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Corrompiendo a mamá// cap. 13

Corrompiendo a mamá// cap. 13


Todo lo que ha ocurrido durante los últimos minutos ha sido verdaderamente estresante. Hay una tensión en la sala de estar provocada por Nacho, mi madre y yo, que sólo es comparable a cuando papá nos reunía a mi hermana y a mí para que le mostráramos las notas bimestrales del colegio.

Papá está sentado en el sofá individual que da al sur de la sala de estar, y parece estar fuera de órbita. Cuando hay fútbol, mi progenitor se desconecta del mundo. Nacho y el tío Fred están sentados en un sofá lateral de tres plazas, y mamá y yo estamos frente a ellos, en el sofá de dos plazas, intentando mirar la televisión o de menos fingir interés.

Noto que Sugey está más pálida que de costumbre. Le tuvo que haber caído de sorpresa la presencia de este cabrón.

Nacho es un hombre alto, con barba abundante, moreno, corpulento y con un físico que llega mucho a los estándares que busca mamá en un amante.

A su lado yo soy un simple chiquillo escueto, blanco como la cal y de ojos cafés.

Puedo escuchar las respiraciones nerviosas de mamá siempre que siente la mirada lasciva de Nacho, que no deja de repasarla con sus ojos negros cada vez que se le da la puta gana. El cabrón no se corta en miraditas, y se aprovecha que el tío Fred y papá están inmersos mirando el partido de fútbol para hacerlo con intensidad.

Yo he intentado sorprenderle mirándola, pero él me observa, sonríe malicioso y regresa los ojos a la televisión. No le importa lo que yo pudiera significar para mamá. Y ella respira demasiado rápido.

“Maldito.”

Las vistas que tiene Nacho son maravillosas, pues mamá, con sus leggins grises, estiliza su figura, marcándoseles sus gordas posaderas desparramadas en el sofá, y sus fascinantes caderas y piernas que se aprietan y abundan sobre la tela.

No sé cómo decirle a mi madre que cierre sus muslos sin que sea muy obvio, pues estoy seguro que Nacho, que de vez en cuando fija su vista en su entrepierna, se ha dado cuenta que ella no lleva ropa interior, y por lo tanto es capaz de apreciar la fina rajita que divide su gordito labio vulvar derecho del otro, y también la mucosa vaginal que tal vez lamparee la tela.

Con mi rodilla intento golpear la suya, pero mamá no me hace caso. Nerviosísima, tiene fija su mirada en el televisor.

Menos mal su blusa superior es un poco holgada, aunque creo que si uno le pone atención a su pecho, se puede percibir la obesidad de sus tetazas y cómo sus hinchados pezones se marcan en la tela.

—¡Cómo es posible que no hayamos pagado el servicio de televisión digital este mes, Sugey, si para eso estás en la casa, para estar al pendiente de las necesidades del hogar! —la regaña de pronto papá.

—Lo hablamos luego, Lorenzo —intenta quitar hierro al asunto mi madre, que no quiere discutir con su marido delante de todos. 

Pero papá es más necio que un puto burro.

—¡Y tenían que cortar el servicio precisamente hoy, que es la semifinal! ¿Lo ves, Sugey? ¡Estas cosas sólo pasan por tu culpa! La vergüenza que estoy pasando por tu culpa ante mi hermano y su amigo por tu descuido.

—Por mí no hay ningún problema —contesta el idiota de Nacho.

Mamá respira muy fuerte, molesta, y responde:

—No pasa nada, Lorenzo, el lunes pagamos el servicio y ya está. Por fortuna tenemos la antena puesta.

—¡Una antena de la época de mi abuela, mujer!

Intervengo yo para que no la agarre contra mamá.

—Pero se ve, ¿qué no, papá?, la pantalla se ve y es lo importante.

—¡Pero en qué condiciones! —se sigue quejando—. Mira las rayas de trasferencia que empañan la imagen del partido. ¡Es que ya ni la chingas, Sugey!

Veo que Nacho sonríe burlón y odio que se dé cuenta que la relación entre papá y mamá no está en su mejor momento. Sé que él puede ver una oportunidad en esa fisura que existe entre mis progenitores, y por eso me da rabia. Pero más rabia me da que mi padre no pueda callarse la boca y guardarse los reclamos para cuando estén solos en su cuarto, y no delante de gente indeseada como ese estúpido.

—Tranquila, má —le susurro, acariciando su mejilla.

