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Compendio III
La mañana primaveral del lunes fue bastante cálida, con una fresca y vigorizante brisa. El cielo estaba azul y despejado, con el sol atravesando las arboledas. El aroma a pasto fresco, junto con las coloridas flores daban una fragancia embriagadora, dulce y natural, junto con el canto de las aves que todavía me cuesta identificar.
La procesión de padres y madres seguía indiferentes, con esa tensión latente por llegar al trabajo o volver pronto a sus hogares.
Fue que ahí divisé a las chicas, conversando alegremente antes de dejar a sus hijas. La primera en divisarme fue Karen, quien soltó la mano de su madre para correr y recibirme.
Mi reacción natural fue tomarla en brazo, como si fuera una de mis niñas, dejándola que me abrazara cariñosamente.
o¡Te extrañé mucho, pa…! – La dulce voz de Karen se quedó corta de palabras, sonrojándose y dándose cuenta de lo que casi me dijo.
(I missed you a lot, da..)
Le sonreí y le apreté su tierna nariz de botón.
-¡Está bien! – la alenté. – Puedes llamarme papá.
Karen me abrazó incluso más fuerte, mientras que Emma era un mar de lágrimas. En realidad, Karen se conforma con tan poquito, porque aparte de verme conversando con su mamá y unas cuantas bromas ocasionales cuando estamos con Bastián y las llamadas para escuchar por teléfono los cuentos para dormir que le cuento a las niñas, le bastan para verme como un papá.
Una vez que nuestros críos entraron a la escuela, sonreí al trío y caminé para saludarlas.
Las chicas me rodearon como abejas en el panal, sus pechos aplastándome deliciosamente mientras me abrazaban y me preguntaban cómo estaba.
Estábamos haciendo tal espectáculo, que incluso las otras madres nos miraban con envidia y les conté la verdad:
-Pues, sí… a Marisol le dieron el alta el viernes y me dijo que podía hacer algunas cosas en la casa… y ahora, me echó de ella… porque mi calentura la puede empujar a hacer algo que el doctor no quiere…
Les confesé aquello de manera casual, sin siquiera pensarlo, porque todavía me causa gracia cómo Marisol ve las cosas.
Pero para las chicas, les cambió la cara, mirándose unas a otras, con una pregunta en la mente:
>¿Y… con quieres estar hoy? – Preguntó Aisha, mirándome con deseo.
La pregunta me pilló volando bajo. Miraba a cada una de ellas y todas bajaban la mirada…
Hasta que mis ojos se encontraron con los de Emma.
•¡Eso es injusto! – Isabella protestó. - ¡No es justo! ¡Siempre escoges a Emma!
Tanto Aisha como Emma se rieron suavemente, comprendiendo un poco la naturaleza egocéntrica de Isabella, que estaba haciendo un puchero para llamar mi atención, con la intención de salirse con la suya.
o¿Por qué no sales mejor con ella? – me preguntó Emma, siguiéndole el juego.
Tanto Aisha como Izzie se quedaron sin palabras. De hecho, Isabella quedó boquiabierta.
-¿Estás segura? – le pregunté.
Emma se rió, pero se mantuvo firme, con esa actitud tan casual, suspicaz y juguetona que me encanta.
o¡Estoy segura! – respondió con confianza. – Además, nos vas a compensar a las tres eventualmente, así que no tengo problemas para esperar mi turno.
Por lo que Aisha y Emma nos dejaron ir, con Izzie tomándome del brazo como si fuera una quinceañera en su primera cita… aunque en esos momentos, ella desconocía lo que pasaría horas después.
La enorme sonrisa de Izzie era radiante. Tampoco podía creer cómo se había salido con la suya y estaba caminando junto a mí. El sol besaba su piel y el viento jugaba con sus cabellos, haciéndola ver idílica.
Sin embargo, su sentimiento de victoria duró poco, luego que le puse el cinturón de seguridad en la camioneta.
-Y es por eso por lo que tú y yo nunca tendremos una relación seria…- le hice saber, mientras daba el contacto.
Su reacción fue como si le tirara agua encima.
•¿Qué? ¿Pero por qué? – preguntó exaltada, olvidando que, a pesar de todo, estamos casados e incluso, acabo de tener un hijo.
-Siempre tienes la manera de salirte con la tuya. – le respondí con una sonrisa comprensiva. – Es parte de tu encanto, pero también es un poco problemático.
Mis palabras la hicieron enternecer, pero a mí, me trajo recuerdos de mi querida “Amazona española”.
Pero para que entiendan mi punto de vista, Izzie es de esas mujeres que se juran bellezas perfectas y que todo hombre sueña con acostarse con una diosa como ella (razón por la que se obsesionó tanto conmigo que, al principio, apenas le daba bola).
