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Las edades de Lulu (fragmento)

Sentí que alguien se dejaba caer sobre la cama, a mi lado, y me colocaba un cigarrillo en la boca.
–¿Quieres fumar? –era Pablo–. Luego no vas a poder...
Atrapé el filtro entre los labios y disfruté ansiosamente de la merced que se me concedía. Cuando
había consumido casi todo el tabaco, el pitillo me fue retirado de la boca y, acto seguido, noté una extraña
presión debajo de la oreja izquierda.
Lo que yo percibía como una bola lisa y de contornos regulares, seguramente de plástico, a juzgar
por las infructuosas tentativas de mi lengua, para la que fue imposible percibir sabor alguno, me taponó
completamente la boca. Unos dedos rozaron mi oreja derecha para colocar algo debajo de ella. La bola se
encajó entonces entre mis labios, y sobre cada una de mis mejillas se tensaron dos hilos, o cuerdas, que
convergían en el centro.
Incluso a ciegas, no me resultó difícil adivinar la estructura de mi mordaza.
La esfera de plástico rojo que antes había visto un segundo sobre la mano de Pablo debía de estar
perforada en el centro. A través de ella pasaba una goma doble, seguramente una goma forrada, como las
que se usan para recogerse el pelo, porque no me pellizcaba la piel, cuyos extremos se deslizaban debajo
de las orejas para mantenerla tensa contra la boca. Se trataba de un artilugio conceptualmente muy
sencillo, pero efectivo. Me impedía emitir cualquier sonido.
Inmediatamente después, retorné a escuchar la tijera que se abría y se cerraba, a mi lado. En la otra
punta de la cama, alguien me descalzó y acarició los dedos de mis pies, produciéndome unas cosquillas
insoportables. Entonces percibí el contacto de algo desagradablemente frío debajo de la manga de mi
blusa, junto a la axila. Tris, tris, tris, la tijera rasgó a la vez la tela y la hombrera del sujetador. Luego, Pablo,
suponía que era él porque la presión contra mi costado se había mantenido invariable todo el tiempo, se
inclinó encima de mí y repitió la operación en el otro lado. Después, la tijera se escurrió entre mis pechos y
cortó limpiamente el sujetador por el centro.
Aquello terminó de convencerme de que era Pablo, porque le encantaba romperme la ropa, algunas
veces había llegado incluso a cabrearme en serio con él porque ciertas cosas no me duraban ni dos horas,
blusas y camisetas sobre todo, las elegía cuidadosamente, me tiraba un montón de tiempo en la tienda,
dudando, estudiándome delante del espejo, y luego ni siquiera llegaba a salir a la calle con ellas, mi
consumo de bragas alcanzaba cotas escandalosas algunos meses –esto es una ruina, me quejaba yo –no
te haces ni idea de la pasta que nos cuesta esta manía tuya–, él se reía –no las lleves–, me contestaba –por
lo menos en casa, no las necesitas para nada–, y acabé haciéndole caso, como siempre, iba desnuda
debajo de la falda porque casi nunca llevaba pantalones, a él no le gustaban, pero no llegué a
acostumbrarme del todo, y cuando aparecía alguna visita, como aquella noche, me iba al baño corriendo
tenía mudas de ropa interior estratégicamente situadas por toda la casa, aunque casi siempre andaba
medio desnuda, eso también se había cumplido, y ahora, cuando cualquiera hubiera optado por reducir el
destrozo al mínimo desabrochando el sujetador por detrás, él lo desarboló de un tijeretazo y me despojó de
todo en un par de segundos.
Entonces se desplazó ligeramente hacia delante.
Mis pies fueron abandonados.
Nadie hablaba, nadie generaba ruidos que yo pudiera ser capaz de identificar, no sabía cuántos, ni
quiénes eran, pero intuía que mi hermano estaba entre ellos y no me gustaba esa idea. Nunca había sabido
hasta qué punto conocía Marcelo los detalles de mi historia con Pablo y prefería que todo siguiera igual,
pero aquella noche presentía que él también estaba allí, mirándome.
