A simple vista parecemos una pareja normal. Si esta tarde nos veías caminar por la calle yo estaba con un jean cualquiera y una remera de Nike negra y ella con una remera corta de color rojo que dejaba a la vista la belleza de su abdomen y un jean claro que marcaba un culo perfecto, de esos que se te va la mirada la cruzartelo por la calle.
Pero al llegar a casa todo es diferente, a veces opuesto a lo que los demás hacen. Esta tarde, al llegar a nuestro departamento, ella estaba muy excitada (algo bastante habitual en ella).
–¿Estás para mi hoy? –preguntó con morbosidad besándome y deslizando sus manos por mis glúteos.
Al sentir lo fino de mi ropa interior tiró hacia arriba para dejarla expuesta afuera de mi jean.
–Parece que sí –dijo mordiéndose el labio de abajo, un gesto que sabe que me la pone dura al instante.
Y aún hoy, después de tantos años, su determinación y gusto por las perversiones me siguen dando vergüenza, algo que ella la excita aún mas porque enseguida se pone en posición dominante y ya caíste en su trampa. Sonreí para decirle que sí aunque ella ya lo daba por sentado. Sonrió al verme sonreír y ordenó que fuéramos a la habitación. Obedecí sin oponer resistencia, en el fondo esto también es parte de mi deseo y placer. Ya en la habitación tiene la absurda costumbre de cerrar la puerta aunque nadie puede vernos ni entrar. Pero igual lo hace. Es ahí cuando se transforma en el ser dominante que es. Toda su ternura se convierte en un demonio insaciable que va a llevar tu placer hasta el extremo.
–Sacate la ropa –ordenó.
Obedecí de inmediato. Al instante sólo estaba con mi ropa interior: una tanga gris con corazones rojos (aunque creo que son púrpura).
Sin sacarme la mirada de la tanga se acercó hasta mi, me besa con furia, y me hace entender que me desea a pesar de ser tan raro. Ya la tenía dura pero no es lo que ella quiere, por lo menos no al principio. Me acarició la verga a través de la tanga pero por pura cortesía. Me dio vuelta con fuerza y quedo de espaldas a ella, que me besó el cuello mientras sus manos me recorren de forma caótica. Me empujó hacia la cama y caí sobre el colchón. Antes de reaccionar ella ya estaba encima mío besándome la espalda, descendiendo hasta mis glúteos. Sus reacciones se volvieron descontroladas: me abrió los glúteos con fuerza y me mordió deteniéndose sólo al escuchar mis gritos, pero esta ve de dolor y no de placer.
–Perdón –dijo con timidez al reconocer su propia furia como algo incontrolable.
Pero al instante volvía a perder el control. Me bajó la tanga con de un tirón y hundió su lengua en mi esfínter. Mi gemido se convirtió en un suplicio ahogado y grave que se perdía a través de la almohada.
Después venían sus dedos, que empezaban a entrar de a uno a la vez, pero todos con el mismo placer. Primero uno, después dos, al final tres y quería decir basta pero ella es insaciable y no te deja parar. Pero de tres no hay cuatro sino que la mano entera. El placer absoluto, único, imposible de describir con palabras al sentir su mano haciendo fuerza sobre mi culo, para después de mucho intentar entrar. El gemido sincero salió de mi boca pero esta vez no sobre la almohada sino sobre el mismo aire que estábamos respirando. Placer extremo, placer auténtico de quienes desdicen buscar la verdadera cara del placer humano sin prejuicios. Sí, mi mujer me metía el puño entero por el culo y así nos gustaba a los dos, porque ella también gemía con su mano adentro de mi culo.
De repente la sacó y me dejó al borde del prolapso, pero sus dedos me abrían el esfínter para que prolapsara sin culpa. En ese momento alcanzábamos la cúspide de la perversión, porque ella empezaba a lamer mi culo prolapsado.
Después me daba vuelta y era cuando mi verga entraba en escena. Su mano seguía entrando en mi culo pero esta vez su boca me chupaba la verga tan dura como me era posible sostener. En ese punto todo llegaba el verdadero y auténtico clímax, porque con su mano dentro de mi culo el orgasmo ocurría pero no la eyaculación porque la presión de su mano impedían que el semen saliera de mi cuerpo. El orgasmo se convertía en algo insoportable y a la vez eterno hasta que ella decidiera sacar la mano para que mi semen por fin encontraran su salida, que era su boca. Mi cuerpo colapsaba ante tanto placer; porque ahí estaba yo como hombre que se atrevía a tener un orgasmo tan intenso como para perder el sentido de la realidad, aunque sea por un instante.
Por fin todo se calmaba. Su mano salía de mi boca mientras ella se tragaba mi semen. Después venía una pausa sin mente en al que solamente nos recuperábamos de nuestros morbos. Ella se acercaba a mí con ternura porque ella también logró alcanzar su orgasmo. Un beso sincero, como no podría ser de otra manera después de semejante acto.
–Te amo –le digo con pudor sin poder abrir los ojos de la vergüenza que me da nuestra forma de tener sexo.
–Yo también –me responde llena de júbilo.
Después viene una ducha, un vino y la cena. Siempre quiero devolverle el favor pero ella me dice que no, que hoy era mi momento. Sonrío y vuelvo a besarla y a decirle cuanto la amo. Estamos desnudos y pareciera que somos una pareja de lo mas normal, aunque fingir serlo se convirtió en uno de nuestros morbos últimamente.
