Una noche de esas en el bar me quedé charlando con Mora. Habíamos quedado las dos solas, ya las otras se habían ido a atender a algún cliente o a sus casas. Era ya bien tarde, como las 3, y las dos sabíamos que no nos iba a salir nada ya.
Entre tema y tema de conversación, Mora me dijo que ella pensaba que nosotras, las trabajadoras, teníamos que tener un permitido. Que algunas no le daban bola a eso, pero ella pensaba que había que tenerlo para tener aunque sea un poco de salud interior. Si bien trabajamos de eso, no podíamos ser solamente pedazos de carne para que los tipos se saquen las ganas. Nosotras teníamos nuestras necesidades también, y no eran solamente sexuales, sino también emocionales. Nos ganábamos la vida cumpliéndole los deseos a los tipos (algunas a otras mujeres también) y de vez en cuando también teníamos que atender los nuestros. Me dijo que no alcanzaba, como hacía yo, en leer y visitar museos. Que había cosas muy íntimas de cualquier mujer que también tenían que ser atendidas y no tenían nada que ver con la cabeza.
Me dijo en esa intimidad que ella ya tenía 57 años y que obviamente mucha vida laboral no le quedaba. Hacía más de 30 años que trabajaba y si sobrevivió todo éste tiempo, me dijo, era porque cuando pudo siempre le dió bola a sus permitidos. Sino ya se hubiese muerto por dentro hacía rato. Le brillaban los ojitos cuando me contaba de aquellas épocas, de la década de los 90 locos y de todo lo que trabajó cuando era joven y bonita. Había llegado a ser por un tiempo una de las chicas de Sofovich, después buscando me enteré quien había sido, y entre fines de los 80 y los 90 trabajó mucho en Mar del Plata. Siempre le quedó cariño por esa ciudad.
“Mardel es una perla, Blondita”, me dijo sonriendo suave, “Pero una perla vieja, ya. Es como yo, somos iguales. Ya las dos estamos deslucidas y baqueteadas. Lo mejor que tenemos es el recuerdo de lo que fuimos… por eso las dos nos queremos mucho.”
Yo le sonreí y pensé en ir a Mar del Plata. Un finde largo, o una semana. Algo asi. A distraerme, a trabajar o a las dos cosas. Había ido de chica un par de veces con mis viejos y algunos recuerdos me quedaban, pero la quería experimentar ahora de grande. ‘De grande’, se decía la nena de ya 19 añitos…
Por extraño que les pueda parecer, mi permitido fue el narco que había conocido en Rosario.
Después de esa fiesta en que hice debutar al hijo, pasaron un par de meses en los que yo seguí trabajando normalmente los fines de semana. Hasta que un dia a la tarde, de la nada, el tipo me mensajeó. Yo me sonreí y me puse contenta que me haya contactado. Pensé que se había olvidado de mi. Después de un rato de mandarnos mensajitos, me pidió que lo llame.
“Hola, cómo estás?”, le dije dulcemente.
“Hola linda, como te va?”, escuché la voz grave en el teléfono que me encantaba, “Che… Lo que charlamos recién por el chat… máxima reserva, no? Me imagino.”
Yo me reí finito, “Obvio.”
“Entonces?”, me preguntó.
“Cómo querés hacer?”, le dije.
Me sonó como que estaba viajando en un auto o algo así, “Decime vos.”
“Vos sos el del problema, mi amor…”, le dije suavecito, “Yo no.”
Lo escuché tirar un suspiro, “Diste en el clavo, jaja… pero vos querés?”
Me sonreí amplio. Quería asegurarme que mi sonrisa, de alguna manera, viaje por el teléfono y se le entierre en el cerebro, “Obvio que quiero.”
A el casi que lo escuché sonreír también, “Genial.”
“Vos y yo tenemos… cosas pendientes, me parece, no?”, le dije.
“Uf… varias…”, se rió.
Esperé un ratito en silencio y le dije, “Querés venir a casa algún día? Alguna noche?”
“Vos atendés ahí también?”, me preguntó.
Yo me sonreí amplio de nuevo, “... no.”
Lo escuché suspirar y quedarse callado un buen rato. Yo solo escuchaba el ruido del movimiento del auto en el que seguro iba, “... estuve pensando mucho en vos, todo éste tiempo, pero se me hace complicado…”
“Yo también…”, le dije la verdad suavecito.
“... dejame pensarlo, si?”, me dijo.
“Okey, pensalo… pero yo si quiero verte.”, le dije, “Si querés arreglá tus cosas y me avisás como querés hacer, si?”
“Bueno… dale… te aviso”, me dijo, “Vos qué querés hacer?”
Yo no lo dudé, se lo tiré directamente de nuevo a través de una sonrisa, “Quiero que vengas… quiero verte… y cuando te vayas quiero que me hagas extrañarte.”
Escuché que se quedó un rato en silencio y largó otro suspiro profundo y grave, “... bueno, te aviso, linda. Tengo que cortar. Beso.”
“Besote”, le dije, y cortamos.
Mi permitido narco empezó a venir cada cuatro o cinco semanas a Buenos Aires, a verme en casa. Me encantaba recibirlo y tenerlo ahí. A veces caía bastante temprano, ni bien comenzaba la noche, estaba unas horas y se iba. Pero a veces podía quedarse toda la noche, hasta la mañana.
