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El despertar sexual de mi novia - PARTE 1

En esta historia relataré lo que fue el despertar sexual de mi novia:


Empiezo describiéndonos: Ella, una chica delgada de estatura promedio cabello rizado, de tez blanca, unos pechos pequeños pero armonizados con su cuerpo, de cadera amplia y unas nalgas preciosas, sus piernas delgadas y lindas. Yo, de estatura promedio, delgado tratando de mantenerme ejercitado, tez blanca, con un miembro de tamaño promedio sin circuncisión.


El día que inició nuestra historia sexual:


Estábamos en mi casa, la tensión sexual entre nosotros era palpable, inició con besos ardientes y apasionados, parecían quemar el aire que respirábamos mientras nuestras caricias iban en aumento. Yo me quité la camisa, dejando mi torso desnudo ante ella, pero ella se mostraba tímida, su mirada evasiva y sus manos tensas. Intenté quitarle la blusa, pero ella resistió al principio, sus dedos apretando los botones como si quisiera retener algo más que solo la ropa.


"Por favor", dije suavemente mientras la miraba a los ojos, "no tengas miedo".


Ella suspiró, un gemido casi inaudible escapó de sus labios antes de soltar un débil "está bien", y finalmente permitió que le quitara la blusa. Su cuerpo delgado se empezaba a mostrar, aún cubierta por su brasier color negro. Quise quitárselo pero mostraba aún resistencia, nervios y vergüenza. La seguí besando y acariciando, nuestras lenguas luchaban en nuestras bocas, ella juntaba su cuerpo más a mí, como buscando que seamos uno solo. Subí mi mano por su espalda y busqué el broche de su brasier, esta vez no hubo resistencia, solo agachó su mirada mientras retiraba su prenda íntima. Al descubrir su brasier, pude ver por primera vez esos pechos preciosos que tanto había imaginado. Eran pequeños, armoniosos con su cuerpo, con pezones firmes como botones que parecían invitarme a explorarlos.


No dudé. Me incliné hacia ellos y comencé a succionar uno de sus pezones, sentía cómo se ponía rígido bajo mi lengua. Ella gemía muy despacio, su respiración se aceleraba mientras sus manos se aferraban a mis hombros. "Sigue...", murmuró suavemente, aunque no sabía si estaba hablando para mí o para sí misma.


Luego, bajé por su ombligo, besándola con delicadeza antes de intentar quitarle el pantalón. Ella me lo permitió, pero cuando llegué a su ropa interior, una prenda algo infantil pero encantadora, su resistencia volvió. Era un panti sencillo, color rosa claro, que contrastaba con su inocencia.


"¿Quieres que lo quite?", pregunté temeroso de asustarla.


Ella no respondió, pero sus ojos se posaron en mi rostro como buscando seguridad. Entonces, decidí relajar el momento. Me quité el pantalón y los boxer, quedando completamente desnudo ante ella. Mi erección prominente reclamaba atención, y noté cómo su mirada se detenía en él, con una mezcla de sorpresa y curiosidad.


"¿Qué... qué es eso?", murmuró confundida.


"Es mi pene", expliqué con una sonrisa nerviosa. "Tú eres virgen, ¿verdad?" Le pregunté con cuidado, sabiendo que este era un momento crucial.


Ella asintió, un rubor profundo cubría su rostro. "Nunca he visto uno. Ni siquiera... nunca he tocado uno."
Su honestidad me embargó de emoción. Tomé su mano y la acerqué lentamente a mi miembro. Su piel era suave, y cuando su dedo rozó el glande, noté cómo ella se estremecía. Se retiró rápidamente, como si le hubiera quemado, pero luego volvió a acercarse, esta vez con más confianza.


"Es... diferente", susurró mientras jugaba con mi prepucio, desplazándolo hacia arriba y hacia abajo como si estuviera experimentando algo completamente nuevo. La cantidad de precum que emanaba mi miembro le facilitaba la tarea. Se detuvo a contemplarlo, a tocar mis testículos con curiosidad. Me apretaba mi miembro “Se siente muy duro y caliente” mencionó. Yo aceptaba maravillado sus tímidas y curiosas caricias que me estimulaban.


Con cada movimiento, su timidez se iba disipando. Cuando finalmente me atreví a proponerle que le quitara su panti, ella asintió, aunque con mucha reserva. Era el primer hombre en mirarla desnuda, y lo sabía. Todo su cuerpo parecía estar en alerta, sus nalgas eran perfectas, redondeadas y firmes, mientras que su pubis estaba completamente cubierto de vello, un lugar jamás explorado.


