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Entre dos fuegos (Parte 2) Cruce de caminos

Esa tarde, el clima conspiraba a nuestro favor. Las nubes grises que cubrían la ciudad parecían amortiguar los ruidos, creando un silencio que invitaba a la introspección… o a la tentación. Emiliano me había pedido que lo acompañara a revisar unos documentos en su departamento, un lugar del que solo había escuchado mencionar, pero que ahora se materializaba frente a mí.

Cuando cruzamos la puerta, la atmósfera cambió. Su hogar era moderno, decorado con tonos neutros, pero lleno de pequeños detalles que hablaban de su personalidad: libros apilados en un rincón, fotografías minimalistas en blanco y negro, y un aroma a madera y cítricos que se extendía por todas partes.

Me quité los zapatos, siguiendo su sugerencia, y sentí el frío del suelo de madera bajo mis pies descalzos. Llevaba un vestido de algodón azul, lo suficientemente ajustado para delinear mi figura, pero cómodo para una tarde de trabajo. Emiliano me ofreció un vaso de vino, y aunque sabía que debía decir que no, mi mano lo aceptó antes de que mi mente pudiera rechazarlo.

Nos sentamos en el sofá, con los documentos extendidos sobre la mesa de centro. Intenté concentrarme en las cifras y gráficos, pero era imposible ignorar la proximidad de su cuerpo. Su camisa blanca, desabrochada en el cuello, dejaba entrever una piel bronceada y una línea de vello que desaparecía bajo el cinturón. Su perfume, una mezcla de madera y especias, parecía envolverme.

—No puedo dejar de pensar en ti, Silvia —dijo de repente, su voz rompiendo el silencio como un susurro.

Mi pecho se tensó, y mi mano, que sostenía el vaso, se detuvo a medio camino. No sabía qué responder, pero antes de que pudiera procesarlo, su mano rozó la mía. Fue un toque suave, pero lleno de intención. Mi respiración se aceleró, y un calor comenzó a expandirse desde mi cuello hasta mi pecho.

—Emiliano, esto… esto no está bien —susurré, aunque mi voz carecía de convicción.

—Entonces dime que no lo sientes también, y me detendré —respondió, con esos ojos verdes fijándose en los míos, desafiándome.

No respondí. No podía. En ese momento, él se inclinó lentamente hacia mí, y cuando sus labios rozaron los míos, sentí que el mundo entero se detenía. El beso fue suave al principio, exploratorio, pero pronto se volvió más intenso, como si toda la tensión acumulada finalmente se desbordara.

Sus manos recorrieron mi espalda, y yo me sorprendí respondiendo con la misma urgencia. El calor en mi cuerpo era sofocante, y la tela de mi ropa interior comenzaba a pegarse a mi piel, una humedad que traicionaba mis pensamientos más reprimidos. Su mano descendió hasta mi cintura, deslizándose por el contorno de mi cadera y bajando hasta el borde de mi vestido.

—Eres increíble —murmuró contra mi oído, mientras su aliento cálido enviaba un escalofrío por mi columna.

Casi sin darme cuenta, sus dedos comenzaron a deslizarse bajo la tela. Mi respiración era irregular, y mi mente estaba dividida entre la culpa y el deseo. Podía sentir cómo el borde de mis bragas, ahora húmedas, era desplazado lentamente por sus caricias. Su tacto era seguro, como si supiera exactamente qué hacer para desarmarme por completo.

Me separé apenas unos centímetros, mirándolo a los ojos. Había un fuego en su mirada que me consumía, y sin embargo, no pude evitar sentir una mezcla de temor y excitación al darme cuenta de que ya no había vuelta atrás.

El sonido del vestido al deslizarse por mi piel desnuda llenó la habitación, un ruido casi imperceptible, pero cargado de significado. Emiliano se detuvo por un momento, recorriendo mi cuerpo con los ojos como si quisiera memorizar cada curva, cada sombra.

—Eres hermosa, Silvia —dijo con una sinceridad que me desarmó.

Mi piel ardía bajo su mirada. Su mano rozó mi muslo, subiendo lentamente, mientras yo cerraba los ojos y dejaba que las sensaciones me invadieran. La culpa seguía ahí, acechando en un rincón de mi mente, pero el deseo la había eclipsado por completo.

Esa tarde, los límites que había trazado en mi mente se desdibujaron por completo. Sus labios, sus manos, cada movimiento suyo parecía hecho para destruir las barreras que me protegían. Y yo, por primera vez en años, me sentí viva de una manera que no podía explicar, pero que tampoco podía ignorar.

Cuando finalmente nuestras respiraciones se estabilizaron, el sol comenzaba a ponerse. Miré por la ventana, viendo cómo la luz dorada teñía la ciudad, y supe que mi vida jamás volvería a ser la misma.

1 comentarios - Entre dos fuegos (Parte 2) Cruce de caminos

LunayMarcos
Muy buen relato la forma de redactar vamos por más