El cuerpo me dolía y las vendas no ayudaban el escozor bajó las férulas hacía que cada segundo de cada día fuera un infierno y quisiera arrancarme el yeso que cubría mis brazos ajustados cada uno a un lado de mi cuerpo haciendo imposible que pudiera moverlos y que deseara gritar tan fuerte que incluso los pacientes más enfermos se cimosdecieran quieran de mi. eso claro hasta que ella llegaba era alta o al menos más alta que que yo, tenía el cabello negro como la noche y los ojos cafés claro casi naranjas como el atardecer, venía cada dos horas a revisar mi pulso o a asegurarse de que tomara mi medicina, aunque necesitaba su ayuda apenas podía inclinarme sobre la cama y ella con sus manos heladas vertía un poco de agua sobre mi boca desde un decadente vasito de plástico haciendo de esos instantes en qué su olor dulce y herbal se pegaba a mis fosas nasales, un oasis en el desierto. Y aunque amaba ese pequeño resquicio de cordura había un problema y ese era el tiempo, tenía ya dos meses en ese hospital y no había esperanza de que saliera pronto, y aunque me daban todas las atenciones que pudiera necesitar había algo con lo que me estaba costando mucho lidiar en los últimos días y era que justo después de tenerla tan cerca mi amiguito se ponía de pie, era difícil ocultarlo la carpa se levantaba en segundos y la bata de hospital tan delgada y poco abrigadora no ayudaba en absoluto.
Al principio ella no lo notó. Salia de mi habitación tan rápido como entraba pero poco a poco se fue acostumbrando a mi después de todo yo era un inquilino de larga estancia como ella me decía, y había empezado a quedarse un poco más para charlar, solo eran charlas banales un hola que tal tu día o preguntarme si necesitaba algo, era atenta y eso me gustaba pero no podía ver la hora de que saliera para voltear la cadera y dejar que mi problema se resolviera solo.
Entonces pasó una tarde ya estaba entrando su turno y era hora de mis medicamentos, yo estaba tranquilo viendo oornoa ventana cuando ella entro, llevaba su uniforme de siempre tan formal como cada día pero había algo más un olor quizá aunque no puedo asegurarlo que hizo que mi amiguito entrará en guardia antes de tiempo. No tuve tiempo a reaccionar y sólo giré mi cadera de golpe haciendo que la camilla temblará cuando ella se acercó con el vaso de plástico y lo puso en mis labios.
Trague las medicinas a la lámpara que ella saltaba de sorpresa al ver qué me contorsionaba sobre la cama.
—Perdona te lastime lo siento los siento…dime dónde te duele—Dijo ella poniendo el vasito de plástico haciendo el carrito de medicinas que Solía empujar por el pasillo y que me avisaba de su proximidad.
—No no no es nada enserio—gemi yo tratando de tranquilizarme.
—Enserio lo siento no creí haberme reclinado en ti quizá fue….
—No, no fue nada enserio estoy bien— repetí yo sin dejar de girar mi cadera.
—Pero— dijo ella mirándome de arriba a abajo hasta que se detuvo en mi cadera—oh… lo siento— murmuró
—no es nad…— balbuceé.
—Sabes no tienes que esconderlo, es algo normal que te pasé, no tienes que ocultar nada además puedes lastimarte si haces eso de nuevo —me regaño
—¿Enserio?— pregunté mirándola mientras acomodaba mi cadera, mostrando mi mástil erguido y levantando la carpa en la bata de hospital.
—Si claro es muy común no te preocupes— aseguró ella
—Esta bien lo siento por asustarte es solo que pensé que te molestaría o algo así.
—No nunca. Además no es algo que puedas controlar en especial con tanto tiempo en. Este lugar.
—Gracias— respondí yo de sinceramente
—Bueno te dejo para que te hagas cargo— dijo ella mirando de nuevo estado hasta que se dio cuenta que con ambos brazos vendados no podía hacer nada hacer nada
—Oh dios no me di cuenta enserio lo lamento pensé que…
—Esta bien ya se pasará tarda un rato pero es todo— aseguré yo
—¿Seguro?—… preguntó ella mirándome de nuevo.
—Si aunque una mano siempre ayuda— dije yo lanzándome al abismo.
—una mano dices pues si, creo que puedo ayudarte con eso— dijo ella volteando hacia la puerta y cerrándola con delicadeza.
—Entonces te daré una mano— Dijo ella sentándose al lado de mi cama.
Ahora la bata de hospital que yo usaba era una de esas versiones de dos partes que cubrían una por delante y otra por detrás dejando los costados al descubierto. Entonces ella ágilmente metió su mano por esas abertura que le dejó espacio de sobra para moverse.
