PD: La intención de este relato es que sea similar al que se llama "El hervidero del edificio", en el cual está basado. Esto que usted leerá aquí es su segunda parte, más avanzada en el tiempo.
Enero de 2015. No damos más del calor, queremos estrellar la cabeza contra la pared o internarnos en la pileta popular de Ezeiza hasta el fin de los tiempos. El problema es que se llena muy rápido, y nos conviene más la pileta hogareña, debajo de la sombra de un árbol grande y antiguo. Ves a la gente tocándose el rostro, con abanicos y con prendas ligeras, charlando, tomando mate, quejándose, criticando a alguno que no le cae bien. Guido Garzón ya es un hombrecito. Bueno, al menos así lo consideraba su familia, que a fines de diciembre le festejó su cumpleaños 18, pero no era un “hombre” del todo. Era maduro, serio, antisocial, pero a veces se volvía tarado, en especial cuando pasaba mucho tiempo con sus amigos. Por decisión personal, quería estar solo por un tiempo. No tenía pasado, y no se imaginaba la vida junto a alguien. Su cabeza pasaba por vaivenes constantes, y eso lo iba destruyendo. Planificar un futuro lo aniquilaba, siempre le había sido recomendado dejarse llevar por lo que venga, ya sea una propuesta laboral o alguna situación imprevista. Diagramar hacía que su cerebro se esfuerce más de lo que acostumbraba, y llega un momento en que las neuronas no podían operar más.
Guido tiene tres amigos que conoce desde sala amarilla y no se separaron ni en el campamento de fin de curso de escuela primaria, y por supuesto estaban decididos a compartir la misma habitación en el viaje a las sierras cordobesas (la empresa que los llevó les ofreció a todo el curso cambiar de destino por un precio más barato). A pesar de que no los unían las mismas actividades, los tres grandes fuertes que sí (el fútbol, la PlayStation y los cómics de superhéroes) los arrastraban por un camino raro, que los diferenciaba mucho de los otros chicos. Se hablaban con los demás, les pasaban las tareas, iban a los cumpleaños, los llamaban para hacer equipo en las clases de educación física, etcétera. Nadie los aisló ni ellos optaron por hacerlo. La consistencia del grupo en general era buena, y aunque no eran amigos personales, se respetaban.
El negarse a estar con una mujer delataba su postura ante el sexo, quería seguir siendo virgen hasta enamorarse del amor de su vida, y perder la pureza en la noche de bodas. Era todo un romanticón. Quería tener una relación de pareja como la de Carl y Ellie Fredricksen, los personajes de la película "Up!", eterna, alegre y maravillosa, que a veces no alcanzan las palabras para describir qué lindos eran esos dos juntos. No miraba a las mujeres, ni siquiera se masturbaba, padecía cada dos o tres semanas el fenómeno de “polución nocturna” que le dejaba los huevos al plato, pero supo que ese fluido el cuerpo lo deja ir porque no puede estar tanto tiempo adentro. Sus amigos eran iguales que él, pero ellos consideraban extremo lo del “debut” en la noche de casamiento, y lo gastaban mucho por eso. En fin, una tarde, nuestro protagonista concurrió a la casa de Marcelo, su “segundo hermano varón”, y se metieron en la pileta. Después llegaron los otros dos pibes, Brian y Amadeo. Se comportaron ahí como cuatro tontos: se pegaron, se robaron los trajes de baño, salieron de la pileta, hicieron un partidito (estilo fútbol-tenis) casi en el fondo de la casa y los ganadores prepararon una raviolada. Sus hormonas estaban muy desprogramadas y no había forma de que dejen de comer, aún así seguían flacos. Luego, en cuero y con sus shorts puestos se fueron adentro a ver la televisión y a jugar al PES, para seguir con un eterno desembuche de insultos, (“¡Eh, no la cobró, viejo! ¡Hasta acá son hijos de puta los árbitros, che! ¡Decile a Laverni, esté o no esté en este juego, que se agache y la conozca!”), manotazos, acusaciones falsas, discusiones, más cargadas y unas gotas de whisky para los más mayorcitos. No solían beber y el chupi, cuando entra de esa forma al organismo, lo hace colapsar; por eso Brian y Amadeo se sacudían cada un ratito y su forma de hablar se ralentizaba. No se empedaron por completo, pero algo de alcohol tenían. Estaban sin vigilancia de nadie porque se iban los padres de todos de vacaciones a vaya a saber dónde, y daba la casualidad que siempre era la segunda semana de enero hasta mediados de febrero. Cuando éstos cayeron dormidos, ya era de día, las siete de la mañana. Guido saludó a Marcelo y se fue. Caminó las siete cuadras que lo separaban de su casa. Mientras tanto, otra situación se desenvolvía muy cerca de él. 3 criminales charlan dentro de una camioneta. Maneja la sub-jefa, la señorita Magdalena, a su lado se encuentra el cabecilla Condarco, y atrás el ”lamebotas” Rogelio.
Condarco: - Señora y señor, he de dar por iniciado el plan “vamos a cachar a un boludo”.