Ya que mamá está muy pegada a mí, me oye y asiente, y le ofrezco mi mano y ella entrelaza sus dedos con los míos como si ambos fuésemos un par de novios enamorados. El contacto con nuestras manos le infunde valor, y yo a ella la reclamo como mía ante Nacho.

Lo miro orgulloso y con los ojos le digo “esta hembra es mía, y no voy a dejar que me la quites cabrón.”

Además somos madre e hijo, y no debería de sorprenderle a nadie una muestra tan cercana como esa.

Pero Nacho no parece opinar lo mismo. Levanta las cejas cuando nota que nuestros dedos están entrelazados. Nos mira con sospecha a ella y a mí, ríe para sus adentros y vuelve los ojos al televisor.  

—¡Joder! —estalla papá de nuevo—. ¡Lo que nos faltaba! ¡Que se pierda la sintonía justo ahora!

Miro el televisor y en efecto ha aparecido una raya a la mitad de la pantalla. Y antes de que la agarre de nuevo contra mi mujer, es decir, contra mi madre, me levanto y muevo la antena del televisor.

—¡Ya… ya…, no, no, un poco más a la derecha! —me guían mi tío Fred y papá—. Levántala más… así, así…

—¿Ya?

—Sí —responde papá.

Suelto la atenta justo donde me indican, pero es soltarla y que la interferencia vuelva.

—¡Mantén agarrada la antena, joder, Tito! —me recrimina papá.

—¿Ya? —pregunto, mientras veo que Nacho se levanta el sofá.

—Sí, ya casi.

La suelto, dispuesto a ir con mi madre, que sigue bajo el asecho de Nacho, pero al soltar la antena el puto televisor vuelve tener interferencia.

—¡No sueltes la antena, carajo! —me regaña mi padre.

—¿No pensarás que me quedaré agarrando la antena durante todo el partido, verdad, papá?

—¿Y por qué no? —me reclama él—. Después de todo tú también tienes la culpa de que nos hayan cortado el servicio digital por no ofrecerte a ir a pagar la factura.

—¡Pero papá!

—¡Pero nada, Tito, calla, que no entiendo lo que dice el comentarista!

Y es justo en ese momento cuando al cabrón de Nacho se le ocurre decirle a papá que quiere ir al baño.

—Sí, Nacho, ve. Anda, Sugey, conduce a nuestro invitado al baño.

Me dan nauseas cuando papá le ordena a mamá tal cosa.

—Lucy entró al baño de aquí abajo, acabo de verla —dice mamá, que se ha puesto más pálida que antes.

—¡Que no se te cierre el mundo, mujer, entonces llévalo al baño de arriba!

—¡Lo llevo yo! —grito de pronto, aterrorizado de que mamá tenga que desaparecerse en casa con Nacho.

—¡Tú te quedas en la antena, Tito! —me exige papá.

—No te preocupes, Lorenzo —dice Nacho—, no creo perderme si busco el baño yo mismo.

—Deja, Nacho —dice papá sin mirarlo, pues tiene sus ojos puestos en la tele—; Sugey no será tan grosera para no acompañarte.

Y en mi fuero interno le grito a papá “¿Cómo puedes ser tan idiota, papá? ¿Cómo pones a que mamá acompañe a Nacho al baño? ¿No captas que posiblemente ese cabrón te está poniendo los cuernos, tirándose a tu mujer?”

Me arden los ojos y las mejillas cuando veo que mamá, nerviosísima, se levanta, pasa delante de Nacho y le indica las escaleras. Y yo no puedo creer que el hijo de puta sea tan descarado para tener sus asquerosos ojos puestos en las redondas nalgas de mi madre, que se le marcan en exceso en los leggins que lleva puestos.

—¡Joder! —digo sin que nadie me oiga.

La escena debe de ser ridícula; mamá subiendo las escaleras para conducir a su amante a donde ella y yo acabamos de hacer el amor, mientras Nacho va detrás, mirándole el culo. Mientras tanto; el tío Fred y mi padre viendo el partido de futbol, y yo detrás del televisor, parado como un pene erecto, sosteniendo la maldita antena con las manos, porque si la suelto el televisor hace interferencia y no se ve.

—¿Cuánto falta para que termine el partido? —le pregunto a papá desesperado.

—No sé, media hora más o menos, todo depende de los minutos que agregue el árbitro al final.

—¡Es mucho tiempo! —me quejo.

—¡No fastidies, cabrón!

