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Compendio III
Todavía recuerdo ese momento en el ascensor.
Isabella estaba entusiasmada. Primera entrevista laboral en 10 años y había conseguido el cargo. No recuerdo exactamente sus palabras, pero creo que hablaba de sus planes a futuro.
La razón por la que no lo recuerdo fue porque en esos minutos, tuve una epifanía: por fin pude entender por qué Isabella me recordaba tanto a Pamela.
Pamela, la prima de Marisol, es sin lugar a duda la mujer más sexy con la que he dormido. Ni siquiera Karina, la diva de ese programa juvenil que mi esposa veía en la televisión se le compara en sensualidad.
Mi “Amazona española” era altanera. Prepotente. Tenía ese tipo de miradas que sabía ponerte en tu lugar: ella era una diosa, y un mero mortal como yo no tenía ni arte ni parte en disfrutar de los manjares de su cuerpo.
Con Izzie, pasa lo mismo: es de ese tipo de mujeres elegantes y finas, a las cuales tú no existes si no tienes una gran cantidad de dinero.
Su figura es simplemente envidiable: nadie se imaginaría que esas generosas y curvilíneas tetas amamantaron alguna vez a Lily; que esa cintura delgada estuvo una vez embarazada; que ese culazo redondo y tonificado estaba mal atendido y descuidado por su esposo. Sin mencionar su lujuriosa y refinada ropa interior.
Pero es su melena negra y alisada la que da su mayor aire de elegancia; sus labios color carmesí intenso la que enciende tus espíritus y te hace suspirar; sus ojos castaño oscuro, seductores y coquetos, con una mirada inteligente, egoísta y malcriada; una nariz pequeña, fina y elegante, que le da un aire de seriedad; y finalmente, una voz sexy y melodiosa, con un timbre entre cándido y erótico, como lo era la voz de Marilyn Monroe, lo que te hace hincharte dentro de los pantalones.
Esa mañana llevaba un vestido negro entallado con un sutil brillo, cuyo doblez rozaba la mitad del muslo y acentuaba sus tonificadas piernas. El vestido combinaba a la perfección con unos elegantes zapatos de tacón de aguja y una americana entallada, cuyo escote dejaba en manifiesto el generoso busto bajo este, haciéndola ver impecable para su entrevista laboral.
Sin embargo, se colocó a propósito junto al tablero del ascensor, mirándome por encima del hombro, con clara intención de deslumbrarme con su cautivante culo, sonriendo maliciosamente como si me dijera “¡Tómalo, es tu recompensa!” … aunque solo yo sé que la esposa del consejero es una verdadera putita que disfruta del sexo anal.
Al llegar al lobby de la compañía hervía con el habitual ritmo corporativo e indiferente de nosotros: algunos teléfonos sonando, el sonido de tacones sobre las baldosas pulidas y un murmullo constante entre las personas que circulaban. El aspecto elegante y deslumbrante de Isabella pasaba casi desapercibido entre la gente, unos cuantos hombres cautivados por la rebosante confianza que ella irradiaba tras su victoriosa entrevista laboral con Edith, por lo que no nos dimos cuenta de que, entre tanto tipo trajeado, unos ojos encendidos en furia se pusieron delante de nosotros…
Sin siquiera darnos tiempo para reaccionar, la distancia entre nosotros se redujo, su puño impactando de lleno mi abdomen y el ruido de huesos crujir interrumpieron levemente el espacio, llamando la atención y suspiros de los transeúntes, en momentos que Isabella gritaba muerta de espanto.
•¡VICTOR! – escuché su desgarrador y súbito grito, mientras que su esposo y yo caíamos al suelo…
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En la oficina del alcalde, el caos había alcanzado el punto de ebullición. Para Edith, que Victor se metiera con la compañía y sus empleados era el equivalente a una declaración de guerra, por lo que usaría todos los recursos disponibles para ganarla.
Esa tarde, se reunieron en la oficina del alcalde acompañada por el director del periódico donde trabaja Emma, dado que ambos tenían evidencia contundente para confrontarles.
