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Una mamada inolvidable

Una mamada inolvidable

sexo oral
chupando pija

Empieza suave, su boca se enreda en mi glande, que lleva un rato tironeándome conforme crecía la erección. Sus labios hacen ventosa en él, despacio, y la lengua juguetea con el frenillo, con toda la carne rosada e hinchada. Su boca se cierne, pero no deja entrar todo mi miembro pulsante, no, solo el glande. Chupa, lame, tira suavemente en succión, y no deja de mirarme a los ojos de vez en cuando para volver a su trabajo. La saliva se acumula en la punta, se mezcla con mi fluido preseminal, y de pronto abre más la boca, la lengua sale suavemente y la polla entra en profundidad. Los labios ciñen más el cuerpo de mi polla y la lengua abraza con su caliente humedad toda la parte inferior que palpita de nuevo con ansiedad.

Su trabajo continua, chupando despacio, llevando la cabeza atrás y dejando saliva en la piel ardiente y la carne hinchada, y se vuelve a hundir hacia adelante después de un sonido de succión para encontrarse con el fondo de su boca. Poco a poco, mientras chupa, mientras se deleita y me deleita con esa mamada, ofrecida tras entrar desnuda en el salón y sin una sola palabra tirar de mi pantalón y calzoncillo. Bajo la luz azulada del televisor su silueta, la de sus pechos jóvenes y su piel tersa se arrodilló y reclamó la carne que ahora la deleita. Al principio medio hinchada pero tras una serie de juguetones besos, dura y palpitante.

Sus manos, que hasta ese momento no habían hecho más que bajar ropa. Se cernieron, calientes, sobre todo: una, en el tronco hinchado y venoso, la otra, sugerente, empapándose de la saliva que caía para acariciarme las pelotas, cosa que, al sentir el contacto, me hizo estremecer con un gemido que ella correspondió con otro, una breve risa que repercutió en toda mi polla y me proporcionó otra ola de placer.

Su cabeza subía y bajaba cada vez con más rapidez, notaba sus pezones endurecidos y excitados acariciar suavemente mis piernas al ritmo de la mamada. Conocía esos pezones, duros, enhiestos, con la areola rosada comprimida por la propia excitación, sabiendo que si se los estrujaba, si se los mordía, si mis manos atrapaban sus pechos pesados y redondos, que estaban muy juntos de forma natural, y donde me encantaba derramarme, gemiría alocadamente y podría tener incluso orgasmos, como ya le había pasado. Y no dejaban de acariciar mis muslos mientras su cuerpo se cernía sobre mí y su boca chupaba y chupaba.

La succión me enloquecía, tiraba de la piel, comprimía las venas, exigía de mi interior. Las manos masajeaban. Una acompañaba la succión, los labios, apretando fuerte hacia arriba y aflojando un poco más al volver a bajar hasta tocar sus propios labios. La otra, la otra me estaba volviendo loco puesto que apretaba y sopesaba mis huevos cada vez más excitados.

De pronto la boca paró, y se deslizó con los labios por todo el tronco, bajando, en un beso continuo. Entonces noté la lengua salir, llegar justo a la raíz de mi polla en el pubis, lamer, mientras la mano afanada en ella no dejaba de masturbar aprovechando toda la saliva vertida. La lengua sigue viajando y se encuentra con el ofrecimiento que le hace la otra mano. Siento el calor húmedo de su boca al abrirse y me recorre un escalofrío de placer salvaje cuando se mete uno de mis testículos en la boca. El calor húmedo es abrasador, chupa, succiona, la lengua acaricia y tira suavemente tensando la piel. Y sigue con el otro mientras la mano sopesa el ya chupado y ensalivado. De nuevo, la boca arde, mi piel se estira, la lengua acaricia. Y empieza un vaivén de uno al otro, lamiendo todo el escroto por la parte media hasta el tronco de la polla, subiendo, lamiendo la punta y bajando de nuevo tras recabar las gotas transparentes del líquido preseminal aparecido por la masturbación y la excitación. Baja de nuevo, y esta vez, en más profundidad. Es entonces cuando aparta suavemente los testículos hacia arriba tras lamerlos de nuevo y me lame debajo, siento su lengua en el perineo y creo que se me va a partir la espalda mientras sus dos manos no paran de jugar. Entonces una de ellas abandona su puesto, aparta más uno de mis muslos. Sé lo que quiere. Al escurrirme un poco por el sofá, noto cómo la lengua baja más y busca mi ano para lamerlo. Se lo facilito, y su otra mano no deja de recorrer polla y huevos empapados de arriba abajo sin parar en una masturbación total conforme la lengua lame, juguetea, se atreve y presiona. Escucho sus labios besar, chupar, su aliento derramarse en la piel sensible.

