De camino a mi habitación podía escuchar las voces de la cocina, entre ellas destacaba la risa de mi primo. ¿Cómo podía estar tan tranquilo después de lo del baño?
Dejé la toalla encima de la cama y me vestí con un conjunto de ropa interior blanco, unos pantalones cortos vaqueros deshilachados y una camiseta rosa de tirantes.
La camiseta era de espalda de nadadora, por lo que dejaba a la vista parte de los tatuajes que llevaba en las clavículas. En el lado derecho llevaba el símbolo de la mano de Fátima y en el lado izquierdo la frase “Let me be”.
Además creo que, de manera inconsciente, elegí la camiseta de mi armario que más bonitas me hacia las tetas.
Me tomé un par de minutos para tranquilizarme y calmarme y bajé al piso de abajo.
El sol todavía entraba por las ventanas cuando entré en la cocina. Las voces que había oído se callaron de golpe y nueve pares de ojos se clavaron en mí.
Mi tía Luisa, la hermana de mi madre, fue la primera en acercarse a darme dos besos. Le siguieron su marido, mis otros tíos y mis primos Carmen y Pablo, que era el hermano pequeño de Aitor. Mi abuelo Pedro se acercó el último a mí, y con los ojos vidriosos, nos fundimos en un abrazo. Noté como sus manos, llenas de callos y asperezas de trabajar en el campo, se aferraron a mis hombros. Su piel estaba más curtida de lo que yo recordaba y las arrugas surcaban sus ojos. No podría explicar qué había cambiado en él, además de los edad, pero no era el mismo que me encorría por la casa años atrás.
- Aitor, saluda a tu prima – le dijo su madre.
- Ya nos hemos visto esta tarde, ¿verdad prima? – dijo mirándome. En su cara se dibujó una sonrisa que a mí me recordaba a la de un lobo y yo noté como los colores subían a mis mejillas.
La cena transcurrió de manera normal. Mi abuela se empeñaba en cebarnos a todos, sacando platos y más platos, y la familia se entretenía conversando e interesándose por mí, mientras yo era incapaz de quitarle el ojo de encima a mi primo. Estaba sentado enfrente tan tranquilo, apenas cruzaba la mirada conmigo pero se reía de todas las bromas y para nada se le veía incómodo.
Al contrario, yo apenas intervenía en la conversación y es que ya tenía suficiente con las dudas que asaltaban mi cabeza. Mientras me comía un trozo de tortilla decidí mentirme y decirme que, por muchos años que hubiesen pasado y llevásemos sin vernos, Aitor era mi primo y nadie cambiaba eso.
Al terminar de cenar, los mayores se pusieron melancólicos y comenzaron a contar sus batallitas, así que mi prima Carmen me invitó a irme al único bar del pueblo a tomar algo con ella y sus amigas. Según ella eran todas muy amables y seguro que me vendría bien conocer a gente para no pasar el verano metida en casa de los abuelos. Yo no tenía muchas ganas, pero traté de convencerme de que era lo mejor.
- Yo necesito ir a sacar dinero antes de bajar al bar – le dije a Carmen en la puerta de casa.
- Ah pues te acompaño y luego vamos juntas – me dijo ella.
- No – oí la voz de mi primo Aitor, pero apenas me atreví a mirarlo – estoy pelado también, así que la acompaño y luego acudimos al bar. Creo que mis amigos también están allí.
La verdad es que para olvidar el encontronazo del baño con mi primo lo mejor sería poner una distancia prudente entre nosotros, pero en ese momento me quedé sin habla y hubiese extrañado que no quisiera ir con él. De todos modos ¿a qué estaba jugando Aitor?
Su coche estaba aparcado en la puerta de casa de la abuela, así que los dos nos montamos mientras por el espejo veía como Carmen y Pablo se iban hacia el bar.
Hubiese preferido ir en silencio pero mi primo no tenía la misma idea.
- ¿Qué tal el primer día en el pueblo? – me preguntó.
