un ciervito asustado y por el otro una puta, con los pechos desbordando. La arrinconaron entre los dos. Ella sonrió y susurró: “No sabía que ibas a traer…” y Juan la cortó con un cachetazo. Nos quedamos duros. “Te vamosa enfiestar, putita: callate”. Y la dio vuelta para que besara a su amigo. Estoy seguro de que Ceci no lo esperaba pero evidentemente la excitaba, porque mientras ambos la manoseaban comenzó a contonearse gimiendo. Sergio la besaba y le metió la mano en la entrepierna, mientras Juan le apoyaba su bulto en la cola y le tomaba los pechos por atrás, acariciándolos y pellizcándolos alternativamente. Ceci jadeaba y ya no me miraba. “Mirá cómo te mojaste, putita”, dijo Sergio, mientras sacaba su pija (no tan gruesa como la de su amigo) y Juan desanudaba el vestido exponiendo los pechos de mi esposa con los pezones bien rígidos. Luego la arrodilló para que ella se comiera la pija de Sergio. Ceci comenzó a mamar bien despacio, como ella sabe, primero lentamente, alrededor del pene, luego los huevos y finalmente pasando la punta de la lengua por el tronco para volver después a la periferia, y sólo luego fue subiendo lentamente hasta tragarse toda la cabeza. Sergio bufaba agitado mientras ella lo mamaba cada vez más rápido y Juan le bajaba la tanga, sacaba su pija y se la ensartaba por atrás de golpe, sin lubricarla. Ella se arqueó de dolor al recibirlo por atrás sin aviso, gimiendo levemente, miró un instante a su macho como alucinada y luego volvió a mamar sumisamente la pija de Sergio.
Mientras tanto, arrodillado, esposado, impotente, a mí me daba vueltas la cabeza y me dolía el pene atrapado dentro del jean por la tremenda erección que me provocaba ver a Juan y a mi mujer moviéndose rítmicamente, en sintonía perfecta, mientras ella devoraba además al otro tipo. Fascinado, miraba cómo Sergio la agarraba del pelo y le hundía la pija hasta la garganta mientras Juan la cogía. LuegoJuan se sentó en el sofá, con su enorme pija reluciente con el jugo de mi mujer, y dijo: “ahora vas a cabalgar”. Obediente, ella se sacó el vestido y se sentó encima suyo, tirando la cabeza para atrás y jadeando al empalarse en aquella tremenda barra de carne. Sergio se fue a tomar un trago mientras Ceci comenzaba a mover su cadera haciendo “eses” para sentir mejor la erección de Juan: “Te siento tan adentro, amor…”, murmuraba, mientras lo besaba, le lamía la cara y las orejas y lo miraba a los ojos y movía el culo cada vez a mayor velocidad. Yo me volvía loco.
Sergio volvió, se pasó un poco de saliva por el pene y de golpe, sin aviso, comenzó a insertárselao en el culo a mi mujer. “¡Ay, me duele…!”, dijo ella, y me miró por un instante, pero yo estaba impotente miengras Juan la tomaba de las caderas para que se siguiera moviendo y Sergio seguía pujando, tirándole del pelo hacia atrás mientras ella jadeaba de dolor y a la vez de éxtasis hasta que, a los pocos segundos, los tres se sincronizaron y se movían bien al unísono, jadeando, gimiendo, sudando, con Ceci aullando de placer:“¡No puedo más, acabo, acabo!”, gritaba y gozaba la dureza de esas dos pijas que la rasgaban por dentro. Y al poco tiempo, al sentir que Juan aceleraba y acababa dentro suyo, aulló: “¡sí, papito, sí, así!” y movió más rápido el culo para exprimir hasta la última gota de su macho mientras Sergio la seguía culeando sin piedad. Para mi sorpresa, no se detenían: yo sabía bien que Juan era de hierro, pero pensé que Ceci debía estar sensible y no aguantaría semejante empalada. Pero mi esposa no paraba de moverse, sin duda deseando sentir la descarga de Sergio en su culo.
Comenzaron a acelerar de nuevo: “¡Movete, putita, mové ese culo!”, gritaba Juan, mientras ella se esmeraba y Sergio le empezaba a pegar en la cola: “¡sí,sí!, aullaba ella, descontrolada, gritando como una perra mientras Sergio bombeaba cada vez más fuerte y le pegaba más, y Juan la tenía sujetada del cuello y ahora también le pegaba en los pechos. Yo me volvía loco mirando a mi mujer hecha una puta, gritando como perra, arqueándose y retorciéndose con dos pijas adentro mientras esos animales la cogían y le dejaban los pechos y la cola enrojecidas de los cachetazos. Pero a ella evidentemente le gustaba, porque comenzó a agitarse y gemir cada vez más fuerte, cerrando los ojos, sin poder contener una nueva explosión orgásmica para desplomarse rendida sobre el pecho de Juan. Sergio sacó la pija, se acercó y, sin decir una palabra, me la metió en la boca: “Probá el culo de tu mujer,cornudo”. Ceci y Juan miraban con lascivia cómo me humillaban y cómo yo, lejos de resistirme, comenzaba a mamarle la pija a Sergio, sin que me importara nada, mientras me mojaba solo dentro de mi pantalón y saboreaba lo mejor que podía ese garrote duro, venoso, palpitante, que entraba y salía de mi boca. Juan dijo: “Mirá cómo le acaba en la boca” y Sergio gritó sordamente descargándome un chorro caliente en la garganta que parecía que no iba aterminar nunca, y yo lamía y mamaba y me tragaba todo.
Todavía arrodillado, abombado, casi dormido, sin tener fuerzas para levantarme, sentí vagamente que alguien me desataba las manos. Cuando pude abrir los ojos, Ceci recogía su ropa y ellos se habían ido.
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