Todas las veces que venía a casa, si, el primer polvo era fuerte y rápido. Él se tenía que sacar la calentura. Pero las otras cogidas, yo pensaba y sentía, eran para mi. Que hombre que era, como me encantaba sentirlo. Sentir ese oso fuerte encima mio. Tenía mucho pelo en los brazos, en el pecho y en la espalda. Las piernas también. El de la espalda no me gustaba mucho, pero el resto… como disfrutaba acariciarlo. Acariciar a ese macho viejo y fuerte, sentir sus manazas rudas recorriendo mi piel suave y las cosquillitas de su vello por todo mi cuerpito. Mi cuerpito que estaba regalado para él, deseándolo siempre.
Amaba… adoraba… sentir como después de coger nos quedabamos tranquilos en mi cama, con la música apenas suave y en la penumbra de mi pieza. Sentir como su cuerpazo curtido de viejo animal se pegaba a mi espaldita, y esos brazos fuertes abrazándome, acariciándome, disfrutandome. Yo me le acurrucaba y le sonreía con los ojitos cerrados, escuchando como su voz ronca de macho me susurraba cositas al oído. Y asi hablabamos. Horas. Entre sus caricias. Sus besos en mi cuello. Cuando me tenía así a veces sentía que el largaba unas exhalaciones y murmullos de placer y comodidad que le retumbaban en ese pecho ancho y hermoso que tenía, pegado a mi espalda, haciéndome vibrar a mi también.
Cómo me hacía sentir bien, pero bien mujer! Plena. Satisfecha. Suya. El primero de todos cuando llegaba era una cogida, si, pero en todas las demás hacíamos el amor. Dulce y fuerte a la vez. Completo. Yo no quería más que satisfacerlo, satisfacer a mi macho, con mi cuerpito de nena que él tanto adoraba y disfrutaba.
Adoraba chuparle la verga hermosa que tenía y sentirla en mi boca. Sentirla pulsar y tensarse por todo el amor que yo le daba. Ni hablar de cuando la sentía dentro mío… cómo me llenaba y me ensanchaba. Esa verga en serio, de macho en serio. Yo la quería en todos lados y él, generoso, me la daba. Nos dábamos todo con tanto amor. Cuando lo sentía encima mio, con el peso de ese cuerpazo de viejo macho fuerte aplastandome dulcemente, y sentía su verga gruesa y hermosa hecha una roca dentro de mi conchita… de repente estallaba adentro mío y me llenaba toda, toda, con su leche calentita. Toda para mi. Dios, cómo me hacía acabar… el éxtasis que me daba. Sentía sus bramidos y orgasmos fuerte en mi cara y en mi oído. Como un toro. Como un potro viejo. Mora tenía razón, no era sexo. Era mas que sexo. Era lo que me completaba como mujer, a nivel emocional. Espiritual, casi diría.
No importaba que hacíamos durante la noche, todas las cosas que pudimos haber hecho, cuando se quedaba a dormir conmigo, a la mañana yo siempre me despertaba antes y le regalaba una buena chupada de pija, para que mi hombre comience el día de la mejor manera y se fuera feliz.
Una noche nos pasamos bastante de rosca y no dormimos. Nos estuvimos amando hasta el amanecer. El ya se estaba vistiendo para irse y yo seguía en la cama, tan pero tan dulcemente cansada y satisfecha. Me miró y sonrió, agarró su celu y dijo que quería sacarme una foto de lo linda que estaba. Yo le pregunté si era para pasársela a alguien, a algún cliente, pero me dijo que no. Que era para él sólo. Secreta. Yo con mis ojitos cansados y recostada nada más lo miré y lo dejé hacer.
Me sacó una de las fotos más hermosas que nunca nadie me tomó. Y nunca nadie la iba a ver.
Por supuesto que le cobraba. Pero lo que nunca le dije es que yo le estaba cobrando solamente la primera hora. El resto del tiempo era para mi. Nunca le dije cuánto tenía que pagar, siempre él me dejaba lo que quería. Era un hombre muy, pero muy generoso.
Sin embargo sus visitas al final nos terminaron causando problemas, tanto a él como a mí. Por su parte, luego de unos meses se fueron haciendo cada vez más y más espaciadas. Me dijo que estaba teniendo muchos problemas con su mujer, quien ya sospechaba bastante de él por ésto y por otras cosas, y él no quería hacerlos peor. Por supuesto que lo entendí. Le dije que yo iba a seguir ahí en casa como siempre. Luego de eso nos vimos un par de veces más, y el contacto se perdió definitivamente. Me encantaría decir que nuestra última vez fue especial, pero no lo fue más allá de lo especial que era tenerlo siempre. Creo que ninguno de los dos sabía que iba a ser la última, por lo que no hicimos nada fuera de lo normal. Tan sólo un día estábamos… y esa fue la última vez.