Los minutos se me hacen eternos. La espera me atormenta. Mamá no baja, y me da rabia que se tarde tanto tiempo, porque sólo le indicaron que dirigiera al baño a Nacho de la planta alta, no que lo esperara.

“¿Por qué no bajas, mamá?”

“¿Qué mierdas estás haciendo que no regresas?”

“¿Por qué tardas tanto?”

“¿A caso le estás agarrando la polla al cabrón ese para orinar?”

Las manos me sudan en la antena y siento que si no voy a verificar lo que están haciendo mi madre y Nacho en ese momento voy a terminar electrocutado con todo y la antena y el televisor.

Y miro hacia arriba, e intento agudizar el audio para intentar escuchar algo, no sé qué, pero necesito oír algo. Un gemido. Un ruido. Un jadeo. Pero nada. El ruido del televisor es muy superior.

Insisto en que el tiempo se he hace eterno. Afortunada o desafortunadamente, veinticinco minutos después regresa Nacho, sonriente, secándose las manos con su propia camisa.

—Me tengo que ir —dice el imbécil a nadie especial.

Mi padre ni siquiera hace por mirarle, está entretenido en un penalti que ha habido, pero el tío Fred sí, y le dice, sonriendo:

—El partido ya casi se acaba, Nacho, espérate un rato, que ni siquiera viste que los Leones anotaron un gol.

Nacho me mira burlón, sonríe, mira al tío Fred como si quisiera decirle algo más, y finalmente exclama:

—Yo también anoté gol.

Y se marcha.

***
No he dado explicación alguna de mi rabia. No he esperado a escuchar los gritos de mi padre por mi acción. Simplemente he tirado la antena al suelo y he subido corriendo como un demonio a la planta alta, con enojo, con muchísimo enojo y decepción.

Los gritos de mi padre por mi atrevimiento cesan porque ahora es él quien parece haber tenido que sostener la antena para mirar los últimos minutos del partido en el televisor.

Abro el baño y verifico la bañera, que aún tiene los rastros de la espuma y las burbujas que se adhirieron a nuestros cuerpos mientras ella y yo hacíamos el amor.

Busco entre el lavamanos o el bote de la basura un rastro que me indique que mamá y Nacho estuvieron allí fornicando como un par de animales salvajes. Pero no encuentro nada, ni siquiera un pedazo de papel con el semen de ese cabrón.

Salgo rabiando, todavía echando fuego por las orejas, y me dirijo al fondo del pasillo, donde encuentro a mi madre echada en la cama, presuntamente dormida, y yo no puedo creer que haya caído tan bajo ante semejante escena, por eso le grito:

—¡Te lo cogiste, mamá! ¡Te cogiste a Nacho!

Sugey abre los ojos, levanta la cabeza, y finge estar somnolienta. Y digo que finge porque yo no le creo nada de que ha estado acostada en su cuarto durante todo este tiempo en que Nacho desapareció de mis ojos.

—¿Qué pasa, Tito? —Su voz también es somnolienta.

—¡¿Por qué lo hiciste, mamá?!

—Hijo… no grites, que me duele la cabeza…

—¿Y mientras Nacho te fornicaba no te dolía?

Mamá abre los ojos como platos. El azul de su iris brilla muy inquieto.

—¡Y no has respetado a tu propia casa! —le reclamo con un nudo en la garganta—. ¡Ni a tu marido! ¡Ni a tus hijos! ¡No me has respetado a mí, que te acabo de declarar mi amor apenas un par de horas atrás!

—¿De qué hablas, hijo?

—¡Mentirosa! ¡Eres una mentirosa!

Mamá se levanta, aturdida, y me dice:

—¿Por qué te has puesto así, Tito? ¿Por qué me dices esas cosas tan feas?

—¡Te anotó un gol, ¿no, má?! —no puedo reprimir las lágrimas de mis ojos. Me siento traicionado. No puedo creer que me haya hecho algo así—. ¡Nacho te anotó un gol, ¿verdad?! ¡Y el hijo de puta ha tenido la desvergüenza de decirlo públicamente, para mayor humillación de mi padre y mía!

Mamá sigue incrédula, ya sea porque de verdad no sabe de lo que le hablo o Sugey verdaderamente es una gran actriz y manipuladora y está fingiendo ignorar todo.

—¡Tito, no sé de lo que me hablas!

—¡Lo sabes bien, madre! ¿Dónde fue? ¿En el baño o aquí en tu cuarto?