Además, le gusta relucir en redes sociales, por lo que le molesta que yo casi no tenga presencia en ellas y que viva mucho más discreto.
•¿Pero qué hay con Emma? – protestó con la confianza resquebrajada y sintiéndose expuesta, su voz reflejando una pizca de rechazo.
-Emma es distinta. No es tan llamativa como lo eres tú. – le confesé con una sonrisa.
La pobre se sintió halagada y triste a la vez, pero entendía a lo que me refería. A Isabella le gusta estar constantemente en el escenario. En cambio, yo me siento cómodo tras bambalinas.
•¡Pero podría cambiar! – se ofreció, con un leve tono de vergüenza en su voz.
La miré otra vez y vi de nuevo el recuerdo de la prima de Marisol…
Al llegar al semáforo, la miré detalladamente a los ojos.
-¿Para qué cambiarías por mí? Ya eres perfecta. – le pregunté, verdaderamente amándola. - Izzie, no niego que me gustas. Que te encuentro la segunda mujer más atractiva que he conocido y que eres endiabladamente sexy… pero sé honesta conmigo. Si tú y yo estuviéramos juntos, me serías infiel.
Es curioso pensar ahora lo que dije en esos momentos, siendo que yo he sido infiel desde antes de mi matrimonio (aunque Marisol insista que ella me ha forzado).
Pero noté cómo su corazón se hinchó de amor, aunque mis palabras no la dejaban satisfecha: la había encontrado perfecta, pero no la mujer más hermosa que he conocido.
•Yo sería fiel contigo. – susurró, mirando por la ventana.
Tomé su mano, recordando más y más a la mujer que en un momento, me hizo cuestionarme si mi decisión de casarme con Marisol era la adecuada.
-La lealtad no se trata de cambiar por alguien más, Isabella. – le expliqué lo que he rescatado de mis años. – Se trata de ser honesto contigo mismo sobre quién eres. Y no creo que serías feliz siendo una esposa normal.
Podía notar la lucha en sus ojos por mis palabras. La idea de ser una esposa devota para mí y madre de mis hijos sonaba tentadora, pero también se daba cuenta que deseaba más.
Se había acostumbrado a una vida refinada, la satisfacción de ser codiciada, el entusiasmo por vivir nuevas experiencias.
Cuando llegamos a nuestra habitación del hotel, se tiró sobre mí al cruzar la entrada. Su hambre por mí era palpable y no le interesaba ni su pasado ni su futuro. Solo me quería ahí mismo, en ese momento y lugar.
El calor de mis besos era todo lo que necesitaba. Promesas de encuentros apasionados, halagos silenciosos y el tipo de amor que la hacía sentir satisfecha.
Caímos en la cama, nuestras ropas esparcidas con la prisa, su ansiedad suprimiendo egoístamente mi mesura y mis manías.
Sus ojos se apegaron a mi hombría, la cual se alzaba erecta y excitada. Sin tranzar palabras, se arrodilló y la metió a la boca, con su boca húmeda con saliva al verme, deseosa de mostrar cuánto me extrañaba y necesitaba. La sensación de mi grosor rellenando su garganta era reconfortante y disfrutaba del poder que tenía sobre mí.
Mis ojos se ponían en blanco del placer a medida que la cabeza de Izzie subía y bajaba sobre mí, sus manos amasando con experticia mis testículos. A pesar de su hambre por mi verga, sabía que el momento no era solamente suyo. Se trataba de compartir nuestro amor y deseo.
Pero, así como Isabella disfrutaba de cederme placer, yo deseaba tocarla. Le agarré sus suaves pechos con avaricia y el gozo entre nosotros era incandescente. La miré a los ojos, los suyos suplicando por más y sabía bien lo que ella necesitaba.
-¡Tu boca es el cielo, pero tu sexo me necesita más! – Le susurré al oído, haciendo que se sonrojara.
(Your mouth is heaven, but your pussy needs me more.)
Con una sonrisa, la ayudé a levantarse y nos besamos con mayor pasión, con mis manos explorando su cuerpo, tanteando la suavidad de su piel y la firmeza de sus pechos. Nuestros corazones se aceleraban a ritmos insospechados con excitación y anticipación a medida que la llevaba a la cama.
Una vez reposando juntos, Isabella me montó, sintiendo cómo la punta de mi duro e implacable glande incitaba su entrada húmeda. Dejó caer su cuerpo sobre el mío, tomándome profundamente en su interior y a los 2 se nos cortó la respiración.
La sensación por volverla a estirar, encajando a la perfección, era nada menos que asombrosa y empezó a montarme con una urgencia que decía a gritos cuánto me había extrañado. Con cada brinco, se empalaba más a sí misma más y más, perdida en el alocado ritmo que nuestros cuerpos llevaban.
