CAPITULO 1
- Joder Isa hija que inexpresiva eres a veces! Jajajaja! -
Se reía su amiga Marga, ante la expresión helada, indiferente y de superioridad de Isa ante el piropo brutal y libidinoso, que un mensajero en una moto le había lanzado mientras esperaban para cruzar el semáforo, justo en el momento en que este se ponía en verde para los vehículos.
El chico con gafas de sol bajo el casco, le había echado un vistazo a Isa desde la moto abriendo mucho la boca, antes de lanzar en voz alta ante las dos mujeres su piropo salvaje.
“ Cuando me muera quiero ir a la gloria, lo que no tengo muy claro, es donde está, la gloria si existe, esta entre tus tetazas o entre las nalgas de tu culazo, Morenaaa!”
Arrancando la moto con las últimas palabras. Mientras Marga abría la boca con asombro e Isa miraba orgullosa al infinito, como si oyese llover. Y estaba claro, que el piropo iba para Isabel, pues Margarita, su mejor amiga, tenía el cabello rubio, era pálida y de poco pecho.
Isa recordaba la escena, dando gracias a que no estuvieran con ella sus hijos, para escuchar aquel piropo brutal, mientras se descalzaba en su cuarto unos preciosos tacones de media altura, y se sentaba sobre la cama, para masajearse sus preciosos y cuidados pies de uñas pintadas de rojo pasión. Sin dejar de sonreír picarona y cachonda.
A sus treinta y cinco años aún seguía a raja tabla los consejos que le había dado su vecina, la señora Matilde, cuando ella solo tenía dieciséis años. Lo que la hacía ser una de las jamonas más espectaculares con la que pudieras tropezarte.
Isa siempre había sido gordita y había tenido un gran complejo, sobre todo al llegar a la pubertad. A los catorce años sus tetas eran ya enormes, pero su culo y su tripa también abultaban, aunque tenía un rostro precioso, de ángel, como una muñeca, completamente redondo, unos ojos marrones y brillantes, unas abundantes y redondeadas mejillas, una cejas que se depilaba dejando una línea muy fina, una maravillosa boquita de piñón sobre un delicioso mentón, con un pelo sedoso y brillante castaño oscuro que le caía hasta mitad de la espalda.
Pero era la “gorda” en todas las fiestas y discotecas, todos se burlaban de ella y los chicos la ignoraban o la humillaban.
Mientras ella se consumía entre lágrimas y frustración, deprimida en su casa.
Su madre logro levantarle el ánimo y la llevo a un gimnasio, arreglo una dieta con el endocrino y empezó a perder peso, apenas empezó a estar algo delgada, empezó a despertar el interés de los chicos, sobretodo de los más feos, que le daban repulsión, aunque se enrollo con alguno dejando que le sobasen los pechos por encima de la ropa.
Al final adelgazo muchísimo, con su metro sesenta y ocho, había esculpido sus piernas, prietas y rollizas, con muslos jugosos y musculados, y su culo, su culo era grande, redondo como una esfera perfecta, sin un milímetro de celulitis, firme y suave como la piel de un tambor. Y aunque había temido que sus tetas se redujeran al perder peso, se habían mantenido, sino habían crecido más. Eran enormes y redondas casi del mismo tamaño cada una que su cabeza, cubiertas de venas que acababan en su enorme y preciosa areola que rodeaba sus puntiagudos pezones, se abrían en su pecho turgentes y erectas cayendo y desafiando a la vez la gravedad, de forma que cuando estiraba sus brazos por encima de su cabeza, sus enormes melones caian hacia los lados dejando un amplio canalillo. Y era tan guapa con su cara redonda de muñeca. Pero aunque sus caderas eran anchas y firmes, su cintura no era estrecha, era normal, la cintura de una mujer, mujer.
Pero tantos años de complejos y de burlas, hacían que no tuviese ninguna clase de seguridad en si misma, y las chicas seguían burlándose, por aquella cintura que no era de talla de avispa y aquel vientre distendido. Era y seria la gorda para siempre! Y ningún chico que valiese la pena se fijaría en ella jamás.
Estaba así llorando en la escalera, lamentándose, cuando la encontró doña Matilde. Doña Matilde era una divorciada de cuarenta y cinco años. Prieta de carnes y jamona como era ahora Isa, que escandalizaba al barrio entero con sus conquistas y sus alaridos nocturnos casi todos los días en las ocasiones, que se llevaba a un afortunado a la cama y se lo follaba como si no hubiera mañana.