Edith asistió con acusaciones y evidencia irrefutable: la participación del ciber ataque a la compañía dos años atrás, manipulación de recursos corporativos y filtraciones de información privilegiada y seguridad que colindaban con espionaje corporativo. Peor aún, Victor se había apropiado del 20% de las contribuciones de nuestra compañía para la oficina del alcalde, depositándolas en su cuenta bancaria privada. Era una maraña de engaños y traiciones que Edith estaba determinada a erradicar por sus propios medios.
Por otro flanco, el periódico de Emma tenía sus propios intereses en el drama. El equipo investigativo había descubierto evidencia que Victor estaba recibiendo casi el triple del salario del alcalde, de manera ilegal, a través de una serie de estratagemas fraudulentas. El director buscaba obtener una declaración de la oficina del alcalde a medida que desarrollaba un reportaje esclarecedor. Sin embargo, cuando los representantes del alcalde se enteraron de la magnitud de la corrupción de Victor, la noticia los tomó por sorpresa, apenas esbozando una respuesta. Todo lo que podían ofrecer era un vago compromiso para convocar al servicio de impuestos internos para que investigaran las finanzas de Victor. Para entonces, era obvio que el escándalo era tan profundo que probablemente, forzaría la renuncia del edil.
Sin embargo, Edith, como una verdadera estratega, no podía dejar que la situación se saliera de su control. Le propuso un interesante negocio al director del periódico: ella les “compraría” su reportaje y la incluiría en su demanda legal contra Victor, argumentando que implicar al alcalde solamente mancharía la reputación de la compañía, arriesgaría la confianza de los inversionistas y gatillaría repercusiones imprevistas en el mercado. Edith no creía que el alcalde estuviera involucrado en las malversaciones de Victor, pero sabía que la sola asociación de la minera era un peligro que no quería apostar. Les ofreció un incentivo financiero generoso para asegurar la discreción y control de la narrativa (bonificación que incluso benefició a Emma), mostrando su actuar como control de daños más allá que censura.
Pero en el fondo, la maniobra de Edith tuvo sus frutos. La oficina del alcalde fue forzada a congelar los bienes de Victor, frenando cualquier apropiación indebida y marcando el comienzo de su caída política.
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CHOCOLATES
Toda regla tiene una excepción y en el caso de Marisol y a mí, nos llegó de la forma más inesperada.
Esa mañana, la rutina de mi ruiseñor fue interrumpida por la entrega de un paquete con una envoltura llamativa. Era una caja negra atada con una cinta de satín rosada, que demarcaba elegancia. En su interior, mi esposa encontró una selección de bombones artesanales, cada uno de ellos elaborados delicadamente y dispuestos como pequeñas obras de artes. En un principio, creyó que era un regalo mío, pero al llegar a la última capa de chocolates, sus ojos descubrieron lo que estos chocolates ocultaban: fotos mías y de Isabella, entrando y saliendo del hotel.
Cualquiera podría pensar que una esposa al ver esto, despertaría sus celos. Pero en el caso de mi ruiseñor, las imágenes le parecían tan dulces como los mismos chocolates. Estudió cada foto con una sonrisa, viendo cómo cada imagen capturaba la calentura de Isabella por mí: la calidez de su sonrisa, la manera que apoyaba su cabeza en mi pecho e incluso, los agarrones que nos dábamos mutuamente.
Para mi ruiseñor, las imágenes la pusieron de ganas, sintiéndose orgullosa. “Ni siquiera las mujeres más lindas le pueden robar el corazón” pensaba para sus adentros, antes de encontrarme trabajando en mi computadora y mostrándome “oralmente” lo mucho que me ama…
Pero luego de dejarme seco, me mostró el motivo de su atención, comprendiendo yo quién había sido el misterioso benefactor de aquellas imágenes.
Si Victor era capaz de usar a sus conexiones para seguirme de esta manera, ¿Cuál sería el límite de sus secuaces?