Rogelio: - ¿Y qué tipo de boludo será esta vez, “genio”? (irónico) La última vez casi nos pegan una patada en las pelotas, y como le garpamos a los canas una luca, zafamos que no nos condenen.
Condarco: - Este es un boludo sublime. No sabés…
Magdalena: - No me defraudes, viejo, te lo pido por favor… (gritando)
Rogelio: - ¿Qué es, un viejo o un pibe?
Condarco: - Volví a consultar con mi fuente, y en este caso es un purrete.
Rogelio: - Vos y tu fuente… ¿Quién es tu fuente, el inspector Gadget? (irónico)
Condarco: - Es “top secret”. No me lo van a sacar ni de la tumba.
Magdalena: - Ahora hablás inglés… Me caigo y me levanto. ¿Qué vas a hablar inglés vos? No terminaste ni la escuela técnica, y me venís con el inglés… Acá los negocios los hace Rogelio, nuestro soplón.
Condarco: - ¡Qué ortiva que sos! Pero igual te quiero mucho.
Magdalena: - Yo también te quiero.
Rogelio: - Volviendo al asunto. No me digas nada. Ya sé quién es…
Magdalena: - ¿Quién?
Rogelio: - ¿Quién va a ser? Hilario, el hijo del verdulero, que ahora se cree agente de la SIDE.
Magdalena: - Ese tipo es un pelotudo importante… Ahora, si la ligó con la data vamos a requerir más de él.
Rogelio: - Hilario es un boludo, ya sabemos. No sé quién carajo se cree que es.
Magdalena: - Bueno, a la mierda con todo. ¿Quién va a ser nuestra víctima?
Condarco: - Como recién decía, nuestra víctima es un pibito. Se llama Guido Garzón, tiene 18 años y su familia es de clase media-media.
Rogelio: - ¿O sea que tienen guita?
Magdalena: - Agarrame o le parto la guitarra en la cabeza al pelotudo este… (agresiva) No, tienen lo normal; si tuvieran guita serían clase media-alta, boludo intergaláctico. (enfatizando más los últimos términos)
Rogelio: - Por ahí tienen algo de guita…
Magdalena y Condarco: - Callate, ¿querés?
Condarco: - Agrego un datito que podría servirnos, por ahí sí o por ahí no.
Magdalena: - ¿Qué? Hablá…
Condarco: - El pibe este es el hermano del pendejo que te cepillaste hace 12 años, ¿te acordás?
Magdalena: - Bah, ya ni me acuerdo. Tengo tantas cosas en la cabeza que se me debe haber pasado… Por ahí si lo veo me acuerdo…
Condarco: - Ahí está el pibe, ¡bájense y agárrenlo!
Guido llegó a la puerta de su casa, pero los maleantes lo arrancaron de la verja y se lo llevaron. Lo metieron dentro de una bolsa, le inyectaron sedantes y lo cagaron a trompadas hasta molerlo. No sintió nada, y ya lo creían casi muerto. Rajaron a los pedos de acá (estaban a dos cuadras de la estación de Caseros) y se fueron por la avenida Gaona derecho, tratando de encontrar el Acceso Oeste. Una avioneta los esperaba en el aeropuerto de Morón. Su destino iba a ser salirse del país, más precisamente a los Estados Unidos de América, a la ciudad pionera del jazz y del blues, a la conocidísima… Memphis. ¿Por qué a Memphis? Bueno, estos delincuentes eran parte de una red internacional de distribución de droga que estaba ubicada en dicha ciudad, y había bandos que llevaban cargamentos a lugares específicos esparcidos por el mundo. Su sección era el Gran Buenos Aires y la Capital, y la ganancia principal venía de la venta de pastillitas para que estén en las fiestas electrónicas de moda y en los boliches más chetos de todos. Durante el vuelo, estuvieron monitoreando su pulso cardíaco, algo rápido pero estaba vivo. De las lesiones se encargarían después. Ya le tenían un lugar de hospedaje: un edificio abandonado en buen estado que antes le había pertenecido a una importante empresa, pero que se había mudado a cinco cuadras de ahí. Ellos mismos lo arreglaron para que sus habitaciones sean de un hotel clase 3, pero la gente no se daba cuenta porque nunca se lo había demolido. Esta construcción quichi-lujosa (no roñosa) la hicieron con lo que ganaron vendiendo la falopa allá en la ciudad. Era un cuartel general donde almacenaban las sustancias, la guita, y los papeles que tenían por si los del FBI les llegaban a caer.
Rogelio: - Viejo, ayudame a sacar al pendejo.
Condarco: - Ahí voy, ¿no te das cuenta que me estoy echando una meada?
Magdalena: - Ustedes dos no cambian más.
Rogelio: - Y bue… Somos así, ¿Qué va a ser? (riéndose)
Magdalena: - Conda, ¿vas a dignarte a mover el culo, la re putísima madre? (enojada)
Condarco: - Ya va, carajo, mierda. (grita) ¡No hay un momento en que no te hinchen las pelotas, che! (susurra y ellos no lo oyen)
Rogelio: - Apurate, ¿querés?
