>>Era una nueva etapa. Me sentía empoderada. Con un par de decisiones había dado vuelta la tortilla. Los pendejos se lo pensarían dos veces la próxima vez, antes de ponerme un dedo encima. Por fin había puesto un límite y así impedía que la cosa se fuera a la mierda. Está bien, técnicamente sí había sido infiel, pues en varias ocasiones dejé que las manos de esos adolescentes se aventuraran en zonas en donde no debía permitirles aventurarse. Y encima Noah me había besado. Pero en tanto no me penetraran, podía tener la consciencia lo suficientemente tranquila como para dormir bien por las noches.
Y sin embargo no podía disfrutar plenamente la sensación de liberación, porque en los siguientes días estuve esperando recibir un llamado de la escuela, o, peor aún, una visita de la policía. Aunque estaba consciente de que Bautista se merecía un buen escarmiento, no podía evitar sentirme angustiada por el futuro que le esperaba. Además, no podía omitir el obvio detalle de que yo era su madre y, por ende, era la responsable del engendro en que se había convertido.
También me sentí tentada otras tantas veces de encararlo y reprenderlo por todo lo que había hecho. Y otras tantas veces lo postergué para más adelante. Creo que tenía la absurda idea de dejar toda esa historia atrás, sin la necesidad de hacer un escándalo. De hecho anhelaba que mi hijo escarmentara y recapacitara, y finalmente reculara en esas obsesivas ideas que tenía, y que hiciera todo eso por su cuenta, evitándome así que me tuviera que enfrentar a eso que me daba tanto miedo.
>>Pero para empezar, los días pasaban y no recibía ese llamado ni esa visita que tanto temía. Bautista parecía actuar con total normalidad, fingiendo que no se había enterado de que sus amigos se habían quedado con las ganas de cogerme, cosa que obviamente sí sabía. La naturalidad con la que hacía su papel de niño inocente no dejaba de sorprenderme. Tenía el enemigo en mi casa. Eso me hacía temblar de los nervios.
Yo, por mi parte, sí me mostré más seria y severa con él, pero no hubo caso, ni siquiera me preguntó por qué estaba así. Todo parecía indicar que Luca y Noah habían decidido no divulgar el video. Quizás se dieron cuenta de que no tenía sentido perjudicar a quien en definitiva había sido fiel a ellos.
—Esta locura ya se terminó —dije en voz alta.
Estaba en la cocina, horneando un bizcochuelo de chocolate. No era raro que hablara sola, más aún cuando no había nadie más en casa. La mañana solía ser sola para mí, pues Bauti estaba en la escuela y Miguel en su trabajo. Y la cocina era algo que me resultaba terapéutico. Mis reflexiones más profundas eran en esos momentos.
>>Mientras dejé que el bizcochuelo se cocinara, puse un poco de música. Pensé en los amigos de mi hijo. Eran unos delincuentes y unos hombrecitos con la moral muy baja. Sin embargo no podía dejar de admirarlos por llegar a tanto. ¿Se habían metido en tantas complicaciones solo para estar conmigo? Estaba segura de que podían llevarse a la cama a cualquiera de sus compañeras de curso. Los chicos lindos y arrogantes eran como semidioses en la adolescencia. Pero ellos me querían a mí. Estaban obsesionados conmigo.
Entonces me di cuenta de que había pasado por alto algo importantísimo. ¿De verdad iba a ser tan ingenua de pensar que no habían sacado a la luz el video solo por consideración hacia mi hijo? ¿No sería más lógico creer que Bauti había apaciguado su enojo con una nueva promesa? Claro que esa era la deducción más razonable. Mi hijo se traía algo entre manos, una vez más. Y si se había animado a tanto con su primer plan ¿hasta dónde sería capaz de llegar esta vez? La idea me hacía estremecer de pies a cabeza.
>>No obstante, ni la indignación ni el enojo afloraron en ese momento. Hasta hacía unos instantes había dado por sentado que por fin me los había sacado de encima, pero ahora me daba cuenta de que seguirían yendo por mí, acechándome hasta encontrar el momento oportuno para caer sobre mí. Buscando mi talón de Aquiles, para explotarlo al máximo. Recordé las manos de Noah en mis muslos. Podía ser que a los hombres les fascinara acariciar mi trasero, pero lo que a mí me hacía enloquecer era sentir unos dedos ágiles frotando con suavidad mis piernas, y Noah, sin saberlo, me había complacido. Recordé mi estéril intento por bajar mi pollera, mientras él seguía levantándola.
>>Entonces, instintivamente, comencé a levantarme la pollera que tenía en ese mismo momento. Una color crema, más larga y suelta que la de la otra vez. Estaba excitadísima, evidentemente. Me bajé la bombacha hasta las rodillas y metí la mano dentro de la falda, Mis dedos se encontraron enseguida con el sexo. Se sentía mojado. Me di cuenta de que esa humedad no era producto de los últimos instantes, en donde recordé con deleite las manos de Noah en mis muslos, sino del minuto uno, en donde empecé a meditar sobre la cuestión de los amiguitos extorsionadores
>>>>>>Me masturbé ahí, apoyada en la mesada. Ya que me había perdido en la inmoralidad, dejé libre mi imaginación y recreé en mi cabeza una escena que podría haber ocurrido en una realidad paralela. Yo, ignorante de la intervención de Bautista, Noah y Luca mostrándome el video, mi marido aún a dos horas de volver, los adolescentes arrimándose a mí, manoseándome. Primero me negaría, obviamente, pero la consecuencia de mi negativa, mas sus insistentes manos metiéndose por adentro de la minifalda, terminarían por lograr que me rindiera. Obligada, arrinconada entre la espada y la pared, sin encontrar excusas ni fuerzas para rechazarlos, pero entregada al fin y al cabo. ¿Cómo me cogerían esos chicos? No podían tener demasiada experiencia, pero sí tendrían unas energías que yo no había vuelto a sentir en mi cuerpo en más de diez años. Me montarían con salvajismo, con sus vergas increíblemente duras, tan duras como solo se ponían las vergas de los chicos de su edad. Dos hombrecitos torpes pero con mucha imaginación, y con energía de toros.
Entonces sentí los músculos de mi pelvis contraerse una y otra vez, rítmicamente. El orgasmo fue tan intenso que mis piernas temblaron y mi cuerpo parecía no poder ser soportado por ellas. Mi espalda se deslizó lentamente por la mesada, y mi trasero terminó tocando el piso.
Terminé en el suelo, jadeante, sintiendo la relajación en todos mis músculos, a medida que el placer del clímax iba remitiendo lentamente, aún exteriorizándose en leves espasmos que atravesaban todo mi cuerpo.
—Pendejos de mierda, arruinaron mi vida —dije.
Por suerte había programado el horno para que se apagara en el momento indicado, de lo contrario, el bizcochuelo terminaría quemado. La pollera arrugada y la bombacha por los talones quedaron durante unos minutos así, hasta que recuperé suficiente energía como para ponerme de pie.
La sensación de que estaba perdida se fue acrecentando a lo largo del día. Lo grave no era que ellos no fueran a detenerse. Lo grave era que yo misma sentía un perverso regocijo al saberme la obsesión sexual de unos adolescentes que podrían ser mis hijos.
A la hora de la merienda, ya con Bauti en casa, entablé una conversación con él.
—Bauti… qué tal las chicas —le pregunté.
Si bien era algo antisocial, era muy bonito. Y no lo digo solo por ser su madre. Ya con esos ojos azules podía deslumbrar a cualquier chica. Los había heredado de mí, aunque los suyos tenían un color mucho más intenso. No tenía el físico tan desarrollado como Noah, pero se notaba que hacía deporte con frecuencia. Tenía un rostro bello, quizás un tanto afeminado, pero bello al fin.
—¿Qué tal las chicas? —dijo él. Me irritaba cuando me respondía con una pregunta—. Qué se yo.
