Miguel y Sara llevaban juntos casi dos años. La relación tenía sus altibajos, como cualquier otra, pero había algo que siempre la mantenía viva: Sara disfrutaba manteniendo la chispa con juegos de poder, y Miguel, aunque algo reacio al principio, había aprendido a dejarse llevar por las propuestas de su novia. Eso sí, siempre había límites claros… o al menos eso creía él.
Aquella noche, estaban recostados en la cama después de una cena y un par de copas. La conversación iba y venía de manera relajada hasta que Sara, con la mirada fija en el techo, dejó caer la bomba.
—¿Sabes, cariño? —dijo ella, con una voz tranquila pero cargada de malicia— Siempre he tenido una fantasía que nunca te conté…
Miguel, medio adormilado, se removió un poco, abriendo un ojo con desconfianza. Ya había aprendido que, cuando Sara usaba ese tono, nunca era algo sencillo.
—¿Ah, sí? —contestó él, intentando sonar casual—. ¿Y qué tipo de fantasía es?
Sara lo miró de reojo y esbozó una media sonrisa que mezclaba travesura y desafío. Lo observó por unos segundos, disfrutando la anticipación que había creado antes de soltar la siguiente frase como quien lanza una bomba de relojería.
—Quiero verte con un chico negro.
Miguel sintió que el aire se le atascaba en los pulmones. Parpadeó varias veces, intentando procesar lo que acababa de escuchar. No había sido un “Quiero hacer un trío” o un “Quiero que usemos juguetes nuevos”… sino “Quiero verte con un chico negro”. Algo en su cabeza se desconectó por un segundo mientras intentaba encontrar las palabras.
—¿Q-qué? —logró balbucear finalmente, esperando que ella se riera y dijera que era una broma. Pero Sara no se reía; seguía con esa expresión tranquila y divertida.
—Ya sabes… siempre me ha picado la curiosidad. No sé, es solo una idea loca… —explicó ella, encogiéndose de hombros como si estuviera hablando del clima—. Me excita la idea de verte con alguien que sea todo lo opuesto a ti.
Miguel tragó saliva, sintiendo un leve cosquilleo de nerviosismo mezclado con… ¿curiosidad? No, no podía ser. Pero Sara no iba a dejarlo escapar tan fácilmente.
—Espera… ¿te refieres a un… tipo como…? —intentó continuar él, pero las palabras simplemente no salían.
Sara se rió suavemente, disfrutando de la confusión en la cara de su novio.
—No hace falta que te pongas nervioso, tonto. Es solo una fantasía —dijo, deslizando su mano por el pecho de Miguel y deteniéndose en su estómago—. Pero he pensado mucho en ello últimamente… Y no sé, podría ser divertido, ¿no te parece?
Miguel estaba paralizado. No sabía cómo reaccionar. Por un lado, la idea le parecía ridícula; por otro, la manera en que Sara lo miraba y cómo su mano se deslizaba lentamente hacia abajo, lo hacía sentir algo extraño. No podía decir que no estaba excitado, pero también estaba completamente descolocado.
—Sara… —empezó él, intentando sonar firme—. Eso es un poco… raro.
—¿Raro? —repitió ella, arqueando una ceja—. ¿Qué tiene de raro? Vamos, Miguel, no es como si no hubiéramos hecho cosas locas antes. Además… —y aquí su voz bajó a un susurro cargado de picardía— siempre has sido muy… flexible conmigo.
Miguel no sabía si eso era un cumplido o una sutil burla, pero la sonrisa de Sara no dejaba dudas. Ella sabía cómo manipularlo, y él estaba empezando a sentir el vértigo de caer en otra de sus travesuras.
—No sé si podría… no sé… no me veo haciendo eso —dijo finalmente, luchando por mantener algo de dignidad.
Sara suspiró y se incorporó un poco, mirándolo fijamente a los ojos.
—Miguel, esto no es algo que tengas que decidir ahora. Solo… quería compartirlo contigo. Saber que, si algún día quiero… explorar esa fantasía, tú podrías estar dispuesto. Pero si no te sientes cómodo, no pasa nada —.
Miguel sintió como si le hubieran lanzado un desafío. La insinuación era clara: si él rechazaba esta idea, tal vez Sara empezara a buscar a alguien más “dispuesto” a complacerla. La idea le daba celos, pero también lo hacía sentir… culpable por no estar a la altura.