Para estas alturas, era claro que Victor quería arruinarme la vida, no solamente profesionalmente, también metiéndose en mi matrimonio, dejándome en claro que esto ya no era sabotaje corporativo, sino que algo personal.
Esto me hizo tomar 2 medidas. La primera fue que le hice llegar esta evidencia a Sarah, para que fuese incluido en mi demanda formal legal, en vista que no solamente hackeó mis computadoras, pero también se estaba involucrando en las bases de mi matrimonio.
La segunda fue comprar un chaleco protector que resistiera puñaladas, en vista de la calaña de conocidos que tiene Victor.
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LA ENTREVISTA
Pues bien, volviendo a esa mañana, la apariencia de Isabella comandaba elegancia en la escuela, con una vestimenta más profesional pero igual de llamativa a la acostumbrada. Si bien las chicas estaban acostumbradas a verla con vestidos de diseñador, tanto Aisha como Emma le daban ánimos para su entrevista, aunque se notó más tímida al ver mi sonrisa de aprobación.
En el camino a la oficina, no podía evitar mirarle las piernas al captar el reflejo del sol a través de las ventanas de la camioneta. Isabella sonreía satisfecha al notar que, ante el más sutil movimiento de piernas, mis ojos se apartaban de la pista. Aun así, el viaje fue silencioso, pero con una atmósfera cargada, con Isabella tirando comentarios coquetos, mientras que yo me mantenía estoico, apenas disimulando la sonrisa que me causaba.
Cuando llegamos al edificio corporativo, la opulencia del lobby con amplios cielos, piso de mármol y vidrios polarizados que reflejaban el sol mañanero, la terminaron por sobrecoger. Al llegar al ascensor, presioné el botón del piso 17, parándome a su lado silencioso. A pesar de su confianza externa, pude darme cuenta del temblor de sus dedos y de la manera en que sus ojos estudiaban detalladamente su reflejo, en busca de cualquier irregularidad. Aun así, la admiraba por su habilidad de proyectar confianza, su arrogancia volviéndose un escudo invencible incluso en momentos de duda.
La opulencia del piso 17 la calmó un poco, mostrándose como una galería cálida de riqueza corporativa, sus paredes adornadas con obras de arte discretas pero lujosas. Los pasillos eran iluminados con luces suaves y doradas, causando un resplandor cálido encima de los paneles de madera y las decoraciones de buen gusto. Cada detalle era muestra de dinero y clase, con un aire lleno de una sutil demanda por excelencia.
Pero en un completo contraste, la sala de conferencias es fría e intimidante. Una mesa larga y oscura se extiende a través del espacio pobremente iluminado, rodeado por sillas de cuero negro. Las paredes eran una fusión de superficies reflectantes y grises mudos, creando una atmosfera estéril y calculadora. En realidad, el diseño de la sala consideraba comandar el enfoque y recordarles a todos la gravedad de las discusiones que se llevaban a cabo ahí.
En ese lugar nos esperaban Edith y Maddie. La mirada aguda de Edith se enfocó en Isabella como un ave acechando a su presa, aunque esta se mantuviera en una pose erguida y sorpresivamente, cruzada de brazos. Maddie no se veía menos tranquila, con sus labios fruncidos y sus dedos jugueteando con el bolígrafo, buscando cualquier excusa para dejar a su potencial rival afuera. Verla entrar junto conmigo alteró más su resentimiento.
Isabella tomó su asiento con elegancia, su espalda recta y su mentón alzado exudando un aire de dominancia. Cuando Edith empezó su interrogatorio, Isabella respondió cada consulta con confianza. Su voz era firme, incluso al admitir su experiencia limitada como trabajadora social, un punto que sorprendió momentáneamente la expresión compuesta de Edith. Isabella describió sus humildes comienzos con un orgullo que cargaba peso, sus palabras entrelazadas con una fiera determinación que comandaba la atención de la sala.
