Soy novato y posteo esto para ver qeu onda la respuesta de la gente de P! ya me voy a jugar con algo mejor...
Una calurosa noche de verano fue aquella en la que me tocó quedarme a cuidar a mi abuela en el hospital, durante una recaída.
Durmió casi toda la noche producto de los calmantes y sólo un par de veces me llamó para que le diera agua.
Silencio total en el nosocomio, mi único entretenimiento era ir hasta la cocina, ubicada en la misma área de adultos, a prepararme un té, o salir a fumar un cigarrillo a la azotea.
Leía con escaso interés una revista vieja cuando llegó Azucena.
En primer momento no le presté mucha atención, sólo me limité a saludarla y a observar cómo le cambiaba el suero a mi abuela, pero fue cuando se inclinó sobre ella para tomarle el pulso o qué sé yo cuando realmente la observé.
Lo primero que me llamó la atención fueron sus tremendas tetas, enormes, redondas, rosadas, mostrándose generosamente gracias a su inclinación. Tuve mis dudas, pero creí que no llevaba corpiño, lo que comprobaría más tarde.
Mientras mis ojos estaban perdidos en esas magníficas montañas, con una cara llena de picardía me miró, haciéndome ruborizar y fue cuando salí al pasillo.
- Esta todo controlado y perfecto, bebé -me dijo al salir-, duerme como un angelito y el suero está muy bien dosificado. Cualquier cosita me avisás, estoy en la guardia.
Y se alejó, bamboleando un enorme trasero que marcaba el corto delantal blanco, entrando unos metros más adelantes por la galería, en la guardia.
Tendría unos 50 y pico de años, de 1,60 m de estatura, bastante gordita pero con una cintura muy bien formada, piernas muy bonitas, amplias caderas, una pechuga impresionante y una cara de pícara que me volvió loco, y además un ensortijado cabello rubio muy bien cuidado; así era Azucena.
Qué fantasías me nacieron con esa mujer, si tuve una terrible erección y hasta pensé en encerrarme en el baño para hacerme una soberana paja, cosa que no hice y opté por salir a fumar un cigarrillo a la azotea.
Al regresar entré en la habitación y todo seguía normal. Luego miré hacia la guardia y allí estaba Azucena, escribiendo algo en unas planillas. Decidí tentar mi suerte y me dirigí hacia la cocina, que estaba metros más adelante de donde ella se encontraba.
- Me voy a preparar un té, ¿quiere que le haga uno? -pregunté al pasar junto a ella.
- ¡Ay, dulce! No sabés cuánto te lo agradecería -respondió, excitándome aún más con el tono meloso conque me habló.
En la pequeña cocinita preparé dos tazas y pensé en mi próxima movida, fantaseando a mil y al mismo tiempo apareciéndose posibilidades pesimistas de que algo sucediera.
Regresé donde ella y le di su té, que me agradeció con una hermosa y amplia sonrisa. Coloqué mi taza sobre el mostrador e inicié la conversación.
- Qué calor que hace, ¿verdad? -comenté, haciendo gala de mi originalidad.
- ¡Ay, sí, está terrible! Te ha tocado cuidar a la nona, ¿eh?
- Sí, mis viejos trabajan temprano y me ofrecí, pero me tendría que haber traído algunas revistas, realmente es aburridísimo quedarse solo.
- La verdad que sí. Siempre tengo trabajo, pero de todos modos me aburro mucho. ¿Y tu novia no te vino a acompañar?
- No tengo -mentí-, cortamos hace un mes y bueno, ahí estamos.
- No te preocupés, por ahí se arreglan o te conseguís otra, sos un pichón recién... ¿qué edad tenés?
- Tengo 23.
- ¡Puff! Recién estás aprendiendo a volar, tenés tiempo de sobra.
- Sí, pero como usted dijo, sería bueno estar acompañado en un momento como este.
- Bueno, bebé, pero ahora estás conversando conmigo, ¿no?
- Claro, pero tampoco la quiero interrumpir.
- Nada que ver, si relleno formularios para no dormirme. Yo me llamo Azucena, ¿y vos?
- Soy Augusto -respondí susurrando... hablábamos susurrando, después de todo se trataba de un hospital.
