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PDB 74 Emma a puertas cerradas…




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Compendio III


Mi relación con Emma es compleja… por decir lo menos. Isabella está fascinada conmigo, viéndome como “el juguete más brillante de la escuela”. Para Aisha, soy un consuelo reconfortante de David, “rellenando los huecos” causados por sus prolongadas ausencias.

Pero con Emma, las cosas son distintas. Ella me ve tal cual como soy: un tipo normal, con fallas y medianamente honesto.

PDB 74 Emma a puertas cerradas…

Para el mundo exterior, nuestra conexión parece un “romance platónico”: coqueteamos entre juegos, nos abrazamos más de la cuenta y de cuando en cuando, compartimos nuestro beso en público a escondidas. Pero, aun así, no cruzamos la línea de la decencia ante desconocidos. Mi amor por Marisol y nuestros hijos es demasiado para arriesgarlo todo y por su parte, Emma atesora mucho el amor de Karen para arruinarlo con nuestras indiscreciones.

Aun así, Emma me despierta algo. Una nostalgia pasiva del tiempo en que Marisol era mi amiga antes de empezar nuestra relación. Entiendo que se escuche extraño que lo diga porque mi ruiseñor apenas ha cambiado desde el tiempo que éramos amigos. Pero a lo que me refiero es que Emma se parece mucho a la valentía y franqueza que Marisol tenía en esos tiempos: la manera en que me desafiaba empujaba y me mantenía con los pies en la tierra. Hoy en día, Marisol confía en mí implícitamente, dejándome guiar sin cuestionamientos. Emma, en cambio, no tiene pelos en la lengua. Ella desafía mis cuestionamientos y la admiro por ello.

Su confianza se destaca en contraste de la pasiva fortaleza de Marisol. Mi cónyuge tiene sus motivos: un padre egoísta, machista e irrespetuoso, que la dejó a merced de hombres ebrios y abusivos que lastimaron su confianza y autoestima. Pero cuando me conoció, vio que las cosas podían ser diferentes: me tuvo como un amigo sincero, paciente y confiable. Su amor por mí creció desproporcionadamente antes que me diera cuenta de lo que yo mismo sentía por ella y, aun así, nunca propasé su vulnerabilidad. Le respeto demasiado para hacerlo.

Sin embargo, la astucia de Emma me atrae. Esa primera mañana, tras la llegada de Jacinto, quería estar a solas con ella, para poder conversar del embarazo de Marisol y mis inseguridades.

Pero el destino, disfrazado de la naturaleza impulsiva de Isabella, tenía otros planes. Y fue de esa manera que terminé en la cama junto con Isabella.

A la semana siguiente, cuando esperaba que por fin pudiera estar con Emma, intercambió lugares con Aisha y terminamos haciendo a David un cornudo.

Por eso pienso que, de estar casado con otra mujer, sería yo el de las cornamentas: todavía cedo ante la voluntad de otros, incluso después de todo lo que he vivido. Pero la paciencia de Emma hizo que la espera valiera la pena.

Cuando por fin nos pudimos sentar a solas, su cálida sonrisa y visión más introspectiva ayudaron a calmar mi corazón.

Me dio precisamente lo que estaba buscando: una perspectiva nueva, clara y la honestidad gentil que mi alma necesitaba…

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Cada vez que Emma y yo vamos en una cita, las cosas cambian al entrar al hotel. Siempre tenemos mucho que hablar y compartir, pero nuestra calentura es más grande, insaciable y a menos que no saltemos a la cama, nunca podríamos discutirlo.

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A medida que nos deslizamos al dormitorio, nuestra ropa queda esparcida como miguitas de pan en el camino. Mis ojos se enfocan en los preciosos senos de Emma, la curvatura de su cintura, la sensualidad de su ropa interior, mientras que Emma acaricia mi rígido vientre, agarrando ocasionalmente la forma que se proyecta en mis calzoncillos.

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Besos, caricias y agarrones nunca fallan al llegar a la cama. Hacemos el amor de una forma impulsiva, animalesca, con mi pene llenándola hasta el borde, mientras la sujeto fuertemente bajo mis brazos. Los gemidos de Emma se hacen cada vez más fuertes, su cuerpo temblando a medida que le doy en sus puntos débiles, su orgasmo manifestándose en un armónico crescendo.

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Nuestros cuerpos se mueven en completa armonía, un ritmo de pasión refinado con cada encuentro. Y cuando ella alcanza el orgasmo por primera vez, sus gritos de placer llenan el dormitorio, resonando en las paredes con la intensidad profunda de su amor.