Condarco corre hacia la cama y sacan al chico de la bolsa. Lo colocan con mucho cuidado sobre el colchón y le ponen la almohada atrás del cuello.
Condarco: - He aquí, señora y señor. Nuestra presa. Un pendejo, si no me falla la memoria. Sí… es un pendejo, boludo y sublime.
Rogelio: - Está dormidito. ¿No se murió? A ver, fijate…
Condarco: - Tiene 75 de pulsaciones, calculo que está bien.
Rogelio: - Es un poquito pasado de lo normal, pero está bien. Magda, ¿te suena el pibe?
Magdalena: - Boludo… (se pone la mano sobre la boca) Es igual al hermano… Igual. Espero que sea igual en todo. (muy sorprendida) ¿Cuántos años dijiste que tiene?
Condarco: - 18, los cumplió ahora el 28.
Magdalena: - Casi igual que Rodrigo. Él tenía 19 cuando lo agarramos, ¿se acuerdan?
Rogelio: - ¡Cómo no olvidarse! Ahí te vimos más violenta que nunca, nena. Lo fusilaste a patadas al pibe ese.
Condarco: - ¿Y cuando lo tuviste que esclavizar fuiste igual de violenta?
Magdalena: - Sí, mi amigo. No te zarpés con los comentarios que te agarro las pelotas contra la puerta, ¿eh? (ella y los otros tentados de risa)
Rogelio: - Yo ya lo sé a eso… Lo padecí. (haciéndose el que llora) A mí me las agarró por burlarme del pijama que usaba y estuve dos días con 10 cubos de hielo en los huevos. Por suerte no los necesito, y mi médico dice que no hay riesgo de cáncer. (con seguridad y relajado)
Magdalena: - Señores, arribamos a nuestro destino. ¿Qué viene ahora?
Rogelio: - Bueno, Conda y yo vamos a ir a buscar los paquetes a lo del viejo Johnston, ¿querés venir, así nos ayudás?
Magdalena: - Si el pibe se queda solo, se puede escapar y deambular por ahí. Me voy a quedar para que no se raje.
Rogelio: - Bueno, entonces nosotros nos vamos. Verdad, ¿mi vida? (jodiendo al otro)
Condarco: - Sí, papi. (entre risas) Adiós, mi señora.
Magdalena: - Chau, gente. Avísenme cuando se casen. (más risas)
Magdalena procuró que los hombres se fueran. Fue a la “cocina”, una habitación que estaba a 200 metros de esta y llenó un vaso con agua. Volvió y vio al adolescente tirado, inmóvil, y puso un dedo mojado en un brazo de él. Se movió un poquito. Podía ser una señal de lucidez o de un falso sueño. Pasó el dedo por una mano y el joven se sacudió más fuerte. “Seguro que debe estar saliendo del sedante”, pensaba ella. Cuando vio que se movió más, le quitó la remera y lo volvió a acostar. Pasó la mano entera sobre el torso y él gimió un poco más fuerte que antes. Se “tiró a la pileta” con esta acción, que casi le permite despertarlo: le hizo unas cosquillas intencionales con ambas manos sobre el ombligo, y lo pudo ver sonrojándose. Pero no duró mucho, ya se había vuelto a dormir. No le quedó otra que bajarle los pantalones y el calzoncillo. Lo hizo, y dejó todas las prendas en un banquito al lado de la cama. Fue otra vez cautelosa, y pasó un dedo de cada mano por el nacimiento de cada pierna para ver qué pasaba. Ahora podía apreciarse el regocijo que le causaba al chico ser acariciado de esa forma. Allí tenía su punto de sensibilidad, y por eso no dejaba de sacudirse. Tanto se movió que abrió los ojos, pero su habla no estaba recuperada del todo.
Cuando vio que él ya la había visto, se fue corriendo al baño y regresó un par de minutos después con un paño mojado. Se lo puso en la frente y él abrió los ojos otra vez. Ahora podía hablar con fluidez, pero su semblante no era el que se imaginaba ella que podía llegar a tener.
Guido: - ¿Dónde estoy?
Magdalena: - No te puedo decir dónde estás. Sólo puedo decirte que estás vivo, y bien.
Guido: - ¿Quién sos vos? ¿Sos enfermera?
Magdalena: - No, no soy enfermera. Te estoy cuidando porque te cagaron a trompadas y estás un poco dañado, nada más.
Guido: - ¿Por qué estoy desnudo?
Magdalena: - Porque hace mucho calor y necesitás reponerte. Tu cuerpo debe estar fresco para que sanen las heridas.
Guido: - ¿Por qué no me podés decir dónde estoy? ¿Están haciendo algo malo?
Magdalena: - No sé si es malo, pero… Te voy a decir dónde estás. Estás en Memphis, Tennessee.
Guido: - ¿Y cómo mierda terminé acá? ¿No me engañás?
Magdalena: - No te engaño.
Guido: - Demostrame que esto es Memphis.
Ella lo acerca a la ventana y él lee en silencio cientos de carteles que están en inglés, y por las características telefónicas y la informalidad del lenguaje, le sonaba a EE.UU.
Guido: - Me quiero vestir. No quiero que me vean.
