Un caluroso sábado de febrero, mi amigo Héctor, me invitó a pasar el fin de semana en su casa con pileta de natación. Al llegar, con mi esposa Mariana, además de Luisa, la pareja de mi amigo, al borde del agua descubrí a Mirta, vestida sucintamente con traje de baño, una blusa corta y mitad inferior de la malla que, sin llegar a cola less , era muy pequeña, por lo que su hermoso culo, redondo y firme, aparecía en todo su esplendor.
Por supuesto no era sólo un culo. De porte distinguido, en su rostro afloraban rasgos nobles y delicados, de más de 1,70 metros, cabello lacio rubio, ojazos grandes y claros, color miel, figura armoniosa, hermosas piernas y edad de alrededor de los 30 a 32. Me resulto una bonita total.
Después de las presentaciones, en un aparte, Héctor me comentó que era vieja amiga de su esposa, casada, con dos hijitos (los había dejado con sus padres) y….. que se sentía despechada por el marido que había viajado al exterior, por trabajo, y no había querido o podido llevarla con él.
En un par de ocasiones, en las charlas grupales del primer día, había proporcionado indicios de estar irritadísima, airada con su esposo.
Me vino a la memoria que, varios años antes, en Entre Ríos aún soltero, me había topado (y cogido) con una mujer en situación similar, Miriam (subí un relato de la experiencia)
“¿Y si se me da otra vez?” pensé.
Concluí que valía la pena intentarlo. Comencé con adularla, con especial cuidado y delicadeza, en cada breve intercambio de palabras con ella, al margen de las otras personas en el lugar. No demostraba fastidio, más bien complacencia.
Por la mañana del domingo, coincidimos al lado del dispenser de agua fría, en la cocina, por un instante. Estuvimos cerca, frente a frente: le di un brevísimo beso en los labios. No puso objeción, Obviamente, en otra habitación estaban nuestros amigos y mi esposa, volvimos a la mesa fingiendo que nada había ocurrido.
Sin embargo, si había ocurrido, por lo que incluso sin haberlo hablado, los dos sabíamos que debía haber otro capítulo entre nosotros.
A tarde avanzada, nos volvimos a casa. En el auto con nosotros vino Mirta, que aceptó nuestra invitación de acercarla a su departamento.
Al pedirle el domicilio, por costumbre, o intencionadamente, detalló, calle, número, piso y departamento. La dejamos en la puerta del edificio.
El lunes fue un día complicado en la empresa, pero el martes al medio día, porque estaba seguro que a esa hora estaría en saca, apreté el botón del portero eléctrico correspondiente a su departamento.
-Hola ¿quién es?-
-Juan, el amigo de Héctor-
-¡Ohhh!- sonó como sorprendida por mi visita, sin embargo no dejó dudas que era bienvenido y quería que entrara y, “hablar” de lo ocurrido el domingo. Después de una pausa, algo prolongada:
-Terminamos de almorzar y llevo los nenes a la colonia de vacaciones ¿podes esperarme una media hora?-
- Dale te espero en el bar de enfrente-
Otra breve pausa:
-¡Regio! Cuando me veas entrar al edificio, dame 10 minutos y tocá el portero-
No quería correr el riesgo de que alguien del condominio, nos viera entrar juntos.
Salió con los hijos y regresó vestida con blusa, pantalones y tacos. Cuando entré al departamento, me recibió, también de tacos, pero con camiseta y pollerita, bien arriba de las rodillas y un beso en la mejilla.
El embarazo inicial hizo que en lugar de palabras hubiese un derroche de miradas cómplices.
-Andaba por aquí cerca y……. recordé el beso emocionante del otro día….. me gustaría repetir…... ¿y vos?-
Asintió con la cabeza. Me lancé sobre ella la apreté contra mi cuerpo y la besé larga y apasionadamente. Mirta participó a lo grande acariciándome primero detrás de la nuca, y luego en la espalda. La excitación nos estaba invadiendo, la senté sobre la mesa del living comedor, metí una mano debajo de la pollera y, luego, comencé a quitarle la camiseta. Estaba sin corpiño, me zambullí a besar, lamer y chuponear cada punto de sus tetas.
Sentí que, a la par del mío, su deseo crecía sobre la mesa. Por las dudas tuviese reparos en “profanar” el lecho conyugal, le propuse ir al sofá grande y cómodo.
