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Cuernos virtuales, pajas y pijas gordas. Parte 1

AMIG@S! EN MI VIDA ESCRIBÍ ALGUN TEXTO, MUCHO MENOS DE CARACTER EROTICO, ASIQUE, NO SE QUE PUEDE PASAR, APARECIÓ LA IDEA, Y AQUI ESTÁ.
                                        GRACIAS POR LEER!



-         Otravez no te aguantaste… otra vez me quedé con las ganas…- me dijo ella entredecepcionada y desencantada
 
Y así fue, laenésima vez que yo acababa en minutos, dejándola sin llegar a su clímax.
No podíaseguir de esta manera, yo deseaba que mi esposa gozara como lo merecía, noquería que llegara a una situación de cuernos o algo peor por insatisfacción.
 
Pero, ¿quéhacer? Era la pregunta que daba vueltas una y otra vez. El miedo a que la pijase me bajara para siempre me taladraba la cabeza. Tenía que buscar algunaopción.
 
Noche. Loshijos dormidos, buena oportunidad para coger con mi mujer. Ella es flaca, tengamosen cuenta que tuvo dos pibes, más de 35 años y para mi está perfecta. Culoflaquito, blandito y blanco, siempre entangado con lo más chiquito que se pudieraencontrar. ¿La verdad? Yo creo que le calienta sentir ese trapito minúsculoentre el culo y los labios de la concha, una conchita eternamente depilada,suave y rosada.
Pero más alláestaba mi debilidad: tiene un par de tetas talle 95 que cada vez que las veo meparan la pija al momento. Es herencia de familia, la madre tiene unas enormestetas blancas, la tía no tanto pero también y la prima, dios mío, la gordacalza dos monstruos bajo el corpiño que a duras penas los puede contener. Ojalápudiera espiar a cualquiera de ellas y conocer que esconden ahí adentro, que seyo, el morbo y la paja van de la mano.
Pero no mequiero desviar.
A duras penaspuedo contener la leche cuando le veo a mi esposa la piel ligeramentebronceada, resabios del último verano, sus pezones gordos y las pequeñasareolas color té con leche, hacen un complemento perfecto, ideal para dejarmorir la pija en medio de esas tetas gordas.
 
Teniendo en lacabeza que quería que ella se calentara más y acabara, decidí probar algo:hablarle de otras pijas. No sé cómo se me ocurrió, pero aquí estaba.
 
- cómo es esoque querés pijas gordas? - empecé preguntando.
- yo? Nada quever- me contestó.
- claro, sisiempre que me mandas fotos al teléfono: vergas enormes, gordas, y además me lodecís “ojalá pueda coger con pijas así, quiero tres”. Le dije tembloroso,visiblemente caliente, y celoso a la vez.
- y bueno, megustan que querés que haga!, me contestó entre risas traviesas.
 
Ella estabarecostada en la cama, boca arriba, desnuda con las tetas colgando ligeramentehacia los lados de su cuerpo. Yo estaba frente a ella, medio arrodillado, mediosentado, apoyando la pija contra su concha tibia, yo estaba completamente duroal escucharla hablar así:
 
-         Quehija de puta, mirá como te mojaste de hablar de pijas gordas-, le dije, se veíatodo su tajo brillante, empezando a rebosar de jugos, caliente ella de pensaren ser penetrada por vergas enormes, con gordas y violáceas cabezas.
-         Mmmhhhsí, me vas a dar pijas gordas? - me desafió.
 
Envuelto en uncoctel de calentura y celos le metí la pija, que claro, entró sin ningúnesfuerzo, ella estaba totalmente mojada al imaginar esas poderosas vergas, quela poseían sin descanso.
 
Mientras lamontaba le pregunté – te ponés así de caliente cuando le mandas fotos a otrostipos?
Dio unrespingo y lo negó, sin dejar de recibir mi pija – yo no le mando fotos a nadie– mintió sin ruborizarse.
La verga se mepuso más dura al escucharla mentir así – sabés que es cierto, yo vi las fotosque guardaste, y las fotos que te mandan-
-         es unjuego- me dice, - nada mas –
 
Hacía tiempoque había descubierto que se enviaba fotos con distintos tipos: esperaba a queyo estuviera dormido para hacer sus sesiones, elegir la mejor y hacer calentara conocidos y desconocidos ocasionales. Me molestó bastante, pero más memolestó que no me lo contara o que me mostrara lo que hacía, quizás la hubieraacompañado en sus travesuras.
Encontrar susfotos, desnuda, sabiendo que el destinatario no era yo me calentó de una formaque me sorprendió.
En todosnuestros años juntos, nunca recibí fotos de ella así. Seguramente sea cuestión mía,de no saber generar esa chispa de travesura, no lo sé.
Pero esedescubrir lo que estaba haciendo me cargó de una calentura más allá decualquier posibilidad de querer entender algo.
 
Ella gemíalevemente, el temor que se despertara alguno de los niños complicaba el poderdisfrutar de cogernos, pero la temperatura de su concha me decía que haber sidodescubierta en su juego exhibicionista la había calentado como hacía rato no lepasaba.
Los pelos demis huevos estaban llenos de sus jugos calientes, el olor a concha caliente meestaba volviendo loco, era demasiado para mí: la concha mojada, los celos, lastetas de ella (y de la madre), que me desafíe con traerle pijas gordas, erademasiado…
 
Acabé,salvajemente, dentro de ella, con un gemido ahogado por la almohada.
Ella no. Otravez.
 
No sabía queera peor, la verdad, hubiera preferido algún reproche, pero fue una sesión deincómodo silencio, esos pegajosos que no sabes cómo sacarlos del aire. Y unavez más, la pregunta rondaba: ¿qué carajos hago?


FIN DE PARTE 1

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