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Deannach Sióg - 001 - Un poco de suerte para el pobre

Soy un trabajador de clase media ¿baja? del conurbano bonaerense con las carencias y privilegios que eso conlleva. Nunca pasé hambre de verdad, nunca fui rico de verdad, me fui algunos veranos de vacaciones a la costa atlántica, nunca elijo la opción más cara del menú ni compro la marca más barata de helado, nunca tuve un auto propio, viví en lo de mis padres casi 3 décadas. La pacífica y cómoda mediocridad de los comunes atravesó mi vida entre el fuego de las risas compartidas y una noción de justicia como único bastión a defender por aquella semilla de decencia plantada en mí por la educación de mis viejos. Un argentino promedio.

Soltero tras menos noviazgos de los que se pueden contar con los dedos de una mano. Nunca encaré a la más linda ni me creo merecedor de la más fea. Siempre consideré que si me animara a más me iría mejor con las mujeres y acercándome a ese pensamiento la llama de mi autoestima creció cada vez más encerrada en los muros de mi humildad autoinflingida. Pero así encerrado, ensimismado, moralmente autocensurado y encima sin ingresos monetarios destacados ni instinto cazador toda buena acción, virtud y esfuerzo dedicado y silencioso siempre quedó en la nada. Nunca una recompensa en demasía por parte de una fémina, siempre migajas de cariño desde el reconocimiento al “buen pibe” y dudas mantenidas hasta el final.

Tras la última infidelidad la cortina pareció cerrarse y más allá de no volver poder a confiar o de dejar de creer definitivamente en la búsqueda del amor, mis 35 años me encontraron sin las ganas de buscar, de esforzarme o de prestar demasiada atención en pos de una conquista sexoafectiva. No renuncié a ello pero dejé de tener la iniciativa: me entrego a lo que suceda sin importarme demasiado la calidad de lo que llegue a mi vida. Ya sé que alguien como yo nunca va a obtener las estrellas relucientes y los trofeos. Decidí que cada victoria sea un campeonato para festejar sin importar el mañana.

Todo eso pensé en mi cumpleaños y soplé las velitas de la torta regalada por mi familia. Pero no dije nada obviamente, como casi toda mi vida seguí en piloto automático concentrado en lo bueno de mi vida de trabajador promedio con un empleo promedio, viviendo en una casa promedio y con pretensiones alcanzables.

Al otro día volviendo del trabajo vi en la plaza a dos tipos forcejeando con una chica tratando de robarle su cartera y golpeándola para que la soltara. Quizás por mi decisión de dejarme llevar y que nada me importara demasiado o andá a saber porqué de mi instinto justiciero, corrí hasta el tumulto y pateé a uno de los tipos en la cabeza con todas mis fuerzas. Agitado, casi me caigo cuando volví a apoyar la pierna pero sin pensarlo demasiado agarré del brazo al que estaba sujetando a la mujer y logré que le soltara el pelo pero no el bolso. Ella lo empujó y le movió el pie de apoyo haciéndolo caer y yo le dí una puntinazo en la mandíbula justo antes de que el primer malhechor al que había golpeado me tajeara el brazo con un cuchillo. La chica se aferró a su cartera y pegó un grito que asustó o perturbó al asaltante al que se le cayó su arma blanca con la que lo amenacé para que se fuera. Terminó el episodio violento en el que inéditamente me involucré y recién ahí pude respirar y ser consciente de la ayuda que había brindado. La chica se había ido a sentar a un banco de la plaza en el que daba la luz y todavía estaba aferrada al bolso con su cabello para adelante tapándole la cara, casi temblando. Sin prestar atención lo lastimada que estaba mi mano fui a ver cómo estaba ella y cuando ya me estaba creyendo un macho cabrío por rescatarla sentí olor a sangre además de un cosquilleo y me desmayé.

