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La caja de Pandora 1

Una mujer aparece en la vida de un hombre, alterando todo su universo y llevándole ante experiencias y realidades que nunca hubiera sospechado.

Si hay algo que me revienta es ir a las oficinas de teléfonos. Son varias las razones, la primera es que los que te atienden siempre te miran con aire de perdonavidas, tal cual si te estuviesen haciendo un favor al prestarte los servicios que prestan. El segundo motivo es que siempre hay unas filas enormes para pagar el teléfono, las cuales son casi ineludibles porque el recibo nunca te llega oportunamente a forma que lo pudieras pagar en un banco o en un supermercado.

Y para colmo, el estacionamiento es un estacionamiento precario que en sus seis cajones no puede albergar a los autos de los setenta usuarios que acudimos de manera simultánea a pagar el recibo. Lo que orilla a que encima tú estaciones tu coche y algún cabrón desconsiderado se te estacione detrás y no te deje salir. Sin embargo, no es lo único malo que puede ocurrirte, pueden pasarte muchas cosas más, sólo basta que esperes pacientemente. Los problemas llegarán y puede que llegues a amarlos, desearlos, pedírselos a Dios en tus oraciones, soñar con ellos.

Ese día pretendí llegar muy temprano a la oficina de teléfonos para evitarme el mayor número de molestias posibles. Lo malo fue que media ciudad pensó lo mismo y de todas formas no salí de mi apuro. Para variar los seis cajones del estacionamiento estaban ocupados seguramente por los autos de los seis empleados de la compañía que no tienen ninguna restricción de no usar el lugar de los indeseables clientes.

Me quedé petrificado a media calle, recibiendo un par de claxonazos, durante tres segundos que me costó enviar mi moral a la basura y convencerme de que el día de hoy me tocaría ser ese cabrón desconsiderado que no deja salir al inocente y buen ciudadano que se estaciona debidamente en el cajón.

Puse mi Mustang detrás de un espantoso Volkswagen Sedán modelo 75, y aunque mi coche también es 75, por alguna cojonuda razón el mío es clásico y el bochito es una carcacha. Debo admitir que gocé jodiendo al de adelante. Durante la fila imaginé su cara cuando saliera de las oficinas y viera un pinche Mustang detrás de su Volkswagen, como si fuese un perrillo que le oliera el trasero, o mejor dicho el mofle. Sus hombros se harían para atrás en un claro enfado, luego los dejaría caer como un perdedor, y cabizbajo regresaría al edificio, franquearía la pesada puerta de vidrio tornasol y con cara de imbécil enojado, pero en el fondo imbécil, diría "Mustang rojo. El dueño de un Mustang rojo favor de moverlo". Todos voltearían a verle y pensarían que es un completo pendejo, y por alguna razón yo me movería lento como una tortuga, él fingiría estar razonablemente encabronado, y más aun por mi paso lerdo, y aunque el mamón de la historia fuera yo, todos sentirían simpatía por mí, mientras que por el otro experimentarían una rara compasión.

Curiosamente la fila avanzó rápido. Faltando dos personas para pasar a pagar mi recibo intuí que no sería hoy el día en que me tocaba ser insoportable. Total que pasé, pagué, recogí mi comprobante y me dirigí a la puerta de salida. Mi sorpresa no pudo ser mayor cuando vi que detrás de mi Mustang estaba un Toyota Célica, casi nuevo, tentándole las nalgas para no estorbar en la tercera fila en que estaba. Alcé los brazos encabronado y luego los bajé en medio de un berrinche, y cabizbajo como un completo pendejo regresé al edificio y franqueé la pesada puerta de cristal y con mi mejor cara de histeria dije "Toyota Célica, el dueño de un Toyota Célica verde olivo favor de moverlo". Todos me miraban como al imbécil que era. Tres veces repetí la misma frase como si fuera un perico muy idiota, a diferencia de mi fantasía jodedora en que el dueño del coche estorboso se movería lento pero seguro a quitarlo, en mi caso nadie dijo ser dueño del Toyota.

