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Aventuras cuckold 3

Habíamos abierto la caja de Pandora. Ceci sólo pensaba en Juan y seguíamos teniendo sexo ocasionalmente, pero lo que realmente nos disparaba ahora era hablar de él: pensar en Juan, fantasear con Juan y su tremenda pija. Ciertamente el asunto tenía su ventaja: Ceci se sentía evidentemente más deseada y atractiva, se arreglaba más y emanaba una confianza que jamás le había conocido. Eso la volvía mucho más atractiva. Luego de masturbarme una noche contándome cómo fantaseaba con Juan, me dijo que quería que saliéramos a comer con él. Me puse algo incómodo, por un lado, porque esperaba que la cosa fuera sólo sexual, y por el otro porque el tipo ni me dirigía la palabra cuando nos encontrábamos.

Pero el vértigo pudo más y nos preparamos. El encuentro sería el jueves por lanoche. Ella se esmeró para agradarle a su macho: una camisa blanca apretada, que insinuaba a todas luces sus pechos, una pollera tubo gris, sandalias rojas de taco alto y debajo, me anunció, nada. La mezcla de timidez y sensualidad de mi esposa me resultaba irresistible. Pero los dos sabíamos que no era por mí.

Luego de observar durante una hora agónica pero deliciosa cómo ella se vestía, se peinaba y se maquillaba para Juan, a las diez de la noche del jueves llegamos al bar. En la penumbra él nos esperaba en una mesa. La recibió con un beso corto en la boca, y sentó a Ceci entre ambos. Pedimos unos tragos, hablando del clima y de cualquier trivialidad tratando de disipar la incomodidad de aquella situación extraña. Juan la hacía hablar y apenas me miraba; de vez en cuando le daba sorbos del trago, la besaba en la boca y le decía lo linda que estaba. Entre humillado y excitado, yo no sabía qué hacer salvo constatar que la situación me calentaba. En un momento Juan alabó la camisa de Ceci y con un dedo le rozó deliberadamente un pecho. Ella parecía un poco nerviosa todavía. Lo ignoró, bajó la mano debajo de la mesa y comenzó a acariciarle un muslo. Ceci dio un saltito y lo miró con cara picaresca, pero no hizo nada para detenerlo. Sólo entonces Juan comenzó a hablarme a mí, mientras pasaba la mano acariciando el muslo de mi esposa, que comenzaba a agitarse. Con una sonrisa medio irritante, medio condescendiente, me hablaba de fútbol o de política mientras manoseaba a mi mujer. Loco de excitación, yo ni entendía lo que me decía. Sin parar de hablar, con toda la tranquilidad del mundo, poco a poco fue subiendo la mano por el tajo de la pollera hasta el pubis y empezó a masajearle el clítoris. Con los ojos entrecerrados Ceci se mordía los labios y apenas podía respirar o contener los gemidos: “Ay, Dios, no aguanto, Fer, no puedo más…”, murmuraba; hasta que tiró la cabeza hacia atrás y explotó en un gemido ronco. La gente de la mesa de al lado se dio vuelta para ver qué pasaba. Mientras yo sonreía como un estúpido para tranquilizarlos, totalmente turbado, Juan sacó la mano y le dio a probara Ceci su dedo mojado. Ella lo lamió y hasta creo que lo saboreó.

Era innegable. El tipo había transformado a mi mujer en una terrible puta.

Ceci se levantó y nos agarró a los dos de la mano. Por el camino me soltó, mientras nos llevaba hacia el fondo y nos metimos los tres en el baño. Ella trancó la puerta y, sin decir palabra, con una sonrisa adorable, se arrodilló y comenzó a bajarnos los pantalones. Yo ya estaba totalmente erecto, así que se concentró en Juan. La verdad es que su pija en reposo era más grande que la mía. Ella comenzó a acariciarle los huevos con la mano hasta que su verga se irguió y alcanzó todo su esplendor. Mi pene hacía un triste papel al lado de ese tronco tieso, duro, realmente imponente. Ceci seguía devorando a su amante y de vez en cuando me daba unas lamidas rápidas a mí. Juan me sonreía. Me daba vueltas la cabeza. Con los dos ya bien al palo, Ceci comenzó a alternar un poco y nos la mamaba un rato a cada uno. Estaba totalmente desinhibida, radiante, tragándose dos vergas como si fuera la cosa más natural del mundo. “Qué bien que se la come tu mujer, eh”, dijo sonriente Juan. Ceci aceleró la mamada masturbándonos con una mano a cada uno. La combinación del placer oral con la sensación exquisita de ver a mi esposa paladeando esa pija enorme me aflojaba las piernas. Ceci empezó a gemir, gozando tanto como nosotros, y no pude contenerme más y acabé entre su espalda y la pared, y entonces ella pudo concentrarse en la cabeza palpitante de Juan. El tipo la agarraba del pelo y se la metía hasta la garganta, mientras yo a duras penas, temblando, podía apoyarme sobre la pared. De repente Juan le gruñó “coméla toda, perra”, sacó el pene y le acabó en la cara, mientras Ceci abría la boca tratando de no dejar caer ni una sola gota de ese chorrazo de leche. Luego lo limpió con todo cuidado, saboréandolo, lamiendo con cuidado esa verga tiesa que aunque comenzaba a aflojarse todavía estaba enorme. Y luego mi esposa se paró y me besó pasándome toda la leche de Juan. Yo no lo podía creer. Al borde del desmayo ella me lamía la oreja mientras Juan decía “eso es verdadera lechede macho, cornudo”, y yo voluntariamente me tragaba todo. Cuando abrí los ojos Juan se arreglaba el pantalón, la besaba y decía que pronto nos veríamos otravez.

Mientras lo miramos alejarse por el pasillo, creo que yo estaba más excitado que ella.

4 comentarios - Aventuras cuckold 3

sebashot31 +2
Te animas a que me chupen la pija y te pase mi leche

Aventuras cuckold 3
corsario43 +1
genial!!! me recontra calienta!
juanchooo13
Tus relatos casa vez mejores, que Diosa ella
mirandopaso +1
te pasas con los relatos , uno mas caliente que el otro +1o