Luego de todos lo sucedido con Ramón, yo quedé como medio a la deriva. Nada me interesaba, ni los chicos, ni las salidas con mis amigas, es más, estaba deseando que se terminara el secundario cuanto antes, me quería ir, pero aun faltaban un par de años.
Iba a una escuela religiosa, que no voy a nombrar, mejor no darle al enemigo tanta información, diría Makaroff. El comienzo de las clases, también dio inicio a los rituales religiosos de la escuela.
Debo decir que vengo de una familia extremadamente creyente. Mi hermano y yo por suerte no seguimos esa línea familiar, no éramos fanáticos. Creíamos, pero hasta ahí.
Las monjas, el cura, las misas, todo había vuelto a la normalidad, menos yo. Yo seguía perdida en mí. Ramón me había cambiado la cabeza, y el cuerpo, para siempre.
Nadie, ni mis más cercanas amigas sabían de mis cambios. Yo era una tumba, pero, quizás sea el género, necesitaba contárselo a alguien. No se porque, pero necesitaba sacarlo.
Y no se me ocurrió mejor idea que la confesión. Si bien el Padre Alberto era amigo de la familia, el secreto de confesión me protegía, o al menos eso creía yo.
Como todos los jueves tuvimos misa en el cole.
Hice la cola, esperé mi turno y me arrodillé ante el confesionario.
Comencé con el ritual de costumbre mientras el Padre Alberto me escuchaba, hasta que me tocó llegar a la parte más escabrosa.
-Padre, tuve sexo con un hombre y después con sus dos hermanos…
-¿Fionna, cómo es eso?
Le conté como pude mi experiencia con Ramón y sus hermanos.
El me cortaba el relato a cada rato pidiendo detalles, hasta que terminé.
Se produjo un silencio del otro lado que me pareció eterno hasta que me dijo
-Fionna, lo que hiciste es muy malo, ¿lo sabe tu padre?
Este hombre está loco pensé yo, ¿cómo le iba a contar eso a mi viejo? Me mataba seguro.
Le dije que no lo iba a repetir y que me sentía arrepentida, aunque yo sabía que no era así.
- Sinceramente no se que hacer Fionna, no se que penitencia darte, lo que hiciste es muy grave. Mirá vamos a tener que hablar seriamente, mañana después de clases pasá por la curia, tenemos que tener una charla.
Sinceramente no se que quería hablar conmigo. Tal vez el hecho era más grave de lo que yo suponía, quizás su acercamiento a mi familia lo hacía peor de lo que era.
No se, el jueves estuve toda la noche pensando en que pasaría al otro día.
Ese viernes la noté distinta a Sor Melisa, la hermana superiora, era como que me miraba raro. Sentí que me observaba todo el tiempo, a donde mirara tenía los ojos de ella clavados.
La hora no pasaba más y la cabeza me giraba a mil, no sabía que habría de decirme el Padre Alberto.
Cuando sonó el timbre de salida se me paró el corazón.
Salí arrastrando los pies y en la puerta del aula estaba la Hermana Melisa esperándome.
Se acercó hasta mí.
-Vamos, no hay que hacer esperar al Padre Alberto- me dijo
Resulta que Sor Melisa, también sabía de mi reunión con el cura, yo rogaba para que no supiera los motivos.
Llegamos hasta la curia y ahí estaba él, sentado, con cara de solemnidad.
La Madre me paró justo delante de él y retrocedió hasta quedar dos pasos detrás míos.
-Mirá Fionna, anoche estuvimos hablando con la hermana Melisa acerca de tu situación.
Sonamos, ahora la monja también sabía de mi vida sexual.
Lo que hiciste es para expulsarte lisa y llanamente.
Sinceramente no entendía porque, ya que lo que había hecho había sido fuera de la escuela y en vacaciones. ¿Qué era lo grave?
-Una alumna de esta institución no debe tener ese comportamiento, es impuro e indigno- dijo en tono enérgico- pero se que si te echo le rompería el corazón a tu padre a quien quiero mucho.
Estaba en el horno.
-Además quiero que sepas que a la Hermana Melisa, también le dije lo suyo, ella es la responsable de su comportamiento.
Encima esto, me tiraba en contra a la superiora, ya me imaginaba yo que mi vida dentro del colegio iba a ser todo un calvario.
Me di vuelta para mirar a la monja poniendo cara de perdón, pero su expresión era pétrea y debo admitir que había algo de odio en su mirada.
A todo esto yo me preguntaba que quién carajo me había mandado a hablar, pero bueno, la macana ya estaba hecha y ahora había que poner el pecho.