Pero al llegar a casa todo es diferente, a veces opuesto a lo que los demás hacen. Esta tarde, al llegar a nuestro departamento, ella estaba muy excitada (algo bastante habitual en ella).
–¿Estás para mi hoy? –preguntó con morbosidad besándome y deslizando sus manos por mis glúteos.
Al sentir lo fino de mi ropa interior tiró hacia arriba para dejarla expuesta afuera de mi jean.
–Parece que sí –dijo mordiéndose el labio de abajo, un gesto que sabe que me la pone dura al instante.
Y aún hoy, después de tantos años, su determinación y gusto por las perversiones me siguen dando vergüenza, algo que ella la excita aún mas porque enseguida se pone en posición dominante y ya caíste en su trampa. Sonreí para decirle que sí aunque ella ya lo daba por sentado. Sonrió al verme sonreír y ordenó que fuéramos a la habitación. Obedecí sin oponer resistencia, en el fondo esto también es parte de mi deseo y placer. Ya en la habitación tiene la absurda costumbre de cerrar la puerta aunque nadie puede vernos ni entrar. Pero igual lo hace. Es ahí cuando se transforma en el ser dominante que es. Toda su ternura se convierte en un demonio insaciable que va a llevar tu placer hasta el extremo.
–Sacate la ropa –ordenó.
Obedecí de inmediato. Al instante sólo estaba con mi ropa interior: una tanga gris con corazones rojos (aunque creo que son púrpura).
Sin sacarme la mirada de la tanga se acercó hasta mi, me besa con furia, y me hace entender que me desea a pesar de ser tan raro. Ya la tenía dura pero no es lo que ella quiere, por lo menos no al principio. Me acarició la verga a través de la tanga pero por pura cortesía. Me dio vuelta con fuerza y quedo de espaldas a ella, que me besó el cuello mientras sus manos me recorren de forma caótica. Me empujó hacia la cama y caí sobre el colchón. Antes de reaccionar ella ya estaba encima mío besándome la espalda, descendiendo hasta mis glúteos. Sus reacciones se volvieron descontroladas: me abrió los glúteos con fuerza y me mordió deteniéndose sólo al escuchar mis gritos, pero esta ve de dolor y no de placer.
–Perdón –dijo con timidez al reconocer su propia furia como algo incontrolable.
Pero al instante volvía a perder el control. Me bajó la tanga con de un tirón y hundió su lengua en mi esfínter. Mi gemido se convirtió en un suplicio ahogado y grave que se perdía a través de la almohada.
Después venían sus dedos, que empezaban a entrar de a uno a la vez, pero todos con el mismo placer. Primero uno, después dos, al final tres y quería decir basta pero ella es insaciable y no te deja parar. Pero de tres no hay cuatro sino que la mano entera. El placer absoluto, único, imposible de describir con palabras al sentir su mano haciendo fuerza sobre mi culo, para después de mucho intentar entrar. El gemido sincero salió de mi boca pero esta vez no sobre la almohada sino sobre el mismo aire que estábamos respirando. Placer extremo, placer auténtico de quienes desdicen buscar la verdadera cara del placer humano sin prejuicios. Sí, mi mujer me metía el puño entero por el culo y así nos gustaba a los dos, porque ella también gemía con su mano adentro de mi culo.
De repente la sacó y me dejó al borde del prolapso, pero sus dedos me abrían el esfínter para que prolapsara sin culpa. En ese momento alcanzábamos la cúspide de la perversión, porque ella empezaba a lamer mi culo prolapsado.
Después me daba vuelta y era cuando mi verga entraba en escena. Su mano seguía entrando en mi culo pero esta vez su boca me chupaba la verga tan dura como me era posible sostener. En ese punto todo llegaba el verdadero y auténtico clímax, porque con su mano dentro de mi culo el orgasmo ocurría pero no la eyaculación porque la presión de su mano impedían que el semen saliera de mi cuerpo. El orgasmo se convertía en algo insoportable y a la vez eterno hasta que ella decidiera sacar la mano para que mi semen por fin encontraran su salida, que era su boca. Mi cuerpo colapsaba ante tanto placer; porque ahí estaba yo como hombre que se atrevía a tener un orgasmo tan intenso como para perder el sentido de la realidad, aunque sea por un instante.
Por fin todo se calmaba. Su mano salía de mi boca mientras ella se tragaba mi semen. Después venía una pausa sin mente en al que solamente nos recuperábamos de nuestros morbos. Ella se acercaba a mí con ternura porque ella también logró alcanzar su orgasmo. Un beso sincero, como no podría ser de otra manera después de semejante acto.
–Te amo –le digo con pudor sin poder abrir los ojos de la vergüenza que me da nuestra forma de tener sexo.
–Yo también –me responde llena de júbilo.
Después viene una ducha, un vino y la cena. Siempre quiero devolverle el favor pero ella me dice que no, que hoy era mi momento. Sonrío y vuelvo a besarla y a decirle cuanto la amo. Estamos desnudos y pareciera que somos una pareja de lo mas normal, aunque fingir serlo se convirtió en uno de nuestros morbos últimamente.
2 comentarios - Parecemos una pareja normal
mi mujer tambien me lo practica