—No sé… —murmuró, intentando pensar con claridad.
Sara no presionó más; solo sonrió y le dio un pequeño beso en la frente.
—No tienes que decidir nada ahora, cariño. Pero si algún día cambias de opinión… yo estaré aquí —dijo en un tono tan dulce como letal, dejándolo con esa mezcla de confusión y excitación.
A medida que Sara se giraba para apagar la luz, Miguel quedó mirando al techo, su mente un torbellino de imágenes y pensamientos que no sabía cómo procesar. Era solo una fantasía, ¿verdad? Pero en su interior, algo le decía que Sara ya estaba planeando los siguientes pasos… y que él, como siempre, terminaría cediendo.
Los días pasaron y Miguel no podía dejar de pensar en la confesión de Sara. La idea de verla disfrutar mientras él estaba con otro hombre le generaba una mezcla de emociones incómodas: celos, inseguridad y, aunque no quisiera admitirlo, una pizca de curiosidad. Hasta que un día, todo dejó de ser solo una idea.
Era un viernes por la noche, y Miguel estaba llegando a casa después de un día largo. Abrió la puerta y se encontró con Sara, esperándolo en la sala con una botella de vino y un vestido corto que acentuaba su figura. Tenía esa mirada traviesa que él ya conocía demasiado bien.
—Hola, amor —dijo ella con una sonrisa encantadora—. ¿Por qué no te relajas un poco? Sirve que te cuento algo.
Miguel sintió un escalofrío. Sabía que esa frase, en boca de Sara, nunca era un simple “cuento”. Pero obedientemente se dejó caer en el sofá, mientras ella le servía una copa de vino y se sentaba a su lado, rozando intencionalmente su pierna.
—¿Te acuerdas de la fantasía de la que te hablé? —preguntó ella, fingiendo desinterés mientras jugaba con el borde de su copa.
—¿Cómo olvidarla? —respondió Miguel, intentando mantener el tono despreocupado.
Sara sonrió con satisfacción y dio un pequeño sorbo antes de continuar.
—Pues… estuve pensando y creo que encontré a la persona perfecta para… ya sabes… —Sara hizo una pausa dramática, esperando a que él mordiera el anzuelo.
—¿A qué te refieres? —Miguel se removió incómodo, a pesar de que sabía muy bien hacia dónde iba esto.
—Quiero que conozcas a Tyrone —dijo ella, sin más preámbulo—. Es alguien que conocí en el gimnasio, y bueno, creo que sería perfecto para lo que te conté.
Miguel se quedó en blanco. Las palabras de Sara flotaban en su cabeza, intentando encontrar un sentido lógico en todo eso. ¿Tyrone? El nombre ya le sonaba intimidante. Se imaginaba a un tipo grande, musculoso y… bueno, negro, evidentemente.
—¿Un chico del gimnasio? —fue lo único que logró decir.
—Sí, cariño —contestó ella con una sonrisa—. Tyrone es un entrenador personal. Es muy simpático y… ya sabes… tiene todo lo que una chica podría desear —el tono en la voz de Sara era coqueto y picante, y eso solo hacía que Miguel se sintiera aún más fuera de lugar.
—No sé si esto es una buena idea, Sara —admitió él, sintiendo cómo la inseguridad empezaba a apoderarse de él.
Sara, con toda la paciencia del mundo, tomó su mano y le dio un pequeño apretón.
—Amor, no quiero que pienses que esto es algo que tienes que hacer solo por mí. Quiero que lo disfrutes también. De hecho, estoy segura de que, si le das una oportunidad, hasta podrías llegar a… disfrutarlo más de lo que imaginas —la manera en que lo decía, tan segura, tan confiada, casi hacía que él quisiera creerle.
—¿Y qué te hace pensar que Tyrone estaría interesado en algo así? —preguntó Miguel, intentando racionalizar la situación.
—Oh, ya hablé con él al respecto —dijo ella con naturalidad—. Y resulta que le pareció una idea muy… interesante. A Tyrone le gusta experimentar y, bueno, me dejó claro que no le importaría ayudarte a explorar esta fantasía.