- La verdad que muy bien, no tengo queja. He echado de menos a todos y se respira tranquilidad en casa de los yayos – le dije sin quitar la vista de las calles por las que pasábamos.
- Hombre y más tranquilidad después del homenaje que te has dado en la ducha – sus palabras me dejaron totalmente cortada por unos segundos, pero aun así saqué fuerzas y le miré.
- ¿Y cómo sabes que me he dado un homenaje? – le pregunté.
- Vaya, no han debido decirte que las paredes de casa de la abuela son de papel – dijo en un tono jocoso – pero no sé si deberías pensar en tu primo para hacer esas cosas.
Aitor paró el coche delante del banco y se bajó de él, dejándome allí como una tonta. Durante un tiempo fui incapaz de moverme, la pose chulesca de mi primo me intimidaba un poco, pero no puedo dejar de reconocer lo mucho que me ponía.
- Nerea, ¿piensas sacar dinero? – me preguntó con la puerta del cajero abierta.
Bajé del coche como una autómata y entré en el pequeño cubículo. Aitor, en vez de esperarme fuera, entró. Podía notar su presencia detrás de mí y simplemente oír su respiración hacía que mi piel se erizara. Noté que mis pezones se tensaban y decidí que ya era hora de jugar mis cartas, que yo nunca había sido una chica que se callase ni se cortase y no lo iba a ser ahora.
- ¿Y cómo sabes que me toqué pensando en ti? – dije recogiendo el dinero y girándome para mirarlo a la cara.
- “¿Qué coño te pasa Nerea? Aitor es tu primo” – dijo repitiéndome las palabras que yo me había dicho en la ducha – Además te tocaste después de decirle a la abuela lo guapo que estaba. No hay que ser muy listo para unir todas las piezas, pequeña – su respuesta me envalentonó aún más.
- ¿Y te hubiese gustado verlo? – le pregunté en un susurro mientras acercaba mi boca a su oreja. Sentía como el cajero se hacía más pequeño, que únicamente importábamos nosotros en ese momento.
- Esta es la Nerea que esperaba – dijo mi primo, mientras su respiración impactaba contra mi cuello. Ese cosquilleo me estaba poniendo mucho – pero no te equivoques, yo no me conformo con mirar.
Acercó sus labios a mi oreja y me mordió el lóbulo, tirando después de mis pendientes con sus dientes. Recorrió a besos el camino que separaba mis orejas de mi boca y me besó. Su cuerpo me empotró contra el cajero mientras su boca devoraba la mía, su lengua jugaba a su antojo dentro de mi y su mano aferró con fuerza mi cabeza contra la suya. Yo di un pequeño salto y me senté en el cajero, rodeando mi primo con las piernas. La mano que le quedaba libre se introdujo dentro de mi camiseta y fue a parar a mi pecho izquierdo, de un fuerte tirón me bajó la copa del sujetador y comenzó a pellizcar mi pezón.
- Sí que los sé poner duros, ¿no? – me pregunto separando su boca de la mía, pero con nuestras frentes unidas.
No puedo decir cuánto duró aquel encuentro, pero sí que, pese a su poca duración, fue uno de las más pasionales que he tenido nunca.
De golpe se separó de mí y abrió la puerta del cajero para salir, dejándome allí sentada, con el morbo de la situación instaurado en mi cara y con los labios entreabiertos a la espera de un nuevo beso.
- Y así es como termino de confirmar que te tocas pensando en mí, pequeña – me dijo con un tono que me cabreó - Deberíamos ir al bar. No se tarda tanto en sacar dinero.
- ¿Tú no tenías que sacar? – le pregunté yo bajándome del cajero de un salto.
- No – respondió seguro de sí mismo.
Mientras me hundía en el asiento del copiloto pensé que era la persona más idiota de este mundo. De lo único que tenía ganas era de volver a casa de mis abuelos y sentarme en la mesa de la cocina a que la abuela me preparara un chocolate, como cuando era pequeña, pero le había prometido a mi prima que acudiría al bar y conocería a sus amigas.
