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Tu Regalo de Navidad🍑

Tu Regalo de Navidad🍑

La primera Navidad juntos tenía algo mágico, como si el aire del pequeño apartamento que compartían estuviera cargado de una energía especial. Las luces del árbol recién decorado parpadeaban, iluminando los adornos que habían colgado entre risas y bromas. A pesar de lo modesto del lugar, habían puesto todo su empeño en hacer que se sintiera como un hogar.
—Creo que quedó perfecto —dijo él, dando un paso atrás para admirar el árbol.
—Falta la estrella —respondió ella, con una sonrisa traviesa mientras sacaba la última pieza de la caja.
Él la levantó por la cintura para que pudiera colocarla en la punta, riendo cuando sus manos temblaron un poco al estirarse. Cuando la estrella quedó en su lugar, ambos retrocedieron para mirar su creación.
—Ahora sí está perfecto —dijo ella, abrazándolo por la espalda.
Las luces del árbol parpadeaban, reflejándose en las paredes y creando un ambiente cálido e íntimo. Él la besó en la frente, sintiendo que no podía pedir más que este momento. Pero ella tenía otros planes.
—Espérame aquí, ¿sí? Tengo una última sorpresa para ti —susurró Lucía, alejándose con un brillo en los ojos que lo dejó intrigado, y se dirigió a la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
Él obedeció, sentándose en el sofá y dejando que la calidez de la escena lo envolviera. El apartamento, aunque pequeño, estaba lleno de detalles que hablaban de ellos: las tazas a medio lavar en la cocina, una manta doblada sobre la silla, las fotos colgadas en una esquina del cuarto. Todo parecía cobrar vida bajo las luces navideñas, pero su atención estaba fija en la puerta por donde ella había desaparecido.
Dentro del cuarto, ella se miró en el espejo mientras se ajustaba el pequeño traje navideño rojo que había escogido semanas antes. El vestido, corto y ajustado, se adhería a su cuerpo como una segunda piel, destacando la curva de sus caderas y el volumen de sus pechos, que apenas quedaban cubiertos por el encaje blanco en el borde del escote pronunciado.
Se mordió el labio, acomodando las medias blancas de encaje que subían hasta lo alto de sus muslos, dejando un pequeño espacio de piel desnuda antes de encontrarse con el borde del vestido. Se colocó los tacones rojos que estilizaron aún más sus piernas, y, finalmente, ajustó la coqueta gorra navideña sobre sus ondas doradas.
—Maravilloso —susurró, sonriendo ante su reflejo.

Respiró hondo, sintiendo cómo la ansiedad le aceleraba el pulso. Tranquila, Lucía, no es para tanto... Se miró de arriba abajo en el espejo y sonrió, mordiéndose el labio. Bueno, sí lo es. La idea de ver la cara de Álvaro cuando la viera así le causaba un cosquilleo de puro placer.
—Te va a encantar, tontito —murmuró para sí misma, ajustando el borde del vestido una última vez.
Estaba nerviosa, claro, pero también emocionada. Le gustaba sentirse deseada, saber que podía volverlo loco con sólo aparecerse así.
Cuando Lucía regresó a la sala, Álvaro levantó la mirada y quedó congelado. Su aliento quedó atrapado en su garganta mientras la veía avanzar hacia él con una sensualidad que parecía estudiada y natural al mismo tiempo. El vestido rojo se movía con cada paso, ceñido a su cintura y apenas rozando la parte superior de sus muslos. Las medias blancas y los tacones resaltaban cada centímetro de sus piernas, haciéndolas parecer interminables.
El escote era más atrevido que cualquiera que le había visto usar desde que la conocía, dejando ver la plenitud de sus pechos, que subían y bajaban con cada respiro, atrapando por completo su atención. Con cada movimiento, la tela del vestido parecía deslizarse apenas, dejando entrever parte de su areola, un detalle fugaz pero imposible de ignorar. La insinuación de la dureza de sus pezones bajo el encaje lo desarmó por completo, un indicio claro de lo excitada que ella también estaba.