-Sabés Fionna, yo pensé que vos te nos ibas a unir, tenía fe en vos.
¿Yo? ¿Monja? Ni en pedo, no lo dije, pero les aseguro que lo pensé…
Con la hermana sin que vos lo supieras te estábamos preparando.
¿Qué? ¿Pero estos que tomaron?
La hermana no decía palabra.
-Pero ¿sabés qué? Resulta que vos no sos lo que pensamos, todo lo contrario sos una puta…
La palabra puta, saliendo de la boca del padre, cambió todo el ambiente.
Abrí muy grandes los ojos, sorprendida por lo que acababa de escuchar, quise defenderme, decir algo, pero me paró en seco.
-No digas nada, nada de lo que digas va a hacerme cambiar de idea. Además ¿sabés que hacemos con las putas como vos en este colegio?
De repente las manos de Sor Melisa se apoyaron en mis hombros. Me quise voltear para decirle algo, pero no me salieron las palabras y la hermana me dio vuelta la cara de un manotazo.
El Padre se paró delante de mí a menos de veinte centímetros, corrió la corbata escocesa del uniforme y de un fuerte tirón me abrió la camisa. Los botones se dispersaron por toda la sala.
Quedé en corpiño, quise cubrirme con las manos pero Melisa lo impidió.
-Quedate quieta puta, seguro que para cogerte a esos hermanos no pusiste resistencia, ¿o no?!!.
Me lisa de atrás me desabrochó el corpiño y de pronto sus manos empezaron a amasarme las tetitas.
Alberto, fue uno a uno desabrochándose los botones de su sotana.
Melisa, mientras el padre se desabotonaba, me sacó la camisa y el corpiño, solo quedaba la corbata que colgaba entre mis tetas. Debajo la pollera escocesa, las medias blancas y los zapatos.
Lentamente bajó su bragueta, Melisa hizo fuerza en mis hombros para que me agachara.
Quedé enfrente de su pija, colorada, ancha.
Él me tomó de las sienes, ella me empujó de la nuca y la pija entró en mi boca.
Alberto empezó a gemir y a cogerme la boca.
Un par de sacudidas violentas, después los espasmos y su leche entrando por mi garganta.
Me agarró fuerte del pelo mientras acababa. No la sacó de mi boca hasta que no salió la última gota. Recién ahí se alejó y se recostó sobre su sillón. Tomó aire, necesitaba recuperarse.
Melisa, que me tenía de la nuca fue llevando mi cabeza hasta el suelo.
-Apoyá la frente contra el suelo mientras rezás- me dijo- igualmente no se si Dios te va a perdonar.
Quedé así, parecía un musulmán orando, es gracioso, pero es así.
Melisa se agacho y levantó mi falda. Corrió mi bombacha y sus manos empezaron a frotarme la concha.
Me metía los dedos.
De pronto su cara se acercó y con su lengua empezó a trabajarme el clítoris. La situación cambiaba. Empezaba a sentir un poco de placer, igual algo asustada estaba.
Melisa se quedó hasta que yo empecé a tener mi primer orgasmo. Se ve que eso no les gustó mucho.
-Acá no se grita ni se tiene esas expresiones- me gritó Alberto y me dio vuelta la cara de un sopapo.
Se acercó por detrás de mí y la corrió a Melisa, quien salió del cuarto, y dirigió su pija a mi concha.
Empezó a bombear, mientras me insultaba y me decía de todo.
-Esta es tu penitencia puta, esto es lo que le pasa a las putitas de este colegio y bombeaba más fuerte.
Melisa volvió al cuarto, traía un hábito en la mano.
Él me agarró primero del pelo y después de la corbata como si fuera una rienda mientras me cogía sin parar.
La sacó y me llenó el agujero del culo de leche, se paró y volvió a su sillón, Melisa volvió a agacharse y empezó a comerse el semen, lamía y tragaba con ganas, de paso metía su lengua en mi culo como loca.
Esa lengua me daba placer, yo me mordía para no gritar, esa monja si que sabía chupar.
Cuando limpió toda mi cola me hizo parar.
Me sacó la pollera, la bombacha y la corbata. Me hizo poner el hábito y otra vez me puso de pie frente al padre.
-Así era la imagen que teníamos de vos, una de los nuestros.
Yo hubiera sacado una foto para ver como me veía vestida de monja, cada vez que me acuerdo de esa imagen les aseguro que no puedo evitar reirme.
En ese momento estaba petrificada.