Cuando el coche aparcó en la plaza, salí dando un portazo y entré. Nada más abrir la puerta me vinieron algunos flashes. Era el típico bar de pueblo, por la mañana lo llevaba un señor para servir a la gente más mayor y por la noche cogía el testigo su hijo, así reunía a la gente más joven del pueblo.
Enseguida vi como mi prima Carmen me saludaba desde una mesa y me acerqué con mi primo detrás de mí.
- Ya que me espías en la ducha igual no hace falta que me acompañes hasta la mesa – le dije yo con toda la chulería que me fue posible, presa del cabreo por no haber podido terminar lo que habíamos empezado en el banco.
- No seas tan chula porque no te acompaño – respondió el, mientras yo ponía los ojos en blanco.
Carmen presidía la mesa y a su lado se sentaban 3 chicas más, a las que creo que me presentó, pero en estos momentos soy incapaz de recordar sus nombres o sus caras. Me senté al lado de mi prima y Aitor hizo lo propio enfrente. En esos momentos mi cara era un poema, pero lo fue más aun cuando se besó con una de las amigas de Carmen.
- No te he dicho nada, pero Paola es la novia de Aitor – me dijo mi prima en un susurro - ¿hacen buena pareja, verdad?
Era incapaz de pensar o de decirle algo coherente a mi prima. Una cosa era el juego que Aitor se traía conmigo y otra que tuviese novia. Obviamente mi primo era muy guapo y chicas no le faltarían, pero mi cabeza lo veía más como un tío de polvos de una noche que de tener una relación estable. Bueno, todo lo estable que puede ser algo cuando besas a tu prima el día que llega al pueblo.
Carmen y sus amigas trataban de integrarme en sus conversaciones, ya fuese contándome historias graciosas o los últimos cotilleos del pueblo, mientras yo no podía parar de mirar a mi primo y a Paola. Otra cosa que no podía parar de hacer era beber, así que acabé llenando, yo sola, la mesa de vasos vacíos de whisky-cola. En mi cabeza no paraba de repetirme que ese era el último, pero me di cuenta de que era incapaz de cumplirlo cuando ya llevaba 9. Había venido al pueblo a tratar de no beberme hasta el agua de los floreros y ya la primera noche era incapaz de cumplirlo.
- Carmen, necesito salir a que me dé el aire – le dije mientras trataba de mantenerme de pie.
- ¿Te acompaño? – me dijo ella preocupada.
- No hace falta, entraré en nada – di por zanjada la conversación con un habla más que trabada.
Abrí la puerta en busca de un poco de aire que me aliviara, pero únicamente encontré el calor propio de las noches de verano. Me senté en uno de los portales contiguos al bar y apoyé la cabeza en las manos. Quería huir de los líos con los tíos y las grandes borracheras y en el pueblo me esperaba esto.
Llevaba un rato allí sentada cuando noté como todo el whisky que me había bebido trataba de salir. Creo que me recogí el pelo con la mano, tratando de hacerme una coleta para no mancharme, y vomité.
A la mañana siguiente me desperté con una sensación demasiado conocida. La cabeza me dolía, como si un clavo me la cruzase de sien a sien, tenía la boca como la suela de una zapatilla y mi estómago parecía una montaña rusa. Abrí los ojos y vi que aquello no era ni mi cuarto ni la casa de la abuela, más bien era un sofá en medio de un salón. Ojeé toda la estancia, tratando de adivinar dónde estaba, hasta que Aitor y Paola me sonrieron desde una foto. Joder, ¿algo podría ir peor?. La noche anterior me había emborrachado en un bar de pueblo, en el que la mayor fiesta que había eran tres treintañeros jugando a las cartas, había vomitado en la plaza y había acabado durmiendo, en camiseta y bragas, en el sofá de casa de mi primo.