—¡¿Dónde fue qué, hijo, por favor?!

—¡No te hagas la tonta, Sugey, que bien lo sabes! ¡Follaste con Nacho! ¡Lo hiciste después de que tú y yo…! ¡De que…! ¡Eres perversa, Sugey! ¡Eres sumamente perversa! ¡Te has acostado con tu propio hijo sólo para tapar el sol con un dedo! ¡Para que yo no sospechara que entre tú y Nacho…! ¡Joder, mamá!

Pero siento un dolor tan fuerte en el pecho y en mis sentimientos que decido dejarla en su cuarto y yo me encierro en el mío.

—¡Tito, ven!

Pero no le hago caso.

Ni siquiera hace por venir a buscarme. No tiene cómo defenderse. No tiene justificación. Y estoy seguro que no me buscará hasta que haya planeado qué hacer o qué decirme para justificarse. Para persuadirme. Pero esta vez no lo va a lograr, ni siquiera porque la ame tanto.

No me va a convencer. Mamá tiene un amante, y es Nacho. Y ese amante se la ha follado esta noche mientras todos estábamos en la sala de estar.

Y no ha tenido respeto por nadie, ni siquiera por sí misma. Esta punzada que siento en el pecho es más fuerte que la que sentí cuando vi a Alicia magreándose y besándose en el baile con mi mejor amigo Julián.

Me pongo una almohada en la cabeza y dejo que la funda limpie las lágrimas que salen de mis ojos. 

Esto no puede estarme pasando a mí.

***
A la medianoche me despierto muy sediento, y bajo a la concina a rellenar mi jarra de agua. Arrastro los pies y actúo en silencio. Sigo dolido y muy triste por todo lo que ha ocurrido. 

Acabo de vivir el día más hermoso de mi vida, pues mi madre finalmente se ha entregado a mí como mujer, y ambos hemos hecho el amor, entre besos apasionados, entre caricias lúbricas y penetraciones eróticas.

Pero también ha sido el peor, porque casi estoy seguro de que acabo de confirmar que Nacho y Sugey son amantes. Pero eso no es lo peor, sino que ellos han tenido sexo en mi propia casa. En el baño o en el cuarto de mamá y papá. Aunque esto último aún no lo puedo asegurar.

—¡Tito, Tito! —escucho la voz de mi hermana Lucy, a quien no había visto desde que llegara con papá, el tío Fred y Nacho, para luego encerrarse en su cuarto sin salir, salvo cuando lo hizo para ir al baño, motivo por el cual el amante de mi madre tuvo que ir a la segunda planta.

Me siento muy extrañado de que la loca de mi hermana me abrace con tanto desconsuelo y fuerza.

—¿Lucy? ¿Qué hace…es? —me preocupo, dejando la jarra en el pretil de la cocina.

Esto es muy raro para mí porque mi hermana Lucy nunca ha tenido conmigo ninguna muestra de cariño.

—¡Yo sé que no me quieres, Tito —llora ella, escondiendo su rostro en mi pecho—, yo sé que me odias, que para ti soy una insoportable, una insufrible y una odiosa, pero tienes que ayudarme! ¡En serio, tienes que ayudarme!

Intento separarla para mirar sus ojos. Al parecer está llorando, y verla así me asusta mucho.

—A ver, Lucy, Lucy, ¿cómo mierdas no voy a quererte, si eres mi hermana, pequeña loquita? —me sincero, sabiendo que yo tampoco nunca he sido cariñoso con ella ni he sabido expresarle cariño—. Lo que pasa es que siempre la pasamos como perros y gatos, pero eso no significa que no te quiera… Yo te adoro, mi niña, te adoro.

Le beso la frente para confirmarle mi cariño, la rodeo con mis brazos y ella se limpia sus pequeños ojitos azules. ¿En verdad he sido tan mal hermano para darle la impresión a Lucy de que la odio?

—Yo también te quiero mucho, hermanito, aunque nunca te lo demuestre.

—¡Joder, Lucy! Estás temblando, ¿qué tienes?

—¡Ven, Tito, no es seguro hablar aquí, ven a mi cuarto!

Lucy me coge de la mano y me dirige a su habitación, que es la única que está en la primera planta. Angustiado por lo que me va a decir, veo cómo cierra la puerta y luego me pide que me siente en la cama, donde ella pronto se recuesta.

—Lucy, ¿qué tienes? ¡Estás rarísima!

