Natacha me llamó bastante temprano. Se oía muy sobria.
Pero podía adivinar que estaba bastante excitada; porque entre suspiros entrecortados me dijo que tenía una sorpresa para mí.
Me imaginé que no sería una torta de chocolate recién horneada; sonaba más a una rica concha o una verga bien endurecida para compartir.
Le contesté que ya estaba saliendo para su casa. La curiosidad realmente me había picado. Me advirtió que no llevara tanga…
Me di una ducha rápida, perfumé todo mi cuerpo y me deslicé dentro de un lindo vestido liviano de verano; sin ponerme tanga, como a Natacha le gusta.
Mi amiga me recibió desnuda, excitadísima, su rostro sensual transpirando y bastante colorada. Llevaba solamente puestas unas sandalias de taco alto y medias oscuras de nylon. En su cintura tenía colgado uno de sus arneses, con un enorme consolador, el de color negro. Estaba cubierto de fluidos femeninos, así que deslicé mis dedos por él y me los llevé a la boca.
Le dije que esa conchita no tenía un sabor conocido por mí…
Natacha sonrió, tomándome de la mano y arrastrándome hacia su dormitorio. Sobre la cama estaba acostada boca arriba una de sus perras; Marcela, vestida solamente con una musculosa ajustada al cuerpo, que le cubría sus redondas tetas, cuyos pezones parecían explotar bajo la tela. Estaba amordazada y atada de pies y manos a las cuatro patas de la cama.
Su pubis expuesto y delicadamente depilado mostraba los labios vaginales bien dilatados y enrojecidos por la acción de Natacha. Bajo ellos se podía ver una gran mancha líquida extendida sobre las sábanas.
Mi amiga volvió a sonreír y dijo que esa perra se lo merecía.
Le pregunté qué había hecho Marcela y entonces Natacha explicó que esa perra había osado encamarse con su amante André, mientras ella estaba de viaje.
Largué una carcajada y le espeté a Natacha que ella era más perra todavía.
Me desnudé y fui reptando entre las piernas de Marcela.
Besé el interior de sus muslos y me detuve a disfrutar la visión de su delicada concha, que ya se veía bien dilatada, pero todavía con ganas de ser más usada…
Marcela se estremeció apenas toqué su clítoris con mi lengua. Luego se relajó y se dejó llevar, sintiendo mis labios y mis dedos que la invadían. Comenzó a gemir y a pedir más y más a través de la mordaza.
Natacha mientras tanto había cambiado el consolador negro por otro rojo más pequeño; que siempre utilizábamos para el sexo anal. Se acomodó contra mi cola, que estaba bien expuesta hacia arriba mientras yo lamía la concha de su traicionera amiga y metió delicadamente un dedo en mi ano; mientras me avisaba que iba a entrar por mi estrecha puerta trasera.
Antes de que pudiera decir algo; las manos de Natacha aferraron mis caderas y pude sentir ese aparato lubricado con gel penetrar mi estrecho canal anal, traspasando enseguida mi apretado esfínter. Ella comenzó a moverse mientras me empalaba, lo que agregó una dosis de morbo adicional a toda la escena.
Marcela seguía gimiendo y jadeando, tratando de llevar su delicada concha al encuentro de mis labios, estirándose hacia arriba todo lo que le permitía sus ataduras. Finalmente se tensó todo su cuerpo y un prolongado gemido escapó de su boca amordazada. Había acabado; llorando y jadeando.
Natacha seguía bombeando mi cola con su juguete y además acariciaba mi clítoris, así que yo también en pocos minutos alcancé un buen orgasmo.
Entre ambas pusimos boca abajo a Marcela, que se debatió un poco cuando entendió que ahora le tocaba a ella experimentar sexo anal.
Le quité la mordaza y suplicó por su cola. La tenía virgen y era muy estrecha. Ni siquiera André había podido convencerla de entregarla.
Pero Natacha estaba decidida a que la venganza por ser cornuda debía cumplirse en su totalidad; así que le susurró al oído a la tierna Marcela que esa tarde iba a entregarnos la virginidad de ese culo redondo y apretado.
Le sugirió que se relajara, así todo iba a ser más placentero.
Mi buena amiga me cedió el honor de desvirgar ese bonito culo, así que me calcé el arnés y con esa verga mediana bien lubricada me acosté sobre el cuerpito de Marcela y, muy despacio, me deslicé hacia adelante.
Ella dejó escapar un grito de dolor, pero luego se relajó y comenzó a jadear demostrando placer. Bombeé un buen rato hasta sentir que Marcela alcanzaba un sonoro orgasmo vaginal con esa cosa enterrada en el fondo de su recto. Fue algo fantástico, casi glorioso…
Después la desatamos y le permitimos descansar, mientras Natacha aspiraba unas líneas de blanca y se empezaba a poner frenética, con ganas de que yo usara el consolador negro con ella.
La tarde fue espectacular, entrecruzando lenguas, labios, dedos y juguetes.
Marcela prometió no volver a entregarse a André sin el permiso de Natacha.