La besé en los labios, intentando transmitirle toda la ternura que sentía. Nos acercamos más, y sentí cómo mi erección se presionaba contra su abdomen. Sus manos buscaron mi espalda, aferrándome con fuerza. Pasé mi mano por su cadera hasta llegar a su nalga ya desnuda, la apreté y continué deslizándome hasta su vagina. Noté que estaba húmeda, y su respiración se hizo más agitada y dio un ligero brinco.


"¿Qué... qué haces?", susurró mientras yo pasaba un dedo suavemente sobre sus labios.


"Explorándote", respondí, y continué avanzando con cautela.


Bajé de nuevo, esta vez hacia sus pechos, lamí uno de sus pezones mientras sentía cómo sus piernas temblaban ligeramente. Luego, me dirigí a su vagina, besándola con ternura. Pasé mi lengua por su vulva, notando su sabor y textura, y ella emitió un gemido que llenó la habitación.


Me atreví a buscar su clítoris, pasando mi lengua por esa zona sensible. Ella se estremeció, su respiración se aceleró mientras yo aumentaba el ritmo, recorriendo todos los contornos de su intimidad. Era el primero en explorar ese lugar tan sagrado y desconocido para ella.


"¡Dios...!", suspiró entrecortadamente, "eso... eso duele un poco..."


"No te preocupes", le dije tranquilizándola, pero su respuesta no fue lo que esperaba. De repente, ella se levantó de golpe, su expresión cambió completamente.


"Quiero parar", dijo con firmeza, "no estoy lista para esto."


Nos sentamos en la cama, ambos un poco desconcertados por lo ocurrido. Ella estaba vestida con su ropa interior, mientras yo seguía desnudo, con mi erección apenas contenida. La habitación estaba llena de una tensión sexual que no lograba disipar, pero también había un respiro de entendimiento mutuo.


"No te preocupes", le dije suavemente, intentando sonreírle aunque mis propios nervios estuvieran tensos. "Sabemos que esto es nuevo para ti. Podemos ir despacio, como tú quieras."


Ella miró hacia abajo, jugando con las puntas de sus dedos, buscando las palabras que tanto necesitaba. Su rostro reflejaba una mezcla de emoción y miedo, algo que yo mismo sentía en mi pecho. Quería avanzar, pero sabía que no podíamos hacerlo a menos que ella se sintiera completamente cómoda.


"Gracias", murmuró al fin, levantando la vista hacia mí. "Es solo... esto es tan intenso. Nunca pensé que fuera así."


Le acaricié la mano mientras buscaba inspirarle confianza. "Claro que es intenso", le respondí, inclinándome para besar su dedo índice. "Pero también puede ser maravilloso. Solo necesitamos tiempo."


Ella asintió lentamente, su respiración se calmó poco a poco. "¿Y si... ¿Y si intentamos algo más suave esta vez? Algo que no sea tan..." —hizo una pausa, buscando la palabra correcta— "...tan directo."


Su propuesta me hizo sentir una ráfaga de alivio. No quería presionarla, pero estaba ansioso por explorar más de cerca su cuerpo y ayudarlo a desbloquear esos pliegues de placer que seguramente estaban esperando ser descubiertos.


"Claro, podemos hacer lo que tú prefieras", le aseguré, sonriendo de oreja a oreja. "¿Te gustaría que nos enfocáramos en el masaje o algo parecido?"_


Ella sonrió tímidamente, aliviada por mi respuesta. "Sí, eso suena bien. Un masaje podría ser... bueno."
Decidí aprovechar el momento para llevarla de la mano, literalmente. Le tomé la mano para llevarla hasta el centro de la cama, donde había espacio suficiente para los dos. Ella se acomodó sobre la cama boca arriba, mientras yo me senté al costado de su cabeza, lista para comenzar.


"Cierra los ojos y relájate", le insté suavemente, pasando mis manos por su cabello rizado, acariciándolo con ternura. "Solo quiero que sientas placer, nada más."


Ella obedeció, dejando que su cuerpo se suelte bajo mi toque. Su respiración se volvió más profunda, más relajada, mientras yo trabajaba con suavidad en su cuello y hombros. Pasaba lentamente mis dedos por su piel, sintiendo la textura sedosa de su tez, mientras ella empezaba a soltar pequeños gemidos de agradecimiento.


"¡Dios...!", suspiró entrecortadamente, "eso... eso realmente ayuda a soltar la tensión."


"Me alegra escuchar eso," le dije, aumentando ligeramente la presión de mis dedos en sus hombros, avanzando hacia la parte superior de sus brazos." Ahora, abre un poco los brazos, quiero llegar a todas partes."


