La música resonaba suavemente en el aire, envolviendo el espacio en una atmósfera de misterio y posibilidad. Ana, con un vestido negro que rozaba la perfección de su silueta, se movía con la confianza de quien sabe que cada mirada está puesta en ella. Su esposo, Javier, se apoyaba en la barra, con un gesto que era mezcla de orgullo y expectación. Habían acordado explorar juntos, pero siempre respetando los límites que ambos tenían claros.
En una esquina del salón, un hombre de aspecto distinguido captó la atención de Ana. Cabello entrecano, una postura impecable, y un porte que denotaba una vida llena de experiencias. Debía tener poco más de 50 años, y la forma en que sujetaba su copa de vino hablaba de alguien acostumbrado a disfrutar los placeres de la vida. Ana le dedicó una mirada breve, lo suficiente para sembrar curiosidad.
Se acercó a él con elegancia, dejando que el tintineo de sus tacones anunciara su llegada.
—¿Disfrutando de la noche? —preguntó, con una voz que parecía mezclar seguridad e inocencia a partes iguales.
El hombre levantó la vista, sus ojos claros escrutándola por un momento antes de responder.
—Ahora mucho más, debo admitir.
Ana rió suavemente, inclinándose ligeramente hacia él. Desde la barra, Javier observaba la escena, sin intervenir, pero con una atención tan fija que podría sentirse como un hilo invisible conectándolos a los tres.
—Tienes un aire distinto al resto —comentó Ana, jugando con el borde de su copa—. ¿Vienes a menudo a este tipo de lugares?
El hombre sonrió, un gesto que hablaba de confianza más que de arrogancia.
—Solo cuando sé que habrá algo interesante que ver. Y parece que hoy no me equivoqué.
Ana ladeó la cabeza, como si evaluara sus palabras, mientras dejaba que un silencio cargado de significado se instalara entre ellos. Luego, extendió una mano hacia él, sus dedos rozando apenas los suyos.
—Ana —dijo, y la forma en que pronunció su nombre fue un acto de seducción en sí mismo.
El hombre tomó su mano, pero no se apresuró a estrecharla. Miró por encima de su hombro hacia Javier, que seguía observando desde la distancia, y luego regresó su atención a ella.
—Luis —respondió, con una sonrisa que parecía decir que entendía perfectamente el juego que se estaba desarrollando.
El resto de la conversación fluyó como un río, lleno de insinuaciones sutiles y risas compartidas. Ana sabía exactamente cómo mantener el equilibrio entre la cercanía y la distancia, haciendo que cada palabra y cada gesto se convirtieran en una invitación implícita. Y aunque Javier permanecía en la barra, su presencia no era una barrera, sino una fuerza que añadía intensidad al momento antes de separarse ella disparó
—Espero que haya tiempo para un baile contigo más tarde, Luis.
La atmósfera en el boliche parecía haberse vuelto más densa, como si cada mirada, cada gesto, estuviera cargado de una energía.
Ana volvió a la barra con javier tomó de la copa de él.le planta en un beso apasionado javier pone su mano en el muslo de ana y comienza a subir a lugares prohibidos para otros no para el.
El estremecimiento de ella es imperceptible para el resto de la gente no para luis que observa todo desde su lugar privilegiado.
El hombre respondió con una sonrisa contenida, un leve levantamiento de su copa que sugería tanto aceptación como paciencia.Ana tomó la mano de su esposo, apartándola de su muslo con una dulzura que hablaba tanto de complicidad como de control.
—Para eso hay tiempo —le susurró al oído, sus palabras acariciantes—. Ahora, bailemos.
Sin esperar respuesta, lo condujo a la pista. Javier, siempre dispuesto a seguirle el juego, se dejó guiar. La música que envolvía el lugar parecía hacerse eco de la conexión entre ambos. Ana comenzó a moverse, sus caderas siguiendo el ritmo con una fluidez que atraía miradas de toda la sala. Javier la siguió, pero sabía que en ese momento no era solo su esposa: Ana era un espectáculo diseñado para desatar emociones y encender fantasías.
Mientras bailaban, Ana mantenía el contacto visual con Luis. Sus ojos eran un desafío constante, un puente invisible que lo invitaba a cruzar. Cada giro de su cuerpo estaba diseñado para mostrar más de lo necesario: la curva de su cintura, la línea de sus muslos, y esa diminuta tanga de encaje que se hacía visible con cada movimiento deliberado.
Javier lo notaba, y lejos de molestarse, parecía disfrutarlo. Sus manos seguían el contorno de su esposa con adoración, pero siempre con un respeto que indicaba que entendía las reglas del juego. Sin embargo, sus gestos también eran un recordatorio para Luis: Ana era suya, incluso cuando ella decidía extender los límites de lo permitido.