La enorme hebilla plateada de mi cinturón, un cinturón negro de ante, tan ancho que cubría buena
parte de mi estómago, fue desabrochada de forma convencional.
La tijera se deslizó entonces sobre mi ombligo, debajo de la falda, y prosiguió hacia abajo, tris, tris,
tris, hasta seccionar completamente la tela por el centro. Alguien situado a mis pies tiró entonces de ella y
noté cómo se escurría rápidamente por debajo de mis riñones.
Pensé que terminaría el trabajo con las manos, como era su costumbre, pero utilizó también la tijera.
Luego, volvieron a abrocharme el cinturón.
Entonces me quedé sola en la cama otra vez. Durante unos segundos no pasó nada. Yo trataba de
imaginar el aspecto que tendría, atada a los barrotes del cabecero y de los pies, las piernas completamente
abiertas, los ojos vendados con un pañuelo negro, la boca taponada por aquel artilugio de efectos
progresivamente dolorosos, cuyas gomas se me clavaban en las mejillas y me hacían arder las orejas, y me
sentía muy incómoda, y más que avergonzada por mi estúpida credulidad.
Había caído en una trampa burda, infantil, a mi edad. No parecía capaz de espabilar, quizá nunca
espabilaría del todo, y aunque no solía preocuparme mucho ese punto, aquella noche me encontraba
especialmente mal, tal vez por la presencia de mi hermano.
Debería haber esperado algo por el estilo desde hacía años, porque Pablo jamás se quedaba con
nada dentro, pero, al fin y al cabo, no había vuelto a mencionar ese tema desde la primera vez, la noche de
Moreto.
–¿Te gusta? –su voz expresaba un cierto tipo de satisfacción que me resultaba conocido. Solía
mostrarse sumamente orgulloso de mí en aquellos trances.
Su interlocutor no contestó.
La afilada punta de una de las hojas de la tijera comenzó a dibujar retorcidos arabescos sobre mi
escote. Después se detuvo en un punto concreto, y el giro que alguien imprimió al resto del instrumento
consiguió que la otra punta describiera círculos cada vez más amplios en su torno, como si se tratara de un
compás.
Procuré quedarme completamente quieta.
Estaba tranquila, porque sabía que no iban a hacerme daño, pero el contacto del metal afilado
producía resultados inquietantes. Las tijeras recorrieron todo mi cuerpo, acariciaron mi garganta, bailaron
sobre mis pezones, resbalaron sobre mi vientre, llegaron incluso a aprisionar pequeñas porciones de piel,
manteniéndome tensa, expectante, presa de sus peligrosas caricias, a la espera de un desenlace
indeseable que nunca llegaría a producirse.
Dejé de sentir su fría compañía de repente. Ya no volvería a encogerme bajo sus puntiagudas
amenazas, quizá no haya sido más que una simple maniobra de distracción, pensé.
Luego, alguien dejó caer una mano sobre mí, yo me preguntaba de quién sería, quién controlaba esa
mano que, tras un ligero azote inicial, comenzó a estrujarme, a amasarme la carne, a estrecharme por la
cintura, a aplastarme los pechos, a hundirse en mi ombligo, a deslizarse sobre mis muslos, a hurgarme por
fin la hendidura del sexo con los dedos presionando más tarde con toda la palma contra él. Luego advertí
otra, una segunda mano, y una tercera, eran necesariamente dos personas, aún creí percibir una cuarta
mano, aunque me resultaba muy difícil calcular, sobre todo porque la cama se llenó de gente, notaba su
proximidad a ambos lados, el colchón crujía ostensiblemente, acusando sus desplazamientos, unos labios
se posaron sobre mi cuello, besándolo repetidamente, y en ese mismo instante una lengua distinta se
detuvo sobre mi axila, un dedo se introdujo en mí, un brazo se deslizó por debajo de mi cintura, una mano
acarició mi mano derecha, una pierna rodó sobre mi pierna, una rodilla se me clavó en la cadera.