Me levanté del salón para ir a por un vaso de agua, pero conforme caminaba por el pasillo comencé a oír unos ruidos, como si fuesen jadeos. Decidí dejar lo del agua para otro momento y caminé, tratando de encontrar de dónde venían aquellos ruidos. Los gemidos me llevaron hasta la habitación de mi primo. La puerta estaba entreabierta, así que dudé entre asomarme y mirar o darme la vuelta y volver a casa de mis abuelos sin hacer ruido, pero la curiosidad de saber cómo follaba mi primo y la necesidad de cobrarme, de alguna manera, la mentira de que tenía novia hicieron que me asomase.
La habitación no era excesivamente grande y es que una enorme cama ocupaba casi su totalidad. Mi primo estaba tumbado en ella, bocarriba, y Paola arrodillada en el colchón se tragaba su polla.
- Joder nena, sigue así – oía decir a mi primo entre gruñidos – menuda boquita tienes.
Las palabras de mi primo me provocaron un escalofrío. En ese momento sentí que era yo quien quería provocarle ese placer, así que no pude evitar que aquella escena hiciera que mis pezones se pusieran firmes. Aitor sujetaba la cabeza de su novia haciendo que se tragase su polla entera y desde donde estaba pude oír como a Paola le daban un par de arcadas. Aquella rudeza hacía que mi coñito cada vez estuviese más mojado, así que sin dudarlo bajé una mano hasta mi tanga y comencé a tocarme la rajita por encima de la tela. En ese momento mi primo tiró del pelo a Paola, haciendo que parase, y con fuerza la puso en la cama a 4 patas. En todo ese proceso pude ver la polla de mi primo, que no destacaba por ser excesivamente larga, pero si por lo gorda que era. Lo que más llamó mi atención era cómo se le marcaban las venas. Aitor se colocó detrás de ella y, sin ningún miramiento, le clavó la polla hasta el fondo. Paola, que apoyaba su cabeza en el colchón, emitió un grito de placer y yo aparté la tela de mi tanga a un lado y metí dos dedos en mi coño, tratando de seguir el mismo ritmo que el que mi primo llevaba. De esta manera podía sentir, de manera más real, que era a mí a quien se follaba.
Era incapaz de dejar de mirar a mi primo, cómo se marcaban sus músculos y como cerraba sus ojos muerto de placer. En un momento dado los abrió y se quedó mirando hacia la puerta, mirándome a mí. Paré, presa del miedo de que mi primo dijese algo, pero en vez de eso comenzó a follarse a su novia con más fuerza. Sin quitar sus ojos de los míos. Notar como aquellos ojos verdes me miraban penetrantes me hizo seguir tocándome con el ritmo que llevaba hasta entonces.
- Tócate, zorra – dijo mi primo. Paola llevó una de sus manos a su coñito y comenzó a acariciarse, aunque ambos sabíamos que esas palabras eran para mí.
Me mordí el labio tratando de no gemir o gritar y comencé a acariciarme el clítoris con un par de deditos. Aquella mezcla de mirar y tocarme me estaba llevando a la gloria.
- Que guarra eres – volvió a decir mi primo, sin quitar sus ojos ahora de mi mano y mi coño, mientras se follaba a su novia – no voy a tardar en correrme.
Aitor azotó a Paola varias veces, haciendo que el sonido de la nalgada ocupase toda la habitación y retumbase en mis oídos. Sus gruñidos cada vez se hicieron más seguidos y yo me toque con más violencia, como si fueran las grandes manos de mi primo las que lo hacían.
- Joder, me corro – gritó mi primo – me corro.
Oír que mi primo decía eso me hizo estallar de placer, notando como mis dedos se llenaban de líquido y parte escurría por mis piernas. Aitor, salió de su novia y se tumbó en la cama.
- Gordi, ayúdame a terminar – le dijo Paola, acostándose a su lado.
- Termina tú, que para algo tienes dedos – le dijo mi primo secamente.
Me retiré de la puerta, con el relax de haberme corrido y la satisfacción y el morbo de haber visto a mi primo, y esperé hasta que mi respiración se acompasó para volver al salón, vestirme e irme a casa de mis abuelos.