Charlamos de banalidades unos minutos, mientras yo la miraba disimuladamente, imaginándola desnuda. Su boca de gruesos labios me despertaba un intenso deseo de besarla, y aquellos ojos negros de mirar profundo me llenaban de lujuria.
La situación me había excitado tanto que me afanaba en ocultar la erección que tenía bajo mis bermudas. No sé si lo notó, pero en un momento dado la conversación giró sobre mi noviazgo supuestamente frustrado.
- Y sí, la verdad que la extraño mucho... aunque no sé si a ella precisamente, me refiero a que para esta época es mejor no estar solo. Ya me pasé un mes de primavera sin... sin novia.
- Mmmm, pícaro... a tu edad y sin novia debés estar que volás.
Me sonrojó más su mirar lascivo que el comentario, pero entendí que me estaba dando pie.
- Pues la verdad que sí, usted sabe cómo son estas cosas.
- Pero no debe costarte trabajo conseguir una chica, sos un bebé muy lindo. ¡Decí que tengo 55 años, que sino me tiraba un lance!
- En algunas cosas la edad no tiene nada que ver.
- No te creas, una vieja como yo tiene que andar con viejos.
- ¿Por qué? ¿Por "el que dirán"?
- ¡No, mi amor! "El que dirán" no me importa nada, me refiero a que la gente siempre busca a personas de su edad, qué muchacho como vos se va a interesar en una vieja como yo.
- Oiga, Azucena, que usted es una mujer muy atractiva.
- ¡Ah! Lo decís de piropeador que sos, nomás.
- Lo digo sinceramente... tiene una cara muy bonita y su... figura es muy sensual.
- ¿Te parece?
- Prefiero no decir nada a mentir, así que es verdad.
- ¿Sensual dijiste? -preguntó interesada en su ego.
- Eso dije, es llamativa, agradable y muy sensual.
Entonces fue cuando sí se dio cuenta de mi excitación, ya que dejé de ocultar mi erección y quizá mi modo de hablar también era obvio.
- Parece que me miraste demasiado, ¿eh? -murmuró coqueta.
- Cómo no mirarla, debería ser ciego.
- ¿Y viste algo que te gustó? -agregó, inclinándose nuevamente para mostrarme el canal de sus tetas.
- Bastante, aunque me dan ganas de mirar más.
- ¿Y ganas de qué otra cosa te dan? -continuó, entornando los ojos y acercándose.
- Ganas de tener algo con usted -contesté, animándome a posar una mano sobre sus senos, mientras sentía que su diestra me tomaba del bulto suavemente.
- ¡Uy, bebito... estás que ardés! -dijo mientras me sobaba.
Yo comencé a magrearle más los pechos e intenté besarla, pero me detuvo.
- No, aquí no, vení por acá -y me condujo a por la oscura galería hasta una habitación cuya puerta cerró con llave apenas pasamos. En la oscuridad la abracé y mi boca buscó la suya, encontrándola abierta, con una lengua intensa que se entrelazó a la mía.
Su mano se apoyó nuevamente mi bulto y comenzó a manosearme con mayor violencia, mientras las mías se metieron bajo su delantal y apoderándose de sus nalgas comenzaron a brindarle un masaje lleno de lascivia.
Mmmmm... qué calentura que tenía... me daba miedo de acabar vestido y mancharme todo, pero mi temor era de llegar al orgasmo sin haberla cogido.
Me llevó hasta una ventana para que la claridad exterior nos iluminara un poco, y arrodillándose sobre una bolsa o algo, me bajó las bermudas con slip y todo, de un tirón, y atrapó con una mano mi pija, que saltó como un resorte al verse liberada.
Claro que mi miembro no estaría suelto mucho tiempo, aunque su nueva cárcel era deliciosa: la boca de Azucena.
Virtualmente se la tragó, y comenzó a chuparme con tales bríos que me sentí vibrar, y me esforcé en demorar la leche para disfrutar cuanto pudiera de aquella soberana mamada.
La miré y me volvió loco ver cómo mi verga entraba y salía de esa magnífica boquita... pero también la visión de aquellos lujuriosos ojos fijos en los míos, mientras ronroneaba.
