You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Soy exhibicionista, me excita

Soy exhibicionista, me excita

amateur



muy caliente


Laura nunca se había sentido completamente segura de sí misma. No había sido la niña bonita ni la adolescente que destacaba entre las demás. Al contrario, había crecido en un entorno donde sus curvas, su cuerpo “chubby”, siempre eran motivo de chismes, burlas y comparaciones. Durante años, sus inseguridades habían sido tan profundas como una herida sin cicatrizar, y la falta de amor propio había sido su compañera constante. Aunque su inteligencia y su astucia habían sido sus aliados, siempre sentía que faltaba algo.
Ella lo sabía: el cuerpo que los demás rechazaban, el que ellos veían como “demasiado”, era el mismo que ella comenzaba a usar como una herramienta para llenar su vacío interno. Cada día, eligiendo la ropa con más cuidado, ajustando la blusa para que abrazara sus pechos generosos, sintiendo la tela de encaje contra su piel como un recordatorio de lo que estaba dispuesta a mostrar. Y en cada gesto, en cada movimiento, Laura no solo buscaba ser admirada, sino también sentirse viva.
La oficina era un típico espacio de trabajo en un edificio anodino del centro. Una gran planta abierta con cubículos de paredes bajas, donde los trabajadores podían ver y ser vistos con facilidad. La luz blanca de los fluorescentes iluminaba cada esquina, creando un brillo constante en los monitores de las computadoras y un reflejo opaco en los muebles grises. A un lado, junto a las ventanas, estaban las plantas de oficina, siempre medio marchitas, intentando aportar un poco de vida al espacio. Las máquinas de café, con su aroma a café quemado, y la fotocopiadora en el rincón eran el centro de reuniones improvisadas, donde se compartían chismes y quejas sobre el jefe de turno.
Marcos estaba sentado en su cubículo, justo frente al pasillo que llevaba al área de impresión, con una vista perfecta hacia el escritorio de Laura. Era uno de esos empleados a los que nadie prestaba mucha atención. De mirada siempre esquiva, era conocido por ser bueno en su trabajo, pero demasiado callado. Su figura delgada y el gesto siempre nervioso lo hacían pasar desapercibido, algo que a él le gustaba. Era el tipo de persona que prefería observar desde las sombras, quedarse al margen sin ser el centro de atención.
Sin embargo, desde hacía semanas, su actitud había cambiado ligeramente. La llegada de Laura había traído un aire diferente a la oficina, y para Marcos, representaba una novedad irresistible. A primera vista, nadie lo hubiera pensado, pero él tenía un secreto que no compartía con nadie: disfrutaba de mirar. Era un voyeur innato, siempre atento a los detalles, a los gestos que nadie más notaba. Y Laura era un espectáculo constante. La forma en que se inclinaba sobre la mesa, cómo cruzaba las piernas, dejando ver el borde de sus medias de encaje, los botones de su blusa apenas abrochados que dejaban entrever el encaje negro de su sujetador. Cada movimiento era una invitación silenciosa para que la miraran, y Marcos no podía resistirse.
Aquel día, Marcos se había dado cuenta de que Laura llevaba un atuendo especialmente provocador. La blusa de seda blanca, ligeramente translúcida bajo la luz de los fluorescentes, dejaba adivinar el encaje del sujetador negro, mientras que su falda, ajustada y ceñida a sus caderas anchas, se subía apenas cuando se sentaba, revelando el encaje de sus medias. Él observaba todo eso desde su cubículo, con la mirada fija, tratando de ser discreto, pero con el pulso acelerado y la respiración más pesada de lo habitual.
Desde donde estaba, podía verla claramente inclinarse sobre su escritorio. Ella jugaba con un bolígrafo entre sus dedos, y aunque él intentaba concentrarse en su trabajo, la vista se le escapaba constantemente hacia el escote que se abría levemente cada vez que Laura se inclinaba un poco más. Sabía que estaba mal, que no debería estar mirándola así, pero no podía evitarlo. La forma en que ella movía su cuerpo, con la gracia de alguien que sabe que es observada, lo hipnotizaba.
Apenas pudo disimular el temblor de sus manos mientras fingía revisar un informe. Sentía una mezcla de culpa y excitación, sabiendo que, si alguien lo veía así, perdería toda su credibilidad. Pero entonces, Laura se levantó de su asiento, ajustándose la falda con ambas manos y dirigiéndose lentamente hacia la fotocopiadora, justo al lado de su cubículo. Podía oler su perfume, una mezcla de vainilla y sándalo que parecía envolverlo cada vez que ella pasaba cerca. Marcos tragó saliva, su mirada descendiendo inevitablemente hacia el contorno de sus caderas, que se movían con una cadencia hipnotizante.
Laura estaba allí, a solo unos metros, ocupada haciendo copias de unos documentos. Él sabía que debía concentrarse en su pantalla, pero el ritmo de su respiración se había vuelto errático, y el sudor comenzaba a formarse en sus palmas. Laura, como si intuyera su mirada, giró levemente la cabeza y lo miró por el rabillo del ojo, una sonrisa apenas perceptible asomándose en sus labios. Marcos sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal. Era como si ella supiera exactamente lo que estaba haciendo, como si hubiera captado su mirada furtiva y decidiera dejarlo mirar un poco más.
La mano de Laura bajó hasta su muslo, alisando la falda, y sus dedos rozaron el borde del encaje de las medias. La acción fue rápida, sutil, como si se tratara simplemente de ajustarse la ropa, pero Marcos la sintió como una caricia directa en su propia piel. Era un toque que no iba dirigido a él, pero que se sentía íntimo, como si ella estuviera compartiendo ese momento solo con él, aunque fuera sin palabras.
El resto de los empleados seguían con sus tareas, algunos riendo cerca de la máquina de café, otros concentrados en sus pantallas, pero para Marcos, todo el entorno se desvanecía, dejando solo a Laura y el sutil juego de seducción que ella había iniciado. No podía apartar los ojos de la curva de sus nalgas, del movimiento de sus caderas al cambiar de posición. Sentía el calor subiendo por su cuerpo, y aunque intentaba disimularlo, el deseo lo consumía, sintiendo que cada segundo que pasaba la miraba lo enredaba más en una red de deseo silencioso y reprimido.
Laura, por su parte, sabía que Marcos la estaba mirando. Podía sentir su mirada como un rayo que se deslizaba por su cuerpo. Y aunque no era el tipo de hombre que solía llamar su atención, había algo en su timidez, en su manera de observarla en silencio, que la excitaba. Era un juego de poder distinto. Con los otros, sabía que el deseo era evidente, pero con Marcos, el placer estaba en verlo debatirse entre el deseo y la culpa, en ser la causa de su incomodidad y, al mismo tiempo, de su placer. Era una validación silenciosa, un tributo a su cuerpo que él no podía evitar pagar con cada mirada furtiva.
Marcos intentaba volver su atención al informe en su pantalla, pero era inútil. La presencia de Laura tan cerca, inclinada sobre la fotocopiadora, con la falda subiendo apenas unos centímetros más cada vez que cambiaba de postura, lo arrastraba a un estado de fantasía casi inevitable. Sus ojos, moviéndose con rapidez entre la pantalla y el contorno de sus piernas, se quedaban atrapados en el juego de luces y sombras que creaban sus muslos bajo la tela ajustada.