Ella obedeció, cruzando ligeramente los brazos sobre su pecho, dejando expuestas las zonas internas de sus antebrazos y codos. Mi objetivo era relajarla por completo, pero también quería llevarla al borde del placer sin empujarla demasiado.


Pasaba mis manos por su piel, desde sus hombros hasta sus brazos, acariciando cada curva y cada contorno. Ella gemía suavemente, su respiración se hacía más irregular. "Mmm... eso es... increíble."
Retrocedí un poco, dejando que mis dedos descansaran momentáneamente antes de comenzar nuevamente, esta vez dirigiéndome hacia sus manos. Tomé una de sus manos en la mía, acariciando sus dedos uno por uno antes de pasar mis pulgares por la palma de su mano, buscando puntos de tensión.


"¿Te gusta esto?", le pregunté, notando cómo su expresión se suavizaba con cada movimiento.


"Sí... mucho", respondió casi en un susurro, "me haces sentir tan cómoda."


Con su permiso asegurado, decidí avanzar un poco más, llevándola a un nivel de intimidad que no habíamos alcanzado antes. Moví mis manos más allá de sus brazos, pasando hacia sus costillas, acariciando suavemente la zona. Ella se encogió un poco, pero luego se dejó llevar por el placer, soltando otro gemido.


"¡Ah...!, eso duele un poco menos que antes."


"Bien," le respondí, aumentando ligeramente la presión para garantizar que todos los nudos de tensión fueran liberados. "Ahora, déjame ver si puedo encontrar más áreas que necesiten atención."


Mi siguiente destino eran sus caderas. Eran una de las características más llamativas de su cuerpo, y estaba emocionado por tocarlas, aunque también bastante nervioso. Sabía que ese era un lugar delicado, pero también creía que podría ser una fuente de gran placer.


Moví mis manos hacia abajo, pasando por su cintura hasta llegar a sus caderas. Ella se tensó un poco, pero no protestó. En cambio, cerró los ojos y siguió respirando profundamente, confiando en mi guía.
"¿Estás segura?", le pregunté, asegurándome de que estuviera completamente cómoda.


"Sí... sigue."


Tomé un respiro profundo y comencé a acariciar suavemente sus caderas, primero con la yema de mis dedos y luego con la palma de mis manos. Iba y venía, buscando cada curva y cada relieve. Ella emitió un gemido ligero, indicando que estaba disfrutando del masaje.


"¡Ah...!, eso es... eso es bueno."


"Estoy contento de saberlo," le contesté, aumentando un poco la presión para asegurarme de que su cuerpo estuviera totalmente relajado. "Ahora, déjame ver si puedo llevar esto un poco más allá."


Mi siguiente paso fue dirigirme hacia sus piernas. Era una zona sensible, pero también una que sabía que podría traerle una gran cantidad de placer. Las recorrí con ambas manos, primero la derecha, luego la izquierda, acariciándolas con una ligera presión desde sus rodillas hasta arriba de sus muslos, rozando apenas su sexo que aun emanaba calor. Cuando lo hacía, daba un ligero suspiro.


Continue descendiendo, quería recorrer cada centímetro de su cuerpo, lo disfrutaba, lo deseaba. Así llegué a sus pies, delicados, pequeños y hermosos. Llevaba una manicura color rojo que resaltaba en la tonalidad de su piel. Los acaricié uno a uno, recorriendo la planta de sus pies y luego cada dedo, sintiendo lo pequeños y frágiles que eran en mi mano. No lo resistí, levanté su pie derecho y lo acerqué a mi cara, sentí su olor, un aroma embriagante para mis sentidos, causándome que recuperara mi erección en su plenitud.


Perdí por un momento el control y lo llevé a mi boca, primero su pulgar se humedeció en mi lengua, su piel suave.


"¡Ahh...!, esa… esa sensación tan deliciosa." Murmuró mientras mantenía los ojos cerrados y arqueaba un poco su espalda. Sabía que tenía su permiso para seguir explorando sus pies con mi boca.


Dibujé la huella de su pie con mi lengua, lamí, besé y chupé cada centímetro de su pie y luego pasé al otro mientras se escuchaba un tenue gemido "¡Dios...!", suspiró entrecortadamente, "se siente tan bien…”


Solté su pie y me acerqué a su boca para ser recibido con un tierno beso "gracias” murmuró apenas mientras nuestras lenguas se enlazaban.


“Iremos despacio, a tu ritmo” señalé…

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