La enfermera chupaba al tiempo que con una mano se apretaba los pezones y con la otra se masturbaba. Era algo maravilloso, realmente maravilloso, tanto que hasta casi lamenté sentir que me venía, pues era el anuncio de que parte de la fiesta se terminaba.
Pensé que se la sacaría de la boca, pero al darse cuenta que estaba por acabar apuró la chupada, más y más fuerte, gimiendo de placer... a esa altura mis manos habían tomado su cara y bombeaba... estaba cogiéndole la boca, y me sorprendió todo lo que se la tragó cuando mi glande comenzó a latir, escupiendo gruesos chorros de esperma que la veterana bebió fascinada, suspirando con cada trago y chupando más y más.
Me aferré a la pared para no perder el equilibrio ante semejante gozada, y cuando el clímax había pasado abrí los ojos, mirando a mi amante aún enceguecida, masturbándose, manoseándose las tetas y chupándome los huevos.
Era su turno de acabar, me dije, y arrodillándome la empujé suavemente, haciéndola tender sobre el suelo. Se dio cuenta de mis intenciones y me ayudó a quitarle la bombacha. La prenda estaba húmeda, y la guardé en el bolsillo lateral de mis bermudas, me propuse llevarla como souvenir.
Su concha estaba mojada y caliente, y tenía ese delicioso perfume de hembra en celo. Besé sus muslos y avancé hasta encontrarme con la delicada piel de su entrepierna. Me di cuenta de que se moría por gritar, pero se mordía los labios para guardar silencio. Sus manos me tomaron del cabello y empujó mi cabeza hasta aplastarme la cara en su regazo; entonces comencé a chupar la empapada zorra y me encantó el sabor de sus flujos. Mi lengua la cogía arrancándole gemidos de gusto, y más aún cuando mis labios apretaron su clítoris y lo comencé a succionar.
Fueron varios los orgasmos que le hice tener así, masturbándola con mi boca, sin dejarla descansar lo más mínimo. Estaba tan sediento de sus jugos que me baboseaba todo con esa zorra riquísima, a la que sí le daba respiro cuando llevaba mi lengua hasta su ano, el cual también mojaba y lograba meter la punta.
A todo esto mi pija estaba más que recuperada y lista para dar gustito a la vieja enfermera, por lo que dejando de chuparla me incorporé y me eché arriba suyo, siendo recibido con un abrazo casi furioso y un beso de lengua que me puso más al tope aún.
Ella agarró mi pija y la condujo hasta su cueva... entonces empujé suavemente, metiéndole apenas el glande, y jugué unos segundos allí para sacársela. Ella protestó, pero poco tiempo ya que de nuevo le metí la punta, jugué unos segundos y otra vez se la saqué. Repetí ese truco varias veces, hasta que la enfermera estaba convertida en una yegua alzada.
Fue cuando, teniendo el glande en su mojadísima cavidad, se la clavé hasta los testículos, tapándole la boca con la mía para ahogarle un grito.
Así, abotonados, comencé a bombear enceguecido, mientras sus manos se clavaban en mis nalgas, haciendo mis movimientos más furiosos.
- ¡Ay... pendejo rico... qué gustito le estás dando a la viejita chota...! -jadeaba la muy calentona.
- Azu... Azu... estás más rica que cualquier pendeja de mi edad -le respondí, mientras bombeaba y chupaba sus gordos y sabrosos pezones.
Mis palabras la pusieron a full... creo que saberse más excitante que chicas jóvenes era un afrodisíaco potentísimo para su ego. Creo eso pues me rogó que se lo repitiera varias veces, y como me encantaba verla tan caliente así lo hice.
Cogiéndola llegó a otro orgasmo, que por suerte no compartí pues tras el primero logré controlar la situación. Sacándosela cuando noté que se sació momentáneamente, me acomodé en la pose de cucharita y se dio cuenta de qué buscaba algo más.
- ¿Qué querés hacerme, bebé?
- Quiero culearte, mami...
- No, amor... la cola no...