El suave brillo de su piel, iluminada por la luz cálida del árbol, la hacía parecer una fantasía envuelta en rojo y blanco. Sus labios, pintados de rojo intenso, formaron una sonrisa cargada de promesas mientras lo miraba directamente.
—¿Has sido un niño bueno este año? —preguntó Lucía con voz suave y traviesa, inclinando ligeramente la cabeza mientras se acercaba, dejando que su mirada lo recorriera de arriba abajo.
Álvaro tragó saliva, sin poder apartar los ojos de ella. Su cuerpo, perfecto y lleno de curvas que parecían diseñadas para tentar, lo dejó completamente desarmado. No sólo era lo que veía —esa imagen de Lucía tan atrevida, tan segura— sino lo que significaba. Ella, que solía ser más tímida, recatada en la intimidad, ahora estaba frente a él como si hubiera decidido romper todas las reglas que solía imponerse.

Por lo general, era él quien proponía, quien tomaba la iniciativa cuando se trataba de explorar en su vida sexual. No porque Lucía no disfrutara, sino porque ella parecía necesitar un pequeño empujón, un gesto que la sacara de su comodidad. Pero esta noche era distinta. Había una confianza en sus movimientos, en cómo se presentaba frente a él, que lo sorprendía y lo excitaba en partes iguales.
¿Dónde quedó la Lucía nerviosa que solía sonrojarse con un simple cumplido? pensó, aunque la respuesta le encantaba. Esta versión de ella —atrevida, provocadora— era como un regalo inesperado, uno que lo tenía completamente hipnotizado. Podía sentirlo en su cuerpo, en cómo su pulso se aceleraba, en la presión creciente en su entrepierna que no podía disimular.
Se acomodó ligeramente en el sofá, intentando procesar lo que tenía frente a él, pero su erección, evidente y cada vez más incómoda bajo sus jeans, le decía que no había tiempo para pensar. Lucía sonrió con picardía, como si pudiera leerlo, como si supiera exactamente lo que estaba provocando en él.
—Definitivamente... no me lo esperaba —murmuró finalmente, con voz entrecortada, mientras la admiraba por completo. Pero me encanta.
Lucía caminó hacia él con una sonrisa que mezclaba picardía y ternura, deteniéndose frente al sofá. Álvaro no se movió, como si estuviera atrapado entre la incredulidad y el deseo. Ella, segura de sí misma como nunca antes, se arrodilló a su lado en el sofá, sus rodillas hundiéndose en el cojín mientras sus manos subían lentamente hasta su pecho.
Sin decir una palabra, Lucía inclinó su rostro hacia el suyo, dejando que sus labios rozaran los de él con suavidad. Álvaro respondió al instante, sus manos posándose en las caderas de ella, pero Lucía tenía otros planes. Deslizó sus labios hacia su mandíbula y luego hacia su cuello, depositando pequeños besos húmedos, mientras sentía cómo el cuerpo de Álvaro se tensaba bajo su toque.

—Siempre me vuelves loca... pero esta noche quiero volverte loco a ti —susurró contra su piel, dejando que su aliento cálido lo estremeciera.
Sus labios se movieron hacia su clavícula mientras sus dedos empezaban a desabotonar su camisa, uno a uno, dejando al descubierto su pecho. Lucía sonrió al ver cómo su respiración se aceleraba, el movimiento de su torso haciéndose más evidente con cada beso. Pero no se detuvo ahí.
Su mano bajó con lentitud, recorriendo la línea de su abdomen hasta llegar al botón de sus jeans. Lo desabrochó con precisión, sus dedos tanteando la tela gruesa mientras sentía la presión creciente en su entrepierna. Álvaro soltó un suspiro entre dientes, sus manos apretando ligeramente las caderas de Lucía, incapaz de resistirse a lo que ella estaba haciendo.
—Parece que alguien está listo aquí abajo... —murmuró Lucía con una sonrisa traviesa, su mirada directa hacia él mientras sus manos comenzaban a bajar la cremallera de sus jeans.