Más encabronado que antes me salí de la oficina y me recargué en uno de los costados de mi Mustang, esperando que el hijo de su puta madre; dueño de ese Toyota Célica lo moviera para poder salir.
Luego de diez minutos de perder la cordura, de estar mirando para todos lados, de contar cuantos vehículos pasaban por la avenida y de ver que no cruzara un conocido que me reconociera en este predicamento tan insulso, luego de ubicar cada tienda que estaba enfrente, luego de dudar si valdría la pena almorzar mientras espero que el cretino del Toyota apareciera, después de todo enfrente estaba un puesto de almuerzos y varias gentes comían con gusto, me fui encaminando a los almuerzos, esperando que se desocupara una silla, después de todo había que sacarle buena cara a esta situación tan molesta.

Miraba los platos de los que comían sobre las banquillas individuales y alzadas del puesto de almuerzos callejero. Cruzando la calle seguía el Toyota detrás de mi Mustang. Si miraba los platos era para ver que surtido elegiría ya que me sentara, además que calculaba cuál de ellos acabaría primero. Todos comían como si les pagaran por tardarse más, y la más aventajada era una chica bajita que comía como una ardilla, hasta eso, valía la pena ponerse cerca de ella porque olía a una fragancia dulce que no alcanzaba a distinguir, además que se le dibujaban unas caderitas bastante aceptables. Su masticar era extraño, como si se riera de alguna maldad que estaba haciendo o de alguna que recordaba en ese instante, como si masticara pequeños liliputienses.

Vi que la chica ardilla se limpiaba la boca con una servilleta, pagaba y sacaba de su bolso unas llaves de auto. Se paró de su banquito y noté que realmente era muy bajita, no era una enana pero si lucía como una belleza a escala 70:100, sus tacones la elevaban a la normalidad, me sonreí, supongo que no me ligaría con una chica así de singular. Puse mayor atención, las llaves eran ciertamente de un Toyota. Mi mente era una vaporera sólo de pensar que la tipa hubiera estado viéndome histérico e iracundo y que ello no hiciera nada por apresurar la velocidad de sus mandíbulas. Bueno, nada estaba dicho, ella podía ser dueña de otro Toyota y no del que le tentaba el culo a mi Mustang.

En cuanto intentó abrir la puerta de su coche, que sí era el Toyota Célica color verde oliva, sentí la necesidad de decirle lo que fuera, así que corrí abandonando mi sitio en el puesto de comidas, provoqué un rayón de llanta de un auto al que me le atravesé por cruzar la calle furioso y sin precaución, abrí la boca y le dije:
-"¿Qué se supone que pretendes poniendo tu coche detrás del mío?"

Ella alzó un par de ojazos negros y me los clavó hasta el fondo de mi alma y sin disimulo dijo: -Darte problemas.

-¿Darme problemas...?

No podía creer semejante derroche de cinismo, sin embargo me detuve a ver a la chica y del examen que hice de sus ojos tuve una extraña visión. En esa visión el mundo era cruel y hostil, y sin embargo la dueña de estos ojos no me daría problemas, o no los consideraría yo así al menos. Me reí nerviosamente y luego dije:
-¿Pero qué clase de carbonería te traes...?- Le miraba el cuerpo, demasiado delgado para mi gusto, casi un hombre, con manos cortas, quizá blanditas, una escasa caderita y sus pechos de broma, su boca carnosa y encima de esta un ligero bigotillo que si bien no era un mostacho si le tintaba de gris el rostro, su nariz recta y larga, aunque con una hendidura en su punta, como si la nariz fuese la barbilla de una sub cara que se apoltronara en su propio rostro y esta barbilla fuera barbilla partida.

Guiñó un ojo, sonrió y me mentó mi madre con una seña de su mano. Dio un portazo a su Toyota, le dio un empellón a mi Mustang, dio reversa y se fue velozmente. Tanto cinismo me dejó petrificado que ni siquiera tuve la lucidez para arrojarle una piedra en el parabrisas, escupirle el cofre o de perdido darle un manotazo en el capacete de su coche.

Durante el día no pude desprenderme de esta escena. Por lo regular no me ocurren cosas que sean muy dignas de contar, aunque estas sean malas experiencias, no me pasa lo bueno, tampoco lo malo, me pasa lo normal, lo ordinario. Sin embargo no supe ver que aquel encuentro sería el principio de las cosas que empezarían a ocurrirme, y que ello vendría a revolucionar aquello que yo creía eran mis gustos muy definidos, mis preferencias.

