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El cartero señora...

La funcionaria de correos

Los envíos de Correos, aún siguen viajando en sacas, los de la línea económica, al menos. En unas sacas grandes, como para esconder un cadáver, de una tela roma y basta con color indefinido, entre gris sucio y gris triste.

Las sacas se apilan en unos armatostes llamados carros, que tienen unos dos metros de altura, por dos de ancho y uno de profundidad, para entrar directamente rodando en la parte trasera de los camiones.
Pili odiaba esos carros. Tenía que empujarlos uno detrás de otro, colocarlos de tres en tres en los camiones, frenar las ruedas, fijarlos con las cinchas y asegurarse de que llevasen la etiqueta de destino bien visible.
Todos los días era igual el trabajo en los muelles de Correos: descargar lo que llegaba, pasar los bultos por el scanner, volver a subirlo a un carro y llevarlo a distribuir. A media jornada, la operación inversa: scannear, montar carros, embarcarlos.

Aquel viernes había huelga de transportes. Pili y sus compañeros tenían que cumplir su turno, pero solamente había entrado un camión: uno que conducía un funcionario de la casa, los demás estaban de huelga o parados por piquetes, y no habían llegado.

El camionero, Germán, un vascote grande un roble y casi tan rudo, había subido a la sala de descanso, a consumir cafés de máquina. No podía salir si no llegaba primero su camión de enlace, y no parecía que fuese a hacerlo.
La una de la mañana, las dos…

Sólo hay algo más aburrido que trabajar en el turno de noche en el pabellón de Correos: que no haya trabajo para al menos mantenerse despierto. Los compañeros de Pili se fueron quedando dormidos en alguno de los carros que esperaban salida en los muelles: los impresos pueden ser muy cómodos para tumbarse, pensó ella.
Pero Pili no tenía sueño.

Así que decidió subir a la sala de cafés, si entraba algún camión ya enviarían al guarda de seguridad a reclamarla.
Germán hacía un solitario con una baraja española.

-- ¿Hace un tute? – preguntó al verla entrar.
-- No juego hace años, me vas a ganar seguro –replicó ella-.
-- ¿Partida de seis? Te doy un juego de ventaja – propuso él – Venga, que sean dos.
-- No tengo dinero – explicó Pili— Tengo la cartera en la taquilla.
-- Sólo es por no dormirme, si sigo tomando café mearé negro –apostilló Germán.
-- De acuerdo, pues – aceptó ella, imitando su acento vasco.

Pili sacó un tute de caballos, luego uno de reyes, en otro juego cantó cuarenta, veinte en bastos y veinte en copas.

-- ¿Eres bruja? – le preguntó Germán – Nunca he visto a nadie tener tanta suerte con las cartas.
-- Tengo buena noche. Lástima no haber apostado nada – se lamentó ella.
-- Venga, te pago los juegos en chupitos.

Y Germán sacó una botella de tequila de su mochilla de camionero,
junto con dos pequeños vasos metálicos.

-- Chico preparado.
-- La cabina es muy solitaria, el tequila da el calor que uno no tiene.

Siguieron jugando…Pero con cada juego, Germán servía un tequila.
Al cuarto, Pili avisó:

-- Nunca había probado el tequila, creo que me está sentando mal.
-- ¿Y qué? Eres funcionaria, nadie te va a decir nada si te has mareado en el curro. Di que tienes la regla.
-- No la tengo. Estoy ovalando.
-- ¿Y es verdad eso que dicen de que cuando ovuláis os ponéis cachondas?
-- ¿Tu mujer no te lo ha contado?
-- Mi mujer duerme con pijama de algodón, y cuando tiene la regla, se cambia hasta de cama.
-- Jaja…¿y la regla le dura todo el mes?
-- A veces…--confesó Germán, barajando de nuevo las cartas tras servir un nuevo chupito.
-- Será que tú no le das lo que necesita --- picó Pili.
--¿Te crees que no tengo lo que hace falta? – la amenazó Germán hinchando los bíceps.
-- No lo sé…¿lo echamos a las cartas?

Pili se sorprendió de haberlo dicho. El tequila debía estar soltando sus instintos.

-- ¿Strip poker? – preguntó Germán.-- Strip tute – alegó ella.

Y lo hicieron.
Primer juego. Ganó Pili.

-- Quítate la camisa.
-- Mmm, buenos músculos.