Miguel sintió como si el suelo bajo sus pies se moviera. ¿Sara había hablado ya con ese tal Tyrone? ¿Y él había accedido sin pensarlo dos veces? La idea de que su novia estuviera planeando esto a sus espaldas le resultaba perturbadora, pero al mismo tiempo no podía evitar sentir una punzada de… ¿emoción?
—¿Quieres que lo conozca? —preguntó Miguel, con una voz que intentaba sonar neutral pero que claramente traicionaba su confusión.
—Sí, cariño —respondió ella, acariciando su pierna lentamente—. Solo quiero que hablen, se conozcan un poco y vean si hay química entre ustedes. No hay ninguna presión, te lo prometo.
Miguel se llevó las manos a la cara, intentando ordenar sus pensamientos. Esto era una locura. Pero cada vez que intentaba oponerse, Sara lo desarmaba con sus palabras y su sonrisa.
—¿Cuándo pensabas presentármelo? —preguntó finalmente, resignado a la idea de que esto no iba a desaparecer por sí solo.
Sara se levantó del sofá y tomó su copa, con una sonrisa triunfante.
—En realidad, pensé que esta noche sería perfecta para que se conozcan —dijo ella, como si fuera la cosa más natural del mundo.
Miguel sintió que su estómago se retorcía de nervios. Antes de que pudiera procesarlo, Sara ya estaba abriendo la puerta y llamando a Tyrone para que entrara. Miguel no sabía si reírse, llorar o salir corriendo, pero antes de que pudiera decidir, un hombre entró en la sala.
Tyrone era todo lo que Miguel había imaginado y un poco más. Era alto, musculoso y tenía una confianza natural en su andar que lo hacía parecer dueño de la habitación. Llevaba una camiseta ajustada que resaltaba sus bíceps y unos jeans que parecían apenas contener sus piernas.
—Hola, bro —dijo Tyrone con una voz profunda y una sonrisa amistosa—. Sara me ha hablado mucho de ti.
Miguel intentó sonreír y estrecharle la mano, pero todo lo que pudo hacer fue murmurar un débil “hola”. Sentía que estaba en medio de una película absurda, y él era el único que no había leído el guion.
—Bueno, los dejaré solos para que puedan conocerse mejor —dijo Sara, dándoles un guiño y desapareciendo hacia la cocina.
Miguel tragó saliva y se giró hacia Tyrone, quien lo observaba con una expresión relajada. Tyrone se dejó caer en el sofá al lado de él y le lanzó una mirada evaluativa.
—Mira, sé que esto debe ser un poco raro para ti —dijo Tyrone, cruzando los brazos—. Pero quiero que sepas que estoy aquí para asegurarme de que ambos estén cómodos.
Miguel asintió, sintiendo que sus manos temblaban un poco. La idea de que este hombre fuera tan relajado ante todo esto solo lo hacía sentirse más nervioso.
—Sara me dijo que tienes tus reservas, y eso está bien —continuó Tyrone—. Solo quiero que sepas que, si decides seguir adelante con esto, estoy dispuesto a hacerlo lo más divertido posible.
Miguel no sabía si quería reírse o llorar, pero lo único que salió de su boca fue:
—¿Divertido?
Tyrone rió entre dientes y se inclinó un poco hacia él.
—Claro, bro. Esto no tiene que ser incómodo ni raro. Solo quiero asegurarme de que todos la pasen bien… y si eso significa tomármelo con calma, lo haré.
Miguel sintió un leve mareo y no supo si era por el vino o por la situación. Pero había algo en la manera en que Tyrone hablaba, esa mezcla de confianza y suavidad, que lo hacía sentirse menos asustado y más… intrigado...
Después de la intensa y reveladora noche en la que Tyrone y Miguel se conocieron, Sara no podía dejar de pensar en la química que había entre los dos. La imagen de su novio, pequeño y vulnerable frente a la imponente figura de Tyrone, se había grabado en su mente, y la idea de verlos juntos la excitaba más de lo que podría admitir.
A lo largo de la semana, Sara se dedicó a hacer que Miguel se sintiera más cómodo con la idea de explorar su fantasía. Cada vez que tenían una conversación casual, ella encontraba la manera de mencionarlo.
—¿Te imaginas cómo sería si Tyrone estuviera aquí ahora? —preguntaba, mientras su mirada se iluminaba con un brillo travieso.
Miguel respondía con una risa nerviosa, intentando cambiar de tema.