- Sí, sí, no seas mala, mami... dame ese agujerito que me muero -le rogué, mientras mi guasca, empapada con mi leche y su flujo, se apoyaba en la estrecha cuevita, frotándose y mojándolo.
Seguía negándose, pero era casi nula la resistencia que ponía, así logré empujar lo suficiente como para meterle la punta de la pija.
- Relajate, Azu... así... así... no hagás fuerza así dejás que entre... mmmmmm...,,,,,
Dicho y echo, mi verga empezó a meterse entre esas enormes nalgas rosadas, siendo recibidas por un calor delicioso y acompañado por un gemido profundo y ahogado, hasta que mis testículos chocaron contra sus glúteos y ya no podía meterme más.
Sin moverme aún busqué con mi diestra su concha y comencé a frotarla mientras le metía algunos dedos, en tanto con la izquierda, pasando bajo su humanidad, le atrapé una de sus gloriosas tetas, que empecé a apretar, al tiempo que mi boca chupaba su derecha, que sabía exquisita.
Entonces sí inicié el bombeo... bombee y bombee como un poseso, mientras la veterana reprimía sus jadeos y acompañaba el movimiento. Tuve que concentrarme mucho para no acabarle, pero cuando noté que ella iba a hacerlo, me apuré y así llegamos juntos. Ella vibró con un intenso orgasmo, mientras mi guasca escupía una descarga impresionante de semen en su magnífico ano.
Nos quedamos así, abotonados y abrazados, largos minutos, hasta que temimos quedarnos dormidos y nos desenganchamos, poniéndonos de pie.
- Me mataste, bebito -me dijo, dándome un beso lleno de dulzura, acariciándome el cabello.
- Sos fabulosa, Azu, de verdad que mejor que cualquier chica de mi edad.
- ¡Me voy a enamorar de vos, guachito! ¿Mi bombacha?
- Dejámela como recuerdo, por favor -le pedí, dándole un pañuelo para que se limpiara.
Salió ella primero, siguiéndola cuando me avisó que no había nadie.
De inmediato fue al baño de la guardia mientras hice lo propio en la habitación de la abuela. Después, relajado, me recosté en la cama de al lado y dormité un rato, hasta las cuatro de la mañana. Azucena vino acompañada de una médica, que con cara de sueño auscultó brevemente a mi abuela, dedicándose después a leer su historia clínica. Mi enfermera, acercándose, me acarició disimuladamente las rodillas, mientras mis manos palparon su tremenda cola.
Al irse ambas, Azucena me miró y pasó la lengua por sus labios. Diez minutos después, cuando la doctora terminó la ronda, fui a la guardia.
- Azu, ¿vamos otro ratito? -le susurré, metiendo la mano bajo su delantal y acariciándole su entrepierna desnuda.
Se hizo la cansada, pero como un juego para excitarme, cosa que no era necesaria. De todos modos vencí esa falsa resistencia y cinco minutos más tarde estábamos acoplados nuevamente en el cuarto oscuro, cogiendo con más tranquilidad y dedicándonos más mimos.
Mi abuela se recuperó y tras serle dada el alta, volví muchas veces al hospital durante la guardia de Azucena, encerrándonos en el cuarto de servicio a coger divinamente.
Ella estaba en pareja con un taxista, un tipo de lo más langa que, según me enteré con el tiempo, tenía de amante a una mina más joven. Obvio que jamás le fui con el chisme a Azucena, pero confío en que ella sabía de tal infidelidad.
Lo cierto es que también muchas veces la visité en su casa, acostándonos en un cuarto de huéspedes, donde miles de orgasmos nos dieron placer. Lamentablemente todo termina, y los encuentros se fueron haciendo más esporádicos, hasta que los planes de cada uno terminaron por interrumpirla continuidad.
Sin embargo hoy, a diez años de aquella maravillosa aventura, ella con 66 y yo con 33, cada tanto nos ponemos de acuerdo y fijamos una cita.
Ocurre pocas veces por año, pero realmente debo confesar que cogemos como si fuera la última vez que lo haremos en nuestras vidas...
no pido puntos, solo comentarios...gracias
fuente: http://petardas.superforos.com/viewtopic.php?t=15855&sid=351d578782d15011f21535bf9aa0b862
Una calurosa noche de verano fue aquella en la que me tocó quedarme a cuidar a mi abuela en el hospital, durante una recaída.