La música cambió a un ritmo más lento, y Ana aprovechó para acercarse más a Javier. Sus cuerpos se rozaban con una cercanía que hablaba de intimidad, pero sus ojos seguían buscando a Luis. En un momento, mientras giraba, dejó que sus labios rozaran la oreja de su esposo.
—¿Lo ves? Está esperando.
Javier sonrió, apenas asintiendo, mientras sus manos descansaban en la parte baja de su espalda, justo al borde del límite permitido. Ana inclinó su cabeza hacia atrás, dejando que el momento se alargara, y luego, de forma casi imperceptible, volvió a buscar la mirada de Luis.
Luis permanecía en su lugar, con una mezcla de fascinación y expectación. Cada movimiento de Ana parecía diseñado para incluirlo, para hacerlo sentir como si estuviera al borde de ser invitado a tomar el lugar de Javier. Y aunque sabía que había límites que no debía cruzar, no podía evitar imaginarlo.
Ana sabía lo que estaba haciendo. El sudor brillaba en su piel bajo las luces tenues del boliche, y su respiración acelerada no era solo por el baile. La tensión en el aire era casi tangible, y con cada giro, con cada roce, se aseguraba de mantener a ambos hombres atrapados en su juego.
Cuando la canción terminó, Ana se detuvo frente a su esposo, colocando una mano en su pecho y mirándolo a los ojos.
—Tómate un descanso —le dijo con una sonrisa juguetona, y luego miró por encima de su hombro hacia Luis—. Creo que es hora de darle una oportunidad al invitado.
Ana caminó hacia Luis, deteniéndose a escasos centímetros de él.
—¿Te animas? —preguntó, su voz tan suave como el roce de una pluma, pero cargada de intención.
Luis dejó su copa a un lado, sin quitarle la mirada de encima.
—Por supuesto.
Ana lo tomó de las manos y lo llevó a la pista. Usó todas las armas de seducción que tenía para llevar a Luis a un estado de éxtasis increíble: la ropa, sus curvas, sus movimientos eran una danza de pura provocación. Sin embargo, Ana nunca dejó de ver a Javier; sabía que él disfrutaba de la escena tanto como ella.
Cuando la música cambió, Luis intentó besarla. Ana, dulcemente, lo rechazó, acercándose al límite del contacto y susurrándole:
—Solo gracias.
Con una sonrisa, giró con gracia, ofreciéndole una última visión de su cuerpo y su ropa interior. Después, avanzó hacia Javier y le dijo:
—Es hora de un baile que solo tú sabes hacer y que yo deseo.
— El trabajo previo ya fue realizado.
Javier la tomó de la mano, y un apasionado beso se posó en los labios de Ana antes de que salieran juntos.
Luis, desde la distancia, miró la escena, sonrió y continuó bebiendo su copa.
En una esquina del salón, un hombre de aspecto distinguido captó la atención de Ana. Cabello entrecano, una postura impecable, y un porte que denotaba una vida llena de experiencias. Debía tener poco más de 50 años, y la forma en que sujetaba su copa de vino hablaba de alguien acostumbrado a disfrutar los placeres de la vida. Ana le dedicó una mirada breve, lo suficiente para sembrar curiosidad.
Se acercó a él con elegancia, dejando que el tintineo de sus tacones anunciara su llegada.
—¿Disfrutando de la noche? —preguntó, con una voz que parecía mezclar seguridad e inocencia a partes iguales.
El hombre levantó la vista, sus ojos claros escrutándola por un momento antes de responder.
—Ahora mucho más, debo admitir.
Ana rió suavemente, inclinándose ligeramente hacia él. Desde la barra, Javier observaba la escena, sin intervenir, pero con una atención tan fija que podría sentirse como un hilo invisible conectándolos a los tres.
—Tienes un aire distinto al resto —comentó Ana, jugando con el borde de su copa—. ¿Vienes a menudo a este tipo de lugares?
El hombre sonrió, un gesto que hablaba de confianza más que de arrogancia.
—Solo cuando sé que habrá algo interesante que ver. Y parece que hoy no me equivoqué.
Ana ladeó la cabeza, como si evaluara sus palabras, mientras dejaba que un silencio cargado de significado se instalara entre ellos. Luego, extendió una mano hacia él, sus dedos rozando apenas los suyos.
—Ana —dijo, y la forma en que pronunció su nombre fue un acto de seducción en sí mismo.
El hombre tomó su mano, pero no se apresuró a estrecharla. Miró por encima de su hombro hacia Javier, que seguía observando desde la distancia, y luego regresó su atención a ella.
—Luis —respondió, con una sonrisa que parecía decir que entendía perfectamente el juego que se estaba desarrollando.
El resto de la conversación fluyó como un río, lleno de insinuaciones sutiles y risas compartidas. Ana sabía exactamente cómo mantener el equilibrio entre la cercanía y la distancia, haciendo que cada palabra y cada gesto se convirtieran en una invitación implícita. Y aunque Javier permanecía en la barra, su presencia no era una barrera, sino una fuerza que añadía intensidad al momento antes de separarse ella disparó
—Espero que haya tiempo para un baile contigo más tarde, Luis.