Cuando Edith le preguntó por qué creía que puede hacer un buen trabajo mejor que otro, la respuesta de Isabella fue única…
•No lo sé. – Admitió pausada, sus ojos mirándome brevemente, sus labios enroscándose en un sutil tono desafiante.
Sin embargo, su titubeo duró poco. Su tono de voz cambió, volviéndose más enérgica a medida que respondía, enfatizando su infatigable fuerza de voluntad.
•Cuando quiero algo, no me detengo hasta que lo tengo. – declaró con descaro, mirándome fijamente a los ojos con una intensidad que me causó gracia, aunque a Maddie le cayó como un golpe en el estómago.
Y mirando a Edith, el tono de voz autoritario de Isabella se suavizó, pasando de la arrogancia a la sinceridad armónicamente.
•Si me convencen y me motivan, sé que puedo hacer lo mismo por su compañía.
Noté que sus palabras quedaron en el aire, dejando a Edith momentáneamente silenciosa, su mentalidad analítica asimilando la paradoja ante sus ojos. Claramente, Isabella carecía de toda calificación convencional para el cargo, sin embargo, su innegable pasión y arrogancia daba riendas a un potencial de grandeza si era guiada apropiadamente.
En mi caso, admiraba a Isabella y me causaba gracia por ser una de esas personas tan ególatras, que puede convencer a casi cualquiera a hacer las cosas a su manera.
Después de meditarlo, Edith aceptó mi propuesta de darle una oportunidad, declarándole el intenso programa que le esperaba para familiarizarse con las operaciones de nuestra compañía.
La única reacción de Isabella al oír sus palabras fue un fatuo signo de sorpresa en sus ojos, que se disipó rápidamente en esa mirada tan arrogante y malcriada, tan propia de si misma. Sin embargo, la mención de Edith que apostaba por su buen desempeño de trabajo, al tener que encargarse del bienestar de Lily si no lo hacía, le dio un ligero brillo de sincera gratitud y calidez a su mirada.
Y una vez que salimos de la sala de conferencia, el entusiasmo de Isabella la desbordaba. Me hablaba animadamente mientras caminábamos de vuelta al ascensor, su confianza iluminando aun más sus ya atractivos encantos…
Claro está, que ni ella ni yo esperábamos que Victor estuviera esperándonos en el lobby para romper nuestra calma.
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MAL PERDEDOR
Aunque el chaleco absorbió la mayor parte del impacto, el dolor que sentía yo en esos momentos era imposible de ignorar.
Cuando vio su mano, al menos dos de sus dedos estaban rotos, imposibilitándolo para un nuevo ataque.
x¿Qué demonios estás usando? – Logró preguntarme cuando se apartó de mí, su ira burbujeando en confusión.
Me arrastré a un lado, sobándome el vientre.
-Algo para protegerme. – le respondí, agradeciendo que Marisol me terminara de convencer para comprar dicha prenda. – Considerando la compañía que mantienes, me pareció prudente.
El rostro de Victor se distorsionó en furia.
x¿Te crees muy listo, no? – Me gruñó, antes de abalanzarse de nuevo.
Justo antes que pudiera darme otro golpe, Isabella se interpuso.
•¡Victor, detente! -trató de defenderme, pero Victor, enceguecido por la rabia, la empujó hacia un lado.
Y en un movimiento que me terminó desconcertando también a mí, logré apartarla del camino.
-¡Hazte a un lado! – le dije, haciéndola que mirara atónita. - ¡Déjame encargarme de esto!
Supe de un comienzo que no era rival para Victor. El tipo tiene el físico de un tanque, con músculos formados de infinitas sesiones de gimnasia, excursiones de trekking y juegos de Badminton, que requieren habilidad y fuerza. En cambio, yo sigo siendo un ingeniero flacucho. Aunque voy al gimnasio, levanto pesas, corro grandes distancias y me esfuerzo cada día un poco más, mi masa muscular es una fracción de la suya.
Eso no era todo. Aunque Victor no estaba usando su mano dominante, apenas podía mantenerme a la par. La derrota era inevitable: me esperaba una paliza y no había manera de pretender lo contrario.