Sin apartar la vista de su rostro, Lucía se inclinó más hacia abajo, dejando que su cabello rozara el torso de Álvaro. Deslizó los jeans hacia abajo, liberándolo de la presión, y se acomodó con elegancia entre sus piernas. La picardía en sus ojos se transformó en pura intención, mientras sus labios se acercaban más.
—Relájate, esta noche es todo para ti... —susurró, dejando que su voz cargada de intención lo envolviera. Posó un suave beso justo donde sabía que lo haría perder el control, pero su mirada, intensa y traviesa, prometía que esto era sólo el principio de lo que tenía planeado para él.
Lucía dejó que sus labios rozaran suavemente la longitud de su erección, comenzando desde la base hasta llegar a la punta, donde dejó que su lengua hiciera el primer contacto, lenta y calculada. Álvaro soltó un gemido bajo, profundo, cuando sintió la humedad y el calor de su boca, un sonido que la hizo sonreír internamente.
Con movimientos precisos, Lucía alternó entre pequeñas succiones en la cabeza, deteniéndose brevemente en la piel sensible justo debajo, y recorridos largos con su lengua a lo largo del tronco, explorándolo como sólo ella sabía hacerlo. Cada roce, cada presión estaba guiado por su experiencia, conociendo cada rincón que lo enloquecía y cómo llevarlo al borde con tan solo un toque.
Le encanta cuando hago esto, pensó mientras usaba su lengua para dibujar pequeños círculos, sintiendo cómo él se tensaba bajo sus caricias. No era sólo un acto de deseo físico; cada movimiento suyo estaba impregnado de intención, de un conocimiento íntimo que sólo se gana con el tiempo compartido

Los gemidos de Álvaro, las pequeñas contracciones de su cuerpo eran un recordatorio de lo que estaba logrando. Pero mientras lo complacía, Lucía también se sorprendía a sí misma. Esta nueva faceta, más atrevida y segura, la empoderaba de una manera que nunca había sentido.
¿Cuándo dejé de ser esa chica que se ponía nerviosa sólo por quitarse la ropa frente a él? pensó mientras lo miraba brevemente a los ojos, disfrutando de la expresión perdida en su rostro. Esta noche era diferente. No estaba esperando ni dudando, estaba tomando la iniciativa, disfrutando de su propio deseo, explorando lo que significaba sentirse completamente cómoda en su piel y en su pasión.
Se inclinó más, intensificando el ritmo, dejando que sus labios y su lengua trabajaran en sincronía mientras sus manos lo sostenían con delicadeza. El control que sentía, el poder de ver cómo él se deshacía poco a poco bajo su toque, la encendía aún más.
—Dios, Lucía… no pares —jadeó Álvaro, su voz entrecortada, mientras sus dedos se hundían ligeramente en el sofá.
Lucía sonrió contra él, sus labios todavía en movimiento mientras escuchaban los gemidos ahogados de Álvaro. Su confianza estaba en su punto máximo, una mezcla de deseo y poder que la empujó a ir aún más lejos. Sin detener sus caricias, llevó sus manos al escote del pequeño vestido navideño y lo deslizó hacia abajo, liberando sus pechos. La sensación de frescura en su piel la excitó aún más, y la mirada de Álvaro, entre asombrada y completamente entregada, le arrancó una sonrisa traviesa.

¿Esto está bien? —susurró Lucía, dejándole apenas tiempo para asentir antes de mover sus pechos hacia él.
Combinó los movimientos de su boca con la presión suave de sus pechos, deslizándolos a lo largo de su erección mientras lo rodeaba con una calidez única. Álvaro dejó caer la cabeza hacia atrás, gimiendo con una intensidad que jamás había mostrado antes. Sus manos, instintivamente, se posaron sobre los hombros de Lucía, buscando un punto de anclaje mientras ella lo llevaba al borde una y otra vez.
—Dios, Lucía… no sabía que… —jadeó, incapaz de terminar la frase, completamente abrumado por la mezcla de sensaciones que ella le regalaba.