Continuará…
Dejé la toalla encima de la cama y me vestí con un conjunto de ropa interior blanco, unos pantalones cortos vaqueros deshilachados y una camiseta rosa de tirantes.
La camiseta era de espalda de nadadora, por lo que dejaba a la vista parte de los tatuajes que llevaba en las clavículas. En el lado derecho llevaba el símbolo de la mano de Fátima y en el lado izquierdo la frase “Let me be”.
Además creo que, de manera inconsciente, elegí la camiseta de mi armario que más bonitas me hacia las tetas.
Me tomé un par de minutos para tranquilizarme y calmarme y bajé al piso de abajo.
El sol todavía entraba por las ventanas cuando entré en la cocina. Las voces que había oído se callaron de golpe y nueve pares de ojos se clavaron en mí.
Mi tía Luisa, la hermana de mi madre, fue la primera en acercarse a darme dos besos. Le siguieron su marido, mis otros tíos y mis primos Carmen y Pablo, que era el hermano pequeño de Aitor. Mi abuelo Pedro se acercó el último a mí, y con los ojos vidriosos, nos fundimos en un abrazo. Noté como sus manos, llenas de callos y asperezas de trabajar en el campo, se aferraron a mis hombros. Su piel estaba más curtida de lo que yo recordaba y las arrugas surcaban sus ojos. No podría explicar qué había cambiado en él, además de los edad, pero no era el mismo que me encorría por la casa años atrás.
- Aitor, saluda a tu prima – le dijo su madre.
- Ya nos hemos visto esta tarde, ¿verdad prima? – dijo mirándome. En su cara se dibujó una sonrisa que a mí me recordaba a la de un lobo y yo noté como los colores subían a mis mejillas.
La cena transcurrió de manera normal. Mi abuela se empeñaba en cebarnos a todos, sacando platos y más platos, y la familia se entretenía conversando e interesándose por mí, mientras yo era incapaz de quitarle el ojo de encima a mi primo. Estaba sentado enfrente tan tranquilo, apenas cruzaba la mirada conmigo pero se reía de todas las bromas y para nada se le veía incómodo.
Al contrario, yo apenas intervenía en la conversación y es que ya tenía suficiente con las dudas que asaltaban mi cabeza. Mientras me comía un trozo de tortilla decidí mentirme y decirme que, por muchos años que hubiesen pasado y llevásemos sin vernos, Aitor era mi primo y nadie cambiaba eso.
Al terminar de cenar, los mayores se pusieron melancólicos y comenzaron a contar sus batallitas, así que mi prima Carmen me invitó a irme al único bar del pueblo a tomar algo con ella y sus amigas. Según ella eran todas muy amables y seguro que me vendría bien conocer a gente para no pasar el verano metida en casa de los abuelos. Yo no tenía muchas ganas, pero traté de convencerme de que era lo mejor.
- Yo necesito ir a sacar dinero antes de bajar al bar – le dije a Carmen en la puerta de casa.
- Ah pues te acompaño y luego vamos juntas – me dijo ella.
- No – oí la voz de mi primo Aitor, pero apenas me atreví a mirarlo – estoy pelado también, así que la acompaño y luego acudimos al bar. Creo que mis amigos también están allí.
La verdad es que para olvidar el encontronazo del baño con mi primo lo mejor sería poner una distancia prudente entre nosotros, pero en ese momento me quedé sin habla y hubiese extrañado que no quisiera ir con él. De todos modos ¿a qué estaba jugando Aitor?
Su coche estaba aparcado en la puerta de casa de la abuela, así que los dos nos montamos mientras por el espejo veía como Carmen y Pablo se iban hacia el bar.
Hubiese preferido ir en silencio pero mi primo no tenía la misma idea.
- ¿Qué tal el primer día en el pueblo? – me preguntó.
- La verdad que muy bien, no tengo queja. He echado de menos a todos y se respira tranquilidad en casa de los yayos – le dije sin quitar la vista de las calles por las que pasábamos.
