La noticia corrió en la familia como la pólvora. La tía Maribel se separaba del tío Juan. Durante la comida, María hablaba con Rodolfo, su marido.
-Mi hermana está destrozada, pero me dijo que es algo que llevaba tiempo pensando hacer.
-¿Pero no te ha dicho por qué? Parecían una pareja tan bien avenida. Bueno, tampoco es que los viésemos tan a menudo.
María hizo un gesto con una mano, levantando el dedo meñique y el índice, tratando de que Alberto, su hijo, no se diera cuenta. Pero Alberto, aunque callado, se fijaba en todo. Entendió que el Juan le ponía los cuernos a la tía Maribel.
-Bueno, mujer. Por unos cuernecillos de nada...
-¡Rodolfo!, el niño.
-¿Qué niño?
-Agggg, tu hijo, coño. No son cosas que tenga que saber a su edad.
-Jajajaja, María. Ya es mayorcito para saber las cosas de la familia. Joder, que ya tiene 18 abriles.
-Pero no fueron unos cuernecillos de nada. Por lo visto fueron varias veces. Muchas.
-Será que ella no le da lo que él quiere.
-Pero mira que eres bestia, Rodolfo. Los hombres, siempre justificándose entre ustedes.
Alberto no decía nada, pero escuchaba todo. Hacía mucho que no veía a sus tíos, pues vivían en otra provincia. Se puso a pensar en eso que decía su padre sobre que la tía Maribel no le daba al tío Juan lo que quería. La última vez que vio a su tía fue hacía tres años, y recordaba dos cosas. Que era muy simpática y que tenía el par de tetas más bonitos que conocía. Ella era una mujer de peso normal, no gruesa, pero sus tetas eran grandes. Desde aquel día fue el blanco de su nocturno onanismo. Se pasaba el día intentando atisbar aquellas dos redondeces, meterlas en su mente para por las noches dar rienda suelta a su placer. Ella estuvo una semana en su casa, y el día que la vio con una camiseta no lo iba a olvidar en toda su vida.
Blanca, ajustada, con tirantes. No llevaba sujetador. Escote amplio. Los pezones se notaban tras la fina tela. Alberto casi se puso a babear. No entendía como aquellas dos maravillas se mantenían solas, desafiando a la ley de la gravedad. Esa visión lo acompañó más de un mes cada noche, en su cama. Y aún hoy en día, tres años después de vez en cuando la recordaba.
-Jajajaja. Es que tenemos que ayudarnos entre nosotros.
-Ella lo está pasando un poco mal. Le he dicho que se venga una temporada a casa - dijo María.
Los dos hombres dieron un respingo interior. Alberto no era inmune a los encantos de su cuñada.
-¿A casa? - respondió Rodolfo, levantado una ceja.
-Sí. ¿No te importa, verdad?
-Ummm, claro que no. El tiempo que haga falta.
-Gracias, eres un tesoro.
Rodolfo sonrió. Se había ganado una buena mamada esa noche.
Alberto pensaba en su tía. ¿Habría cambiado en estos años? ¿Seguiría tan hermosa como siempre? La tendría en casa. La vería todos los días. Sólo de imaginarlo, la polla se le puso morcillona.
+++++
Maribel aceptó la invitación de su hermana para irse a vivir con ellos una temporada. Necesitaba un cambio de aires. Además, hacía tiempo que no los veía. María su hermana, a la que quería con locura. Rodolfo, su simpático cuñado, siempre bromeando con ella, metiéndose con su físico, pero siempre respetándola. Y Alberto, su sobrino, tan tímido, que la miraba con admiración.
Hizo las maletas, cogió el tren y se marchó.
+++++
La fueron a buscar a la estación. Abrazos y besos de las hermanas. Abrazos y besos para su cuñado. Abrazos y besos para su sobrino.
-Vaya, Alberto. Eres ya todo un hombre.
Alberto se estremeció cuando sintió contra su pecho aplastarse las dos tetas de su tía. Le parecieron duras. Su labios eran cálidos, su piel suave. La recordaba hermosa. Ahora le pareció aún más hermosa.
-Venga, chaval - dijo su padre - no te quedes ahí como un pasmarote y cógele las maletas a tu tía.
Alberto arrastró las maletas. Se rezagó un poco de los demás. Su madre y su tía hablaban entre ellas. Su padre se adelantó a buscar el coche. Y él, miraba como su tía meneaba su redondo culito.
"Joder, pero que buena estás, tía", pensaba, sin apartar la vista.
Maribel se dio la vuelta y le sonrió.
-¿Puedes tu solo con las maletas, sobrino?
-Sí, sí puedo, tía.
El coche apreció y paró. Entre su padre y él metieron las maletas. Maribel se sentó detrás. Alberto sintió un escalofrío. Iba a estar más de media hora sentado detrás con ella. Abrió la puerta pare entrar.
-Alberto, vete delante con tu padre. Tengo mucho de que hablar con tu tía - dijo su madre.
El pobre muchacho maldijo su mala suerte. Se pasó el resto del camino callado, oyendo como su madre y su tía no dejaban de hablar. Hasta su padre terciaba de vez en cuando.
Cuando llegaron a la casa, Alberto llevó las maletas a la habitación que habían preparado para Maribel. Era la habitación contigua a la suya.
Esa noche, Alberto, acostado en su cama, se acariciaba la polla recordando la presión de las tetas de su tía contra su pecho. Los tres años pasados la habían hecho más apetecible.
El orgasmo fue intenso. La corrida, abundante. Manchó las sábanas a pesar de tener preparado, como siempre, papel higiénico para recoger el fruto de su placer.
Ella estaba al lado. Sólo los separaba un fino tabique.
++++++
En cuando Alberto vio aparecer a su tía por la mañana en la cocina, supo que su estancia iba a ser una tortura. Venía con un pijama cortito. La camisa ajustada, con un escote por el que asomaban sus dos impresionantes tetas. Alberto se quedó embobado mirándolas, hasta que Maribel saludó.
-Buenos días. He dormido como un lirón. Hola sobrino
-Ho... hola tía. Buenos días.
-¿Y tus padres?
-Mamá está en el salón. Papá ya se fue a trabajar.
-Me voy a preparar un cafelito.
Con la polla dura bajo la mesa, Alberto miraba como el culito de Maribel se meneaba de un lado para otro mientras se preparaba el café. Sus tetas se agitaban con el movimiento. Subían, bajaban. Se movían hacia los lados. Siempre volviendo a su sitio.