Y vuelve arriba, vuelve a mi polla de pronto. Sus labios se abren y gimen al volver a calzarse toda la polla y empieza a ganar terreno. Una de sus manos se pierde por un momento. La otra no deja de acariciarme los huevos y uno de sus dedos presiona mi ano y juguetea con él hasta entrar dentro de mí. Su boca chupa con fuerza, con decisión, de nuevo, exigiendo mi semilla, mi semen derramada por su garganta como otras veces me he derramado en sus pechos, en su piel, en su coño llenándola entera, en su culo prieto que me ofrece muchas veces abriéndolo con las dos manos y pidiendo que lo tome. Y mi polla palpita. Escucho entonces un ruido, un chapoteo. Se está masturbando mientras me la chupa y me penetra con el dedo. Está tan cachonda, tan soberanamente excitada, que siento que se estremece pronto, mientras su boca vibra en gemidos en torno a mi polla chupada hasta que casi grita conforme se corre en el rápido orgasmo que se ha buscado.

Mis huevos amasados, el dedo dentro entrando y saliendo, la boca ganando cada vez más carne, chupando y llevando mi polla hasta lo más profundo que puede de su boca, reteniéndola ahí y teniendo una o dos arcadas hasta sacarla, dejar la espesa saliva caer y volver a intentarlo.

Siento que me viene, que yo entero empiezo a palpitar. Sobre todo cuando me acerca la mano repleta de sus flujos espesos y me ofrece lamerlos sin dejar de chupar.

Sabe dulce, salado, denso, el sabor de su coño que ahora estará palpitando deseando más mucho más. Aun así su boca es la que está ocupada en la ofrenda nocturna. Ya habrá tiempo de más.

Mis manos aprietan los brazos del sofá, me empieza a palpitar todo, tiene que estar notándolo. Su dedo se introduce sin piedad, la otra mano abandona mi boca deseosa y se ocupa de masturbar con exigencia de nuevo el tronco de mi erección mientras la palma, cuyo dedo está dentro de mí, aprieta mis huevos clamando por la cosecha.

Y llega. Me da un escalofrío, después siento que casi se me entaponan los oídos, como si el cuerpo entero pidiera suministros por toda mi espina dorsal que es por donde llega el orgasmo, como un tren desbocado. Ese segundo extático, esa petite mort, ese momento en el que justo antes de que el líquido denso y blanco emerja de mí, hay un tiempo entre palpitaciones en el que se reduce todo, vida y muerte, el universo, o puede que solo ese sofá. No sé si las manecillas del reloj siguen funcionando cuando ocurre. Pero de pronto una, dos, tres palpitaciones y me empiezo a vaciar en latigazos violentos que me hacen gemir y apretar su boca. Ella la abre al máximo y siento cómo mi semen cálido se derrama en su interior, en su boca, en su garganta, resbalando denso e imparable, una lenta avalancha. Ella traga, la escucho, su mano aprieta ahora despacio mi polla ordeñándola, la otra abandona mi culo para acariciar mis huevos sin dejar de jugar con el también palpitante perineo que es apretado más y más.

Cuando creo que me falta la respiración, cuando creo que no puedo más y que la flaccidez, que el abandono se va a apoderar de mí, ella no ceja y empieza a chupar con más fuerza, sin dejar de gemir por toda mi polla cosa que no deja que se afloje sino que reclama más excitación, más sangre con que llenarse. El orgasmo pasa ser doloroso, pero la sensación se mitiga y se troca por una segunda erección, más sensible y por lo tanto aún brutalmente más placentera. Y chupa, me ordeña, saca la polla de su boca, pastosa de semen, me mira.

—Dame más… dame más, por favor —dice sin separar apenas los labios de la polla.

Y mis dedos se atenazan en el brazo de sofá con casi violencia mientras ella vuelve a besar toda la piel de mi erección, ahora hipersensible y lo hace. Se yergue sobre sus rodillas, atrae la polla a su boca, la abre y veo deslizarse lentamente un hilo de saliva y semen sobre el glande con el que piensa lubricarla para… oh, dios…

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