La atmósfera en el boliche parecía haberse vuelto más densa, como si cada mirada, cada gesto, estuviera cargado de una energía.
Ana volvió a la barra con javier tomó de la copa de él.le planta en un beso apasionado javier pone su mano en el muslo de ana y comienza a subir a lugares prohibidos para otros no para el.
El estremecimiento de ella es imperceptible para el resto de la gente no para luis que observa todo desde su lugar privilegiado.
El hombre respondió con una sonrisa contenida, un leve levantamiento de su copa que sugería tanto aceptación como paciencia.Ana tomó la mano de su esposo, apartándola de su muslo con una dulzura que hablaba tanto de complicidad como de control.
—Para eso hay tiempo —le susurró al oído, sus palabras acariciantes—. Ahora, bailemos.
Sin esperar respuesta, lo condujo a la pista. Javier, siempre dispuesto a seguirle el juego, se dejó guiar. La música que envolvía el lugar parecía hacerse eco de la conexión entre ambos. Ana comenzó a moverse, sus caderas siguiendo el ritmo con una fluidez que atraía miradas de toda la sala. Javier la siguió, pero sabía que en ese momento no era solo su esposa: Ana era un espectáculo diseñado para desatar emociones y encender fantasías.
Mientras bailaban, Ana mantenía el contacto visual con Luis. Sus ojos eran un desafío constante, un puente invisible que lo invitaba a cruzar. Cada giro de su cuerpo estaba diseñado para mostrar más de lo necesario: la curva de su cintura, la línea de sus muslos, y esa diminuta tanga de encaje que se hacía visible con cada movimiento deliberado.
Javier lo notaba, y lejos de molestarse, parecía disfrutarlo. Sus manos seguían el contorno de su esposa con adoración, pero siempre con un respeto que indicaba que entendía las reglas del juego. Sin embargo, sus gestos también eran un recordatorio para Luis: Ana era suya, incluso cuando ella decidía extender los límites de lo permitido.
La música cambió a un ritmo más lento, y Ana aprovechó para acercarse más a Javier. Sus cuerpos se rozaban con una cercanía que hablaba de intimidad, pero sus ojos seguían buscando a Luis. En un momento, mientras giraba, dejó que sus labios rozaran la oreja de su esposo.
—¿Lo ves? Está esperando.
Javier sonrió, apenas asintiendo, mientras sus manos descansaban en la parte baja de su espalda, justo al borde del límite permitido. Ana inclinó su cabeza hacia atrás, dejando que el momento se alargara, y luego, de forma casi imperceptible, volvió a buscar la mirada de Luis.
Luis permanecía en su lugar, con una mezcla de fascinación y expectación. Cada movimiento de Ana parecía diseñado para incluirlo, para hacerlo sentir como si estuviera al borde de ser invitado a tomar el lugar de Javier. Y aunque sabía que había límites que no debía cruzar, no podía evitar imaginarlo.
Ana sabía lo que estaba haciendo. El sudor brillaba en su piel bajo las luces tenues del boliche, y su respiración acelerada no era solo por el baile. La tensión en el aire era casi tangible, y con cada giro, con cada roce, se aseguraba de mantener a ambos hombres atrapados en su juego.
Cuando la canción terminó, Ana se detuvo frente a su esposo, colocando una mano en su pecho y mirándolo a los ojos.
—Tómate un descanso —le dijo con una sonrisa juguetona, y luego miró por encima de su hombro hacia Luis—. Creo que es hora de darle una oportunidad al invitado.
Ana caminó hacia Luis, deteniéndose a escasos centímetros de él.
—¿Te animas? —preguntó, su voz tan suave como el roce de una pluma, pero cargada de intención.
Luis dejó su copa a un lado, sin quitarle la mirada de encima.
—Por supuesto.
Ana lo tomó de las manos y lo llevó a la pista. Usó todas las armas de seducción que tenía para llevar a Luis a un estado de éxtasis increíble: la ropa, sus curvas, sus movimientos eran una danza de pura provocación. Sin embargo, Ana nunca dejó de ver a Javier; sabía que él disfrutaba de la escena tanto como ella.
Cuando la música cambió, Luis intentó besarla. Ana, dulcemente, lo rechazó, acercándose al límite del contacto y susurrándole:
—Solo gracias.
Con una sonrisa, giró con gracia, ofreciéndole una última visión de su cuerpo y su ropa interior. Después, avanzó hacia Javier y le dijo:
—Es hora de un baile que solo tú sabes hacer y que yo deseo.
— El trabajo previo ya fue realizado.
Javier la tomó de la mano, y un apasionado beso se posó en los labios de Ana antes de que salieran juntos.
Luis, desde la distancia, miró la escena, sonrió y continuó bebiendo su copa.
0 comentarios - Es solo un juego de seducción