En mi mente se había grabado muy bien la imagen de la chica del Toyota, y lo que más recordaba era la ambigüedad que existía en su cara sonriéndome agresivamente, tal como si buscara mi simpatía, mientras su mano de decía "ve y jode a tu puta madre, metete el dedo en el culo, cabrón"

Un segundo encuentro fue totalmente accidental, extraño también. Por causas de ecología, uno de los grandes almacenes de la ciudad cambió sus bolsas de plástico por unas de papel. El papel, como se sabe, cede muy cobardemente cuando se moja. Fue en el estacionamiento de ese centro comercial. Yo no la había visto, sino que una lata rodó hasta mi pie, yo sin dudar me agaché a recogerla y ayudarle a aquel que fuera su dueño. No sólo eso, rodaban más y más cosas porque una bolsa de papel se había desintegrado en las manos de quien la cargaba y todo se regaba entre los coches. Ya que vi el dueño de la bolsa rota la reconocí, era ella, con su cara sudada de pena o de calor, apurada. No sé qué sentí, en teoría la odiaba, pero quería ayudarle, quería restregarle su falta de cortesía y mentarle también su madre, pero nada de eso hice, junté sus latas, sus jabones, sus aguacates y sus cajas de condones...

Me jaló las cosas que le daba, como si se las estuviera robando. Puse cara de imbécil. Igual se marchó y no dijimos nada. Sólo nos vimos a los ojos, todo se me oscureció por dentro. El sabor de boca fue extraño. Creo en el destino, y esto, de alguna forma, era un tipo de destino.

El tercer encuentro fue donde las cosas comenzaron a suceder. No he dicho ni media palabra, pero tenía una novia, como casi todo el mundo, su nombre era Brenda, era alta, rubia, de cuerpo firme y en su lugar, muy atractiva. Sus caderas podrían hacer perder a cualquiera, y era bastante caliente. Lo que más me gustaba de ella era verla mientras me mamaba el sexo. Sus labios carnosos se abrían de una manera voraz, y su lengua era larga y puntiaguda, tan larga y tan puntiaguda que me daba la sensación que era un reptil que abrazaba mi pene con su lengua que era a su vez otro reptil más pequeño e independiente. Mientras me mamaba me miraba a los ojos y sonreía, sin dejar de mamar.

Aunque mamaba riquísimo, tenía sus bemoles, odiaba las corridas en la boca y se calentaba tanto mientras follabamos que se inhibía su sistema nervioso, desactivándose, quedando bastante inmóvil. Su coño no era muy carnoso, pero apretaba muy bien. Es importante esto de la lengua, pues dentro de mis manías para elegir chica está la de que tengan las manos largas y que su lengua sea también larga y puntiaguda. ¿Por qué?, no lo sé, pero lo cierto es que les compro una nieve con tal de ver como la devoran, como la lamen, y sobre todo, ver la anatomía de esa lengua. Brenda sabía de esta fijación, tan así que cuando me pedía ella que folláramos no lo hacía con palabras, sólo sacaba su aguda lengua y la movía rápido y filosamente como una cobra.

Esa vez fui al cine con Brenda, que es bastante impuntual. Llegamos y la película había empezado. Además era estreno de la película "Amores Perros" que había tenido buena publicidad. Tuvimos que quedarnos en el fondo de la sala de cine, recargados en una pequeña bardita. Cuando entramos al cine me pareció ver la silueta de la chica del Toyota, de manera que poca atención pude poner a la película, me la pasé buscándola de manera casi permanente. Tocó el intermedio.
-Voy por algo para comer, tú mientras aprovecha que han prendido las luces y observa si hay algunos asientos en que podamos estar.- Le dije a Brenda.
-Está bien, amor-

En realidad quería estar sólo para mirar por todos lados y ver a mi vieja amiga, teníamos casi un mes de saber uno del otro y la verdad no había pasado un solo día en que, saliendo a la calle no esperara encontrármela. Miré para todos lados y no la vi. Sin embargo el aire se respiraba extraño, seguro que andaba cerca.

