Relato inspirado por shouts de @laemperatrix. Pago mi deuda dedicándoselo.
Estás ansiosa. Quién lo diría, una mujer con tu carretera está ahora sacudida por los nervios que acosarían a una colegiala en el camino a su primera cita. Entrás al hotel, ni muy ordinario ni muy refinado. Fiel a tus instrucciones, preguntás por un nombre de varón. Te sonríe sin malicia el empleado, porque tu llegada había sido anunciada por aquella voz grave como la de “mi esposa”. “303” dice la tarjeta de la llave que te abrirá la puerta a una lujuria que querés anticipar pero que quizá sea aún peor, aún mejor.
La puerta está entornada. La abrís con un suave empujón, pasás el umbral y el final de tu anhelante suspiro coincide con el leve golpe seco de las cerraduras. Advertís en la penumbra un fuerte cuerpo masculino sobre la cama apoyado en codos y rodillas. Entrás al baño sin prender la luz. A medida que te duchás, tus ojos empiezan a vislumbrar un traje de latex, un frasco de lubricante, bolas chinas, un arnés con su consolador.
Vestís el traje. Sus agujeros convenientemente dispuestos liberan tus pechos y no cubren tus gozosas, tus húmedas partes íntimas. Con tu artillería pronta te acercás a la cama. Ves que el hombre robusto está bien atado, de ojos vendados y con mordaza. Tu boca está seca de la emoción pero sabés que eso pronto cambiará. Hay una pluma sobre la cama. Pasada tu expectación, pasás la pluma por el interior de las nalgas, por su sexo colgante, por sus testículos. Ves sus muchos vellos erizarse y ya no hay marcha atrás.
Lamés su ano y escuchás los gemidos que se le escapan a pesar de la mordaza. Aferrás su cada vez más turgente falo. Un dedo entra fácilmente en el ano y reconocés la pericia del hombre para abrir y cerrar el esfínter mientras da cada vez más muestras de placer. Con ayuda del lubricante, se agrega otro dedo y otro y otro. Empezás a hundirle bolas chinas y a permitirle que las saque. ¿Cuánto tiempo pasó? El suficiente. Estás en llamas.
Te das cuenta de que tu sexo es un charco, de que tus tetas enrojecidas bullen como si tuviesen un magma a punto de alimentar llamas votivas en tus pezones, de que querés poseer, de que no vas a dar tregua ni cuartel, ni a él ni a vos.Te ponés el arnés, lo apoyás donde es debido y, con tus manos en sus caderas, empezás a penetrar. “Esto ven, esto sienten ellos”, pensás o dentís, tanto da. El cuerpo musculoso busca acomodo, hay jadeos, él empieza a empujar hacia atrás facilitando tu invasión. Te asomás al delirio.
Con el incremento del ritmo, comenzás a descargar la palma de tus manos en una y otra nalga. Una y otra vez. Estirando tus brazos, pellizcás sin piedad sus tetillas. El roce del arnés en tu propio clítoris suma excitación a la que te produce el dominio de ese macho. Te regodeás en una penetración completa, hasta el fondo, con tu pelvis tocando sus glúteos. Es el principio del fin. Se viene tu orgasmo y forzás el de él con tus hábiles manos. Tus rasgados aullidos hacen sintonía con los asordinados de tu sometido.
Cede la tormenta, aunque no la lascivia. Tuviste la precaución de hacer un cuenco con tu otra mano para colectar el semen. Le embadunás la cara para poder limpiársela con tu procaz lengua, esa misma que lo llamaba “mi putita”, provocando sus respuestas como gruñidos de placer. Te ponés abajo en hábil 69 para poder limpiar su leche en breve felación, mientras el lame y chupa el consolador que hasta hace un minuto lo profanaba.
Te parás, considerando cómo vas a seguir, porque tu ardor no se calma. Más bien al contrario, todo tu cuerpo es un violín esperando por un arco que le arranque las más extremas notas. De repente, como un vértigo incontrolado te asaltan preguntas:
¿Quién ató al hombre? ¿Estaremos solos en este cuarto? ¿Hay alguien en el armario?