Llevó una tostada a la boca, mordió un pedazo muy grande y empezó a masticar lentamente. Daba toda la impresión de que no tenía ganas de hablar. Pero no me importó. Ya estaba cansada de que creyera que las cosas siempre iban a darse como él quería.
—Pero debe haber alguna que te guste. ¿no? —insistí—. ¿Te besaste con muchas chicas? Alguna chica de la escuela, quizás. O alguien que hayas conocido en esa fiesta el otro día.
Me miró como si intentase adivinar qué traía entre manos. La realidad era que simplemente quería conocer mejor a mi hijo. Ya había fallado durante mucho tiempo en ese sentido.
—Con algunas —dijo, al fin—. Pero no. No hay ninguna que me guste en particular. Además… a mí me gustan más grandes —agregó.
>>Cuando dijo eso último me miró arriba abajo, y juraría que se detuvo unos instantes en mis senos. ¿Sería yo el modelo de belleza en el que se basaba para elegir a una mujer? No sería el primer hombre con complejo de Edipo. De pronto me sentí aliviada. ¿Sería eso solo? ¿Un complejo de Edipo común y corriente? No obstante, si pensaba en los planes que tenía con sus amigos, la cosa tomaba rumbos más retorcidos. Rumbos a los que me había negado a transitar hasta el momento.
Estuve a punto de preguntarle qué tan grandes le gustaban. Pero la respuesta era obvia, así que no dije nada al respecto.
—Pero eso no está bien. Deberías experimentar la sexualidad con chicas de tu edad —esgrimí.
—Pero las mujeres de tu edad… como vos... tienen mucha experiencia. ¿No? Preferiría una así —dijo.
“Como vos”, repetí en mi cabeza. Un pensamiento que me retumbó durante un rato.
—Y… ¿ya tuviste intimidad con una chica? —pregunté, haciendo de cuenta que no le daba importancia a esa frase— ¿Conocés sobre las ETS?
—Sí. Conozco sobre las enfermedades de transmisión sexual —aseveró—. Y… no. Nunca me acosté con ninguna chica —agregó después, con cierta vergüenza en su tono.
—Es normal. No te dejes presionar por esos amigos tuyos que seguro ya tienen experiencia con mujeres. Cada uno tiene sus tiempos.
Apenas terminé de decir eso, me di cuenta de mi error. Y él no me la dejó pasar.
—¿Y cómo sabés que Noah y Luca sí tuvieron experiencias sexuales? —preguntó Bauti.
Me puse ridículamente nerviosa. ¿Cómo lo sabía? Por la manera de tocarme, me respondí. Si bien se notaban torpes, también parecían muy familiarizadnos con el cuerpo de una mujer, con sus prendas y sus puntos más sensibles. Podían ser unos principiantes comparados con hombres de la edad de Miguel, pero entre los de su edad debían ser todo unas leyendas.
Solo se me ocurrió —respondí—. Parecen muy seguros, y son lindos. Pero también son arrogantes. A esa clase de tipos les va bien cuando son jóvenes, pero luego la realidad los golpea con fuerza.
—Entiendo —dio Bauti. Dio un largo sorbo de café con leche—. Pero yo no soy así.
—Ya lo sé —dije, percatándome de que realmente no sabía cómo era mi hijo—. Sos un chico especial.
Acaricié su cabello con ternura. Sentí que el corazón se me estrujaba. ¿De verdad era tan perverso como creía? Se me ocurrió que a lo mejor en su interior no consideraba que había hecho nada malo. Quizás no estaba consciente del todo. Me hubiese encantado creérmelo, pero en ese punto no podía darme esos lujos, por más que quisiera.
Y seguía sin poder estar molesta con él. Después de todo, yo misma había fantaseado con ser poseída por sus amigos en sus narices. Quizás había heredado esa vena perversa de mí.
—Mamá. ¿Te puedo decir algo? Es algo… vergonzoso —dijo de pronto Bauti.
Acababa de terminar de merendar. Y ahora me miraba con bochorno. Estaba levemente sonrojado. Me lo va a decir, pensé. Me va a contar lo de sus planes con sus amigos Quizás me de algunas explicaciones que me alivien, al menos un poco. A lo mejor es como había pensado en un principio, y solo hacía todo eso para congraciarse con Noah y Luca, los más populares de la escuela. Y sin embargo tenía mucho miedo. El corazón empezó a latirme con más intensidad. ¿Qué pasaba si lo que me decía no era lo que deseaba? ¿Qué pasaba si lo que me confesaba confirmaba mis mayores temores? ¿Y si él trataba de chantajearme para que me acueste con sus amigos?
Las ideas más perversas me atravesaron en esos instantes. Y cada una era más sorprendente que la anterior.
—Claro, podés contarme lo que quieras. No tenés que tener vergüenza con tu mamá. Cualquier problema que tengas, te prometo que podemos solucionarlo.
No podía decirle otra cosa que esa, pero eso no quitaba que mi corazón estuviera palpitando cada vez más acelerado. Traté de ser optimista, pensando en que a lo mejor lo que le hacía falta a Bauti era una madre más involucrada en su vida. Siempre fui una madre presente, obviamente. Pero jamás me involucré mucho en sus cuestiones amorosas, y mucho menos sexuales. En ese había fallado.
—Es que… creo que tengo un problema en mis genitales —dijo Bautista.
Me quedé sin habla. Si hubiese tenido que adivinar qué me diría, ciertamente no se me hubiera ocurrido que me iba a salir con eso. El niño era una caja de sorpresas.
—¿Cómo? —pregunté, alarmada, aunque también aliviada, pues todas las especulaciones que había estado haciendo no se materializarían—. Qué clase de problema.
—Es más fácil si te muestro —dijo.
Debí decirle que si creía tener un problema, lo mejor era llevarlo al médico. O al menos debí pedirle que me diera más detalles de su padecimiento. Pero estaba atontada por lo inusitado de su respuesta, y solo atiné a asentir con la cabeza, cosa que él obviamente tomó como una respuesta afirmativa.
Corrió la silla hacia atrás y se puso de pie. Llevó la mano a su bermuda, la desabrochó, con lo que cayó hasta sus tobillos con el peso del cinto. Luego se bajó el calzoncillo.
>>Estábamos en el comedor, y mi hijo me estaba mostrando la pija, y yo no entendía por qué lo hacía. Era una locura. Lo miré un rato. El pene era algo asimétrico, pero eso era de lo más normal. Era corto pero bastante grueso, y su glande era muy grande en proporción al tronco. Estaba colorado, y levemente hinchado. Aunque solo un poco.
—Bauti —dije—. Yo no veo nada raro. ¿Acaso te duele?
—No me refería al pene —explicó él—.me refería a…
Vi los testículos. Estaban peludos, y parecían estar duros. Los observé un buen rato. Me incliné, y arrimé mi rostro a su entrepierna. Fruncí el ceño.
—¿Me estás cargando? No veo nada —dije.
—¿Nada? ¿No te das cuenta? Miralos bien. Hay algo muy raro en ellos. No puedo creer que no te des cuenta.
—¿Y por qué no me decís qué es lo que creés que tenés, y listo? —dije.
>>Pero Bauti seguía avergonzado, y se negaba a hablar. Entonces agarré el pene de mi hijo y lo levanté, para poder ver los testículos por completo. Ahí por fin noté algo llamativo. Los testículos tenían tamaños diferentes. Bastante diferentes.
—¿Es porque uno es más chico que el otro? —pregunté. Levanté la vista. Él asintió con la cabeza—. Es normal. Nadie tiene los dos testículos del mismo tamaño —expliqué.
—Ya lo sé. Pero ¿no te parece que en mi caso la diferencia es mucho mayor? —insistió el chico.