Para Lucía, cada movimiento era una reafirmación de esta nueva versión de sí misma: segura, desinhibida, completamente dueña de su cuerpo y su placer. Ver a Álvaro perder el control bajo sus caricias era un placer en sí mismo, un recordatorio de lo mucho que podían explorar juntos.
—Eres increíble… —murmuró él, con una respiración entrecortada, mientras su mano temblorosa bajaba para rozar su cabello. Hubo un momento de duda, un segundo en el que sus ojos buscaron los de ella antes de decir:
—¿Te molestaría si…? Quiero grabarte. Sólo para mí. Quiero recordar esto siempre.
Lucía levantó la cabeza con una sonrisa que mezclaba picardía y ternura. Había algo en su propuesta que la sorprendía, pero que también la hacía sentir profundamente deseada.
—¿Te gusta tanto? —preguntó con un tono travieso, deteniéndose un momento para buscar su teléfono. Álvaro asintió con rapidez, todavía jadeando.
—No puedes ni imaginarlo.
Ella sonrió mientras volvía a él, esta vez aún más decidida a dejar una marca en su memoria, y quizás en algo más.
Álvaro respiró hondo, intentando recuperar el control mientras alargaba la mano hacia el teléfono que había quedado olvidado sobre el sofá. Cada movimiento de Lucía lo hacía estremecer, pero reunió toda su templanza para desbloquear la pantalla y activar la cámara. Sus dedos temblaban, tanto por el deseo como por el esfuerzo de mantener el enfoque, mientras veía a través de la pantalla cómo ella continuaba con una mezcla de maestría y sensualidad.
Lucía no perdió un segundo. Notó cómo Álvaro la grababa y, lejos de intimidarse, lo miró directamente a la cámara con una sonrisa coqueta. Sus ojos brillaban bajo la tenue luz del árbol navideño mientras sus manos apretaban sus pechos contra él con firmeza, alternando movimientos con su lengua, que seguía explorando con precisión.
—¿Así? —preguntó en un susurro, sus palabras dirigidas tanto a Álvaro como a la lente, dejando claro que estaba completamente cómoda con el momento.
Álvaro jadeó, incapaz de responder con palabras, y mantuvo el teléfono lo más estable que pudo mientras ella intensificaba sus movimientos. Lucía, aun sosteniendo sus pechos, dejó que sus dedos acariciaran su piel, mezclando la suavidad con la presión exacta que sabía lo volvería loco. La cámara capturaba cada detalle: la delicadeza de su lengua, el contraste entre el encaje del vestido caído y su piel desnuda, y la manera en que su cabello rubio caía en ondas desordenadas sobre sus hombros.

Cuando la tensión en su cuerpo alcanzó el punto de no retorno, Álvaro apenas tuvo tiempo de advertirle.
—Lucía… voy a… —jadeó, pero ella sólo lo miró de nuevo, con esos ojos llenos de picardía que lo desarmaban por completo.
Álvaro liberó todo su placer en un clímax que lo recorrió de pies a cabeza. Su respiración se entrecortó mientras sentía cómo su cuerpo se tensaba y luego se relajaba bajo las caricias de Lucía. Parte de la descarga cayó sobre su rostro, su cuello y sus mechones dorados, mientras ella lo miraba sin apartar la vista, completamente entregada al momento.
Lucía dejó escapar una risa suave, todavía sosteniéndolo entre sus pechos, mientras pasaba los dedos por su cabello húmedo, con movimientos lentos y sensuales que parecían decirle que no tenía prisa. Su rostro, ligeramente manchado, brillaba bajo la luz cálida del árbol, pero no parecía importarle.
—Creo que este será tu mejor regalo de Navidad —dijo ella, con una sonrisa traviesa, mientras la cámara seguía capturando cada segundo.
Álvaro dejó el teléfono a un lado, la grabación olvidada, y tomó el rostro de Lucía entre sus manos. Sus pulgares acariciaron con suavidad sus mejillas mientras sus ojos, cargados de emoción, buscaban los de ella.
—Lucía… no tienes idea de lo hermosa que eres.
Ella sonrió, aun respirando con dificultad, mientras con un gesto rápido intentaba limpiarse la cara y el cuello con el borde del vestido. Pero antes de que pudiera moverse demasiado, Álvaro la detuvo.