Ella se sentó en la mesa, poniendo el humeante café delante. Sus tetas se apretaban contra el borde. Alberto hacía grandes esfuerzos para no mirarlas.
-Cuéntame, sobrino. ¿Qué es de tu vida? Estudias Ingeniería, ¿No?
-Sí, es mi primer año.
-¿Y cómo te va?
-Bueno, bien. Por ahora voy tirando.
-¿Y de novias como andas?
La sangre se le subió a la cara. La notó caliente. Sabía que estaba rojo, y eso lo ponía aún más rojo. Miró a su desayuno pidiéndole a la tierra que se abriera y se lo tragara.
-Ahora no tengo.
Ni ahora ni antes. Nunca había tenido una chica. Era muy tímido y apenas salía con sus amigos.
-Qué raro. Un chico tan guapete como tú, sin novia.
Alberto no era un guaperas, pero tampoco era feo. Era resultón. Lo mejor eran sus profundos ojos, pero como casi nunca mantenía su mirada en la otra persona, muchos los desconocían.
La llegada de su madre lo salvó.
-Buenos días, Maribel. ¿Has dormido bien?
-De maravilla. Muchas gracias por todo, María.
-Ay, otra vez con las gracias. La familia está para estas cosas.
Ellas se pusieron a hablar y Alberto aprovechó la ocasión para escabullirse, ocultando con sus manos la erección claramente visible en su pijama. Se fue a su cuarto, cerró la puerta y se sacó la polla. La agarró con su mano y empezó una lenta paja recordando las tetas de su tía Maribel.
Como todo chico en tiempos de internet, era un experto en tetas. Había visto muchas. Grandes, pequeñas, normales, caídas, tiesas. De todos los diferentes tipos de tetas, había uno en especial, el que más le gustaba. Aquellas que no son separadas. Que nacen justo en el esternón. Que son amplias, redondas, grandes, que llegan casi hasta el sobaco. Y así eran justo las tetas de su tía. Las tetas perfectas.
Se corrió imaginando su cara metida entre aquellas dos hermosas masas de carne. Dejó su escritorio con grandes chorros de semen. Cuando estaba muy excitado, las corridas de Alberto eran muy abundantes. Y su tía siempre lo ponía muy excitado.
Limpió el desaguisado, se vistió y fue a despedirse. Su madre y su tía seguían dándole a la hebra.
-Bueno, me voy a clase. Hasta luego.
-Hasta luego, tesoro.
-Hasta luego, sobrino.
Alberto le echó una última mirada al escote de Maribel y se marchó.
-Parece un buen chico - dijo Maribel cuando Alberto se fue.
-Sí, lo es. Estoy muy orgullosa de él. Bueno, lo estamos, su padre y yo. Aunque a ver si espabila un poco.
-¿Espabila?
-Es que es un poco cortado. Muy tímido.
-Sí, ya lo he notado. Pero ya se le pasará, mujer. En cuanto encuentre una novia, se espabila enseguida. Jajaja.
-Jajaja. Es espero.
+++++
Pasaron los días y todos se fueron haciendo a la nueva situación. El que mejor se lo pasaba era Alberto. Se hacía una paja al despertarse y otra al acostarse. Muchos días, para la tarde caía otra. Y todas en honor a su tía Maribel y sus hermosas tetas.
No se cansaba de mirarlas, de reojo. Sobre todo por las mañanas, cuando ella se levantaba y aparecía con sus pijamitas ajustados.
Maribel no era tonta, y enseguida se dio cuenta de como la miraba su sobrino. Se la comía con los ojos. Lejos de molestarle, le encantaba saber que atraía a un joven, aunque fuera su sobrino.
Una mañana, se levantó y fue a hacer pis. Antes de salir del baño, se miró al espejo.
-Joder, no me extraña que Alberto me coma con los ojos.
Tenía una camiseta de tirantes. Sin sujetador. Las tetas se salían por los lados, por el escote. Se pasó las manos por ellas, sonriendo a la imagen del espejo. Pensó en volver a su cuarto y ponerse algo más... decente.
-Nah, que disfrute el chaval.
Salió del baño y fue a la cocina. Los ojos de su sobrino se abrieron como platos en cuanto la vio. Enseguida desvió la mirada. Maribel, como si no pasara nada, se sentó en frente de él.
Alberto se acababa de hacer una rica paja en su cama, y al ver a su tía así, volvió a tener una fuerte erección. Menos mal que tenía puestos unos vaqueros y podía disimular. Pero la polla le dolía allí encerrada, apretada, constreñida, estrangulada.
La tía Maribel hablaba con su madre, como si tal cosa. Alberto miraba aquellas dos maravillas.
-Me voy a clase - dijo, levantándose con una carpeta delante, tapando el bulto de su pantalón.
-Hasta luego tesoro - se despidió su madre.
-Hasta luego, sobrino - se despidió Maribel, con una amplia sonrisa.
-Chao.
Alberto se marchó. María le dijo a su hermana.
-¿No vas un poco... ligera?
-¿Ligera?
-Me refiero a ligera de ropa.
-¿Tú crees?
-Seguro que Alberto te comía con los ojos.
-Nah, mujer. Que soy su tía. Además, seguro que en su clase hay muchas chicas que van más 'ligeras' que yo.
-Mejor te tapas un poco. Que aunque Alberto sea tu sobrino, Rodolfo es tu cuñado y si te viera así se lanzaba sobre ti.
-Jajajaja. Vale, María. Iré más tapadita.
Cumplió su palabra. Nunca más se puso aquella camiseta de tirantes delante de la familia. Pero siguió usando sus ceñidos pijamas. Y siguió recibiendo las furtivas miradas de su sobrino.
+++++
Amaneció un sábado. Maribel se despertó, fue al baño y después a la cocina. Alberto estaba ya desayunando.
-Aghhhh - dijo, desperezándose y levantando los brazo - Buenos días, Alberto.
-Buenos días, tía.
-Ay, deja ya eso de tía. Me hace vieja. Lámame Maribel.
-Vale.
Se puso a prepararse un cafelito. Los ojos de Alberto fijos en su culo, tapado por un corto pantaloncito. Cuando lo terminó, como siempre, se sentó a la mesa y se puso a tomárselo a sorbitos. Ahora, los ojos de Alberto iban de su plato a sus tetas. De sus tetas, a su plato.
-Me las vas a gastar - dijo Maribel.
-¿Eh?
-Las tetas. Me las vas a gastar de tanto mirarlas.