—Quizás son más desiguales de lo común, sí. Pero sigue siendo normal. Creo… ¿Sentís algún dolor? ¿Eyaculás con normalidad? ¿Sentís algo raro aparte del tamaño?
Me di cuenta de que aún sostenía el pene de mi hijo. Algo ya innecesario. Lo solté, y noté que estaba más hinchado que hacía unos instantes. Aún no estaba endurecido, pero su consistencia dejaba de ser fláccida. Me erguí.
—No. Solo es eso —dijo.
—Entonces no tenés nada de qué preocuparte. Te voy a sacar un turno con el médico, para que te quedes tranquilo. Pero seguramente te va a decir lo mismo que yo. —Él asintió con la cabeza—. Ya podés cubrirte.
Bautista se subió el calzoncillo y luego la bermuda. Me dio la impresión de que sus movimientos eran más lentos de lo normal. La repentina gordura de su verga me incomodó un poco, pero me dije que era normal, pues se la había estado sosteniendo durante un rato. Sabía muy bien que los hombres, sobre todo los muy jóvenes, podían tener una erección con la menor fricción en su sexo. Y él ni siquiera había llegado a tener una erección. Así que aparté ese pensamiento de mi mente.
Fui a la cocina a lavar su pocillo. Pero luego me di cuenta de que lo tenía muy malcriado. Así que le ordené que lo hiciera él. Ya no sería su mucama.
De repente me dieron ganas de picarlo un poco.
—¿Cuándo vienen tus amigos de nuevo? —le pregunté, mientras él enjuagaba el pocillo.
—¿Ahora querés que vengan? —dijo Bauti.
—Me imagino que no tiene sentido pedirte que te mantengas alejado de ellos. Así que, si se ven fuera del colegio, prefiero que sea acá, donde los pueda vigilar —respondí.
—Entonces… ¿pueden quedarse a dormir? —preguntó él, ansioso.
—¿Hoy mismo? —me sorprendí—. Bueno, si sus padres los dejan, está bien.
Me preguntaba si podía descubrir cuál sería su próximo plan para someterme. Era obvio que estaba jugando con fuego, pero ese rincón de mi mente que gozaba de esa persecución de la que era víctima, me instaba a ponerme en situaciones peligrosas. Además ya le había dicho que podían venir, ya estaba hecho.
Yo misma me sentí ansiosa por la espera. No tenía idea de cómo iban a tomárselo los chicos. Quizás pensarían que me estaba burlando de ellos, restregándoles en la cara que jamás me poseerían. O a lo mejor pensarían que al permitirles estar bajo mi mismo techo, les estaba dando esperanzas. O tal vez se acobardaban, intuyendo que les estaba tendiendo una emboscada junto con mi marido. De hecho me inclinaba más por esta última alternativa. Pobres, no conocían a Miguel.
Pero a pesar de todo, fueron a la casa. Al principio parecían mucho más tímidos de lo que eran en realidad. Llegaron tarde, para cuando la cena ya estaba lista, y mi marido también había llegado del trabajo.
Miguel bromeó con ellos, con lo que había pasado el otro día, cuando supuestamente los chicos pasaron de casualidad cuando yo estaba esperando a mi marido con un atuendo sumamente sugerente. Bauti se puso rojo, aunque era obvio que los amigos ya le habían contado con lujo de detalles todo lo que había pasado.
Noah y Luca tenían la cara de piedra, como para poder estar ahí sin sentir pudor de sentarse en la mesa y comer la comida de Miguel después de lo que habían hecho conmigo. Y sin embargo mi indignación era con mi marido antes que con ellos. Realmente lo había malacostumbrado tanto que ni se molestaba en cuidarme de otros hombres. Supongo que puedo decir en su defensa que se trataban de apenas unos chicos a los que les doblaba en edad, por lo que no debía por qué sospechar nada. Pero lo cierto es que su dejadez se aplicaba a cualquier otro hombre. No tenía idea si me escribía con alguien o si cuando no estaba en casa mantenía contacto con algún vecino. No lo sabía ni le interesaba saberlo.
Eso que antes me daba confianza, eso que me hacía sentir libre, ahora me hacía sentir impotente. Indefensa ante la incontrolable lascivia de esos adolescentes hormonales.
—Cómo se conocieron —preguntó Luca en un momento.
Miguel le contó nuestra corta historia de amor. Que él era mi asesor de seguros y así habíamos empezado a conocernos.
—Qué historia más apasionante —dijo Noah, con ironía.
Si esperaba molestar a Miguel, podía seguir esperando. Porque mi marido simplemente se echó a reír junto a ellos. Peor fue cuando le preguntaron cómo había hecho para conquistarme.
—En realidad, ella me conquistó a mí —dijo él.
Contó cómo lo había invitado a salir. Contó que yo le gustaba pero ni se le hubiera ocurrido tomar la iniciativa. Los chicos rieron mucho. Se reían de mi marido en su cara. Pendejos de mierda.
En un momento le serví un poco más de fideos con salsa a Noah. Cuando le dejé el plato, Luca, que estaba a mi lado, aprovechó para rozar mi nalga.
—¿Todo bien, mi amor? —preguntó Miguel.
>>Había quedado turbada por ese manoseo tan inoportuno. Ese pendejo me había acariciado el culo en las narices de mi marido. Debía exponerlo en ese mismo momento, echarlo de mi casa. Debía aprovechar esa situación para expulsarlos de mi vida de una vez por todas.
—Todo bien. Creo que me bajó un poco la presión. No es nada —dije.
No podía hacerlo. De alguna manera me resultaba imposible enfrentarlos. Creo que tenía muchas dudas sobre cómo se lo tomaría Miguel. Luca diría que lo hizo sin querer, y él le creería. O, peor aún, no le creería, pero fingiría hacerlo para evitarse el momento incómodo.
>>Sabía que esa noche podría ser un deja vú de lo que había pasado la primera noche en la que todo eso se había desencadenado. Y sentí mucha curiosidad por lo que hablarían en el dormitorio de Bauti. Esa era una de las pocas ventajas que aún tenía. Que mi hijo parecía no considerarme lo suficientemente audaz como para ponerme detrás de su puerta a oír de qué hablaban. Probablemente tampoco sabía de la claridad con la que se escuchaba en el pasillo cualquier sonido dentro de su cuarto. Y justamente por tratarse de mi única ventaja, pensaba usarla. Por otra parte era muy probable que nuevamente intentaran irrumpir en mi dormitorio para verme semidesnuda, y para tocarme y lamerme todo lo que pudieran.
Aquella vez había sido lo suficientemente tonta como para permitírselos. Pero en esta ocasión se quedarían con las ganas, como ya les había pasado con su extorsión fallida.
Ya llegada la hora de dormir, los chicos quisieron ver una película. Pero esta vez no me sumé. No iba a arriesgarme a que me metieran mano otra vez. Miguel en cambio se quedó con ellos. Me dio pena. Esos mocosos no merecían que los tratara tan bien.
Bauti se ofreció a preparar té o café para el que quisiera. Me sorprendió su iniciativa. Por lo visto había hecho bien en mandarlo a lavar el pocillo a la tarde. Estaba aprendiendo a hacer las tareas del hogar.
Saludé a los chicos, con un seco “hasta mañana”, y me fui a mi dormitorio.
Obviamente no pude dormir. Me quedé mirando un programa humorístico para relajarme un poco. Miguel apareció una hora y media después.
—Es increíble el sueño que me agarró —dijo.
Me dio un beso en la mejilla, se acomodó en la cama y unos segundos después, ya estaba dormido. Era increíble, tenía en su propia casa a dos pervertidos que me querían someter sexualmente, y él se dormía como un oso. Además lo hizo mucho más rápido de lo normal, lo que era mucho decir, pues él ya de por sí dormía con sorprendente facilidad.