—Déjame. —Su voz era suave, cargada de ternura, mientras usaba su propia camiseta abandonada en el sofá para ayudarla.
Cuando terminó, la rodeó con sus brazos y la levantó con facilidad, colocándola sobre su regazo. Lucía dejó escapar un suave suspiro al sentir su calor envolviéndola, mientras él la abrazaba con firmeza, pero sin apuro. Con sus labios, Álvaro comenzó a besarla despacio: primero su frente, luego sus mejillas, y finalmente encontró sus labios en un beso profundo, lleno de algo que iba más allá del deseo.
—Gracias —susurró contra sus labios, su tono quebrado por la emoción. —Gracias por esto… por ser tú. No sabes cuánto te amo.
Lucía sintió un nudo en la garganta. Cuando había planeado esta sorpresa, su intención había sido simple: darle placer, demostrarle cuánto lo valoraba. Pero ahora, escuchándolo, sintiendo sus caricias suaves en su espalda y en sus costados, se daba cuenta de que esto era mucho más que algo físico. Había algo profundo, intenso, que palpitaba en su interior, algo que la llenaba de una calidez indescriptible.
Ella, con los pechos aún desnudos, se dejó envolver por sus brazos, acurrucándose contra su pecho. Su oído quedó sobre su corazón, escuchando los latidos que se acompasaban lentamente con los suyos. Cerró los ojos, disfrutando de ese momento que era más íntimo que cualquier regalo que hubiera imaginado.
—No fue sólo para ti —murmuró finalmente, con una sonrisa tímida, levantando la cabeza para mirarlo. —Lo hice pensando en cuánto me das cada día. Eres tan bueno conmigo, siempre. Quería devolvértelo… pero creo que no sabía que me haría sentir tan bien
Con un movimiento decidido, llevó una mano a su cabello rubio, enredando los dedos en las suaves ondas antes de jalarlo hacia atrás con firmeza. Lucía dejó escapar un grito que no era de dolor, sino de puro placer, su cuello arqueándose mientras su respiración se cortaba en jadeos.
—Eres mía… —gruñó Álvaro, su voz profunda y cargada de deseo.
Su ritmo se volvió más intenso, más frenético, las embestidas haciéndose más fuertes con cada movimiento. Podía sentirla completamente, su cuerpo envolviéndolo con una calidez que lo llevaba al borde de la locura. Con cada empuje, su pelvis chocaba contra las nalgas suaves de Lucía, provocando un sonido húmedo y rítmico que se mezclaba con sus gemidos.
Cada vez que empujaba más profundo, la escuchaba gritar, sus gemidos ahora transformados en sonidos entrecortados y desesperados que llenaban la sala, marcando el ritmo de la pasión que los consumía.
—¡Sí, Álvaro! No pares… más fuerte —jadeó ella, su voz entrecortada pero llena de entrega.
Álvaro obedeció, inclinándose hacia adelante para cubrir su espalda con su cuerpo, su pecho rozando la piel húmeda de ella mientras su otra mano se aferraba a sus caderas con una fuerza casi desesperada. Su único pensamiento era profundizar, llegar más lejos, asegurarse de que Lucía sintiera cada parte de él.
Lucía se aferró al reposabrazos del sofá con fuerza, su cuerpo estremeciéndose con cada embestida. Su mente estaba en blanco, su única realidad eran las sensaciones que Álvaro le provocaba. Gritó de nuevo, perdida en la intensidad del momento, mientras su cuerpo se tensaba, sintiendo que el placer la consumía por completo.
—Eres perfecta… eres mía… —murmuró Álvaro contra su oído, su respiración errática mientras continuaba moviéndose, queriendo grabar este momento en su memoria para siempre.
Cada movimiento era una mezcla de fuerza y pasión, una declaración física de lo que sentía por ella. Su mente se nubló cuando alcanzó el clímax, gruñendo su nombre con una intensidad casi salvaje mientras la penetraba con toda la fuerza que su cuerpo podía ofrecer.