Alberto se quedó petrificado. Los colores se le subieron a la cara. No podía ni hablar. Se sentía terriblemente avergonzado. Miró a Maribel, que lo miraba a él, con una media sonrisa. No pudo resistirlo y se levantó, huyendo hacia su cuarto. Ella también se sorprendió de la reacción de su sobrino.
"Joder, Maribel. Pero que brutita eres", se dijo. Sabía de la timidez de Alberto y recordó lo que la había pasado hacía años con un amigo, tan tímido o más que su sobrino. En broma lo humilló en público y perdió su amistad para siempre.
Se levantó y fue a hablar con Alberto. La puerta estaba cerrada y tocó.
-¿Puedo pasar, Alberto?
No hubo respuesta. Se atrevió a abrir, lentamente, la puerta.
-¿Alberto...?
Él estaba sentado en su cama, cabizbajo, rojo como un tomate. Maribel entró en la habitación y cerró la puerta. Se acercó a la cama y se sentó al lado de su sobrino.
-Perdóname. Fui un poco bruta.
El muchacho no dijo nada. Sólo se frotó las manos, nervioso.
-¿Me perdonas, Alberto?
Seguía frotándose las manos. Y seguía colorado. Maribel puso una mano en su rodilla y apretó.
-Venga. Di que me perdonas.
-Está... bien. - consiguió articular Alberto.
-Gracias.
Alberto levantó la vista y la miró a los ojos un segundo, apartando la vista rápidamente. Maribel vio su azoramiento. Le soltó la rodilla y se levantó, acercándose hasta la puerta. Meneó el culito. Sabía que él la estaba mirando.
Abrió la puerta y se giró con rapidez suficiente para ver como Alberto desviaba la mirada.
-No me importa que me mires las tetas, Alberto. Hasta luego.
Cerró la puerta y se marchó, dejando tras de ella a un boquiabierto Alberto. No sólo no le importaba, sino que esas miradas del tímido joven le gustaban. Cuando su marido empezó a ponerle los cuernos se sintió no sólo humillada, sino que hasta llegó al extremo de que su autoestima se cayó por los suelos. Se encerró en sí misma y ahora ese muchacho, su sobrino, la estaban sacando de ese estado. Se empezó a sentir otra vez atractiva, deseada. Y hasta, en cierta medida, excitada.
Alberto era su sobrino. Sabía que la deseaba. Y sabía que no debía ser así. ¿Pero qué daño podría hacerle que la mirase? A lo mejor así se espabilaba y hasta le venía bien.
Después de varios minutos, Alberto se atrevió a salir de su cuarto y volvió a la cocina.
Allí, su tía, su madre y su padre estaban desayunando y hablando.
-Rodolfo y yo vamos a ir al centro comercial de compras. ¿Te vienes? - preguntó María a su hermana.
-No, prefiero quedarme en casa y descansar un poco.
-¿Y tú, Alberto?
El chico pensaba a mil por hora. Si su tía no se iba con sus padres eso significaba que se quedaría a solas con su tía. Eso lo excitaba y asustaba al mismo tiempo, a tal punto, que estuvo a punto de decir que iría con ello. Una rápida mirada a su tía, que lo miraba sonriendo le hizo desistir.
-No..Tengo que estudiar, mami.
-Bueno, pues nada. Nos vamos tu padre y yo.
Después del desayuno su padre y su madre se fueron a vestir y después se marcharon. Maribel fue a la puerta a despedirlo, y cuando regresó al salón, se encontró a Alberto sentado mirando la tele.
-¿No tenías que estudiar?
-No. Es que no tenía ganas de estar toda la mañana arriba y abajo del centro comercial.
Maribel se sentó en el sofá de al lado.
-¿No será que querías quedarte a solas conmigo? - le preguntó mirándole a los ojos.
Enseguida volvieron los colores a la cara de Alberto, que no pudo aguantar la mirada de su tía y desvió sus ojos.
"Al menos no ha salido corriendo" - pensó Maribel.
Miró al chico. Le gustaba el efecto que causaba en él. Verlo tan tímido, tan dulce, le gustaba. Volvió a sentirse mal por lo que había pasado por la mañana. Se levantó
-Espera un momento. Ahora vuelvo.
Se fue a su cuarto y buscó en su ropero. Sacó aquella camisa de tirantes que su hermana le sugirió no usar y se la puso, sin sujetador. Regresó al salón. Así compensaría el mal trago que le hizo pasar, y disfrutaría ella de las miradas que tanto le gustaban. Maribel notó un cosquilleo en el estómago. Algo que no sentía desde hacía años.
Los ojos de Alberto al verla eran como los de aquella vez.
-Creo que el otro día te gustó verme con esta camisa. Me la he puesto para que me perdones por lo de esta mañana. Pero no le digas nada a tu madre, eh?
-No... no... claro.
Se volvió a sentar. Alberto se puso a mirar la tele, evitando mirar hacia ella.
-Ya te dije que no me importa que me mires. Me he puesto así para que me mires a mí, no a la tele.
Con gran esfuerzo y la cara ardiendo, Alberto se atrevió a mirar a su tía. Estaba preciosa. Y esas tetas... Se quedó mirándolas. Y sabía que ella lo miraba a él.
-¿Te gustan mis tetas, Alberto?
-Joder, sí.
-Jajaja. Al fin eres rotundo.
Alberto se atrevió a sonreír. Su corazón empezó a latir con fuerza cuando ella se levantó y se sentó a su lado. Hasta el llegó el ligero aroma se su perfume. Sintió que la polla se le empezaba a poner dura, y asustado, se puso con disimulo las manos encima.
Maribel se dio cuenta. A su sobrino se le estaba poniendo la polla dura.
En otras circunstancias, todo habría acabado ahí. Incluso no habría ni siquiera llegado a ese punto. Pero su separación, su falta de cariño, su falta de sexo. Aquel muchachito tan dulce, tan tierno.
-¿Qué te pasa?
-Nada.
-¿Seguro? ¿Y por qué...te tapas?
Lo vio temblar. Rojo como un tomate.
-¿Te excita mirar a tu tía? ¿Te ponen...cachondo las tetas de tu tiita?
Maribel se dio cuenta de que se estaba comportando como una auténtica zorrita con su sobrino. Pero lo malo no era eso. Lo malo es que le gustaba.
Alberto no contestó. No podía. Estaba petrificado. Y más petrificado se quedó cuando Maribel acercó sus manos a las suyas y las apartó. El bulto en su pijama era evidente.
-Sí, ya veo que sí. Mi sobrinito tiene algo duro ahí escondido.