-Hemos perdido el tiempo con vos puta- decía el cura a los gritos.
Me tomó del cuello y me hizo caminar hasta la mesa. Apoyé mis manos como queriendo agarrarme de algo que no había.
Me levantó el hábito y me abrió de piernas. Mi culo aun estaba húmedo por su semen y la lengua de la hermana. Apuntó su nuevamente pija dura hacia mi agujero.
Otra vez su verga parada entraba en mi.
Me maldecía mientras me culeaba, para todo esto la enojada tenía que ser yo, pero bueno, la cosa venía así.
Me dolía su pija, era bastante ancha para mi culo estrecho.
Se movía con bastante buen ritmo, no parecía cura, aunque ahora sospecho que este se debía voltear a varias empezando por la hermana Melisa.
Diez minutos de bombeos continuos.
La sacó, le latía, llamó a Melisa.
La hermana se apuró y se arrodilló ante el cura tomándole toda la leche. Chupó hasta la última gota y lo besó con desesperación.
Luego, ella se acostó en el suelo. Se levantó el hábito y dejó al descubierto una concha bastante gorda y arrugada tapada por una mata exhuberante de pelos negros.
Él me llevó de la cabeza hasta el suelo y me arrodilló ante ella.
-Ahora vos- me ordenó
Me acercó la cabeza y me hizo chuparle la concha a esa vieja.
Por suerte no duró mucho, Melisa acabó enseguida, pero les aseguro que no me pude sacar el gusto de esa concha de mi boca por unos cuantos días.
Todo había terminado.
La monja ya se había incorporado, él tenía puesta su sotana de nuevo. Me dieron mi ropa y me acompañaron hasta la puerta.
-Esta fue tu penitencia Fionna- el tono volvía a ser el mismo de siempre, cordial.
Volvé a tu casa y no le des más disgustos a tu padre.
En silencio como había llegado, me fui.
Todo el viaje de vuelta me siguieron las imágenes de lo que había pasado.
Y desde ese día, hasta el día de hoy.
Jamás me volví a confesar.
Y confieso que he pecado, mucho, pero mucho en serio.
Alguien quiere escuchar mis pecados?....
FIN.
Iba a una escuela religiosa, que no voy a nombrar, mejor no darle al enemigo tanta información, diría Makaroff. El comienzo de las clases, también dio inicio a los rituales religiosos de la escuela.
Debo decir que vengo de una familia extremadamente creyente. Mi hermano y yo por suerte no seguimos esa línea familiar, no éramos fanáticos. Creíamos, pero hasta ahí.
Las monjas, el cura, las misas, todo había vuelto a la normalidad, menos yo. Yo seguía perdida en mí. Ramón me había cambiado la cabeza, y el cuerpo, para siempre.
Nadie, ni mis más cercanas amigas sabían de mis cambios. Yo era una tumba, pero, quizás sea el género, necesitaba contárselo a alguien. No se porque, pero necesitaba sacarlo.
Y no se me ocurrió mejor idea que la confesión. Si bien el Padre Alberto era amigo de la familia, el secreto de confesión me protegía, o al menos eso creía yo.
Como todos los jueves tuvimos misa en el cole.
Hice la cola, esperé mi turno y me arrodillé ante el confesionario.
Comencé con el ritual de costumbre mientras el Padre Alberto me escuchaba, hasta que me tocó llegar a la parte más escabrosa.
-Padre, tuve sexo con un hombre y después con sus dos hermanos…
-¿Fionna, cómo es eso?
Le conté como pude mi experiencia con Ramón y sus hermanos.
El me cortaba el relato a cada rato pidiendo detalles, hasta que terminé.
Se produjo un silencio del otro lado que me pareció eterno hasta que me dijo
-Fionna, lo que hiciste es muy malo, ¿lo sabe tu padre?
Este hombre está loco pensé yo, ¿cómo le iba a contar eso a mi viejo? Me mataba seguro.
Le dije que no lo iba a repetir y que me sentía arrepentida, aunque yo sabía que no era así.
- Sinceramente no se que hacer Fionna, no se que penitencia darte, lo que hiciste es muy grave. Mirá vamos a tener que hablar seriamente, mañana después de clases pasá por la curia, tenemos que tener una charla.
Sinceramente no se que quería hablar conmigo. Tal vez el hecho era más grave de lo que yo suponía, quizás su acercamiento a mi familia lo hacía peor de lo que era.
No se, el jueves estuve toda la noche pensando en que pasaría al otro día.