En su mente, se repetía que debía mirar hacia otro lado, que esto estaba mal, pero su imaginación lo traicionaba. No podía evitar pensar en lo que había visto una vez, por accidente, cuando ella cruzó las piernas al sentarse en la sala de reuniones. El ligero desliz de la falda había revelado el borde de sus medias de encaje y la liga que las sujetaba. Un destello oscuro contra la piel clara de sus muslos, y ese recuerdo se había quedado grabado en su mente como un tatuaje ardiente.
Ahora, cada vez que la veía pasar, no podía evitar fantasear con lo que se ocultaba bajo esa falda. Se preguntaba si hoy llevaría esas mismas medias de encaje negro, si el liguero se ceñía a su piel suave, marcando su carne con esa delicada presión que apenas dejaba una huella. En su imaginación, el encaje formaba patrones florales sobre su piel, cubriendo sus muslos, pero dejando entrever todo de una forma sugerente. Se imaginaba acariciando el borde del encaje con la yema de sus dedos, sintiendo la textura fina, el leve temblor de su piel bajo su toque.
Su mente vagaba más allá, adentrándose en el espacio oculto entre las piernas de Laura. ¿Qué tipo de ropa interior llevaría hoy? ¿Sería de encaje también, a juego con las medias, o quizás algo más atrevido? Podía imaginar el delicado triángulo de tela cubriendo su sexo, húmedo y caliente tras una mañana de provocar miradas furtivas. En sus pensamientos, Laura se giraba hacia él, sus labios se curvaban en una sonrisa pícara, y con una lentitud deliberada, levantaba la falda, dejando ver el pequeño trozo de tela que apenas contenía su deseo. Podía ver las cintas del liguero sujetas a las medias, el encaje tenso sobre su piel, y el espacio oscuro, prohibido, donde se unían sus muslos.
Marcos sintió cómo su respiración se volvía más pesada, su pulso retumbando en sus oídos. Cerró los ojos un segundo, tratando de calmarse, pero la imagen persistía, ardiente y nítida. Laura, con la falda levantada hasta la cintura, deslizándose lentamente hacia él, su mirada fija en la suya, como si disfrutara viendo cómo su deseo crecía, cómo él se derretía ante esa visión imposible. Imaginó el calor de su piel, el aroma de su excitación, cómo el encaje húmedo de su ropa interior se pegaría a su sexo, marcando cada curva, cada pliegue.
Abrió los ojos de golpe, sintiéndose atrapado en su propia mente, y bajó la vista hacia su escritorio, esperando que nadie notara el rubor en sus mejillas, la incomodidad evidente que comenzaba a crecer entre sus piernas. Laura seguía allí, de espaldas, acomodando los papeles en la fotocopiadora, sin darse la vuelta. Marcos se preguntaba si ella tenía una idea de lo que estaba provocando en él, si se imaginaba siquiera lo que él estaba pensando, o si todo esto era solo un juego en su propia mente.
Pero entonces, como si sintiera su mirada, Laura giró levemente la cabeza, sus ojos encontrando los de Marcos por un segundo. Una sonrisa pícara, casi imperceptible, se dibujó en sus labios antes de volver a concentrarse en sus tareas. Él tragó saliva, sintiendo una mezcla de excitación y vergüenza. Porque en ese instante, con esa mirada fugaz, tuvo la sensación de que ella sabía exactamente lo que pasaba por su cabeza. Y no solo lo sabía, sino que lo disfrutaba.
La imagen de Laura, levantando la falda, mostrándole lo que escondía bajo esa tela ajustada, lo acompañó durante todo el día. Cada vez que intentaba concentrarse, regresaba a ese momento imaginado, a la textura del encaje, al calor de su piel, y a la expresión satisfecha de Laura mientras lo dejaba mirar, sabiendo que, para él, solo ese vistazo era suficiente para perderse en sus propias fantasías.
Laura sabía perfectamente lo que estaba haciendo cada vez que se levantaba de su escritorio. El pequeño ritual de cruzar la oficina hasta la máquina de café o la copiadora era una excusa, un desfile cuidadosamente calculado que la hacía sentir deseada. Lo había notado desde el primer día: la forma en que las conversaciones bajaban de volumen a medida que ella pasaba junto a los cubículos, los ojos que se deslizaban desde sus papeles hasta sus caderas, el reflejo de las miradas furtivas en las pantallas apagadas. No necesitaba palabras, los hombres en esa oficina la devoraban con los ojos y ella disfrutaba de cada segundo.
Hoy había decidido usar su falda lápiz negra, esa que se ajustaba perfectamente a sus caderas anchas y marcaba su cintura, combinada con una blusa blanca de seda que dejaba adivinar el encaje azul eléctrico de su sujetador. El conjunto no era casual; había pasado minutos extra eligiendo la ropa interior perfecta, un conjunto que sabía que la hacía sentir poderosa: Las copas suaves realzando sus pechos, y unas bragas a juego que se ceñían a su figura, rozando apenas el inicio de sus nalgas, completado por un liguero negro que sujetaba unas medias de encaje que terminaban justo a mitad del muslo. Cada prenda la hacía sentirse no solo hermosa, sino poderosa, como si el encaje que abrazaba su cuerpo fuera un talismán que la protegía de cualquier duda sobre sí misma.
Con cada paso hacia las máquinas, sentía la tensión en la tela ajustada de su falda, cómo el encaje de las medias rozaba su piel, enviando pequeñas oleadas de placer por sus piernas. A su alrededor, los murmullos se silenciaban, y podía casi escuchar el clic de las miradas sobre su figura, deslizándose por sus caderas, sus muslos, el borde apenas perceptible del encaje que a veces se insinuaba bajo la falda cuando caminaba.
Cuando llegó a la máquina de café, sintió las miradas de sus compañeros clavadas en su espalda. Fingió no darse cuenta, se concentró en preparar su café, pero el cosquilleo de sus ojos recorriéndola era un placer que disfrutaba con cada fibra de su cuerpo. Había algo embriagador en saber que todos esos hombres, algunos casados, otros pretendiendo no estar interesados, no podían evitar mirarla. Ella se giró ligeramente, dándoles una vista mejor, inclinándose un poco para alcanzar un sobre de azúcar. Sentía sus pechos apretarse contra la blusa, el encaje del sujetador rozando su piel, una fricción que le provocó un escalofrío de placer que le recorrió la columna vertebral.
Entre ellos, el más tímido, Marcos, no apartaba la vista. A diferencia de los otros, que disimulaban mejor sus miradas, Marcos la observaba con una intensidad que ella podía sentir incluso sin mirarlo. Había algo en su mirada, una mezcla de culpa y deseo, que Laura encontraba fascinante. Era un voyeur, lo sabía.
Laura, mientras removía su café, dejó que su mente se desviara hacia la idea de cómo la verían todos. ¿Qué estarían imaginando? ¿Podían adivinar el encaje que cubría sus pechos, la forma en que el liguero se estiraba sobre sus muslos? ¿Pensarían en cómo se vería su piel bajo la seda de la blusa, la presión suave del encaje marcando sus curvas? Su imaginación voló por un momento, imaginando a cada uno de ellos mirándola desde la sombra de sus cubículos, con el deseo evidente en sus ojos. Se imaginó caminando hacia ellos, dejando que sus dedos recorrieran el borde de su falda, levantándola apenas un poco para dejarlos ver.