—Vamos, Miguel. No tienes que preocuparte. Solo sería una experiencia divertida —decía Sara, mientras lo miraba con esos ojos de complicidad que siempre lo hacían dudar—. Piensa en lo que podrías sentir. Tyrone es... Tremendo —añadía, enfatizando la palabra "tremendo" con una sonrisa pícara.
Una noche, mientras estaban acurrucados en el sofá, Sara se animó a llevar la conversación más allá.
—Escucha, Miguel. Sé que esto te parece extraño, pero estoy segura de que Tyrone sería increíble. Solo imagina cómo sería dejar que él te dominara, cómo se sentiría tener a alguien tan fuerte a tu alrededor.
Miguel se sonrojó, sintiendo una mezcla de curiosidad y miedo.
—No sé, Sara... No soy gay. No sé si podría hacerlo —murmuró, tratando de sonar firme, aunque por dentro su mente estaba llena de imágenes que no podía ignorar.
—Eso no importa. No se trata de eso. Se trata de la experiencia, de explorar algo nuevo —insistió Sara, acercándose más a él—. Además, yo estaré allí. Prometo que lo disfrutarás. Solo tienes que dar el primer paso.
Con el tiempo, la insistencia de Sara comenzó a calar en Miguel. Cada vez que la imaginaba disfrutando de la escena, sintiendo esa mezcla de placer y vergüenza, su resistencia se iba desmoronando.
—Solo un vistazo —pensó para sí mismo—. No tengo que hacer nada que no quiera.
Finalmente, una noche, tras muchas discusiones y un par de copas de vino, Miguel exhaló un profundo suspiro.
—Está bien, voy a hacerlo. Pero solo para que veas cómo es. No me comprometo a nada más.
La expresión de Sara se iluminó como nunca antes.
—¡Sí! ¡Te va a encantar! No te preocupes, será divertido. Solo confía en mí —dijo, mientras lo abrazaba con emoción.
Miguel sintió una oleada de ansiedad, pero también de anticipación. Había tomado la decisión, y ahora no había vuelta atrás.
Sara comenzó a planear la noche perfecta. Habló con Tyrone y le explicó la situación. Él, intrigado y divertido por la idea, aceptó participar.
La noche llegó, y Miguel estaba lleno de nervios y adrenalina. Cuando Tyrone llegó, su imponente figura llenó la habitación, y Miguel sintió que su corazón latía con fuerza. Sara lo observaba, con una sonrisa de satisfacción en su rostro, lista para disfrutar de cada segundo de la experiencia que había estado esperando.
—Hola, Miguel —dijo Tyrone, mientras se acercaba, su voz profunda y dominante haciendo eco en la habitación.
Miguel tragó saliva, sintiendo la presión de lo que estaba por venir, pero también una extraña excitación que lo invadía.
Sara se acomodó en el sofá, radiante, lista para disfrutar de la fantasía que había diseñado. Miguel, nervioso, se encontraba en medio de todo, sus manos temblando ligeramente mientras miraba a Tyrone, cuya presencia era dominante y poderosa.
—Vamos, Miguel —dijo Sara con una sonrisa pícara—. Es hora de que cumplas mi fantasía.
Miguel tragó saliva, sintiendo una mezcla de excitación y vergüenza.
—Solo relájate y deja que te guíen —agregó, sintiendo cómo su propia emoción aumentaba.
Tyrone se acercó a Miguel con una sonrisa confiada.
—Esta noche vas a ser mi pequeño juguete —le dijo, mientras Miguel se sentía vulnerable bajo su mirada.
Tyrone, imponente y seguro, se acercó a Miguel con una sonrisa que irradiaba control. Miguel, pequeño y delicado, apenas alcanzaba el pecho del otro y parecía inmovilizado por la sombra de la figura de Tyrone. Sin perder tiempo, empezó a desvestirlo con una facilidad y rapidez que revelaban la experiencia de alguien acostumbrado a tener la situación bajo control. Cada botón, cada prenda que retiraba, caía al suelo con un ligero susurro, mientras Miguel, incapaz de reaccionar, solo podía mirar con ojos muy abiertos. Sus intentos de proteger su ropa eran torpes y casi infantiles en comparación con la firmeza de Tyrone.