Cero escrúpulos de su parte, fuimos a dar al sommier “king size” del dormitorio matrimonial. Allí hicimos “volar” todas nuestras prendas y, nos entregamos de lleno a hacer sexo oral.
Abrió el juego ella, con un previo reconocimiento exhaustivo, con lengua y saliva, de mi miembro y testículos y completándolo con una mamada extraordinaria.
Al poner mi lengua entre sus piernas, pude comprobar lo fantástica, asombrosa que era en la cama, ya que cuanto más jugaba dentro de ella, más me apretaba mi cabeza contra su concha y ano, gemía, suspiraba, aprobaba y contorsionaba las caderas de placer. De pronto:
-¡Metémela…… toda…… cogeme…..!-
No tuvo que repetirlo dos veces, la monté. Estaba frenética, empujó con desesperación introduciéndose mi verga dura en su concha incendiada y comenzamos a coger con fuerza impetuosa, ardientes y llenos de pasión. Estaba hecha un volcán: gimió, suspiró, gritó, movió de modo alucinante su pubis, de tanto en tanto contraía, deliciosamente, la cachucha alrededor de mi miembro provocándome un placer inédito. Me arrancó un sinnúmero de exteriorizaciones de todo tipo y un orgasmo con goce extremo.
Recuerdo, en toda mi vida sexual lícita e ilícita, contadas cogidas tan soberbias como la primera que tuvimos esa tarde de desenfreno.
Compartiendo la almohada, para restablecer las fuerzas derrochadas, Mirta murmuró, como para sí misma “¿por dónde andará el cornudo?”.
¡Y yo me había engrupido que mi sex appeal era el responsable de su entregarse!
De todos modos, ese baño de realidad, no impidió que cogiéramos dos veces más ese primer día.
La “herida” a mi jactancia, a mi amor propio, quedó sanada, por lo menos en parte, al prometernos, antes de salir de su departamento, repetir la aventura erótica vivida con intensidad esa tarde.
Evidentemente, ninguno de los dos, nacimos para un solo dormitorio. Durante varios meses no tuvimos miedo a dejarlo y, juntos, en lugares nuevos, satisficimos el deseo, de modo normal y variado en poses, sin omitir el lado perverso de disfrutar, ambos, de su hermoso culo, redondo y firme.
Por supuesto no era sólo un culo. De porte distinguido, en su rostro afloraban rasgos nobles y delicados, de más de 1,70 metros, cabello lacio rubio, ojazos grandes y claros, color miel, figura armoniosa, hermosas piernas y edad de alrededor de los 30 a 32. Me resulto una bonita total.
Después de las presentaciones, en un aparte, Héctor me comentó que era vieja amiga de su esposa, casada, con dos hijitos (los había dejado con sus padres) y….. que se sentía despechada por el marido que había viajado al exterior, por trabajo, y no había querido o podido llevarla con él.
En un par de ocasiones, en las charlas grupales del primer día, había proporcionado indicios de estar irritadísima, airada con su esposo.
Me vino a la memoria que, varios años antes, en Entre Ríos aún soltero, me había topado (y cogido) con una mujer en situación similar, Miriam (subí un relato de la experiencia)
“¿Y si se me da otra vez?” pensé.
Concluí que valía la pena intentarlo. Comencé con adularla, con especial cuidado y delicadeza, en cada breve intercambio de palabras con ella, al margen de las otras personas en el lugar. No demostraba fastidio, más bien complacencia.
Por la mañana del domingo, coincidimos al lado del dispenser de agua fría, en la cocina, por un instante. Estuvimos cerca, frente a frente: le di un brevísimo beso en los labios. No puso objeción, Obviamente, en otra habitación estaban nuestros amigos y mi esposa, volvimos a la mesa fingiendo que nada había ocurrido.
Sin embargo, si había ocurrido, por lo que incluso sin haberlo hablado, los dos sabíamos que debía haber otro capítulo entre nosotros.
A tarde avanzada, nos volvimos a casa. En el auto con nosotros vino Mirta, que aceptó nuestra invitación de acercarla a su departamento.
Al pedirle el domicilio, por costumbre, o intencionadamente, detalló, calle, número, piso y departamento. La dejamos en la puerta del edificio.