Pero era Marcos el que más le interesaba. Sabía que él era diferente, que su deseo no era tan obvio ni descarado, sino intenso, casi doliente. Mientras tomaba un sorbo de su café, giró la cabeza levemente para mirarlo por el rabillo del ojo. Allí estaba, intentando disimular, pero ella podía ver cómo su mirada bajaba hacia sus piernas, deteniéndose en el borde de la falda, como si intentara ver más allá de la tela, adivinando lo que había debajo.
En su mente, Marcos se imaginaba el encaje azul del sujetador presionando sus pechos, la forma en que el liguero se ceñía a sus caderas, y su imaginación se desbordaba hacia pensamientos más oscuros, más íntimos.
Laura lo sabía, lo sentía, y eso la excitaba aún más. El conocimiento de que podía desatar esa tormenta interna en alguien, sin siquiera tocarlo, solo con caminar por el pasillo. Porque para ella, todo esto no era solo una cuestión de deseo, era una validación que le daba un placer profundo y satisfactorio. Había aprendido a usar su cuerpo como un arma, como una herramienta para hacerse sentir poderosa, pero también, en el fondo, era su forma de sentirse querida, deseada.
Porque por mucho que sus curvas y su figura chubby atrajeran miradas, en su interior, la inseguridad seguía presente, ese eco de no ser suficiente que la acompañaba desde joven. Y cada mirada, cada deseo que despertaba, era una pequeña prueba de que valía la pena, de que podía ser el centro de la atención, aunque fuera solo por un instante.
Ella disfrutaba de esa dualidad. Su necesidad de validación se mezclaba con su deseo de ser deseada, creando un círculo vicioso del que no podía —y no quería— escapar. Sabía que, aunque fingiera ser solo un paseo casual hacia la máquina de café, era un espectáculo del que ella era la protagonista, y el escenario era la mirada hambrienta de todos aquellos hombres. Especialmente la de Marcos, que, aunque tímido, era el que mejor captaba su esencia, el que más la desnudaba con sus ojos, sin atreverse a tocar, pero acariciándola con cada mirada furtiva, llenándola de un placer secreto y culpable que la hacía sonreír cada vez que se daba la vuelta.
Laura se tomó su tiempo en la máquina de café, más de lo necesario. Removía lentamente el azúcar en su taza, sintiendo cómo las miradas de los hombres la envolvían, se arrastraban por sus curvas, por el contorno de su cuerpo ajustado bajo la falda lápiz. Se sentía como una actriz en una película silenciosa, donde el único sonido era el murmullo bajo de sus respiraciones, los ojos ardientes devorándola en cada paso. Sabía que estaba siendo observada, y lo disfrutaba, como siempre lo hacía. Pero hoy había algo diferente en el aire. Algo en la forma en que Marcos la miraba.
Él no estaba disimulando tan bien como de costumbre. Sus ojos la seguían, fijos, llenos de una intensidad que le erizó la piel. Laura se giró hacia él, sosteniendo su mirada un segundo más de lo que debería, dejándole ver esa pequeña sonrisa en sus labios, esa sonrisa que era una invitación y una provocación al mismo tiempo. Y fue en ese instante cuando sintió que el aire se cargaba de electricidad, un tirón invisible que la arrastraba hacia el oscuro deseo en los ojos de Marcos.
Marcos estaba paralizado. La taza de café en sus manos temblaba apenas, sus nudillos se habían puesto blancos al aferrarse a la porcelana. Su respiración era un jadeo controlado, un esfuerzo para no delatarse, pero su mirada no podía despegarse de Laura. La veía allí, tan cerca, a solo unos pasos de distancia, con esa falda ajustada que delineaba sus caderas, sus piernas envueltas en medias de encaje, y el liguero que él se imaginaba bajo la tela, marcando su carne suave, provocadora. Había algo en su mirada que le decía que ella sabía exactamente lo que él estaba pensando, y no lo estaba deteniendo. Al contrario, parecía disfrutarlo, como si se alimentara de su deseo silencioso.
En su mente, Marcos se imaginó acercándose, empujado por una fuerza que no podía controlar, levantando la falda de Laura en un arranque de audacia. Imaginó el sonido de la tela arrugándose, el suspiro de Laura al sentir el aire frío contra su piel desnuda, el encaje húmedo de sus bragas rozando su dedo cuando lo deslizara sobre el borde. Vio sus propios dedos trazando el liguero, tirando de las cintas, escuchando el leve gemido de sorpresa que escaparía de sus labios.
Laura, aun removiendo su café, sintió el cosquilleo en su piel. Esa mezcla de poder y vulnerabilidad la embriagaba. Ella era el centro de todo, pero a la vez, cada mirada que recibía era una confirmación de su propia valía. Necesitaba saber que alguien, incluso alguien tan tímido como Marcos, la deseaba con una intensidad que apenas podía contener. Sentía el peso de sus ojos recorriendo sus piernas, subiendo por el borde de su falda, adivinando las líneas del encaje contra su piel. Imaginaba a Marcos, consumido por su deseo, acercándose lentamente, sus manos temblorosas deslizándose bajo su falda, descubriendo lo que ella había ocultado con tanto cuidado. Imaginaba el jadeo que escaparía de sus labios cuando sintiera la humedad del encaje empapado por su propia excitación.
El momento estalló en silencio cuando Laura, con un movimiento deliberado, giró su cuerpo hacia Marcos. Él la miró, y en sus ojos había una mezcla de deseo y miedo, como un niño atrapado en medio de una travesura. Pero no apartó la vista. Ella dio un paso hacia él, con la taza de café aún en la mano, sus ojos fijos en los suyos, acercándose hasta que apenas los separaban unos centímetros.
Podía sentir su respiración, el temblor de sus labios, y esa mirada intensa que la desnudaba sin piedad. Marcos estaba completamente fuera de control, atrapado en su propia fantasía que ahora parecía volverse real. Vio cómo Laura, con un gesto lento y deliberado, se inclinaba un poco hacia él, lo suficiente para que su escote se abriera ligeramente, dejando ver el encaje que cubría sus pechos, la suave curva de su carne asomando sobre el borde. Por un instante, imaginó el tono rosado de sus areolas bajo el encaje, un detalle que incendiaba aún más la imagen que su mente se apresuraba a completar.
—¿Te gusta lo que ves? —le susurró ella, su voz baja y cargada de una picardía que hizo que Marcos casi derramara su café.
Él tragó saliva, incapaz de responder. Solo pudo asentir, sus ojos viajando hacia el escote de Laura, luego bajando a sus piernas, imaginando la braga azul que sabía que estaba ahí, oculta, pero al mismo tiempo, tan presente en su mente.
—Siempre me miras, Marcos —continuó ella, en un susurro apenas audible—. Siempre estás imaginando lo que hay debajo, ¿verdad?
Marcos sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Era como si ella le hubiera leído la mente, sus pensamientos más oscuros y privados expuestos de repente, al desnudo. Quiso negar, quiso excusarse, pero no pudo. Era verdad. Cada día, cada maldito día, él fantaseaba con ella, se perdía en sus curvas, en el sonido de sus tacones sobre el suelo de la oficina. En su mente, la imagen de Laura levantando su falda, mostrando el encaje tenso contra su piel, se volvió más nítida, más real.