Ese viernes la noté distinta a Sor Melisa, la hermana superiora, era como que me miraba raro. Sentí que me observaba todo el tiempo, a donde mirara tenía los ojos de ella clavados.
La hora no pasaba más y la cabeza me giraba a mil, no sabía que habría de decirme el Padre Alberto.
Cuando sonó el timbre de salida se me paró el corazón.
Salí arrastrando los pies y en la puerta del aula estaba la Hermana Melisa esperándome.
Se acercó hasta mí.
-Vamos, no hay que hacer esperar al Padre Alberto- me dijo
Resulta que Sor Melisa, también sabía de mi reunión con el cura, yo rogaba para que no supiera los motivos.
Llegamos hasta la curia y ahí estaba él, sentado, con cara de solemnidad.
La Madre me paró justo delante de él y retrocedió hasta quedar dos pasos detrás míos.
-Mirá Fionna, anoche estuvimos hablando con la hermana Melisa acerca de tu situación.
Sonamos, ahora la monja también sabía de mi vida sexual.
Lo que hiciste es para expulsarte lisa y llanamente.
Sinceramente no entendía porque, ya que lo que había hecho había sido fuera de la escuela y en vacaciones. ¿Qué era lo grave?
-Una alumna de esta institución no debe tener ese comportamiento, es impuro e indigno- dijo en tono enérgico- pero se que si te echo le rompería el corazón a tu padre a quien quiero mucho.
Estaba en el horno.
-Además quiero que sepas que a la Hermana Melisa, también le dije lo suyo, ella es la responsable de su comportamiento.
Encima esto, me tiraba en contra a la superiora, ya me imaginaba yo que mi vida dentro del colegio iba a ser todo un calvario.
Me di vuelta para mirar a la monja poniendo cara de perdón, pero su expresión era pétrea y debo admitir que había algo de odio en su mirada.
A todo esto yo me preguntaba que quién carajo me había mandado a hablar, pero bueno, la macana ya estaba hecha y ahora había que poner el pecho.
-Sabés Fionna, yo pensé que vos te nos ibas a unir, tenía fe en vos.
¿Yo? ¿Monja? Ni en pedo, no lo dije, pero les aseguro que lo pensé…
Con la hermana sin que vos lo supieras te estábamos preparando.
¿Qué? ¿Pero estos que tomaron?
La hermana no decía palabra.
-Pero ¿sabés qué? Resulta que vos no sos lo que pensamos, todo lo contrario sos una puta…
La palabra puta, saliendo de la boca del padre, cambió todo el ambiente.
Abrí muy grandes los ojos, sorprendida por lo que acababa de escuchar, quise defenderme, decir algo, pero me paró en seco.
-No digas nada, nada de lo que digas va a hacerme cambiar de idea. Además ¿sabés que hacemos con las putas como vos en este colegio?
De repente las manos de Sor Melisa se apoyaron en mis hombros. Me quise voltear para decirle algo, pero no me salieron las palabras y la hermana me dio vuelta la cara de un manotazo.
El Padre se paró delante de mí a menos de veinte centímetros, corrió la corbata escocesa del uniforme y de un fuerte tirón me abrió la camisa. Los botones se dispersaron por toda la sala.
Quedé en corpiño, quise cubrirme con las manos pero Melisa lo impidió.
-Quedate quieta puta, seguro que para cogerte a esos hermanos no pusiste resistencia, ¿o no?!!.
Me lisa de atrás me desabrochó el corpiño y de pronto sus manos empezaron a amasarme las tetitas.
Alberto, fue uno a uno desabrochándose los botones de su sotana.
Melisa, mientras el padre se desabotonaba, me sacó la camisa y el corpiño, solo quedaba la corbata que colgaba entre mis tetas. Debajo la pollera escocesa, las medias blancas y los zapatos.
Lentamente bajó su bragueta, Melisa hizo fuerza en mis hombros para que me agachara.
Quedé enfrente de su pija, colorada, ancha.
Él me tomó de las sienes, ella me empujó de la nuca y la pija entró en mi boca.
Alberto empezó a gemir y a cogerme la boca.
Un par de sacudidas violentas, después los espasmos y su leche entrando por mi garganta.
Me agarró fuerte del pelo mientras acababa. No la sacó de mi boca hasta que no salió la última gota. Recién ahí se alejó y se recostó sobre su sillón. Tomó aire, necesitaba recuperarse.
Melisa, que me tenía de la nuca fue llevando mi cabeza hasta el suelo.