Durmió casi toda la noche producto de los calmantes y sólo un par de veces me llamó para que le diera agua.
Silencio total en el nosocomio, mi único entretenimiento era ir hasta la cocina, ubicada en la misma área de adultos, a prepararme un té, o salir a fumar un cigarrillo a la azotea.
Leía con escaso interés una revista vieja cuando llegó Azucena.
En primer momento no le presté mucha atención, sólo me limité a saludarla y a observar cómo le cambiaba el suero a mi abuela, pero fue cuando se inclinó sobre ella para tomarle el pulso o qué sé yo cuando realmente la observé.
Lo primero que me llamó la atención fueron sus tremendas tetas, enormes, redondas, rosadas, mostrándose generosamente gracias a su inclinación. Tuve mis dudas, pero creí que no llevaba corpiño, lo que comprobaría más tarde.
Mientras mis ojos estaban perdidos en esas magníficas montañas, con una cara llena de picardía me miró, haciéndome ruborizar y fue cuando salí al pasillo.
- Esta todo controlado y perfecto, bebé -me dijo al salir-, duerme como un angelito y el suero está muy bien dosificado. Cualquier cosita me avisás, estoy en la guardia.
Y se alejó, bamboleando un enorme trasero que marcaba el corto delantal blanco, entrando unos metros más adelantes por la galería, en la guardia.
Tendría unos 50 y pico de años, de 1,60 m de estatura, bastante gordita pero con una cintura muy bien formada, piernas muy bonitas, amplias caderas, una pechuga impresionante y una cara de pícara que me volvió loco, y además un ensortijado cabello rubio muy bien cuidado; así era Azucena.
Qué fantasías me nacieron con esa mujer, si tuve una terrible erección y hasta pensé en encerrarme en el baño para hacerme una soberana paja, cosa que no hice y opté por salir a fumar un cigarrillo a la azotea.
Al regresar entré en la habitación y todo seguía normal. Luego miré hacia la guardia y allí estaba Azucena, escribiendo algo en unas planillas. Decidí tentar mi suerte y me dirigí hacia la cocina, que estaba metros más adelante de donde ella se encontraba.
- Me voy a preparar un té, ¿quiere que le haga uno? -pregunté al pasar junto a ella.
- ¡Ay, dulce! No sabés cuánto te lo agradecería -respondió, excitándome aún más con el tono meloso conque me habló.
En la pequeña cocinita preparé dos tazas y pensé en mi próxima movida, fantaseando a mil y al mismo tiempo apareciéndose posibilidades pesimistas de que algo sucediera.
Regresé donde ella y le di su té, que me agradeció con una hermosa y amplia sonrisa. Coloqué mi taza sobre el mostrador e inicié la conversación.
- Qué calor que hace, ¿verdad? -comenté, haciendo gala de mi originalidad.
- ¡Ay, sí, está terrible! Te ha tocado cuidar a la nona, ¿eh?
- Sí, mis viejos trabajan temprano y me ofrecí, pero me tendría que haber traído algunas revistas, realmente es aburridísimo quedarse solo.
- La verdad que sí. Siempre tengo trabajo, pero de todos modos me aburro mucho. ¿Y tu novia no te vino a acompañar?
- No tengo -mentí-, cortamos hace un mes y bueno, ahí estamos.
- No te preocupés, por ahí se arreglan o te conseguís otra, sos un pichón recién... ¿qué edad tenés?
- Tengo 23.
- ¡Puff! Recién estás aprendiendo a volar, tenés tiempo de sobra.
- Sí, pero como usted dijo, sería bueno estar acompañado en un momento como este.
- Bueno, bebé, pero ahora estás conversando conmigo, ¿no?
- Claro, pero tampoco la quiero interrumpir.
- Nada que ver, si relleno formularios para no dormirme. Yo me llamo Azucena, ¿y vos?
- Soy Augusto -respondí susurrando... hablábamos susurrando, después de todo se trataba de un hospital.
