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Naty otra vez

Era una noche tranquila y solitaria en mi departamento. Y fue entonces cuando recordé la sensación de libertad y poder que experimentaba cada vez que me vestía con la ropa de mi novia.

Sin pensarlo dos veces, decidí ponerme la tanga negra, el corpiño a juego, las medias de red, una pollera muy corta y un top. Al mirarme en el espejo, ya no era el mismo de siempre. Había salido a la luz Naty, mi alter ego, una parte de mí que anhelaba la libertad y la expresión de forma más auténtica.

Sin embargo, sentía que algo faltaba, como si necesitara algo más para completar esa transformación. Fue entonces cuando busqué entre los juguetes sexuales de mi novia y encontré un plug. Lo tomé entre mis manos, lo besé, lo lamí, lo chupé sintiendo cómo la excitación crecía dentro de mí. Necesitaba sentirlo dentro de mí, así que decidí introducirlo en mi cuerpo.

El dolor inicial se mezclaba con el placer que invadía cada fibra de mi ser. Cerré los ojos y me dejé llevar por las sensaciones que me embriagaban. Pero mi mente seguía en busca de más, de algo que me llevara aún más lejos en ese viaje de autodescubrimiento.

Fue entonces cuando mi mirada se posó en un consolador grande, duro y negro. Lo tomé y lo coloqué sobre una silla, como si fuera un amante real. En ese momento, ya no era solo un juguete sexual, era el amante negro que tantas veces había imaginado tener.

Me arrodillé frente a él, sintiendo mi cola palpitar y humedecerse. Abrí la boca y empecé a jugar con su cabeza, sintiendo cómo mi cuerpo respondía de forma instintiva a las sensaciones que me invadían. Mi pene se erectaba y se ponía fláccido al mismo tiempo, una dualidad que me resultaba fascinante.

Bajé y bajé, ahogándome con esa pija ficticia que me dominaba por completo. Era una sensación abrumadora, pero a la vez liberadora. El plug seguía entrando y saliendo de mi cuerpo, aumentando mi excitación a niveles insospechados.

Pero entonces, en un instante de lucidez, el plug se cayó y me enfrenté a la cruda verdad: necesitaba esa verga dentro de mí, era un deseo incontrolable que debía saciar de alguna manera.

Sin pensarlo dos veces, subí y me coloqué sobre el consolador, cabalgándolo con desesperación y pasión. Cada centímetro de ese amante ficticio me llevaba a un lugar de placer indescriptible, donde el dolor se mezclaba con el éxtasis y la entrega era total.

No pude contenerme y mi pene empezó a chorrear, mezclando mi propio placer con la sensación de sumisión y lujuria que me invadían. Tomé un poco de mi propia leche y la probé, sintiendo un placer prohibido que me embriagaba por completo.

La necesidad de cerrar ese ritual de sumisión y entrega me llevó a llevar esa leche hasta mi rostro, untándola con mis dedos y llevándola a mi boca como si fuera un acto de devoción hacia mi propia transformación.

Así, sentado con el consolador dentro de mí, sintiéndome completo y entregado a mis deseos más oscuros, cerré los ojos y me dejé llevar por esa nueva faceta de mí mismo, donde Naty y yo éramos uno solo

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