Aunque en esos momentos, mi resentimiento ante los tipos corporativos creció todavía más. Siempre se manejan encantadores: en forma, vistosos y siempre listos con una sonrisa o un comentario arrogante. Se lucen en salas de conferencias y bares, listos para alardear por sus rutinas de gimnasio y sus autoproclamados logros de masculinidad. Pero al momento de una crisis real, colapsan como un papel mojado.
En esos momentos, tras el último golpe de Victor, podía sentir el peso de su inutilidad presionándome, habiendo dejado sus celulares temporalmente de lado. Estos “Alfas de pacotilla” estaban congelados, formando un círculo como si fuera el coliseo romano, con Victor y yo tratando de congraciarnos con ellos. Ninguno de ellos tenía las pelotas para interrumpirnos. Tenían músculos en brazos, piernas y vientres; su confianza de bar; sus sonrisas pulidas. ¿Dónde estaban ahora que realmente se les necesitaban?
Mientras yo intentaba esquivar embate tras embate, recordaba a los tipos en la faena. Por supuesto que discutíamos, pero los mineros tenían una regla implícita: los pleitos se resuelven fuera del turno. Había demasiado en juego. Si una pelea se desataba durante el turno, media docena de tipos la interrumpía al instante no por simpatía, pero por conocer que perder a un tipo en el turno significaba arriesgar la vida del resto aun más para cumplir con las cuotas. Por ende, los conflictos se solucionaban en el pueblo, donde los puñetazos no ponían en riesgo la producción ni la seguridad.
Me sentía decepcionado. Son los mismos tipos que resuelven problemas arrojando dinero, pero no tienen la mínima idea de cómo hacer un cambio de aceite o reparar un enchufe. Les odio porque viven en su propia burbuja, creyéndose amos y señores de un mundo tan etéreo, que, en situaciones como esas, sus palabras pierden significado.
Poco a poco, los gemidos de Izzie implorándonos que nos detuviéramos se fueron acallando, al ver que nadie escuchaba sus suplicas. Sus ojos llenos de lágrimas buscaban los míos, por alguna seña de dolor o derrota. Sin embargo, se quedó callada y expectante al notar mi resolución. A pesar de la golpiza, no era una pelea cualquiera. No niego que me la merecía, pero no era ni por orgullo o por ego.
Tenía mis propios motivos para aguantar, aunque los puños de Victor me golpearan como un tren, hacía lo posible por minimizar el daño. Algunas técnicas aprendidas de las lecciones de Karate de Bastián fueron bastante útiles, permitiéndome desviar parte de sus golpes a partes que no dolieran tanto. En otras, recibía los golpes donde sabía que podía manejarlos.
No buscaba tomar la ofensiva, aunque lo azuzaba constantemente con mis ojos y mis palabras. Fingí debilidad, preocupándome de mantener a Victor enfocado en mí. Tenía el labio partido y ensangrentado y unos cuantos moretones, pero sabía que faltaba poco…
-¿Eso es todo lo que tienes, Victor? – Le pregunté, al notar que no estaba acostumbrado a ese tipo de ejercicio. – Pensé que podías dar más que esto.
Victor rugió en furia y frustración, su ofensiva volviéndose descontrolada. Necesitaba que perdiera los estribos…
Que posara ante las cámaras del lobby mostrando que en ningún momento fui yo el atacante.
Y hasta que eventualmente, el caos se detuvo de forma abrupta. Los guardias finalmente aparecieron, inmovilizando los brazos de Victor por detrás y sometiéndolo sobre el suelo. Él gritaba y se sacudía, su furia maldiciéndome constantemente. Logré recomponerme como pude, sacándome las gotas de sudor y sangre en mi mentón.
Izzie me saltó encima y me abrazó, sollozando preocupada por mi dolor. Sus ricas y blandas tetas se sentían celestiales en esos momentos y luchaba con mi mano por no agarrar ese delicioso culazo, sintiendo en mí crecer mi erección.