No fue inmediatamente por mi verga, no, fue primero por mi pelvis tocando mi vientre de arriba a abajo, lentamente casi recreándose en la formas de piel..
—Tienes las manos heladas—dije suavemente a lo que ella sonrió mirándome juguetona.
—Manos de enfermera— respondió tocando mi miembro.
—Oh mmm— respondí mirando sus pechos que enmarcaron sus pezones. Estos ya se marcaban por encima de la blusa y un pensamiento perverso cruzó por mi mente
—Porque todas las enfermeras son sexys— pregunté, a lo que era respondió con una risita.
—Soy sexy dijo— al fin mientras apretaba y deslizaba mi piel lubricandola con mis propios fluidos.
—Bastante. eres muy sexy.
—A pues muchas gracias— respondió ella bajando su mano y acariciando suavemente mis huevos.
—Y muy buena haciendo esto— Agregue yo soltando mi cuerpo al agarre diabólico de sus dedos largos y finos que ya se habían calentado con el horno que era mi entrepierna en esos momentos.
—Bueno te diré… pura práctica— dijo ella con gesto perverso en la mirada
—¿Ah sí?—respondí yo.
—Si, hay algo delicioso en hacerlo, sabes en especial con alguien en tu condición..
—Uff me encantas,—dije yo más balbuceando que hablando.
—Lo sé—respondió ella masturbándome deliciosamente.
—Y que te gusta de mí— prosiguió.
—Mis tetas mi culo… ¿o será?— dijo abriendo las piernas dejando que sus labios se marcaran contra sus braguitas blancas que se marcaban levemente contra el pantalón blanco, y su piel empujaba los bordes de las costuras haciendo de aquello un espectáculo decadente y delicioso.
—Todo… todo— dije finalmente cuando ella apretó mi base y como ordeñándome empujó sus dedos apretando mi piel una y otra vez hasta que finalmente lo sentí.
—Ya ya viene—dije casi tartamudeando. Al instante sentí como su puño se apoderaba de mi punta apretando con fuerza.
—Aguanta un poquito no queremos que hagas un desastre verdad—. Aseguró ella tomando del carrito el vaso de plástico y metiéndolo entre mi bata.
—No— respondi yo sintiendo como el plástico se apoderaba de mi punta y su mano volvía al vaivén demente que ya me había llevado al borde.. entonces se acerco a mi oído y suspiró
—Suéltalo todo— mordiendo mi oído..a lo que respondí con un copioso chorro que llenó al borde el vasito de plástico desahogando los meses de sequía que había sufrido..
—Ya no tienes que contenerte— suspiró ella bebiendo del vaso —solo pídeme una mano cuando haga falta.
Yo me desplome agitado sobre mis camilla agradeciendo a esa mujer con cada fibra de mi cuerpo que me hubiera rascado aquélla comenzó de la que ni siquiera yo era consciente.
Desde entonces espero con ansias mi hora de las medicinas.
Al principio ella no lo notó. Salia de mi habitación tan rápido como entraba pero poco a poco se fue acostumbrando a mi después de todo yo era un inquilino de larga estancia como ella me decía, y había empezado a quedarse un poco más para charlar, solo eran charlas banales un hola que tal tu día o preguntarme si necesitaba algo, era atenta y eso me gustaba pero no podía ver la hora de que saliera para voltear la cadera y dejar que mi problema se resolviera solo.
Entonces pasó una tarde ya estaba entrando su turno y era hora de mis medicamentos, yo estaba tranquilo viendo oornoa ventana cuando ella entro, llevaba su uniforme de siempre tan formal como cada día pero había algo más un olor quizá aunque no puedo asegurarlo que hizo que mi amiguito entrará en guardia antes de tiempo. No tuve tiempo a reaccionar y sólo giré mi cadera de golpe haciendo que la camilla temblará cuando ella se acercó con el vaso de plástico y lo puso en mis labios.
Trague las medicinas a la lámpara que ella saltaba de sorpresa al ver qué me contorsionaba sobre la cama.
—Perdona te lastime lo siento los siento…dime dónde te duele—Dijo ella poniendo el vasito de plástico haciendo el carrito de medicinas que Solía empujar por el pasillo y que me avisaba de su proximidad.
—No no no es nada enserio—gemi yo tratando de tranquilizarme.
—Enserio lo siento no creí haberme reclinado en ti quizá fue….
—No, no fue nada enserio estoy bien— repetí yo sin dejar de girar mi cadera.