Trataba de pensar.
Una era la sudamericana, estaba segura, otro era Pablo, porque jamás me había ofrecido a nadie sin
tomar parte en el juego, y debía de haber un tercero, un segundo hombre, sin duda, porque creía notar
predominio de formas masculinas, su contacto era anguloso y áspero, o tal vez la sudamericana fuera un tío
después de todo, estaba desconcertada, y ellos, quienes fueran, hacían todo lo posible por desorientarme
todavía más, sus manos y sus bocas se movían muy rápidamente encima de mi cuerpo, cambiaban al
instante de objetivo, era imposible seguirles la pista, adivinar si la lengua que reaparecía ahora sobre mi
torturada oreja era la misma que segundos antes había desaparecido entre mis piernas, identificar las
caricias, los mordiscos, no podía saber quiénes eran, algo demasiado gordo para ser un dedo se posó
sobre mis párpados cerrados, por encima de la venda, presionó alternativamente sobre mis ojos más tarde,
un pene –no me atrevía a calificarlo de otra manera; estando así, a ciegas, con las manos atadas, cómo
saber si era una polla gloriosa, toda una verga incluso, o, por el contrario, solamente una picha triste y
arrugada?–, me dejó sentir su punta contra un pecho, rodeándolo primero, golpeando el pezón rítmicamente
más tarde, impregnándome de baba pegajosa.
Durante un tiempo intenté contenerme, no abandonarme, permanecer quieta, sin expresar
complacencia, mantener todo el cuerpo pegado a la colcha, la cabeza recta, lo hacía por él, no quería que
me viera entregada, pero advertí que mi piel empezaba a saturarse, conocía bien las diversas etapas del
proceso, los poros erizados, al principio, después calor, una oleada que me inundaba el vientre para
desparramarse luego en todas las direcciones, cosquillas inmotivadas, gratuitas, en las corvas, sobre la
cara interior de los muslos, en torno al ombligo, un hormigueo frenético que preludiaba el inminente
estallido, entonces un muelle inexistente, de potencia fabulosa, saltaba de pronto dentro de mí,
propulsándome violentamente hacia delante, y ése era el principio del fin, la claudicación de todas las
voluntades, mis movimientos se reducían en proporciones drásticas, me limitaba a abrirme, a arquear el
cuerpo hasta que notaba que me dolían los huesos, y mantenía la tensión mientras basculaba
armoniosamente contra el agente desencadenante del fenómeno, cualquiera que fuera, tratando de
procurarme la definitiva escisión.
Mi piel se estaba saturando, y yo no podía luchar contra ella.
–Cuando quieras... –la voz de Pablo, quebrada y ronca, inauguró una nueva fase. Las manos, todas
las manos, y todas las bocas, me abandonaron instantáneamente. Unos dedos frescos y húmedos,
deliciosos sobre la piel ardiente, resbalaron por debajo de una de mis orejas y la liberaron del pequeño
tormento de la goma. Sus uñas no sobresalían con respecto a la punta de los dedos. La sudamericana tenía
las uñas cortas, lo recordaba porque me había fijado antes en sus manos, unas manos preciosas, finas y
delicadas, impropias del resto de su cuerpo. La bola de plástico cayó de entre mis labios. Su ausencia me
produjo una sensación tan agradable que apenas moví la mandibula un par de veces para desentumecer la
mitad inferior de mi rostro, me sentí obligada a manifestar mi gratitud.
–Gracias...
Alguien que no era Pablo, porque él jamás habría reaccionado así, reprimió una carcajada El sonido
me resultó lejanamente familiar, pero no tuve tiempo de pararme a analizar sus posibles fuentes, porque no
habían transcurrido más de un par de segundos cuando me encontré nuevamente con la boca llena.