A los pocos minutos, llegó la policía, esposando a Victor, mientras tomaban declaraciones del personal del lobby, algunos de los funcionarios de la minera y una agitada Isabella, dando sus testimonios. La grabación de seguridad no dejaba dudas: Victor nos atacó sin provocación y yo acababa de dar la excusa perfecta para removerlo discretamente del cargo de consejero.
Mientras me curaban, vi cómo se llevaban a Victor esposado, sonriéndole adolorido. Nuestros ojos se encontraron y aunque él quería decirme muchas cosas, la frustración en su mirada también comprendía que solo empeoraría más su situación.
Cuando Izzie llegó a verme, se veía aterrada y aliviada a la vez.
-Bueno, - Le dije con una sonrisa cansada pero consoladora. – Todos esos años perdiendo con estilo me han enseñado mucho.
Isabella sacudió su cabeza, mirándome sensual y exasperada.
•¡Chico malo, eres increíble! - comentó, queriéndome comer a besos.
Y me concedieron algunos días de licencia. Aunque a Marisol y las niñas les sorprendió verme maltrecho, cuando le expliqué a mi ruiseñor lo ocurrido, se terminó resignando. Ella sabe bastante bien que no me habría acobardado de una pelea…
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CONSECUENCIAS
Para Victor, este incidente fue la gota que rebalsó el vaso. Al principio, la compañía trató de bajarle el perfil, pero el hecho que el ataque pasó dentro del edificio corporativo volvió loco a los medios. Edith, amparándose con las políticas de privacidad, retuvo las grabaciones de seguridad. Aun así, accedió que el periódico donde trabaja Emma compartiera suficientes detalles para mantener la historia viva. Acciones legales eran inevitables y no les tomó mucho tiempo para los oficiales gubernamentales para empezar a indagar sobre las finanzas sucias de Victor. Sus ganancias ilegales (mantenidas en secreto durante años) estaban ahora bajo investigación. Fuera de los ojos del público, sus propiedades fueron confiscadas, buscando la restitución tras el ciberataque que tuvo nuestra compañía años atrás.
Las secuelas fueron rápidas y brutales. De un día para otro, Isabella y Lily fueron expulsadas de su hogar, junto con parte del personal de seguridad de Victor que no escapó (dado que mucho de los currículos, como el del chofer de Izzie, eran tan sospechosos como su moral). Las autoridades les dejaron llevar unas pocas posesiones personales, pero lo demás fue confiscado. Resultó ser que Victor había estado entregando regalos lujosos a sus amigas (Maddie incluida) como si fuera confeti.
Sin embargo, Emma ayudó de una manera que nadie aparte de nosotros pudiera haber sospechado. Nadie levantó una ceja cuando Isabella y Lily se mudaron a su hogar. Secretamente, Emma había “guardado” joyas caras y ropa que Isabella podría vender más adelante, por si acaso. Para Lily y Karen, la experiencia fue una aventura para ellas, como una pijamada extendida, inocente y despreocupada. Pero para Isabella y Emma, fue un punto de divergencia. Al principio de año, eran eternas rivales, sus hijas peleando por el cariño de mi hijo Bastián. Pero hoy en día, confían mutuamente entre ellas, compartiendo incluso la cama. Sus hijas, por otra parte, son ahora prácticamente inseparables: amigas para siempre.
Para mí, una vez que la hinchazón de mi cara disminuyó y mis cortes sanaron un poco, marché directamente a la oficina de Edith. Maddie me miraba impactada, con ojos enormes ante mi rostro magullado, no pude contener mi sonrisa. La ironía que no podía ignorar en esos momentos era que ella había estado involucrada las dos últimas veces que terminé así. La primera fue cuando me impuse ante su novio, Albert, que intentó propasarse con mi esposa. Y ahora, los puños de Victor me habían golpeado gracias al caos que ella sin querer dejó entrar en nuestras vidas.