- Hombre y más tranquilidad después del homenaje que te has dado en la ducha – sus palabras me dejaron totalmente cortada por unos segundos, pero aun así saqué fuerzas y le miré.
- ¿Y cómo sabes que me he dado un homenaje? – le pregunté.
- Vaya, no han debido decirte que las paredes de casa de la abuela son de papel – dijo en un tono jocoso – pero no sé si deberías pensar en tu primo para hacer esas cosas.
Aitor paró el coche delante del banco y se bajó de él, dejándome allí como una tonta. Durante un tiempo fui incapaz de moverme, la pose chulesca de mi primo me intimidaba un poco, pero no puedo dejar de reconocer lo mucho que me ponía.
- Nerea, ¿piensas sacar dinero? – me preguntó con la puerta del cajero abierta.
Bajé del coche como una autómata y entré en el pequeño cubículo. Aitor, en vez de esperarme fuera, entró. Podía notar su presencia detrás de mí y simplemente oír su respiración hacía que mi piel se erizara. Noté que mis pezones se tensaban y decidí que ya era hora de jugar mis cartas, que yo nunca había sido una chica que se callase ni se cortase y no lo iba a ser ahora.
- ¿Y cómo sabes que me toqué pensando en ti? – dije recogiendo el dinero y girándome para mirarlo a la cara.
- “¿Qué coño te pasa Nerea? Aitor es tu primo” – dijo repitiéndome las palabras que yo me había dicho en la ducha – Además te tocaste después de decirle a la abuela lo guapo que estaba. No hay que ser muy listo para unir todas las piezas, pequeña – su respuesta me envalentonó aún más.
- ¿Y te hubiese gustado verlo? – le pregunté en un susurro mientras acercaba mi boca a su oreja. Sentía como el cajero se hacía más pequeño, que únicamente importábamos nosotros en ese momento.
- Esta es la Nerea que esperaba – dijo mi primo, mientras su respiración impactaba contra mi cuello. Ese cosquilleo me estaba poniendo mucho – pero no te equivoques, yo no me conformo con mirar.
Acercó sus labios a mi oreja y me mordió el lóbulo, tirando después de mis pendientes con sus dientes. Recorrió a besos el camino que separaba mis orejas de mi boca y me besó. Su cuerpo me empotró contra el cajero mientras su boca devoraba la mía, su lengua jugaba a su antojo dentro de mi y su mano aferró con fuerza mi cabeza contra la suya. Yo di un pequeño salto y me senté en el cajero, rodeando mi primo con las piernas. La mano que le quedaba libre se introdujo dentro de mi camiseta y fue a parar a mi pecho izquierdo, de un fuerte tirón me bajó la copa del sujetador y comenzó a pellizcar mi pezón.
- Sí que los sé poner duros, ¿no? – me pregunto separando su boca de la mía, pero con nuestras frentes unidas.
No puedo decir cuánto duró aquel encuentro, pero sí que, pese a su poca duración, fue uno de las más pasionales que he tenido nunca.
De golpe se separó de mí y abrió la puerta del cajero para salir, dejándome allí sentada, con el morbo de la situación instaurado en mi cara y con los labios entreabiertos a la espera de un nuevo beso.
- Y así es como termino de confirmar que te tocas pensando en mí, pequeña – me dijo con un tono que me cabreó - Deberíamos ir al bar. No se tarda tanto en sacar dinero.
- ¿Tú no tenías que sacar? – le pregunté yo bajándome del cajero de un salto.
- No – respondió seguro de sí mismo.
Mientras me hundía en el asiento del copiloto pensé que era la persona más idiota de este mundo. De lo único que tenía ganas era de volver a casa de mis abuelos y sentarme en la mesa de la cocina a que la abuela me preparara un chocolate, como cuando era pequeña, pero le había prometido a mi prima que acudiría al bar y conocería a sus amigas.