Matilde se sentó junto a Isa, le enjugo las lágrimas, y rodeándola con un brazo sobre el hombro la consoló, pidiéndole que le contara lo que le pasaba. Isa le explico la frustración, la inseguridad, la burlas de las otras chicas, que siempre seria la gorda.
Matilde secándole con un pañuelo de papel las lágrimas, hizo que la acompañase a su casa. Durante los siguientes días estuvo aleccionando a Isabel. Matilde le enseño todos los trucos que conocía. Tenían casi la misma talla, así que le presto su lencería, sus vestidos superceñidos y escotados, le enseño a andar sobre tacones de la forma más sexy posible, practicando a diario para agitar sus curvas de forma, que del calor que generasen en la entrepierna de los hombres se pudiesen fundir los polos.
La lleno de autoconfianza y le explico el gran secreto. Los hombres están programados para volverse locos por las mujeres prietas y rollizas como ellas, de curvas firmes y abundantes, pero estaban manipulados por la sociedad de las mujeres huesudas. Lo único que tenía que hacer, era mostrarse mujer-mujer, sexy y delicadamente, con clase, muy femenina en todos sus movimientos, pero sin parar de dibujar curvas en el aire. Mostrándose impasible y sobretodo inaccesible, haciendo ver que nada la afectaba, fría como el hielo a los piropos y lo halagos, mostrando el anzuelo de su cuerpo, y luego retirándolo, haciéndose la reticente. Ellos se iban a volver locos por su cuerpo y ella iba a poder tener el chico que quisiera.
Practicaron mucho, incluso pasearon por la calle, provocando que les gritasen de todo, hombres que enloquecían ante las curvas de las dos mujeres.
De esta manera completamente llena de autoconfianza, se presentó en la discoteca un fin de semana con sus caderas anchas y su cintura natural y curva, sobre los tacones altos entallada en un vestido espectacular, que dibujaba un culo enorme y firme, con dos nalgas esféricas y respingonas ( a partir de entonces y por el resto de su vida solo llevaría tangas y braguitas brasileñas) y realzaba sus dos gigantescas tetazas dándole una esfericidad perfecta, que aunque le correspondía un sujetador de copa G, se las había encorsetado en un wonderbra de talla inferior F, lo que aun las realzaba más.
Todos enloquecieron con su forma de andar y de balancear sus maravillosas curvas, sus firmes y prietos muslos, sus nalgas moviéndose arriba y abajo, sus pechazos balanceándose turgentes y aquella preciosa carita de ángel. Quitándose los moscones con indiferencia y desprecio, haciendo oídos sordos a todas las peticiones y halagos. Hasta que encontró al chico, que consideraba más guapo de su curso, en un descuido de su novia se puso a bailar con él. Con aquella mirada de hielo, que le traspasaba y aquel cuerpazo de vicio, esculpido para el sexo, restregándose sobre él, poniéndole a cien. Isa le susurro durante el baile, proponiéndole verse fuera en cinco minutos y lo dejo ardiendo.
El chico consiguió zafarse de su novia y se encontró con Isa. De aquella manera perdió su virginidad Isa, con aquel chico en un lugar oscuro de un parque. Y aunque ella era la inexperta, las lecciones de Matilde no cayeron en saco roto y toda la frialdad e indiferencia mostrada anteriormente, se convirtieron en lujuria desenfrenada, siendo ella la que se follo al chico. Que dejo aquella noche a su novia, para empezar una relación con Isa. Que esta rompió al cabo de un mes, dejando al chico hecho un mar de lágrimas, para salir con un chico dos años mayor, uno de los más famosos y populares del barrio, al que también dejo Isa.
Isa se labro una fama de mujer fatal, de las más deseadas del barrio, sus cubanas y mamadas de más de diez minutos, se hicieron leyenda entre los que habían gozado de sus favores y su campo de acción se extendió, cuando estudio enfermería, en la universidad y luego en el hospital. Teniendo siempre al hombre que quería y volviendo locos a todos los hombres con los que se cruzaba, con su cuerpo de mujer, mujer, lleno de curvas suaves y voluptuosas que iban levantando pollas a su paso, para su homenaje.