—¡Miedo! ¡Eso es lo que tengo, Tito, miedo!

La lámpara de su buró está encendida, y la luz da directamente a su rostro sonrosado y sus ojos grandes y azules… que me recuerdan a ella… a nuestra madre.

—¿Miedo a quién? —trago saliva, cuando advierto que Lucy tiene la misma boca carnosa que mamá; la misma forma mullida, rojiza, la misma tez de su piel, su misma mirada.

—¡A Nacho, ese hombre que estuvo esta noche en casa, quiere… quiere hacerle daño a Sugey!

Mis ojos se convierten en dos pelotas de golf. ¿De dónde mierdas conoce Luciana a Nacho?

—¿Qué carajos, Lucy?

—¡Me lo dijo! ¡Nacho me lo dijo!

Se limpia las mejillas, y cuando lo hace, sus antebrazos juntan sus pechos involuntariamente debajo de su pijamita rosa y veo lo gordos que son. Ambos pechos permanecen levantados, y cuando los suelta, veo como sus dos redondas mamas carnosas botan en su pecho.

Trago saliva y mi corazón palpita.

¿Cuándo le crecieron tanto, joder? ¿Cuándo mi hermanita se convirtió en mujer? ¿Cuándo su mirada adoptó el matiz de mi madre? ¿Cómo es que no me he dado cuenta de que Lucy ya no está tan plana como antes que la llamaba “tabla con ojos”, y que a sus dieciséis, casi diecisiete, ella ya es una señorita con grandes caderas, culo y pechos?

Intento controlarme, e investigar más sobre lo que estamos hablando.

—¿De dónde mierdas conoces a ese hijo de puta?

Los inocentes ojos de aquella niña que parece muñequita de porcelana tetona, como dibujo animado de un hentai, empieza a lloriquear, pero no me dice nada, y yo no hago por forzarla, porque definitivamente está muy asustada.

—Tranquila, hermanita, tranquila —le acaricio las mejillas, sólo para sentir que la tez de su piel es tan suave y delicada como la de nuestra madre—. Ven, recuéstate aquí.

Me subo más a la cama y hago que descanse su cabeza sobre mi regazo, provocando que su cabeza dorada se pose justo en mi entrepierna.

En esa posición, recuerdo el día que mamá también recostó su cabeza sobre mi polla y le agarré uno de sus enormes pechos por primera vez. Y me dejo hipnotizar por su boca rosada, que luce entreabierta. E imagino, que como mamá, ella tiene el mismo color en sus pliegues vaginales.

No puedo evitar sentir una erección que levanta un poco su cabeza, y el morbo me obnubila.

—Joder —susurro asustado.

Lucy permanece dormida, con sus abundantes mamas oscilando entre su blusita cada vez que se mueve.

—Te pareces tanto a ella, joder —digo, cuando mis dedos acarician la suavidad de sus mejillas sonrosadas.

Y recuerdo las nalgas de mi madre entre mis manos, cuando las apretaba y hundía mis dedos hasta que desaparecían.

—¿A quién? —responde ella, y me asusto, porque no me había dado cuenta de que ya había despertado.

—A mamá —sonrío, perdiéndome en sus ojos azules.

—¿Pues a quién quieres que me parezca, chango? —dice riendo—, ¿a doña Martha, la gorda de la tienda de la esquina?

No digo nada, sólo sonrío. Más bien miro sus esponjosos labios, y recuerdo la forma en que mamá me besa. Con las ganas que tenía de que mamá me chupara la verga. Ella con esa sensualidad y experiencia, seguro me dejaría exprimido, completamente sexo.

—¿Por qué me ves así, Tito?

—¿Así cómo?

—Así, como gato atropellado.

¿Por qué veo en Lucy a la cachonda de mi madre?

Debo tranquilizarme. Si ya de por sí es muy enfermo que mis deseos sexuales que he tenido por mi madre hayan florecido de pronto, todo se volverá mucho más turbio y perverso si comienzo a ver a mi hermana con esos mismos ojos morbosos. Así que suspiro hondo y me obligo a no pensar en ella de ese modo. Además aún está muy chiquita.

Con mamá es suficiente. De todos modos, con lo poco que me ha dicho esta changa, me da esperanzas de que entre Nacho y mamá no haya pasado nada malo. Una cosa es que haya algún flirteo entre él y mi madre, y otra que ese estúpido se meta con mi hermana, que encima es menor de edad.