Estás ansiosa. Quién lo diría, una mujer con tu carretera está ahora sacudida por los nervios que acosarían a una colegiala en el camino a su primera cita. Entrás al hotel, ni muy ordinario ni muy refinado. Fiel a tus instrucciones, preguntás por un nombre de varón. Te sonríe sin malicia el empleado, porque tu llegada había sido anunciada por aquella voz grave como la de “mi esposa”. “303” dice la tarjeta de la llave que te abrirá la puerta a una lujuria que querés anticipar pero que quizá sea aún peor, aún mejor.
La puerta está entornada. La abrís con un suave empujón, pasás el umbral y el final de tu anhelante suspiro coincide con el leve golpe seco de las cerraduras. Advertís en la penumbra un fuerte cuerpo masculino sobre la cama apoyado en codos y rodillas. Entrás al baño sin prender la luz. A medida que te duchás, tus ojos empiezan a vislumbrar un traje de latex, un frasco de lubricante, bolas chinas, un arnés con su consolador.
Vestís el traje. Sus agujeros convenientemente dispuestos liberan tus pechos y no cubren tus gozosas, tus húmedas partes íntimas. Con tu artillería pronta te acercás a la cama. Ves que el hombre robusto está bien atado, de ojos vendados y con mordaza. Tu boca está seca de la emoción pero sabés que eso pronto cambiará. Hay una pluma sobre la cama. Pasada tu expectación, pasás la pluma por el interior de las nalgas, por su sexo colgante, por sus testículos. Ves sus muchos vellos erizarse y ya no hay marcha atrás.
Lamés su ano y escuchás los gemidos que se le escapan a pesar de la mordaza. Aferrás su cada vez más turgente falo. Un dedo entra fácilmente en el ano y reconocés la pericia del hombre para abrir y cerrar el esfínter mientras da cada vez más muestras de placer. Con ayuda del lubricante, se agrega otro dedo y otro y otro. Empezás a hundirle bolas chinas y a permitirle que las saque. ¿Cuánto tiempo pasó? El suficiente. Estás en llamas.
Te das cuenta de que tu sexo es un charco, de que tus tetas enrojecidas bullen como si tuviesen un magma a punto de alimentar llamas votivas en tus pezones, de que querés poseer, de que no vas a dar tregua ni cuartel, ni a él ni a vos.Te ponés el arnés, lo apoyás donde es debido y, con tus manos en sus caderas, empezás a penetrar. “Esto ven, esto sienten ellos”, pensás o dentís, tanto da. El cuerpo musculoso busca acomodo, hay jadeos, él empieza a empujar hacia atrás facilitando tu invasión. Te asomás al delirio.
Con el incremento del ritmo, comenzás a descargar la palma de tus manos en una y otra nalga. Una y otra vez. Estirando tus brazos, pellizcás sin piedad sus tetillas. El roce del arnés en tu propio clítoris suma excitación a la que te produce el dominio de ese macho. Te regodeás en una penetración completa, hasta el fondo, con tu pelvis tocando sus glúteos. Es el principio del fin. Se viene tu orgasmo y forzás el de él con tus hábiles manos. Tus rasgados aullidos hacen sintonía con los asordinados de tu sometido.
Cede la tormenta, aunque no la lascivia. Tuviste la precaución de hacer un cuenco con tu otra mano para colectar el semen. Le embadunás la cara para poder limpiársela con tu procaz lengua, esa misma que lo llamaba “mi putita”, provocando sus respuestas como gruñidos de placer. Te ponés abajo en hábil 69 para poder limpiar su leche en breve felación, mientras el lame y chupa el consolador que hasta hace un minuto lo profanaba.
Te parás, considerando cómo vas a seguir, porque tu ardor no se calma. Más bien al contrario, todo tu cuerpo es un violín esperando por un arco que le arranque las más extremas notas. De repente, como un vértigo incontrolado te asaltan preguntas:
¿Quién ató al hombre? ¿Estaremos solos en este cuarto? ¿Hay alguien en el armario?
10 comentarios - Lujurias y misterios
Muchas gracias x la dedicacion...!
Ahora estaremos esperando la 2da parte del relato...jajajajajaja
+10
Vipo.-
eres muy bueno
dejo puntos
Excelente !
Muy bueno... se viene la continuación?
Muy buenos tus relatos !!!! Te espero así