Un rato después los escuché subir a la habitación de Bauti. Esperé un rato, hasta que la curiosidad ya no pudo conmigo. Salí de mi dormitorio y caminé sigilosamente hasta el de Bauti. Apoyé la oreja en la puerta, aunque igual podría escucharlos sin hacerlo.
—Ya se habrá dormido —dijo Luca.
—Pero ella no. Hay que esperar —explicó Bauti.
—Pero si te digo que le toqué el culo y le gustó. Y por algo nos invitó a venir. Vamos a cogernos a esa puta de una vez —insistió Luca.
—Quizás no te dijo nada mientras la tocabas porque no supo cómo reaccionar —aventuró Bauti, dando en el clavo.
—Tiene razón —lo apoyó Noah—. Yo tengo tantas ganas de darle maza como vos —agregó, dirigiéndose a Luca—. Pero no te olvides lo que nos hizo la última vez. Nos endulzó los oídos y nos dejó como unos idiotas. Esto me huele a que va a ser algo parecido. Mejor esperemos hasta entrada la madrugada.
—Okey, okey. Hay que tener paciencia con esta yegua. Cuando por fin ceda, me la voy a coger hasta dejarla desmayada —dijo Luca.
Por supuesto, Bauti no iba a defender mi honor. Podían denígrame todo lo que quisieran, ultrajándome imaginariamente de las maneras más obscenas, y él no movería un dedo. Sentí que mi corazón se estrujaba.
—Bueno, mostranos lo que tenés —dijo Noah.
>>“Lo que tenés”. Me había olvidado de eso. Bauti les vendía contenido erótico que obtenía sin mi consentimiento. Pero no recordaba otro momento en donde pudo haberlo hecho, aparte de la vez que anduve semidesnuda frente a él, a propósito.
—Se los voy a mostrar. Pero no quiero que se burlen de mí. Hice esto solo para ustedes —dijo Bauti.
Los chicos insistieron en que se los mostrara, y mi hijo les aclaró que solo lo había hecho porque a ellos les iba a gustar. De pronto recordé que me había masturbado en la cocina. ¿Había una cámara oculta?
—Qué mierda amigo. Esto es increíble —dijo Luca.
—¿Ese sos vos? ¿Te está agarrando la pija a vos? —preguntó Noah.
—Le dije que tenía algo malo en mis genitales —explicó Bauti.
Los chicos estallaron en carcajadas, y yo sentí que me caía un balde de agua fría. Bauti me había sacado una foto mientras sostenía su verga con mi mano. Yo estaba inclinada, y mi rostro muy cerca de sus genitales. Quienes no conocieran el contexto, pensarían que era una escena sexual.
>>—La verdad que hasta parece que te va a hacer una mamada. Lástima que no la tenías dura —dijo Noah.
—No pude —se excusó Bautista.
Los chicos se rieron de nuevo. Volví a mi dormitorio, diciéndome que ya había oído todo lo que necesitaba oír, aunque en realidad lo que me pasaba era que no soportaba escuchar nada más.
Ya me parecía raro eso que había hecho Bauti en la merienda. ¿En qué momento me había sacado esa foto? Concluí que esta vez sí debía castigar a mi hijo de alguna u otra forma. Ya pensaría en cómo hacerlo. Pero ahora tenía que lidiar con algo más urgente. Noah y Luca aparecerían en mi dormitorio en cualquier momento
Estuve a punto de poner la mesa de luz frente a la puerta, para trabarla. Si Miguel se llegaba a despertar y la veía, le diría la verdad, aunque fuera en parte: que temía que los amigos de nuestro hijo entraran a espiarme. Pero entonces recordé lo que dijo Noah. Por lo visto él se temía una trampa. Se me ocurrió hacer que su intuición se materializara.
>>>>Ya los había hecho quedar como tontos una vez. Si insistían en tropezar con la misma piedra, no era mi culpa. Me puse una tanga animal print, con las tiritas negras. Luego saqué del placard un camisón negro con transparencias.
Me lo había comprado hacía poco, con la intención de estrenarlo con Miguel. A pesar de que había encendido la luz, y había hecho ruido al abrir las puertas del placard, y me moví bruscamente en la cama, cuando hice a un lado el cubrecama para volver a acostarme, mi marido no dio señales de despertarse.
Me puse la máscara de ojos. Apagué la luz. Me estremecí al imaginar las cosas que podía estar haciendo, ahí mismo, a su lado, sin que se diera cuenta. Pensé en qué cosas querrían hacerme los amigos de mi hijo. Era obvio que como mínimo pretendían repetir lo de aquella vez. Gozar de mi trasero con sus manos y sus lenguas.
Pensé también en cómo pensaban convencerme de entregarme a ellos. ¿Usarían esa foto en la que salía agarrándole la pija a Bauti? No podía ser eso. El chantaje ya les falló una vez. Además, si bien el rostro de Bauti seguramente no salía en la foto, Miguel lo reconocería. Sería imposible acusarme de infidelidad con eso.
Cuando no, mi cuerpo empezaba a manifestar sensaciones que no eran nada oportunas. Ya era muy común fantasear con ser poseída por esos dos, y de paso, ya que estábamos, por ese otro lindo amigo que tenían. Abel. No hay lugar en donde somos más libres que en la mente. Pero dejarse llevar por esas fantasías resultaba peligroso. Y yo bien lo sabía, porque ahí estaba, con la pelvis palpitante, el sexo húmedo, los senos hinchados. Estaba caliente, y ellos estarían más calientes aún cuando me vieran así.
>>Le estaba dando la espalda a la puerta. El camisón me cubría apenas hasta donde empezaban las nalgas. Pero si se me miraba con un poco de atención, se vería, a través de la transparencia, mi culo, con la tanguita metida entre las nalgas. Tenía una mano entre mis muslos, y estos la presionaban.
Entonces entraron. Apenas los había escuchado, igual que había pasado la primera vez. Solo que ahora no fingiría que estaba durmiendo. Aunque por un momento sí lo hice. Me quedé ahí, acostada. No me había cubierto con las sábanas, así que les regalaba una sensual visión de mi cuerpo. Unos segundos después sentí cómo me levantaban el camisón. Aunque en realidad no era que me lo levantaban, sino que pasaban una mano por debajo de él, para que esos dedos ansiosos se encontraran con mi trasero. Lo habían hecho mucho antes de lo que había imaginado.
Entonces giré bruscamente, y simultáneamente me quité la máscara de ojos y la hice a un lado. Noah apartó la mano de mi trasero y retrocedió, asustado. Siempre había sido el más arrojado, pero también era el más inteligente. Sabía cuándo las cosas no andaban bien. Apenas los veía. Ellos habían encendido las linternas de sus celulares. Luca estaba unos pasos detrás de su cómplice, y gracias a su haz de luz pude ver el gesto de derrota de Noah. Entonces encendí la lámpara. Los miré, con el ceño fruncido, y luego fingí una mueca de miedo y desconcierto.
—¡Qué hacen acá! —dije—. Váyanse ya mismo de mi cuarto.
Era otro fracaso para ellos. La segunda vez que se quedarían con las ganas. Pero ellos parecieron no verlo así. Al menos Luca no lo vio así. Fue el más pequeño de ese par, el chiquillo carilindo con pelo castaño claro, quien se acercó a mí.
>> Llevó una mano a mi seno, y empezó a estrujarlo con violencia.
Me quedé estupefacta. ¿No estaba viendo que estaba completamente despierta? Por un rato no pude decir nada, y en ese lapso Luca aprovechó para magrear mis tetas sin ninguna limitación.
—¿Se volvieron locos? ¡Voy a gritar! —dije. Y de hecho al pronunciar esas palabras, levanté la voz.
—A ver, grite —dijo Noah.
El atractivo adolescente se había decidido a sumarse. Se puso al lado de su amigo, que parecía enamorado de mis tetas. Metió la mano dentro del camisón, hasta llegar a la tanga. La tironeó hacia abajo. Unos instantes después ya estaba a la altura de mis muslos.