Nuestro amor es crudo y primitivo, un entendimiento tácito que atraviesa las fronteras culturales junto con las del tiempo y del espacio.

o ¡Ahhh! ¡Sí! ¡Ahhhh, sí! ¡Justo ahí! ¡Justo ahí! ¡Ahh, Marco! ¡Voy a venirme! ¡Tanto! ¡Ahh! ¡Ahhh! ¡Ahhh! – los gritos orgásmicos de Emma resonaron por todo el dormitorio, sintiendo chorro tras chorro de mi esperma caliente rellenando su vientre.

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Yo jadeaba sobre ella, agotado. Emma no pudo contener sus ganas por más tiempo y nos besamos, con ella perdiéndose con el sabor de mi saliva.

- ¡He estado esperando por esto por tres semanas! – le confesé riendo, mi voz cansada y mirándola profundamente, haciendo a Emma enrojecer.

Ella también sabe a lo que me refería. También se ha dado cuenta que lo que compartimos es distinto a lo de Isabella o de Aisha.

o Eres todo lo que no sabía que necesitaba. – respondió Emma, con una voz dulce, amorosa, que comprendía mis remordimientos.

(You’re everything I didn’t know I needed.)

Está muy consciente que nuestra situación está demasiado lejos de ser ideal, pero también sabe que será bastante difícil poder dejarme.

- ¿Estás segura de que esto es suficiente para ti? – le pregunté, disfrutando su cálida caricia sobre mi mejilla, mi miembro aun hinchado, prisionero en su cálido, pegajoso y ajustado interior. - ¿Es suficiente para ti que nos veamos una vez en la semana en un hotel?

Emma me abrazó con fuerza, sus suaves, blandos y tibios senos enterrándose en mi pecho, comprendiendo perfectamente lo que trataba de decirle…

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Mis palabras no reflejaban lujuria, sino que mayormente remordimiento. Sé que a ella le encantaría que fuera más para ella. No solo un “polvo semanal”, pero que le dé una relación estable.

Me he esforzado en dar lo mejor de mí, pero estar casado y tener hijos lo complica mucho, inclusive con el apoyo de mi esposa.

Pero Emma sabe de mi anhelo a que ella encuentre a alguien más y se enamore, porque estoy consciente que lo que hago no es justo ni para ella ni para Karen.

o ¡Lo sé! – respondió con una voz triste y adolorida. – Pero no lo cambiaría por nada.

Enterró su cabeza en mi pecho, sintiendo el compás de mi corazón. Me miró a los ojos, a punto de romper en lágrimas.

o Estoy segura. – me reafirmó ella, besándome con suavidad.

Y con eso, ella empezó a moverse otra vez, sus caderas aferrándose a las mías buscando más afecto. En esos momentos, podía sentir cómo quería ser consumida por nuestro amor, de perderse a sí misma en alguien más a quien amaba, en el sentimiento de alguien que la llenaba.

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Nuestro amor es una flama que quema resplandeciente, iluminando la oscuridad de nuestras vidas. Y mientras empezábamos a hacer el amor de nuevo, Emma sentía esa pertenencia tan íntima, que yo sabía que ella nunca la había experimentado.

Emma me montaba lentamente, disfrutando la sensación de mi pene deslizándose dentro y fuera de su interior, rellenándola de una manera maravillosa. Mis ojos se fijaban en el movimiento pendular de sus pechos, haciéndole sentir más viva y sexy. Nuestros besos eran asombrosos, su lengua revoloteando con la mía.

A medida que su cuerpo empezó a rebotar, su cintura arrasando con la mía, empecé a pensar lo sensual que era ella. Me causaba gracia al ver cómo se estremecía al sentirme penetrarla profundamente, sacudiéndose para sentirla mejor dentro de ella.

Nuestros movimientos se volvieron más profundos. Nuestra conexión incluso se intensificó. No sé qué es lo que ve en mí, siendo casi trece años mayor que ella. Pero no creo que sea edad ni apariencia. Emma busca los sentimientos. La manera que la hago sentir.

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Cuando Emma alcanzó su primer orgasmo, se sintió estática. Nunca antes había estado con un hombre que pudiera aguantar más que ella y por lo mismo, me tiene visto como su nuevo estándar. Siguió brincando sobre mí, adicta al contacto de nuestros cuerpos, a la forma que la he ido llenando.