Cuando el coche aparcó en la plaza, salí dando un portazo y entré. Nada más abrir la puerta me vinieron algunos flashes. Era el típico bar de pueblo, por la mañana lo llevaba un señor para servir a la gente más mayor y por la noche cogía el testigo su hijo, así reunía a la gente más joven del pueblo.
Enseguida vi como mi prima Carmen me saludaba desde una mesa y me acerqué con mi primo detrás de mí.
- Ya que me espías en la ducha igual no hace falta que me acompañes hasta la mesa – le dije yo con toda la chulería que me fue posible, presa del cabreo por no haber podido terminar lo que habíamos empezado en el banco.
- No seas tan chula porque no te acompaño – respondió el, mientras yo ponía los ojos en blanco.
Carmen presidía la mesa y a su lado se sentaban 3 chicas más, a las que creo que me presentó, pero en estos momentos soy incapaz de recordar sus nombres o sus caras. Me senté al lado de mi prima y Aitor hizo lo propio enfrente. En esos momentos mi cara era un poema, pero lo fue más aun cuando se besó con una de las amigas de Carmen.
- No te he dicho nada, pero Paola es la novia de Aitor – me dijo mi prima en un susurro - ¿hacen buena pareja, verdad?
Era incapaz de pensar o de decirle algo coherente a mi prima. Una cosa era el juego que Aitor se traía conmigo y otra que tuviese novia. Obviamente mi primo era muy guapo y chicas no le faltarían, pero mi cabeza lo veía más como un tío de polvos de una noche que de tener una relación estable. Bueno, todo lo estable que puede ser algo cuando besas a tu prima el día que llega al pueblo.
Carmen y sus amigas trataban de integrarme en sus conversaciones, ya fuese contándome historias graciosas o los últimos cotilleos del pueblo, mientras yo no podía parar de mirar a mi primo y a Paola. Otra cosa que no podía parar de hacer era beber, así que acabé llenando, yo sola, la mesa de vasos vacíos de whisky-cola. En mi cabeza no paraba de repetirme que ese era el último, pero me di cuenta de que era incapaz de cumplirlo cuando ya llevaba 9. Había venido al pueblo a tratar de no beberme hasta el agua de los floreros y ya la primera noche era incapaz de cumplirlo.
- Carmen, necesito salir a que me dé el aire – le dije mientras trataba de mantenerme de pie.
- ¿Te acompaño? – me dijo ella preocupada.
- No hace falta, entraré en nada – di por zanjada la conversación con un habla más que trabada.
Abrí la puerta en busca de un poco de aire que me aliviara, pero únicamente encontré el calor propio de las noches de verano. Me senté en uno de los portales contiguos al bar y apoyé la cabeza en las manos. Quería huir de los líos con los tíos y las grandes borracheras y en el pueblo me esperaba esto.
Llevaba un rato allí sentada cuando noté como todo el whisky que me había bebido trataba de salir. Creo que me recogí el pelo con la mano, tratando de hacerme una coleta para no mancharme, y vomité.
A la mañana siguiente me desperté con una sensación demasiado conocida. La cabeza me dolía, como si un clavo me la cruzase de sien a sien, tenía la boca como la suela de una zapatilla y mi estómago parecía una montaña rusa. Abrí los ojos y vi que aquello no era ni mi cuarto ni la casa de la abuela, más bien era un sofá en medio de un salón. Ojeé toda la estancia, tratando de adivinar dónde estaba, hasta que Aitor y Paola me sonrieron desde una foto. Joder, ¿algo podría ir peor?. La noche anterior me había emborrachado en un bar de pueblo, en el que la mayor fiesta que había eran tres treintañeros jugando a las cartas, había vomitado en la plaza y había acabado durmiendo, en camiseta y bragas, en el sofá de casa de mi primo.