El lunes fue un día complicado en la empresa, pero el martes al medio día, porque estaba seguro que a esa hora estaría en saca, apreté el botón del portero eléctrico correspondiente a su departamento.
-Hola ¿quién es?-
-Juan, el amigo de Héctor-
-¡Ohhh!- sonó como sorprendida por mi visita, sin embargo no dejó dudas que era bienvenido y quería que entrara y, “hablar” de lo ocurrido el domingo. Después de una pausa, algo prolongada:
-Terminamos de almorzar y llevo los nenes a la colonia de vacaciones ¿podes esperarme una media hora?-
- Dale te espero en el bar de enfrente-
Otra breve pausa:
-¡Regio! Cuando me veas entrar al edificio, dame 10 minutos y tocá el portero-
No quería correr el riesgo de que alguien del condominio, nos viera entrar juntos.
Salió con los hijos y regresó vestida con blusa, pantalones y tacos. Cuando entré al departamento, me recibió, también de tacos, pero con camiseta y pollerita, bien arriba de las rodillas y un beso en la mejilla.
El embarazo inicial hizo que en lugar de palabras hubiese un derroche de miradas cómplices.
-Andaba por aquí cerca y……. recordé el beso emocionante del otro día….. me gustaría repetir…... ¿y vos?-
Asintió con la cabeza. Me lancé sobre ella la apreté contra mi cuerpo y la besé larga y apasionadamente. Mirta participó a lo grande acariciándome primero detrás de la nuca, y luego en la espalda. La excitación nos estaba invadiendo, la senté sobre la mesa del living comedor, metí una mano debajo de la pollera y, luego, comencé a quitarle la camiseta. Estaba sin corpiño, me zambullí a besar, lamer y chuponear cada punto de sus tetas.
Sentí que, a la par del mío, su deseo crecía sobre la mesa. Por las dudas tuviese reparos en “profanar” el lecho conyugal, le propuse ir al sofá grande y cómodo.
Cero escrúpulos de su parte, fuimos a dar al sommier “king size” del dormitorio matrimonial. Allí hicimos “volar” todas nuestras prendas y, nos entregamos de lleno a hacer sexo oral.
Abrió el juego ella, con un previo reconocimiento exhaustivo, con lengua y saliva, de mi miembro y testículos y completándolo con una mamada extraordinaria.
Al poner mi lengua entre sus piernas, pude comprobar lo fantástica, asombrosa que era en la cama, ya que cuanto más jugaba dentro de ella, más me apretaba mi cabeza contra su concha y ano, gemía, suspiraba, aprobaba y contorsionaba las caderas de placer. De pronto:
-¡Metémela…… toda…… cogeme…..!-
No tuvo que repetirlo dos veces, la monté. Estaba frenética, empujó con desesperación introduciéndose mi verga dura en su concha incendiada y comenzamos a coger con fuerza impetuosa, ardientes y llenos de pasión. Estaba hecha un volcán: gimió, suspiró, gritó, movió de modo alucinante su pubis, de tanto en tanto contraía, deliciosamente, la cachucha alrededor de mi miembro provocándome un placer inédito. Me arrancó un sinnúmero de exteriorizaciones de todo tipo y un orgasmo con goce extremo.
Recuerdo, en toda mi vida sexual lícita e ilícita, contadas cogidas tan soberbias como la primera que tuvimos esa tarde de desenfreno.
Compartiendo la almohada, para restablecer las fuerzas derrochadas, Mirta murmuró, como para sí misma “¿por dónde andará el cornudo?”.
¡Y yo me había engrupido que mi sex appeal era el responsable de su entregarse!
De todos modos, ese baño de realidad, no impidió que cogiéramos dos veces más ese primer día.
La “herida” a mi jactancia, a mi amor propio, quedó sanada, por lo menos en parte, al prometernos, antes de salir de su departamento, repetir la aventura erótica vivida con intensidad esa tarde.
Evidentemente, ninguno de los dos, nacimos para un solo dormitorio. Durante varios meses no tuvimos miedo a dejarlo y, juntos, en lugares nuevos, satisficimos el deseo, de modo normal y variado en poses, sin omitir el lado perverso de disfrutar, ambos, de su hermoso culo, redondo y firme.
1 comentarios - Otra esposa enojada.