Y por mi parte, sus visitas me comenzaron a causar problemas en el edificio. Más precisamente, con el portero, un tipo de buen trato con los vecinos, pero generalmente bastante amargo y agreta. Era un viejo casi de sesenta años, pero no como a mi me gustaban. De hecho me causaba bastante indiferencia y por la forma de ser de mierda que tenía yo trataba de no interactuar con él para nada o lo menos posible.
El portero nunca reconoció a mi narco, no fue ese el problema. Lo que pasó es que a veces él se iba de casa ya por la mañana y el portero nos veía cuando yo bajaba a abrirle. Nunca supo quién era y yo por supuesto nunca dije a qué me dedicaba y nunca atendí gente en mi departamento, pero el portero era bastante avispado y podía sumar 2 y 2. A veces me veía llegar a cualquier hora al edificio en la mañana, o a veces me veía salir o llegar con mi ropa de trabajo… más la pinta que tenía mi narco cuando se iba de casa, que no era para nada la del novio de una chica de 19… realmente el tipo no tuvo que sumar mucho para darse cuenta quien era yo y que hacía.
Pero ese problema con el portero se desataría bastante más adelante.
Fue por ese entonces que me ocurrió una situación muy especial, que me cambió bastante en lo personal y un poco también en lo profesional. Yo ya hacía más de un año y medio que ya trabajaba y estaba bastante ya curtida de casi todo. Claro que siempre había clientes con necesidades particulares, a veces bastante fuera de lo común y yo hacía lo mejor que podía para satisfacerlos. Salvo las malas experiencias que ocurren siempre de vez en cuando, no había grandes problemas con eso.
Sin embargo, y ésto yo realmente no lo había notado hasta ese momento, una de las solicitudes que suelen ser bastante comunes es que los clientes a veces quieren estar con dos chicas a la vez. O lo que era igual de común, que dos tipos quieren estar con una chica, un trío de esos. Y realmente, por curioso que suene, hasta ese momento nunca me habían solicitado nada de eso. Tampoco nunca hasta ese momento había tenido una clienta mujer. Sencillamente nunca se había dado. Yo tenía mi veta, mi gancho, de nena y la mayoría de mi clientela establecida eran pedófilos. Me dedicaba a eso y por eso me buscaban. Todo bien.
Pero un día uno de mis clientes a quien yo ya había atendido una vez hacía bastante tiempo me contactó y me dijo que me quería para un trío. Cuando le pregunté más me dijo que era con él y otra chica, que era más o menos también de mi edad. No me pareció mala la oferta en lo monetario, siempre se solía cobrar un poco más por algo así. Y la verdad tampoco en lo personal, no era algo que yo me rehusaba a hacer (convengamos que en esa época había muy poco que yo me rehusaba a hacer). Le dije que sí y coordinamos todo. En ese momento no me excitaba mucho la idea. Quiero decir, me resultaba indiferente. Era la solicitud de un cliente, como cualquier otra, y si iba a haber otra chica ahí entonces era así, y punto. No me afectaba. Por supuesto que estaba sobreentendido que el cliente seguramente querría vernos a nosotras hacernos algo, pero no era algo que me diera asco ni nada de eso. Nunca me habían atraído otras mujeres o chicas. Para mi nada mas era algo que existía ahí, y ahí estaba. Ni me afectaba. Si no había otra chica, me sería indiferente. Y si había otra chica entonces había otra chica y se hacía lo que se tenía que hacer.
Fui hasta la casa del tipo, que estaba en un barrio cerrado por Pilar. Muy lindo por dentro, y la casa de él una belleza. Después de anunciarme en la entrada me dejaron entrar y me indicaron para donde ir. Era un lugar grande pero no me molestó caminar, todavía era de día, la tarde caía. Estaba muy arbolado por todos lados, muy bien cuidado, y había un montón de casas hermosas. Algunas rodeadas de muchos árboles que las escondían y les daban privacidad.
Cuando llegué a la casa del tipo me abrió y nos saludamos, muy macanudo, yo ya lo conocía. Me hizo pasar al living y la otra chica ya había llegado. Cuando la vi nos saludamos y me quedé un poco dura por dentro, pero lo disimulé muy bien. Salvando las distancias, la chica era como mi doble, pero mi doble caribeño, por decirlo así.
Se llamaba Helen y era una venezolana como de mi edad. Tenía el mismo tipo de cuerpito que yo, casi calcado. Las mismas tetitas, flaquita como yo, y la misma forma del culo aunque el de ella era un poco más grande y paradito. Nos quedamos charlando los tres un rato mientras nos tomábamos un refresco en el living del tipo, pero yo la miraba y la admiraba. Tenía una piel canela alucinante, suave y bien cuidada. El pelo negro que le caía largo y lacio, igual al mío, pero color noche cerrada, y unos ojos oscuros que te hipnotizaban, o al menos me lo estaban haciendo a mi. No era de trola, yo sabía admirar la belleza perfectamente en otra mujer. Hasta ese momento, dentro mío, no me estaba pasando nada sexual con ella, era nada más admiración. Esa admiración nunca se transformó en deseo.
Nunca se transformó en deseo, claro, hasta un rato después que arrancamos con el trabajo y el cliente quería que nos empecemos a dar entre nosotras mientras él filmaba.