Maribel se estaba excitando con todo aquello. Sus pezones se empezaron a endurecer y a marcarse bajo la camisa. Y su coño se empezó a mojar. Hacía mucho tiempo que no se le mojaba.
-No es la primera vez que te la pongo así, ¿No?
-No.
-Ummm, vaya vaya..¿Y qué haces cuando se te la pongo así?
Él no dijo nada. Maribel se acercó un poco más, hasta que sus muslos se tocaron. Los dos sintieron escalofríos.
-¿Te la tocas? Venga, dile a la tía Maribel si te la tocas cuando se te pone así.
-Sí.
-¿Pensando en mis tetas? ¿En mí?
-Sí.
-Ummm, así que mi sobrinito se masturba pensando en mí.
-Sí.
Su coño ya era un mar de jugos. Sus pezones le dolían de lo duros que estaban. Y la polla de su sobrino parecía querer romper el pijama y salir. Maribel ya no podía más, pero el hecho de que Alberto fuese su sobrino la retenía un poco.
-¿Me las quieres ver?
Alberto la miró, asombrado. Claro que se las quería ver. Era lo que más deseaba en el mundo. Pero las palabras no se salían. Se miraban a los ojos.
-Vaya, pero si tienes unos ojos preciosos, Alberto. Pero es tan difícil vértelos. Si me lo pides, te las enseño.
-S..si...quiero.
¿Qué quieres? - preguntó ella, mimosa.
-Vértelas.
-¿Sí? Pídemelo bien...Pídeme que te las enseñe.
Alberto aspiró. Cogió aire. Y mirando a su tía a los ojos, le dijo.
-Maribel... enséñame las tetas.
-Ummmm, así sí.
Maribel se agarró la camisa por la cintura, tiró de ella y se la quitó por la cabeza. Sus dos preciosas tetas quedaron libres, a la vista de Alberto. A ella le encantó como él la miraba.
Cruzó las manos por delante, levantándolas un poco.
-Son bonitas, ¿Verdad?
-Son..preciosas. Las tetas más bonitas que he visto en mi vida.
-¿Sí? ¿Has visto muchas, bribón?
-No..me refiero a... el ordenador.
-Ah, Internet. ¿Y al natural cuántas has visto?
-Sólo... las tuyas
-¿Sólo las mías? ¿Las de ninguna novia?
Los colores habían desaparecido. Volvieron con la pregunta.
-Nunca...he...tenido novia
-Oh, pobrecito. ¿Eres virgen, Alberto?
Él se sintió muy avergonzado. Respondió con un apenas audible sí.
-No tienes que avergonzarte, Alberto. Eres muy joven. Ya verás como cuando aparezca la chica adecuada...dejarás de serlo.
Alberto la miró a los ojos. Llenos de súplicas. Ella comprendió lo que esos ojos pedían. Pero eso no era posible.
La mirada de Alberto se dirigió a las tetas nuevamente. Maribel acariciaba su mano. Su suave mano.
-¿Las quieres tocar?
La miró con la boca abierta. No se podía creer que todo lo que estaba pasando fuese verdad. Como a cámara lenta vio como su mano, guiada por la de su tía, se acercaba a una de las preciosas tetas. Casi se corre en el pijama cuando sus dedos la tocaron.
Maribel le soltó la mano. Alberto no soltó la teta. Era suave, cálida, dura. Ella le sonreía.
-Acaríciala. Las tengo muy sensibles.
Alberto empezó a mover sus dedos. Acariciaba con las yemas, muy suavemente. Miró el oscuro pezón. Se atrevió a pasar su pulgar sobre él. Estaba duro.
-Ummmm, que rico, sobrino. Hacía mucho que no me acariciaban así.
Maribel sentía su coño palpitar entre sus piernas. Su sobrino la estaba calentando mucho. Su inocencia la tenía loquita.
-Tengo dos, ¿Sabes? Mi otra tetita se siente sola.
Esta vez sin ayuda, Alberto llevó su otra mano a la otra teta, y con ambas manos, las acarició.
-Así...muy bien. Hay que acariciar, no estrujar.
-Son...son maravillosas. - dijo apretando entre el pulgar y el índice cada pezón.
-Agggggg sobrinito. Me estás poniendo...cachonda.
Un nuevo escalofrío recorrió la espalda de Alberto. La mujer de sus sueños le acabada de decir que él la estaba poniendo cachonda.
Maribel entrecerró los ojos. Miró hacia la polla de su sobrino. Hubiese jurado que palpitaba bajo el pijama. ¿Cómo sería? Mientras él seguía acariciando y pellizcando con dulzura, acercó una mano hacia polla. La puso sobre ella y apretó.
El cuerpo de Alberto se tensó. Los dedos se apretaron contra las tetas. Maribel sintió como la polla tenía espasmos. Su sobrino se estaba corriendo.
-Agggg...aggggggg...Yo...lo..siento...agggggg
Fue una corrida larga. Maribel notó por lo menos siete contracciones de la polla. Una mancha de humedad se empezó a hacer visible. Alberto le soltó las tetas y se quedó mirando al suelo. Si hubiese habido un agujero se hubiese tirado de cabeza sin pensarlo.
-Yo... lo siento, Maribel. Lo siento.
-Tranquilo. No pasa nada. Estabas demasiado excitado. Es normal.
No le soltó la polla. Dejó allí la mano. La mancha aumentaba de tamaño.
-Uf, te has manchado.
-Joder. Tendré que lavarme los calzoncillos y el pijama
-Jeje, sí, porque si tu madre lo ve se va a preguntar que qué hiciste para - apretó la polla - correrte en los calzoncillos.
Otra vez los colores encendieron sus mejillas. Maribel lo miró.
-No eres el único que va a tener que lavar su pijama.
-¿Qué?
Maribel abrió sus piernas. La mirada de Alberto fue directa a su coño. Claramente visible, había también allí una macha de humedad. Ella no se había puesto bragas.
-¿Te has corrido? - Le preguntó Alberto.
-No. Pero estoy muy muy mojada. Ummmm ya no puedo más. ¿Me ayudas a correrme?
-Yo...no sé
-Yo te enseño.
Soltó la polla y le cogió una mano. Alberto se dejó guiar hasta el pijama. Ella presionó la palma de la mano en la zona.
-¿Notas la humedad?
-Sí.
-Es mi coño, que está muy mojado. Tú me lo has puesto así. Y ahora te voy a enseñar a hacerle una pajita a tu tía. ¿Quieres que tu tía te enseñe a hacerla correr con tus dedos?