Magdalena: - Tenés que estar fresco, ya te dije.
Guido: - Al menos necesito un calzoncillo. Voy a buscarlo.
Magdalena: - No te muevas, dejame que te ayudo a volver a la cama. Ahora te lo alcanzo. Por favor, acóstate.
Él se vuelve a acostar y ella le alcanza el calzoncillo, pero antes de que él lo tome, ella se abalanza sobre él y va directo a sus labios. Lo besa apasionadamente y lo mira con dulzura, leía como si fuese un escáner los ojos de este pibe. Se dio cuenta que era casto, y él se fue enamorando de su belleza irresistible. La besó más fuerte de lo que ella lo había besado, fue posando su boca en el cuello para sorpresa de la delincuente. Ahora ella estaba siendo satisfecha por este gesto sencillo, y siguió bajando por los brazos, desprendió suavemente el bretel del corpiño y continuó en la espalda. No se entendía a sí mismo, ¿qué lo llevaba a hacerle esto a una desconocida? ¿por qué ella lo besó o por qué lo cuidó? Ya no se puso a pensar en los por qué y fue a los hechos. Quiso seguir besando su boca, sentirla muy cerca suyo y que de esos labios emanen más gestos de placer, más gemidos, quejidos, todo lo que demuestre nuestras mejores sensaciones. Atacó (en sentido figurado) sus pechos, los lamió y relamió, los succionó mientras los sonidos que ella emitía crecían en intensidad. Ya estaba loco del deseo, y su lengua necesitaba recorrer todo el cuerpo de ella. Ambos ya no tenían nada encima y sólo quería que sus pieles se rocen, se froten, se sientan. Quería abrazarla y no soltarla, quería sentirse más protegido de lo que se sintió en esos minutos en los que vio que ella estaba haciéndole compañía. Una sorpresa lo shockeó, y dudó en aceptar: ella se introdujo su pene entero en la boca y lo succionó por un par de minutos. Él se negó, pero lo convenció asegurándole que “no hay placer comparable a este para un hombre”. Cuando sacó esa cosa de su boca, la volvió a tomar de la espalda y puso sus manos de arriba hacia abajo, tocándola, sintiendo sus piernas largas, sus nalgas suaves, su cuello esbelto. Deliraba por ella, y ella vio en él lo mismo que vio en ese jovencito al que le sacó la pureza hace 12 años atrás: un hombre adorable, tímido y sensible que sabía cómo hacerle el amor a una mujer. Ahora Magdalena tenía sus dudas: ¿por qué hizo lo que hizo? ¿por qué lo hace de esta forma y no de una forma peor? Se respondió a sí misma: “porque a los pibes como él, la primera vez es importante y no se da todos los días, y debe ser la mejor, y porque han sido criados para que respeten a los otros”.
Desde que los dos machotes se fueron habían pasado dos horas. Volvieron y los encontraron a ambos desnudos, envueltos en sábanas, a Guido abrazado a los pechos de ella, dormido profundamente, mientras ella le acariciaba el pelo. No traían buenas noticias. El FBI los había estado espiando por 5 años y los venía a buscar. Joseph Johnston, el dealer que les suministraba la droga, era un doble agente y los denunció. Debían rajar urgente con la droga si no querían ser detenidos. Ella lo despertó, le dijo que se vista, que debían irse. También se vistió y huyeron con la van al aeropuerto. Allí estaba el “Chamaco”, un pibe de Villa Lynch que era su piloto, siempre disponible para servirles. Arribaron a Buenos Aires en 2 horas y lo primero que hicieron fue dejar al adolescente en su casa. Doña Malena, la vecina de los Garzón, andaba sospechando. No le sonaba común el hecho de que el hijo menor se vaya tres días sin avisarles a sus padres. Ellos la volvieron loca porque no les contestaba el teléfono y ahora iba a ser su momento: el momento de la investigación.
Tres meses después, en abril (y luego de que la vieja chota haya roto las pelotas con sus infalibles interrogatorios), los tres delincuentes y el desbordado adolescente fueron a juicio oral. ¿El motivo? Para ellos, cargos por tráfico ilegal de estupefacientes y forzosa desaparición de persona. Para él, testigo/cómplice, para la vieja, testigo.
Las sesiones se llevaron a cabo en los tribunales de la ciudad de Morón, sito en la calle Almirante Brown esquina Colón, conocido por desafortunados casos, tales como el que condenó al padre Grassi o el que hizo más mediática a Moria Casán. El proceso judicial tomó tres jornadas y el pibe se borró rápido del medio, alegando que “la relación sexual había sido consentida”, y que jamás sintió que se lo quisieron llevar del país. Dijo también que “sabía lo de la droga”, pero porque se enteró en el viaje, no de antes. Pidió que a Magdalena la larguen, que “es una buena persona y que no ha dañado a nadie”, lo mismo para los otros dos integrantes. Para la vieja, “que se calle la boca un poco y vaya a hacer algo productivo en vez de parlotear”. El veredicto que se tomó fue, dejar en libertad a todos, pero que Rogelio tenga un año de prisión en suspenso.