Sus envidiables caderas se movían a un ritmo agradable e hipnótico. Como si supieran que nuestros cuerpos habían sido hecho para esto, para agradarnos mutuamente y ella gozaba por sentirse tan llena por mí.
El sonido de nuestra piel chocando rítmicamente, la esencia de nuestro deseo y la visión de los pechos perfectos de Isabella danzando al ritmo de nuestros movimientos era maravilloso. Nuestros ojos nunca se despegaron a medida que hacíamos el amor, sintiendo nuestra conexión más fuerte que nunca. A pesar de las dudas en su mente, Izzie sabía que me amaba y estaba dispuesta a pelear por mí. Rebotaba sobre mí, sintiendo cómo mi cuerpo la iba rellenando de calidez y amor a medida que se acercaba más y más a un estremecedor orgasmo.
Mis manos recorrían todo su cuerpo, explorando cada curva, cada centímetro de su tibia y cálida piel. Su cuerpo se tensaba ante mi tacto, habiéndola explorado mejor que todos y mis conocimientos por su anatomía la estaban volviendo loca. Mientras me cabalgaba desenfrenada, nuestros cuerpos se movían con tal armonía, que ilustraba lo mucho que nos ansiábamos mutuamente.
Nuestra habitación se llenaba con sonidos de pasión, una melodía de gemidos y lamentos que rebotaban en las paredes, que una vez más la hacían sentir más viva que antes. Nuestros cuerpos estaban húmedos con sudor, nuestra respiración entrecortada a medida que nos aproximábamos al clímax. Isabella se dobló para besarme, su lengua luchando con la mía mientras sentía la tensión creciendo entre nosotros. Mi cintura embestía a la suya con violencia, haciendo nuestros movimientos cada vez más frenéticos y desesperados.
Y fue entonces que, con un grito arrollador, se vino con un orgasmo que arremetió con ella como una avalancha. A los pocos minutos la acompañé, llenándola con mi semilla y clamándola como mía.
Reposamos sobre la cama resoplando, nuestros cuerpos enredados, disfrutando del gozo tras el orgasmo. Para Isabella, era un momento de felicidad pura, que durante un mes había añorado.
Pero mi lujuria por ella no terminaba. Cuando pudimos despegarnos e Izzie vio mi pene, todavía duro y brillando por nuestros jugos, supo que eso era el principio. Sin oponerse, dejó que mis manos la sujetaran por la cintura a medida que la volteaba, posicionándome tras suyo ante ese monumental culazo.
Con un par de juguetones azotes de mi pene sobre sus nalgas y sintiendo mis dedos deslizándose sobre su esfínter, su cuerpo se estremeció al saber lo que se le venía, el manjar que su cuerpo más añoraba.
Mi pene se deslizó dentro de ella, alcanzando profundidades impensables. La sensación era calcinante y suspiraba cada vez que le daba más duro. Mis embestidas eran firmes y poderosas, haciendo que sus pechos se sacudieran como gelatina.
Isabella se veía como una diosa bajo mis brazos, su cuerpo reaccionando con cada movimiento. Sus orgasmos empezaron a llegar por montones, de forma consecutiva, como un imparable crescendo de placer.
Sus gemidos se volvieron más intensos conforme se aceleraban nuestros movimientos, la fricción entre nosotros creando una melodía de sensaciones que parecían extenderse por cada nervio de su cuerpo. La presión estaba ahí, un constante recordatorio del tabú de nuestro romance, pero era sobrepasado por incomparable placer que la embargaba.
Mis embestidas se volvieron más codiciosas, mi verga inyectándose en ella cada vez con más fuerza, su colita quemando en una dulce agonía de placer, donde ella me encontraba cada empuje con lujuria, recibiéndome como su amo y señor. Podía ir sintiendo cómo se iba ella estirando, gozándolo cada segundo, cada centímetro, cada vena y pulsación, para acomodarme, su cuerpo adaptándose a esta exquisita tortura que le entregaba con cada empujón.
El dormitorio estaba repleto por nuestros sonidos otra vez: mis gruñidos por el esfuerzo, sus gemidos de éxtasis y el impacto de nuestros cuerpos. Era algo que habíamos perfeccionado por meses, una secuencia de movimientos donde el amor y el placer no daban espacio a la vergüenza o al arrepentimiento.
Cuando al final alcancé mi límite y me vacié en su interior, la sensación no tenía palabras, mi pene enterrado profundamente en su interior. El cuerpo ardiente de Isabella estaba candente, su colita apretándome golosa a medida que depositaba mi caliente semilla llenándola y se vino conmigo, su orgasmo azotando su cuerpo como un huracán. Colapsamos sobre la cama, agotados y sudorosos de nuevo, nuestros corazones agitados en sincronización.