—¡No! ¡Acá no! —exclamé, suplicante.
>>Lo dije muy fuerte. Pero mi marido no se despertaba. Miguel seguía soñando, mientras el dedo de Noah se metía en mi sexo lubricado.
Y sin embargo no podía disfrutar plenamente la sensación de liberación, porque en los siguientes días estuve esperando recibir un llamado de la escuela, o, peor aún, una visita de la policía. Aunque estaba consciente de que Bautista se merecía un buen escarmiento, no podía evitar sentirme angustiada por el futuro que le esperaba. Además, no podía omitir el obvio detalle de que yo era su madre y, por ende, era la responsable del engendro en que se había convertido.
También me sentí tentada otras tantas veces de encararlo y reprenderlo por todo lo que había hecho. Y otras tantas veces lo postergué para más adelante. Creo que tenía la absurda idea de dejar toda esa historia atrás, sin la necesidad de hacer un escándalo. De hecho anhelaba que mi hijo escarmentara y recapacitara, y finalmente reculara en esas obsesivas ideas que tenía, y que hiciera todo eso por su cuenta, evitándome así que me tuviera que enfrentar a eso que me daba tanto miedo.
>>Pero para empezar, los días pasaban y no recibía ese llamado ni esa visita que tanto temía. Bautista parecía actuar con total normalidad, fingiendo que no se había enterado de que sus amigos se habían quedado con las ganas de cogerme, cosa que obviamente sí sabía. La naturalidad con la que hacía su papel de niño inocente no dejaba de sorprenderme. Tenía el enemigo en mi casa. Eso me hacía temblar de los nervios.
Yo, por mi parte, sí me mostré más seria y severa con él, pero no hubo caso, ni siquiera me preguntó por qué estaba así. Todo parecía indicar que Luca y Noah habían decidido no divulgar el video. Quizás se dieron cuenta de que no tenía sentido perjudicar a quien en definitiva había sido fiel a ellos.
—Esta locura ya se terminó —dije en voz alta.
Estaba en la cocina, horneando un bizcochuelo de chocolate. No era raro que hablara sola, más aún cuando no había nadie más en casa. La mañana solía ser sola para mí, pues Bauti estaba en la escuela y Miguel en su trabajo. Y la cocina era algo que me resultaba terapéutico. Mis reflexiones más profundas eran en esos momentos.
>>Mientras dejé que el bizcochuelo se cocinara, puse un poco de música. Pensé en los amigos de mi hijo. Eran unos delincuentes y unos hombrecitos con la moral muy baja. Sin embargo no podía dejar de admirarlos por llegar a tanto. ¿Se habían metido en tantas complicaciones solo para estar conmigo? Estaba segura de que podían llevarse a la cama a cualquiera de sus compañeras de curso. Los chicos lindos y arrogantes eran como semidioses en la adolescencia. Pero ellos me querían a mí. Estaban obsesionados conmigo.
Entonces me di cuenta de que había pasado por alto algo importantísimo. ¿De verdad iba a ser tan ingenua de pensar que no habían sacado a la luz el video solo por consideración hacia mi hijo? ¿No sería más lógico creer que Bauti había apaciguado su enojo con una nueva promesa? Claro que esa era la deducción más razonable. Mi hijo se traía algo entre manos, una vez más. Y si se había animado a tanto con su primer plan ¿hasta dónde sería capaz de llegar esta vez? La idea me hacía estremecer de pies a cabeza.
>>No obstante, ni la indignación ni el enojo afloraron en ese momento. Hasta hacía unos instantes había dado por sentado que por fin me los había sacado de encima, pero ahora me daba cuenta de que seguirían yendo por mí, acechándome hasta encontrar el momento oportuno para caer sobre mí. Buscando mi talón de Aquiles, para explotarlo al máximo. Recordé las manos de Noah en mis muslos. Podía ser que a los hombres les fascinara acariciar mi trasero, pero lo que a mí me hacía enloquecer era sentir unos dedos ágiles frotando con suavidad mis piernas, y Noah, sin saberlo, me había complacido. Recordé mi estéril intento por bajar mi pollera, mientras él seguía levantándola.
>>Entonces, instintivamente, comencé a levantarme la pollera que tenía en ese mismo momento. Una color crema, más larga y suelta que la de la otra vez. Estaba excitadísima, evidentemente. Me bajé la bombacha hasta las rodillas y metí la mano dentro de la falda, Mis dedos se encontraron enseguida con el sexo. Se sentía mojado. Me di cuenta de que esa humedad no era producto de los últimos instantes, en donde recordé con deleite las manos de Noah en mis muslos, sino del minuto uno, en donde empecé a meditar sobre la cuestión de los amiguitos extorsionadores
>>>>>>Me masturbé ahí, apoyada en la mesada. Ya que me había perdido en la inmoralidad, dejé libre mi imaginación y recreé en mi cabeza una escena que podría haber ocurrido en una realidad paralela. Yo, ignorante de la intervención de Bautista, Noah y Luca mostrándome el video, mi marido aún a dos horas de volver, los adolescentes arrimándose a mí, manoseándome. Primero me negaría, obviamente, pero la consecuencia de mi negativa, mas sus insistentes manos metiéndose por adentro de la minifalda, terminarían por lograr que me rindiera. Obligada, arrinconada entre la espada y la pared, sin encontrar excusas ni fuerzas para rechazarlos, pero entregada al fin y al cabo. ¿Cómo me cogerían esos chicos? No podían tener demasiada experiencia, pero sí tendrían unas energías que yo no había vuelto a sentir en mi cuerpo en más de diez años. Me montarían con salvajismo, con sus vergas increíblemente duras, tan duras como solo se ponían las vergas de los chicos de su edad. Dos hombrecitos torpes pero con mucha imaginación, y con energía de toros.
Entonces sentí los músculos de mi pelvis contraerse una y otra vez, rítmicamente. El orgasmo fue tan intenso que mis piernas temblaron y mi cuerpo parecía no poder ser soportado por ellas. Mi espalda se deslizó lentamente por la mesada, y mi trasero terminó tocando el piso.
Terminé en el suelo, jadeante, sintiendo la relajación en todos mis músculos, a medida que el placer del clímax iba remitiendo lentamente, aún exteriorizándose en leves espasmos que atravesaban todo mi cuerpo.
—Pendejos de mierda, arruinaron mi vida —dije.
Por suerte había programado el horno para que se apagara en el momento indicado, de lo contrario, el bizcochuelo terminaría quemado. La pollera arrugada y la bombacha por los talones quedaron durante unos minutos así, hasta que recuperé suficiente energía como para ponerme de pie.
La sensación de que estaba perdida se fue acrecentando a lo largo del día. Lo grave no era que ellos no fueran a detenerse. Lo grave era que yo misma sentía un perverso regocijo al saberme la obsesión sexual de unos adolescentes que podrían ser mis hijos.
A la hora de la merienda, ya con Bauti en casa, entablé una conversación con él.
—Bauti… qué tal las chicas —le pregunté.
Si bien era algo antisocial, era muy bonito. Y no lo digo solo por ser su madre. Ya con esos ojos azules podía deslumbrar a cualquier chica. Los había heredado de mí, aunque los suyos tenían un color mucho más intenso. No tenía el físico tan desarrollado como Noah, pero se notaba que hacía deporte con frecuencia. Tenía un rostro bello, quizás un tanto afeminado, pero bello al fin.
—¿Qué tal las chicas? —dijo él. Me irritaba cuando me respondía con una pregunta—. Qué se yo.
Llevó una tostada a la boca, mordió un pedazo muy grande y empezó a masticar lentamente. Daba toda la impresión de que no tenía ganas de hablar. Pero no me importó. Ya estaba cansada de que creyera que las cosas siempre iban a darse como él quería.