Todos libres, señoras y señores. Nadie fue preso, y lo del año en suspenso es un chiste.
Enero de 2015. No damos más del calor, queremos estrellar la cabeza contra la pared o internarnos en la pileta popular de Ezeiza hasta el fin de los tiempos. El problema es que se llena muy rápido, y nos conviene más la pileta hogareña, debajo de la sombra de un árbol grande y antiguo. Ves a la gente tocándose el rostro, con abanicos y con prendas ligeras, charlando, tomando mate, quejándose, criticando a alguno que no le cae bien. Guido Garzón ya es un hombrecito. Bueno, al menos así lo consideraba su familia, que a fines de diciembre le festejó su cumpleaños 18, pero no era un “hombre” del todo. Era maduro, serio, antisocial, pero a veces se volvía tarado, en especial cuando pasaba mucho tiempo con sus amigos. Por decisión personal, quería estar solo por un tiempo. No tenía pasado, y no se imaginaba la vida junto a alguien. Su cabeza pasaba por vaivenes constantes, y eso lo iba destruyendo. Planificar un futuro lo aniquilaba, siempre le había sido recomendado dejarse llevar por lo que venga, ya sea una propuesta laboral o alguna situación imprevista. Diagramar hacía que su cerebro se esfuerce más de lo que acostumbraba, y llega un momento en que las neuronas no podían operar más.
Guido tiene tres amigos que conoce desde sala amarilla y no se separaron ni en el campamento de fin de curso de escuela primaria, y por supuesto estaban decididos a compartir la misma habitación en el viaje a las sierras cordobesas (la empresa que los llevó les ofreció a todo el curso cambiar de destino por un precio más barato). A pesar de que no los unían las mismas actividades, los tres grandes fuertes que sí (el fútbol, la PlayStation y los cómics de superhéroes) los arrastraban por un camino raro, que los diferenciaba mucho de los otros chicos. Se hablaban con los demás, les pasaban las tareas, iban a los cumpleaños, los llamaban para hacer equipo en las clases de educación física, etcétera. Nadie los aisló ni ellos optaron por hacerlo. La consistencia del grupo en general era buena, y aunque no eran amigos personales, se respetaban.
El negarse a estar con una mujer delataba su postura ante el sexo, quería seguir siendo virgen hasta enamorarse del amor de su vida, y perder la pureza en la noche de bodas. Era todo un romanticón. Quería tener una relación de pareja como la de Carl y Ellie Fredricksen, los personajes de la película "Up!", eterna, alegre y maravillosa, que a veces no alcanzan las palabras para describir qué lindos eran esos dos juntos. No miraba a las mujeres, ni siquiera se masturbaba, padecía cada dos o tres semanas el fenómeno de “polución nocturna” que le dejaba los huevos al plato, pero supo que ese fluido el cuerpo lo deja ir porque no puede estar tanto tiempo adentro. Sus amigos eran iguales que él, pero ellos consideraban extremo lo del “debut” en la noche de casamiento, y lo gastaban mucho por eso. En fin, una tarde, nuestro protagonista concurrió a la casa de Marcelo, su “segundo hermano varón”, y se metieron en la pileta. Después llegaron los otros dos pibes, Brian y Amadeo. Se comportaron ahí como cuatro tontos: se pegaron, se robaron los trajes de baño, salieron de la pileta, hicieron un partidito (estilo fútbol-tenis) casi en el fondo de la casa y los ganadores prepararon una raviolada. Sus hormonas estaban muy desprogramadas y no había forma de que dejen de comer, aún así seguían flacos. Luego, en cuero y con sus shorts puestos se fueron adentro a ver la televisión y a jugar al PES, para seguir con un eterno desembuche de insultos, (“¡Eh, no la cobró, viejo! ¡Hasta acá son hijos de puta los árbitros, che! ¡Decile a Laverni, esté o no esté en este juego, que se agache y la conozca!”), manotazos, acusaciones falsas, discusiones, más cargadas y unas gotas de whisky para los más mayorcitos. No solían beber y el chupi, cuando entra de esa forma al organismo, lo hace colapsar; por eso Brian y Amadeo se sacudían cada un ratito y su forma de hablar se ralentizaba. No se empedaron por completo, pero algo de alcohol tenían. Estaban sin vigilancia de nadie porque se iban los padres de todos de vacaciones a vaya a saber dónde, y daba la casualidad que siempre era la segunda semana de enero hasta mediados de febrero. Cuando éstos cayeron dormidos, ya era de día, las siete de la mañana. Guido saludó a Marcelo y se fue. Caminó las siete cuadras que lo separaban de su casa. Mientras tanto, otra situación se desenvolvía muy cerca de él. 3 criminales charlan dentro de una camioneta. Maneja la sub-jefa, la señorita Magdalena, a su lado se encuentra el cabecilla Condarco, y atrás el ”lamebotas” Rogelio.
Condarco: - Señora y señor, he de dar por iniciado el plan “vamos a cachar a un boludo”.
Rogelio: - ¿Y qué tipo de boludo será esta vez, “genio”? (irónico) La última vez casi nos pegan una patada en las pelotas, y como le garpamos a los canas una luca, zafamos que no nos condenen.