Y si mamá está siendo sometida por Nacho bajo algún tipo de chantaje, entonces yo voy a actuar, yo voy a defenderla. No voy a consentir que ese pedazo de mierda haga daño ni a mi madre ni a mi hermanita.

—Nacho no va hacerle daño a nadie, ¿vale? —le prometo—, ni a ti ni a mamá.

—Es que tú no lo escuchaste hablar aquella vez, hermanito. Nacho es peligroso.

¿Aquella vez? Es evidente que Lucy ha tenido contacto con él de forma directa, y eso me preocupa bastante. 

—Yo voy a protegerlas a ambas, ¿vale? Protegeré a mis dos mujeres.

—¿Tú? —duda ella, y eso me indigna.

—Aunque lo dudes, changa rubia. Mientras tanto, es hora de dormir.

—¡No! —se incorpora y me mira suplicante.

—¿No qué, loca?

—¡No te vayas!

Y se echa a mis brazos. El problema no es que me abrace por segunda vez desde que tengo memoria, sino que estoy percibiendo la dureza de sus dos tetas en mi pecho.

—Lucy, ya es noche —le recuerdo, con ganas de salir corriendo de ahí.

—¿Te puedes quedar conmigo esta noche, Tito?

—¿Eh?

Esto no me puede estar pasando. Yo no quiero tener estos deseos. No con ella. No con mi hermana, joder. No puedo y no debo, pero esta niña no me lo pone fácil. No ahora que tiene sus tetas pegadas a mi pecho.

—¡Por fi, por fi, por fi, hermanito, tengo miedo, y no quiero quedarme sola!

Respiro hondo mientras ella se refriega contra mí. Ojalá no fuera yo el que estuviera teniendo una erección sintiendo la fricción y dureza de sus grandes mamas en mi cuerpo.

—Pero Lucy, ¡odio dormir en el suelo! —intento buscar una entre mil excusas para no quedarme con ella.

—¿Qué? No, tonto, quiero que te duermas conmigo, en mi cama.

¡Joder!

—Sólo hoy, hermanito, ¿sí?

Y caigo rendido a sus súplicas.

Entre las calculadas persuasiones de Sugey y de Luciana… ¡Yo no sé cómo acabaré en esa casa!

—Está bien… está bien, hermanita… esta noche… me quedo aquí, contigo, en tu cama. Pero sólo hoy.

***
Hace calor, por eso no ha habido necesidad de dormir cubiertos por ninguna cobija. De hecho, tanto subió la temperatura como a eso de las 2:00 de la mañana que Lucy (sin que supiera que yo estaba despierto) tuvo que levantarse para ponerse algo más ligero.

“Joder”

Vi entre las rendijas de mis ojos semicerrados, que Lucy se quitaba la pijama de algodón.

Quedó en braguitas de repente, y yo me quedé seco al advertir que está más nalgona de lo que creía. Sus braguitas son pequeñitas y la parte frontal más delgada se le hundía entre su vulvita. He notado, atragantado y con una erección de muerte, que a su edad, sus piernas se han ido torneando de manera generosa. Sus nalgas están muy respingadas y redondas, y sus caderas se están ensanchando mucho. Un poco de tiempo más, y estoy seguro que agarrará el cuerpo de mi madre.

¡Y Dios nos guarde!

Las lámparas de buró le han dado a su piel una belleza muy fresca y bonita. Blanca y rosada.

Apenas he podido distinguir cuando se quitó el blusón y se quedó sólo con un top rosa muy delgado que apenas le puede sostener sus grandes senos.

Y ahora heme aquí, intentando dormir de lado mientras mi hermana ya duerme desde hace rato, en posición fetal, en mi dirección, con su corpiño rosa y delgadito trasparentando la dureza de sus pezoncitos, y sus dos senos se comprimen uno con el otro.

Logré conciliar el sueño, pero hace rato me desperté cuando sentí la mano de mi hermana acariciando mi bulto.

¡Mierda!

Abrí los ojos de golpe, alarmado.

Lo peor es que yo no supe cómo reaccionar. Ya de por sí que tu propia madre te acaricie el paquete es sumamente delicado y fuerte, que lo haga tu hermanita, que encima es menor que tú, todo se empeora.

