Clara, una mujer de 50 años atrapada en un matrimonio apagado, había empezado a encontrar una
emoción inesperada en sus visitas nocturnas a la plaza del barrio. Allí, en un banco siempre
ocupado por Gabriel, un joven indigente, encontró algo que hacía tiempo no sentía: una mirada que
la hacía sentirse viva. Lo que al principio comenzó como un gesto de caridad al llevarle comida,
pronto se transformó en algo más. Gabriel la miraba de una forma que despertaba en ella una
mezcla de deseo y curiosidad.
Con cada visita, Clara empezó a elegir con más cuidado lo que vestía. Una noche, decidió ponerse
un vestido claro, casi transparente, que dejaba entrever una ropa interior diminuta. Caminó hacia la
plaza mientras el aire fresco acariciaba su piel, sintiéndose más viva que nunca. Gabriel no pudo
evitar quedarse sin palabras al verla. Clara notó con satisfacción cómo su proximidad lo afectaba.
Mientras charlaban, la luz de las farolas iluminó su ropa interior, y Gabriel, aunque intentaba
disimular, no podía controlar la reacción de su cuerpo.
Esa noche, Clara regresó a casa, pero no pudo dormir. Mientras su esposo dormía profundamente
a su lado, ella decidió que debía volver, pero esta vez con más intención. Abrió su cajón de ropa
interior y eligió una tanga blanca, diminuta y transparente, que había comprado años atrás pero
nunca había usado. Mientras se la ponía, no pudo evitar mirarse en el espejo y notar cómo esa
prenda resaltaba cada curva de su cuerpo. Sintió una mezcla de nervios y emoción; no se trataba
solo de Gabriel, sino también de recuperar una parte de sí misma que había estado dormida.
Con su decisión tomada, Clara esperó a que su esposo se durmiera profundamente y salió hacia la
plaza vestida únicamente con la tanga blanca y un abrigo que ocultaba su cuerpo. Al llegar, Gabriel
la esperaba como cada noche. Sin decir una palabra, Clara se desabrochó el abrigo y dejó que
cayera al suelo, revelando su figura cubierta únicamente por la delicada prenda. Gabriel no podía
apartar la mirada; la intensidad de su deseo era palpable.
Clara giró lentamente, dejándolo admirarla desde todos los ángulos. Cada movimiento estaba
cargado de intención, y Gabriel, incapaz de resistir la tensión física y emocional, permanecía
inmóvil, completamente cautivado. Cuando sintió que era el momento adecuado, Clara se acercó a
él. Sus cuerpos se rozaron, y la fina tela de su ropa interior apenas logró contener la intensidad del
momento.
Sin soltar la conexión de sus miradas, Clara tomó las manos de Gabriel y las guió hasta sus
caderas desnudas. Luego, con un gesto tierno, le besó la frente antes de llevarlo de la mano hacia
la oscuridad del parque. Allí, lejos de las luces de las farolas, dejaron que sus impulsos se liberaran.
La noche se convirtió en un escenario donde el deseo y la conexión se entrelazaron en algo más
profundo, algo que ambos sabían que recordarían para siempre.
Cuando Clara regresó a casa, lo hizo con pasos ligeros, como si una carga se hubiera desvanecido
de sus hombros. Entró silenciosamente, asegurándose de no despertar a su esposo, y se deslizó
en la cama junto a él. Mientras cerraba los ojos, una sonrisa se dibujó en su rostro al recordar cada
detalle de la noche. La tanga blanca, esa prenda que había elegido con tanto cuidado, ya no estaba
con ella. Había quedado en otras manos, como un símbolo del momento que había compartido con
Gabriel.