-Mi hermana está destrozada, pero me dijo que es algo que llevaba tiempo pensando hacer.
-¿Pero no te ha dicho por qué? Parecían una pareja tan bien avenida. Bueno, tampoco es que los viésemos tan a menudo.
María hizo un gesto con una mano, levantando el dedo meñique y el índice, tratando de que Alberto, su hijo, no se diera cuenta. Pero Alberto, aunque callado, se fijaba en todo. Entendió que el Juan le ponía los cuernos a la tía Maribel.
-Bueno, mujer. Por unos cuernecillos de nada...
-¡Rodolfo!, el niño.
-¿Qué niño?
-Agggg, tu hijo, coño. No son cosas que tenga que saber a su edad.
-Jajajaja, María. Ya es mayorcito para saber las cosas de la familia. Joder, que ya tiene 18 abriles.
-Pero no fueron unos cuernecillos de nada. Por lo visto fueron varias veces. Muchas.
-Será que ella no le da lo que él quiere.
-Pero mira que eres bestia, Rodolfo. Los hombres, siempre justificándose entre ustedes.
Alberto no decía nada, pero escuchaba todo. Hacía mucho que no veía a sus tíos, pues vivían en otra provincia. Se puso a pensar en eso que decía su padre sobre que la tía Maribel no le daba al tío Juan lo que quería. La última vez que vio a su tía fue hacía tres años, y recordaba dos cosas. Que era muy simpática y que tenía el par de tetas más bonitos que conocía. Ella era una mujer de peso normal, no gruesa, pero sus tetas eran grandes. Desde aquel día fue el blanco de su nocturno onanismo. Se pasaba el día intentando atisbar aquellas dos redondeces, meterlas en su mente para por las noches dar rienda suelta a su placer. Ella estuvo una semana en su casa, y el día que la vio con una camiseta no lo iba a olvidar en toda su vida.
Blanca, ajustada, con tirantes. No llevaba sujetador. Escote amplio. Los pezones se notaban tras la fina tela. Alberto casi se puso a babear. No entendía como aquellas dos maravillas se mantenían solas, desafiando a la ley de la gravedad. Esa visión lo acompañó más de un mes cada noche, en su cama. Y aún hoy en día, tres años después de vez en cuando la recordaba.
-Jajajaja. Es que tenemos que ayudarnos entre nosotros.
-Ella lo está pasando un poco mal. Le he dicho que se venga una temporada a casa - dijo María.
Los dos hombres dieron un respingo interior. Alberto no era inmune a los encantos de su cuñada.
-¿A casa? - respondió Rodolfo, levantado una ceja.
-Sí. ¿No te importa, verdad?
-Ummm, claro que no. El tiempo que haga falta.
-Gracias, eres un tesoro.
Rodolfo sonrió. Se había ganado una buena mamada esa noche.
Alberto pensaba en su tía. ¿Habría cambiado en estos años? ¿Seguiría tan hermosa como siempre? La tendría en casa. La vería todos los días. Sólo de imaginarlo, la polla se le puso morcillona.
+++++
Maribel aceptó la invitación de su hermana para irse a vivir con ellos una temporada. Necesitaba un cambio de aires. Además, hacía tiempo que no los veía. María su hermana, a la que quería con locura. Rodolfo, su simpático cuñado, siempre bromeando con ella, metiéndose con su físico, pero siempre respetándola. Y Alberto, su sobrino, tan tímido, que la miraba con admiración.
Hizo las maletas, cogió el tren y se marchó.
+++++
La fueron a buscar a la estación. Abrazos y besos de las hermanas. Abrazos y besos para su cuñado. Abrazos y besos para su sobrino.
-Vaya, Alberto. Eres ya todo un hombre.
Alberto se estremeció cuando sintió contra su pecho aplastarse las dos tetas de su tía. Le parecieron duras. Su labios eran cálidos, su piel suave. La recordaba hermosa. Ahora le pareció aún más hermosa.
-Venga, chaval - dijo su padre - no te quedes ahí como un pasmarote y cógele las maletas a tu tía.
Alberto arrastró las maletas. Se rezagó un poco de los demás. Su madre y su tía hablaban entre ellas. Su padre se adelantó a buscar el coche. Y él, miraba como su tía meneaba su redondo culito.
"Joder, pero que buena estás, tía", pensaba, sin apartar la vista.
Maribel se dio la vuelta y le sonrió.
-¿Puedes tu solo con las maletas, sobrino?
-Sí, sí puedo, tía.
El coche apreció y paró. Entre su padre y él metieron las maletas. Maribel se sentó detrás. Alberto sintió un escalofrío. Iba a estar más de media hora sentado detrás con ella. Abrió la puerta pare entrar.
-Alberto, vete delante con tu padre. Tengo mucho de que hablar con tu tía - dijo su madre.
El pobre muchacho maldijo su mala suerte. Se pasó el resto del camino callado, oyendo como su madre y su tía no dejaban de hablar. Hasta su padre terciaba de vez en cuando.
Cuando llegaron a la casa, Alberto llevó las maletas a la habitación que habían preparado para Maribel. Era la habitación contigua a la suya.
Esa noche, Alberto, acostado en su cama, se acariciaba la polla recordando la presión de las tetas de su tía contra su pecho. Los tres años pasados la habían hecho más apetecible.
El orgasmo fue intenso. La corrida, abundante. Manchó las sábanas a pesar de tener preparado, como siempre, papel higiénico para recoger el fruto de su placer.
Ella estaba al lado. Sólo los separaba un fino tabique.
++++++
En cuando Alberto vio aparecer a su tía por la mañana en la cocina, supo que su estancia iba a ser una tortura. Venía con un pijama cortito. La camisa ajustada, con un escote por el que asomaban sus dos impresionantes tetas. Alberto se quedó embobado mirándolas, hasta que Maribel saludó.
-Buenos días. He dormido como un lirón. Hola sobrino
-Ho... hola tía. Buenos días.
-¿Y tus padres?
-Mamá está en el salón. Papá ya se fue a trabajar.
-Me voy a preparar un cafelito.
Con la polla dura bajo la mesa, Alberto miraba como el culito de Maribel se meneaba de un lado para otro mientras se preparaba el café. Sus tetas se agitaban con el movimiento. Subían, bajaban. Se movían hacia los lados. Siempre volviendo a su sitio.
Ella se sentó en la mesa, poniendo el humeante café delante. Sus tetas se apretaban contra el borde. Alberto hacía grandes esfuerzos para no mirarlas.