Debió de haberse casado con alguno de los médicos que se follo, más de dos se lo pidieron. Pero acabo casándose con Pepe. Un comercial de éxito, moreno y listillo, cinco años mayor que ella, que la engatuso con sus ganancias de un par de años y al principio en la cama no estaba nada mal. Además, tampoco quería llevarse el trabajo a casa, estar todo el día entre batas.
Así que se casó y se fue a vivir a su dúplex con él, buen coche, a los seis meses tuvo su primer hijo, y él le pidió que dejase de trabajar en el hospital y ella así lo hizo, le ayudo, que al año y medio tuviera el segundo. Y a partir de aquí las cosas empezaron a ir mal.
Nada más nacer su primer hijo, él empezó a descuidarse, a engordar, a no lavarse demasiado, a no cuidar la excitación en el sexo. Isa empezó a negarse a chupársela, le hizo cubanas, hasta después del segundo hijo, luego también dejo de hacerle cubanas, además entre los dos hijos descubrió, como el sujeto encantador y seductor se volvía, un estúpido, repelente y un bocazas.
Tuvo una fuerte discusión con él, porque ella se negó a darle el pecho a los niños, para no perder su turgencia. Él empezo a ponerse muy pesado y ella empezó a dormir en otra cama. En aquel tiempo le daba asco hasta que la tocase.
Al final poco tiempo después del segundo hijo, Pepe perdió el interés en Isa, ella tardo mucho en bajar de peso, hasta que volvió a tener reducir el tamaño de su cintura y su vientre no abultado pero distendido, así como sus muslos y gemelos torneados y su culo perfecto redondo grande y sin un milímetro de celulitis.
Entonces a Pepe lo defenestraron en la empresa, se había quedado calvo y estaba algo barrigón, había perdido su capacidad de seducir y vender, pero seguía siendo un bocazas, por eso el hijo de uno de los dueños, que era un pipiolo, no había aguantado según que respuestas y lo había defenestrado.
Mantenía su trabajo porque su cartera de clientes era fiel y buena. Pero sus ingresos empezaron a bajar. Tendrían que ajustarse el cinturón además con dos niños de ocho y diez años.
De cara para afuera Pepe mantenía su apariencia arrogante y bocazas, pero en casa se empezó a derrumbar, bebiendo y llorando sin parar. Aquello era un espectáculo, que Isabel tenía que parar, por sus hijos. Así que volvió a meter a Pepe en su cama. Dormían juntos. Pepe le babeaba las tetas, y se colocaba encima de ella para montarla o le pedía que ella le cabalgase, Isa hacia o se dejaba hacer totalmente inexpresiva, sin sentir prácticamente nada. Pepe ya no era el hombre que había conocido antes de casarse, apenas tardaba un par de minutos en correrse, sin aguantar nada. Y ella tomaba medidas sistemáticas para no volver a quedarse preñada.
Isa a sus treinta y cinco años estaba el mejor momento físico de su vida, su cuerpo estaba más firme y turgente que nunca, con aquel culo como un balón de playa de curvatura perfecta, sin rastro de celulitis, sus tetazas turgentes y erectas, más que cuando tenía dieciocho años, su piel tersa y sedosa, que se encremaba de los pies a la cabeza, por la mañana y por la noche, estaba siendo desperdiciada, pensaba Isabel, mientras su vibrador frotaba genialmente su clítoris y jugaba con sus bolas chinas sacándolas y metiéndolas de su vagina. Ese rato después de dejar a los niños en el colegio, era su rato para divertirse con sus juguetitos, el mejor momento del día, que la abstraía del todo ahogándose entre orgasmos increíbles. Así no tenía que pensar en las facturas que la agobiaban cada día más y en las peleas que estaba teniendo con Pepe, para convencerle de volver a trabajar aunque fuese media jornada. Los niños ya tenían ocho y diez años, si los dejaba a comer en el colegio podría trabajar tranquilamente 6 horas diarias, y aportar a la casa.
El corte de la luz por impago el fin de semana con los niños llorando ante las escenas de discusión de sus padres, fue la gota que colmo el vaso. Isa volvio a sacar de su habitación a Pepe. Al principio Pepe actuo como el pobre imbecil en que se había convertido, con altivez e indiferencia, pero al llegar la hora de acostarse, se puso a llorar como un niño de rodillas, ante la impasible mirada de desprecio de Isa. Isa consintio en volver a meterlo en su cama, como una tirana que regala los restos de su mesa, a cambio de que Pepe le dejase buscar trabajo.