Me desperté mareado y mirando un techo que no era el mío. No entendía por qué pero no podía moverme ni hablar todavía como si estuviera dormido con los ojos abiertos. Estaba en una habitación ajena: luz tenue y cálida, una biblioteca de un lado, adornos y atrapasueños en la pared del otro, un espejo y la puerta frente a mí. Los minutos pasaron sin novedad y pude leer algunos títulos de los libros en el mueble que tenía a unos metros a mi derecha. “La antigua sabiduría druida”, “Norse Magic”, “Cumhacht na sióga” y enumerándolos volví a dormirme. Al abrir los ojos nuevamente la vi a ella. Una hermosa mujer con una boca roja preciosa, piel blanca adornada por tatuajes, un septum en su nariz, cabellos colorados cayendo sobre sus hombros, mirada intensa y los pechos más inmensos y perfectos que haya visto en mi vida.


Deannach Sióg - 001 - Un poco de suerte para el pobre


“Gracias” me dijo y me abrazó aprisionándome entre el respaldo de la cama en el que me había sentado y sus acolchonadas y suculentas gomas. Me di cuenta de los cuidados que tuvo conmigo ya que tenía la mano vendada y en la mesita de luz había hielo para mis golpes. Me daba un poco de pena excitarme en un contexto así pero cuando me puso de nuevo frío en el chichón de mi cabeza su escote quedó prácticamente en mi cara y sin poder resistirme tuve una erección instantánea, lo que me distrajo del hecho de que ella estaba susurrando algo en mi oído como repitiendo unas palabras, una frase. “bi láidir mo rí” o algo así llegué a escuchar y no me animé a preguntarle nada.

“¿Te acordás de mí?” me preguntó y no supe qué decirle. Si hubiera conocido a una mujer tan hermosa y con ese aspecto particular estaba seguro que me acordaría. “Yo te conozco a vos, casualidad o no, sé muy bien quién sos, vi el nombre en tu DNI y no lo podía creer” me dijo y recién ahí fui consciente que estaba en boxer y tanto mi ropa como mis pertenencias estaban en un escritorio. “Vos me salvaste y te tengo que agradecer, yo sé quién sos y vos no te acordás” me repitió y yo que seguía sin entender nada le dije que no hacía falta agradecerme por lo del robo pero al parecer no era por eso. Puso su dedo en mis labios indicando que me callara y procedió a contarme lo que había pasado.

“Cuando tenía 12 años iba al mismo colegio que vos cuando ya estabas por egresar. Era víctima de bullying y todos me conocían por haber sido la que se le había roto el pantalón en un acto cuando me agaché a buscar una guirnalda. Me escondía en el baño a llorar seguido y en una de esas veces, dos chicos más grandes (de 15 años aproximadamente) me siguieron y me arrinconaron contra la pared arrancándome los botones de la camisa y manoseándome por debajo de la pollera. Como me resistí y grité me pegaron y los pateé gritando aún más fuerte. Vos se ve que escuchaste mis gritos desde el pasillo por el que anda a saber por qué pasabas por ahí, entraste al baño de mujeres y apuraste a estos dos pibitos diciéndoles que eran unos cagones de mierda, violines y los sacaste a empujones. Yo no pude hacer otra cosa que romper en llanto y correr huyendo de ahí. Por las sensaciones horribles que tuve siempre sentí que si no aparecías no hubiera podido tener una vida como la que tengo, no hubiese podido siquiera desarrollar mi sexualidad por temor, algo que me costó pero que pude lograr. Huí y nunca te agradecí.”

Mientras relataba el hecho yo recordé de golpe todo y me di cuenta que las dos veces que había sentido ese impulso de héroe y me animé a seguirlo fueron cuando estuvo ella fue víctima de un ataque. Pese al emotivo y tenso momento mi erección seguía firme y se notaba pero a ella no le importó demasiado y me siguió hablando.

“En mi despertar sexual siempre sentí alivio por poder llegar a ese momento sin el desastre que hubiese significado una violación siendo tan chiquita. E inconcientemente ese alivio y el disfrute sexual los relacioné con vos, con mi salvador perdido, mi héroe lejano. Sé que no esperás recompensa pero si hoy me dejás agradecerte la vas a tener” me dijo mirándome fijo.

Y se sacó la remera liberando sus inmensos y perfectos pechos. Me sonrió y sonreí. Por primera vez sentí que me merecía el primer premio.


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