—Pero debe haber alguna que te guste. ¿no? —insistí—. ¿Te besaste con muchas chicas? Alguna chica de la escuela, quizás. O alguien que hayas conocido en esa fiesta el otro día.
Me miró como si intentase adivinar qué traía entre manos. La realidad era que simplemente quería conocer mejor a mi hijo. Ya había fallado durante mucho tiempo en ese sentido.
—Con algunas —dijo, al fin—. Pero no. No hay ninguna que me guste en particular. Además… a mí me gustan más grandes —agregó.
>>Cuando dijo eso último me miró arriba abajo, y juraría que se detuvo unos instantes en mis senos. ¿Sería yo el modelo de belleza en el que se basaba para elegir a una mujer? No sería el primer hombre con complejo de Edipo. De pronto me sentí aliviada. ¿Sería eso solo? ¿Un complejo de Edipo común y corriente? No obstante, si pensaba en los planes que tenía con sus amigos, la cosa tomaba rumbos más retorcidos. Rumbos a los que me había negado a transitar hasta el momento.
Estuve a punto de preguntarle qué tan grandes le gustaban. Pero la respuesta era obvia, así que no dije nada al respecto.
—Pero eso no está bien. Deberías experimentar la sexualidad con chicas de tu edad —esgrimí.
—Pero las mujeres de tu edad… como vos... tienen mucha experiencia. ¿No? Preferiría una así —dijo.
“Como vos”, repetí en mi cabeza. Un pensamiento que me retumbó durante un rato.
—Y… ¿ya tuviste intimidad con una chica? —pregunté, haciendo de cuenta que no le daba importancia a esa frase— ¿Conocés sobre las ETS?
—Sí. Conozco sobre las enfermedades de transmisión sexual —aseveró—. Y… no. Nunca me acosté con ninguna chica —agregó después, con cierta vergüenza en su tono.
—Es normal. No te dejes presionar por esos amigos tuyos que seguro ya tienen experiencia con mujeres. Cada uno tiene sus tiempos.
Apenas terminé de decir eso, me di cuenta de mi error. Y él no me la dejó pasar.
—¿Y cómo sabés que Noah y Luca sí tuvieron experiencias sexuales? —preguntó Bauti.
Me puse ridículamente nerviosa. ¿Cómo lo sabía? Por la manera de tocarme, me respondí. Si bien se notaban torpes, también parecían muy familiarizadnos con el cuerpo de una mujer, con sus prendas y sus puntos más sensibles. Podían ser unos principiantes comparados con hombres de la edad de Miguel, pero entre los de su edad debían ser todo unas leyendas.
Solo se me ocurrió —respondí—. Parecen muy seguros, y son lindos. Pero también son arrogantes. A esa clase de tipos les va bien cuando son jóvenes, pero luego la realidad los golpea con fuerza.
—Entiendo —dio Bauti. Dio un largo sorbo de café con leche—. Pero yo no soy así.
—Ya lo sé —dije, percatándome de que realmente no sabía cómo era mi hijo—. Sos un chico especial.
Acaricié su cabello con ternura. Sentí que el corazón se me estrujaba. ¿De verdad era tan perverso como creía? Se me ocurrió que a lo mejor en su interior no consideraba que había hecho nada malo. Quizás no estaba consciente del todo. Me hubiese encantado creérmelo, pero en ese punto no podía darme esos lujos, por más que quisiera.
Y seguía sin poder estar molesta con él. Después de todo, yo misma había fantaseado con ser poseída por sus amigos en sus narices. Quizás había heredado esa vena perversa de mí.
—Mamá. ¿Te puedo decir algo? Es algo… vergonzoso —dijo de pronto Bauti.
Acababa de terminar de merendar. Y ahora me miraba con bochorno. Estaba levemente sonrojado. Me lo va a decir, pensé. Me va a contar lo de sus planes con sus amigos Quizás me de algunas explicaciones que me alivien, al menos un poco. A lo mejor es como había pensado en un principio, y solo hacía todo eso para congraciarse con Noah y Luca, los más populares de la escuela. Y sin embargo tenía mucho miedo. El corazón empezó a latirme con más intensidad. ¿Qué pasaba si lo que me decía no era lo que deseaba? ¿Qué pasaba si lo que me confesaba confirmaba mis mayores temores? ¿Y si él trataba de chantajearme para que me acueste con sus amigos?
Las ideas más perversas me atravesaron en esos instantes. Y cada una era más sorprendente que la anterior.
—Claro, podés contarme lo que quieras. No tenés que tener vergüenza con tu mamá. Cualquier problema que tengas, te prometo que podemos solucionarlo.
No podía decirle otra cosa que esa, pero eso no quitaba que mi corazón estuviera palpitando cada vez más acelerado. Traté de ser optimista, pensando en que a lo mejor lo que le hacía falta a Bauti era una madre más involucrada en su vida. Siempre fui una madre presente, obviamente. Pero jamás me involucré mucho en sus cuestiones amorosas, y mucho menos sexuales. En ese había fallado.
—Es que… creo que tengo un problema en mis genitales —dijo Bautista.
Me quedé sin habla. Si hubiese tenido que adivinar qué me diría, ciertamente no se me hubiera ocurrido que me iba a salir con eso. El niño era una caja de sorpresas.
—¿Cómo? —pregunté, alarmada, aunque también aliviada, pues todas las especulaciones que había estado haciendo no se materializarían—. Qué clase de problema.
—Es más fácil si te muestro —dijo.
Debí decirle que si creía tener un problema, lo mejor era llevarlo al médico. O al menos debí pedirle que me diera más detalles de su padecimiento. Pero estaba atontada por lo inusitado de su respuesta, y solo atiné a asentir con la cabeza, cosa que él obviamente tomó como una respuesta afirmativa.
Corrió la silla hacia atrás y se puso de pie. Llevó la mano a su bermuda, la desabrochó, con lo que cayó hasta sus tobillos con el peso del cinto. Luego se bajó el calzoncillo.
>>Estábamos en el comedor, y mi hijo me estaba mostrando la pija, y yo no entendía por qué lo hacía. Era una locura. Lo miré un rato. El pene era algo asimétrico, pero eso era de lo más normal. Era corto pero bastante grueso, y su glande era muy grande en proporción al tronco. Estaba colorado, y levemente hinchado. Aunque solo un poco.
—Bauti —dije—. Yo no veo nada raro. ¿Acaso te duele?
—No me refería al pene —explicó él—.me refería a…
Vi los testículos. Estaban peludos, y parecían estar duros. Los observé un buen rato. Me incliné, y arrimé mi rostro a su entrepierna. Fruncí el ceño.
—¿Me estás cargando? No veo nada —dije.
—¿Nada? ¿No te das cuenta? Miralos bien. Hay algo muy raro en ellos. No puedo creer que no te des cuenta.
—¿Y por qué no me decís qué es lo que creés que tenés, y listo? —dije.
>>Pero Bauti seguía avergonzado, y se negaba a hablar. Entonces agarré el pene de mi hijo y lo levanté, para poder ver los testículos por completo. Ahí por fin noté algo llamativo. Los testículos tenían tamaños diferentes. Bastante diferentes.
—¿Es porque uno es más chico que el otro? —pregunté. Levanté la vista. Él asintió con la cabeza—. Es normal. Nadie tiene los dos testículos del mismo tamaño —expliqué.
—Ya lo sé. Pero ¿no te parece que en mi caso la diferencia es mucho mayor? —insistió el chico.
—Quizás son más desiguales de lo común, sí. Pero sigue siendo normal. Creo… ¿Sentís algún dolor? ¿Eyaculás con normalidad? ¿Sentís algo raro aparte del tamaño?
Me di cuenta de que aún sostenía el pene de mi hijo. Algo ya innecesario. Lo solté, y noté que estaba más hinchado que hacía unos instantes. Aún no estaba endurecido, pero su consistencia dejaba de ser fláccida. Me erguí.