Así fue como un mes después, previa entrevista y por mediación de una ex compañera del hospital, que le había pasado la información, de que buscaban personal en aquella clinica privada de rehabilitación, empezaba a trabajar.
La jefa de personal y su jefa de planta eran muy amables y a la vez distantes. Aquella era una clinica privada de mucho dinero, fuera de las mutuas médicas. La gente que iba allí, solía ser gente de mucho dinero. La mayoría para tratarse en periodos de rehabilitación, fisioterapia, ejercicios, rehabiliatación de cuestiones físicas. Sobretodo eran personas de media edad y ancianos, con rehabilitaciones de traumatología, le había explicado la jefa de personal.
El trabajo se desarrollaria de una forma rutinaria y tranquila, muy alejada del ajetreo de un hospital convencional. En su caso era un turno reducido, con menor remuneración, pero muy bien pagado para lo habitual. Turnos de seis horas de mañana o de tarde, cinco días a la semana más un fin de semana alternativo un turno de doce horas durante la noche, responsable de planta.
La verdad es que el trabajo era ideal por sus horarios. E Isa enseguida congenio con las compañeras, todas “veteranas”, de hecho la más joven era ella, de forma que sin jovencitas de por medio, compitiendo en ver quien estaba más buena y con una plantilla de doctores de más de cincuenta años, conservadores y religiosos, el clima colegial y de confianza era muy alto.
Lo único que resultaba un poco incomodo a Isa era el uniforme. Este lo facilitaba la clinica con su logo en la ropa y toda la parafernalia. Estaba compuesto de dos tipos diferentes. Un vestido bata, que se cerraba por el medio y llegaba hasta la mitad de las rodillas o unos pantalones y una blusa de enfermera que también se cerraba por el medio, todo de un blanco inmaculado, panties, medias o calcetines debían ser blancos a juego, así como la ropa interior, y las partes de arriba de ambos uniformes con un escote en forma de pico que acababa en el principio del pecho. Tanto el uniforme de pantalones, como el de bata, era entallado y ajustado, con lo que la figura de todas las enfermeras era extremadamente realzada y sus curvas rebosaban sensualidad.
Al principio Isa se había quejado a su jefa de planta y la de personal, sobretodo por lo que se referia a la comodidad, pero el corte y tal eran normas de la casa, además estaba en el reglamento que citaba el contrato de trabajo y ella había firmado, le habían comentado las jefas indiferentes como restandole importancia.
Luego lo comento con sus compañeras. Todas reconocieron que no era la ropa más comoda para hacer su trabajo, pero le quitaron importancia. Lidia una compañera prieta y jamona como ella de unos cuarenta y cinco años, con la que más había congeniado, burlona y risueñamente le había apuntado, que uno de los servicios de la clinica era alegrar la vista a los pacientes hombres para motivarles a recuperarse cuanto antes.
Bueno el tema del uniforme era el único aspecto mejorable, por lo demas el trabajo era fantástico y había acabado con sus urgencias económicas. Ahora Pepe estaba más relajado, sobretodo al saber que los doctores eran mayores y conservadores, y la mayoria de los pacientes hombres aún eran más mayores. Su oposición de siempre a que Isa trabajase habían sido simples y llanos celos. No sabía el desgraciado y bocazas de Pepe, lo poco que le importaba o le interesaba como hombre a Isa, que solo seguía con él por sus hijos.
Siempre profesional y distante, Isa no podía evitar las miradas de deseo de los pacientes, cuando demasiado cerca de ellos les mostraba el balcón de su escote, con aquellos enormes globos suyos dibujandose en el aire, su piel suave, el olor maravilloso de su colonia que impregnaba su piel ligeramente bronceada. También lo sentia contemplar su culazo esférico, firme y respingón, sobretodo los dias que llevaba el pantalón ceñido, cuando tenia que girarse y mostrarselo mientras hacía algo en la habitación. Cuando había acabado y se volvia a verlos, contemplaba su cara boquiabierta y sus ojos brillantes de deseo, mientras ella esbozaba una cortés y robótica sonrisa. Dejandolos ardientes en su habitación.
Después comentaba la jugada con Lidia, la cual también vivia situaciones semejantes y se cachondeaban de los pacientes. La verdad era, que era maravilloso volver a trabajar. Y poder compartir unas risas sobre aquellos babosos pacientes.