No se si a Helen le pasaba lo mismo que a mi, pero fue increíble el chispazo que sentí adentro cuando nos empezamos a tocar y acariciar, a sentirnos las dos nuestros cuerpitos suaves. Nunca había sentido algo así con otra mujer. Primero porque nunca había estado, y segundo porque nunca había sentido la necesidad o el llamado interior de estar. Pero ahora estaba.
Nos tocábamos y besábamos suave y lindo, como solamente dos mujeres lo saben hacer, dándole un buen show a nuestro cliente. Cuando nos tocamos y nos empezamos a amar para el tipo, también besándonos dulcemente, sentía como una electricidad que me recorría la columna y me hacía parar los pelitos de mis brazos. No se si Helen lo sintió también, pero la veía que me miraba a los ojos como yo la miraba a ella, queriendo decirnos cosas sin palabras.
Cómo estaba disfrutando yo eso, por Dios… todas éstas sensaciones y pensamientos nuevos, tan dulces y lindos. Mi conchita por supuesto que respondió sola, y cuando tímidamente me animé a sentirsela a Helen, noté que ella también estaba mojadita, haciéndomelo saber también con un gemido suave y hermoso de nena en mi boca, mientras nuestras lenguas jugaban a conocerse.
Pensé que me tenía que cuidar mucho de no ser muy obvia y que el cliente se de cuenta que estaba disfrutando más de Helen que de él. Traté de enfocarme en mi trabajo, que era ese, y en mi cliente, que no era Helen. Pero me resultaba tan difícil… se me hizo más fácil cuando mi cliente se nos unió y entre las dos lo empezamos a complacer. Por lo menos me distraía y sentía otra cosa que no sea el toque y el cuerpito de Helen.
Igualmente, durante nuestra actividad, cuando lo complacíamos juntas nuestras miradas por ahí se encontraban y no se largaban más. No se si el tipo se dio cuenta, creo que estaba más preocupado por sentir lo que le dábamos, y no estaba ni enterado de lo que nos estábamos dando entre nosotras con la mirada.
Por supuesto que mi cliente nos cogió a las dos, como debía ser. Para eso estábamos ahí. Y la verdad lo hizo bien, sabía que mi cliente era de esos que cogía lindo, y creo que estaba doblemente entusiasmado ese día, por razones obvias. Claro que a Helen en un momento le tocó chuparme la conchita, y me encantó, pero cuando me tocó probar la de ella por fin le sentí el gusto dulce a otra mujer en mi boca. Pensé que me iba a dar asco que me tenía que tragar por ser profesional… pero me encantó y me dejé llevar por la sensación de su piel, tan suave y tan húmeda en su parte más íntima, y el gusto hermoso que me quedaba en los labios por su dulce sabor, y en mis oídos por sus gemidos.
Cogimos todos varias veces, pero yo estallé en un orgasmo increíble cuando se dio que al mismo tiempo el tipo me la estaba poniendo por atrás, muy lindo, y abajo mío comencé a sentir la lenguita dulce de Helen, probándome y acariciándome el clítoris con amor y pasión. No me voy a olvidar más ese orgasmo. No me lo había dado la pija de un cliente, como tantas otras veces. Me lo había dado la lengua y el amor de otra mujer, por primera vez.
Terminamos nuestro trabajo, mi cliente nos pagó muy bien y al salir le dije de compartir un Uber, ya que ella también volvía para Capital y ya era tarde. Durante el viaje de vuelta nada más charlamos. Charlamos bien, normal, como dos chicas. Fuera del trabajo a Helen la notaba también bastante simpática, pero algo tímida. No hicimos nada en el Uber, solo charlar normal. Le dije de intercambiar números y quedar en contacto, ya que los dos nos dijimos que habíamos visto a la otra laburar muy bien. La dejé por donde vivía en Liniers y yo seguí para casa.
Nunca más volví a ver a Helen. Durante meses, de vez en cuando le mandaba un mensajito nada mas para decir hola, pero me los contestaba siempre muy tarde o a veces ni me los contestaba. Y cuando se daba que nos mensajeabamos, nuestros intercambios realmente nunca llegaron a nada. Ella también trabajaba mucho y me quedó más que claro que no sintió lo mismo que sentí yo.
Que sentí yo? No me interesa mucho contarlo o explayarme. Es una parte muy personal de mi. Estuve varios días pensando después de ese encuentro con Helen y mi cliente. Pensando en mí, en las cosas que había sentido y en muchas otras cosas más. Como saben, yo soy una mujer muy introspectiva. No soy introvertida. Soy introspectiva. No es lo mismo. Siempre estoy examinándome y reexaminándome.
Me costó. Me costó mas de lo que pensaba, pero luego de varios días de sanas y no tan sanas charlas conmigo misma, en el silencio de mi departamento y en la intimidad de mi propia cabeza, decidí aceptar que yo era bisexual. Y que siempre lo había sido, porque eso que dije antes que nunca me habían atraído otras mujeres… bueno, eso es una mentirita. Era una parte de mi que yo subconscientemente siempre había querido dejar de lado. Dejar a oscuras y que nadie vea cuando me visitaba. Hasta cuando yo misma me visitaba. Dejarla en el sótano. Pero ya esa pobre parte mía tan maltratada por mi misma creo que había cumplido su condena y ya era hora que viera el sol de nuevo.