—No. Solo es eso —dijo.
—Entonces no tenés nada de qué preocuparte. Te voy a sacar un turno con el médico, para que te quedes tranquilo. Pero seguramente te va a decir lo mismo que yo. —Él asintió con la cabeza—. Ya podés cubrirte.
Bautista se subió el calzoncillo y luego la bermuda. Me dio la impresión de que sus movimientos eran más lentos de lo normal. La repentina gordura de su verga me incomodó un poco, pero me dije que era normal, pues se la había estado sosteniendo durante un rato. Sabía muy bien que los hombres, sobre todo los muy jóvenes, podían tener una erección con la menor fricción en su sexo. Y él ni siquiera había llegado a tener una erección. Así que aparté ese pensamiento de mi mente.
Fui a la cocina a lavar su pocillo. Pero luego me di cuenta de que lo tenía muy malcriado. Así que le ordené que lo hiciera él. Ya no sería su mucama.
De repente me dieron ganas de picarlo un poco.
—¿Cuándo vienen tus amigos de nuevo? —le pregunté, mientras él enjuagaba el pocillo.
—¿Ahora querés que vengan? —dijo Bauti.
—Me imagino que no tiene sentido pedirte que te mantengas alejado de ellos. Así que, si se ven fuera del colegio, prefiero que sea acá, donde los pueda vigilar —respondí.
—Entonces… ¿pueden quedarse a dormir? —preguntó él, ansioso.
—¿Hoy mismo? —me sorprendí—. Bueno, si sus padres los dejan, está bien.
Me preguntaba si podía descubrir cuál sería su próximo plan para someterme. Era obvio que estaba jugando con fuego, pero ese rincón de mi mente que gozaba de esa persecución de la que era víctima, me instaba a ponerme en situaciones peligrosas. Además ya le había dicho que podían venir, ya estaba hecho.
Yo misma me sentí ansiosa por la espera. No tenía idea de cómo iban a tomárselo los chicos. Quizás pensarían que me estaba burlando de ellos, restregándoles en la cara que jamás me poseerían. O a lo mejor pensarían que al permitirles estar bajo mi mismo techo, les estaba dando esperanzas. O tal vez se acobardaban, intuyendo que les estaba tendiendo una emboscada junto con mi marido. De hecho me inclinaba más por esta última alternativa. Pobres, no conocían a Miguel.
Pero a pesar de todo, fueron a la casa. Al principio parecían mucho más tímidos de lo que eran en realidad. Llegaron tarde, para cuando la cena ya estaba lista, y mi marido también había llegado del trabajo.
Miguel bromeó con ellos, con lo que había pasado el otro día, cuando supuestamente los chicos pasaron de casualidad cuando yo estaba esperando a mi marido con un atuendo sumamente sugerente. Bauti se puso rojo, aunque era obvio que los amigos ya le habían contado con lujo de detalles todo lo que había pasado.
Noah y Luca tenían la cara de piedra, como para poder estar ahí sin sentir pudor de sentarse en la mesa y comer la comida de Miguel después de lo que habían hecho conmigo. Y sin embargo mi indignación era con mi marido antes que con ellos. Realmente lo había malacostumbrado tanto que ni se molestaba en cuidarme de otros hombres. Supongo que puedo decir en su defensa que se trataban de apenas unos chicos a los que les doblaba en edad, por lo que no debía por qué sospechar nada. Pero lo cierto es que su dejadez se aplicaba a cualquier otro hombre. No tenía idea si me escribía con alguien o si cuando no estaba en casa mantenía contacto con algún vecino. No lo sabía ni le interesaba saberlo.
Eso que antes me daba confianza, eso que me hacía sentir libre, ahora me hacía sentir impotente. Indefensa ante la incontrolable lascivia de esos adolescentes hormonales.
—Cómo se conocieron —preguntó Luca en un momento.
Miguel le contó nuestra corta historia de amor. Que él era mi asesor de seguros y así habíamos empezado a conocernos.
—Qué historia más apasionante —dijo Noah, con ironía.
Si esperaba molestar a Miguel, podía seguir esperando. Porque mi marido simplemente se echó a reír junto a ellos. Peor fue cuando le preguntaron cómo había hecho para conquistarme.
—En realidad, ella me conquistó a mí —dijo él.
Contó cómo lo había invitado a salir. Contó que yo le gustaba pero ni se le hubiera ocurrido tomar la iniciativa. Los chicos rieron mucho. Se reían de mi marido en su cara. Pendejos de mierda.
En un momento le serví un poco más de fideos con salsa a Noah. Cuando le dejé el plato, Luca, que estaba a mi lado, aprovechó para rozar mi nalga.
—¿Todo bien, mi amor? —preguntó Miguel.
>>Había quedado turbada por ese manoseo tan inoportuno. Ese pendejo me había acariciado el culo en las narices de mi marido. Debía exponerlo en ese mismo momento, echarlo de mi casa. Debía aprovechar esa situación para expulsarlos de mi vida de una vez por todas.
—Todo bien. Creo que me bajó un poco la presión. No es nada —dije.
No podía hacerlo. De alguna manera me resultaba imposible enfrentarlos. Creo que tenía muchas dudas sobre cómo se lo tomaría Miguel. Luca diría que lo hizo sin querer, y él le creería. O, peor aún, no le creería, pero fingiría hacerlo para evitarse el momento incómodo.
>>Sabía que esa noche podría ser un deja vú de lo que había pasado la primera noche en la que todo eso se había desencadenado. Y sentí mucha curiosidad por lo que hablarían en el dormitorio de Bauti. Esa era una de las pocas ventajas que aún tenía. Que mi hijo parecía no considerarme lo suficientemente audaz como para ponerme detrás de su puerta a oír de qué hablaban. Probablemente tampoco sabía de la claridad con la que se escuchaba en el pasillo cualquier sonido dentro de su cuarto. Y justamente por tratarse de mi única ventaja, pensaba usarla. Por otra parte era muy probable que nuevamente intentaran irrumpir en mi dormitorio para verme semidesnuda, y para tocarme y lamerme todo lo que pudieran.
Aquella vez había sido lo suficientemente tonta como para permitírselos. Pero en esta ocasión se quedarían con las ganas, como ya les había pasado con su extorsión fallida.
Ya llegada la hora de dormir, los chicos quisieron ver una película. Pero esta vez no me sumé. No iba a arriesgarme a que me metieran mano otra vez. Miguel en cambio se quedó con ellos. Me dio pena. Esos mocosos no merecían que los tratara tan bien.
Bauti se ofreció a preparar té o café para el que quisiera. Me sorprendió su iniciativa. Por lo visto había hecho bien en mandarlo a lavar el pocillo a la tarde. Estaba aprendiendo a hacer las tareas del hogar.
Saludé a los chicos, con un seco “hasta mañana”, y me fui a mi dormitorio.
Obviamente no pude dormir. Me quedé mirando un programa humorístico para relajarme un poco. Miguel apareció una hora y media después.
—Es increíble el sueño que me agarró —dijo.
Me dio un beso en la mejilla, se acomodó en la cama y unos segundos después, ya estaba dormido. Era increíble, tenía en su propia casa a dos pervertidos que me querían someter sexualmente, y él se dormía como un oso. Además lo hizo mucho más rápido de lo normal, lo que era mucho decir, pues él ya de por sí dormía con sorprendente facilidad.
Un rato después los escuché subir a la habitación de Bauti. Esperé un rato, hasta que la curiosidad ya no pudo conmigo. Salí de mi dormitorio y caminé sigilosamente hasta el de Bauti. Apoyé la oreja en la puerta, aunque igual podría escucharlos sin hacerlo.
—Ya se habrá dormido —dijo Luca.
—Pero ella no. Hay que esperar —explicó Bauti.