Antes de entregarse al sueño, Clara notó algo más: una ligera humedad en su piel, un vestigio
tangible de aquella noche que no provenía de ella misma. No hizo nada por eliminarla, dejando que
ese detalle permaneciera como un último recuerdo físico. Cerró los ojos, sabiendo que, aunque su
vida cotidiana seguiría igual al día siguiente, algo en su interior había cambiado para siempre.
emoción inesperada en sus visitas nocturnas a la plaza del barrio. Allí, en un banco siempre
ocupado por Gabriel, un joven indigente, encontró algo que hacía tiempo no sentía: una mirada que
la hacía sentirse viva. Lo que al principio comenzó como un gesto de caridad al llevarle comida,
pronto se transformó en algo más. Gabriel la miraba de una forma que despertaba en ella una
mezcla de deseo y curiosidad.
Con cada visita, Clara empezó a elegir con más cuidado lo que vestía. Una noche, decidió ponerse
un vestido claro, casi transparente, que dejaba entrever una ropa interior diminuta. Caminó hacia la
plaza mientras el aire fresco acariciaba su piel, sintiéndose más viva que nunca. Gabriel no pudo
evitar quedarse sin palabras al verla. Clara notó con satisfacción cómo su proximidad lo afectaba.
Mientras charlaban, la luz de las farolas iluminó su ropa interior, y Gabriel, aunque intentaba
disimular, no podía controlar la reacción de su cuerpo.
Esa noche, Clara regresó a casa, pero no pudo dormir. Mientras su esposo dormía profundamente
a su lado, ella decidió que debía volver, pero esta vez con más intención. Abrió su cajón de ropa
interior y eligió una tanga blanca, diminuta y transparente, que había comprado años atrás pero
nunca había usado. Mientras se la ponía, no pudo evitar mirarse en el espejo y notar cómo esa
prenda resaltaba cada curva de su cuerpo. Sintió una mezcla de nervios y emoción; no se trataba
solo de Gabriel, sino también de recuperar una parte de sí misma que había estado dormida.
Con su decisión tomada, Clara esperó a que su esposo se durmiera profundamente y salió hacia la
plaza vestida únicamente con la tanga blanca y un abrigo que ocultaba su cuerpo. Al llegar, Gabriel
la esperaba como cada noche. Sin decir una palabra, Clara se desabrochó el abrigo y dejó que
cayera al suelo, revelando su figura cubierta únicamente por la delicada prenda. Gabriel no podía
apartar la mirada; la intensidad de su deseo era palpable.
Clara giró lentamente, dejándolo admirarla desde todos los ángulos. Cada movimiento estaba
cargado de intención, y Gabriel, incapaz de resistir la tensión física y emocional, permanecía
inmóvil, completamente cautivado. Cuando sintió que era el momento adecuado, Clara se acercó a
él. Sus cuerpos se rozaron, y la fina tela de su ropa interior apenas logró contener la intensidad del
momento.
Sin soltar la conexión de sus miradas, Clara tomó las manos de Gabriel y las guió hasta sus
caderas desnudas. Luego, con un gesto tierno, le besó la frente antes de llevarlo de la mano hacia
la oscuridad del parque. Allí, lejos de las luces de las farolas, dejaron que sus impulsos se liberaran.
La noche se convirtió en un escenario donde el deseo y la conexión se entrelazaron en algo más
profundo, algo que ambos sabían que recordarían para siempre.
Cuando Clara regresó a casa, lo hizo con pasos ligeros, como si una carga se hubiera desvanecido
de sus hombros. Entró silenciosamente, asegurándose de no despertar a su esposo, y se deslizó
en la cama junto a él. Mientras cerraba los ojos, una sonrisa se dibujó en su rostro al recordar cada
detalle de la noche. La tanga blanca, esa prenda que había elegido con tanto cuidado, ya no estaba
con ella. Había quedado en otras manos, como un símbolo del momento que había compartido con
Gabriel.
Antes de entregarse al sueño, Clara notó algo más: una ligera humedad en su piel, un vestigio
tangible de aquella noche que no provenía de ella misma. No hizo nada por eliminarla, dejando que
ese detalle permaneciera como un último recuerdo físico. Cerró los ojos, sabiendo que, aunque su
vida cotidiana seguiría igual al día siguiente, algo en su interior había cambiado para siempre.
1 comentarios - clara y gabriel