—Paulo… —susurró ella entre sueños, mientras una de sus manos frotaba mi duro falo que palpitaba debajo de mi bóxer, y yo tratando de moverme para no despertarla, y así evitar que al abrir sus ojos se asustara al saber lo que estaba apretando—…. Oh, Paulo…

Paulo debe de ser su novio, no hay de otra. Sus gemidos tienen un matiz putón semejante al de Sugey, por eso me puse como una moto.

—Shhhh —intenté arrullar a esa pequeña niña malvada que apretaba sus bonitos muslos como si estuviese inmersa en un sueño húmedo donde ella y el tal Paulo eran los protagonistas—… Lucy, mi niña, duerme…

Ambos nos removimos en la cama, yo alejándome de ella y ella intentando restregarse contra mí, que ya tenía mojado mi bóxer por los líquidos que salían de mi glande. Sus corpulentos pechos se han movido dentro de su corpiño considerablemente, por eso las periferias de sus areolas salmonadas han aparecido entre las costuras.

Joder.

Y así padezco ese tormento hasta que ella se queda quieta, con su mano apretando el largo de mi polla, y de esa manera, sin poder hacer nada más, con una dura erección, me quedo dormido.

***
No sé por qué me importa lo que pudiera pensar mamá al encontrarme dormido en la cama de mi hermana, pero me importa, aunque no lo merezca.

Lucy está al otro lado de la cama… ¡y yo tengo mi pene de fuera! ¿A qué hora me lo saqué?

Tiemblo, salto de la cama y salgo del cuarto de mi hermana y me dirijo al mío, donde, sin creerlo, encuentro sentada a mamá, vistiendo una bata de satín plata, la misma que llevaba la primera noche que le chupé las tetas.

—¿Dónde estabas? —me pregunta ella.

Odio que esté en mi cuarto, así de esa forma tan sexy, con su bata entre abierta, enseñándome la mitad de sus pezones, y el preludio de sus areolas enormes, que brillan con su color salmón. Encima odio que se crea con el derecho para exigirme explicaciones.

—Por ahí —respondo seco, dirigiéndome al armario, donde me dispongo a sacar una toalla para ducharme.

Después iré con Elvira, me disculparé con ella por dejarla plantada y le daré la follada de su vida. Estoy muy caliente, pero esta vez mamá no será quien se lleve el premio. La tengo que castigar hasta descubrir la verdad.

—¿Dónde es “por ahí”?

No le respondo. Busco unos bóxer negros limpios y unos calcetines.

Es temprano, papá seguro todavía está dormido, pero mamá ya tiene un labial rojo mate en sus gruesos labios y sus ojos lucen chispeantes y más azules que de costumbre.

—¿Dónde es por ahí, hijo? —me pregunta de nuevo.

Cuando ya tengo mis cosas en la mano la miro.

Ella sigue sentada. No lleva ropa interior debajo de su bata de satín. Sólo es ella y su desnudez. Sólo es aquella majestuosa rubia y sus enormes tetas cayéndole en el pecho y seguramente su vulva entreabierta debajo de la bata.

—Tú no respondes a mis preguntas, mamá, así que yo no responderé a las tuyas.

Mamá enarca las cejas, descruza sus brazos y apoya sus manos en cada lado de la cama. Con ese movimiento su bata se abre y uno de sus obesos senos se desnuda. Lo veo grande, brillante, gordo, colgando en su pecho. El pezón está durito, y me dan ganas de morderlo, porque parece una pequeña fresa.

Trago saliva, y mamá suspira, seductora. Se muerde el labio inferior y separa sus piernas. La bata se arrastra por sus muslos y poco a poco se va abriendo. Sabe que la estoy viendo. Que su pecho desnudo es una tentación muy fuerte para mí.

Su melena larga y dorada cae por su espalda, y mi polla está palpitando debajo de mi pantalón, que se convierte en una repentina tienda de campaña. A mi edad es fácil ponerme caliente, y mamá lo nota.

—Me iré a duchar —le digo, perdiendo la voz.

—Tú te quieres ir, cielo, pero tu pene dice otra cosa.

—¡Joder, má! —digo, dirigiéndome a la puerta.

Mamá se levanta, sus tetas se menean, y se posa en la puerta antes que yo.

Pone su mano en mi mentón y la otra la lleva a mi entrepierna, donde me aprieta, y yo respingo, asustado.

—Nacho no significa nada para mí, mi amor  —me dice.

—Siempre mientes mamá.

No he terminado de decirle aquello cuando su bata cae en el suelo. Mamá está desnuda delante de mí. Dos grandes melones de carne oscilan voluminosos. Sus pezones están hinchados, ansiosos de que alguien los muerda.