—Pero— dijo ella mirándome de arriba a abajo hasta que se detuvo en mi cadera—oh… lo siento— murmuró
—no es nad…— balbuceé.
—Sabes no tienes que esconderlo, es algo normal que te pasé, no tienes que ocultar nada además puedes lastimarte si haces eso de nuevo —me regaño
—¿Enserio?— pregunté mirándola mientras acomodaba mi cadera, mostrando mi mástil erguido y levantando la carpa en la bata de hospital.
—Si claro es muy común no te preocupes— aseguró ella
—Esta bien lo siento por asustarte es solo que pensé que te molestaría o algo así.
—No nunca. Además no es algo que puedas controlar en especial con tanto tiempo en. Este lugar.
—Gracias— respondí yo de sinceramente
—Bueno te dejo para que te hagas cargo— dijo ella mirando de nuevo estado hasta que se dio cuenta que con ambos brazos vendados no podía hacer nada hacer nada
—Oh dios no me di cuenta enserio lo lamento pensé que…
—Esta bien ya se pasará tarda un rato pero es todo— aseguré yo
—¿Seguro?—… preguntó ella mirándome de nuevo.
—Si aunque una mano siempre ayuda— dije yo lanzándome al abismo.
—una mano dices pues si, creo que puedo ayudarte con eso— dijo ella volteando hacia la puerta y cerrándola con delicadeza.
—Entonces te daré una mano— Dijo ella sentándose al lado de mi cama.
Ahora la bata de hospital que yo usaba era una de esas versiones de dos partes que cubrían una por delante y otra por detrás dejando los costados al descubierto. Entonces ella ágilmente metió su mano por esas abertura que le dejó espacio de sobra para moverse.
No fue inmediatamente por mi verga, no, fue primero por mi pelvis tocando mi vientre de arriba a abajo, lentamente casi recreándose en la formas de piel..
—Tienes las manos heladas—dije suavemente a lo que ella sonrió mirándome juguetona.
—Manos de enfermera— respondió tocando mi miembro.
—Oh mmm— respondí mirando sus pechos que enmarcaron sus pezones. Estos ya se marcaban por encima de la blusa y un pensamiento perverso cruzó por mi mente
—Porque todas las enfermeras son sexys— pregunté, a lo que era respondió con una risita.
—Soy sexy dijo— al fin mientras apretaba y deslizaba mi piel lubricandola con mis propios fluidos.
—Bastante. eres muy sexy.
—A pues muchas gracias— respondió ella bajando su mano y acariciando suavemente mis huevos.
—Y muy buena haciendo esto— Agregue yo soltando mi cuerpo al agarre diabólico de sus dedos largos y finos que ya se habían calentado con el horno que era mi entrepierna en esos momentos.
—Bueno te diré… pura práctica— dijo ella con gesto perverso en la mirada
—¿Ah sí?—respondí yo.
—Si, hay algo delicioso en hacerlo, sabes en especial con alguien en tu condición..
—Uff me encantas,—dije yo más balbuceando que hablando.
—Lo sé—respondió ella masturbándome deliciosamente.
—Y que te gusta de mí— prosiguió.
—Mis tetas mi culo… ¿o será?— dijo abriendo las piernas dejando que sus labios se marcaran contra sus braguitas blancas que se marcaban levemente contra el pantalón blanco, y su piel empujaba los bordes de las costuras haciendo de aquello un espectáculo decadente y delicioso.
—Todo… todo— dije finalmente cuando ella apretó mi base y como ordeñándome empujó sus dedos apretando mi piel una y otra vez hasta que finalmente lo sentí.
—Ya ya viene—dije casi tartamudeando. Al instante sentí como su puño se apoderaba de mi punta apretando con fuerza.
—Aguanta un poquito no queremos que hagas un desastre verdad—. Aseguró ella tomando del carrito el vaso de plástico y metiéndolo entre mi bata.
—No— respondi yo sintiendo como el plástico se apoderaba de mi punta y su mano volvía al vaivén demente que ya me había llevado al borde.. entonces se acerco a mi oído y suspiró
—Suéltalo todo— mordiendo mi oído..a lo que respondí con un copioso chorro que llenó al borde el vasito de plástico desahogando los meses de sequía que había sufrido..
—Ya no tienes que contenerte— suspiró ella bebiendo del vaso —solo pídeme una mano cuando haga falta.
Yo me desplome agitado sobre mis camilla agradeciendo a esa mujer con cada fibra de mi cuerpo que me hubiera rascado aquélla comenzó de la que ni siquiera yo era consciente.
Desde entonces espero con ansias mi hora de las medicinas.
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