Yo era bisexual, y ahora estaba orgullosa de serlo.
Entre tema y tema de conversación, Mora me dijo que ella pensaba que nosotras, las trabajadoras, teníamos que tener un permitido. Que algunas no le daban bola a eso, pero ella pensaba que había que tenerlo para tener aunque sea un poco de salud interior. Si bien trabajamos de eso, no podíamos ser solamente pedazos de carne para que los tipos se saquen las ganas. Nosotras teníamos nuestras necesidades también, y no eran solamente sexuales, sino también emocionales. Nos ganábamos la vida cumpliéndole los deseos a los tipos (algunas a otras mujeres también) y de vez en cuando también teníamos que atender los nuestros. Me dijo que no alcanzaba, como hacía yo, en leer y visitar museos. Que había cosas muy íntimas de cualquier mujer que también tenían que ser atendidas y no tenían nada que ver con la cabeza.
Me dijo en esa intimidad que ella ya tenía 57 años y que obviamente mucha vida laboral no le quedaba. Hacía más de 30 años que trabajaba y si sobrevivió todo éste tiempo, me dijo, era porque cuando pudo siempre le dió bola a sus permitidos. Sino ya se hubiese muerto por dentro hacía rato. Le brillaban los ojitos cuando me contaba de aquellas épocas, de la década de los 90 locos y de todo lo que trabajó cuando era joven y bonita. Había llegado a ser por un tiempo una de las chicas de Sofovich, después buscando me enteré quien había sido, y entre fines de los 80 y los 90 trabajó mucho en Mar del Plata. Siempre le quedó cariño por esa ciudad.
“Mardel es una perla, Blondita”, me dijo sonriendo suave, “Pero una perla vieja, ya. Es como yo, somos iguales. Ya las dos estamos deslucidas y baqueteadas. Lo mejor que tenemos es el recuerdo de lo que fuimos… por eso las dos nos queremos mucho.”
Yo le sonreí y pensé en ir a Mar del Plata. Un finde largo, o una semana. Algo asi. A distraerme, a trabajar o a las dos cosas. Había ido de chica un par de veces con mis viejos y algunos recuerdos me quedaban, pero la quería experimentar ahora de grande. ‘De grande’, se decía la nena de ya 19 añitos…
Por extraño que les pueda parecer, mi permitido fue el narco que había conocido en Rosario.
Después de esa fiesta en que hice debutar al hijo, pasaron un par de meses en los que yo seguí trabajando normalmente los fines de semana. Hasta que un dia a la tarde, de la nada, el tipo me mensajeó. Yo me sonreí y me puse contenta que me haya contactado. Pensé que se había olvidado de mi. Después de un rato de mandarnos mensajitos, me pidió que lo llame.
“Hola, cómo estás?”, le dije dulcemente.
“Hola linda, como te va?”, escuché la voz grave en el teléfono que me encantaba, “Che… Lo que charlamos recién por el chat… máxima reserva, no? Me imagino.”
Yo me reí finito, “Obvio.”
“Entonces?”, me preguntó.
“Cómo querés hacer?”, le dije.
Me sonó como que estaba viajando en un auto o algo así, “Decime vos.”
“Vos sos el del problema, mi amor…”, le dije suavecito, “Yo no.”
Lo escuché tirar un suspiro, “Diste en el clavo, jaja… pero vos querés?”
Me sonreí amplio. Quería asegurarme que mi sonrisa, de alguna manera, viaje por el teléfono y se le entierre en el cerebro, “Obvio que quiero.”
A el casi que lo escuché sonreír también, “Genial.”
“Vos y yo tenemos… cosas pendientes, me parece, no?”, le dije.
“Uf… varias…”, se rió.
Esperé un ratito en silencio y le dije, “Querés venir a casa algún día? Alguna noche?”
“Vos atendés ahí también?”, me preguntó.
Yo me sonreí amplio de nuevo, “... no.”
Lo escuché suspirar y quedarse callado un buen rato. Yo solo escuchaba el ruido del movimiento del auto en el que seguro iba, “... estuve pensando mucho en vos, todo éste tiempo, pero se me hace complicado…”
“Yo también…”, le dije la verdad suavecito.
“... dejame pensarlo, si?”, me dijo.
“Okey, pensalo… pero yo si quiero verte.”, le dije, “Si querés arreglá tus cosas y me avisás como querés hacer, si?”
“Bueno… dale… te aviso”, me dijo, “Vos qué querés hacer?”
Yo no lo dudé, se lo tiré directamente de nuevo a través de una sonrisa, “Quiero que vengas… quiero verte… y cuando te vayas quiero que me hagas extrañarte.”
Escuché que se quedó un rato en silencio y largó otro suspiro profundo y grave, “... bueno, te aviso, linda. Tengo que cortar. Beso.”
“Besote”, le dije, y cortamos.
Mi permitido narco empezó a venir cada cuatro o cinco semanas a Buenos Aires, a verme en casa. Me encantaba recibirlo y tenerlo ahí. A veces caía bastante temprano, ni bien comenzaba la noche, estaba unas horas y se iba. Pero a veces podía quedarse toda la noche, hasta la mañana.