—¿Sabes, hijo? Esta noche no pude dormir.

Yo estoy agitado. Me aferro a la toalla y a los bóxer que traigo en mis manos, mientras mi madre frota mi duro paquete con coquetería.

—La conciencia, ¿no? —digo atragantado, viendo cómo sus dos tetazas bambolean cada vez que ella se mueve.

—Sí, Tito. La conciencia me atormenta.

El pelo rubio de mamá la hace lucir salvaje, seductora, sensual.

—Lo de Nacho no te deja dormir —la acuso, fingiendo que no siento el hormigueo que me provoca su mano frotándome el bulto.

—Nacho no tiene nada que ver en todo esto, Tito.

Sé que si mamá se acerca un poco más, sus pezones tocarán mi camisa, y yo querré quitármela, porque no hay nada más sensual que sentir los duros pezones de tu madre restregándose en tu piel caliente, quemándote. 

—¿Entonces quién? —le pregunto sin aire.

—Tú, mi amor. Tú, que eres mi niño. No podía dormir pensando en lo que hicimos ayer, aquí en tu cuarto, luego en la bañera. No pude dormir pensando en lo mucho que me gustó lo que hicimos, y en lo mucho que deseo que lo volvamos hacer.

—¿Qué? ¡No!

La toalla y mi ropa interior me tiembla en las manos. Mamá se muerde el labio inferior y su expresión cachonda me mata.

Ella me dice, seductora:

—Mami se tocó toda la noche pensando en la verga de su propio hijo, ¿sabes?

—Mamá…por favor…

No puedo ceder a sus encantos. ¡No puedo! Pero ella está buenísima. ¡Esta hermosa, muy hermosa!

—Mami estuvo muy húmeda toda la noche, pensando lo mucho que quiere que el falo de su bebé se hunda dentro de ella una vez más, para que le bata los flujos vaginales muy fuerte, hasta sacarle muchos orgasmos.

—¡Mamá, ya estuvo bueno!

Mi toalla cae al suelo, junto a mi ropa interior. Mi pecho palpita fuerte, y mamá no deja de frotarme mi pene.

—Mami quiere la verga de su hijo dentro de su rajita caliente, amor… —me susurra.

Y veo cómo sus pechos vibran.

—¡No voy a caer esta vez, madre, no lo haré!

Ella me enseña su lengua mojada, y la pasa por el contorno de sus labios.

—¿Me crees, mi amor, que entre Nacho y yo no hay nada?

—¡Mami… no…!

Aprieta más fuerte mi bulto, y se pega más a mí. Sus pezones ya rozan mi camisa, y su lengua serpentea sobre mis labios. Huele a madre cachonda, a mujer seductora, a mujer malvada.

—¿Quieres follarme justo ahora, mi niño, aquí, en tu cuarto? ¿Quieres hacerle el amor a mamá, mientras tu padre y tu hermana duermen en sus habitaciones?

—¡Huuuum!

—Pálpame, mi niño… toca mi humedad, entre mis piernas, que estoy muy caliente.  Mami está ardiendo por dentro… mami quiere que su bebé la penetre… pero antes quiere que le bese y le chupe sus labios vaginales, ¿hacemos el amor, mi niño lindo?

—¡Mami… no…!

Ya no puedo más, estoy temblando bastante fuerte. Mi falo palpita y quiere reventar.

—¿Quieres que te la chupe, amor?, ¿quieres que mami chupe el pene de su bebé?

Cierro los ojos, estremecido, caliente, y veo cómo mi madre se pone de rodillas, me abre la bragueta, me saca la polla erecta lentamente, y sus ojos azules destellando con lujuria, observándome, mientras abre la boca, saca su lengua húmeda y la posa sobre mi sensible glande, que salta a su contacto. 

—Antes yo te amamanté con mi leche, mi bebé —me recuerda con una sonrisa seductora—. Y hoy… será el hijo quien amamante a su madre…

—¡Hooooh… mami…no…!

Veo sus gordos labios acercándose a mi pene, que babea de calentura.

—Sí, mi amor… —me dice, mientras mis vistas son inmejorables, pues sus senos lucen mucho más grandes teniéndola a ella de rodillas entre mis piernas—, voy a sacarte toda tu lechita, hijo, y me la voy a comer.

¡Joder! 
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0 comentarios - Corrompiendo a mamá// cap. 13