Izabel era perfecta. Tenía un rostro hermoso, con rasgos bien definidos, pero sin perder su femineidad. Con delicados ojos, y una gran sonrisa. Todo su cuerpo tenía una tez suave y tostada como toda brasilera que había pasado gran parte de su vida en la playa. Era alta y delgada, pero con curvas bien delineadas. Piernas extraordinariamente largas las cuales terminaban en la cola más perfecta que uno se podría imaginar. Suave, redonda y perfectamente bien formada.
Habíamos pasado toda aquella tarde perfecta de verano en la playa con varios amigos. La había estado admirando todo el día, así como el resto de los espectadores en aquel lugar. Además del cuerpo, Izabel tenía una personalidad extrovertida y alegre, atlética, siempre moviéndose con una gran sonrisa en su rostro. Regalando despreocupadamente a todo aquel que se encontrara a su alrededor las posiciones más libres y sensuales. Disfrute y me excite mucho, no solo viéndola todo aquel día, sino también como todo el mundo alrededor suspiraba por ella. Todos la deseaban, pero yo era el único que podía tenerla.
Aquella noche, ya los dos solos de vuelta en el hotel, la rodee fuertemente con mis brazos, pegando nuestros cuerpos lo más posible, mientras nos besábamos de la forma más apasionada posible. Despacio fui bajando mis manos por su espalda hasta finalmente lograr posarlas sobre su perfecta cola. Pude sentir como se estremecía y una pequeña risa hacía temblar sus labios. Le susurre al oído que la deseaba, mientras con mis manos masajeaba aquella sensual parte de su cuerpo, haciéndole notar exactamente mis deseos de aquella noche, ella simplemente sonrió, entendiendo mi pedido.
Parada frente a mí, ofreciéndome su espalda y completamente desnuda, era el espectáculo más sensual y exquisito que uno podría imaginar. Me le acerque, también ya completamente sin ropa, coloque suavemente mis dedos sobre el cuello de ella y delicadamente los comencé a bajar, recorriendo su espalda hasta llegar a aquellas deseadas curvas.
Izabel coloco sus manos sobre el vidrio de aquel gran ventanal, el cual nos ofrecía una extraordinaria imagen de aquella gran ciudad, inclinándose levemente para ofrecerme en todo su esplendor aquella tan deseada por mi parte de su cuerpo. Tomé mi sexo con la mano, con delicadeza, pero fuerza e iniciativa, comencé a presionarlo, ante aquella entrada que ella me ofrecía, despacio, poco a poco, ya con un gran estado de excitación, penetré aquel orificio. Izabel se agitaba levemente ante mi entrada en su cuerpo, pero permanecía en el lugar, quita. Yo proseguí con mi labor hasta que completamente dentro de ella, suspiré de placer al sentir la presión que ella me ofrecía a mi cuerpo, al igual que ella, sintiéndome dentro suyo.
La tomé con mis dos manos por la cintura, y despacio comencé con mis movimientos de entrada y salida. Ella, en la misma posición, gemía placenteramente cada vez más, acompañando el ritmo cada vez con mayor velocidad que yo iba tomando. Sintiendo el placer acumulándose en mi con cada envestida. Como un instinto primitivo y animal que se fuera apoderando de todo mi cuerpo.
De pronto sentí la delicada mano de Izabel apoyarse sobre la mía, aun tomando con fuerza su cadera, como una invitación final de aquel acto de unión. Llegando al clímax máximo derramando todo mi ser dentro de ella, con un gran y prehistórico alarido, mientras ella lo recibía todo con el mayor de los placeres.
Finalmente, abrazados, aun desnudos, nos recuperábamos de aquel fantástico encuentro mientras admirábamos el espectáculo que era la ciudad aquella noche a través de la ventana.
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