Laura se apartó, dándole una última mirada, esa sonrisa cómplice aún en sus labios, antes de girarse lentamente y volver a su escritorio, dejando tras de sí una estela de deseo palpable. Marcos la siguió con la mirada, incapaz de moverse. Sentía el calor ardiendo en su vientre, la necesidad casi dolorosa de tocarla, de sentir el encaje bajo sus dedos, de confirmar que todo lo que había imaginado era real.
Para Laura, ese momento había sido un clímax en sí mismo. Había sentido el poder de su cuerpo, de su control sobre Marcos, y esa validación era como una droga para ella. Pero mientras se alejaba, sintió también la punzada de su propia inseguridad, el eco de una voz interna que le recordaba que todo esto, toda esta atención, era solo un parche temporal para llenar el vacío que llevaba dentro. Pero por ahora, ese vacío estaba cubierto por el deseo de Marcos, por sus ojos hambrientos, y eso era suficiente.
Marcos, por su parte, permaneció en su lugar, el café enfriándose en su mano mientras su imaginación se desbordaba, llevándolo más allá de la oficina, más allá de las miradas furtivas. En su mente, ella le pertenecía, al menos en sus fantasías. Y en ese momento, la delgada línea entre la realidad y sus deseos más profundos se había vuelto tan borrosa que no pudo distinguir dónde terminaba una y comenzaba el otro.
Desde ese encuentro, Laura comenzó a experimentar con su vestuario, introduciendo pequeños detalles que solo alguien observador como Marcos podría notar. El lunes, apareció en la oficina con una blusa ajustada de seda que, aunque aparentemente profesional, dejaba entrever el encaje verde de su sujetador cuando la luz la atravesaba. No llevaba chaqueta para cubrirse, y los botones del escote estaban abiertos justo lo suficiente para sugerir más de lo que mostraban. El martes, optó por una falda lápiz con una abertura lateral que permitía vislumbrar el liguero cada vez que cruzaba las piernas en su escritorio. Sus movimientos eran calculados, cada gesto cuidadosamente ejecutado para avivar el fuego del deseo.
Marcos, por su parte, se encontraba en un estado constante de excitación. Sus ojos se desviaban hacia ella a cada oportunidad, aunque intentaba disimularlo. Pero Laura sabía perfectamente cuándo estaba siendo observada. Podía sentir sus ojos recorriendo cada centímetro de su cuerpo, notando los detalles que ella se encargaba de destacar, y disfrutaba esa atención casi dolorosa que él intentaba ocultar.
Una tarde, Laura decidió llevar el juego un poco más allá. Sabía que Marcos a menudo tomaba su café junto a la pequeña área de descanso que tenía un gran espejo decorativo en una de las paredes. Era un lugar estratégico, y Laura lo sabía. Se detuvo junto a la máquina de café, inclinándose ligeramente mientras se servía una taza. Marcos estaba al otro lado, y al levantar la vista, vio cómo el reflejo de Laura en el espejo le ofrecía una vista completa de su trasero, perfectamente delineado bajo la tela ajustada de su falda.
El encaje de sus medias asomaba apenas, una línea sutil que capturó su atención de inmediato. Marcos sintió el calor subirle al rostro, el corazón latiéndole con fuerza. Era una provocación, clara como el agua, y él estaba atrapado en ella. Quería apartar la mirada, pero se sentía impotente. Sus ojos seguían el contorno de sus piernas, subiendo hasta el borde de la falda, imaginando lo que se escondía más allá. En su mente, se veía a sí mismo levantando la falda de Laura, aprovechándose de la posición y descubriendo lentamente el encaje húmedo de sus bragas, rozando con sus dedos la piel suave y cálida.
Laura, notando el reflejo de Marcos en el espejo, sonrió para sí misma. Había conseguido su atención, y ahora estaba lista para aprovecharla. Con un movimiento lento, se enderezó, ajustando la falda con ambas manos, tirando ligeramente del borde hacia abajo, como si intentara ocultar lo que ya había dejado ver. La respiración de Marcos se entrecortó. Sentía un nudo en el estómago, una mezcla de deseo y ansiedad. La necesidad de tocarla, de confirmar que sus fantasías eran reales, se hacía casi insoportable.
Los días siguientes, Marcos se volvió aún más ansioso. Cada encuentro con Laura era un desafío para su autocontrol. Comenzó a seguirla con la mirada por los pasillos, sus pensamientos más oscuros nublando su juicio. Una mañana, mientras ella se inclinaba para archivar unos documentos, la abertura de su falda se abrió lo suficiente como para mostrar un pequeño atisbo de sus bragas de encaje. Marcos, que pasaba en ese momento, se detuvo, hipnotizado. La imagen se quedó grabada en su mente, el encaje rojo contra su piel blanca. Era como si el mundo alrededor desapareciera y solo quedaran ellos dos, atrapados en ese momento.
En su mente, se imaginaba acercándose, levantando suavemente la falda para ver más, deslizando sus dedos por el borde del encaje hasta encontrar la humedad de su deseo. Imaginaba el suspiro de Laura, la forma en que ella se mordería el labio, dejando escapar un leve gemido, complacida y excitada al sentir su toque. Pero todo esto sucedía solo en su imaginación. No se atrevía a cruzar la línea, a pesar de que sentía que ella lo estaba incitando.
Laura, por otro lado, se deleitaba con la atención. Cada mirada de Marcos, cada gesto torpe, era un recordatorio de que aún tenía poder, de que su cuerpo, tan subestimado por muchos, tenía el control total sobre él. Y esa validación se convertía en una adicción. Sentía una mezcla embriagadora de poder y vulnerabilidad, como si cada mirada que recibía llenara un pequeño vacío dentro de ella.
Marcos se había vuelto casi obsesivo, piensa en cómo sería si la sala de reuniones estuviera vacía y él se encontrará solo con ella, sin decir una palabra. En su fantasía, ella se gira, apoyando sus manos sobre la mesa, levantando una pierna para mostrarle el liguero que sostiene sus medias. No hay palabras, solo miradas cargadas de deseo. Su imaginación llega a tal punto que casi puede escuchar el sonido de sus suspiros, ver cómo ella se muerde el labio inferior, desafiante y seductora. Pero en la realidad, está inmóvil en su escritorio, mirando de reojo mientras ella se aleja, sabiendo que sus pensamientos jamás se harán realidad, y eso los vuelve aún más intensos.
Laura por su lado sabe que no es la más delgada ni la más convencionalmente atractiva en la oficina, pero ha aprendido a utilizar su figura voluptuosa, su sensualidad natural, como un arma.
Decidida a intensificar su juego. Se acerca a la máquina de café, donde varios compañeros conversan. Hoy lleva un vestido en color burdeos, ceñido a su figura como una segunda piel. El escote en forma de corazón insinúa sin revelar demasiado, dejando ver apenas la línea del encaje negro de su sujetador, un detalle que parece intencionado, pero podría pasar como accidental. La tela, un tejido fino y elástico, marca sus curvas de manera precisa, siguiendo el contorno de sus caderas y definiendo la línea de su cintura con una sutileza provocativa.