Condarco: - Este es un boludo sublime. No sabés…
Magdalena: - No me defraudes, viejo, te lo pido por favor… (gritando)
Rogelio: - ¿Qué es, un viejo o un pibe?
Condarco: - Volví a consultar con mi fuente, y en este caso es un purrete.
Rogelio: - Vos y tu fuente… ¿Quién es tu fuente, el inspector Gadget? (irónico)
Condarco: - Es “top secret”. No me lo van a sacar ni de la tumba.
Magdalena: - Ahora hablás inglés… Me caigo y me levanto. ¿Qué vas a hablar inglés vos? No terminaste ni la escuela técnica, y me venís con el inglés… Acá los negocios los hace Rogelio, nuestro soplón.
Condarco: - ¡Qué ortiva que sos! Pero igual te quiero mucho.
Magdalena: - Yo también te quiero.
Rogelio: - Volviendo al asunto. No me digas nada. Ya sé quién es…
Magdalena: - ¿Quién?
Rogelio: - ¿Quién va a ser? Hilario, el hijo del verdulero, que ahora se cree agente de la SIDE.
Magdalena: - Ese tipo es un pelotudo importante… Ahora, si la ligó con la data vamos a requerir más de él.
Rogelio: - Hilario es un boludo, ya sabemos. No sé quién carajo se cree que es.
Magdalena: - Bueno, a la mierda con todo. ¿Quién va a ser nuestra víctima?
Condarco: - Como recién decía, nuestra víctima es un pibito. Se llama Guido Garzón, tiene 18 años y su familia es de clase media-media.
Rogelio: - ¿O sea que tienen guita?
Magdalena: - Agarrame o le parto la guitarra en la cabeza al pelotudo este… (agresiva) No, tienen lo normal; si tuvieran guita serían clase media-alta, boludo intergaláctico. (enfatizando más los últimos términos)
Rogelio: - Por ahí tienen algo de guita…
Magdalena y Condarco: - Callate, ¿querés?
Condarco: - Agrego un datito que podría servirnos, por ahí sí o por ahí no.
Magdalena: - ¿Qué? Hablá…
Condarco: - El pibe este es el hermano del pendejo que te cepillaste hace 12 años, ¿te acordás?
Magdalena: - Bah, ya ni me acuerdo. Tengo tantas cosas en la cabeza que se me debe haber pasado… Por ahí si lo veo me acuerdo…
Condarco: - Ahí está el pibe, ¡bájense y agárrenlo!
Guido llegó a la puerta de su casa, pero los maleantes lo arrancaron de la verja y se lo llevaron. Lo metieron dentro de una bolsa, le inyectaron sedantes y lo cagaron a trompadas hasta molerlo. No sintió nada, y ya lo creían casi muerto. Rajaron a los pedos de acá (estaban a dos cuadras de la estación de Caseros) y se fueron por la avenida Gaona derecho, tratando de encontrar el Acceso Oeste. Una avioneta los esperaba en el aeropuerto de Morón. Su destino iba a ser salirse del país, más precisamente a los Estados Unidos de América, a la ciudad pionera del jazz y del blues, a la conocidísima… Memphis. ¿Por qué a Memphis? Bueno, estos delincuentes eran parte de una red internacional de distribución de droga que estaba ubicada en dicha ciudad, y había bandos que llevaban cargamentos a lugares específicos esparcidos por el mundo. Su sección era el Gran Buenos Aires y la Capital, y la ganancia principal venía de la venta de pastillitas para que estén en las fiestas electrónicas de moda y en los boliches más chetos de todos. Durante el vuelo, estuvieron monitoreando su pulso cardíaco, algo rápido pero estaba vivo. De las lesiones se encargarían después. Ya le tenían un lugar de hospedaje: un edificio abandonado en buen estado que antes le había pertenecido a una importante empresa, pero que se había mudado a cinco cuadras de ahí. Ellos mismos lo arreglaron para que sus habitaciones sean de un hotel clase 3, pero la gente no se daba cuenta porque nunca se lo había demolido. Esta construcción quichi-lujosa (no roñosa) la hicieron con lo que ganaron vendiendo la falopa allá en la ciudad. Era un cuartel general donde almacenaban las sustancias, la guita, y los papeles que tenían por si los del FBI les llegaban a caer.
Rogelio: - Viejo, ayudame a sacar al pendejo.
Condarco: - Ahí voy, ¿no te das cuenta que me estoy echando una meada?
Magdalena: - Ustedes dos no cambian más.
Rogelio: - Y bue… Somos así, ¿Qué va a ser? (riéndose)
Magdalena: - Conda, ¿vas a dignarte a mover el culo, la re putísima madre? (enojada)
Condarco: - Ya va, carajo, mierda. (grita) ¡No hay un momento en que no te hinchen las pelotas, che! (susurra y ellos no lo oyen)
Rogelio: - Apurate, ¿querés?
Condarco corre hacia la cama y sacan al chico de la bolsa. Lo colocan con mucho cuidado sobre el colchón y le ponen la almohada atrás del cuello.