La sujeté por la cintura, Emma me sonrió en agradecimiento, creyendo que, de otra manera, flotaría hacia el espacio sideral. Pero, por otra parte, esto le significaba una “dulce condena”, al tener que forzarla a tomar mi pene entero.

Una vez que terminé de rellenarla con mi semilla por una segunda vez, permanecimos en la cama agotados, con nuestros cuerpos pegajosos por el sudor y el placer. El rostro de satisfacción de Emma era risueño. Había perdido la cuenta del número de orgasmos que había sentido.

Habíamos llegado a un punto que la hacía acabar en múltiples ocasiones, ya fuese en orgasmos largos e intensos, o bien, en una secuencia interminable de otros más pequeños, que la dejaban completamente rendida. De cualquier forma, el resultado era siempre el mismo: mi pene siempre atrapado por su estrecha vagina, como si fuéramos perros en celo.

Y fue entonces que busqué la guía en sus ojos, revelándole mi lado más vulnerable. Empecé a contarle de mis miedos e inseguridades como padre y esposo, tratando de ser más honesto. Emma me escuchó pacientemente embelesada, comprendiendo las complejidades que me afligen.

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Pero, aun así, la ironía de la situación no le pasaba desapercibida: aquí estaba ella, la amante, dándome la perspectiva y guía que mi esposa no me puede dar. Mientras que Marisol, con su incuestionable aceptación de mis infidelidades, se ha vuelto una cómplice silenciosa, Emma me ofrece la voz de la razón y el entendimiento que yo necesitaba.

Nuestra conversación cambió hacia nuestras proyecciones futuros, los riesgos que estábamos tomando y las potenciales consecuencias de nuestras indiscreciones. Pero a cambio de todos estos consejos, mi precio es concederle sexo hasta dejarla satisfecha, algo que a menudo cae en mis remordimientos, pero que ninguno de los dos profundizamos demasiado.

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A medida que empecé a moverme en su interior nuevamente, rellenando su culito apretado, Emma se perdió en las sensaciones.

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El placer era exquisito, una mezcla de dolor y euforia que la hacían sentir de una manera que nunca antes había experimentado. Se maravillaba de la manera que le estiraba su esfínter, dejándome meterla entera. Se había vuelto una sensación que le estaba empezando a encantar y estábamos llegando a un punto donde haría lo que fuera para que siguiera dentro de su vida.

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Mis embestidas se hacían más profundas, mi agarre a su cintura más fuerte a razón que encontraba mi ritmo. Emma sentía el calor en su interior, su orgasmo aproximándose como un tren descontrolado. Ella sentía que ese momento, justo ahí, era el que hacía que todo valiera la pena.

Y cuando me vine de nuevo, llenando su culo con semen caliente, colapsó en la cama, su cuerpo temblando de placer y emoción. Por un momento, permanecimos ahí, disfrutando de los frutos de nuestro amor. Pero al poco rato, la realidad empezó a decantar. Teníamos que arreglarnos, vestirnos y regresar a nuestras vidas respectivas.

Pero una vez dentro de la ducha del hotel, los dos queríamos más. Era una mezcla vaporosa de pasión y caricias gentiles. Mientras le metía los dedos a través de sus pliegues íntimos, acariciando con jabón sus femeninas curvas y ella me masturbaba suavemente entre sus dedos, auscultando con su otra mano cada centímetro de mi tórax, sabíamos que nuestro escape era temporal. Que nuestros hijos, a pesar de todo lo que hemos compartido, siguen siendo el centro de nuestros respectivos universos y debido al respeto por ellos, nuestros encuentros semanales eran breves.

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Podía notar en la forma que me miraba, me besaba y nos abrazábamos esa mezcla de admiración y frustración en los ojos de Emma, al tener una erección de proporciones junto a su cuerpo y no cogerla, sin importar lo mucho que los dos lo deseábamos.

Así y todo, nos empezamos a vestir con un fuerte pesar en el corazón, sabiendo bien que nuestra reunión había terminado, una semana interminable reiniciándose para nuestro próximo encuentro. No obstante, eso no impidió que nos besáramos un poco más. Besos intensos y fervientes, que buscaban disfrutar mutuamente por unos pocos momentos más.

De vuelta en la escuela, Aisha e Izzie nos recibieron con sonrisas cálidas y comprensivas, teniendo una clara idea de lo que había transcurrido entre nosotros, habiéndolo vivido también. Sin embargo, nosotros cuatro todavía actuábamos como los padres amorosos y responsables de nuestros hijos, que en su bendita inocencia, todavía ignoran felices el tipo de relación compartida que tenemos.


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