Lucía, sin resistencia, lo aceptó todo. Sus propios gritos de placer se mezclaron con los de él, su cuerpo sacudido por el éxtasis mientras sentía cómo la llenaba por completo. Se dejó llevar por la oleada de sensaciones, su mente y su cuerpo completamente sincronizados con los de Álvaro, mientras alcanzaba su propio clímax con una explosión que la dejó temblando.
Cuando sus respiraciones finalmente comenzaron a estabilizarse, Álvaro dejó caer la frente contra la espalda de Lucía, su cuerpo aun temblando por la intensidad de lo que acababan de compartir. Lucía, con los brazos apoyados en el reposabrazos del sofá, permanecía inmóvil, su piel brillante por el sudor, sus cabellos rubios desordenados cayendo como una cortina sobre su rostro.
—Eso fue… —murmuró Álvaro, sin encontrar las palabras, mientras deslizaba una mano por su cadera en un gesto suave y posesivo.
Lucía sonrió débilmente, sin girarse aún, dejando que su respiración se normalizara mientras sus piernas temblaban por el esfuerzo.
—Inolvidable —susurró, su voz ronca pero satisfecha.
Fue entonces cuando Álvaro notó el teléfono en el borde del sofá, aun grabando. Sus ojos brillaron con una chispa de picardía mientras lo tomaba y revisaba la pantalla. La grabación había capturado todo: la intensidad de sus movimientos, los gemidos de Lucía, y los momentos de puro desenfreno que habían compartido.
—Parece que tenemos un recuerdo bastante gráfico de nuestra Navidad… —dijo, sosteniendo el teléfono para que Lucía pudiera verlo.
Ella giró ligeramente la cabeza, sus ojos brillando de emoción y atrevimiento.
—¿Lo grabaste todo? —preguntó, con una mezcla de sorpresa y morbo en su tono.
—Cada segundo. —Álvaro sonrió, pasando el video para detenerse en un momento donde Lucía, con el cabello alborotado y la mirada perdida de placer, gritaba su nombre mientras él la sostenía con fuerza. —Mira esto. Dime si no eres lo más hermoso que he visto en mi vida.

Lucía, aún apoyada en el sofá, soltó una pequeña risa nerviosa, pero su mirada se llenó de curiosidad. Observó la pantalla, viendo cómo sus cuerpos se movían sincronizados, cada sonido y cada gesto capturado con una nitidez que la hacía sentir vulnerable pero extrañamente poderosa.
—Esto es… muy intenso —admitió, mordiendo su labio mientras apartaba la mirada de la pantalla hacia Álvaro.
—Es perfecto, como tú. —Álvaro dejó el teléfono sobre la mesa, apagando la pantalla, antes de inclinarse hacia ella para besar su hombro con suavidad.
Lucía se enderezó lentamente, girándose para sentarse en el sofá, su cuerpo aún cubierto por las marcas del momento que acababan de compartir. Sus ojos se encontraron con los de Álvaro, y una sonrisa cómplice se formó en sus labios.
—Bueno, supongo que este video será nuestro pequeño secreto… —murmuró ella, acomodándose en su regazo, su voz aún cargada de picardía.
Álvaro la abrazó con fuerza, riendo suavemente mientras la apretaba contra su pecho.
—Definitivamente. Aunque si alguna vez tengo un mal día, creo que ya sé cómo solucionarlo.
Ambos rieron, y mientras las luces del árbol parpadeaban a su alrededor, se dieron cuenta de que habían creado no sólo un recuerdo inolvidable, sino algo que siempre los haría volver el uno al otro, una conexión que ningún regalo material podría igualar.
—Feliz Navidad, Álvaro. —Lucía susurró contra sus labios antes de besarlo suavemente.
Lucía sonrió, acomodándose en el regazo de Álvaro mientras acariciaba su pecho, con la luz cálida del árbol reflejándose en sus ojos. Luego, giró ligeramente el rostro, como si supiera algo que nadie más podría imaginar.
—Feliz Navidad —susurró con una sonrisa traviesa, mirando hacia un punto invisible.
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