Condarco: - He aquí, señora y señor. Nuestra presa. Un pendejo, si no me falla la memoria. Sí… es un pendejo, boludo y sublime.
Rogelio: - Está dormidito. ¿No se murió? A ver, fijate…
Condarco: - Tiene 75 de pulsaciones, calculo que está bien.
Rogelio: - Es un poquito pasado de lo normal, pero está bien. Magda, ¿te suena el pibe?
Magdalena: - Boludo… (se pone la mano sobre la boca) Es igual al hermano… Igual. Espero que sea igual en todo. (muy sorprendida) ¿Cuántos años dijiste que tiene?
Condarco: - 18, los cumplió ahora el 28.
Magdalena: - Casi igual que Rodrigo. Él tenía 19 cuando lo agarramos, ¿se acuerdan?
Rogelio: - ¡Cómo no olvidarse! Ahí te vimos más violenta que nunca, nena. Lo fusilaste a patadas al pibe ese.
Condarco: - ¿Y cuando lo tuviste que esclavizar fuiste igual de violenta?
Magdalena: - Sí, mi amigo. No te zarpés con los comentarios que te agarro las pelotas contra la puerta, ¿eh? (ella y los otros tentados de risa)
Rogelio: - Yo ya lo sé a eso… Lo padecí. (haciéndose el que llora) A mí me las agarró por burlarme del pijama que usaba y estuve dos días con 10 cubos de hielo en los huevos. Por suerte no los necesito, y mi médico dice que no hay riesgo de cáncer. (con seguridad y relajado)
Magdalena: - Señores, arribamos a nuestro destino. ¿Qué viene ahora?
Rogelio: - Bueno, Conda y yo vamos a ir a buscar los paquetes a lo del viejo Johnston, ¿querés venir, así nos ayudás?
Magdalena: - Si el pibe se queda solo, se puede escapar y deambular por ahí. Me voy a quedar para que no se raje.
Rogelio: - Bueno, entonces nosotros nos vamos. Verdad, ¿mi vida? (jodiendo al otro)
Condarco: - Sí, papi. (entre risas) Adiós, mi señora.
Magdalena: - Chau, gente. Avísenme cuando se casen. (más risas)
Magdalena procuró que los hombres se fueran. Fue a la “cocina”, una habitación que estaba a 200 metros de esta y llenó un vaso con agua. Volvió y vio al adolescente tirado, inmóvil, y puso un dedo mojado en un brazo de él. Se movió un poquito. Podía ser una señal de lucidez o de un falso sueño. Pasó el dedo por una mano y el joven se sacudió más fuerte. “Seguro que debe estar saliendo del sedante”, pensaba ella. Cuando vio que se movió más, le quitó la remera y lo volvió a acostar. Pasó la mano entera sobre el torso y él gimió un poco más fuerte que antes. Se “tiró a la pileta” con esta acción, que casi le permite despertarlo: le hizo unas cosquillas intencionales con ambas manos sobre el ombligo, y lo pudo ver sonrojándose. Pero no duró mucho, ya se había vuelto a dormir. No le quedó otra que bajarle los pantalones y el calzoncillo. Lo hizo, y dejó todas las prendas en un banquito al lado de la cama. Fue otra vez cautelosa, y pasó un dedo de cada mano por el nacimiento de cada pierna para ver qué pasaba. Ahora podía apreciarse el regocijo que le causaba al chico ser acariciado de esa forma. Allí tenía su punto de sensibilidad, y por eso no dejaba de sacudirse. Tanto se movió que abrió los ojos, pero su habla no estaba recuperada del todo.
Cuando vio que él ya la había visto, se fue corriendo al baño y regresó un par de minutos después con un paño mojado. Se lo puso en la frente y él abrió los ojos otra vez. Ahora podía hablar con fluidez, pero su semblante no era el que se imaginaba ella que podía llegar a tener.
Guido: - ¿Dónde estoy?
Magdalena: - No te puedo decir dónde estás. Sólo puedo decirte que estás vivo, y bien.
Guido: - ¿Quién sos vos? ¿Sos enfermera?
Magdalena: - No, no soy enfermera. Te estoy cuidando porque te cagaron a trompadas y estás un poco dañado, nada más.
Guido: - ¿Por qué estoy desnudo?
Magdalena: - Porque hace mucho calor y necesitás reponerte. Tu cuerpo debe estar fresco para que sanen las heridas.
Guido: - ¿Por qué no me podés decir dónde estoy? ¿Están haciendo algo malo?
Magdalena: - No sé si es malo, pero… Te voy a decir dónde estás. Estás en Memphis, Tennessee.
Guido: - ¿Y cómo mierda terminé acá? ¿No me engañás?
Magdalena: - No te engaño.
Guido: - Demostrame que esto es Memphis.
Ella lo acerca a la ventana y él lee en silencio cientos de carteles que están en inglés, y por las características telefónicas y la informalidad del lenguaje, le sonaba a EE.UU.
Guido: - Me quiero vestir. No quiero que me vean.
Magdalena: - Tenés que estar fresco, ya te dije.
Guido: - Al menos necesito un calzoncillo. Voy a buscarlo.