Todas las veces que venía a casa, si, el primer polvo era fuerte y rápido. Él se tenía que sacar la calentura. Pero las otras cogidas, yo pensaba y sentía, eran para mi. Que hombre que era, como me encantaba sentirlo. Sentir ese oso fuerte encima mio. Tenía mucho pelo en los brazos, en el pecho y en la espalda. Las piernas también. El de la espalda no me gustaba mucho, pero el resto… como disfrutaba acariciarlo. Acariciar a ese macho viejo y fuerte, sentir sus manazas rudas recorriendo mi piel suave y las cosquillitas de su vello por todo mi cuerpito. Mi cuerpito que estaba regalado para él, deseándolo siempre.
Amaba… adoraba… sentir como después de coger nos quedabamos tranquilos en mi cama, con la música apenas suave y en la penumbra de mi pieza. Sentir como su cuerpazo curtido de viejo animal se pegaba a mi espaldita, y esos brazos fuertes abrazándome, acariciándome, disfrutandome. Yo me le acurrucaba y le sonreía con los ojitos cerrados, escuchando como su voz ronca de macho me susurraba cositas al oído. Y asi hablabamos. Horas. Entre sus caricias. Sus besos en mi cuello. Cuando me tenía así a veces sentía que el largaba unas exhalaciones y murmullos de placer y comodidad que le retumbaban en ese pecho ancho y hermoso que tenía, pegado a mi espalda, haciéndome vibrar a mi también.
Cómo me hacía sentir bien, pero bien mujer! Plena. Satisfecha. Suya. El primero de todos cuando llegaba era una cogida, si, pero en todas las demás hacíamos el amor. Dulce y fuerte a la vez. Completo. Yo no quería más que satisfacerlo, satisfacer a mi macho, con mi cuerpito de nena que él tanto adoraba y disfrutaba.
Adoraba chuparle la verga hermosa que tenía y sentirla en mi boca. Sentirla pulsar y tensarse por todo el amor que yo le daba. Ni hablar de cuando la sentía dentro mío… cómo me llenaba y me ensanchaba. Esa verga en serio, de macho en serio. Yo la quería en todos lados y él, generoso, me la daba. Nos dábamos todo con tanto amor. Cuando lo sentía encima mio, con el peso de ese cuerpazo de viejo macho fuerte aplastandome dulcemente, y sentía su verga gruesa y hermosa hecha una roca dentro de mi conchita… de repente estallaba adentro mío y me llenaba toda, toda, con su leche calentita. Toda para mi. Dios, cómo me hacía acabar… el éxtasis que me daba. Sentía sus bramidos y orgasmos fuerte en mi cara y en mi oído. Como un toro. Como un potro viejo. Mora tenía razón, no era sexo. Era mas que sexo. Era lo que me completaba como mujer, a nivel emocional. Espiritual, casi diría.
No importaba que hacíamos durante la noche, todas las cosas que pudimos haber hecho, cuando se quedaba a dormir conmigo, a la mañana yo siempre me despertaba antes y le regalaba una buena chupada de pija, para que mi hombre comience el día de la mejor manera y se fuera feliz.
Una noche nos pasamos bastante de rosca y no dormimos. Nos estuvimos amando hasta el amanecer. El ya se estaba vistiendo para irse y yo seguía en la cama, tan pero tan dulcemente cansada y satisfecha. Me miró y sonrió, agarró su celu y dijo que quería sacarme una foto de lo linda que estaba. Yo le pregunté si era para pasársela a alguien, a algún cliente, pero me dijo que no. Que era para él sólo. Secreta. Yo con mis ojitos cansados y recostada nada más lo miré y lo dejé hacer.
Me sacó una de las fotos más hermosas que nunca nadie me tomó. Y nunca nadie la iba a ver.
Por supuesto que le cobraba. Pero lo que nunca le dije es que yo le estaba cobrando solamente la primera hora. El resto del tiempo era para mi. Nunca le dije cuánto tenía que pagar, siempre él me dejaba lo que quería. Era un hombre muy, pero muy generoso.
Sin embargo sus visitas al final nos terminaron causando problemas, tanto a él como a mí. Por su parte, luego de unos meses se fueron haciendo cada vez más y más espaciadas. Me dijo que estaba teniendo muchos problemas con su mujer, quien ya sospechaba bastante de él por ésto y por otras cosas, y él no quería hacerlos peor. Por supuesto que lo entendí. Le dije que yo iba a seguir ahí en casa como siempre. Luego de eso nos vimos un par de veces más, y el contacto se perdió definitivamente. Me encantaría decir que nuestra última vez fue especial, pero no lo fue más allá de lo especial que era tenerlo siempre. Creo que ninguno de los dos sabía que iba a ser la última, por lo que no hicimos nada fuera de lo normal. Tan sólo un día estábamos… y esa fue la última vez.
Y por mi parte, sus visitas me comenzaron a causar problemas en el edificio. Más precisamente, con el portero, un tipo de buen trato con los vecinos, pero generalmente bastante amargo y agreta. Era un viejo casi de sesenta años, pero no como a mi me gustaban. De hecho me causaba bastante indiferencia y por la forma de ser de mierda que tenía yo trataba de no interactuar con él para nada o lo menos posible.