El largo del vestido roza justo por encima de las rodillas, pero la abertura lateral, apenas visible cuando está de pie, se despliega ligeramente al caminar, mostrando un destello de piel que juega con los límites de la discreción. Al inclinarse para servirse café, el tejido se ajusta aún más contra su cuerpo, dibujando la curva de su espalda y dejando entrever una sombra del encaje bajo la tela. Escucha el silencio repentino de la conversación.
En su mente, Laura se veía siendo el centro absoluto de todas las miradas, los ojos hambrientos de la oficina clavados en cada detalle de su cuerpo. Imaginaba el silencio que seguiría al sonido de la tela al levantarse, cómo sus dedos recorrerían lentamente el borde del vestido, deslizándolo hacia arriba hasta revelar el encaje negro que envolvía sus muslos.
Podía visualizar sus reacciones: respiraciones contenidas, el sonido seco de una garganta al ser tragada, miradas incapaces de apartarse de la piel tersa que quedaba al descubierto. Fantaseaba con ser observada sin pudor, sin filtros, dejando que su cuerpo hablara un idioma que todos entendían pero que ninguno se atrevía a responder.
En su mente, iba más allá. Se imaginaba inclinándose ligeramente hacia adelante, ofreciendo un vistazo deliberado de lo que el encaje apenas ocultaba. Sentía las miradas recorriéndola, detenidas en el límite exacto donde la piel dejaba de ser pública y empezaba a ser un secreto. La idea de exponerse voluntariamente, de ser deseada sin restricciones, la electrizaba.
Cada mirada, cada pequeño gesto de interés que se imaginaba, la llenaba de una satisfacción peligrosa. Era más que validación; era poder. Poder sobre sus pensamientos, sus deseos reprimidos, sus cuerpos tensos. Y en esa fantasía, Laura no solo era observada: ella era la dueña de cada segundo, de cada latido contenido, de cada suspiro ahogado.
Marcos no puede evitarlo; su mirada siempre la sigue. Cada vez que Laura pasa cerca, siente cómo su cuerpo reacciona, como si ella llevara consigo una fuerza magnética imposible de resistir. Intenta convencerse de que es casualidad, pero ya no lo es: empieza a buscar excusas para acercarse a su escritorio, para cruzarla en los pasillos, para estar lo suficientemente cerca como para sentir su perfume.
Su mente está saturada de imágenes de Laura. El movimiento de sus caderas, la curva de su sonrisa, incluso el sonido de sus tacones al caminar, todo se convierte en una obsesión que no lo deja descansar. Cada detalle suyo, cada pequeño gesto, parece diseñado para invadirlo, para quedarse grabado en su piel como un recuerdo que no puede borrar.
Empieza a imaginar situaciones más intensas. La ve sentada en su escritorio, con las piernas cruzadas, deslizándose la falda hacia arriba mientras se acaricia lentamente haciendo a un lado las bragas. Imagina cómo se inclinaría hacia él, susurrándole al oído lo mucho que disfruta que la mire, lo que le excita saber que él está pensando en ella. En sus fantasías, está siempre al borde de tocarla, pero nunca lo hace, y eso hace que el deseo se vuelva más potente, casi doloroso.
Laura nota que Marcos la sigue cada vez más con la mirada, sus ojos oscuros llenos de un deseo incontrolable. Sabe que ha creado un monstruo, que el juego ha llegado a un punto de no retorno. Y aunque en el fondo siente una punzada de inseguridad, ese vacío constante que nunca parece llenarse, la atención la hace sentir viva, la mantiene en el borde de una satisfacción que parece imposible de alcanzar.
Ella se ha vuelto casi adicta a este juego. Cada mañana, elige cuidadosamente su ropa interior como si se preparara para una cita secreta. Su cajón de lencería es una colección diversa, casi fetichista: encajes florales, transparencias atrevidas, tonos vibrantes de rojo, fucsia, violeta y azul turquesa. Cada conjunto tiene una intención diferente; cada elección es un desafío silencioso. Sabe que, aunque nadie pueda ver lo que lleva debajo, el simple hecho de saber que lo tiene puesto, de que puede revelarlo con un descuido intencionado, la hace sentir poderosa.
Hoy, se decide por un conjunto de encaje rojo con detalles en satén, el tipo de lencería que abraza sus caderas con firmeza, dejando ver el borde superior de sus bragas bajo la cintura ajustada de su falda. El sujetador, con copas de encaje casi translúcido, resalta sus pechos generosos, presionándolos de manera que se dibuja el contorno bajo su blusa ajustada. Se coloca una blusa de seda blanca, con botones que parecen estar al borde de ceder, y una minifalda negra de vinilo que brilla bajo la luz, ajustándose a sus curvas como una segunda piel. La textura rígida del material realza cada movimiento de sus caderas, emitiendo un ligero sonido al caminar, mientras el borde de la falda roza justo al límite de sus nalgas, añadiendo un toque audaz y casi desafiante a su figura.
Cuando Laura cruza el umbral de la oficina, el murmullo de las conversaciones se disuelve en un silencio cargado. Los hombres junto a la máquina de café, siempre listos para comentar cualquier detalle, la recorren con la mirada, de arriba abajo, como si intentaran memorizar cada curva moldeada por la minifalda de vinilo que abraza su cuerpo. Las pupilas se ensanchan, los labios se tensan, y el ligero ajuste de sus posturas delata la incomodidad de un deseo contenido.
Ella lo sabe, lo siente en cada poro de su piel, una corriente eléctrica que la recorre mientras camina. Sonríe para sí misma y exagera sutilmente sus movimientos, meciendo las caderas con una osadía estudiada. La tensión en el aire es palpable, casi audible, y la alimenta, como un susurro constante que le asegura su poder. Sabe que está jugando con sus deseos, manipulando cada pensamiento, cada mirada clavada en ella. Pero, aun así, algo dentro de ella se revuelve. La sensación es adictiva, pero incompleta, como si la validación que busca estuviera siempre un paso más allá.
Mientras pasa junto a ellos, lanza una sonrisa coqueta, casi imperceptible, mientras sus ojos buscan los de Marcos al fondo de la oficina. Lo encuentra, observándola desde su escritorio. La intensidad de su mirada es diferente, casi cruda. Es el tipo de mirada que la desviste por completo, que no solo desea su cuerpo, sino que parece querer absorber cada centímetro de ella, cada detalle oculto bajo la tela.
Pero para Laura, esa atención nunca es suficiente. Aunque siente el deseo de Marcos como un calor palpable, como una corriente eléctrica recorriendo su piel, sigue queriendo más. Necesita esa atención constante, ese torrente de validación que calme su inseguridad, su falta de amor propio. Es un ciclo interminable, una búsqueda que sabe que nunca podrá satisfacer del todo. Cada mirada, cada gesto, cada sonrisa de sus compañeros se convierte en una dosis momentánea de autoestima, pero se desvanece tan rápido como llega.
Para Marcos, cada día en la oficina se ha convertido en una tortura deliciosa. Laura parece elevar el nivel de provocación con cada nuevo atuendo. Hoy, el rojo del encaje se adivina bajo la transparencia de su blusa, un destello que solo él parece notar. Sus pensamientos vuelan sin control.