Me levanté del salón para ir a por un vaso de agua, pero conforme caminaba por el pasillo comencé a oír unos ruidos, como si fuesen jadeos. Decidí dejar lo del agua para otro momento y caminé, tratando de encontrar de dónde venían aquellos ruidos. Los gemidos me llevaron hasta la habitación de mi primo. La puerta estaba entreabierta, así que dudé entre asomarme y mirar o darme la vuelta y volver a casa de mis abuelos sin hacer ruido, pero la curiosidad de saber cómo follaba mi primo y la necesidad de cobrarme, de alguna manera, la mentira de que tenía novia hicieron que me asomase.
La habitación no era excesivamente grande y es que una enorme cama ocupaba casi su totalidad. Mi primo estaba tumbado en ella, bocarriba, y Paola arrodillada en el colchón se tragaba su polla.
- Joder nena, sigue así – oía decir a mi primo entre gruñidos – menuda boquita tienes.
Las palabras de mi primo me provocaron un escalofrío. En ese momento sentí que era yo quien quería provocarle ese placer, así que no pude evitar que aquella escena hiciera que mis pezones se pusieran firmes. Aitor sujetaba la cabeza de su novia haciendo que se tragase su polla entera y desde donde estaba pude oír como a Paola le daban un par de arcadas. Aquella rudeza hacía que mi coñito cada vez estuviese más mojado, así que sin dudarlo bajé una mano hasta mi tanga y comencé a tocarme la rajita por encima de la tela. En ese momento mi primo tiró del pelo a Paola, haciendo que parase, y con fuerza la puso en la cama a 4 patas. En todo ese proceso pude ver la polla de mi primo, que no destacaba por ser excesivamente larga, pero si por lo gorda que era. Lo que más llamó mi atención era cómo se le marcaban las venas. Aitor se colocó detrás de ella y, sin ningún miramiento, le clavó la polla hasta el fondo. Paola, que apoyaba su cabeza en el colchón, emitió un grito de placer y yo aparté la tela de mi tanga a un lado y metí dos dedos en mi coño, tratando de seguir el mismo ritmo que el que mi primo llevaba. De esta manera podía sentir, de manera más real, que era a mí a quien se follaba.
Era incapaz de dejar de mirar a mi primo, cómo se marcaban sus músculos y como cerraba sus ojos muerto de placer. En un momento dado los abrió y se quedó mirando hacia la puerta, mirándome a mí. Paré, presa del miedo de que mi primo dijese algo, pero en vez de eso comenzó a follarse a su novia con más fuerza. Sin quitar sus ojos de los míos. Notar como aquellos ojos verdes me miraban penetrantes me hizo seguir tocándome con el ritmo que llevaba hasta entonces.
- Tócate, zorra – dijo mi primo. Paola llevó una de sus manos a su coñito y comenzó a acariciarse, aunque ambos sabíamos que esas palabras eran para mí.
Me mordí el labio tratando de no gemir o gritar y comencé a acariciarme el clítoris con un par de deditos. Aquella mezcla de mirar y tocarme me estaba llevando a la gloria.
- Que guarra eres – volvió a decir mi primo, sin quitar sus ojos ahora de mi mano y mi coño, mientras se follaba a su novia – no voy a tardar en correrme.
Aitor azotó a Paola varias veces, haciendo que el sonido de la nalgada ocupase toda la habitación y retumbase en mis oídos. Sus gruñidos cada vez se hicieron más seguidos y yo me toque con más violencia, como si fueran las grandes manos de mi primo las que lo hacían.
- Joder, me corro – gritó mi primo – me corro.
Oír que mi primo decía eso me hizo estallar de placer, notando como mis dedos se llenaban de líquido y parte escurría por mis piernas. Aitor, salió de su novia y se tumbó en la cama.
- Gordi, ayúdame a terminar – le dijo Paola, acostándose a su lado.
- Termina tú, que para algo tienes dedos – le dijo mi primo secamente.
Me retiré de la puerta, con el relax de haberme corrido y la satisfacción y el morbo de haber visto a mi primo, y esperé hasta que mi respiración se acompasó para volver al salón, vestirme e irme a casa de mis abuelos.
Continuará…
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