En cuestión de segundos, y sin que Miguel pudiera apenas procesarlo, Tyrone lo dejó completamente expuesto. Como si estuviera manejando a un niño desobediente, lo giró y lo despojó de la última prenda, ignorando los débiles intentos de cubrirse que hacía Miguel. La mirada de Tyrone, intensa y evaluadora, recorrió cada rincón del cuerpo de Miguel, que ahora estaba indefenso y vulnerable. Miguel, con las mejillas encendidas por la vergüenza, se sintió completamente a la merced de Tyrone, sin siquiera haber tenido la oportunidad de oponer resistencia antes de quedar totalmente desnudo.
—Ponte en cuatro, así puedo disfrutar de tu delicioso culo.
Miguel se sonrojó, pero la mirada de Sara lo empujó a ceder.
Al colocarse en la posición indicada, Miguel sintió cómo la vulnerabilidad se apoderaba de él. Su culo estaba expuesto, y podía sentir la mirada evaluadora de Tyrone.
—Vaya, mira ese culito redondo y femenino —dijo Tyrone, riendo—. No puedo esperar a jugar con él.
Sara, desde el sofá, no pudo evitar reírse.
—¡Sí! Es como una muñequita lista para jugar —dijo
La risa de Sara solo aumentaba el calor de la situación, y Miguel se sintió atrapado entre la vergüenza y una extraña excitación.
Tyrone se acercó más, acariciando las nalgas de Miguel con sus grandes manos.
—Eres tan pequeño y delicado. Apuesto a que nunca has sentido algo como esto —murmuró mientras sus dedos exploraban suavemente la piel de Miguel—. Y tu pequeño clítoris aquí… tan insignificante comparado con lo que tengo yo.
La comparación hizo que Miguel se sonrojara aún más. Tyrone se rió, disfrutando de su reacción.
—No te preocupes, esta noche te haré olvidar todo eso. Vas a experimentar cosas que nunca soñaste.
Con una mano en la parte baja de la espalda de Miguel, Tyrone comenzó a presionar su cuerpo hacia adelante, manteniéndolo en la posición.
—Solo relájate y disfruta, Miguel. Te prometo que te va a encantar —dijo, mientras su otra mano seguía explorando las suaves curvas del culo de Miguel.
Sara no podía dejar de ver y animar la situación.
—¡Huy, pero qué cosita más rica ven mis ojos! —exclamó, su voz llena de entusiasmo.
Miguel se sentía como un juguete entre sus manos, la mezcla de vergüenza y deseo lo hacía aún más sensible.
—Dame un poco de esas nalguitas, Miguel —dijo Tyrone, dándole un suave pero firme azote que resonó en la habitación. El sonido hizo que la excitación de Sara aumentara.
—¡Eso es! —exclamó ella, disfrutando de cada segundo de su vulnerabilidad.
—¿Te gusta, Miguel? —preguntó Tyrone mientras continuaba jugando con su culo, dándole otro azote juguetón—. No hay nada de malo en disfrutar de esto. Deja que te haga sentir bien.
Miguel sintió cómo el calor se acumulaba en su interior, mientras las mano de Tyrone exploraban su cuerpo.
—Eres un pequeño juguete muy sexy —dijo Tyrone, riéndose mientras bajaba aún más—. Y quiero jugar con cada centímetro de ti.
Con un movimiento decidido, Tyrone se inclinó y, con un dedo ensalivado, comenzó a explorar la entrada de Miguel, haciendo que el chico se estremeciera.
—Te va a encantar esto.
—¡Oh, Dios! —dijo Sara con los ojos como platos y una sonrisa perversa en el rostro mientras disfrutando del espectáculo.
El juego continuó, y Miguel se sintió más perdido en la mezcla de humillación y placer. Tyrone lo estaba llevando a un nuevo nivel de entrega, jugando con su agujero mientras Sara lo miraba con una mezcla de admiración y diversión.
—Creo que ya fue suficiente juego previo, prepárate para la acción, dulzura —Tyrone se colocó detrás de él.
Miguel sintió un escalofrío recorrer su espalda cuando Tyrone sacó su masivo y grueso pene negro y lo dejó caer pesadamente con un golpe seco entre sus pequeñas nalgas totalmente ofrecidas como tributo al enorme semental. La sensación fue suficiente para hacer que el corazón de Miguel se acelerara. Desde el sofá, Sara observaba con la boca abierta, sus ojos se iluminaban con asombro y deseo.