En sus fantasías, Laura es aún más atrevida. La ve dejando caer el sujetador al suelo, los pechos liberados, marcados por el encaje que dejó una ligera presión en su piel. Imagina cómo el satén debe sentirse contra sus dedos, cómo ella se arquea, disfrutando de su propia provocación. A veces, la imagina caminando hacia él, acercándose despacio, susurrándole al oído cosas que jamás podría decir en voz alta en ese entorno tan profesional.
Marcos sabe que todo está solo en su mente, que la línea que los separa aún es infranqueable. Pero eso solo intensifica el deseo. Cada vez que ella se acerca, siente que su autocontrol se resquebraja un poco más. No puede dejar de imaginar lo que sucedería si, por un segundo, ambos se permitieran cruzar esa línea. Pero en su fuero interno, sabe que parte del placer de todo esto reside precisamente en el hecho de que nada se consuma, de que todo quede en el plano de la fantasía.
A veces, cuando el eco de sus tacones se apaga y las miradas dejan de perseguirla, Laura recuerda el silencio de otro tiempo, uno mucho más cruel. En esos momentos, no hay admiración, solo las risas contenidas de sus compañeros de secundaria resonando en su mente.
“Con ese cuerpo, ni, aunque adelgaces veinte kilos,” escuchó una vez, una frase lanzada entre risas mientras pasaba frente al grupo. Fingió no escucharlo, pero esas palabras se le incrustaron como una espina, invisibles para los demás, pero siempre presentes. Cada vez que veía su reflejo en el espejo, las oía nuevamente.
Ahora, cada mirada que provoca, cada hombre incapaz de apartar los ojos de ella es su forma de gritarle al pasado que ya no es esa niña rechazada. Es su manera de borrar el eco de esas palabras, de demostrar que tiene el control, que su cuerpo puede ser su mayor arma.
Pero incluso en esos momentos de triunfo, cuando siente el deseo colgando en el aire como un perfume, algo en su interior no se apaga. Una duda persistente, la sombra de quien solía ser, le susurra que todo esto nunca será suficiente. Porque, en el fondo, esas risas todavía la persiguen.
En el baño, frente al espejo, Laura se observa en silencio. Su reflejo parece fuerte, seguro, pero en el fondo, todavía busca algo que no puede nombrar. Con movimientos lentos, levanta un poco la falda, dejando al descubierto el encaje rojo que abraza su piel. Por un momento, se imagina a sus compañeros viéndola así, sus ojos recorriéndola sin reservas, deseándola. La imagen en su mente es tan vívida que siente un nudo en el estómago, una mezcla de excitación y vacío que no logra definir.
Sonríe para sí misma, pero sabe que esa sonrisa no es real. Es amarga, cargada de preguntas que no tiene el valor de responder. ¿Realmente esto me llena? se pregunta, mientras baja la falda con un suspiro. Cada vez le parece más claro que este juego, estas provocaciones, no son más que un parche temporal, una distracción para una herida que nunca ha dejado de sangrar.
Mientras trabaja, Marcos no puede escapar de la imagen que su mente ha creado, una visión tan vívida que casi puede sentirla. Había notado cuando Laura se levantó de su escritorio y cruzó la oficina con esa elegancia que parecía desafiar el aire mismo, desapareciendo detrás de la puerta del baño. Ahora, se imagina lo que podría estar haciendo allí, frente al espejo.
En su fantasía, ella no está sola. Él está allí, detrás de ella, observándola mientras lo hace, provocándolo con una mirada que desafía todo control.
Visualiza cómo se acercaría, apenas dejando espacio entre sus cuerpos, su respiración pesada junto a su oído. La ve suspirar, como si estuviera esperando que él tomara la iniciativa, y su falda subiría mientras sus manos se deslizan por sus muslos, explorando la suavidad de su piel y la textura del encaje que tanto lo obsesiona. Piensa en cómo sería tenerla contra la pared, la tensión de sus cuerpos uniéndose en un movimiento desesperado, como si ambos estuvieran al borde de explotar.
En su mente, ella siempre está a un paso de rendirse, de dejarse llevar por los mismos deseos que lo consumen a él. En esta fantasía, Laura no es la mujer inalcanzable que todos ven; es alguien que lo quiere tanto como él la quiere a ella. Es una idea peligrosa, porque mientras más se repite en su mente, más difícil le resulta distinguir entre lo que desea y lo que es real.
Tras la rutina de siempre, una nueva mañana comienza en la oficina, y Laura entra con su habitual confianza. Su figura destaca aún más hoy, envuelta en un conjunto de lencería negra con encaje francés, un sujetador que se ciñe perfectamente a sus pechos y unas braguitas altas que acentúan sus caderas anchas. Sabe que el negro es un color que llama la atención por su elegancia y sensualidad, un contraste perfecto con su falda lápiz gris y su blusa color crema, ligeramente translúcida. Las medias negras de encaje, sujetas con ligueros, son el toque final que la hace sentir poderosa, consciente de que su atuendo es una obra de arte destinada a ser admirada.
Marcos, desde su escritorio, la observa como siempre. Está tan acostumbrado a sus desfiles que puede adivinar incluso qué tipo de lencería lleva puesta solo por la forma en que camina, por la seguridad en sus pasos. Sus ojos se deslizan por las piernas de Laura, imaginando el encaje acariciando su piel, pensando en cómo debe sentirse ese delicado material al rozar sus muslos.
Pero hoy algo cambia. Laura, en lugar de dirigirse hacia su escritorio, se detiene junto a otro compañero de trabajo: Raúl, el típico hombre extrovertido que siempre hace comentarios subidos de tono, del tipo que normalmente ella ignora o rechaza con una sonrisa cortante. Sin embargo, esta vez, Laura le responde con una risa suave y melodiosa, una que Marcos nunca ha escuchado antes.
Raúl se inclina hacia ella, apoyando un brazo contra la pared, creando una barrera que los aísla del resto de la oficina. Marcos entrecierra los ojos, sintiendo cómo una extraña sensación de incomodidad se apodera de él. Intenta concentrarse en su pantalla, pero sus dedos se detienen sobre el teclado. Su mirada vuelve una y otra vez hacia la escena.
Laura está juguetona, más coqueta de lo habitual. Se muerde ligeramente el labio mientras escucha a Raúl hablarle en voz baja. De repente, suelta una carcajada, cubriéndose los labios con la mano. La risa es auténtica, diferente de las sonrisas calculadas que Marcos está acostumbrado a ver. El estómago de Marcos se retuerce con una mezcla de celos y confusión. No comprende por qué esto lo afecta tanto; después de todo, Laura nunca ha sido suya, nunca ha existido más que un juego de miradas y fantasías compartidas.
La situación empeora cuando Laura, en un gesto casual pero devastador para Marcos, coloca una mano en el brazo de Raúl. Sus dedos se deslizan por la tela de su camisa, un roce que parece inocente, pero que Marcos sabe que no lo es. Ha visto ese tipo de toques antes, los ha imaginado muchas veces en sus fantasías. Pero ahora es otro hombre quien los recibe.