A diferencia de la última vez, no le guardaba rencor a Maddie. Todos fuimos victimas de las estratagemas de Victor de una manera u otra. En lugar de eso, sentí claridad y paz. Si hubiese sido Maddie en lugar de Isabella, habría actuado de la misma manera: me habría parado igual para recibir los golpes, con tal de defenderla. Era una de esas peleas que valía la pena lucharla, sin importar el costo.
Pero cuando miré a Edith, me puse serio. Ya no aguantaba más. Jugar al detective, exponer conspiraciones, ser padre y, además, cumplir con mis responsabilidades laborales me tenían frito. Le dije que me tomaría mis vacaciones, enero y febrero, fuera del sistema. Nelson y Gloria podrían cubrirme, e incluso Sonia podría ayudarles. Pero yo ya había tenido suficiente. Supervisaría los reportes de final de año de las faenas y nada más. Quería volver a mi país por un rato.
Edith me escuchó pacientemente, su rostro indiscernible. Entonces, sonrió. Esa sonrisa sagaz, de saber algo que yo desconocía.
>12avo piso. Tu propia oficina. Turno de 9 a 5.- Señaló, pretendiendo enfocarse en otros documentos.
-¿Qué? - Le pregunté anonadado.
>Te necesito en la junta. – Continuó, sin mirarme a los ojos. - He sido paciente, Marco. Te he dejado trabajar desde tu casa todo este tiempo, pero ahora te necesitamos. Sé que me dirás: defenderás a Sonia, argumentando que ella merece el asiento en lugar de ti. Y no lo discuto. Pero aquí está la razón: todo este problema de Victor se resolvió por tu visión estratégica.
Sus palabras nos dejaron a Maddie y a mí helados.
>Tú y yo somos muy parecidos. – prosiguió, disfrutando de mi confusión. – A ninguno de los dos nos gusta destacar. La discreción es la manera más efectiva para resolver los problemas, y tú lo entiendes mejor que nadie. Lamentablemente, falta integridad en la junta. ¿La mayoría de ellos? Se rigen por la codicia o la política. Pero tú… tú dejaste que Victor te golpeara, justo en frente de las cámaras. Vi las grabaciones. Las estabas buscando. Sabías lo que iba a pasar. Usaste el ambiente. Lo usaste a él. Eso es algo que no todos tienen las agallas de hacer.
Maddie me miró con otros ojos, sus labios temblando al querer hablar, pero sin decir palabra. No se había dado cuenta al ver la grabación. En ningún momento se le había ocurrido la golpiza que recibí tenía un propósito. Me miró a los ojos, consultándome y le respondí con una sonrisa modesta.
Edith se reclinó en su sillón, con una sonrisa traviesa en los labios.
>Sé que no te importa un aumento de sueldo. Pero ¿Para sentarse en la junta? Es necesario. No te preocupes. Tus responsabilidades no van a cambiar. Harás el mismo trabajo y no te pediré que atiendas cenas o eventos. Incluso yo los detesto. Pero tenerte aquí, en la oficina, marca la diferencia. Tu sola presencia mejorará el ambiente laboral.
Traté de protestar, pero no sabía qué decir. Aunque Edith no había terminado.
>Tu horario será flexible. Tendrás tiempo para tus hijos, para Marisol, para tu bebé. Me aseguraré de que sea así. Pero te necesito aquí, en el edificio.
No me quedó otra opción más que aceptar.
En realidad, era una idea que me había molestado mucho tiempo. Me encanta estar en casa, apoyar a Marisol y cuidar a Jacinto. Pero trabajar desde la casa me estaba empezando a desgastar. Me estaba estresando más de la cuenta, porque a diferencia de trabajar en la oficina, los problemas se quedaban conmigo, mientras que antes podía dejarlos en el camino de vuelta. Pero también sé que será complicado, particularmente con el trabajo de mi ruiseñor. No soy capaz de pedirle que pare de enseñar, porque es algo que disfruta y es extremadamente buena haciéndolo.
Pero nos la arreglaremos. Ya estamos acostumbrados a hacerlo.
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