Un desconocido sexo masculino se deslizaba entre mis labios.
–Yo sigo aquí, estoy a tu lado –se trataba de una aclaración totalmente innecesaria, porque sabía de
sobra que no era él. Percibí su aliento junto a mi rostro, y noté cómo una de sus manos penetraba entre mi
nuca y la almohada, aferrándose a mis cabellos e impulsándome a continuación hacia arriba, guiando
acompasadamente mi cabeza contra el émbolo de carne que entraba y salía de mi boca, una polla anónima,
bastante más grande que la suya en la base desde luego, pero de forma agudamente decreciente en
dirección a la punta, que me parecía más corta y más estrecha.
Al rato, cuando los movimientos de mi desconocido visitante se hacían más incontrolados por
momentos, noté que Pablo se incorporaba y se arrodillaba a mi lado.
Supuse que iba a unirse a nosotros, pero no lo hizo.
Sus manos comenzaron a hurgar en el pañuelo que sujetaba mi muñeca derecha, hasta desprenderla
del barrote dorado. Casi al mismo tiempo, otras manos, que no pude identificar con plena seguridad como
propiedad de mi amante de turno, desataron mi mano izquierda. El extrajo su sexo de mi boca, entonces.
Alguien se dedicó a deshacer las ligaduras que apresaban mis tobillos.
Alguien tomó mis dos muñecas y me las ató una contra otra, en medio de la espalda
Ya presentía que eran solamente dos, dos hombres, quizá desde el principio, lo de la sudamericana
seguramente no había sido más que un espejismo. Posiblemente habían sido sólo dos hombres, desde el
principio, pero ahora, con tanto movimiento, ya no sabía quién era Pablo y quién era el otro, había vuelto a
perder todas mis referencias.
Alguien me empujó para darme la vuelta.
Alguien se aferró a mi cinturón, tiró de él para arriba y me obligó a clavar las rodillas en la cama.
Alguien, situado detrás de mí, me penetró.
Alguien, situado delante de mí, tomó mi cabeza entre sus manos y la sostuvo mientras introducía su
sexo en mi boca. Era la polla de Pablo.
–Te quiero...
Solía repetírmelo en los momentos clave, me tranquilizaba y me daba ánimos. Sabía que su voz
disipaba mis dudas y mis remordimientos.
Marcelo lo estaba viendo todo. Tal vez también había escuchado su última frase, pero yo ya estaba
muy lejos de él, muy lejos de todo, estaba casi completamente ida, a punto de correrme
–Déjame, Lulú –no dejaba de ser gracioso, que me pidiera precisamente eso, que le dejara, cuando
apenas era capaz de apartar la boca de su cuerpo sin ayuda, mis manos completamente inmovilizadas, mi
cuerpo inmovilizado también por las gozosas embestidas que me atravesaban–. Ahora me toca a mí...
Levantó mi cabeza con mucho cuidado y la depositó sobre la cama, mi mejilla izquierda en contacto
con la colcha. Como impulsado por una cruel intuición, el desconocido salió de mí en el preciso momento en
que mi sexo comenzaba a palpitar y a agitarse por sí solo, ajeno a mi voluntad.
–No me hagáis eso, ahora –apenas podía escuchar mi propia voz, un susurro casi inaudible–. Ahora
no...
–Pero... ¿cómo puedes ser tan zorra, querida? –la risa latía bajo las palabras de Pablo–.

3 comentarios - Las edades de Lulu (fragmento)

Lady_GodivaII +1
tremenda novela!
InvisibleT +1
Y la pelicula esta muy bien tambien, de lo mejor de Bigas Luna!
Las edades de Lulu (fragmento)
nikanorgato +1
Espectacular peli, una de mis preferidas !!!
tu_potro_sex +1
Muy buena la novela y la película, gracias por el aporte 👍