Me metí a orinar al baño y mientras descargaba mi vejiga en el mingitorio vi que a mi lado estaba ella, parada como un hombre, orinando como un hombre, luciendo como una mujer bastante asexuada. Yo no tenía el valor de asomarme a su mingitorio para ver si tenía pene o una habilidad extraordinaria para orinar parada sin mojar sus pantalones. Ella en cambio dio un pequeño vistazo a lo que tenía yo en mi mano, evaluó, pero nada en su rostro me dio una pista de su opinión.

Pese a que sentí cierta incomodidad, no dije palabra. Sin pensar, notaba que mi pene orinaba con poca convicción, y sin embargo lo que empezaba a hacer con total convicción era hincharse. Yo no quería delatar mi interés. Sin embargo mi miembro no acataba mis razonables ordenes, y se hinchaba. Escuché que ella cerró su bragueta. El baño estaba solo, se escuchaba una reyerta afuera, como si hubiera problemas.

Ella, porque hasta ese entonces yo seguía pensando que se trataba de una mujer, me tomó de la cintura y me metió a un privado de un retrete. Se sentó en la taza luego de ponerle la tapa protectora y me puso de espaldas a la puerta y comenzó a tocar mi verga, con una suavidad y fuerza que me hacían relinchar. Con sus dos manos me tomaba del falo y de los testículos, haciendo un ovillo. Se escupió en la mano y puso mi palo entre sus dedos índice y anular, y comenzó a pajearme de una manera soberbia. Por fin mi palo estaba a su máximo tamaño.

Sentía inquietud en los huevos y el esperma comenzaba a tocar sus trompetas que iniciaran su marcha guerrera. Para mi sorpresa, ella dejó de pajearme. Miró mi verga y la analizó. Puso cara de tristeza, de gran decepción, algo así como melancolía pura. Se paró del retrete, abrió la portezuela y se salió del baño. Nada más salió y entró una avalancha de cabrones que daban señas de estar reventando sus vejigas desde hacía rato. Los miré extrañado, ¿Por qué no entraban antes si se morían de ganas de mear?.

Ellos me miraron extrañados también, y no sólo eso, también me mentaban mi madre, "hijo de puta", decían. Hasta entonces reparé que me veían extraño porque lucía extraño, así, parado frente a un retrete con tapa puesta, con la verga demasiado erecta y de fuera del pantalón.

Salí del baño pensando que Brenda seguro sospecharía que había tardado demasiado. Compré palomitas de maíz y refrescos y me apuré pues de nuevo habían apagado las luces de la sala. Seguro lucía muy extravagante, y sin embargo no le contaría nada. Ella no sabía nada acerca de esta extraña, no le había contado lo del estacionamiento y menos lo de las latas, y por supuesto no era momento para contarle de esta mujer ahora. Con semblante de hipócrita me adentré a la oscura sala del cine, diría que me sentía mal del estomago o algo así. Para mi sorpresa Brenda no había encontrado asientos, seguía parada en la bardita del pasillo final del cine.

Caminé lento, encabronado, mirando absorto que un fulano le masajeaba las nalgas con parsimonia, se las tocaba con toda la intención.
-¿Pero qué chingaderas pasa aquí?- Grité.
En el cine empezaron a abuchearme, "Shhh", "Cállate", "Vete a pelear a tu casa cabrón", el tipo corrió y se sentó quién sabe dónde.

-¿Cómo es que te tocan las nalgas y no dices nada?- dije ya en tono casi inaudible.
-No te enojes- Dijo Brenda con cinismo- Estamos parados en el fondo de la sala, pasa mucha gente, alguna de ella te rozará el culo, ni modo de hacerle pleito a todo el mundo.
-Pero el tipo no te rozó el culo, te estaba metiendo mano.
-¿Quién va a saber más, tu que no sé lo que viste en la oscuridad o yo que soy la dueña de las nalgas?
"Ya fóllense y cállense" rugió alguien dentro del cine. Todos rieron.

-Ya vez- Dijo Brenda fingiendo indignación- Me haces pasar muchas vergüenzas. Nada de esto pasaría si no te hubieras tardado tanto en el baño, ¿Qué hacías?, ¿Parías un lagarto o te pajeabas?
Ya no contesté.

