Días después, en la misma cabaña de la que hablo aparte, Fernanda con su pequeño bikini y María en topless (¿o al revés?) nos trastornan a Arnaldo y a mí vertiendo leche condensada de un pomo sobre sus bocas y lenguas. Cuando le erran, salpican sus respectivos orondos senos.
La Beba agarra distraídamente mi herramienta de placer, ya en promitente erección. Debido a la destreza de ese tacto, ambas se calientan. Una se ablanda, la otra se endurece.
María olfatea mi espalda y pasa sus uñas con la palma hacia arriba por mi nuca, mi espalda, mi cintura, mi raya. Se me erizan hasta los pelos que no tengo. Repite la acción con sus erguidos pezones y susurra en mis indefensos oídos. No me deja darme vuelta.
No puedo sacarle el sostén a Gracie, que interrumpe todos los procesos sonriendo y levantando el índice. Con cara de maliciosa docente, se lo desprende adelante. Aprendo y sigue la acción.
De rodillas, María pasa con vigor el vibrador grande (“Negro”) por su vulva y, con coordinado entusiasmo, se hunde el chico (“Blanco”) en el culo. Con la mandíbula caída, sus bellos iris turquesas desaparecen tras el párpado superior. El orgasmo la hace flamear como una bandera.
Fernanda, más bien baja, y María, de mayor estatura, conversan sobre el tamaño de sus senos. Interrumpo, recordándoles que yo tuve uno y otro par en mis manos y boca, igual que José (que no está). Dictamino: María gana el absoluto, Fernanda el relativo ¡pero puedo seguir midiendo!
María se prende a mi verga como un náufrago a un madero. Se la mete en la boca y parece que me va a castrar por succión. Su cabeza sube y baja como el pistón de una máquina de placer. Y me agarra los huevos con exquisita, con contradictoria delicadeza.
Como iba a encontrarme con Laetitia, aficionada a las acabadas abundantes, me preparo como es debido, pajeándome varias veces en las horas previas hasta el mismo borde de la eyaculación. Ella saluda con aclamación cuando diez largos y gruesos chorros blancos cubren su torso.
¿Por qué habré tenido tanta suerte en la vida? Una pequeña colección de las más desinhibidas (por llamarlas de manera elegante) me dieron sus curvas, sus pieles, sus humedades, sus pasiones, sus agujeros codiciosos. Algo bueno habré hecho para merecerlo.
Fernanda mira al mozo del bar, el mozo mira a Fernanda. Fernanda sigue mirando y yo le toco su humedad por debajo de la mesa. Fernanda no me mira pero se le enrojece el cuello, se le abren las narinas, mueve la pelvis. Fernanda se calienta pero no me mira porque mira al mozo.
Victoria me hace un espectáculo diferente cada vez. Se viste, para desvestirse, de puta callejera, de enfermera, de colegiala. En este último caso, el látigo en su mano da un fuerte contraste.
Castigo a María. Anduvo loqueando. Yo, que en el fondo soy un macho celoso y posesivo, la ensarto en cuatro patas sosteniéndola con mis dedos dolorosamente clavados en sus promiscuas tetas. Apoyo mi pija para acabarle en la espalda pero el lechazo salta hasta el pelo y el cuello.
Hay gente en la playa pero, con la cabeza sobre el pecho de Gracie, deslizo la mano en su bikini y toco. Sigo tocando, se me encharcan los dedos, mi cabeza se sacude por su respiración agitada. Sigo y sigo tocando hasta la silenciosa explosión. Por allá, ponen una sombrilla.
Miramos con María las chanchadas de @pepegonzalez325 con la Pepa. Nos inspiran a hacer más chanchadas. Se lo comentamos a ellos y nos dicen que es recíproco. Es lo que pasa cuando los chanchos nos potenciamos unos a otros.
La Beba agarra distraídamente mi herramienta de placer, ya en promitente erección. Debido a la destreza de ese tacto, ambas se calientan. Una se ablanda, la otra se endurece.
María olfatea mi espalda y pasa sus uñas con la palma hacia arriba por mi nuca, mi espalda, mi cintura, mi raya. Se me erizan hasta los pelos que no tengo. Repite la acción con sus erguidos pezones y susurra en mis indefensos oídos. No me deja darme vuelta.
No puedo sacarle el sostén a Gracie, que interrumpe todos los procesos sonriendo y levantando el índice. Con cara de maliciosa docente, se lo desprende adelante. Aprendo y sigue la acción.
De rodillas, María pasa con vigor el vibrador grande (“Negro”) por su vulva y, con coordinado entusiasmo, se hunde el chico (“Blanco”) en el culo. Con la mandíbula caída, sus bellos iris turquesas desaparecen tras el párpado superior. El orgasmo la hace flamear como una bandera.
Fernanda, más bien baja, y María, de mayor estatura, conversan sobre el tamaño de sus senos. Interrumpo, recordándoles que yo tuve uno y otro par en mis manos y boca, igual que José (que no está). Dictamino: María gana el absoluto, Fernanda el relativo ¡pero puedo seguir midiendo!
María se prende a mi verga como un náufrago a un madero. Se la mete en la boca y parece que me va a castrar por succión. Su cabeza sube y baja como el pistón de una máquina de placer. Y me agarra los huevos con exquisita, con contradictoria delicadeza.
Como iba a encontrarme con Laetitia, aficionada a las acabadas abundantes, me preparo como es debido, pajeándome varias veces en las horas previas hasta el mismo borde de la eyaculación. Ella saluda con aclamación cuando diez largos y gruesos chorros blancos cubren su torso.
¿Por qué habré tenido tanta suerte en la vida? Una pequeña colección de las más desinhibidas (por llamarlas de manera elegante) me dieron sus curvas, sus pieles, sus humedades, sus pasiones, sus agujeros codiciosos. Algo bueno habré hecho para merecerlo.
Fernanda mira al mozo del bar, el mozo mira a Fernanda. Fernanda sigue mirando y yo le toco su humedad por debajo de la mesa. Fernanda no me mira pero se le enrojece el cuello, se le abren las narinas, mueve la pelvis. Fernanda se calienta pero no me mira porque mira al mozo.
Victoria me hace un espectáculo diferente cada vez. Se viste, para desvestirse, de puta callejera, de enfermera, de colegiala. En este último caso, el látigo en su mano da un fuerte contraste.
Castigo a María. Anduvo loqueando. Yo, que en el fondo soy un macho celoso y posesivo, la ensarto en cuatro patas sosteniéndola con mis dedos dolorosamente clavados en sus promiscuas tetas. Apoyo mi pija para acabarle en la espalda pero el lechazo salta hasta el pelo y el cuello.
Hay gente en la playa pero, con la cabeza sobre el pecho de Gracie, deslizo la mano en su bikini y toco. Sigo tocando, se me encharcan los dedos, mi cabeza se sacude por su respiración agitada. Sigo y sigo tocando hasta la silenciosa explosión. Por allá, ponen una sombrilla.
Miramos con María las chanchadas de @pepegonzalez325 con la Pepa. Nos inspiran a hacer más chanchadas. Se lo comentamos a ellos y nos dicen que es recíproco. Es lo que pasa cuando los chanchos nos potenciamos unos a otros.
11 comentarios - Décadas de sexo (4): Impresiones
me encanta como D-escribís...
solo me quedaba un punto!! 🙂