Magdalena: - No te muevas, dejame que te ayudo a volver a la cama. Ahora te lo alcanzo. Por favor, acóstate.
Él se vuelve a acostar y ella le alcanza el calzoncillo, pero antes de que él lo tome, ella se abalanza sobre él y va directo a sus labios. Lo besa apasionadamente y lo mira con dulzura, leía como si fuese un escáner los ojos de este pibe. Se dio cuenta que era casto, y él se fue enamorando de su belleza irresistible. La besó más fuerte de lo que ella lo había besado, fue posando su boca en el cuello para sorpresa de la delincuente. Ahora ella estaba siendo satisfecha por este gesto sencillo, y siguió bajando por los brazos, desprendió suavemente el bretel del corpiño y continuó en la espalda. No se entendía a sí mismo, ¿qué lo llevaba a hacerle esto a una desconocida? ¿por qué ella lo besó o por qué lo cuidó? Ya no se puso a pensar en los por qué y fue a los hechos. Quiso seguir besando su boca, sentirla muy cerca suyo y que de esos labios emanen más gestos de placer, más gemidos, quejidos, todo lo que demuestre nuestras mejores sensaciones. Atacó (en sentido figurado) sus pechos, los lamió y relamió, los succionó mientras los sonidos que ella emitía crecían en intensidad. Ya estaba loco del deseo, y su lengua necesitaba recorrer todo el cuerpo de ella. Ambos ya no tenían nada encima y sólo quería que sus pieles se rocen, se froten, se sientan. Quería abrazarla y no soltarla, quería sentirse más protegido de lo que se sintió en esos minutos en los que vio que ella estaba haciéndole compañía. Una sorpresa lo shockeó, y dudó en aceptar: ella se introdujo su pene entero en la boca y lo succionó por un par de minutos. Él se negó, pero lo convenció asegurándole que “no hay placer comparable a este para un hombre”. Cuando sacó esa cosa de su boca, la volvió a tomar de la espalda y puso sus manos de arriba hacia abajo, tocándola, sintiendo sus piernas largas, sus nalgas suaves, su cuello esbelto. Deliraba por ella, y ella vio en él lo mismo que vio en ese jovencito al que le sacó la pureza hace 12 años atrás: un hombre adorable, tímido y sensible que sabía cómo hacerle el amor a una mujer. Ahora Magdalena tenía sus dudas: ¿por qué hizo lo que hizo? ¿por qué lo hace de esta forma y no de una forma peor? Se respondió a sí misma: “porque a los pibes como él, la primera vez es importante y no se da todos los días, y debe ser la mejor, y porque han sido criados para que respeten a los otros”.
Desde que los dos machotes se fueron habían pasado dos horas. Volvieron y los encontraron a ambos desnudos, envueltos en sábanas, a Guido abrazado a los pechos de ella, dormido profundamente, mientras ella le acariciaba el pelo. No traían buenas noticias. El FBI los había estado espiando por 5 años y los venía a buscar. Joseph Johnston, el dealer que les suministraba la droga, era un doble agente y los denunció. Debían rajar urgente con la droga si no querían ser detenidos. Ella lo despertó, le dijo que se vista, que debían irse. También se vistió y huyeron con la van al aeropuerto. Allí estaba el “Chamaco”, un pibe de Villa Lynch que era su piloto, siempre disponible para servirles. Arribaron a Buenos Aires en 2 horas y lo primero que hicieron fue dejar al adolescente en su casa. Doña Malena, la vecina de los Garzón, andaba sospechando. No le sonaba común el hecho de que el hijo menor se vaya tres días sin avisarles a sus padres. Ellos la volvieron loca porque no les contestaba el teléfono y ahora iba a ser su momento: el momento de la investigación.
Tres meses después, en abril (y luego de que la vieja chota haya roto las pelotas con sus infalibles interrogatorios), los tres delincuentes y el desbordado adolescente fueron a juicio oral. ¿El motivo? Para ellos, cargos por tráfico ilegal de estupefacientes y forzosa desaparición de persona. Para él, testigo/cómplice, para la vieja, testigo.
Las sesiones se llevaron a cabo en los tribunales de la ciudad de Morón, sito en la calle Almirante Brown esquina Colón, conocido por desafortunados casos, tales como el que condenó al padre Grassi o el que hizo más mediática a Moria Casán. El proceso judicial tomó tres jornadas y el pibe se borró rápido del medio, alegando que “la relación sexual había sido consentida”, y que jamás sintió que se lo quisieron llevar del país. Dijo también que “sabía lo de la droga”, pero porque se enteró en el viaje, no de antes. Pidió que a Magdalena la larguen, que “es una buena persona y que no ha dañado a nadie”, lo mismo para los otros dos integrantes. Para la vieja, “que se calle la boca un poco y vaya a hacer algo productivo en vez de parlotear”. El veredicto que se tomó fue, dejar en libertad a todos, pero que Rogelio tenga un año de prisión en suspenso.
Todos libres, señoras y señores. Nadie fue preso, y lo del año en suspenso es un chiste.
0 comentarios - El "cuasi pícaro" que soñaba despierto