Pero, quedó tan satisfecha con todo lo que lloriqueó, aulló y pataleó, que seguramente desafiaría a Natacha una vez más, a sabiendas de lo que podría significar el castigo…
Pero podía adivinar que estaba bastante excitada; porque entre suspiros entrecortados me dijo que tenía una sorpresa para mí.
Me imaginé que no sería una torta de chocolate recién horneada; sonaba más a una rica concha o una verga bien endurecida para compartir.
Le contesté que ya estaba saliendo para su casa. La curiosidad realmente me había picado. Me advirtió que no llevara tanga…
Me di una ducha rápida, perfumé todo mi cuerpo y me deslicé dentro de un lindo vestido liviano de verano; sin ponerme tanga, como a Natacha le gusta.
Mi amiga me recibió desnuda, excitadísima, su rostro sensual transpirando y bastante colorada. Llevaba solamente puestas unas sandalias de taco alto y medias oscuras de nylon. En su cintura tenía colgado uno de sus arneses, con un enorme consolador, el de color negro. Estaba cubierto de fluidos femeninos, así que deslicé mis dedos por él y me los llevé a la boca.
Le dije que esa conchita no tenía un sabor conocido por mí…
Natacha sonrió, tomándome de la mano y arrastrándome hacia su dormitorio. Sobre la cama estaba acostada boca arriba una de sus perras; Marcela, vestida solamente con una musculosa ajustada al cuerpo, que le cubría sus redondas tetas, cuyos pezones parecían explotar bajo la tela. Estaba amordazada y atada de pies y manos a las cuatro patas de la cama.
Su pubis expuesto y delicadamente depilado mostraba los labios vaginales bien dilatados y enrojecidos por la acción de Natacha. Bajo ellos se podía ver una gran mancha líquida extendida sobre las sábanas.
Mi amiga volvió a sonreír y dijo que esa perra se lo merecía.
Le pregunté qué había hecho Marcela y entonces Natacha explicó que esa perra había osado encamarse con su amante André, mientras ella estaba de viaje.
Largué una carcajada y le espeté a Natacha que ella era más perra todavía.
Me desnudé y fui reptando entre las piernas de Marcela.
Besé el interior de sus muslos y me detuve a disfrutar la visión de su delicada concha, que ya se veía bien dilatada, pero todavía con ganas de ser más usada…
Marcela se estremeció apenas toqué su clítoris con mi lengua. Luego se relajó y se dejó llevar, sintiendo mis labios y mis dedos que la invadían. Comenzó a gemir y a pedir más y más a través de la mordaza.
Natacha mientras tanto había cambiado el consolador negro por otro rojo más pequeño; que siempre utilizábamos para el sexo anal. Se acomodó contra mi cola, que estaba bien expuesta hacia arriba mientras yo lamía la concha de su traicionera amiga y metió delicadamente un dedo en mi ano; mientras me avisaba que iba a entrar por mi estrecha puerta trasera.
Antes de que pudiera decir algo; las manos de Natacha aferraron mis caderas y pude sentir ese aparato lubricado con gel penetrar mi estrecho canal anal, traspasando enseguida mi apretado esfínter. Ella comenzó a moverse mientras me empalaba, lo que agregó una dosis de morbo adicional a toda la escena.
Marcela seguía gimiendo y jadeando, tratando de llevar su delicada concha al encuentro de mis labios, estirándose hacia arriba todo lo que le permitía sus ataduras. Finalmente se tensó todo su cuerpo y un prolongado gemido escapó de su boca amordazada. Había acabado; llorando y jadeando.
Natacha seguía bombeando mi cola con su juguete y además acariciaba mi clítoris, así que yo también en pocos minutos alcancé un buen orgasmo.
Entre ambas pusimos boca abajo a Marcela, que se debatió un poco cuando entendió que ahora le tocaba a ella experimentar sexo anal.
Le quité la mordaza y suplicó por su cola. La tenía virgen y era muy estrecha. Ni siquiera André había podido convencerla de entregarla.
Pero Natacha estaba decidida a que la venganza por ser cornuda debía cumplirse en su totalidad; así que le susurró al oído a la tierna Marcela que esa tarde iba a entregarnos la virginidad de ese culo redondo y apretado.
Le sugirió que se relajara, así todo iba a ser más placentero.
Mi buena amiga me cedió el honor de desvirgar ese bonito culo, así que me calcé el arnés y con esa verga mediana bien lubricada me acosté sobre el cuerpito de Marcela y, muy despacio, me deslicé hacia adelante.
Ella dejó escapar un grito de dolor, pero luego se relajó y comenzó a jadear demostrando placer. Bombeé un buen rato hasta sentir que Marcela alcanzaba un sonoro orgasmo vaginal con esa cosa enterrada en el fondo de su recto. Fue algo fantástico, casi glorioso…
Después la desatamos y le permitimos descansar, mientras Natacha aspiraba unas líneas de blanca y se empezaba a poner frenética, con ganas de que yo usara el consolador negro con ella.
La tarde fue espectacular, entrecruzando lenguas, labios, dedos y juguetes.
Marcela prometió no volver a entregarse a André sin el permiso de Natacha.
Pero, quedó tan satisfecha con todo lo que lloriqueó, aulló y pataleó, que seguramente desafiaría a Natacha una vez más, a sabiendas de lo que podría significar el castigo…
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