-Apoyá la frente contra el suelo mientras rezás- me dijo- igualmente no se si Dios te va a perdonar.
Quedé así, parecía un musulmán orando, es gracioso, pero es así.
Melisa se agacho y levantó mi falda. Corrió mi bombacha y sus manos empezaron a frotarme la concha.
Me metía los dedos.
De pronto su cara se acercó y con su lengua empezó a trabajarme el clítoris. La situación cambiaba. Empezaba a sentir un poco de placer, igual algo asustada estaba.
Melisa se quedó hasta que yo empecé a tener mi primer orgasmo. Se ve que eso no les gustó mucho.
-Acá no se grita ni se tiene esas expresiones- me gritó Alberto y me dio vuelta la cara de un sopapo.
Se acercó por detrás de mí y la corrió a Melisa, quien salió del cuarto, y dirigió su pija a mi concha.
Empezó a bombear, mientras me insultaba y me decía de todo.
-Esta es tu penitencia puta, esto es lo que le pasa a las putitas de este colegio y bombeaba más fuerte.
Melisa volvió al cuarto, traía un hábito en la mano.
Él me agarró primero del pelo y después de la corbata como si fuera una rienda mientras me cogía sin parar.
La sacó y me llenó el agujero del culo de leche, se paró y volvió a su sillón, Melisa volvió a agacharse y empezó a comerse el semen, lamía y tragaba con ganas, de paso metía su lengua en mi culo como loca.
Esa lengua me daba placer, yo me mordía para no gritar, esa monja si que sabía chupar.
Cuando limpió toda mi cola me hizo parar.
Me sacó la pollera, la bombacha y la corbata. Me hizo poner el hábito y otra vez me puso de pie frente al padre.
-Así era la imagen que teníamos de vos, una de los nuestros.
Yo hubiera sacado una foto para ver como me veía vestida de monja, cada vez que me acuerdo de esa imagen les aseguro que no puedo evitar reirme.
En ese momento estaba petrificada.
-Hemos perdido el tiempo con vos puta- decía el cura a los gritos.
Me tomó del cuello y me hizo caminar hasta la mesa. Apoyé mis manos como queriendo agarrarme de algo que no había.
Me levantó el hábito y me abrió de piernas. Mi culo aun estaba húmedo por su semen y la lengua de la hermana. Apuntó su nuevamente pija dura hacia mi agujero.
Otra vez su verga parada entraba en mi.
Me maldecía mientras me culeaba, para todo esto la enojada tenía que ser yo, pero bueno, la cosa venía así.
Me dolía su pija, era bastante ancha para mi culo estrecho.
Se movía con bastante buen ritmo, no parecía cura, aunque ahora sospecho que este se debía voltear a varias empezando por la hermana Melisa.
Diez minutos de bombeos continuos.
La sacó, le latía, llamó a Melisa.
La hermana se apuró y se arrodilló ante el cura tomándole toda la leche. Chupó hasta la última gota y lo besó con desesperación.
Luego, ella se acostó en el suelo. Se levantó el hábito y dejó al descubierto una concha bastante gorda y arrugada tapada por una mata exhuberante de pelos negros.
Él me llevó de la cabeza hasta el suelo y me arrodilló ante ella.
-Ahora vos- me ordenó
Me acercó la cabeza y me hizo chuparle la concha a esa vieja.
Por suerte no duró mucho, Melisa acabó enseguida, pero les aseguro que no me pude sacar el gusto de esa concha de mi boca por unos cuantos días.
Todo había terminado.
La monja ya se había incorporado, él tenía puesta su sotana de nuevo. Me dieron mi ropa y me acompañaron hasta la puerta.
-Esta fue tu penitencia Fionna- el tono volvía a ser el mismo de siempre, cordial.
Volvé a tu casa y no le des más disgustos a tu padre.
En silencio como había llegado, me fui.
Todo el viaje de vuelta me siguieron las imágenes de lo que había pasado.
Y desde ese día, hasta el día de hoy.
Jamás me volví a confesar.
Y confieso que he pecado, mucho, pero mucho en serio.
Alguien quiere escuchar mis pecados?....
FIN.
12 comentarios - Lavando pecados.
Te felicito y te dejo los dos puntitos que me quedan pero te prometo 10 mas cuando me los renueven.
Muy buen relato!!! Estos curas...
Jolo, ¿hoy me lo das...?
Relojero, con Dios hicimos un pacto, nos respetamos y no nos molestamos.
dbotta, mirá que hay mucho eh.
Besos a todos y gracias
F.
besos
F.
Muy bueno!! 😉