-Cuéntame, sobrino. ¿Qué es de tu vida? Estudias Ingeniería, ¿No?
-Sí, es mi primer año.
-¿Y cómo te va?
-Bueno, bien. Por ahora voy tirando.
-¿Y de novias como andas?
La sangre se le subió a la cara. La notó caliente. Sabía que estaba rojo, y eso lo ponía aún más rojo. Miró a su desayuno pidiéndole a la tierra que se abriera y se lo tragara.
-Ahora no tengo.
Ni ahora ni antes. Nunca había tenido una chica. Era muy tímido y apenas salía con sus amigos.
-Qué raro. Un chico tan guapete como tú, sin novia.
Alberto no era un guaperas, pero tampoco era feo. Era resultón. Lo mejor eran sus profundos ojos, pero como casi nunca mantenía su mirada en la otra persona, muchos los desconocían.
La llegada de su madre lo salvó.
-Buenos días, Maribel. ¿Has dormido bien?
-De maravilla. Muchas gracias por todo, María.
-Ay, otra vez con las gracias. La familia está para estas cosas.
Ellas se pusieron a hablar y Alberto aprovechó la ocasión para escabullirse, ocultando con sus manos la erección claramente visible en su pijama. Se fue a su cuarto, cerró la puerta y se sacó la polla. La agarró con su mano y empezó una lenta paja recordando las tetas de su tía Maribel.
Como todo chico en tiempos de internet, era un experto en tetas. Había visto muchas. Grandes, pequeñas, normales, caídas, tiesas. De todos los diferentes tipos de tetas, había uno en especial, el que más le gustaba. Aquellas que no son separadas. Que nacen justo en el esternón. Que son amplias, redondas, grandes, que llegan casi hasta el sobaco. Y así eran justo las tetas de su tía. Las tetas perfectas.
Se corrió imaginando su cara metida entre aquellas dos hermosas masas de carne. Dejó su escritorio con grandes chorros de semen. Cuando estaba muy excitado, las corridas de Alberto eran muy abundantes. Y su tía siempre lo ponía muy excitado.
Limpió el desaguisado, se vistió y fue a despedirse. Su madre y su tía seguían dándole a la hebra.
-Bueno, me voy a clase. Hasta luego.
-Hasta luego, tesoro.
-Hasta luego, sobrino.
Alberto le echó una última mirada al escote de Maribel y se marchó.
-Parece un buen chico - dijo Maribel cuando Alberto se fue.
-Sí, lo es. Estoy muy orgullosa de él. Bueno, lo estamos, su padre y yo. Aunque a ver si espabila un poco.
-¿Espabila?
-Es que es un poco cortado. Muy tímido.
-Sí, ya lo he notado. Pero ya se le pasará, mujer. En cuanto encuentre una novia, se espabila enseguida. Jajaja.
-Jajaja. Es espero.
+++++
Pasaron los días y todos se fueron haciendo a la nueva situación. El que mejor se lo pasaba era Alberto. Se hacía una paja al despertarse y otra al acostarse. Muchos días, para la tarde caía otra. Y todas en honor a su tía Maribel y sus hermosas tetas.
No se cansaba de mirarlas, de reojo. Sobre todo por las mañanas, cuando ella se levantaba y aparecía con sus pijamitas ajustados.
Maribel no era tonta, y enseguida se dio cuenta de como la miraba su sobrino. Se la comía con los ojos. Lejos de molestarle, le encantaba saber que atraía a un joven, aunque fuera su sobrino.
Una mañana, se levantó y fue a hacer pis. Antes de salir del baño, se miró al espejo.
-Joder, no me extraña que Alberto me coma con los ojos.
Tenía una camiseta de tirantes. Sin sujetador. Las tetas se salían por los lados, por el escote. Se pasó las manos por ellas, sonriendo a la imagen del espejo. Pensó en volver a su cuarto y ponerse algo más... decente.
-Nah, que disfrute el chaval.
Salió del baño y fue a la cocina. Los ojos de su sobrino se abrieron como platos en cuanto la vio. Enseguida desvió la mirada. Maribel, como si no pasara nada, se sentó en frente de él.
Alberto se acababa de hacer una rica paja en su cama, y al ver a su tía así, volvió a tener una fuerte erección. Menos mal que tenía puestos unos vaqueros y podía disimular. Pero la polla le dolía allí encerrada, apretada, constreñida, estrangulada.
La tía Maribel hablaba con su madre, como si tal cosa. Alberto miraba aquellas dos maravillas.
-Me voy a clase - dijo, levantándose con una carpeta delante, tapando el bulto de su pantalón.
-Hasta luego tesoro - se despidió su madre.
-Hasta luego, sobrino - se despidió Maribel, con una amplia sonrisa.
-Chao.
Alberto se marchó. María le dijo a su hermana.
-¿No vas un poco... ligera?
-¿Ligera?
-Me refiero a ligera de ropa.
-¿Tú crees?
-Seguro que Alberto te comía con los ojos.
-Nah, mujer. Que soy su tía. Además, seguro que en su clase hay muchas chicas que van más 'ligeras' que yo.
-Mejor te tapas un poco. Que aunque Alberto sea tu sobrino, Rodolfo es tu cuñado y si te viera así se lanzaba sobre ti.
-Jajajaja. Vale, María. Iré más tapadita.
Cumplió su palabra. Nunca más se puso aquella camiseta de tirantes delante de la familia. Pero siguió usando sus ceñidos pijamas. Y siguió recibiendo las furtivas miradas de su sobrino.
+++++
Amaneció un sábado. Maribel se despertó, fue al baño y después a la cocina. Alberto estaba ya desayunando.
-Aghhhh - dijo, desperezándose y levantando los brazo - Buenos días, Alberto.
-Buenos días, tía.
-Ay, deja ya eso de tía. Me hace vieja. Lámame Maribel.
-Vale.
Se puso a prepararse un cafelito. Los ojos de Alberto fijos en su culo, tapado por un corto pantaloncito. Cuando lo terminó, como siempre, se sentó a la mesa y se puso a tomárselo a sorbitos. Ahora, los ojos de Alberto iban de su plato a sus tetas. De sus tetas, a su plato.
-Me las vas a gastar - dijo Maribel.
-¿Eh?
-Las tetas. Me las vas a gastar de tanto mirarlas.