—Pero si te digo que le toqué el culo y le gustó. Y por algo nos invitó a venir. Vamos a cogernos a esa puta de una vez —insistió Luca.
—Quizás no te dijo nada mientras la tocabas porque no supo cómo reaccionar —aventuró Bauti, dando en el clavo.
—Tiene razón —lo apoyó Noah—. Yo tengo tantas ganas de darle maza como vos —agregó, dirigiéndose a Luca—. Pero no te olvides lo que nos hizo la última vez. Nos endulzó los oídos y nos dejó como unos idiotas. Esto me huele a que va a ser algo parecido. Mejor esperemos hasta entrada la madrugada.
—Okey, okey. Hay que tener paciencia con esta yegua. Cuando por fin ceda, me la voy a coger hasta dejarla desmayada —dijo Luca.
Por supuesto, Bauti no iba a defender mi honor. Podían denígrame todo lo que quisieran, ultrajándome imaginariamente de las maneras más obscenas, y él no movería un dedo. Sentí que mi corazón se estrujaba.
—Bueno, mostranos lo que tenés —dijo Noah.
>>“Lo que tenés”. Me había olvidado de eso. Bauti les vendía contenido erótico que obtenía sin mi consentimiento. Pero no recordaba otro momento en donde pudo haberlo hecho, aparte de la vez que anduve semidesnuda frente a él, a propósito.
—Se los voy a mostrar. Pero no quiero que se burlen de mí. Hice esto solo para ustedes —dijo Bauti.
Los chicos insistieron en que se los mostrara, y mi hijo les aclaró que solo lo había hecho porque a ellos les iba a gustar. De pronto recordé que me había masturbado en la cocina. ¿Había una cámara oculta?
—Qué mierda amigo. Esto es increíble —dijo Luca.
—¿Ese sos vos? ¿Te está agarrando la pija a vos? —preguntó Noah.
—Le dije que tenía algo malo en mis genitales —explicó Bauti.
Los chicos estallaron en carcajadas, y yo sentí que me caía un balde de agua fría. Bauti me había sacado una foto mientras sostenía su verga con mi mano. Yo estaba inclinada, y mi rostro muy cerca de sus genitales. Quienes no conocieran el contexto, pensarían que era una escena sexual.
>>—La verdad que hasta parece que te va a hacer una mamada. Lástima que no la tenías dura —dijo Noah.
—No pude —se excusó Bautista.
Los chicos se rieron de nuevo. Volví a mi dormitorio, diciéndome que ya había oído todo lo que necesitaba oír, aunque en realidad lo que me pasaba era que no soportaba escuchar nada más.
Ya me parecía raro eso que había hecho Bauti en la merienda. ¿En qué momento me había sacado esa foto? Concluí que esta vez sí debía castigar a mi hijo de alguna u otra forma. Ya pensaría en cómo hacerlo. Pero ahora tenía que lidiar con algo más urgente. Noah y Luca aparecerían en mi dormitorio en cualquier momento
Estuve a punto de poner la mesa de luz frente a la puerta, para trabarla. Si Miguel se llegaba a despertar y la veía, le diría la verdad, aunque fuera en parte: que temía que los amigos de nuestro hijo entraran a espiarme. Pero entonces recordé lo que dijo Noah. Por lo visto él se temía una trampa. Se me ocurrió hacer que su intuición se materializara.
>>>>Ya los había hecho quedar como tontos una vez. Si insistían en tropezar con la misma piedra, no era mi culpa. Me puse una tanga animal print, con las tiritas negras. Luego saqué del placard un camisón negro con transparencias.
Me lo había comprado hacía poco, con la intención de estrenarlo con Miguel. A pesar de que había encendido la luz, y había hecho ruido al abrir las puertas del placard, y me moví bruscamente en la cama, cuando hice a un lado el cubrecama para volver a acostarme, mi marido no dio señales de despertarse.
Me puse la máscara de ojos. Apagué la luz. Me estremecí al imaginar las cosas que podía estar haciendo, ahí mismo, a su lado, sin que se diera cuenta. Pensé en qué cosas querrían hacerme los amigos de mi hijo. Era obvio que como mínimo pretendían repetir lo de aquella vez. Gozar de mi trasero con sus manos y sus lenguas.
Pensé también en cómo pensaban convencerme de entregarme a ellos. ¿Usarían esa foto en la que salía agarrándole la pija a Bauti? No podía ser eso. El chantaje ya les falló una vez. Además, si bien el rostro de Bauti seguramente no salía en la foto, Miguel lo reconocería. Sería imposible acusarme de infidelidad con eso.
Cuando no, mi cuerpo empezaba a manifestar sensaciones que no eran nada oportunas. Ya era muy común fantasear con ser poseída por esos dos, y de paso, ya que estábamos, por ese otro lindo amigo que tenían. Abel. No hay lugar en donde somos más libres que en la mente. Pero dejarse llevar por esas fantasías resultaba peligroso. Y yo bien lo sabía, porque ahí estaba, con la pelvis palpitante, el sexo húmedo, los senos hinchados. Estaba caliente, y ellos estarían más calientes aún cuando me vieran así.
>>Le estaba dando la espalda a la puerta. El camisón me cubría apenas hasta donde empezaban las nalgas. Pero si se me miraba con un poco de atención, se vería, a través de la transparencia, mi culo, con la tanguita metida entre las nalgas. Tenía una mano entre mis muslos, y estos la presionaban.
Entonces entraron. Apenas los había escuchado, igual que había pasado la primera vez. Solo que ahora no fingiría que estaba durmiendo. Aunque por un momento sí lo hice. Me quedé ahí, acostada. No me había cubierto con las sábanas, así que les regalaba una sensual visión de mi cuerpo. Unos segundos después sentí cómo me levantaban el camisón. Aunque en realidad no era que me lo levantaban, sino que pasaban una mano por debajo de él, para que esos dedos ansiosos se encontraran con mi trasero. Lo habían hecho mucho antes de lo que había imaginado.
Entonces giré bruscamente, y simultáneamente me quité la máscara de ojos y la hice a un lado. Noah apartó la mano de mi trasero y retrocedió, asustado. Siempre había sido el más arrojado, pero también era el más inteligente. Sabía cuándo las cosas no andaban bien. Apenas los veía. Ellos habían encendido las linternas de sus celulares. Luca estaba unos pasos detrás de su cómplice, y gracias a su haz de luz pude ver el gesto de derrota de Noah. Entonces encendí la lámpara. Los miré, con el ceño fruncido, y luego fingí una mueca de miedo y desconcierto.
—¡Qué hacen acá! —dije—. Váyanse ya mismo de mi cuarto.
Era otro fracaso para ellos. La segunda vez que se quedarían con las ganas. Pero ellos parecieron no verlo así. Al menos Luca no lo vio así. Fue el más pequeño de ese par, el chiquillo carilindo con pelo castaño claro, quien se acercó a mí.
>> Llevó una mano a mi seno, y empezó a estrujarlo con violencia.
Me quedé estupefacta. ¿No estaba viendo que estaba completamente despierta? Por un rato no pude decir nada, y en ese lapso Luca aprovechó para magrear mis tetas sin ninguna limitación.
—¿Se volvieron locos? ¡Voy a gritar! —dije. Y de hecho al pronunciar esas palabras, levanté la voz.
—A ver, grite —dijo Noah.
El atractivo adolescente se había decidido a sumarse. Se puso al lado de su amigo, que parecía enamorado de mis tetas. Metió la mano dentro del camisón, hasta llegar a la tanga. La tironeó hacia abajo. Unos instantes después ya estaba a la altura de mis muslos.
—¡No! ¡Acá no! —exclamé, suplicante.
>>Lo dije muy fuerte. Pero mi marido no se despertaba. Miguel seguía soñando, mientras el dedo de Noah se metía en mi sexo lubricado.
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