El portero nunca reconoció a mi narco, no fue ese el problema. Lo que pasó es que a veces él se iba de casa ya por la mañana y el portero nos veía cuando yo bajaba a abrirle. Nunca supo quién era y yo por supuesto nunca dije a qué me dedicaba y nunca atendí gente en mi departamento, pero el portero era bastante avispado y podía sumar 2 y 2. A veces me veía llegar a cualquier hora al edificio en la mañana, o a veces me veía salir o llegar con mi ropa de trabajo… más la pinta que tenía mi narco cuando se iba de casa, que no era para nada la del novio de una chica de 19… realmente el tipo no tuvo que sumar mucho para darse cuenta quien era yo y que hacía.
Pero ese problema con el portero se desataría bastante más adelante.
Fue por ese entonces que me ocurrió una situación muy especial, que me cambió bastante en lo personal y un poco también en lo profesional. Yo ya hacía más de un año y medio que ya trabajaba y estaba bastante ya curtida de casi todo. Claro que siempre había clientes con necesidades particulares, a veces bastante fuera de lo común y yo hacía lo mejor que podía para satisfacerlos. Salvo las malas experiencias que ocurren siempre de vez en cuando, no había grandes problemas con eso.
Sin embargo, y ésto yo realmente no lo había notado hasta ese momento, una de las solicitudes que suelen ser bastante comunes es que los clientes a veces quieren estar con dos chicas a la vez. O lo que era igual de común, que dos tipos quieren estar con una chica, un trío de esos. Y realmente, por curioso que suene, hasta ese momento nunca me habían solicitado nada de eso. Tampoco nunca hasta ese momento había tenido una clienta mujer. Sencillamente nunca se había dado. Yo tenía mi veta, mi gancho, de nena y la mayoría de mi clientela establecida eran pedófilos. Me dedicaba a eso y por eso me buscaban. Todo bien.
Pero un día uno de mis clientes a quien yo ya había atendido una vez hacía bastante tiempo me contactó y me dijo que me quería para un trío. Cuando le pregunté más me dijo que era con él y otra chica, que era más o menos también de mi edad. No me pareció mala la oferta en lo monetario, siempre se solía cobrar un poco más por algo así. Y la verdad tampoco en lo personal, no era algo que yo me rehusaba a hacer (convengamos que en esa época había muy poco que yo me rehusaba a hacer). Le dije que sí y coordinamos todo. En ese momento no me excitaba mucho la idea. Quiero decir, me resultaba indiferente. Era la solicitud de un cliente, como cualquier otra, y si iba a haber otra chica ahí entonces era así, y punto. No me afectaba. Por supuesto que estaba sobreentendido que el cliente seguramente querría vernos a nosotras hacernos algo, pero no era algo que me diera asco ni nada de eso. Nunca me habían atraído otras mujeres o chicas. Para mi nada mas era algo que existía ahí, y ahí estaba. Ni me afectaba. Si no había otra chica, me sería indiferente. Y si había otra chica entonces había otra chica y se hacía lo que se tenía que hacer.
Fui hasta la casa del tipo, que estaba en un barrio cerrado por Pilar. Muy lindo por dentro, y la casa de él una belleza. Después de anunciarme en la entrada me dejaron entrar y me indicaron para donde ir. Era un lugar grande pero no me molestó caminar, todavía era de día, la tarde caía. Estaba muy arbolado por todos lados, muy bien cuidado, y había un montón de casas hermosas. Algunas rodeadas de muchos árboles que las escondían y les daban privacidad.
Cuando llegué a la casa del tipo me abrió y nos saludamos, muy macanudo, yo ya lo conocía. Me hizo pasar al living y la otra chica ya había llegado. Cuando la vi nos saludamos y me quedé un poco dura por dentro, pero lo disimulé muy bien. Salvando las distancias, la chica era como mi doble, pero mi doble caribeño, por decirlo así.
Se llamaba Helen y era una venezolana como de mi edad. Tenía el mismo tipo de cuerpito que yo, casi calcado. Las mismas tetitas, flaquita como yo, y la misma forma del culo aunque el de ella era un poco más grande y paradito. Nos quedamos charlando los tres un rato mientras nos tomábamos un refresco en el living del tipo, pero yo la miraba y la admiraba. Tenía una piel canela alucinante, suave y bien cuidada. El pelo negro que le caía largo y lacio, igual al mío, pero color noche cerrada, y unos ojos oscuros que te hipnotizaban, o al menos me lo estaban haciendo a mi. No era de trola, yo sabía admirar la belleza perfectamente en otra mujer. Hasta ese momento, dentro mío, no me estaba pasando nada sexual con ella, era nada más admiración. Esa admiración nunca se transformó en deseo.
Nunca se transformó en deseo, claro, hasta un rato después que arrancamos con el trabajo y el cliente quería que nos empecemos a dar entre nosotras mientras él filmaba.
No se si a Helen le pasaba lo mismo que a mi, pero fue increíble el chispazo que sentí adentro cuando nos empezamos a tocar y acariciar, a sentirnos las dos nuestros cuerpitos suaves. Nunca había sentido algo así con otra mujer. Primero porque nunca había estado, y segundo porque nunca había sentido la necesidad o el llamado interior de estar. Pero ahora estaba.