Alberto se quedó petrificado. Los colores se le subieron a la cara. No podía ni hablar. Se sentía terriblemente avergonzado. Miró a Maribel, que lo miraba a él, con una media sonrisa. No pudo resistirlo y se levantó, huyendo hacia su cuarto. Ella también se sorprendió de la reacción de su sobrino.
"Joder, Maribel. Pero que brutita eres", se dijo. Sabía de la timidez de Alberto y recordó lo que la había pasado hacía años con un amigo, tan tímido o más que su sobrino. En broma lo humilló en público y perdió su amistad para siempre.
Se levantó y fue a hablar con Alberto. La puerta estaba cerrada y tocó.
-¿Puedo pasar, Alberto?
No hubo respuesta. Se atrevió a abrir, lentamente, la puerta.
-¿Alberto...?
Él estaba sentado en su cama, cabizbajo, rojo como un tomate. Maribel entró en la habitación y cerró la puerta. Se acercó a la cama y se sentó al lado de su sobrino.
-Perdóname. Fui un poco bruta.
El muchacho no dijo nada. Sólo se frotó las manos, nervioso.
-¿Me perdonas, Alberto?
Seguía frotándose las manos. Y seguía colorado. Maribel puso una mano en su rodilla y apretó.
-Venga. Di que me perdonas.
-Está... bien. - consiguió articular Alberto.
-Gracias.
Alberto levantó la vista y la miró a los ojos un segundo, apartando la vista rápidamente. Maribel vio su azoramiento. Le soltó la rodilla y se levantó, acercándose hasta la puerta. Meneó el culito. Sabía que él la estaba mirando.
Abrió la puerta y se giró con rapidez suficiente para ver como Alberto desviaba la mirada.
-No me importa que me mires las tetas, Alberto. Hasta luego.
Cerró la puerta y se marchó, dejando tras de ella a un boquiabierto Alberto. No sólo no le importaba, sino que esas miradas del tímido joven le gustaban. Cuando su marido empezó a ponerle los cuernos se sintió no sólo humillada, sino que hasta llegó al extremo de que su autoestima se cayó por los suelos. Se encerró en sí misma y ahora ese muchacho, su sobrino, la estaban sacando de ese estado. Se empezó a sentir otra vez atractiva, deseada. Y hasta, en cierta medida, excitada.
Alberto era su sobrino. Sabía que la deseaba. Y sabía que no debía ser así. ¿Pero qué daño podría hacerle que la mirase? A lo mejor así se espabilaba y hasta le venía bien.
Después de varios minutos, Alberto se atrevió a salir de su cuarto y volvió a la cocina.
Allí, su tía, su madre y su padre estaban desayunando y hablando.
-Rodolfo y yo vamos a ir al centro comercial de compras. ¿Te vienes? - preguntó María a su hermana.
-No, prefiero quedarme en casa y descansar un poco.
-¿Y tú, Alberto?
El chico pensaba a mil por hora. Si su tía no se iba con sus padres eso significaba que se quedaría a solas con su tía. Eso lo excitaba y asustaba al mismo tiempo, a tal punto, que estuvo a punto de decir que iría con ello. Una rápida mirada a su tía, que lo miraba sonriendo le hizo desistir.
-No..Tengo que estudiar, mami.
-Bueno, pues nada. Nos vamos tu padre y yo.
Después del desayuno su padre y su madre se fueron a vestir y después se marcharon. Maribel fue a la puerta a despedirlo, y cuando regresó al salón, se encontró a Alberto sentado mirando la tele.
-¿No tenías que estudiar?
-No. Es que no tenía ganas de estar toda la mañana arriba y abajo del centro comercial.
Maribel se sentó en el sofá de al lado.
-¿No será que querías quedarte a solas conmigo? - le preguntó mirándole a los ojos.
Enseguida volvieron los colores a la cara de Alberto, que no pudo aguantar la mirada de su tía y desvió sus ojos.
"Al menos no ha salido corriendo" - pensó Maribel.
Miró al chico. Le gustaba el efecto que causaba en él. Verlo tan tímido, tan dulce, le gustaba. Volvió a sentirse mal por lo que había pasado por la mañana. Se levantó
-Espera un momento. Ahora vuelvo.
Se fue a su cuarto y buscó en su ropero. Sacó aquella camisa de tirantes que su hermana le sugirió no usar y se la puso, sin sujetador. Regresó al salón. Así compensaría el mal trago que le hizo pasar, y disfrutaría ella de las miradas que tanto le gustaban. Maribel notó un cosquilleo en el estómago. Algo que no sentía desde hacía años.
Los ojos de Alberto al verla eran como los de aquella vez.
-Creo que el otro día te gustó verme con esta camisa. Me la he puesto para que me perdones por lo de esta mañana. Pero no le digas nada a tu madre, eh?
-No... no... claro.
Se volvió a sentar. Alberto se puso a mirar la tele, evitando mirar hacia ella.
-Ya te dije que no me importa que me mires. Me he puesto así para que me mires a mí, no a la tele.
Con gran esfuerzo y la cara ardiendo, Alberto se atrevió a mirar a su tía. Estaba preciosa. Y esas tetas... Se quedó mirándolas. Y sabía que ella lo miraba a él.
-¿Te gustan mis tetas, Alberto?
-Joder, sí.
-Jajaja. Al fin eres rotundo.
Alberto se atrevió a sonreír. Su corazón empezó a latir con fuerza cuando ella se levantó y se sentó a su lado. Hasta el llegó el ligero aroma se su perfume. Sintió que la polla se le empezaba a poner dura, y asustado, se puso con disimulo las manos encima.
Maribel se dio cuenta. A su sobrino se le estaba poniendo la polla dura.
En otras circunstancias, todo habría acabado ahí. Incluso no habría ni siquiera llegado a ese punto. Pero su separación, su falta de cariño, su falta de sexo. Aquel muchachito tan dulce, tan tierno.
-¿Qué te pasa?
-Nada.
-¿Seguro? ¿Y por qué...te tapas?
Lo vio temblar. Rojo como un tomate.
-¿Te excita mirar a tu tía? ¿Te ponen...cachondo las tetas de tu tiita?
Maribel se dio cuenta de que se estaba comportando como una auténtica zorrita con su sobrino. Pero lo malo no era eso. Lo malo es que le gustaba.
Alberto no contestó. No podía. Estaba petrificado. Y más petrificado se quedó cuando Maribel acercó sus manos a las suyas y las apartó. El bulto en su pijama era evidente.
-Sí, ya veo que sí. Mi sobrinito tiene algo duro ahí escondido.