Isa siempre llevaba pantis o medias blancas hasta la mitad del muslo que se sujetaban con elásticos, si vestia la bata-vestido sobre unos tacones de media altura en forma de chancla blanca con una tira sobre el empeine con un embellecedor encima que sujetaba el pie a los mismos, y si vestía los pantalones unos zuecos blancos, más bien estrechos de tacón ancho pero también de media altura, para realzar sobretodo su culo. Moviendose así por toda la clinica, contoneando sus curvas de mujer, mujer, por los pasillos y en las habitaciones de los pacientes y zonas comunes, con su aspecto frio y distante a las miradas que la devoraban, con su rostro precioso de muñeca y su sonrisa cortés pero indiferente. En complicidad con sus compañeras, mostrandose cercana y cálida con ellas y para nada presumiendo de ser, la más deseada de la clinica, como la habían bautizado burlonamente las otras enfermeras.
Isa era una experta en saber manejar a los pacientes, eviatando el contacto, o cortando cualquier conato de contacto no deseado, traspasandolos con su miradas fria e impasible, y mostrandose inflexible y distante. Sabia muy bien distinguir, cuando un paciente se apoyaba en alguna parte de su cuerpo, porque no lo podia evitar y cuando lo hacia para sobarla. Y los pacientes solían reaccionar avergonzados e intimidados, por su actitud. Pero no todos.
En su planta había un hombre de unos setenta y cinco años. El señor Joaquin Pérez, un hombre mayor y fibroso, con un pelo cano brillante, siempre malhumorado con una raya en la cara por boca. Estaba allí recuperando su movilidad, después de un accidente esquiando que le había provocado multiples esguinces.
Desde el primer día que vio a Isa, don Joaquin, como le llamaban todos, le sonreia como un lobo relamiendose.
- Vaya que cosa más rica tenemos por aquí! Ricura con esa cara tan guapa.
Le dijo descaradamente a Isa, que vestia el vestido bata ceñido, sobre sus tacones de media altura, mientras ella le respondía, poniendo su peor cara de piedra con mirada de hielo.
- Además de ser un mujeron, eres preciosa sabías nena!
Insistio el viejo! Mientras Isa se alejaba con cara de pocos amigos y otra enfermera se llevaba a don Joaquin a la habitación. En la clínica Isa siempre llevaba el pelo recogido en la parte superior con una pinza grande del pelo, mientras algunos mechones le caian sensualmente de forma curvada por la parte derecha de la frente, de forma que su precioso rostro redondo de muñeca con mejillas redondas y naturalemente bronceadas, su naricita pequeña perfecta, sus ojos redondos y brillantes, su boca de labios apetitosos y sus perfectos dientes, se mostraba para hipnotizar a los pacientes.
A pesar de la actitud distante, fria, arrogante y de desprecio de Isa, don Joaquin no dejaba de piropearla agresivamente todas las veces que se tropezaba con ella. Por suerte para ella, don Joaquin no era un paciente que tuviese asignado. Cosa que su nueva amiga Lidia, si.
- Bueno mujer, tampoco es para tanto, yo la verdad me siento halagada de que siempre me este recordando lo buena que estoy...es el único que lo hace, ya! Jajajajajaja! Normalmente yo cuando son descarados, soy más descarada que ellos y la más de las veces funciona.
Le decia Lidia mientras comentaban en la sala de descanso, lo pesado e intimidatorio que era don Joaquín.
- Pues a mi no me hace ni gracia, Lidia. A ti simplemente te lanza piropos de sinvergüenza de forma sonriente. A mi me devora con los ojos, como un depredador. Creeme que se distinguir muy bien esas miradas.
Respondia Isa intranquila y orgullosa.
Aquel turno, Marta, la compañera de Lidia atendiendo a don Joaquin, aviso que estaba enferma, como mínimo toda la semana. Laura la jefa de planta aviso a Isa, que durante su turno se ocuparia de don Joaquin, junto con Lidia.
- Joder! El cabrón este, no me hace ni pizca de gracia.
Le comento Isa a Lidia.
- Bueno mujer no exageres. Además tiene la movilidad limitada, cuando no esta en “reha”, ha de estar tumbado, viendo la televisión, menudo trompazo se pego, no le ha quedado una articulación sana, jajajaja.
Respondio Lidia, tratando de tranquilizar a Isa.
CONTINUA
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