Miguel, sintiendo una mezcla de vergüenza y emoción, intentó concentrarse, pero la anticipación lo consumía.
Tyrone, con una sonrisa segura, se posicionó más cerca y, con movimientos firmes, comenzó a embestir a Miguel. Al principio, la sensación era abrumadora para él; el contraste entre su cuerpo y la fuerza de Tyrone era electrizante. Miguel sintió una oleada de dolor, sus mejillas se sonrojaron, consciente de que su novia no perdía detalle. La adrenalina y el deseo comenzaron a superar su incomodidad.
—¿Te gusta eso, amorcito? —preguntó Sara, su tono lleno de picardía—. Yo estoy disfrutando mucho de la vista, si te soy sincera.
Miguel soltó un gemido involuntario mientras Tyrone lo embestía, una mezcla de placer y confusión lo envolvía. A medida que la situación avanzaba, la vergüenza se transformó en una sensación de liberación, y Miguel comenzó a dejarse llevar por la experiencia.
En un momento de fervor, Tyrone le dio una nalgada a Miguel, y un gritito muy poco masculino escapó de sus labios. La risa de Sara resonó en el aire, llena de complicidad.
—¡Eso es, amorcito! Déjate llevar.
Sara no podía estar más radiante; le parecía encantador cómo el pequeño pene de Miguel rebotaba con cada embestida y el sonido de la carne cada vez que la pelvis de Tyrone golpeaba el culo de su novio, pero lo que más morbo le daba era su carita de niño bueno contraída en una mueca de dolor producto de aquel pene enorme que lo atravesaba sin compasión.
—¡Es demasiado rico! —exclamó, riendo mientras se acomodaba en el sofá, disfrutando de la vista.
Miguel sintió un cosquilleo en el estómago. La combinación de la fuerza de Tyrone y los comentarios picantes de Sara lo estaban llevando al borde de la locura. No podía evitarlo; cada empujón lo hacía sentir más vivo, más conectado a lo que estaba sucediendo.
Sara, sintiendo la intensidad en la habitación, se levantó del sofá y caminó hacia ellos. Se inclinó hacia Miguel, mirándolo a los ojos mientras tomaba sus manos.
—¡Huy, sí, amor! Mírame, mira a mami, lo estás haciendo muy bien. Sí, ¡cómo te gusta ser una putita!
Con las manos de Sara sosteniéndolo, Miguel sintió que la vergüenza se desvanecía por completo. La combinación de las embestidas de Tyrone y el apoyo de Sara lo empujó más allá de sus límites. Cada golpe se sentía más profundo, y la mirada de Sara añadía una capa de excitación a la atmósfera.
—Vamos, amorcito, no te dé vergüenza, ¡gime como la putita que eres! Eso, eso, lo estás haciendo muy bien, amor —dijo Sara, acercándose a su oído.
Miguel, sintiendo un torrente de sensaciones, asintió con determinación, dispuesto a entregarse por completo a la experiencia. En ese momento, su mundo se volvió un remolino de placer y diversión, donde la vergüenza se transformó en liberación y aceptación.
A medida que las embestidas se volvían más intensas, Miguel sintió que se acercaba al clímax. Cada golpe lo llevaba más allá de sus límites, y pronto el placer se apoderó de él. Un grito de liberación escapó de sus labios mientras finalmente alcanzaba el clímax, su cuerpo temblando de placer mientras eyaculaba de cuatro patas con Sara agarrándolo por ambas manos y Tyrone separándole las nalgas mientras lo embestía como un animal.
Las palabras de Sara y los empujones de Tyrone se unieron en una sinfonía de satisfacción, llenando la habitación con una energía vibrante mientras Miguel sentía cómo todo su culo se llenaba de la leche de aquel negro descomunal que lo usaba como a una hembra a ojos de su novia. Cuando el momento culminante pasó, Miguel se dejó caer en el sofá, exhausto pero completamente satisfecho.
Sara, aún maravillada, se inclinó hacia él y dijo:
—¿Ves? No fue tan malo, ¿verdad?
Miguel sonrió, sintiendo una mezcla de orgullo y aliviada incredulidad. La noche había sido una revelación, y aunque todo había sido inesperado, no podía negar que había disfrutado cada momento.
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