La visión de mi semen escapar de su agujerito era una obra de arte, una muestra de cuánto la desbordaban mis ganas por ella. Me miró de nuevo, con mi pene todavía húmedo con nuestros jugos y nos besamos una vez más.
Nuestros cuerpos eran un desastre sudoroso y apestando a semen, pero en esos momentos, nos encontrábamos divinos el uno por el otro. El amor que compartíamos era animal, puro y consumidor.
Sin embargo, a pesar de la tentación de permanecer en la cama, el tiempo era cruel con nosotros. Sabía que tenía que volver por Bastián y ella, por Lily, así que teníamos que ponernos en marcha.
-Debemos arreglarnos. – le dije, todavía caliente por ella.
Izzie asintió, mostrando malestar por tenernos que retirar, pero comprendía las prioridades.
•¡Por supuesto! – accedió, su voz suave y sumisa, entendiendo nuestra situación.
Compartimos un breve y apasionado beso antes de dejar la cama y partir a la ducha. Me vio partir, sus ojos enfocándose en los músculos de mi espalda y fijándose en mi trasero mientras me metía bajo el vaporoso chorro de agua.
No tardó mucho en acompañarme, el chorro de agua bañándonos mientras nos besábamos. Tomé el jabón y empecé a lavar su cuerpo, mi mano aprovechando de sobar esas maravillosas curvas.
Pero no fue hasta que Izzie me limpió el pene y se arrodilló, de nuevo tomándome en sus labios, que la verdadera magia sucedió.
Aunque Isabella siempre había sido coqueta, usando su sexualidad para obtener lo que quería, conmigo, las cosas eran distintas. Ella se entregaba completamente a mí, voluntariamente tragando mi pene y saboreándolo.
Cuando me vine una vez más en su garganta, tragando la mayor parte de mi carga con lujuriosa hambre, me miró brevemente a los ojos, disfrutando del momento y relamiéndose los labios para limpiarse, con una mirada que brillaba con satisfacción.
•¡Delicioso! – me dijo, tras darle una última y ruidosa lamida a mi glande.
Compartimos un último beso bajo la ducha, con mi sabor todavía en sus labios.
•¡Te espero afuera! – comentó seductora, sus lujuriosas tetas hipnotizantes, mientras sonreía al tenerme encantado.
Pero mientras nos íbamos vistiendo, la noté actuando raro. Luego de cubrirse con el sostén negro de encaje, miraba sus calzoncitos de seda y me miraba a mí, casi como si me las quisiera regalar. Afortunadamente, recapacitó y se los colocó.
Notó que la miraba y enrojeció. Estoy consciente que no me veo como un dios griego, pero mis brazos musculosos y mi espalda ancha le llaman la atención, junto con mis ojos negros, que al igual que mi esposa, le atraen por un brillo que encuentra intrigante.
-¿Estás lista? – le pregunté, disimulando su mirada perdida en mi anatomía.
Ella asintió avergonzada. Pero una vez vestidos, me tomé el tiempo de mirarla al detalle, asegurándome que saliéramos tal cual entramos. Una vez satisfecho, me incliné ante ella, besándola cálida y tiernamente, a modo de recompensa.
El camino de regreso a la escuela fue agradablemente silencioso, con nuestra cercanía todavía palpable sin necesitar palabras…
Pero al llegar a la escuela, el aura idílica de Isabella sería resquebrajada por las chicas, quienes se dieron cuenta por el resplandor de Izzie de una mujer completamente satisfecha.
oMarco, ¿Estará bien si Aisha y yo nos tomamos nuestro turno mañana? - preguntó Emma, con una sonrisa maliciosa.
A Isabella, se le cortó el ánimo, los celos hinchando su pecho como un incendio.
•¿Qué? – escupió su pregunta, incapaz de esconder su envidia.
Las 2 amigas se rieron ante su reacción, disfrutando de su molestia, haciendo que la envidia empeorara su carácter.
>¡Ay, vamos, Isabella! – insistió Aisha. – Sabes las reglas y tú nunca compartes. Además, lo tuviste para ti sola hoy.
Yo estaba igual de impresionado como ella. Pero Isabella me miraba a los ojos, esperando mi respuesta. Sabía que compartirme con las chicas era dulce y amargo a la vez, pero también estaba consciente que no podía monopolizar mi afecto.
•Supongo que tienes razón. – logró responder de mala gana.
Las chicas sonrieron resplandecientes, salvo Izzie, mientras yo las miraba sin poder decir palabra…
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