Maribel se estaba excitando con todo aquello. Sus pezones se empezaron a endurecer y a marcarse bajo la camisa. Y su coño se empezó a mojar. Hacía mucho tiempo que no se le mojaba.
-No es la primera vez que te la pongo así, ¿No?
-No.
-Ummm, vaya vaya..¿Y qué haces cuando se te la pongo así?
Él no dijo nada. Maribel se acercó un poco más, hasta que sus muslos se tocaron. Los dos sintieron escalofríos.
-¿Te la tocas? Venga, dile a la tía Maribel si te la tocas cuando se te pone así.
-Sí.
-¿Pensando en mis tetas? ¿En mí?
-Sí.
-Ummm, así que mi sobrinito se masturba pensando en mí.
-Sí.
Su coño ya era un mar de jugos. Sus pezones le dolían de lo duros que estaban. Y la polla de su sobrino parecía querer romper el pijama y salir. Maribel ya no podía más, pero el hecho de que Alberto fuese su sobrino la retenía un poco.
-¿Me las quieres ver?
Alberto la miró, asombrado. Claro que se las quería ver. Era lo que más deseaba en el mundo. Pero las palabras no se salían. Se miraban a los ojos.
-Vaya, pero si tienes unos ojos preciosos, Alberto. Pero es tan difícil vértelos. Si me lo pides, te las enseño.
-S..si...quiero.
¿Qué quieres? - preguntó ella, mimosa.
-Vértelas.
-¿Sí? Pídemelo bien...Pídeme que te las enseñe.
Alberto aspiró. Cogió aire. Y mirando a su tía a los ojos, le dijo.
-Maribel... enséñame las tetas.
-Ummmm, así sí.
Maribel se agarró la camisa por la cintura, tiró de ella y se la quitó por la cabeza. Sus dos preciosas tetas quedaron libres, a la vista de Alberto. A ella le encantó como él la miraba.
Cruzó las manos por delante, levantándolas un poco.
-Son bonitas, ¿Verdad?
-Son..preciosas. Las tetas más bonitas que he visto en mi vida.
-¿Sí? ¿Has visto muchas, bribón?
-No..me refiero a... el ordenador.
-Ah, Internet. ¿Y al natural cuántas has visto?
-Sólo... las tuyas
-¿Sólo las mías? ¿Las de ninguna novia?
Los colores habían desaparecido. Volvieron con la pregunta.
-Nunca...he...tenido novia
-Oh, pobrecito. ¿Eres virgen, Alberto?
Él se sintió muy avergonzado. Respondió con un apenas audible sí.
-No tienes que avergonzarte, Alberto. Eres muy joven. Ya verás como cuando aparezca la chica adecuada...dejarás de serlo.
Alberto la miró a los ojos. Llenos de súplicas. Ella comprendió lo que esos ojos pedían. Pero eso no era posible.
La mirada de Alberto se dirigió a las tetas nuevamente. Maribel acariciaba su mano. Su suave mano.
-¿Las quieres tocar?
La miró con la boca abierta. No se podía creer que todo lo que estaba pasando fuese verdad. Como a cámara lenta vio como su mano, guiada por la de su tía, se acercaba a una de las preciosas tetas. Casi se corre en el pijama cuando sus dedos la tocaron.
Maribel le soltó la mano. Alberto no soltó la teta. Era suave, cálida, dura. Ella le sonreía.
-Acaríciala. Las tengo muy sensibles.
Alberto empezó a mover sus dedos. Acariciaba con las yemas, muy suavemente. Miró el oscuro pezón. Se atrevió a pasar su pulgar sobre él. Estaba duro.
-Ummmm, que rico, sobrino. Hacía mucho que no me acariciaban así.
Maribel sentía su coño palpitar entre sus piernas. Su sobrino la estaba calentando mucho. Su inocencia la tenía loquita.
-Tengo dos, ¿Sabes? Mi otra tetita se siente sola.
Esta vez sin ayuda, Alberto llevó su otra mano a la otra teta, y con ambas manos, las acarició.
-Así...muy bien. Hay que acariciar, no estrujar.
-Son...son maravillosas. - dijo apretando entre el pulgar y el índice cada pezón.
-Agggggg sobrinito. Me estás poniendo...cachonda.
Un nuevo escalofrío recorrió la espalda de Alberto. La mujer de sus sueños le acabada de decir que él la estaba poniendo cachonda.
Maribel entrecerró los ojos. Miró hacia la polla de su sobrino. Hubiese jurado que palpitaba bajo el pijama. ¿Cómo sería? Mientras él seguía acariciando y pellizcando con dulzura, acercó una mano hacia polla. La puso sobre ella y apretó.
El cuerpo de Alberto se tensó. Los dedos se apretaron contra las tetas. Maribel sintió como la polla tenía espasmos. Su sobrino se estaba corriendo.
-Agggg...aggggggg...Yo...lo..siento...agggggg
Fue una corrida larga. Maribel notó por lo menos siete contracciones de la polla. Una mancha de humedad se empezó a hacer visible. Alberto le soltó las tetas y se quedó mirando al suelo. Si hubiese habido un agujero se hubiese tirado de cabeza sin pensarlo.
-Yo... lo siento, Maribel. Lo siento.
-Tranquilo. No pasa nada. Estabas demasiado excitado. Es normal.
No le soltó la polla. Dejó allí la mano. La mancha aumentaba de tamaño.
-Uf, te has manchado.
-Joder. Tendré que lavarme los calzoncillos y el pijama
-Jeje, sí, porque si tu madre lo ve se va a preguntar que qué hiciste para - apretó la polla - correrte en los calzoncillos.
Otra vez los colores encendieron sus mejillas. Maribel lo miró.
-No eres el único que va a tener que lavar su pijama.
-¿Qué?
Maribel abrió sus piernas. La mirada de Alberto fue directa a su coño. Claramente visible, había también allí una macha de humedad. Ella no se había puesto bragas.
-¿Te has corrido? - Le preguntó Alberto.
-No. Pero estoy muy muy mojada. Ummmm ya no puedo más. ¿Me ayudas a correrme?
-Yo...no sé
-Yo te enseño.
Soltó la polla y le cogió una mano. Alberto se dejó guiar hasta el pijama. Ella presionó la palma de la mano en la zona.
-¿Notas la humedad?
-Sí.
-Es mi coño, que está muy mojado. Tú me lo has puesto así. Y ahora te voy a enseñar a hacerle una pajita a tu tía. ¿Quieres que tu tía te enseñe a hacerla correr con tus dedos?
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