Charlamos de banalidades unos minutos, mientras yo la miraba disimuladamente, imaginándola desnuda. Su boca de gruesos labios me despertaba un intenso deseo de besarla, y aquellos ojos negros de mirar profundo me llenaban de lujuria.
La situación me había excitado tanto que me afanaba en ocultar la erección que tenía bajo mis bermudas. No sé si lo notó, pero en un momento dado la conversación giró sobre mi noviazgo supuestamente frustrado.
- Y sí, la verdad que la extraño mucho... aunque no sé si a ella precisamente, me refiero a que para esta época es mejor no estar solo. Ya me pasé un mes de primavera sin... sin novia.
- Mmmm, pícaro... a tu edad y sin novia debés estar que volás.
Me sonrojó más su mirar lascivo que el comentario, pero entendí que me estaba dando pie.
- Pues la verdad que sí, usted sabe cómo son estas cosas.
- Pero no debe costarte trabajo conseguir una chica, sos un bebé muy lindo. ¡Decí que tengo 55 años, que sino me tiraba un lance!
- En algunas cosas la edad no tiene nada que ver.
- No te creas, una vieja como yo tiene que andar con viejos.
- ¿Por qué? ¿Por "el que dirán"?
- ¡No, mi amor! "El que dirán" no me importa nada, me refiero a que la gente siempre busca a personas de su edad, qué muchacho como vos se va a interesar en una vieja como yo.
- Oiga, Azucena, que usted es una mujer muy atractiva.
- ¡Ah! Lo decís de piropeador que sos, nomás.
- Lo digo sinceramente... tiene una cara muy bonita y su... figura es muy sensual.
- ¿Te parece?
- Prefiero no decir nada a mentir, así que es verdad.
- ¿Sensual dijiste? -preguntó interesada en su ego.
- Eso dije, es llamativa, agradable y muy sensual.
Entonces fue cuando sí se dio cuenta de mi excitación, ya que dejé de ocultar mi erección y quizá mi modo de hablar también era obvio.
- Parece que me miraste demasiado, ¿eh? -murmuró coqueta.
- Cómo no mirarla, debería ser ciego.
- ¿Y viste algo que te gustó? -agregó, inclinándose nuevamente para mostrarme el canal de sus tetas.
- Bastante, aunque me dan ganas de mirar más.
- ¿Y ganas de qué otra cosa te dan? -continuó, entornando los ojos y acercándose.
- Ganas de tener algo con usted -contesté, animándome a posar una mano sobre sus senos, mientras sentía que su diestra me tomaba del bulto suavemente.
- ¡Uy, bebito... estás que ardés! -dijo mientras me sobaba.
Yo comencé a magrearle más los pechos e intenté besarla, pero me detuvo.
- No, aquí no, vení por acá -y me condujo a por la oscura galería hasta una habitación cuya puerta cerró con llave apenas pasamos. En la oscuridad la abracé y mi boca buscó la suya, encontrándola abierta, con una lengua intensa que se entrelazó a la mía.
Su mano se apoyó nuevamente mi bulto y comenzó a manosearme con mayor violencia, mientras las mías se metieron bajo su delantal y apoderándose de sus nalgas comenzaron a brindarle un masaje lleno de lascivia.
Mmmmm... qué calentura que tenía... me daba miedo de acabar vestido y mancharme todo, pero mi temor era de llegar al orgasmo sin haberla cogido.
Me llevó hasta una ventana para que la claridad exterior nos iluminara un poco, y arrodillándose sobre una bolsa o algo, me bajó las bermudas con slip y todo, de un tirón, y atrapó con una mano mi pija, que saltó como un resorte al verse liberada.
Claro que mi miembro no estaría suelto mucho tiempo, aunque su nueva cárcel era deliciosa: la boca de Azucena.
Virtualmente se la tragó, y comenzó a chuparme con tales bríos que me sentí vibrar, y me esforcé en demorar la leche para disfrutar cuanto pudiera de aquella soberana mamada.
La miré y me volvió loco ver cómo mi verga entraba y salía de esa magnífica boquita... pero también la visión de aquellos lujuriosos ojos fijos en los míos, mientras ronroneaba.