De regreso a la casa yo iba hipócritamente indignado. A ser honestos, lo suyo era menos grave que lo que a mí me había ocurrido en el baño, pues ella seguro que no echó cuenta de quién era el toqueteador, y sólo consideró como un abuso agradable aquella magreada. No le creía su perorata, pues clarito vi la forma en que la tocaba, le ha de haber metido el dedo en el coño, y me tardé como un minuto en decir algo, además ella echó el culo un poquito para atrás. Igual no me iba a ponerme a oler los dedos de los sujetos que estuvieran en el cine. Sin embargo, me quedaba claro que entre la chica del Toyota y yo ya había algún tipo de obsesión.

Aproveché la culpa de Brenda, quien sugirió compensar la poca falta que hubiera tenido. Nos metimos a nuestro hotel predilecto, habitación seis, como siempre, en honor a la película de "La insoportable levedad del ser" en la que se meten a la puerta seis por ser el número del amor en el Tarot, y me dio una mamada de lujo. La follé con una agresividad inusitada, su cuerpo se ponía muy caliente. Por primera vez en mi vida le solté una maldición a una mujer mientras la follaba. No es cosa del otro mundo, pero era extraordinario en mi. "Te voy a tratar como la puta que eres" fue lo que le dije, ella pareció excitarse de haber sido bautizada puta, así que casi al terminar de follar, desprendió sus caderas de mi palo y se echó sobre sus rodillas y comenzó a mamarme, su lengua se movía con el nerviosismo de una llama de un mechero muy irregular, su boca era una matriz cósmica, caliente, enervante.

El incidente del baño me había excitado demasiado mis glándulas, había provocado que mi cuerpo elaborara reservas de semen para mi verga damnificada, y sin embargo ese semen no se había regado. Yo que estaba consciente que no podría dormir con semejante cargamento de leche en el cuerpo hubiera tenido que pajearme en el baño de mi casa, pero la historia se había enchuecado, y estaba aquí Brenda, mamándomela en miércoles siendo que sólo lo hacemos los fines de semana, y agitaba su mano como si no pudiese esperar más para recibir una lluvia de semen. Contra pronóstico, empezó a provocar que me corriera en su lengua, en su boca, chorros y chorros de leche volcánica comenzaba a inundar toda su boca y lengua, la cual se movía con mayor agresividad que nunca. Luego que terminé de manar, ella me siguió mamando, hasta dejar flácido mi miembro.

No dijimos nada. Ella era ahora una puta confesa, yo su padrote. La fui a dejar a su casa y ella me comentó, luego de un silencio abrumador, que le había gustado mucho el sexo de hoy, que me había sentido más fuerte, que a ser honestos ella deseaba en secreto que eso sucediera, que fuera más malévolo, más atrevido. Yo no dije nada. Sabía que ese cambio de normal a agresivo no era espontáneo, que tenía su causa encarnada en una mujer bajita que lejos de hacerme feliz parecía boicotearme, ahora ya Brenda dejaba que me corriera en su boca, pero yo sólo pensaba en la mamada que la chica del Toyota no me había dado.

Luego de una semana en que no era yo mismo sino otro, volví a ver a la chica, pero esta vez no estaba yo sólo, iba con Brenda, quien parecía más enamorada de mí luego que la trataba como una puta. Era un concierto de un grupo pop que le gustaba mucho a Brenda aunque a mí me enferma, ahí estaba la chica, y me daba la impresión de que no estaba ahí por gusto al grupo, aunque tampoco era tan pretencioso para pensar que estaba ahí por mí.

Mientras escuchábamos al grupo, sentí que detrás de mí se me repegaban unos pechitos afilados, sentía que me tentaban el culo, una pierna me rozaba las corvas. No necesitaba voltear para saber de quién se trataba. Brenda me tomaba de la mano izquierda. Cada que alguien atravesaba por detrás de las gentes que estaban a nuestras espaldas, empujaban un poco a Brenda, mientras que a mí me empujaban mucho, casi me follaba la chica del Toyota cada vez pe eso pasaba. A la primera Brenda no dijo nada. A la segunda se molestó. A la tercera me dijo que nos moviéramos. A la cuarta, luego de ver que la chica del vestido rojo me había seguido como un satélite, se encabritó y le dijo:
-¿Pero qué te has creído?- Y le dio un empellón.