Raúl no se queda inmóvil. En respuesta, mueve ligeramente su brazo, permitiendo que los dedos de Laura queden atrapados bajo su palma. Su mano baja lentamente hasta la muñeca de ella, sosteniéndola por un momento, como si marcara el gesto como suyo. Luego, con una sonrisa ladeada, deja que sus dedos rocen suavemente la piel de Laura antes de soltarla, un toque cargado de intención que parece desafiar a cualquiera que esté mirando. Marcos, congelado, siente cómo el aire se vuelve denso, su pecho ardiendo con una mezcla de celos y furia contenida. Todo en la escena parece diseñado para dejarlo fuera, como si él fuera un espectador impotente en el juego de otro.
Marcos siente cómo la sangre le hierve en las venas. El deseo que siempre ha experimentado por Laura se mezcla con una rabia que no puede controlar. Nunca había sentido celos de esta forma; la sensación lo devora, lo llena de pensamientos irracionales. Se levanta de su asiento con torpeza, su respiración agitada. Necesita salir de allí, alejarse de esa escena antes de hacer o decir algo de lo que podría arrepentirse. Pero al dar el primer paso, Laura lo mira directamente a los ojos.
Es un momento fugaz, pero intenso. Ella sostiene su mirada, y en esos segundos, Marcos siente que todo se detiene. El tiempo parece congelarse. Los labios de Laura esbozan una sonrisa, pero no es una sonrisa alegre o complaciente; es una sonrisa calculada, como si supiera exactamente lo que está provocando en él. Es un desafío. Una confirmación de que ella es consciente del efecto que tiene sobre él y de que lo está utilizando en ese momento para medir su reacción.
Laura aparta la mirada y vuelve a enfocarse en Raúl, como si Marcos no existiera, como si ese instante no hubiera ocurrido. El rostro de Marcos se endurece. Siente el impulso de acercarse, de interrumpir esa conversación, de reclamarla de alguna manera irracional. Pero se detiene. No tiene derecho, no puede hacer nada más que observar cómo Laura se ríe y juega con otro hombre.
Laura siente la tensión en el aire. Sabe que Marcos la ha estado observando, y no ha dejado de notar cómo su expresión ha cambiado desde que comenzó a coquetear con Raúl. Una parte de ella disfruta del control, de saber que puede provocar esos celos en él, de que alguien como Marcos, tan tímido y reservado, pueda sentir algo tan intenso por ella.
Pero al mismo tiempo, esa sensación de poder está teñida por su necesidad profunda de validación. Cada sonrisa que recibe de Raúl, cada mirada que siente recorriéndola, son como pequeñas dosis de autoestima que la alimentan momentáneamente, pero que nunca logran saciarla. La atención de Marcos, aunque intensa, no es suficiente. Ella quiere ser deseada por todos, necesita ser vista, admirada. No puede evitarlo; es como un vacío que nunca se llena del todo.
El roce de su mano contra el brazo de Raúl no es casual. Lo hace conscientemente, sabiendo que Marcos está mirando. Pero cuando siente la mirada de Raúl recorrer su cuerpo, todo cambia. No es una mirada sutil ni siquiera contenida; es descarada, hambrienta, deteniéndose sin vergüenza en el escote que asoma bajo la blusa, bajando lentamente hasta sus caderas y quedándose ahí, como si estuviera reclamando cada centímetro de su figura. Es una mirada que no pide permiso, que la desnuda sin reparos y parece disfrutarlo.
Algo en su interior se retuerce. La validación que buscaba llega con fuerza, como un golpe que la hace tambalearse, pero también trae consigo una punzada de desagrado. No es solo la intensidad de la mirada de Raúl lo que la incómoda, sino lo que dice de ella misma: que lo ha provocado, que lo ha permitido. Se siente sucia por querer tanto esa atención, por necesitarla tan desesperadamente, por invitar a ese descaro que ahora la abruma. Y, sin embargo, no puede apartar la mano ni romper el contacto, atrapada en un juego que sabe que solo puede perder.
Marcos da un paso atrás, alejándose del escritorio. Está a punto de salir de la oficina cuando, de reojo, ve a Laura inclinarse hacia Raúl. Sus labios rozan suavemente su mejilla en un gesto breve, pero cargado de una intimidad que hace que el estómago de Marcos se contraiga. Antes de apartarse, Laura desliza su mano sobre el hombro de Raúl, una caricia ligera que parece tan natural como calculada.
Luego, con la misma calma, se da la vuelta y se dirige hacia la máquina de café. Sus ojos se encuentran de nuevo. Hay un desafío en la mirada de ella, una provocación consciente, pero también algo más. Una súplica silenciosa que solo él parece notar, un destello que le dice que hay algo más profundo bajo la superficie del juego. Marcos siente cómo sus pensamientos se vuelven un torbellino, incapaz de decidir si la conexión que percibe es real o simplemente otra pieza de la manipulación de Laura.
En ese momento, Marcos entendió algo crucial: Laura no busca solo su atención o la de Raúl, busca algo más profundo, algo que ninguno de los dos puede darle por completo. Es un hambre insaciable por validación, por sentirse deseada y valorada de una forma que va más allá del simple deseo físico. Él siente una mezcla de compasión y frustración.
Laura se detuvo junto a su cubículo, su figura resaltada por la luz fluorescente que ilumina la tela translúcida de su blusa. Levanto la vista hacia él, como invitándolo a acercarse, a continuar este juego retorcido que ambos han estado jugando en silencio.
Marcos sintio el impulso de ir hacia ella, de enfrentarla, de preguntarle directamente qué está buscando. Pero no lo hizo. En lugar de eso, se quedo quieto, observándola, dejando que esa tensión no resuelta flote en el aire, palpable y espesa, como un secreto compartido que ninguno de los dos está dispuesto a admitir en voz alta.
Marcos necesitaba aire. Después de presenciar la escena entre Laura y Raúl, decidió ir al baño a lavarse la cara, intentando calmarse, recomponer su mente y apagar la sensación de celos que lo consumía. Para él, el baño era más que un simple espacio funcional; era su refugio, el único lugar donde podía escapar de las miradas inquisitivas de la oficina y, sobre todo, de la presencia perturbadora de Laura.
Se abrió paso hacia la puerta del baño, evitando cruzar miradas con cualquiera. La idea de que alguien pudiera notar su estado de ánimo, su respiración entrecortada o sus manos temblorosas, lo llenaba de ansiedad. Había perfeccionado el arte de pasar desapercibido, de encajar en los márgenes sin ser visto. Y, aun así, Laura siempre encontraba la manera de hacerlo sentir expuesto, como si pudiera ver algo en él que nadie más percibía.
Abrió la puerta del baño con un empujón, deseando encontrar el silencio que tanto necesitaba, pero el sonido de voces lo detuvo antes de que pudiera encender el grifo. Provenían del fondo, de la zona de los urinarios. Marcos se quedó inmóvil por un instante, su cuerpo tensándose al reconocer una de ellas: era la voz de Raúl, que hablaba animadamente con dos compañeros. La rabia y la frustración se mezclaron con algo más oscuro, una sensación de exclusión que le recordaba lo distante que siempre había estado de los demás, incapaz de conectar con ese mundo que parecía tan fácil para los otros.
Bajó la mirada al suelo, sus pensamientos volviéndose un torbellino. ¿Por qué siempre termino aquí? se preguntó, sintiendo que las paredes del baño, en lugar de protegerlo, lo cerraban aún más en sí mismo. Lo que debía ser su templo de calma ahora parecía otro escenario donde Laura, de alguna forma, seguía proyectando su sombra. Ella era el epicentro de todo lo que le atormentaba, y al mismo tiempo, lo único que parecía darle un propósito.