“Qué bueno que está”, pensó Pili. “Debajo de la roña de su ropa no se notaba”.
Segundo juego. Ganó Pili.

-- El cinturón.
Tercer juego. Pili.
-- Los zapatos.
-- Los zapatos no son ropa – protestó ella.
-- Vale, los calcetines, pues. – aceptó Germán.
Cuarto juego. Germán.
-- Van botas y calcetines – se quita Pili las reglamentarias.
Quinto juego.
Gana Pili.
-- ¿Te asustarás de verme en gayumbos? – pregunta Germán.
-- Yo no, pero las cámaras de seguridad puede – Pili señala a las cámaras de vigilancia que hay en la sala.
-- ¿Hay algún sitio que no controles esos chismes? – pregunta Germán.

-- El almacén – responde automáticamente Pili. Ha ido con sus compañeros a veces a fumar maría a ese sitio, el único espacio no controlado por las cámaras—Eso o los vestuarios.
-- Vale, ¿mudamos la partida al almacén?
-- De acuerdo.

Un chupito más para el viaje, y se van los dos por la escalera de incendios hasta el almacén.
Llegar al almacén y quitarse Germán los pantalones, todo uno.
Se sientan en una esquina, entre carros de sacas vacías, y siguen la partida.
Sexto juego. Gana Germán. Pili se anima, se toma un chupito extra, y se quita la camisa.

-- Lindo sujetador.
-- Lindos gayumbos.

Cuatro a dos. Nuevo reparto de cartas.
Gana Pili.
Antes de poder protestar, Germán se ha quitado los calzoncillos, dejando al aire su aparato, evidentemente empalmado y evidentemente considerable.

-- ¡Joder¡… -- se le escapa a Pili.
-- Si te empeñas…-- alega él.

Y antes de poder pensar si es el tequila, la noche de huelga o las horas de la madrugada, Pili se encuentra metiéndose en la boca la polla inmensa que acaba de quedar al aire.
Chupa, chupa, chupa…y aquello sigue creciendo.
Pili traga,traga, pero su polla sigue creciendo dentro de su boca…

-- No puedo – farfulla, soltando su bocado.
-- ¿Y qué puedes?

Pili se levanta, se baja los pantalones del uniforme a la vez que su tanga y se coloca a gatas, enseñando su grupa.
Germán pilla la insinuación y no duda en embestir el agujero húmedo que se le presenta.
Apenas entra, Pili se queja.

-- Ays, me matan las rodillas.
-- Joder¡¡

El camionero mira alrededor, al lado hay un carro medio lleno de sacas para remendar, dispuestas para ser enviadas al almacén central. Sale de Pili, la levanta por la cintura y la tumba en el mismo movimiento sobre las sacas.

-- ¿Bocarriba también te gusta? – le pregunta, según entra.
-- Fóllame y verás—responde Pili, abriendo más aún las piernas, para rodearle con ellas.

Pîli cierra los ojos y sólo se concentra en sentir, adentro, adentro, adentro…más, más, más…¡Qué gusto! Esto es llenarla y no lo que hace su marido con su minipolla…Germán gime, parece que va a irse, jo…ella no quiere, aún no ha llegado. Nota un chorro, se ha ido, seguro, …qué rabia.
Chofff…Germán ha salido, ella va a abrir los ojos cuando nota que de nuevo la llenan. Mira. Es el guarda de seguridad, con mirada de sátiro.
El cabrón debió de haberlos seguido desde la sala de descanso. Y se la está metiendo hasta el fondo…

-- Menuda porra tienes…-- comenta Pili, acomodándose mejor entre las sacas.
-- Toda tuya, putilla.

Y sube las piernas por delante de sus hombros, para sentirle más adentro, más fuerte, más, más, más…
Y ahora sí, con los talones detrás de la nuca del segurata que ni se ha quitado la gorra, Pili siente cómo le llega un orgasmo brutal que hacía meses no tenía…

-- Vete a la ducha – le dice el segurata. –He apagado las cámaras un rato, ya haré un parte de incidencias.

Sin mirarles, mientras el camionero y el guarda se terminan de colocar la ropa, Pili coge su ropa y se va desnuda hasta los vestuarios de chicas. Es la única mujer trabajando esa noche en el pabellón, sabe que no habrá nadie más.

-- Guardadme las cartas – dice antes de salir con las botas en la mano.El cartero señora...
puta relato

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