Nací en 1949 en un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Tuve una infancia absolutamente nominal para la época, con la educación pueblerina y los juegos de aquellos años. A medida que transcurría la vida, fueron sucediéndose una a una las etapas de la infancia, preadolescencia y adolescencia como en cualquier lugar del planeta.
Mi familia estaba formada con mis padres, mis tíos y tías y dos hermanos menores.
Mi padre tuvo un accidente a los pocos años de yo nacer (1953) que lo dejó con una invalidez motriz que se fue agravando y terminó con un cuadro que le causó el deceso en 1962.
Mi madre se mantuvo viuda y vestida de negro, tal como la tradición y los prejuicios de aquel pueblo (hoy ciudad), imponían. Mis tíos y tías mantenían la casa donde vivíamos todos. Yo a los 16 años abandoné el colegio secundario y tuve que ir a trabajar al campo para ayudar a mi madre y la crianza de mis dos hermanos. Este es el resumen de mi prólogo.
Durante el verano de 1967 yo ya era un adolescente sin haber tenido mi debut sexual. Sólo uno de los muchachos de mi barra había estado con una mujer y por supuesto, era la única palabra autorizada sobre el tema. Escuchábamos una y otra vez el mismo relato, la excusa era un relato que nos excitaba hasta la obligada paja. Una tarde se produce mi oportunidad. En casa de mis tíos trabajaba una empleada doméstica que la llamaré “Julia”, tenía unos 25 años aproximadamente, era una rubiona de origen gringo y era tan ingenua e inocente que resultaba imposible de que fuera virgen, como todos suponían.
Venia del campo con la chata cargada de zapallos y melones y me ayudó a descargarla en el galpón de mi tío. Veía como se notaban sus tetas puntiagudas pegadas a una blusa ajustada, transpirada y sucia por la tierra de los frutos que cargaba. Esto me puso a mil y corrí atrás de unos tambores de aceite a agitar al muñeco, mientras ella seguía trabajando. Era un sexópata reprimido.
En el medio de la faena, aparece mi tía (hermana de mi madre) y me sorprende justo cuando estaba acabando. Me clavó la mirada y tapándose la boca a modo de horrorizada, salió del galpón rumbo a mi casa, que estaba a pocos metros de ahí.
Por la tarde al llegar a mi casa, mi madre tuvo la delicadeza de hablar sobre sexo, mi edad, la masturbación y “Julia…”. No puedo recordar con exactitud literal el diálogo, pero si, recuerdo que la idea era que me cogiera a Julia y que de hecho, era la mujer ideal para mi debut sexual.
Mi madre por ese entonces tenía 42 años, era una de las mujeres mas codiciadas del pueblo y todo hombre le arrastraba el ala. Ella se mantenía en sus trece y no daba lugar a ninguna chance.
Mientras mi madre me hablaba, notaba que su voz temblaba, sus ojos brillaban de una manera muy particular que antes nunca lo había notado y los botones de su blusa estaban mal abrochados o desabrochados. Pero lo cierto es que por un momento quedé con mi mirada fija en su escote. Ella se percató e inmediatamente cerró los botones abiertos y cambió de tema.
Antes de irse, me dijo algo mas o menos así: “…no te toques, si lo haces seguido vas a quedar enfermo de la cabeza y hasta podés llegar a quedarte ciego…”. Me impresionó al punto que casi llorando le dije..
Mamá necesito tocarme. Nunca estuve con una mujer y tengo sensaciones que me obligan a tocarme…¿Estoy enfermo?...
Para nada Raúl, tenés que buscarte una chica mayor y hacer las cosas que hacen los hombres con las mujeres. ¡Como lamento que no esté tu padre para que pueda explicarte estas cosas como se debe.!
Mamá.. ¿Me ayudarías si te lo pido?
¿Ayudarte a qué?
A comprender el sexo. No se ni como hacerlo. Pablo (el experto cogedor de la barra), nos cuenta como lo hizo, pero no logro entender como se hace para meterla. Yo creo que voy a lastimarla porque cuando se me pone dura se hace muy grande. Los muchachos me cargan.
¿Vos le mostrás tu cosa a los muchachos?
Y…Si, a veces que nos tocamos todos y competimos a ver quien llega mas lejos con la guasca (término usado en aquellos tiempos).
Mi madre, se levantó de la mesa de la cocina totalmente ruborizada y caminó hacia la puerta del comedor, donde se detuvo y me volvió a mirar con esos ojos verdes rasgados y pequeños.
Lo que me estás pidiendo, además de ser un pecado, de los mas terribles e inconfesables, también es un despropósito que me asusta solo de pensarlo. Los hombres no hacen “eso” con sus madres ni con su familia. No es un deporte ni un juego. Tiene que haber otro tipo de relación. Lo que vos me pedís es incesto.