—¿Viste cómo se le pegó hoy a Raúl? —preguntó uno, riendo en tono burlón.
—Parece que nuestra Laurita tiene ganas de fiesta —respondió Raúl, con una carcajada—. Se lo noté en la forma en que me miraba. A mí no me engaña.
Marcos sintió que el estómago se le revolvía. No quería escuchar, pero era incapaz de moverse. Su cuerpo estaba paralizado por la rabia y la impotencia, como si sus pies se hubieran pegado al suelo. Las risas de los hombres llenaron el baño, resonando en las paredes de azulejos fríos.
—Siempre viene vestida así —dijo otro—, con esas faldas ajustadas que parecen pintadas. Y ni hablar de las blusas transparentes. Yo juraría que hoy no llevaba sujetador. Me he fijado bien, cuando se inclinó hacia mi escritorio para dejar unos papeles.
—Oh, sí, me fijé también. —Raúl soltó una carcajada aún más fuerte—. Es una zorra provocadora, eso es lo que es. Va por ahí mostrando sus tetas grandes para que todos las miren, y luego finge que no se da cuenta. Estoy seguro de que lo hace a propósito, disfruta viéndonos babear por ella.
La sangre de Marcos hervía en sus venas. Su mandíbula estaba tan apretada que podía escuchar el rechinar de sus dientes. Sentía una mezcla de celos, rabia y una sensación de injusticia por cómo estos hombres hablaban de Laura, como si ella fuera un simple objeto de su lujuria, una presa fácil a la que podían devorar con la mirada y los comentarios.
—Te apuesto lo que quieras a que, si me animo, podría llevármela esta misma noche —continuó Raúl, fanfarroneando—. Solo hay que darle un poco de atención, ¿sabes? A las mujeres como ella les gusta sentirse deseadas.
—¿Y Marcos? —interrumpió el otro, riendo—. Pobre tipo, la sigue con la mirada como un perrito hambriento. Apuesto a que sueña con ella todas las noches, pero no tiene las agallas para hacer algo al respecto.
Las risas de los tres hombres resonaron con fuerza. Para ellos, era solo una broma más, un chiste para amenizar el día. Pero para Marcos, cada palabra se clavaba como una daga en su orgullo ya maltrecho, como si estuvieran burlándose directamente de él. Sintió el sudor frío recorriéndole la espalda, sus manos temblando mientras intentaba controlar la respiración. Su corazón palpitaba con fuerza, pero no era suficiente para impulsarlo a actuar. Quería salir y enfrentarlos, gritarles que se callaran, que no entendían nada de Laura, que no sabían lo que ella significaba.
En cambio, se quedó allí, inmóvil, atrapado entre su rabia y su miedo. ¿Qué les dirías, Marcos? ¿Que la conoces mejor que ellos? La voz de su propia inseguridad lo aplastaba. Una parte de él quería creer que Raúl no sabía nada, que Laura no era lo que insinuaban. Pero otra, una más oscura y corrosiva, le susurraba que tal vez tenían razón, que Laura disfrutaba de toda esa atención, de todas esas miradas. Y entonces, ¿dónde quedaba él? Esa pregunta, más que cualquier otra, lo desarmó por completo.
El pensamiento lo dejó paralizado. La imagen de Laura coqueteando con otro hombre, de ella buscando esas miradas, jugando con la necesidad de ser deseada, le carcomía la mente. ¿Era eso lo que ella quería? ¿Era eso lo que necesitaba para sentirse viva? Y si era así, ¿qué lugar ocupaba él en ese juego?
Finalmente, los hombres salieron, dejando el baño vacío. Marcos se apoyó contra el lavabo, respirando con dificultad mientras sus ojos, inyectados de rabia y frustración, se clavaban en el espejo. Quería gritar, golpear algo, desahogar la tensión que lo consumía. Pero no lo hizo. Se quedó allí, inmóvil, intentando recuperar el control mientras las imágenes de Laura, más provocativas que nunca, se mezclaban con los comentarios vulgares de sus compañeros, resonando en su mente como un eco insoportable.
Salió del baño con el semblante endurecido, su mente dividida. Parte de él quería alejarse, escapar de ese juego perverso donde Laura parecía disfrutar al provocar a todos. Pero otra parte, la que se aferraba a cada mirada furtiva y a la tensión no resuelta entre ellos, lo empujaba a buscarla. Quería saber si era el único capaz de ver más allá de su provocación, si había algo real, algo más profundo, en su necesidad de ser deseada.
Cuando regresó a su escritorio, la vio de nuevo, cruzando los pasillos como si cada paso estuviera coreografiado para llamar la atención. Su falda ajustada marcaba sus curvas con descaro, y el encaje de sus medias se asomaba apenas por el borde, un detalle que parecía calculado para robar miradas. Su blusa, ligeramente ceñida, dejaba entrever el sujetador de encaje, un contraste vibrante que casi exigía ser visto.
Laura lo miró de reojo, con esa media sonrisa que mezclaba complicidad y desafío, como si supiera exactamente lo que estaba provocando. Pero esta vez, Marcos no respondió. Sus ojos ya no mostraban el anhelo de antes. Algo en su interior había cambiado, una rabia contenida que bullía bajo la superficie. La tensión en su pecho iba más allá del simple deseo: ahora era algo más oscuro, más retorcido. Una necesidad que no entendía del todo, un impulso de confrontarla, de exigirle respuestas. Quería preguntarle por qué buscaba tanto esa validación, qué obtenía de ese juego en el que él, hasta ahora, había sido un espectador impotente. Y, más que nada, quería saber si ella sabía lo que estaba desatando dentro de él.
Laura notó el cambio en su expresión, y por un instante, algo en su interior titubeó. Pero sus labios se curvaron en una sonrisa sutil, la misma que siempre había usado como escudo, como si entendiera exactamente lo que él estaba sintiendo. Había una intensidad en los ojos de Marcos que la inquietaba, pero también la intrigaba. Era como si su rabia, su frustración, fueran la confirmación de que había logrado lo que quería: sembrar un tormento tan profundo que ahora la mirada de él era una mezcla de deseo y reproche.
Esa sonrisa suya, sin embargo, no era tan segura como parecía. Laura no sabía con certeza si realmente estaba disfrutando de lo que veía o si simplemente se aferraba al control que sentía al llevarlo al límite. Había algo oscuro en esa conexión, una energía que ella misma había provocado, pero que ahora empezaba a sentir que escapaba de su dominio. Y aunque por fuera seguía sosteniendo esa expresión de poder, por dentro una voz insegura le susurraba que tal vez había ido demasiado lejos.
 
Queridos lectores,
Les comparto esta historia que nació de un momento de introspección y fantasía. Sin duda, ha sido una de las que más he disfrutado escribir últimamente, explorando dinámicas de tensión y deseo que me llevaron a nuevas perspectivas.
Me encantaría leer sus comentarios y opiniones; ¿Qué parte de la historia les impactó más? ¿Qué opinan de la relación entre Laura y Marcos?
Sus opiniones son muy importantes para mí y aunque aveces no responda todos los mensajes, si los leo todos.

0 comentarios - Soy exhibicionista, me excita