La bajita respondió el empellón con un aventón. Empezaron a pelearse. -Pégale Raúl- me decía Brenda cuando la chica se le echó encima del cuerpo, y yo no hice nada. No sabía que hacer, por decirlo de esta forma, las respetaba igual.

Nos echaron del lugar por rijosos. Una vez afuera, la chica fue al estacionamiento, se agachó al suelo, cogió algo de barro y lo tiró encima de mi Mustang. Brenda se enfureció y me empezó a gritar cosas, dentro de ellas dijo, "Ensúciale su coche también". Tomé barro, corrí cinco carros más allá y vacié el lodo sobre el Toyota. La chica llegó después a él, se subió y, como siempre, arrancó velozmente.

Cuando volví con Brenda esta estaba enfurecida. -Ha de ser una loca, no te dejes consumir por el odio por una extraña que no vale la pena- le dije compasivo.
-¿Qué tan extraña es esa mujer?
-¿Cómo?
-No te hagas el idiota. ¿Qué tan extraña es esa psicópata?
-Supongo que del todo extraña.
-¿Cómo supo que ese Mustang es nuestro?, y peor aún, ¿Cómo supiste tú que ese carro verde era de ella?, ¿Se conocen?, ¿Están enrollados?
Totalmente atrapado le contesté, -Todo empezó...
-¿Todo?, ¿Hay un "todo" entre ustedes?

Le conté lo de la oficina de teléfonos, pero me guardé lo del almacén y desde luego lo del cine. Fui poco convincente y Brenda me siguió preguntando. Conté mal contada la historia del baño del cine, en la cual no narré que me pajeó, ni narré que me había mirado la verga, sólo dije que extrañamente se había metido al baño de hombres, que con peligro y era un gay, pero eso sólo empeoró las cosas, pues para ella había sido muy notoria mi tardanza aquel día y sobre todo mi cambio en mi actividad sexual. Me juzgó y condenó culpable de mentir. Me dio el cortón en el acto, paró un taxi y se fue luego de escupir mi Mustang.

Como en las películas de Stanley Kubrik, siempre hay una primera mitad de la historia y una segunda mitad, las segundas mitades encierran siempre más estridencias que las primeras. La segunda mitad empezó un día domingo, a ser exactos el segundo domingo después de que Brenda me había dejado. Salí a media mañana para comprar leche y frente a mi casa estaba aparcado el Toyota Celica. Busqué por todos lados y no la vi a ella. Así, el Toyota Celica duró todo el día domingo y todo el día lunes afuera de mi casa. El lunes por la tarde llamó Brenda y sólo me dedicó seis palabras para luego colgar: "Eres un cabrón hijo de puta", no pude decir nada, lo cierto es que mi madre ha sido nombrada puta muchas veces desde que la chica del Toyota apareció en mi vida. "Darte problemas" retumbó en mi cabeza.

Sobra decir que durante el domingo y el lunes fui un inútil para todo, pues sólo estaba pendiente de ver el momento en que llegara ella por su coche, sin saber para qué. Pensé en ella esos dos días enteros, era una presencia absoluta, era como un Dios que está en todas partes. La madrugada del martes había desaparecido el coche. Me dirigí a la comandancia de policía para denunciar el robo pero luego pensé en lo idiota que era, si el carro no era mío, no conocía siquiera el nombre de la dueña, que pudiera ser quien lo manejara en este momento.

El miércoles que regresé de trabajar me encontré con la entrada de mi casa violada, se habían metido pero no habían robado nada, sólo un porta-retratos en que estaba una foto de Brenda y yo, en la que aparecemos queriéndonos mucho.

Sin embargo dudo que fuera Brenda capaz de meterse así a mi casa, pues no me devolvió la llave, qué necesidad de violar la cerradura, además, si se tratara de una coartada, ésta sería estúpida porque nadie se robaría el portarretratos únicamente.

Empecé a tener problemas....

(Continua en La Caja de Pandora 2)

2 comentarios - La caja de Pandora 1

luisferloco
falta el final
amilosa +1
Tienes razon...loarreglo en un rato