La enfermera chupaba al tiempo que con una mano se apretaba los pezones y con la otra se masturbaba. Era algo maravilloso, realmente maravilloso, tanto que hasta casi lamenté sentir que me venía, pues era el anuncio de que parte de la fiesta se terminaba.
Pensé que se la sacaría de la boca, pero al darse cuenta que estaba por acabar apuró la chupada, más y más fuerte, gimiendo de placer... a esa altura mis manos habían tomado su cara y bombeaba... estaba cogiéndole la boca, y me sorprendió todo lo que se la tragó cuando mi glande comenzó a latir, escupiendo gruesos chorros de esperma que la veterana bebió fascinada, suspirando con cada trago y chupando más y más.
Me aferré a la pared para no perder el equilibrio ante semejante gozada, y cuando el clímax había pasado abrí los ojos, mirando a mi amante aún enceguecida, masturbándose, manoseándose las tetas y chupándome los huevos.
Era su turno de acabar, me dije, y arrodillándome la empujé suavemente, haciéndola tender sobre el suelo. Se dio cuenta de mis intenciones y me ayudó a quitarle la bombacha. La prenda estaba húmeda, y la guardé en el bolsillo lateral de mis bermudas, me propuse llevarla como souvenir.
Su concha estaba mojada y caliente, y tenía ese delicioso perfume de hembra en celo. Besé sus muslos y avancé hasta encontrarme con la delicada piel de su entrepierna. Me di cuenta de que se moría por gritar, pero se mordía los labios para guardar silencio. Sus manos me tomaron del cabello y empujó mi cabeza hasta aplastarme la cara en su regazo; entonces comencé a chupar la empapada zorra y me encantó el sabor de sus flujos. Mi lengua la cogía arrancándole gemidos de gusto, y más aún cuando mis labios apretaron su clítoris y lo comencé a succionar.
Fueron varios los orgasmos que le hice tener así, masturbándola con mi boca, sin dejarla descansar lo más mínimo. Estaba tan sediento de sus jugos que me baboseaba todo con esa zorra riquísima, a la que sí le daba respiro cuando llevaba mi lengua hasta su ano, el cual también mojaba y lograba meter la punta.
A todo esto mi pija estaba más que recuperada y lista para dar gustito a la vieja enfermera, por lo que dejando de chuparla me incorporé y me eché arriba suyo, siendo recibido con un abrazo casi furioso y un beso de lengua que me puso más al tope aún.
Ella agarró mi pija y la condujo hasta su cueva... entonces empujé suavemente, metiéndole apenas el glande, y jugué unos segundos allí para sacársela. Ella protestó, pero poco tiempo ya que de nuevo le metí la punta, jugué unos segundos y otra vez se la saqué. Repetí ese truco varias veces, hasta que la enfermera estaba convertida en una yegua alzada.
Fue cuando, teniendo el glande en su mojadísima cavidad, se la clavé hasta los testículos, tapándole la boca con la mía para ahogarle un grito.
Así, abotonados, comencé a bombear enceguecido, mientras sus manos se clavaban en mis nalgas, haciendo mis movimientos más furiosos.
- ¡Ay... pendejo rico... qué gustito le estás dando a la viejita chota...! -jadeaba la muy calentona.
- Azu... Azu... estás más rica que cualquier pendeja de mi edad -le respondí, mientras bombeaba y chupaba sus gordos y sabrosos pezones.
Mis palabras la pusieron a full... creo que saberse más excitante que chicas jóvenes era un afrodisíaco potentísimo para su ego. Creo eso pues me rogó que se lo repitiera varias veces, y como me encantaba verla tan caliente así lo hice.
Cogiéndola llegó a otro orgasmo, que por suerte no compartí pues tras el primero logré controlar la situación. Sacándosela cuando noté que se sació momentáneamente, me acomodé en la pose de cucharita y se dio cuenta de qué buscaba algo más.
- ¿Qué querés hacerme, bebé?
- Quiero culearte, mami...
- No, amor... la cola no...
- Sí, sí, no seas mala, mami... dame ese agujerito que me muero -le rogué, mientras mi guasca, empapada con mi leche y su flujo, se apoyaba en la estrecha cuevita, frotándose y mojándolo.