Continúa….
Mi familia estaba formada con mis padres, mis tíos y tías y dos hermanos menores.
Mi padre tuvo un accidente a los pocos años de yo nacer (1953) que lo dejó con una invalidez motriz que se fue agravando y terminó con un cuadro que le causó el deceso en 1962.
Mi madre se mantuvo viuda y vestida de negro, tal como la tradición y los prejuicios de aquel pueblo (hoy ciudad), imponían. Mis tíos y tías mantenían la casa donde vivíamos todos. Yo a los 16 años abandoné el colegio secundario y tuve que ir a trabajar al campo para ayudar a mi madre y la crianza de mis dos hermanos. Este es el resumen de mi prólogo.
Durante el verano de 1967 yo ya era un adolescente sin haber tenido mi debut sexual. Sólo uno de los muchachos de mi barra había estado con una mujer y por supuesto, era la única palabra autorizada sobre el tema. Escuchábamos una y otra vez el mismo relato, la excusa era un relato que nos excitaba hasta la obligada paja. Una tarde se produce mi oportunidad. En casa de mis tíos trabajaba una empleada doméstica que la llamaré “Julia”, tenía unos 25 años aproximadamente, era una rubiona de origen gringo y era tan ingenua e inocente que resultaba imposible de que fuera virgen, como todos suponían.
Venia del campo con la chata cargada de zapallos y melones y me ayudó a descargarla en el galpón de mi tío. Veía como se notaban sus tetas puntiagudas pegadas a una blusa ajustada, transpirada y sucia por la tierra de los frutos que cargaba. Esto me puso a mil y corrí atrás de unos tambores de aceite a agitar al muñeco, mientras ella seguía trabajando. Era un sexópata reprimido.
En el medio de la faena, aparece mi tía (hermana de mi madre) y me sorprende justo cuando estaba acabando. Me clavó la mirada y tapándose la boca a modo de horrorizada, salió del galpón rumbo a mi casa, que estaba a pocos metros de ahí.
Por la tarde al llegar a mi casa, mi madre tuvo la delicadeza de hablar sobre sexo, mi edad, la masturbación y “Julia…”. No puedo recordar con exactitud literal el diálogo, pero si, recuerdo que la idea era que me cogiera a Julia y que de hecho, era la mujer ideal para mi debut sexual.
Mi madre por ese entonces tenía 42 años, era una de las mujeres mas codiciadas del pueblo y todo hombre le arrastraba el ala. Ella se mantenía en sus trece y no daba lugar a ninguna chance.
Mientras mi madre me hablaba, notaba que su voz temblaba, sus ojos brillaban de una manera muy particular que antes nunca lo había notado y los botones de su blusa estaban mal abrochados o desabrochados. Pero lo cierto es que por un momento quedé con mi mirada fija en su escote. Ella se percató e inmediatamente cerró los botones abiertos y cambió de tema.
Antes de irse, me dijo algo mas o menos así: “…no te toques, si lo haces seguido vas a quedar enfermo de la cabeza y hasta podés llegar a quedarte ciego…”. Me impresionó al punto que casi llorando le dije..
Mamá necesito tocarme. Nunca estuve con una mujer y tengo sensaciones que me obligan a tocarme…¿Estoy enfermo?...
Para nada Raúl, tenés que buscarte una chica mayor y hacer las cosas que hacen los hombres con las mujeres. ¡Como lamento que no esté tu padre para que pueda explicarte estas cosas como se debe.!
Mamá.. ¿Me ayudarías si te lo pido?
¿Ayudarte a qué?
A comprender el sexo. No se ni como hacerlo. Pablo (el experto cogedor de la barra), nos cuenta como lo hizo, pero no logro entender como se hace para meterla. Yo creo que voy a lastimarla porque cuando se me pone dura se hace muy grande. Los muchachos me cargan.
¿Vos le mostrás tu cosa a los muchachos?
Y…Si, a veces que nos tocamos todos y competimos a ver quien llega mas lejos con la guasca (término usado en aquellos tiempos).
Mi madre, se levantó de la mesa de la cocina totalmente ruborizada y caminó hacia la puerta del comedor, donde se detuvo y me volvió a mirar con esos ojos verdes rasgados y pequeños.
Lo que me estás pidiendo, además de ser un pecado, de los mas terribles e inconfesables, también es un despropósito que me asusta solo de pensarlo. Los hombres no hacen “eso” con sus madres ni con su familia. No es un deporte ni un juego. Tiene que haber otro tipo de relación. Lo que vos me pedís es incesto.
Continúa….
18 comentarios - Un inicio temprano
mejor relato que los de G.Marquez! 😛
Buen relato, para cuando la segunda parte????