Nos tocábamos y besábamos suave y lindo, como solamente dos mujeres lo saben hacer, dándole un buen show a nuestro cliente. Cuando nos tocamos y nos empezamos a amar para el tipo, también besándonos dulcemente, sentía como una electricidad que me recorría la columna y me hacía parar los pelitos de mis brazos. No se si Helen lo sintió también, pero la veía que me miraba a los ojos como yo la miraba a ella, queriendo decirnos cosas sin palabras.
Cómo estaba disfrutando yo eso, por Dios… todas éstas sensaciones y pensamientos nuevos, tan dulces y lindos. Mi conchita por supuesto que respondió sola, y cuando tímidamente me animé a sentirsela a Helen, noté que ella también estaba mojadita, haciéndomelo saber también con un gemido suave y hermoso de nena en mi boca, mientras nuestras lenguas jugaban a conocerse.
Pensé que me tenía que cuidar mucho de no ser muy obvia y que el cliente se de cuenta que estaba disfrutando más de Helen que de él. Traté de enfocarme en mi trabajo, que era ese, y en mi cliente, que no era Helen. Pero me resultaba tan difícil… se me hizo más fácil cuando mi cliente se nos unió y entre las dos lo empezamos a complacer. Por lo menos me distraía y sentía otra cosa que no sea el toque y el cuerpito de Helen.
Igualmente, durante nuestra actividad, cuando lo complacíamos juntas nuestras miradas por ahí se encontraban y no se largaban más. No se si el tipo se dio cuenta, creo que estaba más preocupado por sentir lo que le dábamos, y no estaba ni enterado de lo que nos estábamos dando entre nosotras con la mirada.
Por supuesto que mi cliente nos cogió a las dos, como debía ser. Para eso estábamos ahí. Y la verdad lo hizo bien, sabía que mi cliente era de esos que cogía lindo, y creo que estaba doblemente entusiasmado ese día, por razones obvias. Claro que a Helen en un momento le tocó chuparme la conchita, y me encantó, pero cuando me tocó probar la de ella por fin le sentí el gusto dulce a otra mujer en mi boca. Pensé que me iba a dar asco que me tenía que tragar por ser profesional… pero me encantó y me dejé llevar por la sensación de su piel, tan suave y tan húmeda en su parte más íntima, y el gusto hermoso que me quedaba en los labios por su dulce sabor, y en mis oídos por sus gemidos.
Cogimos todos varias veces, pero yo estallé en un orgasmo increíble cuando se dio que al mismo tiempo el tipo me la estaba poniendo por atrás, muy lindo, y abajo mío comencé a sentir la lenguita dulce de Helen, probándome y acariciándome el clítoris con amor y pasión. No me voy a olvidar más ese orgasmo. No me lo había dado la pija de un cliente, como tantas otras veces. Me lo había dado la lengua y el amor de otra mujer, por primera vez.
Terminamos nuestro trabajo, mi cliente nos pagó muy bien y al salir le dije de compartir un Uber, ya que ella también volvía para Capital y ya era tarde. Durante el viaje de vuelta nada más charlamos. Charlamos bien, normal, como dos chicas. Fuera del trabajo a Helen la notaba también bastante simpática, pero algo tímida. No hicimos nada en el Uber, solo charlar normal. Le dije de intercambiar números y quedar en contacto, ya que los dos nos dijimos que habíamos visto a la otra laburar muy bien. La dejé por donde vivía en Liniers y yo seguí para casa.
Nunca más volví a ver a Helen. Durante meses, de vez en cuando le mandaba un mensajito nada mas para decir hola, pero me los contestaba siempre muy tarde o a veces ni me los contestaba. Y cuando se daba que nos mensajeabamos, nuestros intercambios realmente nunca llegaron a nada. Ella también trabajaba mucho y me quedó más que claro que no sintió lo mismo que sentí yo.
Que sentí yo? No me interesa mucho contarlo o explayarme. Es una parte muy personal de mi. Estuve varios días pensando después de ese encuentro con Helen y mi cliente. Pensando en mí, en las cosas que había sentido y en muchas otras cosas más. Como saben, yo soy una mujer muy introspectiva. No soy introvertida. Soy introspectiva. No es lo mismo. Siempre estoy examinándome y reexaminándome.
Me costó. Me costó mas de lo que pensaba, pero luego de varios días de sanas y no tan sanas charlas conmigo misma, en el silencio de mi departamento y en la intimidad de mi propia cabeza, decidí aceptar que yo era bisexual. Y que siempre lo había sido, porque eso que dije antes que nunca me habían atraído otras mujeres… bueno, eso es una mentirita. Era una parte de mi que yo subconscientemente siempre había querido dejar de lado. Dejar a oscuras y que nadie vea cuando me visitaba. Hasta cuando yo misma me visitaba. Dejarla en el sótano. Pero ya esa pobre parte mía tan maltratada por mi misma creo que había cumplido su condena y ya era hora que viera el sol de nuevo.
Yo era bisexual, y ahora estaba orgullosa de serlo.
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