Seguía negándose, pero era casi nula la resistencia que ponía, así logré empujar lo suficiente como para meterle la punta de la pija.
- Relajate, Azu... así... así... no hagás fuerza así dejás que entre... mmmmmm...,,,,,
Dicho y echo, mi verga empezó a meterse entre esas enormes nalgas rosadas, siendo recibidas por un calor delicioso y acompañado por un gemido profundo y ahogado, hasta que mis testículos chocaron contra sus glúteos y ya no podía meterme más.
Sin moverme aún busqué con mi diestra su concha y comencé a frotarla mientras le metía algunos dedos, en tanto con la izquierda, pasando bajo su humanidad, le atrapé una de sus gloriosas tetas, que empecé a apretar, al tiempo que mi boca chupaba su derecha, que sabía exquisita.
Entonces sí inicié el bombeo... bombee y bombee como un poseso, mientras la veterana reprimía sus jadeos y acompañaba el movimiento. Tuve que concentrarme mucho para no acabarle, pero cuando noté que ella iba a hacerlo, me apuré y así llegamos juntos. Ella vibró con un intenso orgasmo, mientras mi guasca escupía una descarga impresionante de semen en su magnífico ano.
Nos quedamos así, abotonados y abrazados, largos minutos, hasta que temimos quedarnos dormidos y nos desenganchamos, poniéndonos de pie.
- Me mataste, bebito -me dijo, dándome un beso lleno de dulzura, acariciándome el cabello.
- Sos fabulosa, Azu, de verdad que mejor que cualquier chica de mi edad.
- ¡Me voy a enamorar de vos, guachito! ¿Mi bombacha?
- Dejámela como recuerdo, por favor -le pedí, dándole un pañuelo para que se limpiara.
Salió ella primero, siguiéndola cuando me avisó que no había nadie.
De inmediato fue al baño de la guardia mientras hice lo propio en la habitación de la abuela. Después, relajado, me recosté en la cama de al lado y dormité un rato, hasta las cuatro de la mañana. Azucena vino acompañada de una médica, que con cara de sueño auscultó brevemente a mi abuela, dedicándose después a leer su historia clínica. Mi enfermera, acercándose, me acarició disimuladamente las rodillas, mientras mis manos palparon su tremenda cola.
Al irse ambas, Azucena me miró y pasó la lengua por sus labios. Diez minutos después, cuando la doctora terminó la ronda, fui a la guardia.
- Azu, ¿vamos otro ratito? -le susurré, metiendo la mano bajo su delantal y acariciándole su entrepierna desnuda.
Se hizo la cansada, pero como un juego para excitarme, cosa que no era necesaria. De todos modos vencí esa falsa resistencia y cinco minutos más tarde estábamos acoplados nuevamente en el cuarto oscuro, cogiendo con más tranquilidad y dedicándonos más mimos.
Mi abuela se recuperó y tras serle dada el alta, volví muchas veces al hospital durante la guardia de Azucena, encerrándonos en el cuarto de servicio a coger divinamente.
Ella estaba en pareja con un taxista, un tipo de lo más langa que, según me enteré con el tiempo, tenía de amante a una mina más joven. Obvio que jamás le fui con el chisme a Azucena, pero confío en que ella sabía de tal infidelidad.
Lo cierto es que también muchas veces la visité en su casa, acostándonos en un cuarto de huéspedes, donde miles de orgasmos nos dieron placer. Lamentablemente todo termina, y los encuentros se fueron haciendo más esporádicos, hasta que los planes de cada uno terminaron por interrumpirla continuidad.
Sin embargo hoy, a diez años de aquella maravillosa aventura, ella con 66 y yo con 33, cada tanto nos ponemos de acuerdo y fijamos una cita.
Ocurre pocas veces por año, pero realmente debo confesar que cogemos como si fuera la última vez que lo haremos en nuestras vidas...
no pido puntos, solo comentarios...gracias
fuente: http://petardas.superforos.com/viewtopic.php?t=15855&sid=351d578782d15011f21535bf9aa0b862
10 comentarios - La enfermera que me volvio loco...
Saludos